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Mile Bluett

Título: Porque manda el corazón


Autora: Mile Bluett
Serie: De amores y Matrimonios. Libro: 3
Todos los derechos reservados ©Mile Bluett, Diciembre 2021.
mileposdata@gmail.com
Instagram: @milebluett
Twitter: @milebluett
Facebook: Mile Bluett Autora

Diseño de Portada: pdiazrivera@gmail.com

Esta obra está debidamente registrada y tiene todos los derechos


reservados. Queda prohibida la reproducción y la divulgación de
esta por cualquier medio o procedimiento sin la autorización del
titular de los derechos de autor. Es una obra de ficción, cualquier
parecido con la realidad es mera coincidencia.
Contenido
Contenido

Sinopsis

Dedicatoria

Consejo

Capítulo I

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19
Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Epílogo

No te pierdas la siguiente historia

Nota de autora

Mile Bluett

Agradecimientos
Sinopsis
Lady Katherine Basingstoke es la hermana del duque de
Pemberton y la nieta de la casamentera más prestigiosa de toda
Inglaterra. Se espera que, para su próxima temporada, atrape al
mejor partido de los solteros que se han presentado. Ha estudiado
al pie de la letra las recomendaciones de su abuela. Sabe qué
buscar en los candidatos: título ilustre, fortuna, modales y honor.
Si hubiese seguido las indicaciones de su distinguida familia no
estaría consultándole sus problemas a la almohada.
Cuando un irreverente escocés, sin ninguno de los atributos de la
lista, se cruce en su camino, desatenderá a la razón y será presa de
su instinto, porque la lógica no tiene cabida donde manda el
corazón.
¿Lady Kate seguirá el destino para el que ha sido preparada
o escuchará los latidos que se desbocan dentro de su pecho?
Dedicatoria
Para mi amado Gianni Aleix, mi sol,
mi luz, mi mundo entero.
Nunca dejes de reír, de soñar, de creer en ti,
tu corazón es valeroso.
Consejo

GUÍA PARA LOGRAR UN MATRIMONIO VENTAJOSO

Consejo n°3

Escoger a la pareja correcta, se debe hacer con absoluto criterio y


buen juicio. Si eligen espoleados por la pasión y obnubilados por los
dictados del corazón, se puede esperar un fracaso estrepitoso.

Augusta Basingstoke, duquesa viuda de Pemberton


Capítulo I

Harlow, 8 de diciembre de 1815


Labyrinth Manor, Residencia de Campo de los duques de
Pemberton

Con ojos melancólicos, Katherine Basingstoke recordó cuando


debutó en su primera temporada y sus anhelos... Para la fecha
habría asegurado que ya estaría casada y su abuela Augusta, la
duquesa viuda de Pemberton, también lo había creído.
Augusta se había ganado el prestigio de fungir como
casamentera de los enlaces matrimoniales más exitosos de toda
Inglaterra. Las madres desesperadas acudían ante ella con la
esperanza de encontrar candidatos o señoritas casaderas acordes a
los intereses de sus hijos núbiles. Entonces, ¿por qué con casi
veintiún años, su nieta seguía sin un anillo en el dedo, sin los hijos
soñados, sin el esposo prominente y proveedor?
Resultaba que Kate había disfrutado muy poco de su padre, y
había perdido a su madre al nacer, por lo que gran parte de la culpa
de su soltería se le podría adjudicar a su poderoso hermano, Blake
Basingstoke, el duque de Pemberton. La consentía demasiado y la
complacía en todos sus caprichos, incluso si rechazaba a algún
candidato para nada despreciable, por defectos insignificantes, que
solo eran hallados por ella.
Cuando la joven se percató de su falta de tino, sus antiguos
pretendientes ya se habían conformado con las hijas de otras
familias y los que quedaban a sus pies, eran sus más fieles devotos
«los inquebrantables», como les llamaba la duquesa viuda; a los
que también perdería si seguía resuelta a no dar «el sí» a alguno de
ellos.
En la habitación de Kate, mientras la doncella terminaba de
prepararla para salir a cabalgar, la abuela no perdió la oportunidad
de irrumpir para tocar ese tema tan delicado.
—Se acerca tu cumpleaños, querida —le dijo Augusta con los
ojos entornados—. Recuérdame, ¿qué edad vas a cumplir?
—Veintiuno —contestó espoleada por la duquesa, sin ganas de
hacerlo, sabiendo la retahíla de palabras que seguirían.
Su abuela le hizo repetir su edad en voz alta varias veces para
recordarle que el reloj no se detenía y que estaba a punto de
convertirse en una solterona. Kate se mofó, ella jamás quedaría
rechazada en un salón de baile, su carné siempre estaba lleno y de
continuo llegaban nuevos caballeros cada temporada.
—No será mi caso, abuela querida. Te angustias en vano —
rebatió mirándose en el espejo.
—Mi fama de casamentera quedará arruinada, o lo que es peor,
pensarán que ocultas alguna horrible imperfección en tu cuerpo o
una falla en tu persona. —La angustia en la voz de la dama no era
una treta para conducirla por la senda del matrimonio, en verdad le
preocupaba, que ni la belleza ni el ingenio de Kate fueran suficientes
para salir exitosa del complicado asunto que era el mercado
matrimonial.
—¿Quién sería tan cruel de inventar una ofensa tan absurda?
Nadie puede dar fe de ello —se defendió restándole importancia.
Augusta la miró con dureza y Kate comprendió que su abuela
hablaba en serio. Algún rumor habría llegado a sus oídos, eso sí
que podría arruinarla.
Incluso, Agatha, la doncella, reflejó temor en su rostro, era una
mujer de más de cuarenta que había ocupado el mismo puesto para
la madre de Katherine. Estuvo primero como nana de la niña y
después como su doncella, cumpliéndole la promesa que le hizo a la
finada duquesa en su lecho de muerte de cuidar de la criatura.
—Fue aplacado a tiempo, antes de que se saliera de control —
aclaró Augusta y, tanto Kate como Agatha que habían contenido el
aliento, volvieron a respirar con tranquilidad—, pero no tendremos
ojos y oídos en todas partes. La siguiente temporada elegirás a uno
de los caballeros que se te declaren. Sé sensata, Kate, por el bien
de la familia y la tranquilidad de tu abuela.
—Ninguno es de mi agrado —replicó.
—Agatha, convence a esta muchacha por el amor de Dios, sabes
cómo influir en esa cabecita imprudente. Deberíamos estar juntas en
esto. Se lo debes a Anna, ¿no?
—No es justo para Agatha, abuela. La pones en un dilema. —La
doncella, con los ojos bajos para evadir, se esmeró en el peinado.
—Confíe, su excelencia —concedió Agatha para estar en paz con
Dios y con el diablo—, milady encontrará el amor esta temporada.
Me lo dice el corazón.
—Agatha, no le metas esas ideas en la cabeza, no me ayudas —
la sermoneó Augusta—. Solo le llenas la mente de pajaritos
revoloteando: el amor llega después de las nupcias y mi nieta debe
entenderlo por su propio bien.
Agatha sonrió, no era necesario que dijera lo que pensaba. Ella
había sido testigo de la pasión inmensa que tuvieron los padres de
Kate, y sabía que Anna no habría querido menos para su hija, así
que hacer mancuerna con Augusta y convencer a Kate para
desposar a un caballero solo para asegurarle un futuro —porque el
tiempo estaba por caducar— estaba muy lejos de sus planes.
Jamás ayudaría a la duquesa viuda en ese menester. Aunque la
respetaba y la admiraba, no la asistiría.
—Abuela… —Trató de disuadirla la joven usando un tono dulce.
La adoraba, pero reconocía que su insistencia la ponía de pésimo
humor.
Kate estaba triste e irascible. El resto de las temporadas se las
había arreglado para eludir su obligación, como le llamaba su
abuela a aceptar una propuesta matrimonial; pero nada era
suficiente. Aspiraba al romance, a un cuento de hadas con final feliz.
Ninguno de los caballeros que se acercaban a ella calmaban la
pretensión de sus exigencias.
Agatha la apoyaba con fiereza, la exhortaba a seguir a su
corazón.
—No puedes quejarte, tienes tres pretendientes de buena familia
—recalcó Augusta entrecerrando los ojos con la intención de leerle
la mente o descubrir de una vez qué pasaba por esa terca cabeza
—. Todos han mostrado sus respetos a tu hermano. Estarían
encantados de comprometerse contigo; pero se han quejado de la
repetitiva situación, que advertimos en la temporada pasada y en la
anterior. No les permites declararse, siempre encuentras algún
diálogo ingenioso para frenarlos cuando desean hacerte la tan
ansiada proposición.
—Lo siento, abuela —murmuró y ocultó su falta de
arrepentimiento con un descaro total. Agatha disimuló una risita.
Kate sabía que era cierto que corría el riesgo de quedarse soltera
para siempre y en el fondo eso le preocupaba. Ansiaba casarse,
había sido preparada para el gran día de su boda y añoraba todo lo
que vendría después. Había dejado escapar a exponentes de la
nobleza, cuyas esposas ya eran la envidia de todo Londres,
anfitrionas de las veladas más importantes; lugar que le habría
pertenecido si hubiera dejado las altas expectativas a un lado y se
hubiera abierto a las oportunidades.
—¿Qué tiene de malo el hijo del conde de Lering? —interrogó
Augusta. A sus espaldas Agatha puso los ojos en blanco.
—Le falta mundo, jamás ha salido de Inglaterra —contraatacó
Kate y Agatha esbozó una sonrisa de orgullo—. Su conversación no
es interesante, solo habla del campo, de la explotación agraria
según las técnicas tradicionales, de los animales y su reproducción.
Y no es muy afecto a Londres, estoy segura de que pretenderá que
nos refundamos en la heredad de la familia. Necesito un esposo que
desee tener vida social después de casados.
—¿Y lord Alcott? Él no permitirá que te marchites en el campo,
menos que el hastío llene tus días —arremetió Augusta.
—Demasiado refinado —añadió con sorna.
—¿Es un defecto? Ha viajado por toda Europa.
—Usa muchos encajes y perfumes traídos de Francia. Su
guardarropa seguro superaría el mío.
Agatha soltó otra risita sin dejar de trabajar afanosamente en el
peinado.
—¿Qué insinúas? ¿Cómo osas tamaña ofensa? —preguntó
Augusta escandalizada llevando su mano al pecho.
—Usted me ha preparado para que estudie con ojo muy crítico el
material disponible. Él no me hará feliz, lo sé —admitió dándose una
última mirada en el espejo.
Augusta sonrió con elegancia ante la astucia de su nieta. Tenía
que reconocer que le había heredado ese rasgo, y tantos otros. Kate
y ella se parecían demasiado, por eso le era tan difícil controlarla.
Cuando veinte años atrás el médico le depositó a esa tierna
criatura en sus brazos, tras la muerte de Anna, la lógica la previno
de la gran responsabilidad que estaba por asumir. Ella que ya había
cumplido con la maternidad, no tenía que tomar el control; pero su
hijo lidiaba con el corazón roto por la pérdida de su amada esposa.
Tuvo que secarse las lágrimas y buscar el norte para su pequeña,
pero adorada familia.
—¿Y el hermano del marqués de Breckenridge? Ha viajado por
Europa —añadió creyendo tener un as bajo la manga—, América y
África, su residencia permanente es en Londres y es muy… varonil.
La insistente risita de fondo de Agatha las interrumpió, la duquesa
viuda estuvo a punto de golpearla con uno de los cepillos de mango
nacarado o sacarla de la estancia. Era como trabajar con el enemigo
en casa.
—Jamás heredará el título —articuló Kate con parsimonia—. No
quiero sobre mi conciencia el peso de desear, sin proponérmelo, la
muerte de casi toda su familia. Nunca será marqués, a no ser que…
¡Olvídelo! Usted me dijo que jamás aceptara a un segundo hijo y
este es el quinto, ¿sexto? Ya no recuerdo.
—La salud del marqués no es muy estable, no tiene hijos, le
siguen tres hermanas que no heredarán, y el siguiente hermano en
la línea sucesoria es un bueno para nada, que arriesga su vida
constantemente en carreras de saltos de caballo y cuanto deporte
de riesgo se pone de moda. No le auguro longevidad.
—Su análisis detallado de los candidatos me pone los cabellos de
punta, abuela. ¡No tendré sobre mi conciencia el anhelo malsano de
la desgracia ajena!
—¡Oh, Kate! Solo te recuerdo que el tiempo se acaba y cada vez
te vuelves más… selectiva. Un segundo hijo o hasta un tercero ya
no sería desaconsejable.
—El título no es el punto.
—Pues dime ya tus motivos porque me siento en un juego del
gato y el ratón.
—Hay otra razón. —Suspiró decidida a sincerarse o la lista de
Augusta seguiría creciendo—. Blake me ha dado la libertad de
elegir, pretende que me case por amor como lo hicieron nuestros
padres. —Usó un recurso irrefutable. La primera vez que Kate
escuchó de ese sentimiento fue de la voz de su abuela para
referirse al inmenso cariño que se tenían los progenitores de la
muchacha.
—Y queremos que elijas… ¡pero de una vez! —esgrimió con voz
rigurosa la dama.
—Lo siento, yo… —Tuvo que callar, ya no podía continuar en esa
encarnizada batalla verbal. Su abuela tenía un arsenal de
argumentos… y pretendientes. Un nudo se le hizo en la garganta.
Veía a su hermano y a su nueva esposa sonriendo tan
enamorados y no esperaba menos para su vida. Quería encontrar a
alguien que le despertara el mismo fervor que Blake provocaba en la
duquesa y viceversa. Su corazón no le había dado señales de un
solo atisbo de interés por ninguno de los caballeros que había
conocido. Tal vez, tanta preparación la había arruinado. Sabía qué
esperar de un pretendiente y qué debía encontrar en el candidato
perfecto, lo que hizo que su ideal fuera inalcanzable.
Con la cabeza llena de ideas se sentía aturdida. Faltaba menos
de un trimestre para la siguiente temporada, que a diferencia de
otros inviernos iniciaría en febrero del siguiente año, y su abuela la
aplastaba como a una uva para que le diera un nombre. Ninguno de
los caballeros del listado de Augusta era de su agrado. No podía
señalar a alguno solo por sentirse acorralada.
—Aunque no es novedad que las sesiones del Parlamento se han
retrasado por el fin de la guerra y sus sabidas consecuencias —
carraspeó Augusta, a la que le gustaba estar bien informada, más
siendo la temporada vital para su función de casamentera—, no
cejaremos en los intentos de buscar esposo para ti.
—El candidato adecuado aparecerá cuando tenga que aparecer
—protestó Kate y luego sagaz añadió—: ¿Por qué no deja de
preocuparse y abandona ese asunto en las manos de Dios?
—Debemos colaborarle al Altísimo en esa tarea, no es justo
dejarle todo el trabajo —arremetió Augusta captando la suspicacia
de su nieta, que diría lo que fuera para salirse con la suya—. ¿Y el
marqués de Winchester? Ahora a sus veintinueve años ya no es el
joven insensato que fue a sus veintidós —propuso la abuela—. Es
un partido inmejorable, atractivo, con una fortuna prominente.
—¡Y soberbio! Cuando te mira con esos ojos altivos parece que
te petrificará —se defendió como pudo. Quería a su lado un
compañero, Tristan Black era demasiado esnob y orgulloso, su
rutina sería amarga y desafiante, estaba segura.
—Es que para todos tienes un pero... Creo que su mirada es algo
con lo que puedes vivir. Sé de buena fuente que está buscando
esposa, aunque aún no es de conocimiento público.
—Ambas conocemos a Winchester. Seguro tendrá expectativas
muy peculiares para su futura prometida —advirtió—, y yo no tengo
un perfil que concuerde con su ideal de mujer. Es solo verlo e
imaginar lo que estará buscando.
—No lo había considerado porque no sé si tengas la templanza
para adecuarte a sus deseos. ¡Pero podrías, si te lo propones! —dijo
Augusta elevando un poco la voz.
—Solo si quisieras que nos asesináramos el uno al otro en el
primer mes de casados. Winchester es… complicado.
—¿Y entonces quién? —inquirió.
La joven suspiró por toda respuesta. Ojalá lo supiera. Augusta
bajó la guardia y la dejó retirarse, mientras continuaba convenciendo
a Agatha de seguirle la corriente.
Kate necesitaba que el tiempo parara, que se detuviera y que
aquella temporada no llegara nunca. Lo que en un inicio había sido
emocionante con el tiempo se volvió una agonía.
¿Y si la siguiente temporada fuera especial? ¿Y si un caballero
desconocido llegara a Londres y la cautivara? ¡Por Dios! Podría
darle el tan ansiado «sí» que tenía atorado en la garganta, sería al
fin dichosa, su familia podría dormir tranquila porque casarla ya no
sería otro peso del que librarse.
Se dirigió a los establos que estaban cercanos a la casa principal.
Montaría un rato en los terrenos de la propiedad, eso la ayudaría
despejarse para la noche.
Cenar con Augusta clavándole la mirada la ponía de mal humor.
Tras asegurarse la capa, para protegerse de la fresca brisa de
esa mañana de diciembre, le dijo al ama de llaves que le ordenara a
un lacayo que se reuniera con ella para acompañarla. A Blake no le
gustaba que saliera a cabalgar sola. ¡Lo tenía prohibido! ¡Y sí! El
protector hermano no solo cumplía caprichos, también mandaba
como todo un tirano. Kate sabía que lo hacía porque la quería y ella
trataba de no darle dolores de cabeza. Bastante tenía el duque con
la responsabilidad de protegerla desde que sus padres habían
fallecido.
Encontró a un hombre junto a los animales.
—¡Mozo! ¡Ensilla a mi caballo! —ordenó Kate sin siquiera
observarlo, su mente estaba perdida en su gran dilema. El individuo
continuó de espaldas y agachado, ocupándose de la herradura de
una yegua. Kate no tuvo respuesta y eso la exasperó más.
Necesitaba escapar de una vez, antes de que alguien volviera a
sermonearla. Sabía que no debía salir sin escolta; pero si el lacayo
no aparecía a tiempo era capaz de irse y no detenerse hasta que su
corazón se aplacara—. ¡Mozo! ¡He pedido que me ensilles el caballo
ahora, no un siglo después!
El aludido irguió el tronco y buscó de dónde provenía la
demandante voz hasta que divisó a la joven espigada, de estatura
mediana, cabello castaño y ojos del mismo tono, que contrastaban
armónicamente con su nívea y límpida piel. Pero su aspecto
angelical y dulce fue opacado por el enfado en sus palabras. La
mirada afilada del varón se le clavó con resentimiento a la
muchacha, quien no pudo disimular su asombro. Nadie en Labyrinth
Manor se había atrevido a tal ultraje.
«¿Qué le sucede?», se preguntó Kate sin entender su
ofuscamiento.
—No soy un mozo de cuadra —gruñó el hombre y se levantó
cuan largo y fornido era. Algo le quedó clarísimo a Kate, no era un
mozalbete.
Unos ojos azules oscuros, desafiantes y ofendidos por el trato, la
escrutaron sin nada de cortesía; estos brillaban bajo unas cejas
perfiladas y castañas oscuras casi negras, del tono exacto de su
desordenada barba y su larga melena. Pero el contraste de las
tupidas y largas pestañas, con la luminosidad de los iris que
circulaban dos pupilas fieras como látigos, la hizo quedarse
hipnotizada mirándolas, olvidando todo lo demás.
Tanta rudeza la sobrecogió por un segundo, los hombres con los
que solía convivir, incluso los criados, seguían la etiqueta de la
vestimenta y los modales según el rango, y este hombre se saltaba
todas las normas. La sombra de una cicatriz casi borrada sobre su
pómulo izquierdo, le advirtió que su rudeza era real y no solo en
apariencia. Sus manos toscas y de dedos grandes se veían como
herramientas del mal, podrían apretar un cuello hasta extinguir la
vida de su dueño como quien rompe la cáscara de un huevo.
—Pensé que lo era —soltó Kate sin darle importancia a las
palabras; pero sorprendida por la piel expuesta en el pecho del
varón, los tres primeros botones de la camisa permanecían abiertos,
y las mangas estaban dobladas por encima de los codos. ¿Acaso no
le afectaba la frialdad? Jamás había visto a un hombre tan escaso
de ropa, ¿qué debía hacer? ¿Cubrirse los ojos, dar la media vuelta y
exigirle que se adecentara? Pero no hizo nada.
—El dueño de esta propiedad ha sido generoso en darme un sitio
para dormir, le ayudo con los caballos por iniciativa propia. ¡Es todo!
No soy un sirviente —explicó él.
Él desdobló las mangas, también añadió el gesto de introducir por
cada ojal hasta el último botón y buscó su chaqueta para
colocársela; pero Kate solo podía ver como esgrimían palabras
duras esos labios llenos y bien delineados, rojos como el granate.
Ese acento no le pasó desapercibido, era bastante marcado.
—¿Escocés? —preguntó por curiosidad casi segura de no
equivocarse.
—¿Inglesa? —devolvió con otra pregunta.
Las mejillas de Kate ardieron ante la insolencia. Dialogar con el
sujeto se estaba volviendo un tormento. ¿De dónde lo habría
sacado Blake?
—No tiene que ser hostil. No quise ofenderlo —titubeó, pero
parecía que hablaba consigo misma y no quería o «no podía»
mirarlo sin quedar en evidencia. Cada rasgo de ese hombre, cada
detalle que escrutaba la ruborizaba, la hacía sentir indecente.
Nunca se había puesto tan nerviosa ante la presencia de un
espécimen del sexo opuesto; al contrario, solía retarlos y dejarlos
con dos palmos de narices cuando daba rienda suelta a su agudo
ingenio. El desconocido tenía una estatura que imponía y una
mirada penetrante que la incomodaba. Y su voz, ese tono hosco
provocaba que su estómago se contrajera y su garganta se cerrara.
¿Qué le estaba sucediendo? ¿Por qué reaccionaba con tanta
vulnerabilidad ante él? Quiso achacárselo a sus nervios que habían
sido expuestos y crispados por la «discusión» con su abuela.
Era el hombre más atractivo que había visto en su vida, y no era
que poseyera una hermosura despampanante, pero emitía una
fuerza invisible que estaba causando un desorden en su habitual
compostura. Seguía mirándola retadoramente con esos ojos de
halcón, advirtiendo que ni sus modales, ni su altivez, ni su pomposa
ropa de montar hacían mella en su seguridad.
Kate continuó escudriñándolo con disimulo. No estaba bien visto
que una joven dama contemplara directamente a un hombre. Por el
rabillo del ojo, ella pudo detallarlo y hacer un resumen para luego
contarle a sus amigas. Era una conversación digna de extenderla
por semanas: mirada sagaz, larga melena batiéndose al viento...
Kate experimentó un sofoco ante su presencia que la abrumó por
completo. Sintió la necesidad de abanicarse con su propia mano
enguantada, lo que no hizo, sería insignificante en comparación con
la brisa matutina que soplaba en ese frío mes del año. Por nada del
mundo haría el ridículo frente a ese altanero.
—La perdono —reconoció el extraño con dignidad.
—¿Cómo? —Ella estuvo a punto de ofenderse, ¿cómo se atrevía
ese hombre a creer que podía «disculparla»? Indignada sacudió la
cabeza para despejarse del efecto que el susodicho le causó ante la
primera impresión y se puso a la defensiva.
—¡Para demostrarle mi condescendencia le ensillaré su caballo!
—ofreció magnánimo extendiendo una mano.
—Mi silla tiene mi nombre grabado, no es de amazona.
Él la miró con un atisbo de curiosidad.
—¿Cuál es su caballo?
—El blanco —contestó con una mueca, aún pasmada y sin poder
reaccionar con propiedad.
—¡Crabbit! —siseó en escocés y Kate no le comprendió, pero por
su tono supo que no era algo amable.
—Explíquese.
—Quise decir «El gruñón». ¡Claro! —bufó divertido el grandullón
—. Ya lo entiendo.
—No le llame así, no tiene el mejor carácter, pero es fuerte,
rápido y tenaz. ¿A qué se refiere con que lo entiende? —Estaba a
punto de darle el mentado patatús al que a veces recurría su abuela
para salirse con la suya.
—No puedo decirlo en voz alta, no es propio delante de una
dama —jugó él. Su boca era afilada como una espada, pero
ocultaba en sus ojos una sonrisa llena de ironía.
Kate estaba a punto de perder el control. Respiró hondo para
serenarse.
—Hágalo, se lo exijo y lo eximo de cualquier falta de tino. —
Estaba muy exasperada, pero todavía era capaz de contenerse.
—Supongo que a cualquiera se le agria el carácter si tiene que
cargar con una damita tan demandante —expuso jocoso, pero de
inmediato se arrepintió, recordó la sensibilidad de las inglesas ante
las bromas que las atañían.
—¡Dormirá fuera de la propiedad si alguna frase similar sale de
su boca de nuevo! ¿No sabe con quién está hablando? Soy la
hermana de quien le ha dado techo. —Su agudo intelecto fue
opacado por la mezcla de humores que el susodicho había alterado
en su interior.
—No quise ofenderla —bramó parco.
—Para no pretenderlo fue muy claro e insistente —chilló
totalmente fuera de sí.
—Usted hizo la pregunta y le recuerdo que me eximió previo a mi
observación.
—¡Deme a mi caballo!
—¿Se lo llevará sin ensillar? —masculló.
—Haga los honores, sea útil para algo. —Jamás había sido tan
humillada. Odiaba haber perdido su elocuencia, su picardía, su
gracia para departir en un diálogo agudo. Lo responsabilizó, él la
había fustigado con su perversa calma hasta que la propia Kate
quedó en un estado en el que ni ella misma se reconocía.
Tuvo que soportar que el mentado «huésped» tardara una
eternidad mientras preparaba al corcel, se notaba que el hombre
estaba ocultando muy mal las ganas de reír a costa de Kate. Sin
lugar a duda, aquel se estaba divirtiendo a sus anchas, ¿cómo
podía ser tan cruel? ¿Más con una dama?
Kate elevó la nariz al cielo ante tales circunstancias incómodas.
Su día había empezado mal, pero después había empeorado.
—Aquí tiene a Crabbit —se atrevió el hombre a retarla con la
mirada altiva que comenzaba a fastidiarla de un modo poderoso.
¿Quién era ese individuo y por qué Blake había sido tan
hospitalario con ese hosco y salvaje personaje? Bueno, Blake era
magnánimo con todos y con cada cosa que hacía.
—Recuerde mi advertencia —reprendió porque si se quedaba
callada estallaría en mil pedazos. Era arrogante, belicoso y
maleducado—. No se queje cuando se congele hasta el último
hueso si tiene que dormir a la intemperie. Parece que va a nevar.
—No sería la primera vez, puedo sobrevivir a ello. Usted no se
aleje demasiado, no creo que tenga la misma suerte.
Capítulo 2

Alexander MacRury, Alec para su familia y sus amigos, apretó la


mandíbula cuando la joven dama inglesa salió a todo galope. Se
enojó por la forma en que se dirigió a él, le enervó que acelerara el
caballo sin previamente calentarlo, odió que interrumpiera su
monólogo interno cuando ya estaba muy iracundo reclamándole a la
vida por su desventura.
Aún no sabía cómo demonios se había dejado convencer por su
tía Edine de acudir a Inglaterra a buscar esposa, y menos cómo
había accedido a ser asesorado, auxiliado, o lo que sea, por una
dama estirada, pomposa y de mirada orgullosa como la duquesa
viuda de Pemberton. ¡Sí que había sido un suplicio encarnizado
pararse frente a aquella! Quien habría preferido —según Alec— que
se postrara en el suelo para agradecer por aceptar apoyarlo en
«esas condiciones».
La duquesa viuda le había dicho con la ceja levantada, a punto
de rechazar el encargo que venía de la mano de Edine MacRury,
una amiga muy querida, por quien hacía semejante excepción:
—Tu aspecto deja mucho que desear. Necesitas un ayuda de
cámara y unas tijeras con urgencia.
—Si me trae un ayuda de cámara y se atreve a tocarme una sola
vez lo echaré a patadas —protestó mordaz.
—Al menos debe permitir que el ayuda de cámara de mi nieto le
afeite y le corte esas… greñas —Tosió incómoda ante la insolencia
de ese muchacho. Aunque no abriera la boca y se quedara más
callado que una tumba gritaba: insolencia, arrogancia y…
salvajismo. ¿Cómo es posible que fuera el primogénito de un
conde?
—La tijera y yo no nos llevamos bien —debatió pensativo. De
verdad que a la viuda le gustaba insistir o quizás solo lo hacía para
fastidiarlo hasta que se cansara y saliera huyendo de vuelta a
Escocia.
—No lo dudo, la pobre tijera debe temer que si se acerca a esa
melena de león terminará con el filo hecho mellas —arremetió con la
nariz arrugada.
Alec estuvo a punto de incinerarla con la mirada, pero se contuvo;
no quería que su tía se avergonzara de su proceder.
—Sin tijeras, ¿de acuerdo? —se limitó a decir.
—Repasemos mi lista: aspecto desaliñado y un tanto bárbaro,
vocabulario mordaz, educación que deja mucho que desear…
—Me educó mi madre, no las hadas del bosque… —rezongó.
—¡Qué bueno saberlo, creí que había sido criado por una
manada de lobos salvajes! Continúo con mis anotaciones:
educación que deja mucho que desear, temperamento impulsivo.
¿Baila?
—Solo si estuviera demente —insinuó sorprendido por semejante
requisito para casarse.
—Bailar es una actividad socialmente aceptable, muy útil para
conocer a una dama refinada. Agregaré que tiene dos pies
izquierdos y tendré que conseguir a un alma caritativa que le enseñe
a moverse con gracia.
Una risita sarcástica se le escapó a Alec, solo eso le faltaba, que
terminara removiéndose como un urogallo en pleno cortejo.
—No necesito una señorita refinada, solo respetable, decente —
rectificó.
—Lo añado a la lista: aspiraciones… bajas —agregó con ironía
Augusta—. Su tía me había solicitado todo lo contrario, pero pedirle
a una jovencita distinguida desposarlo y acompañarlo a vivir a ese
sitio de donde quiera… que usted ha salido…
—De Escocia —interrumpió.
—…sería como aniquilarla en vida —lo regañó con la mirada por
interrumpirla, estuvo tentada de pegarle en la cabeza con la pluma,
pero habría sido inútil, no le haría escarmentar; definitivamente
necesitaba una vara para corregirlo—. Las Highlands y la sangre de
antepasados muy belicosos corriendo por sus venas, pinta un
cuadro grotesco.
Alec rio por lo bajo, las mozas que habían gozado bajo el peso de
sus pectorales nunca habían puesto reparos ni a lo hosco, ni a lo
grotesco, ni a lo salvaje.
—Siga, excelencia, quiero terminar este asunto cuanto antes —
murmuró hastiado.
—Concuerdo con que conformarse con una señorita discreta y
decente es más que suficiente, o tal vez lo único que podrá
conseguir —musitó lo último entre dientes.
Alec arqueó una ceja y resopló como un caballo.
—¿Y supongo que con una dote sustanciosa? Si la joven carece
de otros talentos, una dote puede suplir sus limitaciones.
—La dote no es importante para mí —precisó mirándola
extrañado, para los ingleses el dinero y el matrimonio iban de la
mano.
—¡Oh! Debo admitir que lo que usted tiene de irreverente lo tiene
de sensato, y eso me facilita la labor.
—Och aye —dijo «sí» en escocés y Augusta alzó aún más la
ceja, casi se le quiebra por la parte angular.
—Una señorita discreta, decente y caída en desgracia
económica, o sea, pobre —carraspeó convencida de que podía usar
una palabra menos peyorativa, pero Alec la impulsaba a desatar su
lengua más de lo prudente—, seguro se casaría con usted con tal
de librarse de un destino incierto como solterona. ¡Aunque de estar
en los zapatos de esa candidata que hemos esbozado no sé si
preferiría morir sin esposo o descendencia! En fin, la elegida podrá
juzgarlo por sí misma y tener la última palabra. Quizá le interese —
dijo señalándolo con la pluma— todo eso que usted puede ofrecer.
—Entonces ya quedamos en que buscará para mí una joven
reservada, decorosa, honrada y de buen corazón.
—Buen corazón. ¡Vaya si me deja estupefacta, lord MacRury!
—El dinero no define quienes somos.
—¡Y lo presume nada más y nada menos que un futuro conde!
Siéntase como en casa, yo me daré a la tarea de endulzar un poco
sus características antes de presentárselas a la madre de alguna
joven casadera y esperemos que tengamos suerte.
—Con esa forma tan sutil y amable que ha utilizado para
describirme supongo que las familias más respetables terminarán
por salir huyendo —expresó con una mueca—. ¿Está segura de que
puede conseguir una esposa para mí? No soy amigo del
matrimonio, si me he dejado conducir como cordero al matadero ha
sido solamente por no romperle el corazón a mi querida tía Edine.
Habría sido más fácil elegir a una joven de una familia de la región.
—Tengo entendido que las señoritas casaderas de los
alrededores de su morada no estaban eufóricas ante la sugerencia
de elegirlo para el puesto de «pretendiente» —recordó con un
mohín.
—Más bien sus familias, las jóvenes parecían entusiasmadas —
aclaró sobrado de ego. Las jóvenes casaderas solían derretirse ante
sus atenciones, pero las matronas las obligaban a huir muy lejos de
Alec.
—Supongo que no pensaban con… absoluto criterio y buen
juicio.
—Criterio y juicio no son los mejores consejos a la hora de elegir
esposa. No creo que calienten el lecho, más bien lo enfriarían —se
mofó y logró escandalizarla por su falta de cortesía delante de una
duquesa.
—Si elige espoleado por la pasión y obnubilado por los dictados
del corazón, se puede esperar un fracaso estrepitoso —lo sermoneó
con estilo.
—¡Oh no! Es suficiente martirio tener que condenarme a una sola
mujer… No puedo casarme con una que me deje como un témpano
de hielo.
—Me pasma saber que tiene intenciones de serle fiel, después de
todo su discurso pendenciero.
—Tuve madre y tengo tías, en mi código de honor lo primero es el
respeto hacia la mujer.
—Usted es una extraña caja de sorpresas. ¿Entonces añado a la
lista que sea hermosa?
—No sé si hermosa para todos, pero sí que me lo parezca a mí.
La mujer que despose debe hacerme sentir calidez cuando la mire...
—dijo emocionado, algo que realmente lo motivaba de todo el
enredo del matrimonio.
—¿Deseo, lujuria? —La duquesa lo interrumpió. Estaba a punto
de buscar una vara para darle una lección. Le había tocado todo tipo
de sujetos difíciles para emparejar, pero Alec era insalvable—.
¿Usted está seguro de que ha venido a mi puerta a buscar una
esposa? Tal vez la razón de sus pesquisas está en un sitio menos…
honorable.
Augusta tuvo que abanicarse profusamente con la mano. Ese ser
libidinoso corrompería a la jovencita que condujera al altar, ya se
estaba arrepintiendo de condenar a un alma a compartir su vida con
él.
—Mi corazón me avisará cuando vea a la indicada. Usted limítese
a los requisitos de mi lista.
—No será difícil, no es muy exigente —se mofó—. Lo complicado
será que la familia de la muchacha, por muy desesperada que esté,
acceda a dejarla en sus manos.
—Eso también será muy fácil —dijo orgulloso y confiado—. ¿Me
permite el papel y la pluma?
La duquesa viuda hizo un gesto de espanto, y se quedó atónita
cuando Alec le quitó la hoja para observar con una mueca las
anotaciones de la dama. Negó contrariado e hizo correcciones que
dejaron a la duquesa patidifusa.

Aspecto desaliñado varonil


Un tanto bárbaro Valiente
Vocabulario mordaz interesante
Educación que deja mucho que desear familiar
Temperamento impulsivo apasionado
Sin habilidades para bailar: posee dos pies izquierdos
Con habilidades para la caza, la pesca, la doma de
caballos, el uso de armas blancas y de fuego

—¿Ya terminó de garabatear? —indagó la dama con la paciencia


a punto de extinguirse, algo que también le sorprendía.
—Aye —afirmó y lo reforzó asintiendo.
La duquesa tomó el papel en mano cuando Alec se lo devolvió
después de trazar con una caligrafía casi perfecta cómo se percibía
a sí mismo, que distaba de los reproches con que lo había calificado
y abatido la duquesa viuda.
—Verá que ahora, su misión será más sencilla —la animó él.
—Debo tener éxito, se lo debo a mi querida Edine —agregó con
resignación, la misma que sentía Alec. No les quedaba más que
trabajar orientados hacia un propósito común, si deseaban tener
éxito.

Alec sacudió la cabeza y dejó de lado la charla de recibimiento


que le había dado la duquesa viuda el día anterior y volvió a pensar
en sus circunstancias, en las que había estado reflexionando
cuando Katherine Basingstoke apareció para exigirle que le ensillara
un caballo. Se rio por lo bajo de los mohines que había hecho la
joven. Tal vez su carácter no le ayudaba con las damas de sociedad,
su tía lo había sermoneado en varias ocasiones por eso. Pero no
quería cambiar. Las personas con aspiraciones banales y con la
cabeza en las nubes lo desesperaban, ello lo empujaba a intentar
sacarlos de quicio. Un rasgo que se había prometido cambiar, pero
que con Katherine había fallado.
Negó solo de pensar que todas las inglesas casaderas fueran así.
¿Cómo había sido tan débil ante la súplica de su tía y había
accedido a hacer un «buen» matrimonio, según el criterio de Edine?
Para él hubiese bastado una muchacha con un alma honrada y que
al mirarlo se le clavara dentro como un cuchillo afilado previamente
calentado por el fuego.
Alec había crecido como un bastardo —eso le había dicho su
madre cada una de las veces que preguntaba por su origen—,
escondido y apartado del mundo. ¡Y había sido inmensamente feliz
como hijo natural con su adorada progenitora, hasta que ella le
reveló la verdad acerca de su procedencia!
Esa mujer que lo había protegido con valentía: su madre, era una
mujer llena de bravura. Con Alec en brazos había abandonado la
mansión familiar y escapado de su abusivo esposo, jamás soportó a
ese ogro ni inclinó la cabeza ante él.
Amanda y su bebé no se refugiaron en el hogar materno, los
padres de ella la habían orillado a aceptar al oscuro conde de
Draymond, quien no dudó en tomarla sin contemplaciones la noche
de bodas y tantas otras hasta que quedó embarazada. Luego buscó
queridas, según él hasta que la criatura naciera, lo que hizo feliz a
Amanda durante nueve meses. No le importó con tal de tener a
Draymond lejos de su lecho.
Cuando Alec nació y el conde retomó los deberes conyugales,
Amanda intentó resistirse. No lo toleraba y no era una mujer sumisa.
Su renuencia trajo castigos. Tuvo que huir antes de terminar muerta.
Y se llevó a su hijo consigo.
Alec creció en el campo, en viviendas sencillas, sin los lujos
acordes a su rango; pero nunca había sido tan pleno. Su madre era
todo para él. De continuo tenían que abandonar el sitio donde se
ocultaban, pero siempre había alguien dispuesto a tenderles una
mano, como si un ángel del cielo velara por ellos. Con los años, Alec
descubrió que era la tía Edine, que afligida por su suerte buscaba la
manera de enviarles ayuda y aliados.
Eso fue así hasta que su padre dio con su paradero a los doce
años. Ahí empezó el verdadero calvario de su vida. De continuo oía
murmuraciones de que no era hijo del conde, que había sido
producto de la traición de su madre a su esposo y que por eso la
condesa había escapado.
Elliot MacRury, conde de Draymond, siempre le dio el lugar de
primogénito y heredero, pero el estigma de bastardo —aunque no lo
era— no se lo quitó nadie. La huida de su madre fue la causa de
que un halo de vergüenza lo siguiera a todas partes mientras crecía.
Nunca le importó, odiaba a su padre y lo hizo cada día más al
conocerlo y tener que vivir bajo su mandato.
Al llegar a la adultez todo empeoró, ya no solo lo llamaban
bastardo a sus espaldas, el rumor de que no era hijo del conde se
extendió peligrosamente, para la familia se volvió una misión de vida
o muerte limpiar la imagen del primogénito.
Los cuchicheos desatados lo habían llevado a Inglaterra a buscar
esposa. En su círculo solían tratarlo como a un repudiado, más con
su padre al borde de la muerte. Este le había exigido que se casara
antes de sucederlo. Él se había negado con rebeldía, hasta que con
veintiocho años entendió que necesitaba perpetuar su linaje, si
quería que sus hijos lo sucedieran a futuro.
Desposarse con la hija de una familia respetable lo ayudaría a
asumir sus responsabilidades cuando su progenitor abandonara
este mundo, contribuiría a que su gente lo aceptara, como lo que
era: el heredero.
Todos los MacRury estaban de acuerdo en la urgencia de redimir
a Alec ante los suyos. Elliot, y también, Edine y Gregor, los
hermanos del conde en orden de nacimiento.
Alexander pensó en su madre y en su despedida, volvió a sacudir
la cabeza y sorbió por la nariz. Una lágrima insistente quería salir de
uno de sus ojos, pero no se lo permitió. Alec se había jurado con
doce años que jamás volvería a llorar.
Trató de pensar en algo más alegre, como en tomar sus
pertenencias y renunciar al absurdo plan de casarse con quien lo
emparejara la duquesa —podía procurarse una esposa sin la
intervención de una casamentera—, cuando su tranquilidad fue
interrumpida.
Un lacayo que casi se calzaba las botas de montar, apareció de
la nada. Alto, pero no tanto como Alec, de unos cuarenta años, flaco
y de aspecto impecable.
«¿Y ahora?», se preguntó.
—¿Ha visto a lady Katherine Basingstoke? —masculló el hombre.
—Aye, acaba de pasar por aquí.
—¿Adónde ha ido?
—Salió deprisa en su caballo.
—¿Sin esperarme? —inquirió poniéndose pálido el hombre.
—Pues parece que sí —contestó alzándose de hombros.
—El duque me va a moler a palos. La joven dama no puede salir
sin escolta. ¡Jamás! Son las palabras de su excelencia. Nunca ha
contravenido esa regla.
—De haberlo sabido no le habría colocado la silla a su corcel —
emitió con un bufido.
—Mi puesto pende de un hilo. A usted tampoco le irá bien si el
duque descubre que fue su cómplice —dijo en un tono que sonó a
regañina.
—¿Cómplice de lady Katherine? —cuestionó asombrado,
mirando al larguirucho que estaba a punto de hacer un drama.
—Usted ensilló su caballo, ¿no? —instigó alzándose de hombros,
tratando de repartir las culpas.
—Pero, ella… —Se quedó sin palabras.
—Milady es convincente, pero jamás se debe ir en contra de las
órdenes del duque para obedecerla.
—Muchacha astuta —masculló entre dientes. Lo que le faltaba,
enemistarse con el duque de Pemberton, la única persona que le
agradaba en la familia Basingstoke.
—¡Le pido que me ayude a dar con ella antes que sea demasiado
tarde! —suplicó desesperado el lacayo.
—Pero yo… —Intentó negarse.
—No quiere ser responsable de lo que le ocurra a lady Katherine
si el animal se tuerce una pata y cae del caballo.
—Pero sí que te empeñas en ver el lado malo de las cosas.
¿Podrías ser menos pesimista…?
—Sadler, soy Tom Sadler.
—¡De acuerdo, te acompañaré, Sadler! Dos pueden tener mejor
resultado que uno.
Capítulo 3

«¿Qué tiene el extraño mozo de cuadras de mi hermano? ¡Cierto!


No es un sirviente, aunque se comporte como uno», siguió rumiando
enfadada. «¿Por qué me hace temblar?», se preguntó incómoda
con su comportamiento, lo que la llevó a repasar sus palabras y el
modo de tratarlo. No le gustó nada su proceder, ella no era así, al
contrario, todos decían que Kate era dulce, educada, madura.
Debía enmendar su imagen con el sujeto, no podía permitir que
abandonara la propiedad llevándose tan mala impresión de ella. Eso
no quería decir que pasara por alto sus descortesías; pero, aunque
el hombre dejara mucho que desear, no podía emularlo. No era
propio de una Basingstoke.
Tampoco se engañaba, sabía que aquel la había impresionado;
jamás le había ocurrido con otro varón. Aunque no fuera un sirviente
tampoco era un exponente de la nobleza y bastaba para que dejara
de dedicarle sus pensamientos. No llegaría a ningún lado repasando
sus rasgos, los que se habían grabado en su retina y clavado en su
memoria.
Le parecía muy atractivo, incluso con su lánguida cicatriz, con su
mata de pelo rebelde y despeinada, con sus manos rudas, con su
arrogancia en la voz y las palabras…
Agitó más al caballo y dio rienda suelta al galope para
desembarazarse del incómodo calor que la recorría, ni siquiera la
fría mañana lograba refrescarla. Se sentía pecaminosa por
memorizar esa nariz altiva, esos labios suculentos como una
apetecible manzana, esos pectorales lascivos que vislumbró antes
de que cerrara con rapidez su camisa. ¿Quién era ese hombre y por
qué Blake le había dado hospedaje?
No tenía cara de comerciante, ni letrado, había hablado de
animales y caballos, seguramente a eso se dedicaba. Un hombre
rudo de campo, eso parecía. El calor la invadió aún más, ni siquiera
en sus primeras temporadas danzando en brazos de marqueses,
condes y duques jóvenes y galantes se había sentido tan afectada.
Debía ser porque conocía a la mayoría.
Muchos de los que la pretendían habían sido compañeros de
estudios o conocidos de su hermano, de los que había escuchado
hablar por Blake o sus amigos, por eso no se decantó por ninguno.
No encerraban ni un atisbo de curiosidad, no podía verlos con esos
ojos, con los que había escudriñado al «intruso arrogante», del que
sentía la rara necesidad de desentrañar todos los secretos.
Con enormes deseos de investigar, aunque fuera un completo
desatino, decidió volver. «Desatino», porque no eran de la misma
posición, era evidente que el escocés era un plebeyo con el que
Blake posiblemente tendría algún trato de negocio menor. Si su
hermano o su abuela la descubrían en esas andadas se llevaría un
sermón de varias semanas, no le importó, sabía con quien podía
contar para descubrir el misterio: Agatha.
La segunda vez en su vida que escuchó la palabra amor fue en
voz de la fiel doncella. La había sorprendido hacía cinco años en
una posición muy comprometedora con Tom Sadler, uno de los
lacayos de más tiempo en la propiedad. ¡Y sí que había sido
bochornoso!
Si dicha aventura que dañó para siempre los ojos castos de Kate
hubiera llegado a oídos de Augusta… ¡Madre mía! A pesar de todo
el agradecimiento y el cariño que le tenían a Agatha no la habrían
perdonado. Corromper así la inocencia de una joven dama.
Por supuesto que las mejillas de Agatha quedaron más rojas que
dos tomates cuando fue sorprendida siendo agasajada con
vehemencia por Sadler, con las faldas por encima de su cintura. Y
aquel con los pantalones arriba, pero descompuestos, se friccionaba
contra la doncella.
Cuando Kate casi se desmaya al encontrarlos a ambos, in
fraganti, se acomodaron las vestiduras y los peinados con prisa.
Sadler quedó más blanco que la leche, pálido, con aspecto casi
mortuorio, seguro de que sería despedido en el acto.
Agatha completamente ruborizada había pedido disculpas a su
damita de todas las formas posibles; pero Kate, siempre madura
para sus quince años le había pedido calmarse, dueña de la
situación.
Tanta información de golpe entrando por todos sus sentidos
ameritó explicaciones de varios días, Kate juró guardar absoluto
silencio si todas sus dudas eran aclaradas. Y sus preguntas fueron
en aumento, como si hubieran destapado ante sus ojos la caja de
Pandora.
Resultaba que Agatha y Sadler se amaban, pero no se casaban
por diversos motivos, que a ella no le correspondía juzgar y por eso
vivían «su romance» a escondidas.
Pero aquella pasión, jamás se borró de su memoria… Y no se
veía capaz de vivirla con ninguno de sus pretendientes… Solo de
imaginarse en una situación similar con alguno, las náuseas se
apoderaban de ella.
Ese era uno de los sórdidos secretos que guardaba Kate, que la
habían marcado de cierta forma. Otro, más doloroso era la culpa.
Aunque habían tratado de suavizárselo, Kate sabía que la causa
de la muerte de su madre había sido su nacimiento. Era algo que no
podía hablar con su abuela, menos con Blake porque ambos sentían
mucho dolor cuando se hacía referencia a ese recuerdo. Jamás se
hablaba en voz alta de lo que había arrancado a Anna Basingstoke
de la familia.
Pero su memoria se veneraba en la casa, su padre jamás volvió a
contraer matrimonio, y los retratos de la antigua duquesa adornaban
sitios especiales de la casa de campo y la de Londres. Solo había
elogios para Anna, quien murió joven y hermosa, dejando un
corazón roto que le juró amor eterno.
Su esposo, el duque, hubiera muerto de pena, tras su deceso.
Pero tenía dos poderosas razones para levantarse cada mañana y
luchar: Blake, su valiente heredero y la tierna y recién nacida Kate.
Augusta fue el pilar al que se aferró el duque, su madre fue un
valioso apoyo para él, hasta que creyendo cumplida su misión,
también se fue, se marchó para reunirse con su amada esposa,
dejando a Augusta, la roca de los Basingstoke, quien sobrevivió los
dolores y las tempestades que golpearon la casa ducal, la tarea de
velar por Blake y Katherine.
Cuando Kate pudo liberarse del flujo de sus pensamientos, y
decidió regresar a la casa para presionar a Agatha, con la intención
de que usara sus ardides para develar la identidad del forastero, se
dio cuenta de que se había introducido a uno de los bosques
adyacentes a la propiedad de su hermano.
El corazón le retumbó en el pecho y la invadió el temor por
haberse alejado más de lo que lo había hecho jamás.
—Blizzard, creo que es hora de regresar —le susurró al caballo
quien respondió con un suave relincho.
Casi etéreos copos de nieve comenzaron a flotar en el ambiente
hasta depositarse sobre su capa, la lustrosa piel del corcel y el
maltrecho sendero por el que cabalgaba.
—Volvamos sobre nuestros pasos, eso debe ser lo más
conveniente. Vamos, antes de que la nieve cubra nuestro rastro.
Elevó los párpados al cielo convencida de que su abuela se
enteraría de su «proeza» y de que le diría a Blake de inmediato.
¡Blake la iba a matar! Si sobrevivía jamás se volvería a alejar.
Su sentido de orientación solía ser medianamente decente, así
que, guiándose por las pisadas en el suelo, la vegetación y su
instinto creyó estar tomando el camino correcto. No obstante, se
arrepentía de haberse comportado como un infante y haber hecho
una pataleta. No debió salir sin Sadler, había sido un descuido
imperdonable.
Un ruido detrás de los arbustos la hizo ponerse alerta y al equino
también. Blizzard solía mover las orejas de un modo curioso ante el
peligro, lo primero que se le ocurrió fue que podría ser un animal.
Suplicó por que no fuera un jabalí furioso, con el frío deberían estar
resguardados. Luego le vino a la mente un zorro o una comadreja,
eran los que más problemas solían causar por esos lares. Se
afianzó en la silla y trató de calmar al caballo que comenzó a
ponerse más y más nervioso.
—Tranquilo —intentó apaciguarlo—. No podrá contigo eres
enorme.
Pero cómo convencería al caballo de que iban a estar bien.
Blizzard ya había tenido un encuentro funesto con una serpiente en
plena primavera, que lo había hecho ponerse en dos patas y casi
tirarla. Esa vez corrió con suerte. Sadler había logrado contenerlo
con presteza.
Blake había despotricado e insistido para obligarla a elegir otra
montura para sus paseos, pero Kate sentía fascinación por ese
diablo blanco, irritable, nervioso y caprichoso. No podía rechazarlo
solo porque no fuera lo suficientemente equilibrado. Blizzard quedó
huérfano tras nacer, como ella, jamás probó la leche materna, fue
una suerte que sobreviviera.
La cría de la yegua favorita de Labyrinth Manor, la que había
pertenecido a su progenitor, el caballo era idéntico a su madre. Para
Kate estar al lado de Blizzard era como tener un pedazo de su
padre, un poco de él. El anterior duque había sido tan amoroso, tan
comprensivo… Y ese caballo se lo recordaba, verlo le traía a la
mente la estampa de su padre orondo sobre Storm —la madre de
Blizzard—, como la pintura que adornaba una de las paredes de la
residencia.
A su caballo lo habían sentenciado a muerte, como a ella,
después de un nacimiento complicado. Todos pensaron que a Kate
le costaría vivir tras venir al mundo. Pasó lo mismo con el equino,
nadie confió en que sobreviviría, pero ella no lo permitió, no lo dejó
darse por vencido. Ayudada por un mozo de cuadra y Sadler lo
había sacado adelante, lo único que no había podido apaciguar
había sido su alma.
—Blizzard, calma —ordenó.
El enorme semental estaba asustado, ante el peligro le faltaba
valor y se ofuscaba. Cuando las ramas a su izquierda se agitaron,
Kate se llenó de valentía por los dos. No podía tratarse de una
comadreja, ni de un zorro, la agitación de las hojas avisaba de que
era un mamífero de mayor tamaño.
Fue una suerte que lo estuviera montando a horcajadas, y no
como solían hacerlo las damas. El propio Blake le exigía que lo
hiciera como un hombre, no le importaba los remilgos en ese
sentido de la sociedad, la seguridad de su hermana estaba primero.
Montar con ambas piernas distribuidas en los laterales del animal y
con los pies bien afincados en los estribos era lo más inteligente,
más si nadie pendiente de la etiqueta la estaba mirando.
No se dio el lujo de temblar, debía mantener la mente fría para
sacarlos a los dos de esa dificultad. En fracción de segundos, miles
de ideas pasaron por su mente. «Es un ciervo, ¿qué otro animal
grande habría por aquí?», se dijo para tranquilizarse. No quiso
pensar en algo más peligroso, trataba de infundirse serenidad.
Cuando un hombre de unos treinta años salió tras el arbusto soltó
el suspiro que se le había quedado atorado en la garganta. «¡Solo
es una persona!», recobró poco a poco el color de su semblante,
pero Blizzard no se quedaba quieto.
El sujeto se alzó las solapas para protegerse del frío, llevaba un
gorro metido hasta la frente, cuya visera no dejaba verle los ojos. Se
veía de gran estatura y corpulento.
—¿Se encuentra bien, señorita? —No la conocía o le hubiera
dado el tratamiento acorde a su rango.
—Sí, gracias, ya voy de regreso.
—¿Seguro? Parece perdida. Puedo ayudarla.
El hombre con una mano a la altura de las cejas se protegía de
los copos de nieve, que aumentaban su número y frecuencia, lo que
le hacía más difícil a Kate poder ver su cara y su expresión.
—No es necesario —aseveró.
La tranquilidad inicial tras descubrir que no era un animal
trastabilló cuando el sujeto caminó hasta Blizzard, intentando
tomarle las riendas.
—No lo toque —exigió Kate—. No le gustan los extraños.
—Supongo, pero el animal está muy agitado, podría hacerla caer.
—Si se retira del camino y me permite proseguir, se calmará.
—No puedo dejar a una damisela en apuros.
Y mientras el hombre se aproximaba, otros dos individuos con
cara de rufianes salieron tras los matorrales. Kate sintió un
escalofrío recorrerle la columna vertebral. Todas las advertencias de
su hermano de no salir sola a explorar la región hicieron implosión
en su cabeza, la situación era riesgosa por donde quiera que se le
mirara, casi que habría preferido enfrentarse a un animal salvaje.
Por eso Blizzard estaba tan agitado. En la sonrisa de uno de los
bandidos brillaba un diente de metal y en las manos del otro un
cuchillo afilado.
El primero, que parecía el cabecilla era de mejor apariencia y
trataba de hacerla confiar, pero ni el ser más incauto creería en las
buenas intensiones de ese grupo. Lucían como la peor banda de
delincuentes.
Cuando el líder se acercó a Blizzard, este en un intento de
defensa se paró sobre las patas traseras y golpeó con los cascos
delanteros al rufián, dejándolo inconsciente en el acto. Kate se
afianzó con las piernas sobre la montura, tensando cada uno de sus
músculos y cuando el caballo volvió a afincarse al suelo, lo instó
para huir.
Un disparo sibilante y un grito amenazador la convencieron de
abortar su intento de escapar. Blizzard, asustado por el estruendo,
volvió a elevarse y esta vez Kate ya no pudo mantener el equilibrio,
cayó de espaldas peligrosamente.
Aturdida, sacudió la cabeza, con las carcajadas de los
delincuentes retumbando en su mente. No se permitió sentirse
intimidada, ni pensar en la suerte que correría en sus manos. Hizo el
recuento, un atacante caído, dos se le acercaban de modo
amenazante. Mareada como estaba no se podía poner de pie para
huir. Lo intentaba con todas sus fuerzas, pero el equilibrio le fallaba.
El jefe de los matones estaba fuera de combate. Blizzard se había
encargado.
—Aléjense de mí, si me tocan un cabello pagarán con sangre
cada ofensa.
Blizzard no dejaba de resoplar alterado cerca de ella, intentaba
defenderla, pero por su enorme tamaño y su descontrol, podía
pisarla y dejarla más adolorida. Katherine hizo un gran esfuerzo por
levantarse, si lo lograba y se subía al lomo del animal aún podría
huir.
Con trabajo se despojó de su pulsera y sus anillos, se los lanzó y
cayeron a los pies de los bribones. Lo hizo para ganar tiempo y con
la esperanza de que la dejaran en paz.
Los canallas se abalanzaron como posesos sobre las prendas,
estudiando su autenticidad y valor.
—¿Zafiros? —indagó uno.
Kate casi se mordió la lengua para no escupirles su odio, era la
pulsera de su madre con zafiros incrustados, al que estaba
estrechamente apegada; pero ninguna posesión material —ni
siquiera sentimental— valía más que su vida.
—Gracias, señorita, por su generosidad. Jamás pensamos que
en pleno bosque nos encontraríamos con semejante botín, hembra
incluida. No vamos a dejarla ir sin divertirnos un rato y si se porta
bien, tal vez nos la quedemos una temporada. Su suerte, muchacha,
va a cambiar. Cuando nos cansemos, quizás pidamos un rescate;
aunque no sé si su familia va a quererla de vuelta cuando
terminemos con usted.
Las últimas frases le pusieron a Kate los pelos de punta. ¿Qué
quería decir el maldito?
Cuando el del cuchillo en mano se acercó lascivamente a ella e
intentó levantarla, Blizzard se colocó entre ambos golpeando las
patas contra el suelo, amenazante, exigiendo la retirada de los
agresores.
—¡Bestia del demonio, quítate! —gritó el atacante.
—Muévete —le siseó el otro a su amigo—, pensaba quedarme
con el ejemplar; pero no creo que quiera acompañarnos. Es tan
obstinado como su dueña. Quítate, le dejaré una bala entre los ojos
para que aprenda quien manda.
—¡No! —gritó Kate conmocionada y trató de espantar a su corcel
para que escapara lejos de ahí—. ¡Vete, Blizzard! ¡Huye!
Contuvo el aliento cuando el bandido activó el gatillo, y gritó
cuando el sonido seco del plomo cimbró el bosque. El caballo
relinchó despavorido, amenazando con patear a Katherine sin
proponérselo.
Ella, con dificultad, se puso de pie para alejarse de los frenéticos
movimientos de Blizzard. El blanco pelaje no tenía manchas de
sangre. La respiración acelerada de Kate volvió a recuperar su
habitual ritmo al comprender que el tiro no lo había impactado, había
salido por el aire.
Un hombre enfundado en una chaqueta negra forcejeaba con el
canalla de la pistola. Kate se recostó a un árbol para mantenerse de
pie, mirando desde el defensor salido de la nada —que luchaba con
el hombre armado— al otro delincuente, que no sabía si socorrer a
su compinche o ir tras ella.
Kate no tardó en reconocer al escocés del establo, su melena
oscura y salvaje le daba un aspecto diabólico. Su mirada era
amenazante y tenía grabada la palabra «muerte».
Sadler también había arribado con él, pero tenía una expresión
indecisa, no sabía si también poner en su sitio a los ladrones o
quedarse solo de espectador. El escocés parecía arreglárselas muy
bien sin su ayuda. De una patada despojó de la pistola al malvado,
la que fue a parar al suelo, justo a los pies de Sadler, que la miraba
como un artefacto del demonio.
—Cógela por el amor de Dios —le ordenó el escocés, antes que
el otro bandido se hiciera con ella y aquel obedeció.
La dama con ojos asombrados vio como su defensor de un
brusco empujón, hizo girar hasta caer de bruces al asaltante. Lo
tomó por la solapa y sin contemplaciones lo golpeó en el rostro con
el puño repetidas veces, hasta que la sangre lo salpicó y se mezcló
con los blancos copos que se depositaban en el suelo.
—¡Basta! —gritó Kate horrorizada. Estaba convencida de que el
hombre iba a morir bajo las demoledoras manos de su salvador.
El otro sinvergüenza intentó darse a la fuga dejando a su colega
en graves problemas. Sadler lo pensó demasiado y no actuó. El
escocés que escuchó las pisadas del malandrín le tomó la
delantera, se volvió al atracador con una furia bárbara en el rostro.
—¿Me podrías volver a detallar todo lo horrendo que pensabas
hacerle a la dama, escoria putrefacta? —Su voz gutural haría huir al
más valiente guerrero.
Kate se aferró a la corteza del árbol y cerró los ojos cuando en
tres zancadas, el escocés alcanzó al repugnante malhechor y lo
molió a puñetazos. Uno, dos, tres… Cada uno más contundente que
el anterior, ese hombre iba a terminar muerto.
—¡Deténgase, es suficiente! Creo que ya aprendieron su lección
—aulló Kate aterrada. Jamás había presenciado tanta violencia.
—Esos sinvergüenzas la habrían matado ¿y usted pide
clemencia para ellos? —gruñó.
—No quiero que usted se ensucie las manos, ni que se convierta
en un asesino por mi causa…
La mirada de Alec sobre la muchacha hizo que un escalofrío más
intenso que el sentido previamente la recorriera, fue suficiente para
que ella entendiera que no era la primera vez que estaba en una
circunstancia similar y que no conocía la piedad.
Él dejó de golpear al hombre malherido, lo alzó en su hombro
como un costal de patatas, apiló a los atacantes uno sobre otro y
dijo:
—En ese caso dejemos que se ocupen las autoridades, demos
aviso.
—Por favor, no… Se lo suplico. Si mi hermano conoce lo que ha
ocurrido aquí… Creo que a estas alturas lo menos grave es que
Blake lo sepa. Me he perdido en el bosque, me he topado con esos
bandidos y ahora estoy sola en medio de la nada con usted. Sería
un escándalo que se contaría durante tres temporadas, se
convertiría en mi ruina. Será mi palabra contra las murmuraciones
del mundo.
—Su palabra contra las de un montón de ingleses… estirados,
cotillas y falsamente puritanos, entiendo que es complicado —gruñó
Alec.
El escocés dejó de reparar en el asunto y caminó hasta donde
estaba el corcel. Toda su ira se desdibujó de su rostro cuando
colocó una mano sobre la frente de Blizzard que resoplaba.
—Calma, wee Crabbit, calma —le dijo «pequeño gruñón» en
escocés suavizando su tono áspero de voz y el caballo comenzó a
resoplar cada vez más bajo. Luego se le acercó y le susurró
palabras en gaélico escocés que de su boca sonaban dulces y
hechiceras.
El caballo comenzó a serenarse.
—¿Cómo lo ha logrado? ¿Qué le ha dicho? —inquirió Kate.
—Que lo libraré de soportar a su imprudente dueña por un par de
semanas…
—Ni siquiera cuando me salva del mal puede permitirse ser un
poco más amable conmigo —refunfuñó.
—Esos hombres querían dañarla y mucho. Fue descuidado que
saliera sola a cabalgar al bosque y más con esta ventisca. Debemos
volver a la casa y ponernos a resguardo.
—No suelo ser imprudente, no pretendía alejarme —comenzó a
alegar en su defensa. Sentía la urgente necesidad de no quedar
como una chiquilla malcriada delante de ese hombre—. Estaba
pensando en mis asuntos y no me di cuenta de a dónde fui a parar.
—Muy irresponsable… —sermoneó.
Ella no siguió alegando, alzó los párpados y volvió a dejarlos caer
pesadamente, sus enormes pestañas le dieron una apariencia
inocente que terminó por hacer que algo se quebrara en el pecho de
bronce de Alec. Él no pudo terminar la frase, ya la había regañado
suficiente.
—Usted tiene razón, de no venir en mi rescate ahora Blizzard
estuviera herido o muerto, y yo… —Dos lagrimones enormes
bajaron por las mejillas de la muchacha y él se sintió nefasto.
—Dinnae ye greet. —No sabía qué hacer para calmarla, en ese
tipo de situaciones se sentía torpe, bruto e incómodo. No era tan
fácil como con el caballo. Se dio cuenta que no iba a entenderlo en
su lengua y repitió en el idioma de la muchacha—. No llore.
—Lo siento, debería estar dándole las gracias —dijo ella.
—No a mí, no fue mi idea venir en su rescate. Sadler, él es su
héroe.
Kate miró en dirección de su lacayo que se había petrificado ante
el despliegue de fuerza del escocés, pero reconoció su esfuerzo y
con un gesto le agradeció.
—Sadler —dijo Alec—, vaya por las autoridades
correspondientes. Dígales que salí a cabalgar, y que quisieron
robarme, así que no me quedó más remedio que defenderme. Solo
me atribuyo darle de baja a dos, el otro fue pateado por mi corcel.
Yo escoltaré a milady de vuelta a la casa. Si necesitan mi testimonio
iré cuanto antes. Omita la presencia de lady Katherine en todo este
lamentable asunto.
—¿Y si los atacantes delatan la presencia de lady Kate? —
cuestionó el lacayo.
—No creo que puedan hablar en varias semanas, ganaremos
tiempo para que su excelencia no reprenda a su hermana, creo que
ya ha recibido suficiente escarmiento.
—De acuerdo —contestó presto Sadler—. Agregaré que yo le
acompañaba, pero usted se encargó del asunto. Testificaré a su
favor.
—Esos delincuentes deben recibir su merecido, no queremos que
importunen a otras personas, menos a mujeres indefensas —
enfatizó Alec.
—No creo que les quede ganas de volver a las andadas, milord.
—¿Milord? —repitió ella confundida—. ¿Quién es usted? ¿Cómo
se llama? ¿Y qué asuntos lo han traído a tratar con Blake?
—Soy Alexander MacRury y no he venido a tratar asuntos con su
hermano. Solo dije que me ofreció hospedaje. Somos viejos
conocidos de Eton.
—¿Eton? Pensé que…
—¿Había sido educado por lobos salvajes?
—No, pero…
—Me escapé de Eton después del primer año, no pensó tan mal,
mis modales no son los más refinados.
En eso ella estaba de acuerdo, ni remotamente; pero justo en ese
momento era lo que menos le importaba. Necesitaba saber todo
sobre él.
—¿Entonces qué lo ha traído a Labyrinth Manor? —preguntó aún
más intrigada.
—Sus tratos son con la duquesa viuda —se entrometió Sadler.
—¿Con mi abuela? —inquirió sobresaltada Kate—. ¡Oh! ¿En
serio? ¡Ohhh!
—¿Qué? —preguntó ofendido Alexander, mientras se limpiaba la
sangre de los nudillos.
—Sé cuáles son las circunstancias especiales en las que mi
abuela asiste brindando su sabiduría, experiencia, habilidad y
conexiones. Usted no es ni de cerca con lo que está acostumbrada
a lidiar —dijo asombrada.
—Och aye —afirmó en un gruñido, en eso estaba en lo cierto—.
Quiero decir «sí».
La risita de Sadler a sus espaldas hizo que Alec pusiera cara de
pocos amigos de nuevo.
—¿Podría ir de una vez al pueblo, Sadler? No creo que los
ladrones puedan andar, pero tampoco nos confiemos —lo presionó
MacRury.
Sadler hizo una reverencia y se dirigió a su caballo.
Ella seguía mirándolo con miles de interrogantes en la cabeza.
Alec se acercó a las joyas en el suelo, las cogió y tras sacudirlas se
las entregó a Katherine.
Cuando las manos de él rozaron las enguantadas de ella, ambos
se miraron a los ojos por más de tres segundos y acto seguido
sintieron la acuciante necesidad de mirar hacia otro lado y tragar.
—¿No tiene frío en las manos? —preguntó ella para cambiar de
tema y él respondió con una mirada cauta.
—No tuve tiempo más que para ensillar un caballo.
—Gracias… por salvarme.
Ella suspiró tras recobrar la pulsera de su madre, luego reparó en
que el color de las piedras era del mismo tono de azul que los ojos
de él. Y ninguno se atrevió a hablar, ni a moverse, por unos
instantes.
Entonces, Alec rompió el silencio.
—Ya estoy lo suficientemente avergonzado por la indiscreción de
Sadler. No recurro a la duquesa viuda porque no tenga habilidad
para procurarme una… esposa… por mí mismo. Es solo que…
—Jamás lo juzgaría por… ¡Oh, no! No tiene que mostrarse
apenado. Si supiera la cantidad de caballeros que quieren ser
aconsejados por mi abuela y sus dotes de casamentera. Con la
única que no le han funcionado ha sido conmigo —añadió con una
tímida sonrisa y de inmediato calló. Se dio cuenta de que no era
adecuado.
—¿Usted no está comprometida? —carraspeó tras la
interrogación.
Ella volvió a mirarlo a los ojos y se limitó a negar con la cabeza.
—Deberíamos regresar y guarecernos. Si alguien se entera de
que estamos a solas…
—Ya lo sé, sería su ruina. Tomaré el cuidado de que entremos
con la debida distancia, pero no le quitaré los ojos de encima en
ningún momento.
—¿No? —preguntó casi cautivada.
—Quiero decir que me cercioraré de que llegue sana y salva.
—Oh, claro —musitó.
—¿Puede cabalgar? ¿Se lastimó?
—Quedé muy mareada cuando caí del caballo…
—¿Cayó del caballo? —indagó alarmado.
—Me siento mejor. Solo me duele un poco la cabeza, un costado
y… —No pudo mencionar la parte exacta.
Él exhaló con fuerza.
—Crabbit necesita entrenamiento, no debe jamás corcovear y
tirar a su carga.
—Esos hombres llevaron sus nervios al límite —lo defendió Kate.
—Es un caballo, lleva una carga preciada y debe ser más estable
—protestó soberbio.
—Se lo diré al mozo de cuadra.
—¿Cree que Sadler le guarde el secreto? Ya sabe… si alguien
supiera que está a solas conmigo… o lo sucedido con esos canallas
su reputación podría verse en entredicho.
—Sadler es leal.
—Con el duque…
—No abrirá la boca —aseveró.
—¿Por qué está tan segura?
—Solo lo sé —dijo sin atreverse a revelar que estaba en deuda
con ella, una gigantesca.
Él entrecerró los ojos para indagar más. Kate intentó proseguir y
avanzar hacia su caballo, pero tropezó con una piedra en el camino
y trastabilló. Antes de que él la socorriera ella se afianzó al suelo
con firmeza, dando a entender que podía valerse por sí misma.
Alec vio sus labios algo morados por el frío y le ofreció su
montura.
—Es más estable, yo iré en Crabbit, además ya le ofrecí un
trato…
—Deje de llamarle Gruñón en gaélico escocés.
—No, es solo escocés de las Tierras Bajas, disculpe la mezcla de
lenguas, mi madre era de las Lowlands y mi padre es de las
Highlands.
—Mejor solo hable la lengua oficial del reino, termina haciendo un
mezcla incomprensible.
—Solo usted se queja, a él le gusta —dijo señalando a un
Blizzard traidor que se veía muy a gusto con el gigante.
—Lo dudo. Además, no se deja montar por nadie que no sea yo.
Kate aceptó el cambio, caminó hasta el corcel que había traído a
MacRury y con ayuda de este lo montó. Cuando vio al escocés subir
de un salto a Blizzard, después de hechizarlo con sus palabras en
escocés, gaélico escocés o lo que fuera, tuvo que tragarse sus
palabras.
—En serio que no sé cómo lo logra. ¿Qué le dijo esta vez? —lo
cuestionó la muchacha.
—Solo le prometí unas zanahorias y un sitio cómodo para
guarecerse de la ventisca. Es un chico muy listo.
Kate lo miró aún más intrigada y lo siguió por el sendero, aún sin
poderse creer que Blizzard se comportara tan manso con aquel.
Capítulo 4

Alec no solía impresionarse con facilidad, pero por algún motivo,


recostado en la cama de una de las confortables habitaciones para
huéspedes de Labyrinth Manor no dejaba de pensar en lady
Katherine Basingstoke y la desventura de la mañana. Sus hoyuelos,
cuando sonrió tímidamente no se le salían de la cabeza. «Qué
criatura tan dulce a la vista, siempre que no abra la boca para
regañar», pensó.
Había tomado su almuerzo en sus habitaciones, pero esa noche
cenaría con la familia, pues los duques habían venido por el fin de
semana.
Cuando le hablaron para la cena con el duque de Pemberton, su
esposa Eleonora, y la duquesa viuda, llegó puntual. Echó de menos
a la mesa la presencia de lady Katherine. Le hubiera gustado verla
en un ambiente más civilizado, sin caballos, golpes y asaltantes de
por medio. Aunque él no era la personificación del civismo, le habría
encantado departir con ella en un escenario menos hostil. ¿Se
habrían lanzado indirectas mordaces? ¿O la dama reprimiría sus
incesantes reproches y argucias delante de su familia? ¿Cómo era
Katherine Basingstoke en realidad?
La familia disculpó la ausencia de Kate en el comedor, alegando
que la aquejaba un resfriado y él pensó que ella había urdido una
inteligente disculpa para recuperarse del mal rato sufrido tras la
caída. Rogaba a Dios porque estuviera bien de esta última. Había
corrido con mucha suerte, podían ser fatales.
—Sadler me comentó tu incidente durante el paseo matutino,
MacRury. Lamento tanto que, en las inmediaciones de nuestra
propiedad, hayas sufrido tan desagradable percance. Me gustaría
que habláramos al respecto, más tarde en mi despacho —sugirió
Blake.
—Por supuesto, Pemberton —aceptó.
Hacía tiempo que tenían negocios, los MacRury proveían por
años a los Basingstoke de caballos y otros animales, que era
básicamente a lo que se dedicaba la familia de Alec, a eso y al
comercio ilegal del whisky que ellos mismos producían en un
alambique escondido dentro de sus tierras.
Tras la convalecencia de su padre, Alexander cerraba los tratos
con Blake, muchos de estos se hacían en Las Highlands donde el
duque disfrutaba de la peculiar hospitalidad de los MacRury.
La relación existía desde generaciones anteriores, por eso
Augusta tenía una estrecha amistad con Edine, por ella había
conocido la delicada situación del heredero. Necesitaba una esposa,
una de cierta posición. A su padre le quedaba muy poco, a Edine le
preocupaba que las mentiras infundadas acerca de que Alec no era
hijo del conde, lo alejara de su herencia de sangre.
Lo mejor que les había ocurrido a las tierras MacRury había
llegado con Alec, desde que a sus doce años retornó al hogar que lo
vio nacer. Él se preocupaba genuinamente por sus arrendatarios,
por las cosechas, los animales y por la familia.
Sin embargo, una rama de los MacRury no lo aceptaba. Estos
pujaban porque el hermano menor de Alec fuera quien sucediera a
Elliot, el hijo del segundo matrimonio del conde. Por eso
necesitaban que se desposara con una dama inglesa, una de
apellido investido de poder, antigüedad y conexiones, que lo
ayudara a atravesar por esa sucesión de título sin que nadie
opacara su ascenso.
—Espero que te encuentres bien, lord MacRury —agregó
Eleonora devolviéndolo a la mesa.
—Que desafortunado incidente. Por suerte, nuestra Kate, no se
aleja demasiado en sus paseos. Justo hoy salió a cabalgar —
intervino Augusta con una sombra de preocupación en el rostro.
—No deben alarmarse, fue un incidente menor —trató de restar
importancia Alexander.
Blake le agradeció con el gesto a Alec por no angustiar a las
mujeres, pero ya había tenido conocimiento de la calaña de la
banda capturada gracias a su valiente amigo.
—El magistrado local te está muy agradecido —añadió el duque.
—Un placer colaborar de alguna forma.
—Algo más que añadir a la lista —señaló divertida Augusta—. Es
usted todo un paladín de la justicia.
—Le dije que a su lista le faltaban elementos… —aprovechó Alec
para mejorar la opinión de la dama sobre su persona.
—Siempre tan modesto, MacRury, ¿verdad? —bromeó Blake y
todos rieron.
Tras los alimentos, Blake y MacRury se retiraron a la sala de los
caballeros. Bebieron un delicioso whisky que Alec trajo de obsequio.
—Exquisito, has surtido nuestras bodegas con el mejor whisky.
—Es un plan lleno de alevosía, me niego a beber brandy o
cualquier otra bebida que acostumbren a tomar los ingleses. Y creo
que disfrutaré de tu hospedaje varias semanas.
—También nos gusta el whisky.
—No dejaste de elogiarlo en tu última visita por eso me tomé la
libertad.
—Confieso que dudé cuando me ofreciste la caja llena de
botellas de «loción para aseo de ovejas». Muy osado y astuto,
MacRury.
—Espero que pronto se pueda comerciar sin tantas trabas, hay
que ingeniárselas. Es un negocio al que me gustaría dedicarme en
grande —le aseguró con un guiño.
—No todo puede ser ovejas —le dijo Blake con un guiño—. De
buena fuente sé que se va a lograr, solo hay que tener un poco de
paciencia. Esta «agua de vida» tiene muchos adeptos y hay muchos
intereses en juego.
—Estaré atento para tomar la delantera —dijo entusiasmado.
—Espero que mi abuela no te agobie demasiado con el tema del
matrimonio, me sorprende que haya nacido de ti solicitar su
colaboración —agregó Blake después de un sorbo donde pudo
apreciar las bondades de la bebida.
—No fue así, precisamente. Es idea de mi tía.
—Ya sabía que amabas demasiado tu soltería —dijo triunfante,
seguro de conocerlo bastante bien.
—Mi tía Edine, no cesa de recordarme mis obligaciones, mi edad,
la necesidad de un heredero. Mi padre está muy delicado de salud.
Quiero hacer las cosas diferentes, deseo que mis hijos gocen de
una vida por completo opuesta a la mía.
—¿Hijos? ¿Ya pensando en tu legado? Yo me aferré a mi soltería
por muchos años, no siento que haya desperdiciado el tiempo; pero
ahora miro hacia atrás y me pregunto por qué no me desposé antes.
Supongo que a cada uno le llega la resolución de sentar cabeza y
establecerse en el momento indicado. Precisamente, mi abuela ha
pedido mi injerencia en ciertos puntos importantes de su lista.
La expresión de la cara de Alec se mudó de relajada a tensa,
todo se trataba de la duquesa viuda. Blake había sido muy
perspicaz, abrió sus cartas cuando habían bebido lo suficiente para
resquebrajar los muros del escocés. Alexander exhaló sintiéndose
acorralado.
—Jamás pensé que le ayudabas a tu abuela en esos… —
entrecerró los ojos— asuntos.
—No, no suelo hacerlo —refutó con una maliciosa sonrisa—.
Pero ella suele ser, ¿cómo lo digo?, muy convincente.
—¡Oh! —exclamó completamente convencido de que tenía
mucha razón. Esa mujer era la más puntillosa que había conocido,
siempre daba en el blanco. Desde que los presentaron Alec se dio
cuenta de que cuando una idea surcaba su adornada cabeza, no la
dejaba escapar con facilidad.
—Sucede que mi abuela quiere que hagas un estupendo
matrimonio —continuó Blake aún perplejo por su intervención.
—Mi tía se lo ha pedido como un favor personal, pero yo deseo
algo menos complicado. —Era importante para él dejar claro que no
era tan exigente con el tema de la esposa, solo pretendía que fuera
una mujer honesta y de buenos sentimientos.
—Y mi abuela, por primera vez, se siente un poco… indecisa
acerca de la efectividad de sus habilidades como casamentera. Me
ha dicho que te ha dado ciertos consejos que te niegas a escuchar.
Alec miró al cielo, no podía creer aquello. ¿La duquesa
«indecisa»? Era la mujer más resuelta que existía, prueba de ello
era que había convencido a un duque para secundarla.
—¿De esto se trata? Como la duquesa viuda no ha podido
convencerme, ha recurrido a… —Alec abrió los ojos
desmesuradamente, como si su mente fuera una copa vacía que se
llenaba de golpe del vino de la sabiduría.
—Ella sabe que te tengo estima, que nos conocemos desde
Eton…
—No duré demasiado en Eton, si mal no recuerdo, intentaste
convencerme de quedarme y casi lo hiciste a lo largo de un año.
Pero me sentía completamente fuera de lugar. Tantos ingleses
estirados, e irlandeses y escoceses tratando de emularlos… Perdón,
creo que te he ofendido sin proponérmelo —observó.
—También la pasábamos bien, mis mejores recuerdos en Eton
son del primer año —dijo eludiendo que le había llamado «estirado».
Blake era muy seguro de sí mismo, sabía quién era, dónde estaba y
a dónde quería llegar. Las palabras de Alec no lo incomodaron—.
Tus bromas a los tutores eran las mejores.
—Y por ellas estuvieron a punto de expulsarme varias veces, les
ahorré el trámite al final. ¿De qué quiere tu estimada abuela que me
convenzas?
—Bebe tu whisky hasta el fondo, creo que lo necesitarás —instó.
—¿Pretendes que quede completamente ebrio? —Lo miró de
reojo.
—Mi abuela no quiere que te cases solo con una señorita de
buen corazón, con apellido, pero cuya familia lo necesite porque su
barco surque los mares de la mala fortuna.
—Interesante forma de decir lo que la duquesa viuda resumió
como: «una señorita discreta, decente y caída en desgracia
económica, o sea, pobre» —la citó sin tapujos.
—Ciertamente son las palabras que usó. —Se rascó la barbilla
conteniendo una emoción entre sorprendido por haber accedido a
secundar a Augusta y decidido a cumplir lo encomendado—. Pero
ella no quiere eso para ti, porque tu tía le pidió que te procure un
matrimonio ventajoso, con una dama proveniente de una familia
acaudalada, de título poderoso, aliados que den soporte a tu
nombre en Inglaterra y Escocia.
—Mi tía sueña muy alto, y ciertamente no es lo que me hará feliz
—arremetió con la ceja levantada.
—Pero te resolvería muchos problemas, no puedes negarlo. Si
llegas a Badenoch casado con la hija de un noble bien afianzado y
con un escaño fuerte en el Parlamento, callarías muchas bocas sin
mover un dedo.
—Puedo arreglármelas solo y darles un escarmiento a mis
enemigos.
—No lo dudo, pero mi abuela es muy exigente consigo misma, no
le gusta hacer las cosas a medias y menos fallarle a quien solicita
sus habilidades. Además es amiga de tu tía.
—Si va a ayudarme en un tema tan personal como con quien
pasaré el resto de mi vida, ¿no debería tomar en cuenta mis
deseos?
Blake lo miró con condescendencia y Alec entendió que estaba
perdido, en manos de la duquesa viuda sus anhelos pasaban a un
segundo plano.
—Justamente, mi abuela… siempre cree saber mejor que uno
mismo lo que necesitamos. No sé cómo explicarlo… Al final siempre
se sale con la suya y lo más asombroso es que el resultado
sorprende por lo exitoso que es.
Alec sonrió con cinismo, luego meneó la cara de un lado al otro.
—No quiero acabar con sus expectativas, pero yo sé lo que
necesito. No me casaré con un título, menos con un apellido. Solo
busco una mujer de carne y hueso a quien amar, con quien poder
conversar de noche junto al fuego, una que cuando me mire, mis
preocupaciones se vuelvan irrelevantes y que me haga centrarme
cuando la furia obnubile mis sentidos. Eso me haría más humano y
sería suficiente. No aceptaré a una señorita que se case conmigo
porque sus padres la obligan, solo cederé ante una que me vea con
buenos ojos, que me crea capaz de poder conquistar su corazón.
—Vaya, casi me convences de ponerme de tu lado —dijo Blake
reflexionando en las palabras del escocés—. Creo que vas por el
camino correcto.
—¿Es que acaso hay bandos? Se supone que la casamentera
está en el mío.
La risa de Blake con cierto sarcasmo le demostró que la duquesa
viuda era de cuidado, una vez que alguien caía en sus garras no era
tan fácil escapar.
—Tengo una lista, te la leeré. Si accedes a colaborar en alguno
de los puntos, me ahorrarás la penosa tarea de lidiar con la
insistencia de mi amada abuela.
—Para un noble con un escaño en el Parlamento, mirar a la
duquesa viuda a los ojos y decirle que, simplemente la tarea
encomendada excede de tus límites de competencia, no debe ser
tan difícil. Digo, eres un duque —masculló Alec incrédulo.
—Seguro tu tía es de corazón más blando —esgrimió para
excusarse.
—¿No conoces a las escocesas? ¿O cómo crees que acabé
metido en este embrollo?
—En ese caso, querido amigo, te dejo aquí la lista —dijo
sacándola de su chaqueta, desdoblándola y extendiéndosela—.
Estoy en la completa disposición de apadrinarte en esta importante
misión, excepto en el punto número cinco. Pero me niego a hacer el
ridículo debatiéndolo contigo. Aclaro, que nada de lo escrito sobre
esta hoja ha salido de mi cabeza. Definitivamente, mi abuela se ha
tomado demasiado a pecho no fallarle a lady Edine MacRury.
Alec lo miró completamente intrigado por ese punto número
cinco, los ojos se le iban hacia el papel. Blake era un hombre
valiente, si emprendía la retirada seguro era porque su abuela se
había más que excedido.
—No te permito huir, ni siquiera por ser un duque. Vamos, que de
los cobardes no se ha escrito nada. Lee —lo retó MacRury
mirándolo con seriedad.
Blake, suspiró, dispuesto a complacerlo. Volvió a servirse la
bebida ámbar y bebió para infundirse valor, no porque le faltara, sino
porque no sabía cómo exponer en voz alta el contenido de la lista
sin estallar a carcajadas.
¡En qué aprietos lo ponía Augusta Basingstoke!
Alec también bebió, trató de tomar el asunto con seriedad, pero
cada absurda petición de la duquesa aunado al efecto del licor en su
organismo hizo que aquella noche fuera liberadora.
Ambos rieron como hacía tiempo no lo hacían, como en aquellos
tiempos donde la camaradería, la osadía y la juventud, los llevó a
realizar las hazañas más disparatadas.
Y es que cosas que parecerían normales en un noble inglés, eran
impensables para una persona como Alexander.
Capítulo 5

Kate había dado vueltas en la cama toda la noche, la tos no la


había dejado dormir, pero Agatha estuvo a su lado, calmándole la
temperatura corporal cuando se le elevó.
Despertó al amanecer, el dolor de garganta le exigía una leche
tibia para calmarlo. Agatha se había retirado de madrugada, así que
decidió dejarla descansar.
No sabía si las criadas andarían ya despiertas, pero seguramente
la cocinera ya estaría encendiendo los fogones para preparar el
desayuno.
Calzó sus pies desnudos y se colocó una bata muy calentita
sobre su ropa de dormir. Salió de su habitación, y se dispuso a
abandonar los pisos nobles.
Tragaba con dificultad, no se sentía bien. Por fortuna, la fiebre ya
no le había subido más. Mientras se trasladaba a la cocina, recorrió
a lo largo las diferentes habitaciones y algo en el suelo llamó su
atención.
Era una lista y definitivamente era la letra de su abuela.
Sabía que no era educado curiosear, pero estaba abierta,
cualquier criado —que supiera— la hubiera podido leer.
Miró de refilón el título y ya no pudo contenerse.

Como reformar al diablo escocés:


Primero: Convencerlo de que un ayuda de cámara es
tan importante como respirar.
Segundo: Dejar que el ayuda de cámara le haga un
corte de cabello a la moda —y nos libre de tener que
seguir presenciando esa horrible melena—, lo afeite y le
recomiende cómo vestir. (Lo que lleva al punto número
tres).
Tercero: Incinerar su aborrecible guardarropa y
encargar uno nuevo, confeccionado a la medida, con todos
los atuendos necesarios según las estaciones y las
actividades del día. (No olvidar los aditamentos y las
pomadas para el cabello).
Cuarto: Convencerlo de viajar a Londres.
Quinto: Enseñarle a bailar.
Sexto: Introducirlo en los eventos de invierno en
compañía de un caballero respetable, que le ayude a
elevar su estatus.

Kate terminó de leer y estuvo a punto de soltar una carcajada,


habría dado lo que fuera por ver la expresión del que había
inspirado tales indicaciones. Alexander creería que su abuela estaba
demente. Debía convencerla de no pedirle absolutamente nada de
la lista a lord MacRury, no solo heriría sus sentimientos, sino que lo
pondría muy furioso. Y nadie debería desatar su ira.
Tras doblar varias veces la hoja hasta hacerla pequeña, la
escondió en sus vestiduras.
Terminó su cometido y continuó a la cocina, donde la cocinera
después de un regaño la obligó a regresar a la cama. No tardó en
mandar a una doncella con leche tibia, té con limón, y hogazas de
pan tiernas y calientes con mantequilla, así como la mermelada de
la fruta favorita de Kate, las fresas.
Y mientras la suave y cremosa leche le calmaba la garganta,
pensaba en él, justo como era. Ella no le cambiaría nada en
absoluto. Justo así como lucía, había logrado despertar algo en su
interior que creyó que jamás se avivaría. Su corazón había latido
diferente por un espécimen del sexo opuesto por primera vez.
Contrario a los requisitos a los que se había aferrado en el
pasado, MacRury no cumplía con ninguna de las exigencias en las
que Kate se escudaba para reprobar a sus pretendientes, sobre
todo a «los inquebrantables».
No parecía haber viajado más allá del reino…
No encajaba en Londres, menos en los grandes salones y las
actividades de la temporada.
Se podía suponer —demasiado— que no la haría anfitriona de
lujosos eventos.
Era más bien… campestre —esa palabra que no le hacía gracia
—. Probablemente, tras casarse tenía planes de refundirse en el
campo.
Suspiró solo de imaginarlo.
La única exigencia que cumplía era que no tenía un guardarropa
más amplio que el suyo. MacRury era bastante varonil, pero eso
venía de la mano con la palabra «rural».
¿Por qué su corazón le jugaba semejante broma? Latía por un
hombre incompatible con sus anhelos.
Sus ojos buscaron con urgencia la pulsera de su madre, acarició
los zafiros y recordó el color de los ojos de MacRury, así como los
tres segundos en que sus miradas se cruzaron.
Tal vez no eran del todo incompatibles…
¿Cómo podía escapar de su embrujo? Se sentía como Blizzard,
cuando el escocés le susurró aquellas palabras a la oreja:
hechizada.
Sacudió la cabeza solo de pensar en su vida en las Highlands. Él
la había mirado de una forma que decía más que mil palabras y
estaba buscando una esposa, al igual que ella que deseaba
casarse.
Su abuela se encargaba de cambiar el estado civil del escocés, y
ni siquiera le había informado a Kate de la disponibilidad de
semejante «partido». Augusta nunca le proponía un caballero que
consideraba que no estaba a su altura. Seguro, MacRury entraba en
ese listado de los no aptos, los que no eran adecuados para su
nieta…
Y ella, si era inteligente, correría lejos del embrujo de esas
penetrantes pupilas.
Su futuro estaba en Londres, con un duque o un marqués… Uno
que cuando la cortejara dejara a todas las debutantes muertas de
envidia sin proponérselo.
Katherine Basingstoke había sido educada para las altas esferas,
para dar fiestas suntuosas de las que se hablara por días, para
planear los mejores conciertos, las cenas más exquisitas y
concurridas, para invitar a las esposas de los personajes más
selectos a tomar el té, para lucir elegantes atuendos, que… donde
quiera que viviera un MacRury solo servirían de estorbo.
Luego recordó la pasión, la que había presenciado cuando había
descubierto a Agatha y Sadler en sus juegos de amantes.
Se imaginó en una escena comprometedora con el escocés y las
entrañas se le apretaron, el hambre se le fue por completo, ni
siquiera el té podía bajar por su garganta. No pudo probar bocado y
todo se enfrió sobre la bandeja. ¿Por qué se sentía tan afectada?
Debía ponerle un alto de inmediato. Huiría a Londres con sus
amigas Faith y Peyton.
Un choque de su habitual realidad era lo que necesitaba.
Capítulo 6

Alec despertó con un fuerte dolor de cabeza, no recordaba


mucho de la noche anterior, solo que había bebido mucho whisky
con el duque. No era muy sofisticado ponerse ebrio como una cuba
en una residencia inglesa de una familia de un linaje tan distinguido.
Menos, cuando su visita tenía un propósito tan formal.
Luego recordó, que había sido el duque quien lo había instado a
beber todo ese alcohol y se sintió menos apenado.
Antes de ponerse de pie, el servicio llegó de inmediato con un
desayuno que tenía la intención de revivir a un muerto.
—Sadler, ¿qué es todo esto? —le preguntó aún con los ojos
adormilados.
—Su excelencia —dijo para referirse a Blake—ordenó que le
prepararan este remedio para que se sienta mejor—. Hizo una
pausa para dar rienda suelta a su flema inglesa y con propiedad
añadió—: ¿Le ordeno un baño, milord?
—Sí, me vendría bien algo de agua caliente.
Cuando los sirvientes llegaron arrastrando una enorme bañera de
cobre y la llenaron con agua humeante, Alec respiró los vapores y
se sintió en el cielo. Necesitaba algo para relajar su musculatura y
que lo hiciera terminar de despertar. Los criados se fueron a
excepción de Sadler.
—¿Lo ayudo a desvestir, milord? —indagó solicito el lacayo.
—Por supuesto que no —enfatizó Alec horrorizado, casi con
deseos de darle una golpiza. ¿Qué se creía ese larguirucho y
excéntrico inglés? ¿Por qué actuaba tan solícito? ¿No podía dejar
de mirarlo como a un bicho raro?
—Iré preparando su atuendo para el día —musitó cortés.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —preguntó con una
inflexión en la voz, a punto de tomarlo por la solapa y echarlo de la
habitación.
—Adecentarlo, milord.
—«¿Adencen… qué?». —En su vida de simple mortal, jamás otro
hombre se había ofrecido siquiera a tocarlo, a no ser para darle un
puñetazo en una pelea.
—Llevo tiempo tratando de mejorar mi posición, ayuda de
cámara, segundo mayordomo… —Levantó las cejas de modo
esperanzador—. Es mi orden de prioridades hasta llegar a lo que en
verdad deseo, ser el primer mayordomo —explicó casi feliz y
orgulloso—. Como lacayo no puedo cumplir con todas mis
responsabilidades. Tengo una hermana viuda y enferma con tres
hijos de los que me ocupo… Apenas si me alcanza para cubrir sus
gastos, igual debo ocuparme de mis padres, son arrendatarios, pero
la tierra no les da tanto como debería.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —inquirió sintiéndose un
desalmado, después de tales revelaciones.
—Su excelencia me dijo que usted estaba buscando un ayuda de
cámara. Como yo le he colaborado cuando el suyo ha tenido que
ausentarse, me aseguró que soy el idóneo para el puesto. Vengo a
ofrecer mis servicios —dijo solemne—. Me recalcó que demuestre
mi eficiencia, me dará una carta de recomendación de ser
necesario. Si lo logro, estaré en deuda con usted toda la vida y
también con el duque. Ha tratado de auxiliarme, incluso me da unos
honorarios muy generosos, pero mi código de ética no me permite
aceptar una remuneración más elevada por un trabajo de lacayo.
—¿Y por qué simplemente no te… asciende?
—Sería injusto con su ayuda de cámara, tiene más antigüedad y
le ha sido leal por mucho tiempo —contestó sin dejar de
desplazarse por el dormitorio tomando prendas aquí, frascos allá y
acomodando cada pieza con inquietante sincronía para un hombre
como Alec al que le bastaba un poco de agua y jabón.
—¡Oh! —La expresión de Alexander era inescrutable, pero no
podía dejar de observar la laboriosa faena de Sadler.
—Los mayordomos por ahora son irremplazables. Collins se
momificará en sus funciones, ni siquiera por la edad dará su brazo a
torcer y la familia lo aprecia. Ford, el segundo mayordomo, sigue en
la lista. Mientras Collins siga aferrado a sus labores, toda la escalera
bajo él permanecerá inamovible. Además, aún me falta preparación
para aspirar a un puesto de más exigencia.
—¡Maldito Pemberton! —blasfemó al saberse víctima de una
encerrona. «El punto número uno de la lista de la duquesa viuda»,
pensó—. Sadler, ¿te parece que soy el tipo de persona que requiere
de los servicios de un ayuda de cámara? —Acompañó su pregunta
con su gesto más intimidante, con tal de espantarlo.
—Se nota que en la actualidad carece de uno —masculló con
una risita, sin que le afectara la cara agria de Alec—. Prometo que
no me reiré más, es un mal hábito, puedo corregirlo.
—¿Sabes cuidar a las heilan’ coo? —indagó exasperado
buscando cómo zafarse, pero sin dejar de pensar en la suerte del
lacayo, su hermana viuda, los huérfanos, los padres
desfavorecidos... Sabía lo que era la lealtad familiar y pasar hambre
y frío, por más que deseaba permanecer al margen no podía ignorar
las necesidades de otra persona. Intentó buscarle un trabajo que él
pudiera ofrecer.
—¿Cómo? —inquirió interesado, creyendo que se trataba de
algún tipo de prenda.
—Vacas —añadió Alec con naturalidad—. ¿Qué si sabes cuidar
ganado? —Si el hombre necesitaba trabajo, podría conseguir algo
para él. Siempre eran bienvenidas dos manos para sacar adelante
el negocio familiar.
—No —dijo reforzando su negación con la cabeza.
—¿Cabras, ovejas, caballos? ¿Lidiar con escoceses de las
Highlands que no quieren pagar las rentas? Esos son los trabajos
que tengo disponibles. ¿Moler a palos a alguien que trate de
clavarme un cuchillo por la espalda? Tengo muchos enemigos —
puso de manifiesto enarcando una ceja, decidido a colaborar.
Luego recordó que Sadler quedó petrificado mientras se
enfrentaba a los captores de lady Katherine y negó con la cabeza.
El rostro de Sadler reflejó horror ante el ofrecimiento. Alec
comprendió que no hacía falta que contestara, el estirado inglés era
completamente incompetente para tareas rudas, las únicas por las
que contrataban los MacRury.
—Me temo que… no. Si no cree que tenga habilidades para el
puesto que ofrece de ayuda de cámara, póngame a prueba —
esgrimió con una sonrisa optimista.
—¿Qué diablos hace un ayuda de cámara? —parloteó.
—Ocuparme de que luzca magnánimo: pulir sus zapatos, cocer
los botones faltantes a sus camisas, mantener sus chaquetas en
buena forma y libre de pelusas, ayudarlo a vestir a la medida para
que no parezca que sacó sus prendas de un almacén o que las
heredó de alguien que no era de su talla… —explicó con ilusión en
la mirada.
—Con todo respeto, es un puesto por completo inútil —se
sinceró, tal vez con brutalidad, pero era la única forma que conocía
de ser honesto.
Una mueca de incredulidad surcó el rostro de Sadler que no
alcanzaba a entender la lógica de MacRury.
—He conocido a coterráneos suyos, milord, nobles y usan los
servicios de un auxiliar de cámara.
—No soy ese tipo de lord. No voy a bailes, ni al teatro, no voy a
cenas. Domo caballos, asisto a las vacas cuando paren a sus
terneros, trasquilo ovejas y lidio con muchos sirvientes que
básicamente me ayudan en las tareas de campo.
—¿Entonces no era cierto que buscaba a alguien para el puesto?
—preguntó cabizbajo—. Probablemente, su excelencia debió de
entender mal. Ya había redactado la carta para mi hermana
avisándola de las buenas nuevas, fue una suerte que no la enviara.
—Arggg —se lamentó Alec, pero pareció un gruñido. Admiraba a
una persona que se esforzara por los suyos y Sadler era eficiente en
aquello para lo que estaba contratado—. No, no entendió mal —
mintió—. Te pondré a prueba.
El semblante de Sadler se iluminó.
—Me pongo manos a la obra. ¿Lo ayudo a desvestirse?
—No, mantén tus manos fuera de mi cuerpo. Deja los lienzos en
el borde de la bañera para que pueda secarme y sal de una vez de
la estancia.
—¿Quién lo ayudará a vestirse? —indagó preocupado.
—Mis manos —gruñó. Luego recordó los otros puntos de la lista
de la duquesa viuda de Pemberton y mortificado decidió valerse de
las habilidades del criado—. Aguarda, revisa el baúl con los cambios
de ropa que he traído. Quiero que me des tu opinión. Alguien ha
soltado pestes en contra de mis vestiduras. Yo las veo tan normales,
cómodas y cumplen su cometido: calentarme y no dejar mi trasero
expuesto al aire. Pero tampoco quiero andar como un hazmerreír.
Ya que tienes conocimientos sobre el tema, quiero un veredicto
honesto, sobre por qué alguien podría criticar mi atuendo.
—Con mucho gusto, milord —dijo con el rostro inspirado—.
¿Entonces me está considerando para el puesto?
—Aye, aye —bramó algo incómodo por las atenciones.
—Para domar caballos su ropa está acorde —añadió Sadler
mientras revisaba las prendas—. Para Londres, eeeh, ¿cómo le
digo?
—¿Londres? No, no. Yo no viajaré a Londres.
—¿Entonces cómo se supone que tendrá sus reuniones con la
duquesa viuda? Su excelencia me dijo que mañana a primera hora
le presentaría un listado de jóvenes casaderas que podrían
agradarle. Me hizo hincapié en recordarle ser puntual. La cita es en
Pemberton House, en… Londres.
—¿Qué me está queriendo decir? —inquirió con una mirada que
hizo a Sadler temer y preguntarse si lo molería a golpes como hizo
con los ladrones.
—La familia partió hoy después del alba, asuntos ineludibles en
Londres —disparó el criado sin respirar—. Me pidieron
encarecidamente que le comunique que les disculpe por no poder
esperarlo; pero usted no parecía tener hora para despertar.
—¿Está bromeando? Le aseguro que el sentido del humor no le
hará quedarse con la posición, odio que me tomen el pelo.
—No bromeo, la familia partió —aclaró a punto de lamentarse por
un hecho que no le concernía.
—Pero ¿cómo es posible? La duquesa viuda me recibió en
Labyrinth Manor justamente porque me rehusé a visitarla en
Londres. Soy su huésped, no pueden simplemente esfumarse…
—Este… —balbuceó y no terminó de formular una frase que
pudiera contentar a su interlocutor.
—Lady Katherine estaba resfriada, ¿cómo la han hecho viajar
con este clima? —continuó Alec aún perplejo.
—Lady Kate era la más desesperada por irse, ella no puede estar
mucho tiempo lejos de Londres.
«Punto número cuatro», pensó y su propia voz sonó en su
cabeza como si tuviera los dientes apretados. La duquesa viuda
debía de ser una bruja, una muy poderosa. ¿Cómo se las había
arreglado para convencer a un duque de secundarla? Y, ¿cómo se
atrevía a no mantener su palabra y arrastrarlo justamente a donde
habían pactado que Alec no acudiría?
—Sadler, prepara mi carruaje, tendremos que viajar de inmediato.
—Por suerte, el viaje no es largo.
—Haremos una parada de camino en la propiedad de uno de mis
clientes, debo comprar un regalo para mi futura prometida, algo que
me ayude a conquistarla, y no hay nada que haga sonreír más a una
lassie —dijo para referirse a «muchachita»— que... Ya lo verás en
su momento.
—Interesante, milord.
Capítulo 7

La molesta tosecilla había cedido, pero viajar no había sido


favorable. Aunque Agatha había colocado un hornito en el interior
del carruaje para mantenerlo caliente, hubiera estado mejor en su
cama, cubierta con sus mantas favoritas y con la chimenea
ardiendo.
Pero no podía quedarse un segundo más bajo el mismo techo
que el habitante de las Highlands que había bajado —nada más y
nada menos— para buscar una esposa.
Las tripas casi se le tuercen con el último pensamiento. Tragó en
seco y miró a su abuela de reojo, no podía enterarse en ninguna
circunstancia de que él le afectaba. Conociéndola no pondría el grito
en el cielo, pero no cejaría en sus intentos de alejarla del influjo del
oscuro escocés.
Lo que no entendía Kate, era por qué su abuela la había
acompañado, se suponía que habían dejado Londres porque la
dama se iba a reunir con alguien que buscaba de sus certeros
trámites como casamentera, pero que exigía discreción.
Rememoró el primer encuentro, en el establo, él con las mangas
de la camisa hasta los codos y los primeros botones
desabrochados… El trozo de piel expuesto, una sombra de vello
escasa, los músculos de los brazos tensándose con el movimiento…
Se humedeció los labios involuntariamente.
Su voz esgrimiendo «Crabbit», con ese acento marcado le pasó
por la mente y una pícara sonrisa se dibujó en sus labios.
«¡Mozo! ¡Ensilla a mi caballo!», le había ordenado. «¡Mozo! ¡He
pedido que me ensilles el caballo ahora, no un siglo después!».
«No soy un mozo de cuadra», le había contestado desafiante y
se había erguido cuan largo era para retarla —a ella, la hija de un
duque—, clavándole su inescrutable mirada.
Kate suspiró, la abuela la contemplaba, pero ella no lo notó,
siguió cavilando.
«Fui imprudente, jamás me comporto como una idiota, nunca le
hablo así al servicio y lo primero que recordará ese caballero de mí
será una pose poco refinada y un tono de voz altanero. No debió
haber sido así nuestro momento», pensó preocupada. Huía de él;
sin embargo, le importaba cómo la recordaría.
«Es absurdo, no creo que un hombre como MacRury, que molió a
golpes a dos hombres delante de mis ojos con una brutalidad que
no me debería dejar dormir por la noche le preocupen mis
modales», se dijo y negó con la cabeza, mortificada. «Pero lo hizo
para salvarme», agregó y volvió a sonreír como tonta.
—¿En qué piensas? —la atajó la abuela sacándola de sus
pensamientos y Katherine dio un brinco en su asiento, rebotando
sobre el mullido cojín.
—¿Pretendes causarme un síncope, abuela? —añadió
sobresaltada, tratando de disimular.
—No entiendo por qué te asusta mi inocente comentario. —
Augusta entrecerró los ojos y le clavó la mirada todavía más.
Su abuela era tan perspicaz que Kate temía que tuviera un pacto
secreto con el diablo y pudiera leerle los pensamientos.
—Tus comentarios son todo menos inocentes.
—¿Me estoy perdiendo de algo? —Augusta presionó con una
dulzura, que sabía como tres cucharadas seguidas de miel, de esas
que dejan sin aliento y que obligan a tomar un segundo para
respirar.
—¿Es eso posible? —Le devolvió otra pregunta para eludir su
interrogatorio, si Augusta sospechaba que era preciso escarbar, se
convertía en un perro tras una pista, no cejaría hasta obtener el
hueso.
Cuando Kate hacía una travesura de niña o quebraba una regla
de adulta, solía mantener la serenidad y salirse con la suya; salvo
cuando la duquesa le clavaba su mirada interrogante con una ceja
levantada.
Justo en ese momento la joven estaba perdida.
Una tos nerviosa se apoderó de ella y le sirvió de distracción, su
abuela dejó de indagar y se concentró en su salud.
—Pensé que estabas mejorando, llegando a Pemberton House te
meterás a la cama y haremos venir a nuestro médico de cabecera.
No se debe descuidar un resfriado, los que parecen más inofensivos
se pueden volver letales en un abrir y cerrar de ojos.
Kate suspiró, su abuela tenía algo en qué ocupar su mente para
el resto del trayecto.

El mayordomo las recibió con solemnidad, y les comunicó que los


duques habían arribado hacía una hora, que se verían para la cena.
Blake había salido para ocuparse de sus actividades parlamentarias
y Eleonora se había retirado para recuperarse del cansancio del
viaje.
—Gracias, Collins. Por favor, prepara una de las habitaciones
para huéspedes, en el área destinada para los caballeros.
Recibiremos la visita de lord MacRury mañana. Tratará asuntos de
negocios con mi nieto y también se reunirá conmigo. Pide una cita
con el sastre de su excelencia para nuestro invitado, lo más seguro
es que en un par de días requiera de sus servicios. Ojalá tenga
algunas piezas adelantadas, porque no tenemos tanto tiempo.
Aunque, tal vez no se pueda, las medidas de este caballero no son
las más convencionales.
—¿Lord MacRury también vendrá a Londres? —se le escapó a
Kate mientras le entregaba su capa y sombrero a Agatha.
—¿Lo conoces? Tengo entendido que no han sido presentados…
—interrogó Augusta sin darle mayor importancia.
—Eeeh. Es un personaje muy peculiar, es inevitable que no se
murmure sobre su presencia en Labyrinth Manor. Tendría que ser
sorda para no haber escuchado sobre su visita.
—Kate, tus modales —la regañó la duquesa viuda.
—¿Es la persona que requería de discreción para pedir los
servicios de una casamentera? —continuó la muchacha, por eso se
habían ido a Harlow entonces, concluyó.
—La curiosidad no es tu mejor aliada.
—¿Y qué tal la empresa? ¿Has conseguido emparejarlo con una
señorita casadera? —carraspeó para aclararse la dolorida garganta.
—¿Te han dicho que es un caso serio y dudas de mis
habilidades? —indagó afectada—. Sí, es un hombre peculiar, pero
todos los hijos del Señor requieren casarse. Parece una labor difícil,
pero encontraremos una esposa para él. No es honorable que te
burles de sus aspiraciones.
—No me estaba burlando de sus posibilidades de concertar un
matrimonio. No soy tan cruel.
Augusta elevó los ojos al cielo.
—Entonces, ¿a qué viene el interés?
—Soy tu nieta, tal vez tengo una veta de casamentera que aún
no termino de descubrir —disimuló antes de que su abuela
sospechara, trató de poner cara de aburrimiento aunque se moría
por saber.
—Jamás te han interesado estos asuntos.
—Quizás no lo había comentado en voz alta. —Se alzó de
hombros.
—No lo discutiremos en el recibidor —finiquitó abrumada por el
viaje y entregándole a su doncella sus pertenencias de mano—.
Además, si quieres seguirme los pasos primero debes casarte. No
se ve bien que una joven soltera se preocupe por enlaces
matrimoniales. Para aconsejar a otras parejas, es mejor hacerlo
desde el lado opuesto a ese en el que ahora te encuentras.

Si Kate hubiese sabido que durante la cena su abuela, su


hermano e incluso Eleonora no iban a hablar de otro asunto que no
fuera la situación sentimental de MacRury, al llegar a Pemberton
House no habría lanzado un interrogatorio infructuoso a su abuela.
Callada, llevando a la boca la cucharada de caldo que habían
preparado especialmente para ella, obtuvo datos valiosos.
—¿Cómo lo convenciste para que aceptara el apoyo de Sadler
como ayuda de cámara? —indagó apremiante Augusta, casi
triunfante, en dirección al duque.
—Uno tiene sus métodos —se vanaglorió Blake ante la mirada de
reproche de su esposa—. Además, Sadler es un tipo muy listo.
Hace tiempo que quiere un ascenso debido a su situación personal,
no iba a dejar escapar la oportunidad. Digamos que mataba dos
pájaros de un tiro. Sadler no quería un aumento en su remuneración
si no era estrictamente justificado, pero yo quería ayudarlo. Ambos
saldrán beneficiados de este acuerdo.
—Bien por él —felicitó Augusta.
—Espero que no se arrepienta cuando se lo lleve a vivir a las
Highlands. —Eleonora ofreció la otra cara de la moneda.
—El castillo de los MacRury no es grande, sus tierras tampoco
son muy extensas, pero tienen mucha riqueza natural que le da un
valor excepcional —defendió Blake—. Los MacRury viven bien. Sus
negocios de la cría de animales, así como los de sus arrendatarios y
supongo que otros añadidos —dijo para no referirse en voz alta al
negocio ilegal del whisky—, hacen que la propiedad sea fructífera.
Claro que es un estilo de vida muy diferente al nuestro, confío en
que Sadler se acostumbrará.
Kate se quedó preocupada. ¿Sabía Agatha lo que su amante
secreto estaba planeando?
—Esperemos que mañana a primera hora, si no es que esta
noche, lord MacRury nos digne con su presencia —acotó Augusta
con una sonrisa maliciosa.
—Pobre hombre —añadió Eleonora—. ¿Por qué presionarlo?
¿Por qué no darle un matrimonio según sus expectativas?
—Los hombres no siempre saben lo que quieren… —replicó
Augusta.
—Abuela —sermoneó Blake con ternura en la voz—. MacRury no
se anda con medias tintas. Si ha puesto sobre papel sus requisitos
deberías ceñirte a ellos. Sería más fácil para ti.
—Tú como noble y hombre de negocios, sabes que los contactos
son necesarios… Más para un escocés con su pasado. —Augusta
abrió mucho los ojos en este punto, Kate fingía jugar con la
servilleta, pero no pudo contenerse ante tal revelación y la apretó
con fuerza muy intrigada—. No queremos que la suerte le cambie y
se despierte en una mala racha. ¿Sabes cuántos años hemos tenido
trato con esa familia? Su tía, lady Edine MacRury ha sido muy
amable conmigo, si ella dice que el porvenir de su sobrino está
amenazado y que un matrimonio ventajoso con una inglesa puede
favorecerlo, soy incapaz de negarle mi ayuda.
—Nuevamente creo que tienes la razón —concedió Blake—. Solo
que no sé si MacRury se sentirá cómodo con una joven dama
inglesa, y viceversa. ¿Ha pensado usted en la candidata? Tal vez
aspire a un matrimonio diferente, donde pueda continuar con una
vida similar a la que tiene en Inglaterra. Las Highlands están muy
lejos, y las costumbres son muy distintas a las nuestras.
—Blake, a veces eres demasiado considerado —continuó la
abuela.
—Es fácil ponerse en los zapatos de la muchacha y sus padres.
Imagina, abuela, que fuera Kate quien desposara a un caballero
como MacRury. Viajaría lejos, donde el clima es aún más
despiadado que aquí, donde suceden… cosas —resumió en esa
palabra algo que quería ocultarle a Kate, esta prestó aún más
atención aunque intentó parecer desinteresada—. El pueblo más
cercano de los MacRury es pequeño y poco poblado, como a una
hora de viaje está Inverness, lo más civilizado que tienen cerca.
Sería una vida social muy limitada.
—Hay familias para las que sería un acuerdo ventajoso —dijo la
duquesa viuda sin que la pudieran mover de su punto de vista de la
situación—. Muchos nobles no han tenido tu suerte.
—Mi pericia, porque no es cuestión de suerte —aclaró el duque y
dio un sorbo largo a su bebida, luego siguió—: Yo he propiciado con
esfuerzo, planes minuciosos e inversión arriesgada que no
tengamos que vivir solo de las rentas, cuando ese sistema
económico ya se ha demostrado que tiene fallas sustanciales y que
no sobrevivirá a largo plazo.
—Como sea, hay los que no tienen tus habilidades y ahora
mismo están a las puertas de la bancarrota; pero con títulos fuertes
y conexiones que a MacRury le podrán a ayudar a resolver otras
posibles dificultades.
—Usted gana, excelencia —dijo Blake poniéndose formal—, mas
no olvide que él es quien al final decidirá. No se aferre, tal vez en
esta ocasión termine desilusionada.
Kate absorbió toda la información, pero más que despejar sus
dudas, sirvió para crearle otras más acuciantes. «¿Qué dificultades
acechan al escocés?», se preguntó tan ávida de saber que estuvo a
punto de abrir la boca para plantear la pregunta. Claro, sabía que
por esa vía no iba a obtener nada, su abuela era hermética cuando
de confesiones se trataba, si lady Edine le había confiado algo
delicado no lo revelaría, quizá solo a Blake, si estaba convencida de
que podía ayudar a los implicados.
Era más fácil sacarle información a su hermano que a su abuela,
eso era definitivo; pero qué pretexto usaría para escarbar en la
intimidad de un caballero.
Por otro lado, tanto su abuela como Blake habían expuesto algo
importante, ninguno estaba dispuesto a permitir que Kate se
convirtiera en esa candidata, la que salvaría —del peligro misterioso
— a MacRury.
No estaban preparados para perderla, para dejarla partir a las
Highlands. No querían que su perfecta y elegante rosa inglesa se
marchitara lejos de los salones donde debía brillar. La habían
educado para eso, con creces.
Collins se acercó discretamente y le susurró con formalidad algo
a Augusta.
—Basta de hacer elucubraciones —dijo sonriente la duquesa
viuda para los comensales—. El proyecto de esposo acaba de
arribar. ¿Deberíamos esperar a que se adecente y convidarlo para
que nos acompañe a la mesa? Pensé que llegaría más temprano.
—Lord MacRury ha pedido la cena en sus habitaciones —
comunicó con el rostro serio el mayordomo.
—Entonces haga los arreglos para que mañana nos acompañe a
desayunar.
Capítulo 8

Alec quería saltarse el desayuno, pero los Basingstoke eran


demasiado hospitalarios y no se lo permitieron. La residencia de
Londres tenía una decoración muy luminosa —que lo hacía sentirse
incómodo—, lo orillaba a echar de menos su lúgubre castillo, el que
se adecuaba más a la oscuridad de su alma.
Buscar una esposa no debía de ser un trámite tan rebuscado y de
no ser por la intriga que le generaba la joya de la familia —lady Kate
—, habría buscado un pretexto para justificar ante su tía Edine su
renuencia ante una pérdida de tiempo, tan inútilmente malgastado.
En cambio, para la duquesa viuda, sus horas repartidas entre sus
ocupaciones y lograr arreglos matrimoniales parecían darle sentido
a sus días. Se tomaba demasiado a pecho la labor de conseguirle
una esposa. No se trataba de una mera diligencia, se volvía un
propósito para ella, uno que disfrutaba, y su entusiasmo para él era
una tortura.
Alec puso los ojos en blanco al recordar la lista y, más, la rapidez
con que la dama lo había obligado a cumplir dos de sus puntos. Se
preguntó si todas las inglesas tenían un carácter similar al de esta,
de ser así debería salir huyendo y buscar una prometida en las
Highlands.
No tardó en bajar y tomar un sitio junto a los comensales, toda la
familia Basingstoke, a excepción de lady Katherine, que según
había escuchado de boca de Sadler seguía indispuesta.
Justo frente a él, en la fastuosa mesa, la duquesa viuda en
cuestión lo acribillaba a preguntas sobre el viaje y la noche anterior:
si había dormido confortablemente, si era de su agrado el
alojamiento, entre otras.
Antes de que los lacayos comenzaran a servir, Kate hizo acto de
presencia y fue anunciada por el mayordomo. Alec se puso de pie
mientras ella se aproximaba e intentó no mirarla a los ojos, aunque
se moría por hacerlo.
—¡Oh, querida! Discúlpanos por no esperarte. Creí que
desayunarías en la habitación, debido a tu resfriado —dijo Augusta.
—No quise ser descortés con el invitado —murmuró la aludida,
recibiendo los saludos de su hermano y su esposa, quien solía
desayunar en su habitación, pero que ese día los honraba con su
compañía.
—Lord MacRury, le presento a mi nieta —anunció Augusta con
orgullo—: Lady Katherine Basingstoke.
Como la muchacha no sacó a su abuela de su error para decirle
que ya se conocían, él también guardó silencio. Y le siguió la
corriente a Kate cuando ella usó las palabras usuales ante una
presentación.
Para martirio de Alec, ella quedó sentada frente a él, la vio
renegar de todos los alimentos con elegancia.
Él probó de todo, los tibios huevos, las suculentas costillas de
corderos con patatas, los bollos de pan recién salidos del horno y si
le hablaban solo contestaba con monosílabos. Augusta estaba
azorada, casi manda a Collins por papel, pluma y tinta para añadir
otro punto pertinente a su lista.
—Me alegra que le guste nuestra comida «inglesa» —bromeó
Blake y eso hizo que Alec se diera cuenta de que era el único que
devoraba los alimentos como si no hubiera un mañana.
Se percató de que nadie más en la mesa tenía similar apetito.
Casi se detuvo en seco para observar disimuladamente lo que hacía
el resto.
Blake dialogaba con los otros comensales, mientras disfrutaba
del aroma de su café —tal vez tomaba una tostada o dos— y se
nutría de la consistencia de alguna carne fría. Su esposa, la joven
duquesa, bebía pequeños sorbos de una taza de té. La abuela
comía con moderación, mientras no podía disimular su
preocupación por la escasa ingesta de la nieta. Una que otra ceja
levantada, se alzaba en dirección hacia Alec que parecía que estaba
guardando reservas para el invierno.
Debido al supuesto malestar de lady Kate, solo la abuela dio
importancia a su apetencia exigua, los demás la eximieron de no
alimentarse adecuadamente. Pero ante la leche caliente, la joven no
tuvo voluntad para negarse, llevó el líquido espumeante y cremoso a
su sonrosada boca, y por descuido —uno imperdonable para una
joven dama—, el labio superior quedó ligeramente marcado por la
nata. La vio contener un suspiro de puro deleite cuando el líquido
tibio y blanco se deslizó por su garganta. Luego, Alec admiró la
gracia con que Kate cogió una servilleta entre sus dedos para
limpiar el exceso. Todo con una delicadeza y armonía que a
MacRury no le desagradaría ver todas las mañanas de su vida.
Pero cuando, tras la insistencia de la abuela para que comiera
algo más sustancioso, Kate tomó una fresa confitada y la cortó en
dos para llevar un trozo a la boca y molerla con sus dientes de
perlas, Alec ya no pudo seguir disimulando y se perdió en el sutil
movimiento de aquellos labios.
El olor dulce y ácido de la fruta le explotó en sus fosas nasales, y
lo transportó a una vívida fantasía. Ella tumbada en el verde pasto
primaveral, cubierta de una exquisita mermelada de fresas
silvestres. Empezaría por devorar esa boca, sin prisa, para luego
saborear el resto de su sedosa piel, lamería cada trozo a conciencia.
El escote, terminaría en el escote y se llenaría la boca con sus
pechos plenos, tan cremosos como la leche que ella disfrutaba.
Cuando se dio cuenta, de la trampa de su juguetona mente, ella
bebía inocentemente otro sorbo de su blanca bebida, ajena a las
imágenes que se sucedían en la cabeza de Alec. Él carraspeó para
obligarse a salir de su ensoñación, miró al resto de los comensales,
y suspiró de alivio cuando comprobó que Kate no había notado el
desliz. También salió ileso de los agudos sentidos de Augusta, que
miraba en dirección a la nieta. Blake estaba absorto admirando a su
esposa, y ella a él, así que ninguno de los dos se percató del
comportamiento licencioso del huésped. Y cuando creyó que saldría
triunfante, la mirada de águila avizora de Collins, el larguirucho
mayordomo entrado en años, lo sentenció.
Sadler lo había prevenido de la lealtad compulsiva de Collins por
los Basingstoke, así que no dudó que, ante otro paso en falso, el
susodicho lo delatara sin clemencia ante el duque. Debía cuidarse
del mayordomo esnob.
El resto del desayuno fue un suplicio, el interrogatorio de
Augusta, las bromas de Blake y tener que soportar la tentación de la
joven damita que tenía sentada frente a él. La leche y la fresa —en
cualquiera de sus versiones— ya no tendrían el mismo significado,
siempre lo transportarían a ese sitio privado en su cabeza.
«Por todos los cielos, lejos de las mozas de las Highlands que
mantienen mi cama caliente, no sé cómo podré desayunar con este
ángel delante de mis ojos todas las mañanas», pensó Alec.
—¿Todo bien, milord? —inquirió Augusta.
—Aye, excelencia —asintió.
—Parecía que esas costillas tenían la intención de escapársele
del plato, por lo rápido que les clavó el tenedor. Y ahora, sin
embargo, las ha dejado enfriarse. ¿Algo no es de su agrado en la
comida?
Si Augusta hubiese reparado en que muchas veces Alec pasó
hambre en su niñez, o que desde hacía unos años, cuando su padre
cayó en cama y él tomó las riendas, se privaban de lujos a la mesa
para evitar el derroche, y destinar el dinero sobrante para ayudar a
coterráneos en situaciones muy difíciles, no habría bromeado con
ese tema.
—Todo es exquisito, es solo que ya estoy satisfecho —se
disculpó.
—Me alegra saberlo porque nos espera una ardua jornada.
Después del desayuno lo espero en mi salita privada, Blake nos
hará el favor de acompañarnos. Tenemos varios asuntos que
discutir con usted. Ya sé cómo haremos para resolver su problema,
solo tendrá que concedernos un poco más de su tiempo.
—Ya he permanecido más de lo previsto lejos de mis asuntos, su
excelencia —intentó negarse educadamente Alec y se sorprendió de
su comportamiento.
—Para un tema tan importante que repercutirá en el resto de su
existencia, ¿qué son dos o tres semanas más? Es una pena que
haya llegado después de San Nicolás, varias oportunidades se nos
escaparon; pero está justo a tiempo para nuestra celebración. Será
el invitado de honor —comunicó Augusta sonriente.
—¿Celebración? —indagó Alexander patidifuso.
—Los Basingstoke cada diciembre damos una fiesta que se
extiende una semana o un poco más, según las inclemencias del
clima. La crema y nata londinense asiste, será el evento perfecto
para que resolvamos su… situación y, tal vez, la de alguien más,
lord MacRury —continuó Augusta, Blake le hizo un guiño cómplice.
—¿Cómo pueden destinar una semana para el ocio? ¿Acaso no
tienen algo de más utilidad que hacer? —indagó Alec
escandalizado.
—¿Juzga usted las costumbres de la aristocracia? —replicó
Augusta.
—¿Yo…? —Se alzó de hombros convencido de que era una
estupidez, pero no se lo diría a esa pérfida mujer, podría vengarse
tratando de emparejarlo con una dama insufrible—. Por supuesto
que no. Me ocupo de cómo invertir mi tiempo, no el de los otros.
Augusta sonrió descaradamente, como un gato que está muy
cerca de cazar a un canario.

En la salita privada de la duquesa viuda, se respiraba una vibra


pesada, la estancia tenía el aura de su dueña y Alec se sentía
encerrado, solo quería correr. ¿Cómo se había metido en semejante
trampa? Él había venido por propia voluntad al recinto de su
verdugo. ¿Qué seguía?
Augusta había tomado asiento en un amplio sofá. A su lado, con
ademán despreocupado, Blake le prestaba atención. Alec, en
cambio, caminaba impaciente por el corto perímetro cercano a la
ventana que daba a la calle, donde escasos árboles en su estado
invernal, lucían despojados de su follaje. En la vía adoquinada, a
pesar de la fría mañana, había más carruajes que transeúntes
deambulando.
—¿Tomarás asiento de una vez? —indicó Blake—. No eres el
único apurado, también tengo asuntos que atender. El
planteamiento de mi abuela es bastante lógico, debes elegir esposa
con la mente clara y sin prisas. Tendrás que convivir con ella por el
resto de tu vida, no querrás errar en tu búsqueda.
—No garantizo el éxito del enlace si usted presiona con el tiempo
y sus excéntricos requisitos —enfatizó Augusta.
—¿Excéntricos? —se escandalizó Alec, según él no había sido
muy exigente; solo quería una mujer sencilla y honesta que lo
pudiera amar. Detestaría obligar a una dama a yacer en su lecho,
como había hecho su padre. Su rostro quedó serio con el recuerdo
de esa confesión.
—No todos los días encontramos a una señorita —y por ende
una familia que de su aprobación—, dispuesta a viajar al otro
extremo del reino y renunciar a lo que ya está acostumbrada.
—La escucho —ofreció Alec, convencido de que en eso tenía
razón. Si hacía una mala elección y tenía que soportar por el resto
de su existencia una esposa a la que no pudiera tolerar, él sería el
más afectado.
—¿Tiene propiedades en Londres? —preguntó Augusta.
—No —contestó MacRury.
—¿Propiedades en Edimburgo?
—No.
—¿En Glasgow?
—¿Por qué las querría? —cuestionó Alec irreverente y ella lo
miró incrédula de que en una sola persona existiera tanta falta de
refinamiento y tan innata capacidad para aferrarse a lo burdo y lo
básico.
—¿Siquiera en Inverness?
—No lo he considerado necesario. ¿Por qué indaga tanto acerca
de mis posesiones? Si quiere le hago un inventario, pero todo se
limita al castillo, sus tierras y algunos terrenos a sus alrededores
que igual tengo arrendados para criadores de ovejas. —Hubiera
agregado: «¡Y por supuesto, las bodegas de whisky, el alambique!»,
pero ese negocio no estaba reglamentado y la duquesa viuda ya
estaba muy exaltada, no quería que añadiera a su lista «actividades
ilegales». Solo le faltaba que lo tratara como a un delincuente,
cuando eran los ingleses quienes querían lucrar a través de los
impuestos escandalosos con el whisky escocés.
—Solo mido el contenido rural implícito en la vida que tendrá la
futura contrayente, para elegir a una señorita capaz de ajustarse a
tales circunstancias —aclaró al fin la dama con una mano en la
frente y la mirada abrumada.
—Pues se lo simplifico… es muy rural —blandió mirándola como
bicho raro. ¿Qué había de malo en el campo?
—Lady Faith Hope imposible, ni siquiera creo que sean
compatibles —comenzó a analizar Augusta—. Su padre es un
duque lo que sería conveniente para usted, pero ella jamás elegiría
a un hombre, aunque tenga título, que no le ofrezca una vida similar
a la que está acostumbrada.
—En eso concuerdo —farfulló Blake.
—La señorita Lexington tiene un carácter dócil, es la sobrina de
un duque, pero se me parte el alma solo de pensar en sentenciar a
una niña tan dulce como Peyton a una vida entre vacas peludas y
ovejas —elucubró en voz alta Augusta.
Blake no pudo aguantar una carcajada que se le escapó sin
condescendencia, luego con el gesto trató de disculparse frente a
Alec.
—Extraña forma de ayudarme, su excelencia —refunfuñó Alec,
dirigiéndose a Augusta—, si el casamiento conmigo lo ve como una
sentencia de muerte para la posible candidata.
—Sentencia de muerte sí, pero para la vida social de la señorita
que acceda a ser cortejada por usted —aclaró con sorna la dama—.
Ya sé qué haré —arguyó Augusta con el rostro iluminado tras la idea
que había tenido—. Invitaré a mi evento decembrino a las solteras
con conexiones más sobresalientes y que ellas mismas coloquen la
cuerda alrededor de sus cuellos. La que no sea inmune a sus
encantos, la seleccionaré para negociar con la familia. ¿Qué le
parece?
—Justo —reconoció Alec sobrado de confianza entrecerrando los
ojos—. Así tendré la oportunidad también de decidir cuál me
simpatiza. Usted habla como si mi capacidad de elección fuera
limitada y tuviera que conformarme con la que se apiade de mi
persona. Creo poseer habilidades para despertar el interés de
alguna de sus invitadas.
—Pues espero que sus armas de seducción estén afiladas,
porque no solo tendrá que conquistar a la dama casadera, también
a la familia. —Hizo un guiño para desequilibrar la seguridad de Alec,
lo necesitaba para la bomba que lanzaría a continuación—. Para
ese tipo de eventos se requiere un código de vestimenta, me tomé
la libertad de concertar una cita con el sastre de mi nieto. He hecho
averiguaciones y tiene piezas adelantadas que con los ajustes
pertinentes podrá entregarle, justo para nuestro regreso a Labyrinth
Manor.
—¡Oh! —exclamó Alec tomado por sorpresa.
—Supongo que quiere dar una excelente impresión a sus futuros
suegros, y qué mejor que con el atuendo de un conde.
—Mi padre aún vive —rectificó y una sombra de pesar le recorrió
el rostro.
—Perdón, quise decir, el heredero de un conde. Sabemos que
está delicado de salud, no quise ser poco respetuosa.
—Lo entiendo, incluso me despedí de él con el pálpito de que
sería la última vez que lo vería. No fuimos muy afectuosos el uno
con el otro y, aunque tengo mucho que reclamarle, sé que me
aprecia, incluso más que yo a él —soltó con la guardia baja,
Augusta sabía donde tocar para desestabilizar.
—Lo lamento. Me comunicó lady Edine en su carta que su padre
podría descansar en paz de saberlo casado.
—Sí, es algo que para él es importante, matrimonio y
descendencia.
—Para todos los padres, nos da cierta tranquilidad —agregó
Augusta con algo de pena por la vida dura que Alec debió de vivir en
su niñez. Sabía de buena fuente, que su padre no era un dechado
de virtudes. Incluso, tras conocer al muchacho, había sentido cierto
alivio, era rudo, adusto y de poco diálogo, pero no tenía el negro
corazón del progenitor que lo caracterizaba por ser una persona
déspota.
—Supongo que sí —concedió Alec.
—Bueno, hecho los arreglos, empiezo descartando a las amigas
de mi nieta para salvarlas de un penoso entierro social. —Blake
volvió a sonreír y Alec arrugó el entrecejo—. Y usted va directo al
atelier por su nuevo guardarropa…
—No he dicho que accedería a ese punto —objetó Alexander.
—¡Oh! —exclamó la fémina alzando la nariz en dirección al cielo
—. Claro, nadie quiere presionar. Usted puede desentonar en la
velada a entera libertad, solo cumplo con mi obligación de informarle
del código de vestimenta, mi deber como anfitriona. Si le gusta que
todas las miradas se desvíen en su dirección, y no le molestan los
cotilleos de las matronas, quienes no pierden la oportunidad de
darle uso a sus lenguas, sírvase usted mismo en bandeja de plata,
milord.
Alec metió tras de la oreja un mechón de su largo cabello que
amenazó con desplazarse hasta su mejilla; luego, sonrió —y con la
sonrisa congelada en su rostro—, hizo una reverencia y se despidió.
Un gesto que no soportaba, pero al que se apegaba en ciertos sitios
y con las compañías ante las que no podía eludir los requerimientos
del protocolo.
«Punto número tres de la lista, maldita bruja Pemberton»,
blasfemó para sus adentros, mientras se retiraba, como un lobo
herido en su orgullo, con el rabo entre las piernas. «Estoy a punto
de desistir de esta locura asfixiante del matrimonio, aún no conozco
a mi futura esposa y ya me siento atado en un potro de tortura.
¿Cómo es posible que Blake tenga esa expresión de plenitud
cuando contempla a su duquesa?», se preguntó.
Él no había conocido el amor de cerca. Su tía Edine seguía
soltera, su tío Gregor se había casado para tener hijos, con la mujer
que le había elegido su señor, el padre de Alec —y se quedó al lado
de la buena Maisie incluso cuando no pudieron concebir, por
costumbre y cariño más que por amor—. Y sus progenitores se
detestaban, primero su madre odió a Elliot con motivos justificados,
y cuando ella arrancó a su primogénito de su lado durante tantos
años, él también le había pagado con rencor. Ni en un segundo
matrimonio el conde de Draymond había encontrado la dicha, la
comprensión y la paz.
Robena, la madrastra de Alec, parecía ir siempre a la carga
contra su marido, y él le respondía con idéntico fervor. Eran como
dos fieras pidiéndose la cabeza.
Alec hizo una mueca al recordar a la esposa de su padre, quien
debió ser como una madre para él cuando llegó triste y confundido
siendo apenas un niño. Pero ella nunca lo quiso. El día que volvió a
Draymond Castle, no solo conoció a un padre frío e iracundo, sino
que se topó con una mujer llena de resentimiento que descargó todo
su odio sobre el muchacho.
Con dieciséis años entendió el motivo por el cual aunque se
esforzaba nunca pudo agradarle:

Alec elevó a Evan, su pequeño hermano de cuatro años, sobre el


lomo de su potro y le dio instrucciones de cómo conducirlo. Las risas
del niño que tomaba las riendas, emocionado, fueron silenciadas por
un grito enardecido de Robena, la que apareció y lo arrebató de la
montura.
—¿Qué haces? —Lo asesinó la madrasta con la mirada.
—Le enseño a montar a caballo —esbozó Alec con naturalidad.
—¡No lo vuelvas a tocar! —dijo irascible, venía con los ánimos
crispados tras un altercado con el conde.
—Es mi hermano —se defendió—, usted no lo va a apartar de mi
lado. Ódieme si eso le satisface, pero muérdase la lengua delante
de mí.
—¡Insolente! —le escupió la mujer con un pálpito. Había
humillado una y otra vez a Alec, desde su llegada al hogar, cuando
el conde no estaba presente. Y, aunque en respuesta, el chico
únicamente la retaba con la mirada, nunca se había atrevido a
contestarle—. No puedes hablarme así, soy… soy…
—La mujer que se quedó con lo que no quiso mi madre. Yo soy el
primogénito, si exige respeto comience por darlo, porque no volverá
a pisotearme jamás —gruñó clavándole una mirada fulminante, con
las manos en la cintura.
—Te aborrezco porque eres el hijo de la mujer que huyó
dejándome solo la opción escandalosa de convertirme en la amante
de tu padre y no su esposa. Sufrí muchas humillaciones mientras no
pude gozar del respeto que merecía como lady Draymond.
—Pero ya es la condesa, ya lo consiguió y sigue plagada de
veneno en mi contra. ¿Por qué me odia ahora, milady?
—Te odio, maldito engendro, porque mi Evan jamás va a poder
heredar el título mientras existas. Te detesto porque me recuerdas a
tu madre, por la que aún se lamenta Elliot y a quien no se ha podido
borrar de la cabeza.
—Pues en serio lo lamento, pero usted sabía todo eso cuando
decidió acercarse a él.
—Algún día Evan comprenderá que eres su enemigo natural y
que no lo dejarás ascender al lugar que merecía —lo amenazó.
—Esa será su decisión, «algún día», pero mientras me
demuestre su cariño, como ahora, no permitiré que nos separe,
bruja endemoniada.
—¿Cómo me has llamado? —dijo con gran aspaviento—. Tu
padre sabrá de tal ultraje.
—Sírvase, milady. ¡No le tengo miedo!

Con esas ideas en la cabeza, y el entrecejo fruncido que siempre


se le hacía cuando recordaba esa etapa de su vida dedicó un
pensamiento amable para Evan, decidió que tras dejarse arrastrar
por Sadler al atelier del sastre, iría a visitarlo. Alec siempre se había
apiadado del chico. Robena jamás le había dado ni una pizca del
amor que Amanda le había entregado a él.
Y en esos años el cariño entre ambos jamás cambió. Ni si quiera
cuando la condesa se quejó ante su esposo de lo maleducado que
se había comportado Alexander, y el conde como reprimenda lo
castigó con una golpiza.
A Evan, muy jovencito lo enviaron a Eton para que tuviera
mejores modales que su hermano, donde llevaba varios años,
quedándole menos para egresar.
Alec aprovechó el talento de Sadler para encargarle que le
comprara ropa a la moda, chucherías, y cuanta cosa podría gustarle
a un muchacho de dieciséis años.
Evan era muy distinto a Alec. Él sí se había adaptado a Londres y
al colegio, a diferencia del hermano mayor quien terminó de
formarse con un tutor tras huir de Eton y después de manera
autodidacta.
Le dedicó la tarde al muchacho y entre carcajadas y abrazos se
les fue el tiempo de prisa.
Capítulo 9

Mientras la duquesa viuda daba indicaciones para el festejo


previo a la Navidad, que tenía lugar, como siempre, a mediados de
diciembre en Labyrinth Manor, Eleonora terminaba de revisar la lista
de convidados. Las invitaciones habían llegado puntuales varias
semanas atrás y los asistentes habían confirmado con tiempo
suficiente.
Una despedida elegante al estilo de los Basingstoke, antes de
retirarse para pasar la Navidad en familia, como acostumbraban.
No olvidaron añadir el mismo número de caballeros solteros y
señoritas casaderas con sus respectivas carabinas. Era un evento
donde acudían familias respetables que tenían nexos con los
Basingstoke. Una oportunidad imperdible para concertar posibles
alianzas matrimoniales. La crema y nata de Londres, con hijos en
edad de casarse, aguardaban con ansias recibir una de esas
anheladas tarjetas. Augusta tenía un ojo muy fino para planear y
consolidar esos acuerdos.
Era una suerte que Labyrinth Manor quedara tan cerca de
Londres, podían regresar de ser necesario, siempre que los caminos
fueran transitables debido al clima.
Para Kate, la celebración le hacía más animada la estancia en
Labyrinth Manor. Agradecía que Blake tuviera tanta actividad en
Londres que conllevaba a que sus temporadas en la residencia
campestre fueran breves.
Mientras tanto, disfrutaba de la compañía de sus queridas amigas
lady Faith Hope y la señorita Lexington —Peyton—, en el salón del
té, justo a las cinco. Ambas se habían enterado del resfriado que le
aquejaba y habían acudido a visitarla.
—Me alegro tanto de verlas —musitó Kate después de dar un
sorbito a su bebida.
—Ya tengo mis nuevos vestidos y accesorios para mi estancia en
Labyrinth Manor. Mi madre cree que un guardarropa más abultado
me hará pescar a un buen partido en la fiesta que dará tu familia —
agregó Faith con sorna dejando su tacita de porcelana con ribetes
de oro sobre su plato a juego.
—La duquesa de Bridgewater nunca pierde la esperanza,
¿verdad? Mi abuela igual está presionando. Yo voy mañana
temprano al atelier de madame Dumont —dijo Kate para referirse a
la más cotizada de las modistas francesas de Londres—. Espero
que mis encargos ya estén listos y que pueda llevarme los abultados
paquetes. ¿Y tu tía, Peyton? —le preguntó a su otra amiga—. ¿Igual
te exige casarte de una vez?
—¿Con pretendientes insufribles cuya alianza le benefician más a
ella que a mí? Sí —contestó la aludida—. Pero me las he arreglado
para ignorarlos. Los candidatos que me elige jamás los buscaría
para su hija. Si continúo guiándome por su consejo terminaré en un
matrimonio que convenga más a los intereses de mi posible esposo
que a los propios. No me casaré con alguien que me resulte
desagradable o que me doble o triplique la edad.
—No nos quejemos aún, nuestra suerte no podría ser peor que la
de lady Felicity —murmuró Faith trayendo a colación una historia
que la memoria colectiva de Londres no dejaba descansar, aunque
a ellas solo les habían llegado rumores. Los eventos que suscitaron
el escándalo ocurrieron unos años antes de que las tres debutaran,
cuando Felicity hizo su presentación.
—Tienes razón, pobre de ella —aceptó Peyton y luego dio un
mordisco a la pastita coronada con glaseado de frutos rojos, se
deleitó en su sabor, definitivamente la cocinera de Pemberton House
superaba con creces a la de la casa de sus tíos.
—Siempre me pregunto qué fue lo que en verdad sucedió para
que sus padres la retiraran de la sociedad —comentó Kate—.
Aunque es una especie de leyenda de lo que no debe hacer una
debutante, nadie me ha querido explicar con exactitud en qué falló.
—¿Qué puede ser peor que hacer el ridículo en su puesta de
largo? —cuestionó Peyton.
—Seguramente fue muy vergonzoso e imperdonable para que
nadie quiera repetirlo en voz alta —rezongó Faith.
—Aunque mi situación no es tan triste como la de Felicity, no me
casaré con alguien que me resulte repulsivo, así cumpla todas mis
temporadas y me quede solterona… como ella —resolvió Peyton.
Faith la miró con desconsuelo, pues a diferencia de aquella
gozaba de unos padres cariñosos que consentían todas sus
exigencias; pero Peyton no disfrutaba de igual suerte, era huérfana
como Kate, y vivía bajo la tutela de sus tíos, lo que no la hacía feliz.
—¿Lograste infiltrarte y robar la lista de solteros que invitará tu
abuela a la fiesta? —sonsacó Faith para alejar la congoja del rostro
de Peyton—. Tal vez ahí se encuentren nuestros futuros esposos.
—Por lo pronto no, pero al menos sé de uno que dará mucho de
qué hablar. Ha venido directo de las Highlands y se ha vuelto el
nuevo proyecto secreto de mi abuela —soltó Kate con una chispa en
los ojos.
—¿Por qué lo dices tan entusiasmada? —le preguntó Faith con
picardía notando cómo le brillaba la mirada a su amiga—. ¿Es de
buen ver?
—Agradable a los ojos si tu gusto es más bien… —El pudor no le
permitió acabar la frase, la que ahogó en una risita coqueta.
—Casquivana —la sermoneó Faith en un juego atrevido que ellas
se permitían.
—De alguien he aprendido —dijo Kate entre carcajadas.
—Pero no acapares la lista —replicó Peyton—. Busca e informa
de algún candidato que pudiera ser interesante para tus amigas.
—Es la única novedad de la que tengo conocimiento, supongo
que no faltarán «los inquebrantables».
—Pero esos solo tienen ojos para ti y, además, ninguna de
nosotras los quiere —protestó Faith y Kate se alzó de hombros.
—Irá el marqués de Winchester. —Kate trató de dar un premio de
consolación.
—De buen ver, rico, refinado, pero demasiado… —lo definió Faith
en pocas palabras.
—Altanero —agregó Peyton—. Ese hombre arruinará el alma de
la que ose desposarlo. No dudo que convierta a una debutante feliz
en una esposa amargada.
Ambas rieron de su comentario, todas reconocían que era
apuesto el marqués de Winchester, pero ninguna se sacrificaría para
averiguar si había la posibilidad de que hiciera dichosa a una
criatura humana.
—Mejor volvamos al espécimen de las Highlands. Háblanos de
sus talentos o sus virtudes, tu distinguida abuela suele anotar todo
cuidadosamente y dudo que no hayas investigado al menos por
curiosidad —añadió Faith.
—Lord MacRury. Su padre es el conde de Draymond. Ese
hombre es… ¿Cómo describirlo? ¿Recuerdan todos esos rumores
que sobre los habitantes de las Highlands? Duplíquenlos y ahí
tienen al caballero.
—Seguro exageras para alejarnos de su círculo de acción —
bromeó Faith.
—Claro que no —se defendió.
—Creo que nuestra amiga tiene razón —añadió Peyton—. Jamás
dedicas más de tres palabras a un mismo caballero, y desde que
llegamos no hemos hecho más que oír del susodicho.
Kate tragó en seco al darse cuenta de que era cierto y se fustigó
por eso. ¿Qué estaba haciendo? No había parado de mencionarlo
y…
—Lord MacRury y yo somos incompatibles, ni siquiera lo he
considerado. Es intimidante, cuando abre la boca es para soltar
palabras mordaces y sus ojos son dos dardos ponzoñosos que se te
clavan sin nada de decencia. En el desayuno se me quedó mirando
a la boca de un modo muy indecoroso, mientras simulaba estar
distraída, gracias a Dios nadie más alcanzó a notarlo. —Kate intentó
sonar convincente—. ¿Me imaginan en las Highlands lejos de
Londres?
—Definitivamente no. Tal vez a Peyton, si el hombre le robara el
corazón, ella sí podría dejar todo por amor. Pero tú, querida, lejos de
la civilización, de los teatros, de Gunter’s, de los grandes salones,
de los vestidos diseñados por madame Dumont, de los eventos más
lujosos de la temporada, de todo lo que podemos comprar en Bond
Street. Seamos realistas, no lo podrías soportar —arguyó Faith con
resolución y luego saboreó un pastelito de frambuesa, después de
tragar y pasar la servilleta por sus labios, agregó—: Ni siquiera creo
que puedas conseguir estas exquisiteces.
—Es lo que he tratado de decirles —admitió Kate lanzándole una
mirada a la fina vajilla desplegada sobre la mesa del té—, no se
ajusta a mis requisitos.
—Pues, espero que la duquesa viuda tenga tres ases bajo la
manga —dijo Peyton—. El tiempo se nos acaba y los solteros de
nuestro círculo más rescatables son «tus inquebrantables»,
Winchester y ese inconveniente highlander.
—No olviden al duque de Bedford, el escurridizo. Ya cumplió su
duelo, una casamentera astuta como tu querida abuela, seguro ya lo
tiene en la mira —recordó Faith.
Kate las vio llenarse de ilusiones acerca de los candidatos que
avispadamente su abuela iba a convocar, y ella solo podía perderse
en unos ojos azules oscuros, unos a los que trataba de resistirse, le
convenía tenerlo lejos.
Capítulo 10

Cuando por fin terminó la estadía en Londres, estaba listo para


regresar a Harlow. Alec revisó que el regalo que había elegido para
obsequiar a su prometida, en el primer encuentro, estuviera bien
empacado para el viaje. También se cercioró de que su nuevo
guardarropa y el viejo estuvieran en los baúles y en el carruaje. No
desecharía sus pertenencias, usaría las pretenciosas prendas
confeccionadas por el sastre del duque solo para esos eventos de
etiqueta.
Dejó ese pensamiento de lado y se concentró en observar el
obsequio, la calidad y la belleza, lo tenía esperanzado. A las
muchachas escocesas les provocaba sonrisas, así que dedujo que
con las inglesas no sería diferente. Se rascó la cabeza, su padre
jamás le había dado consejos sobre mujeres —y tampoco los quería
de su parte, era un bruto que había hecho derramar muchas
lágrimas a su madre, no lo creía una autoridad en la materia—. Todo
lo que había aprendido fue por instinto, curiosidad y lujuria. Ni
siquiera se atrevía a hablar del tema con su mejor amigo, Gaven, y
eso que este se notaba experto en la materia, era el soltero más
cotizado de las Highlands. Gaven Mackay sabía cómo hacer
suspirar a las damiselas y echar en la bolsa a las exigentes
matronas.
Alec, por su parte, era enemigo del arte del cortejo. La primera
moza que sucumbió a sus encantos fue la hija del jefe de establos,
ambos eran vírgenes pero impetuosos y dieron rienda suelta a sus
deseos una larga e insaciable temporada, hasta que el padre de ella
los descubrió y la casaron con otro. A Alec le costó aceptarlo, más
porque la muchacha no luchó como él lo hizo. Ella entendió que
estaban en esferas diferentes y que le correspondía salvar su honor
con alguien de su posición.
Unos años después, Alexander se dio cuenta de que fue lo mejor
que pudo pasarle, era muy joven y, con el tiempo, se habría sentido
irremediablemente atado a una mujer de la que en verdad no estaba
enamorado. Solo fue una pasión de adolescentes, el despertar de la
carne. Lo comprobó cuando cayó en las redes de otra moza más
experimentada, y entonces aprendió que podía mantener el lecho
caliente sin necesidad de recurrir al matrimonio.
Pero nunca más comprometió sus sentimientos, no estaba
dispuesto a volver a quedar vulnerable. Su pasión eran los caballos
y el cuidado de sus tierras. El regocijo de la carne solo era un
desahogo cuando su cuerpo se lo exigía, un desfogue necesario
para calmar las tensiones que lo abrumaban y el fuego que corría
por sus venas.
Cuando arribó a sus veintiocho años, con la responsabilidad de
heredar el condado cada vez más cercana, cedió ante la presión de
su tía y padre. Tal vez era hora de sentar cabeza y perpetuar su
estirpe, pero decidió hacerlo todo diferente.
Estaba en contra de los matrimonios por conveniencia, como lo
fue el de sus progenitores, se negaba a que su esposa lo viera
como un verdugo o sintiera repulsión por él. Así que la sugerencia
de su tía, de solicitar los servicios de Augusta no le pareció
descabellada, eso hasta conocer las argucias de la casamentera en
cuestión.
Durante el recorrido en carruaje con destino a Labyrinth Manor,
hasta que estuvo instalado en la misma habitación que había tenido
en su estancia anterior, no pensó en otra cosa. ¿Debía quedarse
esa semana o aprovechar para escabullirse?
Un suspiro violento ahogó todas sus preocupaciones, tras
instalarse dejó a Sadler ocupándose de sus cosas y salió con la idea
de cabalgar.
Pensó que si la buena fortuna lo premiaba con un encuentro a
solas con lady Katherine, como el que tuvieron en el establo el día
que se conocieron, se sentiría recompensado. Si soportaba estar en
un ambiente que lo abrumaba, era porque esos ojos fascinantes y
esos labios voluptuosos se habían colado en su mente con la
intención de no salir jamás.
Cuando estuvo afuera y recorrió los lugares, donde podría
tropezársela, se convenció de que no tendría tan buena suerte.
Aunque no nevaba hacía frío, lo suficiente para que alguien
resfriado decidiera quedarse junto al fuego, y no iba a recorrer los
sitios comunes de la mansión en su búsqueda.
Se acomodó el largo cabello que empezaba a desordenarse por
la brisa helada y apretó la mandíbula. La nueva ropa de montar, un
pantalón de piel de ante que se le ajustaba como un guante, le
incomodaba para caminar. Entre bufidos, se acercó al establo.
Caminó hasta la cuadra de Blizzard, ni siquiera escuchó al mozo
que intentó impedir que lo sacara y comenzó a ensillarlo.
—Disculpe, milord, es el caballo de lady Katherine, nadie más lo
monta.
El pantalón ya lo tenía irritado, se sentía sin libertad para
moverse, las botas altas cuya piel aún no domaba por completo le
rozaban en uno de los calcañales, así que no fue muy tolerante. Una
mirada bastó para indicarle al mozo que se metiera en sus asuntos.
Condujo al potro blanco por las bridas hacia el exterior. Lo
acarició y le susurró en gaélico escocés unas cálidas palabras que
al caballo le gustaron porque respondió moviendo la cabeza y
dejándose montar.
—Vamos a trotar un rato, Crabbit, y a conversar, debes aprender
a no tirar a tu ama. Sé que puedes lograrlo. ¡Arre! —agregó
perdiéndose y dejando al mozo de cuadra sin poder rechistar.
Y juntos galoparon como una sola mente, hasta que la furia que
corría por las venas de ambos se hubiera sosegado.

De regreso, fastidiado porque sus primeras intenciones de


propiciar un encuentro con lady Katherine no fueran fructíferas, fue
interceptado por Sadler. Le pidió servirle un refrigerio en la terraza.
A donde se dirigió con el «ayuda de cámara» recién ascendido
caminándole detrás.
—¿En la terraza en pleno diciembre? —parloteó incesante
Sadler.
—No nieva —respondió con sequedad, mientras notaba el
movimiento en el ambiente: perros ladrando, cascos de caballos
repiqueteando y el ruido de ruedas que se aproximaban.
—No, pero hace frío —refutó el sirviente concentrado en lo que le
había robado la atención a Alec.
—Tráigame entonces un té bien caliente, con eso bastará. Quiero
relajarme después de cabalgar y apreciar las vistas —añadió
tomando asiento, el flujo de pensamiento sobre lo que acontecería
esa noche y las siguientes invadió su mente.
—¿Acompañará el té con unas pastitas?
El gesto agrio de Alec persuadió a Sadler de tal sugerencia.
—Póngale tres dedos de whisky, de uno de calidad, que sea
auténtico escocés.
—¿Desea carnes frías, pan y queso?
—Solo el té en las condiciones que lo he pedido —casi ladró.
—Enseguida. Permítame decirle, milord, que luce usted
cambiado. Su nuevo atuendo le queda muy bien, el de la noche le
sentará todavía mejor. —Diría lo que fuera con tal de quedarse con
el puesto, aunque no mentía.
—Espero que valga cada libra que me hizo pagar en Bond Street
y la incomodidad que estoy pasando —arguyó removiéndose
fastidiado sobre la silla.
—Las damas se lo agradecerán, ya Dios le dio gracia y figura,
solo falta pulirlo un poco.
—Por favor, no me alabe, Sadler, me causará una indigestión. No
hay nada más patético que un hombre elogiando a otro.
Sadler soltó una risita irónica. —Su señor era más cerril que un
hombre de las cavernas. Su excelencia, la duquesa viuda de
Pemberton tendría mucho trabajo si en verdad deseaba refinarlo.
—Es mi responsabilidad preocuparme por su aspecto.
—Pero no se exceda.
—Claro que el traje de noche le quedaría mejor con un corte de
cabello a la moda y una afeitadita —insistió con un ademán Sadler.
Alec estuvo a punto de incinerarlo con la mirada.
—Ni lo sueñe.
—¿Al menos podríamos recortar y alinear su barba?
—Por supuesto que no.
Y como un castigo orquestado por la bruja Pemberton, como Alec
le había apodado en secreto, a la enorme mansión comenzaron a
arribar los invitados que llegaban en lujosos carruajes. Aquellos eran
tanto o más pomposos que los mismos Basingstoke. Parecía que lo
más selecto de Londres había huido y había llegado en estampida
para refugiarse en Labyrinth Manor.
Desde el rincón de la terraza Alec, con el entrecejo fruncido, se
fijó en la competencia. Sadler volvió a tiempo con un lacayo con su
té.
—¿Todo de su agrado, milord?
—¿Quién es ese caballero? —dijo mirando en dirección a donde
recibían a Tristan Black y lo ayudaban con su elegante abrigo de
doble botonadura, su sombrero y su bastón.
—Es el marqués de Winchester, uno de los mejores partidos de la
anterior temporada. Sigue sin decantarse por alguna debutante.
—¡Oh! ¿Por lo que dice debo suponer que hay varias
interesadas? —exprimió al ayuda de cámara.
La elegancia de lord Winchester se escapaba por cada uno de
sus poros.
—Bastantes. Dicen que es muy arrogante, aún no ha dado su
brazo a torcer ante las mieles del matrimonio.
—¿Y aquel? —dijo señalando a otro individuo de gesto adusto,
pero porte distinguido.
—Duque de Bedford, viudo. No suele acudir a muchos eventos,
pero a su excelencia, la duquesa viuda de Pemberton, no se le
escapa un partido prominente. Muchas de las matronas que
conocerá esta semana darían lo que fuera por pescarlo para sus
hijas.
El hombre era joven para estar en la viudez, se veía serio, de
porte regio y también, como el anterior, venía acompañado por una
dama mayor.
—¿Me pregunto cómo le hace para enterarse de tantas cosas?
—cuestionó aún más intrigado, pero lo que en verdad deseaba
saber «¿quién pretendía a lady Katherine?» no se atrevió a
preguntarlo. Carraspeó con la duda arañándole la garganta—: Un
ayuda de cámara debe ser discreto y servir a los intereses de su
señor.
—Por supuesto.
—Espero que lo lleve a cabo, no suelo dar segundas
oportunidades a chismorreos que terminen por perjudicarme. Así
que cierre la boca de ahora en adelante.
—No quise molestarlo, milord.
Con Sadler advertido, terminó de beber el té. Había notado cómo
los ojos de este se encendían ante los cotilleos y decidió prevenir
antes que ese rasgo lo metiera en un problema. Pero lo que lo
estaba quemando por dentro lo hizo morderse la lengua demasiado
pronto. No pudo más y habló:
—Sabe si uno de los caballeros está interesado en lady
Katherine. —Volvió a carraspear.
Sadler lo miró primero asombrado por el cuestionamiento, rápido
intuyó por dónde venía. Luego se envaró con dignidad.
—Mi boca está cerrada a sugerencia de milord.
Alec arrugó el entrecejo por la astucia y el atrevimiento de su
ayuda de cámara.
—Usted me agrada y eso es muy raro, creo que aunque trata de
disimularlo con su porte remilgado, es todo un pillo. Bueno, abra la
boca para darme información, pero ciérrela para brindarla sobre mi
persona —sugirió Alec tras terminarse la bebida.
Raudo y veloz, deseoso de contar hasta el último detalle, Sadler
comentó:
—No sé si esos caballeros estén interesados en la dama de la
que desea saber, pero su abuela sería la más feliz del mundo si ella
los aceptara, es más, creo que los ha invitado con ese propósito.
—Usted me sigue sorprendiendo, Sadler —murmuró gruñón.
—La información en este contexto es valiosa, alguien de mi
posición a veces escucha lo que no debería. Y claro que soy
discreto, no quiero que piense mal de mi persona. No diría algo que
lesionara la integridad o el buen nombre de la familia a la que sirvo o
he servido.
—Eso me tranquiliza —ironizó.
—Ahora, si está interesado en cortejar a lady Katherine requiere
saber que de quienes más debe cuidarse son de sus tres fieles
pretendientes: el hijo mayor del conde de Lering, lord Alcott y el
hermano del marqués de Breckenridge, esos tres caballeros jamás
desestiman una oportunidad de acercarse a la damita. Los verá
pulular sin éxito alrededor de ella toda esta semana.
—No estoy interesado en nadie, es solo curiosidad —aclaró, pero
tomó nota mental acerca de esos caballeros.
—En ese caso, ya ha sido aclarada.
Alec al ver que todos los invitados venían acompañados echó en
falta a los suyos. Se hubiera sentido menos incómodo si su tía Edine
le hubiese seguido, ella era buena entablando conversaciones.
Decidió calmar su añoranza escribiéndole una carta a su amigo
Gaven, conde de Mackay, solían apoyarse en las empresas más
adversas, y aunque Gaven estallaría a carcajadas al saber el motivo
por el que pedía refuerzos, entendería a la perfección su inquietud,
él también odiaba tener que guardar las apariencias para tener que
encajar entre nobles ingleses.
De igual modo, quería ponerlo al tanto de sus avances en la
ardua tarea de buscar una esposa y establecer las alianzas
sugeridas por su padre y la tía Edine. No estaba seguro de que esa
idea descabellada funcionaría, así que le daba carta blanca para
que actuara en su nombre y mantuviera a raya sus enemigos en lo
que regresaba. Más que amigos eran como hermanos, y se
protegían el uno al otro.
Se fue a su habitación para tal cometido y al terminarla trató de
buscar a su ayuda de cámara sin éxito.
Como Sadler no aparecía cuando se le llamaba, y los sirvientes
estaban ocupados recibiendo a los recién llegados, decidió ir en
persona a encomendar el envío de manera urgente de su misiva.
En el camino, de vuelta a sus habitaciones fue interceptado por
una doncella de nombre Ágata, que con discreción lo condujo a la
salita de la duquesa viuda.
Lo que menos esperó fue encontrarse a Kate, justamente ahí,
cuando ya había perdido la esperanza de verla. Estaba a punto de
esbozar una sonrisa cuando escuchó la voz de la duquesa viuda de
Pemberton, lo que provocó que la sonrisa de Alec se congelara en
su rostro a medio emerger.
—Lord MacRury, ¿pensaba que íbamos a lanzarlo a los leones
sin un arma para defenderse?
—Su excelencia, lady Katherine —saludó a ambas seguido de
una cortés reverencia—. No sé a qué se refiere.
Al fin la encontraba… Aunque veía acompañada de su abuela.
—Esta noche iniciamos actividades con una cena y juegos de
salón, pero el viernes cerramos la semana con un baile —informó
Augusta. Aquella palabra no representó nada para Alec, él no asistía
a bailes y en caso de que se viera obligado a acudir a alguno se
quedaba alejado de la pista todo el tiempo—. Tiene una semana
para defenderse en el cotillón o la cuadrilla.
—Ya le comenté que no bailo —se escudó.
—Debe hacerlo —insistió la duquesa.
—No entiendo por qué es relevante, solo pretendo casarme, no
divertirme contoneándome delante de otras personas.
Kate no intervenía, pero para Alec era muy incómodo debatir
acerca de ese tema en su presencia. Aún se preguntaba qué hacía
ahí.
—Bailar es más que solo recreación —sermoneó Augusta—, para
una joven significa la oportunidad de mostrar sus habilidades dentro
y fuera de la pista con el propósito de agradar a un caballero, que tal
vez se convierta en su esposo. Y para usted, milord, representa la
posibilidad de conocer y valorar a las posibles candidatas.
—Así solo daría una falsa impresión de mi persona —rebatió—.
Se me hace de mal gusto hacer creer que bailo y soy divertido, y
que después de casados compruebe que no es así.
—Bueno, querida nieta, al parecer perdimos esta batalla. Kate
danza con una gracia admirable, tiene un don innato y me iba a
apoyar mostrándole cómo se hace.
Alec dejó de refunfuñar, su entrecejo se relajó y la arruga en
medio de sus cejas desapareció.
—Nunca un caballero se había negado tan fervientemente a
acompañarme en un baile. —Kate abrió la boca y su dulce voz
embotó los sentidos de Alec. Había querido escucharla toda la
mañana.
—Perdóneme, milady, no quise ser descortés. Tal vez su
excelencia está en lo correcto. Podría intentarlo —dijo cabal, con la
voz pausada y por completo solícito—, solo le advierto que no soy
buen bailarín.
Augusta abrió los ojos desmesuradamente, Katherine había
logrado con dos palabras convertir en un tierno cachorro a aquel
lobo arisco.
—¿Pero lo ha intentado? —inquirió Kate.
—Comencemos de una vez —apuró Augusta sin dejarlo
contestar—. Hoy tendrán que practicar sin música, mañana tal vez
encontremos a un aliado que pueda tocar el pianoforte.
Cuando Alec tuvo a Kate frente a frente y pudo percibir su aroma,
sus sentidos quedaron embriagados por su dulce olor. La muchacha
le llegaba hasta las clavículas, y aunque no era una mujer pequeña,
sino más bien mediana, un poco más cerca de lo habitual parecía
delicada.
La escuchó darle indicaciones y su voz dejó de sonar, se sentía
en una nube, una donde cualquiera de las fantasías que había
tenido con ella podían hacerse realidad. La boca varonil se curvó en
algo parecido a una sonrisa, la vocecilla demandante de Kate se oía
como la gloria, incluso con el tono ligeramente grave que le había
dejado el resfriado.
—Uno, dos —repetía explicando cada particularidad del cotillón,
señalando cuando hacer la figura o cambiar de posición con parejas
imaginarias.
Y por alguna razón, mientras Katherine tomaba de las manos a
Alec, ella también guardó silencio y ambos flotaron en la misma
ensoñación. Él la siguió mientras ella se movía grácil como una
gacela, haciéndole la tarea más llevadera.
—No te agites demasiado, querida, no deseamos que la tos
regrese. —La intervención de Augusta, severa, con actitud crítica,
los devolvió a la tierra.
—Estoy bien, lord MacRury es un estupendo discípulo —dijo
Kate.
—Para no haber bailado nunca no está usted tan perdido, milord
—intervino de nuevo Augusta perpleja al ver al hombretón
desplegarse por la estancia en compañía de su nieta.
—No he dicho que no he bailado nunca, confesé que no lo hago.
Mi madre, que en paz descanse, me enseñó algunos pasos. Ella
dejó este mundo cuando yo tenía doce años. Así que, como ve, fue
hace demasiado tiempo, por lo que estoy por completo fuera de
práctica.
—Casi toda una vida —agregó con pesar la duquesa viuda—.
Cambiemos la posición o se les terminarán por entumir los brazos.
Ambos obedecieron y continuaron practicando, era difícil
conversar —lo que más querían—, con Augusta como un general
supervisando, corrigiendo posturas y dando órdenes a diestra y
siniestra; pero a pesar de ese contratiempo, ninguno jamás olvidaría
la música tarareada por Kate, su voz dictando los números de los
pasos a seguir, y lo bien que se sentían ambos al tenerse tan cerca.
Cuando terminaron, Augusta le susurró a MacRury:
—Mañana a la misma hora, aún debemos practicar y pulir sus
movimientos. Recuerde ser discreto con respecto a este acuerdo,
jamás estuvimos en este salón, ni Kate tuvo la amabilidad de
ayudarle. Un maestro de baile hubiera sido útil, pero el tiempo
apremia. Ahora debemos atender a nuestros invitados.
Y aunque juró que no tendría memoria, de aquel amable gesto de
ambas, no pudo dejar de recordar a Kate cada segundo mientras se
preparaba para la cena.
Ni siquiera se percató que había accedido a otro de los puntos de
la lista, el número cinco, y lo había hecho de buen grado. Sí,
definitivamente la duquesa viuda se estaba saliendo con la suya.

La noche llegó implacable, Sadler estaba muy quisquilloso y Alec


terminó por ceder ante algunas de sus demandas. Perfiló su barba y
la rebajó tanto que sus facciones salieron a la luz. Sus ojos, antes
ocultos entre tanto vello facial tomaron protagonismo en su rostro.
No permitió que le cortara el cabello como pretendía aquel, más
corto abajo y más largo arriba, como estaba a la moda. Solo de
imaginarse a sí mismo luciendo ese estilo se horrorizaba, perdería
del todo su identidad; pero dejó que el ayuda de cámara delineara
sus patillas y lo peinara de un modo menos rebelde.
Vestirse como el enemigo le ayudaría a pasar desapercibido —si
aquello era posible—. Necesitaba que esa semana transcurriera
deprisa, para regresar a su hogar.
—Ha quedado usted irreconocible, puede competir con
cualquiera de los caballeros que han arribado por la atención de una
dama —soltó Sadler perplejo de su propia creación, le acomodó la
corbata, que había rematado al frente en un nudo complejo,
después de darle varias vueltas alrededor del cuello almidonado de
la camisa.
Alec se observó ante el espejo, sin darle mucha importancia a su
porte altivo y su atuendo elegante. Dejó de preocuparse por el
exceso de piezas y accesorios. No dijo nada, pero no le desagradó
el resultado, tampoco era para que estuviera ataviado de esa forma
todos los días, pero no le disgustó tanto como lo había creído al
inicio. Su opinión decidió guardársela, si admitía delante de Sadler
que se había lucido no se lo quitaría de encima.
Cuando bajó a reunirse con los invitados, no tardó en recorrer el
salón guiado por Augusta, quien con disimulo le fue describiendo a
las jóvenes disponibles, con la esperanza de que alguna le
simpatizara.
—Esperaré a que me indique las que son de su agrado para de
esa forma hacer los arreglos pertinentes para proceder a
presentárselas.
—No estoy convencido de que con alguna pueda funcionar. —Y
ante cada ofrecimiento Alec puso reparos, los que Augusta escuchó
receptiva, pero preocupada.
—Con tanta reticencia nos quedaremos con las manos vacías.
Entienda que es su oportunidad de ser presentado y conversar con
ellas en un ambiente apropiado. El viernes podrá pedirle un baile a
cada una de las que le interesen. No tarde en decidirse, no es el
único que está buscando esposa, recuerde que no podré
acomodarlo para jugar con alguna sin la debida presentación.
—Elija usted —dijo seguro de que no se libraría de las
introducciones correspondientes.
Después de la cena, que procedió sin contratiempos, los
asistentes se desplegaron en varios de los salones, en uno se
jugaban a las charadas, en el otro cartas y ajedrez, en el tercero los
más osados jugaban a la boca del dragón. Alec rechazó con
estoicismo y dignidad integrarse a alguno de los grupos y se limitó a
mirar. No era el único, el duque de Bedford tampoco aceptó unirse.
Se dedicó a observar con disimulo a Kate en una mesa jugando
ajedrez, nada más y nada menos que con lord Winchester. El
caballero parecía un pulpo desplegando atenciones, Alec incómodo
apretó la mandíbula. Ese hombre orgulloso la miraba de una forma
que no le gustaba, como un felino a su presa, con un aire posesivo
que le puso a hervir la sangre. Cuando reparó en que ella le ofrecía
una tímida sonrisa a su contrincante, los celos lo golpearon de una
forma despiadada y brutal, como una planta trepadora que
amenazaba con hacerle perder la cabeza.
La sensación no le gustó. Era algo que no podía y no quería
permitirse, no se reconocía. Pero, aunque Alec se esforzó por
controlar lo que sentía, su rostro no disimulaba su conmoción.
Blake se le acercó para darle conversación al verlo solo, llegó
acompañado de uno de sus amigos, a quien conocía de tiempo
atrás y se vio en la situación de saludarlo.
—Lord Craven, lo felicito por su reciente matrimonio —dijo Alec al
recordar que durante la cena había escuchado que otros lo
felicitaban por sus recientes nupcias, ya que era el primer evento al
que los condes de Craven asistían como esposos.
—Lord MacRury, es igualmente grato para mí verlo de nuevo. A
mi esposa se la presentaré cuando termine de jugar. —La condesa
estaba integrada al grupo de las charadas.
—Se ve que se divierte —añadió Alec brindando su más afable
rostro, pero no podía evitar escudriñar hacia donde Winchester
continuaba conversando con Kate.
Alec tensó los músculos de su rostro y dejó de torturarse
mirándolos.
—¿Todo bien, amigo? —indagó Blake.
—Por supuesto —respondió casi involuntariamente porque era lo
más apropiado, no podía revelarle el motivo de su incomodidad.
—Craven ha probado tu whisky y creo que has ganado a un
nuevo cliente —susurró el duque y le hizo un guiño a Alec—. Es
discreto.
—De verdad me ha fascinado —respondió el aludido.
—Agradezco el gesto —correspondió Alexander.
La conversación se extendió de los negocios a la política exterior
y tras un largo interludio, por fin, volvió a quedar solo.
La buscó enérgicamente con la mirada. La descubrió jugando a
las charadas con varias señoritas y dos caballeros, uno de los dos
era Winchester. Agudizó el oído y supo que el otro era lord Alcott,
recordó la mención de su nombre en boca de Sadler, uno de los
admiradores de Kate, de los que siempre la dama rechazaba. Le
costó entender cómo un hombre podría insistir tanto si era evidente
que una fémina no estaba interesada. No le dio mucha importancia
a este último caballero, el marqués era el que se le hacía un rival de
cuidado.
Ni cuenta se dio cuando una de las damas que le había sido
presentada por Augusta, se colocó a su lado a mirar en su misma
dirección.
—Se ve que lo están pasando bien, pero han tardado mucho en
dar con la respuesta, es demasiado evidente, ¿no cree?
—Lady Faith —correspondió él atentamente con un movimiento
de cabeza.
—Tiene buena memoria para recordar a todos los que le han sido
presentados hoy, no ha errado usted en ninguno de los nombres —
dijo la joven dama estudiando con disimulo al hombre que había
puesto tan nerviosa a Kate, aunque aquella se negaba a admitirlo.
—Hago el mejor intento —replicó cortés.
—Lo veo muy interesado en las charadas, pero antes lo estuvo
en el ajedrez. ¿A cuál jugará hoy? —lo interrogó descaradamente la
belleza rubia con segundas intenciones.
—La verdad, creo que a ninguno.
—Es una verdadera pena —ironizó con picardía—. Venir de tan
lejos y perderse la diversión. ¿Me permite un consejo?
—¿Un consejo? —inquirió sintiéndose abordado.
—No pierda su tiempo —dijo volviendo los ojos en dirección a
Kate.
—¿Qué quiere decir? —La miró con ironía, esa muchachita era
demasiado osada.
—No suelo ser entrometida, pero sé que ha venido a Londres en
busca de un matrimonio. Mi amiga no ha aceptado a ningún
pretendiente, ni siquiera a los de alta cuna. Podría señalar a varios
que siguen intentándolo. Si en verdad quiere cumplir su cometido,
busque una opción más viable —sugirió e indicó con malicia hacia la
prima de Peyton.
Cuando Alec volvió la vista, Faith ya había desaparecido de su
lado. Centró otra vez su atención en Kate, en su risa y su pequeña
celebración de victoria cuando se supo vencedora. ¡Esos hoyuelos
divinos iban a matarlo!
El solo podía preguntarse: «¿Por qué lady Kate no ha aceptado a
ningún pretendiente? A su edad la mayoría de las damas ya están
casadas o como mínimo comprometidas. ¿Estará esperando a
alguien más difícil de alcanzar? ¿Quizás al tal marqués de
Winchester?». Le lanzó una última mirada con esas ideas dándole
vueltas. «No, ella no puede aspirar a un hombre como él», negó
para sus adentros.
Capítulo 11

«¿Qué hace Alec MacRury hablando con lady Marion Chadburn,


la prima de Peyton?», pensó indignada Kate. Aunque había
intentado mantenerse firme en su resolución de permanecer
apartada, su cuerpo entero había temblado cuando él hizo su
entrada, tan alto y atractivo. Incluso sus pequeñas imperfecciones lo
dotaban de un encanto especial. Kate lo había visto lo
suficientemente de cerca para notar la delgada cicatriz sobre uno de
sus pómulos, la que le conferían un aire de guerrero que la seducía
cada vez más. ¿Cómo se la había hecho? También conocía que sus
manos enguantadas eran toscas y acostumbradas a actividades
rudas.
Un caballero muy peculiar. Uno que no dejaba indiferentes a las
damitas casaderas, más de una la había interrogado para sacar
información sobre el singular huésped.
Carraspeó y antes de verse arrastrada por las maquinaciones de
su abuela para que volviera a quedar «casualmente» cercana a
Winchester para el próximo juego, fue rescatada por Craven.
—Angus, eres tan oportuno —se sinceró con el conde, a quien
quería como a otro hermano debido a los estrechos lazos que lo
unían a Blake y a la familia.
—Te veía sufrir. No es raro que Winchester acceda a este tipo de
eventos, siempre aportan algún beneficio al título o a los negocios,
pero es la primera vez que lo hace sin poner reparos a los juegos de
salón. ¿Crees que te está mirando… con otros ojos? Porque si es
así te advierto que Blake no dará su consentimiento y yo lo apoyaré.
—¿Winchester? Ese hombre no tiene «otros ojos» para mirar a
alguna de las damas presentes. Solo tienes que escucharlo hablar.
Seguro que mi abuela se las arregló para dejarlo sin opciones.
Ahora que Blake y él están limando asperezas porque el marqués
«se está reformando» y quiere limpiar su nombre, quizás no quiso
ser descortés.
—La duquesa viuda está muy complacida, no se da cuenta de
que es como enviarte al patíbulo.
—Mi abuela es indulgente con los libertinos en vías de redención,
para ella el título y su antigüedad tienen un peso considerable. Pero
reconozco que su presencia ya empezaba a agobiarme.
—Para eso están los amigos —añadió sonriente—. Pero conozco
a Winchester, no tendría tantas atenciones contigo si no estuviera
considerando competir por tu mano.
—¿Él? —dejó escapar una risita—. Mejor cambiemos de tema,
no fue nada considerado que me comunicaras sobre tu matrimonio
por una carta. Ni siquiera pudimos asistir.
—No te imaginas cómo estuvieron las cosas —admitió con una
pícara sonrisa y Kate se vio compelida a perdonarlo.
—Tu esposa me ha caído estupendamente bien —lo felicitó otra
vez, pero no dejaba de espiar a Alec por el rabillo del ojo, seguía
hablando afanosamente con Marion. ¿De qué hablarían aquellos
dos?
—Me alegro. —Sonrió un poco forzado, no quiso revelarle que al
inicio la nueva condesa de Craven, Charity, sintió un poco de celos
de su cercanía con la hermana menor del duque; aunque él se
encargó de hacerle entender que solo había un lazo de respeto y
hermandad, debido a la amistad duradera que Craven tenía con
Pemberton y el resto de su familia—. Se han lucido esta vez, el
evento decembrino será el mejor del invierno, mi esposa está
encantada.
—Eso me hace muy feliz.
De pronto Marion comenzó a desplazarse y para su asombro,
Alec la siguió, terminaron en la mesa de cartas y comenzaron a
jugar.
Kate tragó en seco, él se había rehusado con creces ante la
insistencia de varios de los invitados a integrarse en una de las
dinámicas. Justo iba a despedirse de Craven para buscar más
información, cuando la esposa de este se les acercó y tuvo que
conversar también con ella por unos minutos, retirarse habría sido
una descortesía.
Cuando logró avanzar, la mesa de cartas era ocupada por otra
pareja y no encontró a Alec por todo el salón, a Marion tampoco,
sintió el corazón en la garganta.
Con disimulo de sus verdaderas intenciones se le acercó a
Peyton para indagar sobre el paradero de su prima, esta estaba muy
alegre, Faith estaba a su lado.
—¿Por qué sonríen tan animadas? —las interrogó.
—Faith ha convencido a Marion de que lord MacRury es el
partido de la noche —dijo Peyton sujetándose el estómago y
respirando fuerte para no estallar a carcajadas.
—¿Y por qué es gracioso? —indagó indignada, pero sin querer
demostrarlo.
—No tiene idea que la intención del escocés es enterrar a su
futura conquista en su propiedad en las Highlands —aclaró Peyton.
—No me parece gracioso —se quejó Kate.
—A mí sí, libramos a Peyton de un trato poco justo y de paso…
—Faith no se atrevió a terminar la frase.
—¿De paso qué? —cuestionó Kate para animarla a terminar.
—Te salvamos de un destino que no te favorece —confesó Faith.
—¿A mí?
—Te conozco, Kate, veo cómo miras a MacRury y cómo tu voz
tiembla cuando te refieres a él. ¿Serías capaz de irte a una tierra
lejana, de abandonar a tu familia, a tus amigas, de fenecer en el
campo por ese «caballero» que acabas de conocer?
—¡Oh, Faith, Payton! Primero, MacRury no merece a alguien
como Marion y, segundo, yo no he considerado ninguna de las
opciones que has mencionado.
—¿Estás segura? —inquirió Peyton.
—Por supuesto —dijo y en cuanto ambas tomaron lugar en otro
de los juegos, no perdió un segundo para seguir indagando por el
paradero de aquellos dos. ¡Estaba realmente celosa! ¿Adónde
habían ido a parar?
Sus resquemores se tranquilizaron cuando descubrió a Marion y
a su carabina intentando sacarle una palabra al duque de Bedford,
un pez mucho más gordo que Alec, si lo que movía a una dama
para buscar esposo era el título.
—¿Por qué no ha aceptado a ningún pretendiente? —La voz de
MacRury la sacó de sus cavilaciones. Lo miró sobresaltada, y luego
recordó que estaban rodeados de personas, así que puso todo su
empeño en disimular—. Su amiga dejó escapar que ha rechazado…
a varios de alta cuna.
—Tampoco han sido tantos —evadió segura de que se refería a
Faith.
—Más de uno ya es un dato revelador. ¿Cuántos?
Kate lo volvió a mirar con sorpresa, por la indiscreción y las
libertades que se estaba tomando.
—No es el lugar, ni el momento —rebatió acalorada.
—Tiene razón, perdone, es solo que… —Él le sostuvo la mirada
con los ojos azules hondeando como dos banderas, sin intimidarse,
ni importarle ser tan poco prudente.
—Por favor, al menos disimule —dijo mirando al frente y no al
hombretón que tenía a su lado—. No importa cuántos si a ninguno le
he permitido hacerme la corte, incluso he atajado las intenciones a
tiempo, antes de que logren declararse, así que no cuentan como
negativas, menos como proposiciones.
Alec curvó la boca en una sonrisa torcida de alivio y satisfacción,
también miraba hacia el frente, imitándola.
—Una dama muy lista —susurró fascinado. Luego recordó a
Winchester e hizo una mueca de desagrado. Sabía que había
transgredido varios límites, pero la duda que lo golpeaba era aún
más invasiva.
«Al diablo, voy a preguntar. ¡Qué me aspen si me muerdo la
lengua!», se dijo resignado y dominado por los efectos de la
seducción que ella desplegaba sobre él sin darse cuenta.
—¿Y el marqués está interesado en usted?
Kate abrió los ojos desmesuradamente, luego escudriñó a su
alrededor, esperando que nadie los estuviera escuchando.
—Es completamente inapropiado su interrogatorio. Me niego a
responderle —le reprendió con el entrecejo fruncido.
—Och aye —replicó arrepentido por su falta de tacto, a veces
quería ser más educado, más en su trato a una mujer; pero nadie le
había enseñado cómo comportarse—. Si voy a introducirme en este
terreno exijo conocer si tengo competencia.
—¿Si piensa…? ¿Qué? ¿Ha perdido el juicio? —Kate intentó
aplacar su corazón desaforado. Él había sido muy directo.
—¿No me considera digno? —Su pregunta fue casi una súplica,
nunca se había esforzado tanto para acercarse a una fémina,
bastaba una palabra o una frase para que el asunto que se traía con
otra se consumara, con Katherine le fallaban todas sus estrategias.
—No es eso, es solo que… —Lo miró casi perdida por su
abatimiento, su falta de propiedad. Otro habría actuado
completamente diferente.
—¿No me ha considerado? —terminó la frase que ella no pudo
acabar, pero la convirtió en un cuestionamiento.
El silencio fue la respuesta.
El ego de Alec recibió un golpe contundente. Era evidente que
para ella no tenía los méritos necesarios. Alexander volvió a mirar
en dirección del marqués de Winchester con toda su opulencia y
rimbombancia. Las jovencitas no disimulaban que se sentían
atraídas hacia él, quien no tenía ojos para nadie más que para sí
mismo.
Winchester podría hacerla marquesa. ¿Su prestigio, abolengo y
fortuna era lo que estaba esperando Kate para aceptar las
pretensiones de un varón? Con ese caballero escalaría más alto en
el escalafón social que a su lado. Cosas que a él no le importaban,
pero si para ella tenían valor, la imagen que se había hecho de
Katherine se le desplomaba.
Si algo tenía Alec era orgullo, uno que lo sobrepasaba y estaba
muy arraigado, desde su niñez. Las humillaciones del pasado lo
habían hecho frío, indolente y había roto todas sus corazas al
acercarse a ella.
Con un gesto se recriminó haber quedado expuesto delante de la
dama con sus vacilaciones.
—De acuerdo —dijo resuelto.
Ni siquiera le dio tiempo a Kate de meditarlo, y como un rayo
endemoniado, decidió alejarse.
—Aguarde, aún no respondo… —advirtió frenándolo en seco.
—No es necesario. Lo veo en su cara. Y me hace un favor, estaré
mejor si centro mi mira en otros horizontes, unos menos…
pomposos.
El rostro de ella se enfurruñó con una rapidez impresionante.
—Pues que esos horizontes le sean de mucho provecho —soltó
airada ya sin importarle convertirse en el blanco de miradas, para su
fortuna todos estaban muy distraídos en sus asuntos.
—No dude que así será, con permiso, milady.
Ella no iba a permitir que un hombre incivilizado pusiera a otras
por delante de su persona y que se lo dijera a la cara de un modo
tan poco considerado. Él tampoco iba a dejar que una inglesa altiva
lo rechazara, o ni siquiera eso, ya había dejado expuesto que se las
ingeniaba para dejar fuera de combate a los pretendientes antes de
que le hicieran una propuesta, justo lo que había hecho con él.
Ambos se alejaron en direcciones opuestas, Kate convencida de
que si lo veía interesado en Marion, de nuevo, no le iba a tirar una
soga para salvarlo de semejante arpía.
Alec negó convencido de que había perdido el tiempo, no la veía
como la señora de Glen Aon-adharcach —el nombre que tuvo el
castillo y sus tierras antes de que el primero de sus antepasados se
hiciera conde—, no era, ni sería jamás su mundo, porque ella así lo
había decidido. Volvería a revisar la lista de la duquesa viuda de
Pemberton, para ver si alguna de las debutantes de la temporada
anterior que seguían solteras podría merecer tal honor. La mujer que
se convirtiera en su esposa debía ser de corazón valeroso, nada
remilgada y dispuesta a amar su pedazo de tierra más que los
fastuosos salones de baile de Londres.
Y la noche transcurrió entre las señoritas casaderas insufribles
para él —que jamás imaginó que conseguir esposa sería tan
exhausto—, y los mohines de desagrado en la cara de ella, mientras
era testigo de los esfuerzos de su abuela para que su propósito de
encontrar una candidata para Alec prosperara.
Cuando por fin todo terminó, Kate no tuvo un buen sabor de
boca, su sueño fue perturbado por los eventos del día que le habían
causado un sobresalto.
Capítulo 12

Después del desacuerdo, Alexander no se creyó capaz de acudir


a la cita, pero ahí estaba dando su mejor esfuerzo para «no hacer el
ridículo», cuando sacara a bailar a una joven la noche del viernes.
Kate y Alec solo habían compartido unos discretos saludos. El
lugar había sido cambiado previo aviso, estaban en el antiguo salón
de música, que fungía para ese momento como la salita de
Eleonora, quien se había confabulado con Augusta para tocar al
pianoforte la pieza que ensayarían.
—Vamos, MacRury, enséñenos lo que tiene —lo apremió Augusta
como de costumbre.
Alec hizo una reverencia a Kate y le tomó la mano con firmeza, el
aire se le agolpó en los pulmones ante el contacto, a través de su
guante de piel y el de ella de una delicada tela, sus manos latían y
ambos podían sentirlo.
La sostuvo con firmeza y esta vez no se dejó manejar, la miró a
los ojos y permitió que el recuerdo de sus días felices, danzando
con su madre, y su instinto lo guiaran. Ella no pudo poner reparos,
se dejó conducir.
—Aprende usted muy rápido, lord MacRury —se solidarizó con él
Eleonora—. Seguro las damas estarán ansiosas esperando a que
les solicite un baile.
—No le des falsas esperanzas, Eleonora —intervino Augusta—, o
se saltará el resto de los ensayos. MacRury, mejor concéntrese en
no pisar a su compañera.
Y mientras Augusta lo fustigaba con astucia, Eleonora era un
remanso de paz que le aportaba sosiego y confianza.
Kate, en cambio, no opinaba, ni para bien ni para mal. Alec echó
de menos su voz demandante, aunque fuera para protestar.
Y las duquesas tomaron el mando de la conversación, mientras
ellos compartían miradas esquivas.
«¿Es que toda esta familia está confabulada en favor del
matrimonio?», pensó. Eso parecía, incluso el duque sentía un placer
poco disimulado al planear esos eventos donde las posibles parejas
podían conocerse y concertar un enlace.
¡Qué decía de los Basingstoke! Toda Inglaterra estaba
obsesionada con los casamientos, pero no con simples
casamientos, específicamente se interesaban por las bodas
ventajosas.
Alec suspiró y continuó danzando a un lado y al otro. Un hombre
enorme como él reducido al pelele de esas tres damas, en una
actividad más propia para señoritas.
Su ego se vio bombardeado, principalmente por el despiadado
silencio y los mohines que hacía su pareja cuando solo él la veía,
pues de cara a las duquesas se comportaba con inusual cortesía.
Carraspeó decidido a poner fin a aquella falsa, cuando la puerta
se abrió y fue anunciado el duque de Pemberton.
—¿Quién te viera, amigo mío? —soltó Blake tras una risita, le
hizo una reverencia a su esposa, y le extendió la mano.
Augusta remplazó a Eleonora en el pianoforte y Pemberton le dio
una demostración de clase y elegancia en la pista. Alec continuó
tratando de dominar el arte del «contoneo» con Kate en sus brazos.
Los Basingstoke eran una familia feliz, tan unida, tan diferente a
la suya, que aunque quiso desembarazarse de ellos no lo consiguió
y terminó dentro de la misma burbuja que los envolvía.
Pero su risa se congeló en el rostro al ver a Kate tan
ensimismada.
Augusta dio las indicaciones finales y él se despidió de todos, y
por regla de cortesía agradeció a su maestra.
—Lady Katherine, muchísimas gracias, estaré por siempre en
deuda con usted —dijo y esperó un intercambio.
Ella solo sonrió magnánima y eso fue todo. Él sintió la hiel de sus
entrañas en la boca. La damita ni siquiera despegó los labios para
corresponderle.
Al siguiente día —en la práctica—, fue más incómodo aún, ella
habló más de la cuenta, pero cada palabra suya iba dirigida a
cualquiera menos a él, lo que lo hacía sentirse impotente.
Alec decidió repasar las últimas palabras que habían compartido,
para poder entender la razón por la que estaba tan disgustada.
«Estaré mejor si centro mi mira en otros horizontes, unos
menos… pomposos», había dicho él.
«Pues que esos horizontes le sean de mucho provecho»,
arremetió ella.
«No lo dude que así será, con permiso, milady», había rematado
y sellado su suerte.
Mientras bailaba con ella de su mano, con su cara inexpresiva, se
sintió un completo patán. Le había dicho «pomposa» y era
imperdonable. ¿Cómo podía disculparse sin rebajarse en el intento?
No estaba cambiando de opinión… ¿O sí?
Ella olía a fresas, a dulce, y lo volvía loco. Pero ya había aclarado
que no estaba interesada y él debía respetarlo. Jamás aceptaría un
compromiso con una muchacha que no lo amara, nunca tendría bajo
su cuerpo a una mujer que no lo deseara con la misma fuerza. Un
acto de este tipo, tan extendido en los matrimonios por conveniencia
se le hacía deleznable. Su madre lo había sufrido en carne propia y
él por consideración a su memoria había prometido respetar a las
féminas.
Cuando se dio cuenta la música cesó y lady Katherine con una
sonrisa serena, se despidió. Augusta alabó los progresos.
—Bueno, después de todo no tiene usted dos pies izquierdos,
eso ya ha quedado comprobado.
Siguieron los almuerzos, los conciertos, las extendidas cenas, las
conversaciones osadas entre caballeros, y la tensión entre Kate y él
se acrecentaba.
Tras departir con aquel círculo de familias selectas de la nobleza
inglesa, conocer de cerca sus costumbres, detestar algunas y
aceptar la idoneidad de otras, el día del baile llegó.
Después de varios días siendo ayudado en su vestimenta por
Sadler, ya se sentía como pez en el agua. La ropa, aunque tenía
muchos accesorios que no le serían de utilidad de regreso a
Badenoch, cumplía una función en ciertos contextos.
Había conocido más de cerca al resto de los caballeros, también
a algunas damas. Más de una matrona lo interrogó sutilmente sobre
sus aspiraciones para el matrimonio, y acerca de el lugar donde
pensaba establecerse una vez casados. Al parecer, marcharse a
vivir a las Highlands después de la boda era un impedimento, uno
que complicaba conseguir esposa. Pero hubo alguna que otra
matrona que estaba tan desesperada por deshacerse de su hija —
pues tenía otras tantas a las que procurarles un buen matrimonio—,
que desposarla con un futuro conde del fin del mundo no le parecía
una idea descabellada.
Ya había sido presentado a casi todas las damas, siguiendo las
sutiles recomendaciones de Augusta debía acercarse a las que le
interesaban y pedirle un sitio en su carné.
Pero la única que deseaba volver a sentir entre sus brazos era a
Katherine. ¿Aceptaría ella o buscaría una excusa para rechazarlo?
Y por primera vez en su vida su osadía, su impulsividad y su
decisión fueron socavadas, y no por su orgullo.
Le faltó el valor de ponerse frente a Kate y hacerle semejante
petición.
Terminó por invitar a otras damiselas, haciendo el esfuerzo —muy
acuciado—, de darles una oportunidad, pues su ejército había sido
avasallado ante las puertas de la muralla inquebrantable de lady
Katherine Basingstoke.
Lady Faith se lo había advertido, y Sadler también. Katherine ni
siquiera les permitía a los pretendientes declararse, los despachaba
antes de que revelaran sus intenciones.
«¿Por qué no ha aceptado a ningún pretendiente?», él había
preguntado.
«Tampoco han sido tantos», había evadido Kate.
«Más de uno ya es un dato revelador. ¿Cuántos?», había exigido
sin ningún derecho para hacerlo.
«No importa cuántos si a ninguno le he permitido hacerme la
corte, incluso he atajado las intenciones a tiempo, antes de que
logren declararse, así que no cuentan como negativas, menos como
proposiciones», ella le había aclarado.
Justo lo que había hecho con él. ¡Demonios! Hervía por dentro.
No sabía si le dolía más el rechazo o que lo colocara en el mismo
escalón que a todos los demás rechazados.
Y mientras la veía de soslayo aceptar la mano extendida del
marqués de Winchester, para conducirla a la pista de baile, maldijo
para sus adentros.
Con la mandíbula apretada, se acercó a la primera dama que
había elegido para bailar.
Capítulo 13

Kate sonrió en dirección a Winchester, su abuela seguro estaría


feliz, su carné se había llenado demasiado rápido. Winchester, «los
inquebrantables», incluso lord Bedford —quien había sido arrastrado
a Labyrinth Manor por su tía, lady Wends, la más interesada en
emparejarlo—, le había reservado una pieza.
Los ojos de Augusta se encendieron al ver que el duque de
Bedford —que casi no bailaba con ninguna— le había pedido un
baile a su nieta. El marqués de Winchester era un partido
destacado, pero un duque le ponía a palpitar el corazón.
Francis Levenson, el duque, era serio y solitario, pero su ceño
fruncido no era una elección de carácter. Era huraño por un motivo
muy poderoso, había perdido a su esposa y al bebé que ambos
esperaban.
Era raro verlo en eventos sociales y Augusta no iba a perder la
oportunidad de que Kate lo sacara del pozo oscuro en el que estaba
sumido. La duquesa viuda, sin quitarle un ojo a su nieta que bailaba
con Winchester, se acercó a lady Wends para sondear el terreno y
abonarlo en su favor de ser viable.
Katherine, ajena a las gestiones de su abuela, trataba de
concentrarse en la conversación de Winchester, pero sus ojos
esquivos, buscaban una y otra vez a Alec entre las parejas de baile.
—Siempre me he preguntado cómo la hija de un duque continúa
sin desposarse después de su cuarta temporada, más teniendo tal
despliegue de lores a sus pies. —El comentario de Winchester robó
de momento la atención de Kate.
—¿En serio se lo pregunta, lord Winchester? Creí que no estaba
interesado en esos temas —agregó realmente perpleja.
—Tarde o temprano vemos que es… necesario —confirmó
contenido.
Ella sonrió ante la palabra elegida por él, no podía esperar menos
del marqués. ¿Sería que el amor no estaba en su vocabulario? ¿No
era un motivo más que suficiente para desposarse? Posiblemente
no, para él perpetuar el linaje debería ocupar la razón número uno.
—Supongo que sí —dijo para darle por su lado, pero sintió los
dedos del caballero tensarse sobre su cuerpo. Más cuando ella
rompió el contacto visual con él y sus ojos se perdieron entre el
gentío, tratando de localizar a Alec.
—No lo dice muy convencida —objetó, interesado en lo que ella
observaba.
—¿Qué espera escuchar? —Suspiró cuando vio a Alexander
bailando con soltura con otra dama. En medio del bombardeo de
Winchester, una pregunta se coló en su cabeza: ¿por qué Alec no le
había pedido bailar? Al menos por cortesía.
—Espero oír lo que piensa —dijo Winchester y la regresó al
asunto que discutían—, porque de eso depende una decisión que
me ha estado rondando desde hace mucho. Usted es casi perfecta
salvo por su mente, lady Kate.
—¿Qué tiene mi mente? —inquirió tensándose entre sus brazos.
—Su excelencia, la duquesa viuda, me ha asegurado que, pese a
ese rasgo de carácter, usted está preparada para ser una estupenda
esposa.
—¿Mi abuela? —Su rostro reflejó sorpresa ante tal confabulación
—. ¿Pese a qué rasgo de carácter? —cuestionó aún más inquieta.
—Usted es una dama de opiniones fuertes, ¿cree que podría
controlarlo en el caso de que se convirtiera en la siguiente marquesa
de Winchester?
—Seguiré siendo la misma después de desposarme, no le quepa
duda.
—¡Oh! —exclamó mortificado—. ¿Qué busca en un matrimonio,
milady?
—Pues al parecer no lo mismo que usted, milord.
Él maldijo con el gesto, había confiado… había creído… Ninguna
dama jamás lo había desairado. Las matronas hacían fila para que
al menos sacara a bailar a sus hijas. Había hablado con Augusta,
había allanado el terreno para ser aceptado por Blake, pero debía
primero contar con la aprobación de Kate o nada valdría la pena. Y
mientras él reflexionaba acerca de un futuro para ambos, ella volvió
a perder su mirada entre los asistentes. Tristan prestó atención,
había estado toda la velada intrigado por el motivo de la zozobra de
Kate cuando cruzaba los ojos con aquel inusual invitado. Hizo un
gesto curioso, pero no se detuvo. Había acudido a Labyrinth Manor
con una misión y no era hombre que se retractara, menos que se
dejara intimidar.
—Lady Kate, entonces moriré por esa boca.
—¿Qué está diciendo? —Kate jamás creyó escuchar esas
palabras de Tristan. Craven tenía razón, la estaba mirando con otros
ojos…
—Que es usted, la quiero y estoy dando gracias a Dios porque
tras varias temporadas sigue soltera. Es… el destino.
«¡Oh, por Dios!», pensó sofocada.
—Lo siento, yo… —Se quedó sin palabras. Y, de pronto, la
mirada crispada de Alec la sacudió como un vendaval, el escocés
estaba que echaba fuego por esas pupilas. Le recordó el día que
arremetió hecho una furia contra los ladrones en el bosque. De no
haber estado rodeado de personas, Alec habría retado al marqués,
si no es que aún deliberaba si lo hacía.
Katherine y Alexander intercambiaron miradas. Ella tragó en seco
y lo vio darle la espalda. Luego nerviosa volvió a fijarse en Tristan.
—Quiero que sea mi esposa —declaró Winchester, lo soltó sin
miramientos o jamás lo confesaría.
—Yo… no puedo —se sinceró temblando.
—No volveré a proponerlo, espero que no haya arrepentimientos
—dijo tratando de doblegar su orgullo.
—Estoy muy segura. —Su corazón latía desbocado por Alec, por
el azul turbulento que descubrió en el fondo de su mirada.
—Es una pena, me encantaría otro desenlace para nosotros,
pero percibo que no solo hay incompatibilidad de intereses.
—¿Qué quiere decir? —cuestionó asombrada.
—Espero que sus aspiraciones sí sean atendidas por el caballero
que ha elegido. Le deseo suerte con lord MacRury.
—¿Cómo? —inquirió al borde de un patatús. ¿Cómo lo había
notado? ¿Tan evidente era? Debía ser más cuidadosa—. Usted se
equivoca —refutó con todo su ser, pero la sonrisita cínica del
marqués desestimó sus esfuerzos por negarlo.
Con los latidos agitados por la confesión de Winchester y sus
conclusiones sobre su inclinación hacia Alec se acercó a la mesa de
las bebidas.
MacRury no tardó en acercarse, pero no tomó una copa para
refrescarse, le clavó la mirada inquisitivamente, como si quisiera
decirle algo y ella lo esquivó a su pesar, llena de indecisión.
Moría por mirarlo, por escucharlo... Pero, si alguien más notaba
su atracción por el caballero escocés estaría perdida. ¿Alguna otra
persona se habría percatado de lo susceptible que se volvía en
presencia de Alexander?
Él carraspeo y ella volvió el rostro en su dirección ansiosa,
receptiva… El escocés parecía una furia, pero cuando sus pupilas
volvieron a hacer contacto, y Kate hizo un gesto de dulzura, Alec
comenzó a ablandarse… Antes de siquiera dejarlo hablar, el duque
de Bedford —ajeno a la situación— se le acercó a la joven para
reclamar su baile. MacRury retrocedió muy serio.
Bedford ni siquiera la invitaba a bailar por iniciativa, su tía le
había instigado para que lo hiciera.
Ella tomó la mano que Bedford le ofrecía, quedándose con el
corazón agitado por lo que sea que Alexander quiso decir y no tuvo
tiempo para hacerlo.
Resignada, danzó con el duque apenas sin compartir ni una
frase, ella seguía azorada y su excelencia parecía desear estar en
cualquier otro sitio menos ese. Fue algo incómodo, pero lo disculpó
para sus adentros, entendía su dolor. Su padre había sufrido una
pérdida parecida, pero al menos había tenido el aliciente de que
Kate había sobrevivido para ser su consuelo. A poco tiempo de
casado, Bedford había sufrido la muerte de su esposa y su hijo,
mientras aquella trataba de dar a luz al pequeño heredero.
Después de terminar de bailar con él siguieron «los
inquebrantables» uno seguido del otro, y Kate terminó exhausta.
Miró en dirección a la mesa de las bebidas y Alec ya no se
encontraba. Lo vio conversando animadamente con Marion y su
carabina.
En un extremo del salón Faith y Peyton cuchicheaban acerca de
ese hecho. Reían con disimulo, seguro se divertían del final que
tendría Marion si terminaba desposada con Alec.
Eran opuestos por completo. Se matarían mutuamente. Pero al
verlos reír una vez más, la duda se le coló muy hondo.
Decidida a interponerse, se dirigió con paso grácil hasta ellos,
pero fue interceptada por Augusta.
—Oh, querida, aquí estás —le dijo risueña—. ¿Y bien?
—¿Y bien qué? —inquirió desesperada por deshacerse de ella,
debía hablar con Alec y sacarlo de su error, si él daba su palabra en
garantía con respecto a un compromiso con Marion no podría
después retractarse. Al menos no sería honorable.
—¿Winchester, Bedford o los inquebrantables? Supongo que a
los tres últimos no los estás considerando porque ya los has hecho
a un lado cuatro temporadas. Ahora el abierto interés de Winchester
no es para nada despreciable.
—Olvida a Winchester, abuela. Él me ha manifestado sus
intenciones y…
—¿Se ha declarado? —inquirió Augusta al borde de la emoción,
sus ojos brillaban.
—Lo ha hecho, pero ha quedado muy claro para ambos que
somos incompatibles. No le agrada que tenga «opiniones fuertes»
—dijo citándolo—, y por Dios que yo no podría vivir con un esposo
que espere menos.
—Los hombres son muy quisquillosos en ese punto, pero tras el
matrimonio… suelen ceder. Winchester en el fondo tiene un corazón
que nadie se ha dado a la tarea de descubrir. Solo es cuestión de
tener ingenio para hacerle pasar un elefante por el hueco de una
aguja. Tú eres tan lista que podrás lograrlo.
—Eso dice él, que me acepta con ese pequeño inconveniente.
—Entonces, ¿por qué lo has rechazado? El hombre pondrá de su
parte.
—Porque creo que lo dice por desesperación y después de
casados seguirá siendo la misma persona. No es algo que esté
dispuesta a dejarle al destino. ¿Y si no funciona? No quiero tener
que esforzarme tanto para que miremos juntos en la misma
dirección —confesó—. Quiero amar por lo que es al hombre que se
case conmigo y no aferrarme a la esperanza de poder cambiarlo.
Augusta la miró con sabiduría, no podía negar que aunque
estaba desesperada por verla casada, su respuesta le gustaba, ella
habría hecho lo mismo en su lugar.
—¿Y Bedford? Es más tratable… y está muy arriba en el
escalafón social. No tiene herederos. Si te casas con él y procrean,
estarías dando a luz a un futuro duque.
—Abuela —dijo con cariño—. Sé que deseas lo mejor para mí.
—No es un vejestorio, es un hombre joven y apuesto —persistió
con vehemencia.
—¿Me deja disfrutar de la velada? —suplicó.
—Es que tus pretextos ya son inadmisibles… Entiendo lo de
Winchester, pero Bedford… Al menos, conócelo…
Augusta la vio tan agobiada que no quiso insistirle más, pero
definitivamente no permitiría que echara la suerte por la borda.
Hablaría con Blake al siguiente día, necesitaba que él como cabeza
de familia la hiciera entrar en razón.
Cuando por fin Kate quedó libre no le fue posible encontrar a
Marion, menos a Alec, la excusa que recibió acerca de ella, de boca
de su carabina fue que hubo de retirarse por una jaqueca. De
MacRury nadie supo darle razones.
Kate se escabulló del salón, y buscó la manera de mandar a su
doncella a interrogar a Sadler acerca del paradero de Alec, pero
este fue tan hermético como una tumba.
—No dijo nada, milady —le comunicó aquella—. Pero estoy
segura de que sabe, por algún motivo se ha confabulado con su
señor y no quiere darnos la información.
—Me pones cada vez más nerviosa, Agatha.
—No se ponga así o terminaré por retorcerle una mano a Sadler
por traidor. No solo está dispuesto a abandonarme, sino que olvida
todo lo que usted ha hecho por él.
—Lo siento, Agatha, yo estoy pensando en mí y he olvidado por
completo que ese canalla se marchará con MacRury y no te
responderá. Deberíamos delatarlo con mi hermano, para que
alguien le obligue a casarse contigo.
—No, milady, me sentiría aún más humillada y los duques ya no
me mirarían con el mismo respeto.
—Si me lo pides mi boca estará sellada, pero no para enfrentar a
Sadler. Tal vez a mis quince años no tenía la madurez para exigirle
que te cumpliera, pero antes de irse tendrá que oírme.
—Ya le he pedido que no interfiera, no podría aceptarlo si su
solicitud no viene de su corazón. Sadler está preocupado por su
familia, solo quiere ser mejor remunerado para ayudarlos.
—Y no está mal, pero ¿dónde quedas tú? ¿No puede hacer algo
que los incluya a todos?
Agatha elevó sus manos e hizo un gesto para pedirle que lo
olvidara y ella tuvo que aceptar.
Kate terminó buscando también una excusa para retirarse
temprano del baile. Tampoco le insistiría a Alexander, si él se había
rendido antes de tiempo y no había tenido el valor para luchar por
ella, no sería ella quien se arrojaría a sus pies.
Capítulo 14

A la mañana siguiente, Kate fue consciente de que los invitados


partirían de un momento a otro y que iniciarían los preparativos de la
celebración de navidad, que sería un evento privado y familiar.
¿Alec habría llegado a algún tipo de acuerdo con la madre de
Marion o con la carabina de alguna otra señorita? La incertidumbre
la estaba matando. Su abuela seguro sabía, pero si le preguntaba
directamente Augusta sumaría dos más dos, ataría cabos y la
descubriría.
Solo una cosa podía calmarla, decidió saltarse el desayuno con
un pretexto, tomó algo ligero en su habitación y bajó a llevarle unas
zanahorias a Blizzard muy temprano en la mañana.
Estar en su presencia, perderse en aquellos ojos tiernos y
majestuosos, tocar su pelaje blanco le aportaban tranquilidad.
Los establos estaban abiertos y se introdujo hasta la cuadra de
su caballo con la esperanza de verlo acariciarlo y llenarse de la
ternura que su Blizzard le brindaba. Para su sorpresa, la encontró
vacía.
El traqueteo en uno de los extremos la hizo girarse para descubrir
a Blizzard cepillado, atendido y amarrado a uno de los postes. Antes
que se dirigiera al mozo de cuadra para indagar qué estaba
ocurriendo, vio una silla aparecer seguida de los fuertes brazos
enfundados en la chaqueta de montar de MacRury, quien depositó
el artilugio encima del corcel, para luego comenzar a asegurarlo.
La elegancia de la noche anterior había desaparecido y daba
paso a un hombre más rudo, con pantalones de piel ceñidos a sus
musculosas piernas como dos robles.
—Lady Katherine —la saludó circunspecto al descubrirla tan
callada, mientras se acomodaba su larga cabellera que le daba un
aire salvaje.
—¿Qué está haciendo? —preguntó intrigada.
—Iba a llevar a Crabbit a dar un paseo matutino —explicó sin
dilaciones.
—¿Cómo se atreve? Es mi caballo —refunfuñó.
—Lo sé, precisamente por eso lo hago. Estoy entrenándolo para
que no vuelva a tirarla —dijo en voz baja y grave. Su acento sonó
aún más cautivante—. ¿Sabe? La madre de Blizzard es hija de mis
sementales, sé cómo lidiar con esta raza. No me perdonaría que un
potro proveniente de mi crianza tire a una persona pudiendo
ocasionarle un daño, menos a usted.
Ella se quedó sin palabras, no pudo refutarlo cuando dejaba su
arrogancia fuera de la conversación y parecía amable.
—¿Cómo está tan seguro de que es de los suyos? Podría ser de
otro criador.
—Conozco lo mío, si algún día visita mis tierras, a usted tampoco
le quedarán dudas. Mis caballos tienen un sello que puedo distinguir
incluso después de algunas generaciones fuera de mis dominios.
—En ese caso, podría ser que la madre de Blizzard, Storm,
viniera de sus tierras.
—Estoy seguro de que así debe ser. ¿Le gustaría que saliéramos
a cabalgar? Podría enseñarle cómo tratar a sementales como
Crabbit.
Ella entornó los ojos, Alec adoraba provocarla, pero se dijo que
no caería en su juego por más que lo llamara gruñón. Al menos
estaban intentando conversar dejando de lado la tensión del resto
de la semana.
—No traigo la ropa apropiada para montar —se excusó, aunque
la idea era tentadora.
—¿Y desde cuándo eso ha sido un verdadero inconveniente? —
La miró sosegado.
—La casa está llena de huéspedes, si alguno decide que es
buena idea salir a cabalgar, podría encontrarnos sin carabina y mi
reputación quedaría en entredicho. Podríamos planearlo para
mañana, una excursión con varios de los invitados.
Lo propuso, pero sabía que no sucedería, varios comenzaban a
irse.
—El clima no es el más apropiado, no creo que sus huéspedes
estén muy a gusto cabalgando con tan bajas temperaturas.
—¿Y nosotros sí? —le inquirió sin dejar de verlo asegurar la silla
de montar con maestría.
—Usted ya lo hizo una vez y yo… estoy acostumbrado.
—Y pesqué un soberano resfriado —dijo con una sonrisa.
—¿Cómo sigue? —indagó preocupado.
—Mejor, gracias por preguntar.
—¿Sabe? Cuando me dijeron la primera vez que estaba resfriada
pensé que se lo había inventado para recuperarse de la caída, me
preocupé mucho cuando supe que en verdad estuvo indispuesta.
—Bueno, la caída me dejó un dolor que aún no se me quita —
recordó.
—¿Necesita un doctor?
—No, es leve, pero hay días que me duele un poco más.
Supongo que en un par de semanas ya estaré recuperada. Además,
un médico haría muchas preguntas. Agatha, mi doncella, me
preparó un emplasto de árnica y el cardenal que tengo en… —Por
pudor, no pudo describir el área exacta donde se ubicaba el golpe—.
El cardenal está desapareciendo.
Él negó con la cabeza.
—Lo lamento, usted pasando por eso sola y yo siendo un patán.
Ella escuchó esa palabra y levantó el rostro sorprendida, sus ojos
se encontraron. El impulso de Kate fue esquivarlo, el de Alec
sostenerle la mirada y terminaron haciendo cada uno lo opuesto.
—¿Ya desayunó? Todos están ahora en el comedor —dijo ella
para romper el momento incómodo.
—No, comeré algo en mi habitación cuando regrese. El plan de
su abuela para que encuentre entre las invitadas a una esposa no
está funcionando. No sé cómo decírselo, pero…
—¡Oh! —Hubiera agregado que se alegraba muchísimo, pero no
quiso mostrarse tan entusiasta—. Tal vez debería abrirse más… a
las opciones.
—No se trata de eso —confesó y luego necesitó fervientemente
cambiar el tema también—. ¿Y usted ya desayunó?
—Bebí una taza de leche tibia antes de venir y di un mordisco a
una fresa confitada, quizás eso deba bastar, no tenía mucho
apetito…
El recuerdo de la fantasía ardiente de Alec volvió a colársele en la
mente, y quiso más que nunca probar esos labios. Tal vez algo en la
expresión de él fue muy evidente porque llevó a Kate a realizar la
pregunta correcta, la que en ese momento era la menos
conveniente. Removió todo dentro del hombre y él supo que ya no
se podría contener.
—¿Por qué dice que ninguna de las candidatas elegidas por mi
abuela son buenas alternativas? —insistió ella.
—Porque mi corazón ya ha hecho la elección.
—¿Sí? —indagó temblorosa.
—Es usted, Kate —dijo prescindiendo del tratamiento de lady y
confiriéndole más intimidad a su revelación.
—Alexander, yo… —Ella lo imitó, también le habló por el nombre
de pila y eso hizo que la sangre dentro de las venas del hombre
hirviera.
—Ya sé que rechazó al marqués…
—¿Cómo? —murmuró intrigada.
—Siempre averiguo lo que me interesa. Y Winchester salió
ganando, solo se lleva un corazón roto. Estuvo a punto de toparse
con la mayor de sus pesadillas.
—Es usted un bruto y subestima los dolores del corazón.
—Entonces estoy a punto de tragarme mis palabras, porque si
me voy de aquí con las manos vacías, no sé si algún día me pueda
recuperar.
—Alec… —Volvió a nombrarlo y él se le acercó, se moría por
sentirla, olerla, tocarla.
—Desde que la vi mi cuerpo y mi mente no han dejado de
mostrarme señales… Sé que me puedo enamorar de usted…
perdidamente. Y sería masoquista prolongar mi estancia en
Labyrinth Manor si usted no siente ni un atisbo de atracción hacia
mí, porque a su lado mi inclinación seguirá creciendo. Si le hablo de
mis sentimientos no es para importunarla. Si lo que me dijo hace
unas cuantas noches es cierto, que no me ha considerado como
posible pretendiente, solo repítamelo ahora. Dígamelo mirándome a
los ojos y me retiraré. Porque lo que he venido a buscar a Inglaterra
ya lo he encontrado, aunque tal vez no conté con que no sería
correspondido.
Él hizo silencio convencido de que había desnudado su alma y
aguardó una reacción de la dama con firmeza y resolución, si no
correspondía a sus intenciones, iba a aceptarlo, pero no se quedaría
el resto del mes como le habían propuesto los Basingstoke.
Buscaría un pretexto para recoger los trozos de su corazón
destrozado y regresaría a casa, de donde tal vez nunca debía haber
salido.
—¿Alec, se da cuenta que usted y yo somos muy diferentes?
—Sí —contestó firme, decidido a aguantar con estoicismo su
rechazo, el que veía venir. Incluso para despacharlo Kate era
amable, podía ser una dama irreverente cuando se le retaba, pero
no era capaz de pisotear a quien tenía nobles intenciones.
—Es casi imposible trazar un futuro para alguien como usted y
como yo —explicó ella.
—Puedo entenderlo… desde su punto de vista.
—No sería usted quien tendría que dejar todo, yo tendría que
desplazarme a las Highlands. ¿Usted estaría dispuesto a dejar su
tierra, su casa, sus responsabilidades por adecuarse a Londres y
mis círculos sociales?
—Entiendo lo que insinúa y sería muy difícil para mí adaptarme,
dejar atrás todo lo que amo —admitió sereno, mientras acomodaba
su rebelde cabello—. Puedo ponerme en su lugar y darme cuenta
de lo complicado que le resultaría. Tal vez me convenga irme cuanto
antes, porque si me da esa opción… para quedarme a su lado… tal
vez termine resultando muy tentadora y no sé si podría vivir a la
larga con el resultado. Soy el heredero y mi padre… Muchos
dependen de mí.
—Sé cómo funciona —dijo conmovida—, y no, no estoy
sugiriéndole esa alternativa, que deje todo y se venga a Inglaterra.
Solo estoy tratando de que vea que…
Él exhaló apesadumbrado, tragó en seco y se convenció de no
insistir ni por un segundo más, su dignidad no se lo permitía.
—¡Oh, comprendo! —la interrumpió—. Quiere decir que el origen
de su rechazo no son las Highlands, ni mi estilo de vida, soy yo. No
me quiere a mí y yo… lo acepto.
—No, Alec, estoy intentando que se ponga en mi lugar para que
entienda por qué iré con cuidado y no tomaré una decisión tan
importante a la ligera. Mi mente y mi cuerpo también me han dado…
señales… y sería muy tonta si no las tomara en cuenta.
Los ojos de él se iluminaron, su corazón comenzó a bombear
sangre frenética a cada parte de su cuerpo, elevando su
temperatura corporal y tintando de color sus mejillas.
—¿Eso quiere decir qué…? —preguntó entrecerrando los ojos.
Necesitaba oírlo con todas sus letras.
—Acepto que me corteje, siempre que sea por un breve tiempo
en secreto para los dos. Tenemos tanto de qué hablar para que
podamos conocernos… Y no quiero a toda mi familia
presionándonos. Mi hermano le ha ofrecido quedarse para Navidad,
podría hacerlo igual para Año Nuevo. Y estaríamos juntos…
—¡Oh, Kate! Usted casi me mata hace unas cuantas noches
atrás con su rechazo, y ahora me devuelve a la vida.
—Es que no era mi intención rechazarlo, pero es usted tan
impetuoso que no me dejó terminar de hablar… ¿Por qué no
insistió? Quedé esperando que lo hiciera para aclararle que… —No
pudo confesarlo aún.
—Mis padres tuvieron un desastroso matrimonio por
conveniencia, juré que jamás obligaría a una mujer a aceptarme. Y
usted fue muy clara.
—La verdad no creo que tanto, mi mente era un hervidero…
—¿Y ahora? —preguntó extendiéndole una mano, necesitaba
sentirla convencida de sus palabras.
—Estoy muy segura.
—Déjeme besarla, después seguiré todas las reglas del cortejo,
pero ahora no me obligue a no probar sus labios.
—No sigas ninguna regla, Alec —le dijo tuteándolo—, porque eso
es precisamente lo que me gusta de ti.
Él no necesitó más aliciente, conteniendo sus ansias de hacer
realidad todas sus fantasías, acarició sus mejillas y las dejó
encerradas entre sus fuertes manos, la miró extasiado y controlando
la lujuria selló sus labios en un beso casto y casi impalpable sobre
los de ella.
Un suspiro contenido se escapó de la garganta de Kate y eso
hizo que la entrepierna de Alec diera un respingo dentro de sus
pantalones, creciendo hasta dibujar una protuberancia que se
notaba con facilidad.
—Kate —gruñó ronco sobre sus labios, muy excitado.
—Esto es besar —dijo extasiada, como si una nube la elevara de
la tierra.
—¿Nunca fuiste besada? —averiguó entre curioso y celoso, solo
de pensar que otro hombre hubiera probado su dulzura.
—No, y de lo que me arrepiento… —susurró embebida del elixir
del coctel químico que despertaba sensaciones vibrantes en su
pecho, en su piel y en su vientre.
—Me estás poniendo celoso. ¿Con quién lamentas no haberte
besado?
—Alec, deja de ser tan gruñón y bésame de nuevo —admitió
poniéndose de puntillas, yendo a su encuentro, hechizada por el
calor de su piel, por su aroma y la suave presión que ejercían los
pectorales de él contra su pecho.
Él la recibió ardiendo, demasiadas noches dándose placer a sí
mismo, pensando en su boca, su cuerpo, su risa, su cabello, su
voz… Eso terminaría, porque la piel tibia de Kate estaba muy
cercana a la suya, la ropa estorbaba; pero eso solo haría que la
anticipación avivara más el fuego, para que la entrega fuera más
placentera.
La llevó hasta la cuadra vacía de Blizzard y ella entre risas intentó
protestar:
—Hemos perdido el control, si viene alguien sería mi ruina.
—El mozo de cuadra me aseguró que tardaría en regresar —dijo
él—, pero si nos descubre podría instarlo a callar.
—Espero que no con tus métodos —lo sermoneó, recordando su
rudeza y la golpiza que le dio a los ladrones.
—Pensaba sobornarlo con una pequeña fortuna —blandió y
sonrió sobre los labios femeninos, rematándolo con un gemido de
puro deseo.
—Atrevido, se ve que has recurrido a esas tácticas en el pasado
—reclamó con un atisbo de celos de quien lo hubiera disfrutado así
—. Como sea, terminaría comprometida. Sería un escándalo… en la
cuadra de mi caballo… —dijo provocativa y eso solo consiguió que
el hombre se calentara más, también le gustaba retozar.
—Nos casaremos de todos modos, si me aceptas… claro —
declaró y fue casi una súplica.
—Si me corrompes me veré obligada aceptarte —jugó, pero
estaba hechizada por él.
—Cásate conmigo, Kate —le pidió mirándola a los ojos y fue
romántico, demente y erótico, pues la seducía, la agasajaba y la
tentaba como un hombre experimentado sabía hacerlo.
—Muéstrame lo que me perdería si no lo hago, dame un incentivo
—jadeó y él la miró travieso.
La alzó del suelo para fundirla contra su pecho, le guio las
piernas para que las enroscara en su cintura y sintiera su dura
erección. Alec frotó dos veces su firme entrepierna contra el centro
palpitante de Kate.
—¿Es suficiente incentivo? —bramó contra su oído—. Te deseo
tanto.
Se movió contra ella, primero con suavidad y luego arremetió al
ritmo que le exigía su hombría, mientras le devoraba la boca,
intentando calmar la hoguera que lo estaba quemando vivo. Ella
nunca había sentido nada tan delicioso, sofocante y adictivo; así que
guiada por su instinto se sumó a los embates, mientras se perdía en
la savia de esos labios fogosos.
Alec volvió a arremeter contra el cuerpo tembloroso y tibio de ella,
tan deliciosamente que la hizo soltar un gemido de satisfacción. Y
tuvo que frenar antes de que la situación se saliera por completo de
control, estaban llegando muy lejos, a punto de traspasar todos los
límites. Solo le faltaba arrancarle la ropa y penetrarla, porque aún
vestidos, estaban casi haciendo el amor.
—¿Qué pasa? —reclamó preocupada al sentirlo detenerse.
Temió haber hecho algo mal.
—Pasa que me estás volviendo loco y esto no debería suceder
así. Todo acabaría muy rápido y tú necesitas más consideración.
Quiero tenerte sin prisas y tal vez el establo no es el sitio que
desees recordar para tu primera vez.
—Quizás sí, quizás lo haga perfecto, diferente. ¡Oh, Alec! ¿Qué
cosas me haces decir?
Ella sonrió como un niño descubierto en plena travesura, hacía
mucho tiempo que no se sentía tan dichosa, radiante, plena. Y él
también sonrió de pura felicidad.
Alec se humedeció los labios, sin podérselo creer y besó los
hoyuelos de la muchacha. Hasta hacía unos momentos pensaba
que la única mujer que le había despertado su dormido corazón le
había dado calabazas, y minutos después la tenía en sus brazos,
contra la cálida madera de la cuadra y con su sexo vibrante
avivando la flama incendiaria dentro de sus pantalones. Y tras
deleitarse bajo el calor de su mirada, la besó ferviente en la boca,
arrebatado y lleno de pasión hasta que ambos quedaron sin aliento.
—Debemos parar antes de que el mozo de cuadra aparezca y se
haga un escándalo.
—Dijiste que tardaría —protestó.
—Diría lo que fuera con tal de besarte.
—Pícaro.
Lo miró coqueta y se aferró a su cuello, volvieron a unir sus
bocas y el matiz del beso elevó a niveles insospechados su
temperatura; pero atrevida se dejó guiar. Entreabrió los labios y
permitió que la lengua masculina la invadiera de nuevo. Un impulso
la llevó también a explorarlo ávida y seductora.
No podía dejarlo…
Él la tenía sujeta entre sus brazos y no quería soltarla…
Pero se exponían demasiado. Si al menos la casa no hubiera
estado llena.
Tras un último beso profundo, él respiró hondo y se separó de su
cuerpo. La ayudó a componerse su vestido y peinado, mientras
hacía lo mismo con los propios.
—Esto no ha terminado, ya buscaremos un sitio más apropiado
para continuar. Muero por seguir besándote, pero no puedo permitir
que la reputación de mi futura esposa quede en entredicho —le dijo
con orgullo, inflado como un pavo real por como sonaba esa palabra
en sus labios.
—Habla con mi familia —le soltó agitada, le había encantado que
la llamara así «esposa».
—¿Estás segura? Hasta hace cinco minutos me pediste ir con
calma.
—¡Olvídalo! Ahora quiero que corras. Tu manera de acelerar los
procesos es muy… eficaz —dijo aún ruborizada.
—¿No te arrepentirás? —indagó temeroso de que estuviera
tomando una decisión con los sentidos obnubilados por la pasión.
—No quiere decir que nos casaremos de inmediato, pero si tú
deseas desposarme, lo más honorable es que lo hagamos bien y
que mi familia sea informada de que deseas cortejarme.
—Lo quiero y lo haré —le prometió, después volvió castigar sin
clemencia sus labios hinchados y rojos.
Capítulo 15

Kate y Alec acordaron esperar a que los invitados partieran, solo


habían quedado en la casa Faith con la madre de esta, y Peyton, a
quien habían dejado bajo la supervisión de la madre de la primera.
Ellas, por los lazos cercanos de amistad, se habían quedado un par
de días más, pero pronto también partirían.
Mientras las tres muchachas departían y se reían de los
acontecimientos del baile, Kate meditaba si era buena idea contarles
acerca de la declaración de MacRury. Debía hacerlo, porque
mientras ella aguardaba ansiosa él se estaba entrevistando con su
hermano.
Faith leía el último número del magazine La belle Asamblée y
opinaba sobre los artículos que venían escritos sobre personas
importantes de la sociedad, o mostraba los diseños de ropa para
dama que estaban de moda. Solo Peyton prestaba atención. Kate,
usualmente interesada en esos temas, permanecía absorta en sus
pensamientos.
—¿Todo bien? —inquirió Peyton que fue la primera en notar que
actuaba diferente.
—Sí, es solo que…
—¿Qué? —insistió Peyton.
Unos toques en la puerta de la estancia las interrumpieron,
Agatha le entregó una tarjeta. Luego sonrió.
—Milady, al parecer uno de sus pretendientes ha dejado un
obsequio para usted.
Faith y Peyton dejaron lo que estaban haciendo y entusiasmadas
comenzaron a indagar.
Rápidamente, notaron que Kate se mantenía serena y
sospecharon que algo les estaba ocultando. Quedaron muy atentas
observando a su amiga, que tomó la tarjeta y leyó en la mente sin
compartir con las demás.
Su rostro reflejó una sonrisa resplandeciente y de inmediato fue
abordada por sus amigas.
—Tranquilas, ahora les explicaré todo. Justo de eso les quería
hablar. —Luego se volvió a Agatha e indagó ansiosa—: ¿Dónde
está el obsequio?
—Es complicado meterlo dentro de la casa, me temo que tendrá
que seguirme.
—¡Oh, es grande, para que Agatha no pueda traerlo! —exclamó
Faith admirada.
Kate les entregó la nota para que leyeran y se pusieran al
corriente, se explicaba por sí sola.

Adorada Kate:
Espero que este primer regalo, que te hago feliz por tu respuesta, te
complazca y te haga sonreír.
Justo ahora estoy hablando con tu hermano, deséame suerte.
Tuyo en cuerpo, alma y corazón,
Alec

—Pícara pendenciera, y decías que no te gustaba. ¿De qué


respuesta habla? ¿Alexander MacRury? ¡Mentirosa! ¡Claro que se
te notaba! —la sermoneó Faith realmente sorprendida, no porque
Kate había negado que encontraba al caballero atractivo, porque lo
era de un modo evidente, habría que tener los ojos vendados para
ignorarlo. Y sí porque su amiga no tomaba en cuenta que
desposarlo significaría marcharse lejos de ellas. Todos los planes
que habían hecho para cuando las tres estuvieran casadas se
venían abajo.
—Te felicito, Kate —le dijo Peyton sin más ante la mirada
demandante de Faith—. Ahora entiendo por qué Marion salió
huyendo y no esperó ni un segundo más. Definitivamente, MacRury
no es su tipo, pero le hicimos creer lo contrario. Le dijimos que tenía
un castillo…
—Y lo tiene… —se sinceró Kate—, pero no es como lo imaginan.
Según lo que me ha descrito mi abuela, Blake y Alexander es un
castillo antiguo en un entorno más rural.
—¿Alexander? Agh. —Ya hasta lo llamaba por el nombre de pila,
señal de que no había vuelta a atrás—. ¿Y estás dispuesta a
marcharte a vivir a las Highlands? —preguntó Faith incrédula.
Kate solo se limitó a asentir y luego aclaró:
—Que acepte que me corteje no quiere decir que nos casaremos
mañana. Primero me hará la corte, luego nos comprometeremos,
hay tiempo para pensar; pero creo que sí estaría dispuesta. Tengo
mucha curiosidad por conocer de dónde viene, cuáles son sus
raíces. Todo en él me sobrecoge y me envuelve en una nube de…
—Deseo —terminó Faith con una sonrisita maliciosa. Era lo
primero que a cualquier mujer le venía a la mente al ver a Alec
MacRury.
—No soy tan… primitiva —se defendió Kate entre risas—.
Aunque reconozco que sí, me atrae de un modo que no puedo
controlar.
—¿Vamos a ver el regalo? Soy yo la única que se muere de
curiosidad —pidió Peyton.
Las tres se levantaron y siguieron a Agatha presurosas por cada
uno de los pasillos hasta que se desplazaron fuera de la mansión,
con cada paso que daban la intriga crecía.
Cuando terminaron en los establos, Peyton se apresuró a decir:
—Es criador de caballos, ¿no? Creo que te ha regalado uno.
Debe estar muy enamorado para ser tan generoso al inicio del
cortejo.
Las tres rieron por lo bajo.
Cuando Sadler y el mozo de cuadra trajeron ante Kate el animal
de color rojizo con un lazo enorme en el cuello y mucho pelaje, las
tres chicas se quedaron sin habla.
—Es una vaca —arguyó Kate desconcertada.
—No —dijo Sadler obsequioso—. Es una heilan’ coo. Una vaca
de las Highlands, las que crían en la propiedad de lord MacRury; él
hizo mucho esfuerzo para conseguirla de camino a Londres, tuvo
que negociar con uno de sus clientes para que se la vendiera de
vuelta. Para él regalársela es importante, es mostrar un pedazo de
su hogar.
—Es muy graciosa —dijo Kate sonriendo y acariciándole un
mechón al animal.
—Todavía no es adulta, es una ternera aún, pero ya come forraje
—aclaró el ayuda de cámara.
—Es hermosa —dijo alegre.
—Hace un par de meses fue destetada de manera natural —
explicó Sadler.
Aquel gesto, convenció a Kate de que no había retorno. Su
corazón latía más aprisa que nunca, daría lo que fuera por saber
qué le diría Alec a Blake y qué respondería su hermano.
—¡Oh! Me pregunto qué será lo próximo que te obsequiará tu
prometido —se mofó Faith.
—No es mi prometido aún, tan solo pretendiente porque Blake
aún no dado su consentimiento.
—Lo sabremos muy pronto —recordó Peyton.
—¿Unas flores será algo muy sofisticado para él? Un poema es
impensable —agregó Faith y rio bajito—. Después de una vaca…
—Heilan’ coo —rectificó Kate.
—Vaca peluda —bromeó igual Peyton.
—Es muy tierna —replicó Kate.
—Eso sí es verdad —agregó Peyton.
—No pensarás eso cuando la veas como un filete sobre tu plato
—instigó Faith.
—Creo que no volveré a comer carne en mi vida. ¿Por qué le
haces la guerra a Alec, Faith? —inquirió Katherine ya sin saber qué
decir para que su amiga mirara con buenos ojos a Alec. Peyton, en
cambio, ya lo estaba aceptando.
—Porque me quiere robar a mi amiga, si te casas con él ya no
nos veremos las tres tan a menudo —se sinceró la rubia.
—Supongo que algún día, todas tomaremos nuestro camino,
Faith. Lo importante es que Kate se case con quien ame y no con
una posición, una casa, un apellido o quien viva cerca de sus
amistades —dijo Peyton.
Kate le sonrió a esta última por dar en el clavo, y luego a Faith
que hacía un mohín. Comprendió que cada una quería lo mejor para
ella, desde su forma de ver la vida.
Regresaron a la salita donde habían recibido la noticia del
presente y la tarjeta, y las tres aguardaron por noticias del
acercamiento de MacRury al cabeza de la familia Basingstoke.
Faith se acercó a Kaith y le dijo:
—No me hagas caso, estoy feliz por ti, pero te echaré de menos.
Lo de la vaca… sigo creyendo que es un poco excéntrico, pero tu
escocés es bastante inusual. ¿Quién diría que lady Katherine
Basingstoke sería seducida por un highlander? Cuéntanos, ¿se han
besado?
—¡Faith! —Se sonrojó Kate llevándose ambas manos para
cubrirse el rostro.
—¡Por el Altísimo! ¡Lo han hecho! —indicó sin lugar a duda—.
Cuéntanos todos los detalles —reclamó la rubia.
—Es privado, me da vergüenza —reveló Katherine.
—Ninguna abandonará Labyrinth Manor sin oír detalles. No nos
castigarás guardándote toda la información hasta el nuevo año que
volvamos a vernos —insistió Faith.
—De acuerdo, les relataré lo que ocurrió —musitó Kate nerviosa,
volviendo a cubrirse el rostro con las manos—. Tal vez terminen
escandalizadas.
—Estoy segura de que no —admitió Faith ávida de los detalles.
—Si crees que unos besos nos escandalizarán es porque no nos
conoces —aguijoneó Peyton.
—Es que los besos de Alec son… muy sofocantes.
Y mientras les relataba cuándo, dónde y cómo —eludiendo la
parte donde sus piernas rodearon la cintura masculina y sus partes
más íntimas se rozaron, sintiendo contra la suavidad suya la dureza
de él— las tres lanzaron grititos de júbilo y rieron sin parar.
Kate estaba muy feliz, solo aguardaba a que alguien le trajera
noticias de lo que sucedía a puertas cerradas entre MacRury y su
hermano. Deseaba con el corazón que este último diera su
consentimiento.
Mientras tanto, sus amigas le daban todo su soporte.
Alexander MacRury tomó asiento frente a Blake, en el estudio del
último.
Cuando el duque fue requerido por el escocés para hablar en
privado algo de suma importancia, varias cosas le pasaron por la
cabeza, relacionadas con los negocios o el asunto que había traído
a Alec a Inglaterra, pero jamás imaginó que tendría que ver con su
hermana.
—Te escucho —dijo Blake receptivo.
—No me gusta dar rodeos, así que iré directo al grano. Sabes
que te estimo y respeto a tu familia, lo que escucharás lo he
meditado.
Blake mostró más atención, desestimando sus supuestos, sin
tener idea de lo que Alec le iba a comunicar.
—Habla —instó.
—Vengo a pedir tu consentimiento para cortejar a tu hermana.
Blake fue golpeado por una masa de viento inexistente, en
verdad que aquel desenlace no lo vio venir. Mientras su abuela,
había insistido hasta el cansancio de que presionara a Kate para
que aceptara a uno de sus pretendientes, él siempre creía que para
ese día aún faltaba bastante —sin importar que el tiempo para una
señorita casadera era implacable—. Incluso el mayordomo se lo
había tratado de advertir, que el huésped sentía inclinación por Kate,
pero le dio tantas vueltas y era tan remilgado para tocar esos temas,
que Blake no le hizo caso. Gran error, Collins tenía ojos en todas
partes.
Lo miró a las pupilas, se puso de pie, dio una ronda por la
estancia y no supo qué decir. Así que le tocó improvisar.
¿Para qué se preocupaba si Kate se las ingeniaba para
despachar a los pretendientes? Estaba seguro. No se la llevaría
lejos, él no era su tipo.
—Entiendo que mi hermana pueda llamar tu atención, no eres el
primero que se me acerca con igual cometido. No me gustaría que
su rechazo afectara nuestra amistad. Kate es la única que puede
elegir quien le hace la corte. Yo podría acceder, pero eso no
significa que ella… acepte.
—Ese es el detalle, y espero que no te ofendas, pues mis
intenciones son honestas. Kate y yo simpatizamos…
—¡Maldito MacRury! —Blake pocas veces perdía el control, ni
siquiera lo dejó terminar de hablar.
Era el motivo por el que no quería a ninguno de sus amigos y
conocidos rondando a su hermana, sabía de sus métodos, licencias
y pecados.
—Entiendo que te enoje y te tome por sorpresa, debí decirte;
pero en verdad jamás creí que ella me daría una oportunidad.
Desde que llegué y la conocí supe que ninguna otra podría opacarla
dentro de mi corazón, pero parecía inalcanzable.
—Espero que no la hayas corrompido…
—No… —dijo con una inflexión en la voz esperando que se
refiriera a su virtud, porque después de aquellos besos y caricias,
Kate no volvería a ser tan inocente.
—Prométeme que no la perjudicarás hasta que no estén
casados. Si acepto que haya boda, lo que aún debo considerar… —
No pudo continuar, el solo hecho de pensar que se iría a vivir a las
Highlands y que no la vería tan frecuentemente le ocasionó un
profundo dolor.
—Te doy mi palabra —prometió Alec buscando su mirada con
franqueza.
Blake seguía caminando por la estancia.
—No creo que sea conveniente que sigan quedándose bajo el
mismo techo.
—¿Piensas quitarme tu hospitalidad? Entiendo si no lo
consideras apropiado —aceptó Alec con seriedad.
—No para mi paz mental.
—Buscaré otro sitio, pero déjame venir seguido a visitarla. No
pienso regresar a Escocia hasta que resolvamos este asunto o al
menos que estemos prometidos.
—Creo que ambos debemos calmarnos.
—Estoy de acuerdo —dijo Alec dándose cuenta de que estaba
bastante sereno, no podía decirse lo mismo de Blake. ¡Y por el
Altísimo que lo entendía! El no tenía hermanas, pero suponía que
era una gran responsabilidad entregar su mano.
Ambos respiraron y guardaron silencio por unos minutos, Alec no
se atrevió a romper la concentración de su amigo.
—Hablaré con Kate. Tantearé el terreno, después retomaremos la
conversación justo donde la dejamos.
Alexander exhaló de golpe.
—Te lo agradezco. Mientras, pediré a Sadler que prepare mi
equipaje. Buscaré otro sitio donde pernoctar.
—No es necesario. Te ofrecí compartir con nosotros la Navidad y
el Año Nuevo, mientras resolvías el asunto que te trajo a nosotros.
—No creo que pueda quedarme tanto tiempo. Si nuestro
compromiso queda arreglado me gustaría regresar a Escocia y
volver para la boda. Mi padre…
—Me pedías permiso para cortejarla y ya deseas comprometerte
—apuntó reflexivo.
—Tengo muchos asuntos sobre mis espaldas, no puedo
ausentarme por largas temporadas —recordó arrugando el
entrecejo.
—Es algo precipitado, déjame al menos meditarlo —sostuvo
rascándose la barbilla—. Hablaremos después, queda con Dios,
Alexander. Creo que todos tenemos mucho que reflexionar.
Capítulo 16

Cuando Augusta tuvo conocimiento puso el grito en el cielo,


Blake no se lo ocultó ni a ella ni a su esposa. Y cuando mandó a
llamar a Kate para hablar del tema, la abuela estuvo presente.
Kate estaba nerviosa, Alec le había relatado lo ocurrido y ambos
estaban a la expectativa de lo que el duque resolvería.
La duquesa viuda no podía contenerse y fue la primera en hablar:
—No puedo creer lo que me ha relatado tu hermano, todo ha
sucedido delante de nuestras narices. Le abrimos las puertas de
nuestro hogar a lord MacRury y él seduce impunemente a nuestra
jovencita casadera.
—Querías que aceptara a un pretendiente, abuela. No entiendo
tu turbación —se defendió Kate.
—Solo te irás al otro lado del mundo y nos dejarás abandonados
—ironizó dramática.
—Es Escocia, y no los abandonaré —rebatió con serenidad para
hacerla entrar en razón.
—Las Highlands —se quejó en voz baja y afligida.
—Él me agrada. —Trató de razonar, le tomó una mano y la dama
la miró angustiada. Podía perdonar todas las impropiedades de
MacRury, pero la distancia que traía consigo esa unión, el no ver a
su nieta seguido era lo que le dolía.
—¿Y el duque de Bedford? Podría hacerte duquesa —se aferró a
esa balsa como su única opción. «Kate, duquesa y cercana», pensó
Augusta. ¿Era mucho pedir?
—Eso no sería suficiente, quiero lo que Blake y Eleonora tienen.
Uno no puede elegir, eso lo hace el corazón.
—¿Estás dispuesta a arreglártelas sin nosotros? —inquirió
Augusta sin dejar de mover sus manos, nerviosa, necesitaba que
Kate entendiera—. Si tuvieras alguna dificultad en las Highlands
solo tendrás a MacRury, estaremos muy lejos. No será como tomar
un carruaje y llegar en un abrir y cerrar de ojos.
—Lo sé, y quisiera que fuera diferente, pero… Buscaré la forma
de estar con ustedes en los momentos importantes —le aseguró
Kate.
—Será al principio, luego la vida te conducirá por otros
derroteros. Sé cómo funciona —dijo afligida.
—Creo que lo más conveniente es que sigamos como hasta
ahora. MacRury, puede comenzar haciéndote la corte, para que se
conozcan más —dijo Blake.
—Queremos al menos comprometernos antes de que él tenga
que partir —insistió Kate—. Lo dijiste, abuela, su hogar queda lejos.
Lo más idóneo sería casarnos e irnos. Si nos comprometemos y él
regresa con los suyos, pasará tiempo para que pueda volver.
—Estoy de acuerdo con tu hermano.
—Bueno, en ese caso tendremos que esperar. Pero ya han
aceptado que me haga la corte. ¡Será la mejor navidad de todas! —
expresó ilusionada—. Iré a contarles a Faith y Peyton, se pondrán
tan felices como yo.
Se despidió de ambos y los dejó mirándose preocupados.
—No podemos hacer nada, abuela, siempre dijimos que sería la
decisión de Katherine. —Blake le dijo con ternura a Augusta para
que desarrugara el entrecejo.
—Lo sé, pero temo que cuando se le pase la ilusión del
enamoramiento no siga tan emocionada con el resultado de vivir en
las Highlands. MacRury será un conde, pero no el tipo de conde al
que ella está acostumbrada. Doma caballos, cría vacas… —dijo con
aspaviento.
—No porque no tenga suficientes hombres para ello, a él le
gusta… —replicó Blake.
—Exacto, Kate es una dama. Su mundo es Londres… No me la
puedo imaginar en otro entorno —negó afectada.
—Kate es impredecible —admitió Blake—, muestra de ello es que
no eligió al duque o al marqués… Quiere a MacRury.
—Un compromiso largo, eso es lo que necesitamos para que
desista —sugirió esperanzada—. Cuando Kate vea la cuota de
salvajismo que corre por las venas de MacRury ella misma desistirá.
Haces muy bien en no oponerte abiertamente, eso solo enardecería
los ánimos de los enamorados…
—No estoy muy convencido de que funcione tu plan, la veo muy
resuelta —dijo Blake rascándose la cabeza, pensando en el brillo en
los ojos de Kate y la emoción contenida en la voz de su amigo al
hacerle la petición.
—Él quería a una chica modosa, discreta, ni siquiera exigía una
cuna noble… Kate es todo lo contrario a sus aspiraciones —observó
Augusta llevándose una mano al corazón y aferrándose a un
pañuelito con la otra. Ella había sido la madre de esa muchachita y
ya no podría verla todos los días, ni siquiera una vez al mes.
—En el corazón no se manda —le recordó Blake.
—Estoy segura de que cuando convivan un par de semanas se
querrán sacar los ojos. Solo debemos juntarlos en situaciones como
almuerzos, cenas, los preparativos de Navidad —dijo con mil ideas
dándole vueltas en la cabeza—, ellos solos desistirán.
—No te hagas falsas esperanzas, querida. —Trató de prevenir el
estrepitoso desencanto que se llevaría Augusta, pero ella ya se
había aferrado a esa posibilidad y nadie la haría cambiar de idea.
—Apuesto que cuando él note que a veces ella es un poco
malcriada y remilgada saldrá corriendo. Y cuando Kate se dé cuenta
cuán burdo es MacRury nos suplicará porque la ayudemos a
deshacerse de él.
Blake suspiró seguro de que los planes de su abuela eran
descabellados, pero no negó que también le daría tranquilidad que
ambos se retractaran. Alec le agradaba, pero no que se llevara a su
única hermana lejos de ellos.

Aunque Alexander no planeaba quedarse terminó por acceder,


entendía que la familia quería estar segura de que en verdad eran
compatibles antes de aceptar.
Y Augusta tuvo que morderse la lengua una y otra vez al verlos
cada vez más compenetrados, él era más caballeroso que nunca
cuando se trataba de su nieta. Cuando MacRury comía con su
apetito voraz a Kate le parecía gracioso, cuando ella lo invitaba a
tomar el té usando la más fina porcelana francesa él no tenía
problemas para sincronizar sus toscas manos con la cucharilla, la
frágil taza y el platito.
Si Kate, acostumbrada a los mimos, se quejaba del frío
inclemente él traía en persona más leña, y a ella no le parecía burdo
que despojara a los sirvientes de su tarea, lo veía como a un héroe.
Si él era impropio o se saltaba las reglas de cortesía en una cena
a ella le divertía, si Kate era demasiado adherida al protocolo y la
etiqueta, en ocasiones en las que se podía prescindir de tanta
formalidad, él la miraba fascinado.
Un día que nevó demasiado y que una yegua se puso de parto,
como nadie más pudo llegar a ayudar, MacRury tuvo que auxiliar al
jefe de los establos en el nacimiento del potrillo. Y a Kate, no le
horrorizó ver a su futuro prometido entrar después de la faena con la
vestimenta hecha un desastre, sino que lo contempló con
admiración.
Incluso, cuando Augusta, les dio a ambos la tarea de encargarse
de elegir las decoraciones de Navidad —algo en lo que Kate era
muy puntillosa y amenazaba con aburrir soberanamente al escocés
—, la abuela terminó por darse por vencida, al ver que ese hombre
grandullón tuvo la paciencia de escuchar y seguirle la rima a su
nieta, aunque no era su actividad favorita.
Y, ni qué decir del baile, él había mejorado.
Durante el cumpleaños de Katherine, Augusta pensó que el
pretendiente le daría un regalo similar a la vaca, y que eso haría
entrar en razón a la muchacha. Sin embargo, MacRury le entregó
una valiosísima joya familiar que había estado por generaciones en
su familia, sellando así el compromiso.
—Es hermoso —agradeció Kate con una mirada que convenció a
Blake de su respuesta.
Mientras el duque veía a su hermana emocionada, colocándose
la cadena de oro de la que pendía un unicornio con incrustaciones
de diamantes, y Alec le relataba que esa criatura mítica era parte del
escudo familiar, Blake supo que jamás podría negarse al amor que
se tenían.
—Pueden comenzar los preparativos. Se casarán en primavera
—comunicó Blake con solemnidad y todos en la familia quedaron
atónitos.
Finalmente, aunque Augusta se sentía dolida por la futura
separación, no pudo objetar nada más cuando su nieto dio el
consentimiento.
A MacRury le pareció que tendría que aguardar demasiado para
tener consigo a su esposa, pero terminó por aceptar. Ese diciembre
en Inglaterra había valido la pena y el tiempo juntos en Labyrinth
Manor tendría que bastar para fortalecerlo en la ausencia.
Aunque la virtud de la damisela seguía intacta, como había
prometido, cuando Augusta se descuidaba y nadie estaba al
acecho, se besaban hasta languidecer detrás de una columna o por
los corredores.

Alec estaba solo en la biblioteca leyendo, Kate se había enterado


y dejó a Agatha apostada en la puerta. Cuando lo sorprendió, iba a
asaltarlo a besos como un vendaval, pero al verlo absorto leyendo,
se quedó embelesada mirándolo.
Lo admiró mientras daba vueltas a las páginas, y hacía un gesto
de concentración. Alec se quitó un mechón de cabello que se le fue
sobre los ojos y lo metió detrás de la oreja, dio vuelta a otra hoja y la
descubrió contemplándolo.
—¿Kate? —Se puso de pie para recibirla.
—¿Lees? —musitó asombrada.
—¿Por qué no lo haría? —Se alzó de hombros.
—Como escapaste de Eton creí que estabas negado a los
estudios —añadió dándole vuelta al libro para ver la portada, trataba
sobre animales.
—Me gusta estar informado, sobre todo de lo que necesito para
sacar adelante mis negocios. Me aterran las ideas que tiene esa
cabecita sobre mí —bromeó y la besó en la coronilla. Luego la
arrimó a su cuerpo, aprisionando su voluptuoso pecho contra la roca
de sus pectorales y se perdió en sus labios, con ímpetu, con apetito
desmedido, con amor.
—Tenemos solo minutos. Eleonora —dijo entre risas tras
recuperar el aliento—, está distrayendo a mi abuela.
—¿La duquesa confabulada contigo? ¿Lo aprobará Blake? Tu
familia es especial —apuntó con nostalgia de los suyos.
—Háblame de la tuya, quiero saber todo.
—Mi madre era valiente, dulce, cariñosa; pero se fue pronto. No
obstante, mis tías Edine y Maisie, la esposa del hermano de mi
padre, hicieron lo posible para que no la extrañara tanto. Ellas te
adorarán, y mi tío es un gran hombre. De ahí sigue mi hermano
menor que estudia en Eton, un muchacho de buen corazón, y… —
Se aclaró la garganta y arrugó el entrecejo—. Con mi padre y su
esposa nunca he tenido buena relación. Debo ser honesto en ese
aspecto, porque lo notarás cuando vayas conmigo.
—Seguramente es algo que tiene solución —dijo esperanzada,
pero lo dudó al notar sus iris se oscurecían y su mandíbula se
tensaba.
—No y no quiero que intentes componerlo —esgrimió serio
mirándola a los ojos.
—No se puede vivir con resentimiento, menos con nuestros
familiares… —le susurró acariciándole la mejilla, para que dejara de
atormentarlo el pensamiento que lo estaba torturando.
—Por favor… —pidió entre dientes—. No insistas.
Kate se quedó intrigada al verlo tan serio y ofuscado con ese
tema. Y antes de lanzarle otra pregunta, Agatha le advirtió que la
duquesa viuda la estaba buscando.
—Tengo que irme —susurró Kate y buscó las manos masculinas,
entrelazó sus dedos, las mimó con sus besos.
Él la tomó por el talle, la subió hasta su boca y le susurró sobre
los labios:
—Solo vienes a dejarme más impaciente, deberíamos casarnos
esta misma semana.
Luego le robó un beso intenso, antes que se le escurriera hacia la
puerta.

Y después de Navidad llegó el Año Nuevo.


Con enero aconteció la celebración del compromiso, Kate ya
había cumplido veintiún años, y estaba a las puertas del matrimonio.
Al llegar el momento de la despedida, a Kate y Alec se les rompió
el corazón, no sabían cuando volverían a verse, pero sí que sería
para la boda. Lo más pronto podría ser al inicio de la primavera.
Pero ante la tristeza de Kate, él no tuvo corazón para dejarla y
decidió quedarse las dos primeras semanas de enero en la
propiedad.
Hasta que una carta de lady Edine MacRury llegó instándolo para
regresar.
Alec debía volver cuanto antes, la salud de su padre iba en
detrimento y Edine temía lo que sucedería si Elliot dejaba este
mundo y el heredero no estaba ahí para sucederlo.
Capítulo 17

Kate quedó con lágrimas en los ojos por los meses que tendrían
que aguardar, más cuando lo vio tan preocupado. Tal vez esa carta
que había enviado su tía revelaba más de lo que Alec le había
compartido, algo que no quiso decirle para no alarmarla.
Pidió a su hermano y a su abuela que la escucharan y suplicó por
adelantar la boda.
—Nos dejarías sin tiempo para los preparativos —arguyó
Augusta.
—Tengo la mitad del ajuar listo casi desde mi primera temporada
y el resto no me importa —admitió Kate.
—Eres una Basingstoke, tu boda debe ser memorable.
—Prefiero algo discreto —justificó.
—Uno se casa una vez en la vida, o es lo que se espera. La
primavera es mejor estación para un matrimonio, incluso el verano y
de mejor gusto el otoño —sugirió Augusta.
Su hermano dio un argumento similar. Mientras hablaban, Kate
decidió guardar silencio hasta que ambos expusieran todos sus
puntos de vistas.
—Enero no es el mejor mes para viajar, solo tienes que esperar
un poco —dijo Blake.
—Ojalá estos meses sirvieran para que recapacitaras, aún no se
ha hecho público el compromiso —le salió a Augusta del alma y a
Kate le dolió, aún quería retenerla.
—Nadie quiere hacerte cambiar de opinión —medió Blake—,
pero todo tiene su tiempo. Deben correr los esponsales.
—Tú podrías solicitar una licencia para nosotros si quisieras… —
musitó ella.
—Una boda apresurada podría dar de qué hablar —intercedió
Blake, no quería negarse, solo deseaba que todo fuera más lento.
—¿Por qué él? Puedes elegir a cualquiera —blandió Augusta con
la mano en el corazón, angustiada por el matiz de la conversación,
por el giro que estaban dando los acontecimientos. Ya se imaginaba
a su nieta casada con prisas, marchando a las Highlands en pocos
días y ayudando a cuidar… terneros.
—Porque me hace sentir viva —confesó Kate—. Nada de lo que
te diga te hará entender, y comprendo tus intenciones, pero sé lo
que deseo para mí.
—Pequeña instigadora —replicó Blake con cariño. La
comprendía, pero su temor era que todo viniera de las ganas y de la
pasión, y que cuando se topara con la realidad de una vida diferente
y dura, el amor que decía sentir no sobreviviera a la despiadada
rutina—. No es un no, es un vamos a pensarlo con la mente fría,
porque es una decisión para toda la vida. Estos meses hasta la
primavera es todo lo que pido para que hagas un buen matrimonio.
Intenta ocuparlos preparando tu boda, eso te ayudará a que pasen
muy rápido.
—Cuando monto a Blizzard y galopamos, desenfrenados, a
campo traviesa, con el viento dándome en la cara, me siento viva,
plena, con tontas ganas de reír porque nunca he sido tan feliz… Así
me siento cuando Alec me mira, me sonríe o me habla. —Kate no
pudo añadir cuando la estrechaba entre sus brazos fuertes o la
besaba hasta hacerle perder la cordura, o ya no podría razonar con
ellos—. Absolutamente nadie me ha hecho sentir así.
—Pero eso no es amor, pequeña, es… —Augusta no supo cómo
decirle que lo que experimentaba era deseo, pasión, la tentación de
la carne. Podía hablar sin tapujos de muchos temas con su nieta,
pero ese aún le daba pudor.
—Lujuria —completó Blake.
—¡Por Dios, nieto! ¡Compórtate al menos en mi presencia! —lo
regañó Augusta a punto de un patatús. Recomponiéndose se volvió
a Kate—: Lo que sientes es útil dentro del matrimonio, pero por sí
solo, no lo sostiene. Si no hay amor y compromiso, la convivencia
puede volverse tu peor enemiga —puntualizó.
—¿Y por qué crees que no podemos amarnos? —cuestionó Kate.
—Son muy diferentes y se conocen hace poco —dijo la dama de
más edad.
—Abuela, tú siempre dices que el amor entre esposos llega con
el tiempo.
—Eh… —Augusta por primera vez se quedó sin palabras. Sí, ella
lo repetía constantemente.
—Zanjemos el asunto por ahora, no es un no rotundo —reiteró
Blake—. ¿Qué tal si lo retomamos cuando todos estemos más
calmados?
—Alexander debe regresar a sus tierras, sus circunstancias son
de fuerza mayor.
—Entiendo que «MacRury» debe volver a Escocia. —Augusta
hizo hincapié en una forma menos personal de referirse a él.
—No quiero dejarlo solo en un momento tan difícil —replicó Kate
—. No me ha dicho qué sucede, pero sé que algo no está bien.
—Sé que él desea regresar casado, para eso vino y nos hizo
partícipes; pero por qué tienes que ser tú quien se arroje como su
tabla de salvación —masculló Augusta decidida. El pálpito en el
corazón que aún sostenía con la mano se debía a los secretos que
conocía entorno a los MacRury. No quería que esos demonios
también se tragaran a su nieta.
—Alec no necesita que nadie lo salve, es perfectamente capaz —
rebatió Kate.
—Es un evento muy íntimo y familiar lo que sucede. Me ha
compartido sus circunstancias, por eso igual creo que es más
conveniente que vaya y arregle sus asuntos y regrese para la boda
—medió Blake—. ¿Por qué no lo dejas partir y resolver sus
problemas? Cuando su situación sea más estable pueden verse de
nuevo y analizar todo con calma. Además, te servirá para confirmar
si lo que sientes es producto de las circunstancias o algo más sólido
y duradero en el tiempo.
—Abuela, me presionabas tanto para que me desposara y ahora
no tomas tu oportunidad.
—Ya ha dicho tu hermano que hay circunstancias de los MacRury
que desconoces, Kate. Está en juego incluso la herencia de tu
prometido. Si lo perdiera todo ¿aún insistirías en casarte?
—Por supuesto que sí —afirmó.
—Sin título y fortuna sería insensato. No creas que no me duele,
corazón. ¿Entiendes la gravedad de la situación?
—Sí, aunque desconozco los motivos, pero no quiero dejarlo
solo.
—Estoy muy abrumada —confesó Augusta que jamás creyó
encontrarse en una disyuntiva así, ella era bastante justa, jamás
había sido autoritaria, pero entregar a su única nieta en esas
circunstancias era impensable hasta para la más razonable de las
damas de la alta sociedad—. Por favor, Kate, lo que te ofrece Blake
es razonable, no me agobies más.

La muchacha se refugió en Alec, que aunque igual deseaba


llevarla consigo no insistió. Los dos en el salón, sentados uno
enfrente del otro, con ganas de abrazarse y teniendo que
contenerse, hablaban:
—¿Por qué tan callado? —preguntó ella.
—Quiero que todo pase rápido. Pronto estaré de regreso —
musitó con la vista en ella y la mente llena de brumas.
—Ya no persistes en llevarme…
—No es que no quiera, es que entiendo a Blake.
—¿Lo entiendes porque tus problemas son tan graves que no
quieres arrastrarme con ellos? —se sinceró y lo vio apretar la
mandíbula. La vena de su frente se tensó.
—Estaré bien, tu hermano y yo hemos hecho una alianza, tendré
su soporte. También tengo el apoyo de mis tíos, de mi mejor amigo
Gaven Dhoire Mackay, conde de Mackay, quien es un noble muy
reconocido en Escocia, todo se calmará…
—¿Todo qué? ¿Por qué no me dices qué sucede?
—Porque nunca estamos completamente solos —dijo señalando
con disimulo a Augusta en el otro extremo del salón, acomodada en
un sillón simulando leer su magazine La belle Asamblée, pero con
los ojos y oídos muy aguzados.
—De todos modos ya lo saben, ¿o no? —susurró—. Por eso
llegaste.
—Tal vez cuando lo sepas ya no me veas igual, pero parte de la
familia quiere revocarme como heredero. Gaven ya ha metido sus
manos en el asunto, él es feroz, si tiene que someter a los
instigadores por la fuerza en lo que llego lo hará. No será la primera
vez que se ensucie las manos por mí. —Bajó aún más la voz,
Augusta parecía que se quebraría el cuello de lo inclinada que
estaba hacia ellos.
—¿Insinúas que ese hombre acabó con la vida de alguien? —
murmuró Kate casi inaudible.
—Algo así.
—Es que eso no es correcto. Solo lo haría alguien sin escrúpulos,
con un alma más oscura que la del propio diablo —lo sermoneó muy
bajo. Alec entornó los ojos, con una palabra en la garganta que no
se atrevió a soltar—. He visto tus excesos, pero eso transgrede
todos los límites, aunque la contraparte lo mereciera…
—Hablas desde una posición privilegiada… —recriminó.
—¿Y tú has cometido algún crimen? —cancaneó.
—Kate, jamás te engañaré, mi vida ha sido dura.
—¿Has hecho algo ilegal? Si voy a casarme contigo debo
saber…
—Hay peligros, enemigos, algunos de mis negocios no están bien
establecidos. Trafico con whisky… entre otras cosas —soltó casi
arrepentido, pero ella tenía razón.
—Oh —musitó—. ¿Y has acabado con la vida de alguien?
—No es algo que pueda responder en este momento —zanjó el
asunto y ella lo miró con la expresión de que volvería a la carga.
Augusta solo los veía mover los labios ajena a lo que
cuchicheaban, su asiento crujió, intentando estirarse con disimulo
para poder oírlos, pero sus intentos eran vanos.
—Debes responder.
—Eso y lo que me apura a volver a casa es una historia muy
larga, te la contaré completa… —continuó Alec—, pero quiero que
sea con calma y en otras circunstancias… —dijo mirando hacia
Augusta—. Jamás lastimaría a un inocente, te lo juro, no soy un
desalmado.
—Espero que sí porque soy fiel a mis principios y no toleraría lo
contrario. Por favor, dime, ¿qué es lo que te apura a volver? No
puedes irte y dejarme con la duda.
—Soy legítimo, pero hay quienes lo cuestionan. Si es motivo para
anular el compromiso…
—No —le dijo sosteniéndole la mirada—. Nunca.
Él exhaló aliviado y la miró con amor.
—Te amo con todo mi corazón—confesó.
—Yo te adoro —reveló Kate contemplándolo con ternura.
Un carraspeo desde el sillón vecino les hizo poner fin a las
confesiones.
—Volveré para nuestra boda, lo prometo.

Y a la mañana siguiente, contra todo pronóstico, ella se mantuvo


estoica. Había decidido que nadie la vería llorar.
Incluso, se retiró antes. Y Augusta pensó que lo hacía para que
no vieran sus lágrimas.
El hasta pronto bastó y todos regresaron a sus ocupaciones.
Kate entró al recibidor, pero no se dirigió a sus habitaciones,
caminó decidida hasta los corredores del servicio, donde Agatha ya
la esperaba, con una capa muy abrigada en sus manos. Se la
colocó y la miró a los ojos con cariño.
—¿Lista? —le susurró a la doncella.
—Solo espero que su excelencia no nos descubra en el acto y
me cuelgue por traicionarlo.
—Sabes que no lo hará. Menos si lo haces por mí.
—Con usted iría hasta el fin del mundo.
—¿Sadler hizo todo lo que le pedimos?
—Muerto de pavor, pero no le dejé otra opción.
Katherine se colocó la capa, y seguida de Agatha salió hasta los
establos, donde ya habían mandado a ensillar a los caballos y,
decididas, cabalgaron como nunca, a todo lo que ambas podían.
Los caminos eran una suerte de nieve mezclada con tierra, pero
transitables. Alexander le había pedido al conductor que no fuera
muy a prisa, para evitar accidentes. El carruaje se removía por el
exceso de equipaje, lo adjudicaba a las compras que le había hecho
realizar la duquesa viuda. Pensó en la lista y sonrió, la dama le
había obligado morder el polvo, había conseguido bastantes
victorias. Aunque suponía que aquella no estaba feliz con el
desenlace. Se casaría con su nieta, quien lo amaba.
Él solo quería regresar a Escocia para resolver sus problemas
con rapidez. Iba furioso, con ganas de retorcerle el cuello a los que
osaban difamarlo y despojarlo de lo que le correspondía por ley. Y
era mejor que Kate no estuviera ahí para presenciarlo, porque no
quería que viera la parte más oscura de su ser.
Desde que había regresado al castillo, después de que su madre
lo alejara de allí, su padre le había dado su lugar y eso, era todo lo
que le quedaba, así que lo tomó y se aferró a su tierra, a sus
animales, a su gente.
Él sería el próximo conde de Draymond, así lo había dispuesto su
progenitor y no iba a permitir que nadie contraviniera su última
voluntad, aunque él fuera el primero en detestarlo.
Cuando el carruaje se detuvo, lo primero que pensó fue que
habían tenido algún tipo de percance.
—¡Diablos! —maldijo.
Y se bajó para inspeccionar.
Se quedó perplejo al ver a Kate en su caballo blanco, con su
capa del color de la medianoche tratando de recobrar el aliento,
mientras se detenía. Más atrás llegó la doncella, sin aire y rebotando
simpáticamente sobre su corcel. Habían venido cabalgando a una
velocidad endemoniada, con ambas piernas a cada lado de la
montura, como lo hacían los hombres.
Alexander se preguntó cómo el cochero había frenado antes de
que ellas terminaran de alcanzarlos, para aguardar. Miró a su ayuda
de cámara, al verlo nervioso y retorciéndose las manos, sospechó
de su complicidad.
Sadler trató de empezar con una retahíla de explicaciones para
eximir su participación en el escape.
—Deja que hable la dama —lo silenció Alec.
—Iré contigo —dijo Kate resuelta.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —inquirió sorprendido
imaginando todos los problemas que se sumarían al aceptarla.
—De camino a las Highlands, primero debemos pasar por Gretna
Green al introducirnos en Escocia, ahí…
—Sé lo que sucede en Gretna Green —confesó negando, aún
estupefacto, con el corazón a punto de estallar—. ¿Eso quieres?
—Por supuesto que sí. ¿Y tú? —le sostuvo.
—Esa pregunta está de más. Sube o te congelarás el trasero —
insistió, ya se había emocionado con huir juntos y no quería que los
Basingstoke tuvieran tiempo para impedirlo.
—Eres muy delicado con tu lenguaje, querido futuro esposo —
dijo con ironía.
—¿Sabes que nadie creerá que escapaste? Todos dirán que el
escocés raptó a la hermana del duque —gruñó por la mala fama que
se le iba acumulando.
—Ya le buscaremos remedio.
—Supongo que sí. Deja que Sadler se ocupe de Crabbit.
Le dijo tomándola de la cintura y soltándola hasta que estuvo
dentro del carruaje, sobre sus piernas y con sus labios acariciando
dulcemente los suyos.
Un carraspeo detuvo sus bocas sedientas. Agatha con cara
solemne volvió a carraspear y con la mano dio indicaciones de que
mantuvieran las distancias. Alexander soltó un bufido.
—Si consiento esta locura es porque he acompañado a milady en
función de su carabina. Me aseguró que sus intenciones, milord, son
honorables. Así que hasta que no haya matrimonio, le conviene
tener sus ávidas manos lejos de lady Katherine —sermoneó la
doncella.
—¿Bromea? —rezongó Alexander.
Agatha le hizo una seña a Kate para que abandonara su mullido
asiento sobre el varón y se situara a su lado, donde podría vigilarla.
Él la dejó escapar no sin antes susurrarle al oído:
—El viaje es largo, pronto se pondrá a cabecear.
Kate negó y miró al cielo para darle a entender que si de
defender su honor se trataba su doncella era peor que un buitre al
acecho.
Capítulo 18

El viaje era extenuante y más en invierno. Aunque los caballos


estaban en excelentes condiciones debían ser cambiados antes de
que terminaran exhaustos, pero en la noche Alec se apiadó de las
mujeres y buscó una posada decente para dormir. Se veían
fatigadas y necesitadas de un sueño reparador.
Después de que pidieron las habitaciones, Kate pidió a Sadler
que bajara sus pertenencias.
—¿Olvidas que huiste solo con lo puesto, Katherine? —le susurró
Alec sin que nadie más pudiera oírlo.
—Uno de mis baúles fue empacado y Sadler lo colocó con
disimulo junto a los tuyos.
—Por eso me parecía que viajaba con tanto equipaje —expresó
resolviendo la incógnita.
—Son solo unos cambios de ropa, en realidad. Más habría
llamado la atención.
—¡Sadler! —murmuró entre dientes—. ¿Algún día me revelarás
por qué Sadler danza al ritmo de la melodía que le tocas?
—Algún día. —Sonrió pícara.
—Ahora descansa, pediré que te suban una bañera con agua
caliente para que te relajes.
—¿Te arrepientes? —sondeó la muchacha.
—Nunca.
Ella correspondió con una risita tímida. Todos los peligros y las
incomodidades del viaje solo acrecentaban la sensación de aventura
que estaba experimentando. Nunca se había sentido tan viva.
Antes de que se retiraran a descansar, ella le dijo somnolienta.
—Si nos tropezáramos con un conocido, mi reputación quedará
arruinada.
—Seremos cuidadosos y discretos. Tu capa servirá para ocultar
tu rostro. Además, tienes una guardiana de cuidado —dijo para
quejarse de Agatha.
—Odio tener que dejar a Blizzard atrás —retomó un tema difícil
para ella.
—También yo, pero es para cuidarlo. Ningún caballo, ni siquiera
en sus magníficas condiciones soportaría nuestra marcha. Lo
tendrás contigo en Draymond Castle antes de lo que imaginas, te he
dado mi palabra.
Y aunque viajaban a más velocidad de la usual, en los días
siguientes repitieron la operación varias veces, cambiando los
caballos constantemente para avanzar a ritmo vertiginoso y
descansando cuando era necesario hasta que llegaron a Gretna
Green muy tarde en la noche.
Alec buscó la mejor posada del pueblo y le pidió a Kate que
descansara, al otro día él se levantaría muy temprano para hacer los
arreglos. Solo pedía al cielo, que la familia de ella no se les
adelantara.

Kate jamás había ido a Escocia, ni siquiera para visitar a


parientes lejanos que tenían sus residencias en las Lowlands. El
primer recuerdo que tendría de esas tierras sería Gretna Green en
invierno y el momento más importante en su vida, cuando desafió su
destino y eligió con quien deseaba compartir su vida.
Esa mañana Agatha le preparó una tina caliente con agua
perfumada con hierbas aromáticas y aceites, le colocó un vestido de
color rosado, sencillo —como todos los que había llevado para
pasar desapercibida— y le adornó el cabello con un lindo peinado.
Unos pendientes de diamantes, la pulsera de zafiros de Anna y el
collar de oro del unicornio fueron sus alhajas, estas delataban su
cuna noble, pero quedaron ocultos por el abrigo y la capa.
Él, a regañadientes, se dejó acicalar por Sadler y no le importó
sentirse como un pavo real, haría lo que fuera para verse bien ante
los ojos de su futura esposa.
Un herrero respetado y veterano oficiando la ceremonia, Sadler y
Agatha como testigos y dos corazones enamorados a punto de
estallar cuando el herrero selló el matrimonio golpeando el yunque.
Lo único que opacaba su felicidad era la culpa de Kate por
abandonar así a los suyos. Suplicaba para sus adentros que la carta
explicando sus motivos fuera suficiente para que la perdonaran
rápido, porque no podría vivir sin ellos.
Y sus temores se desplazaron a otro tema cuando Alec la
condujo a la habitación donde pasarían su primera noche como
esposos. La estancia estaba cálida gracias a la gran chimenea
encendida, la cama era enorme, mullida y llena de mantas
previamente calentadas.
De igual forma ella se quejó:
—Hace frío —dijo, mientras él le ayudaba a quitarse la capa y el
abrigo—. Espero que no hayamos hecho todo mal, pero mi abuela y
mi hermano jamás hubieran accedido a que nos casáramos antes
de la primavera. Fuiste testigo.
—Comprendo la actitud de Blake, pero creí que haría una
excepción al tratarse de mí, pensé que me tenía en mejor estima.
Ella lo miró con pena, lógicamente Alec jamás entendería —del
todo y a fondo— los temores que pasaban por la mente de su
hermano. Y a ella le dolía que su esposo, se sintiera menospreciado
por un hombre al que respetaba, a pesar de sus diferencias. Porque,
aunque Alec odiaba a los ingleses, sus cuellos estirados, su
pomposidad, su esnobismo, y su falta de expresión ante situaciones
en las que era imposible no reaccionar, a Blake lo admiraba.
Escocia quedaba lejos para los Basingstoke —y las Highlands
más—. Kate jamás las había visitado y no sabía a lo que se
enfrentaba. Blake juraba y perjuraba que Katherine no sería feliz allí,
y aunque había tratado de ser comprensivo, no podía entender que
una dama casadera con una dote cuantiosa y todo lo necesario para
atrapar al mejor partido de cualquiera de las temporadas, a las que
asistiera; cambiara Londres, la alcurnia y la opulencia, por
montañas, ganado y un hombre, que si bien tenía nobleza en la
sangre y el alma, carecía de elegancia. Pero al menos Blake lo
intentaba, los había dejado casarse… en primavera.
—Ya no tienes que preocuparte —le dijo ella y con timidez le
besó la nariz—, parecía que haríamos las cosas mal; pero no. Has
respetado mi virtud hasta estar casados. Eso solo lo hace un
hombre de rectos principios.
—¡Oh, no, lass! —dijo y ella se estremeció, adoraba cuando le
decía «muchacha» o «muchachita» en escocés—. No soy tan digno
como tus ojos me ven, pero lo más auténtico y valioso que tengo es
lo que en mi pecho se ha alojado por ti. Eres tan especial que quería
por una vez en la vida seguir todas las reglas. Cumplí con la palabra
que le di a Pemberton de respetarte hasta nuestra boda, pero tan
honorable no soy. Quiero que lo sepas porque no permitiré que te
hagas una falsa imagen de mí. Soy un maldito patán testarudo…
—No conmigo.
—Porque me obligas a darte la mejor versión de mí. Tus regaños,
tu cejo fruncido y tu bendita alma, no me dejan otra opción.
—Mi comprensión y mi cariño. Me pintas como una cascarrabias
con una fusta en la mano —bromeó con una ceja levantada.
—Mi tirana —se burló—. No me escudaré en las palabras, no
usaré el disimulo para mostrar solo mi mejor cara.
—He visto tu parte oscura, y aunque no quisiera amarla,
simplemente no puedo rechazarla —se sinceró acariciándole la
mejilla hasta dejar su pequeña mano sobre su pecho—. Te quiero
entero, porque sé que igual me aceptas con cada una de mis
virtudes y mis defectos.
Él la miró a los ojos, y tras dejar el abrigo y la capa de Kate sobre
un mullido butacón, comenzó a ayudarla a deshacerse del vestido
que había usado para casarse.
Ella sintió vergüenza…
—Es mejor que te pongas algo seco y caliente.
El rostro de Kate se desvió a la chimenea donde las llamas
crepitaban.
—Lo sé, es solo que… —Una sonrisa coqueta y tímida floreció en
sus labios.
—Ya estamos casados… —dijo con la mirada clavada en el
pecho femenino.
—Así es… —Lo miró a los ojos humedeciéndose los labios,
anticipando en su mente lo que seguía tras dar el sí.
—¿Qué es lo peor que puede pasar? —susurró con la voz algo
ronca, como solía hacer cuando reflexionaba en voz alta, algo que
Kate adoraba y ya se le hacía familiar—. Tu hermano podría retarme
a duelo.
Lo miró con aflicción, dolida de que la vida de Alec hubiera sido
tan complicada que no viera una salida menos beligerante, como el
perdón, para variar.
—Blake es bastante reflexivo, maduro y apegado a la lógica. —
Un pensamiento fugaz le pasó por la cabeza al recordar la golpiza
que Alec les dio a los ladrones el día que lo conoció—. Te prohíbo
que lo mates —ordenó con el ceño fruncido—. Ahora son familia.
—No lo atacaré, pero… ¿Y si él atenta contra mi vida? Deberé
defenderme —replicó sin entender su lógica.
—¡No! —reforzó su respuesta con un movimiento de cabeza.
—Pensemos como lo haría un inglés «reflexivo, maduro y
apegado a la lógica» como Blake. No se atreverá a dejarte viuda tan
pronto, ¿verdad? —Trató de razonar.
—Te ha abierto las puertas de su casa, te ha alimentado…
bastante. Compartió tiempo contigo, como lo hace un amigo… Y has
huido a Gretna Green para desposar a su hermana sin su
consentimiento. Blake es la persona más sensata que conozco, pero
creo que has abusado demasiado de su confianza —se burló
indolentemente, segura de que su hermano, por muy enojado que
estuviera no llegaría a las armas, era una persona muy civilizada.
—¿La duquesa podrá abogar por el esposo de su nieta? Como
matriarca de los Basingstoke debe velar por la armonía familiar.
—Mi abuela seguro se pondrá del lado de Blake, instigará un
poco. Ha planeado mi boda desde que yo era una niña y la conozco,
me librará de la responsabilidad. Jamás culpa a sus consentidos
nietos —siguió fastidiándolo.
—Si tengo que morir —pronunció solemne. Ella lo miró con ojos
afectados—, porque no me dejas la opción de defenderme, me
gustaría dejar a mi viuda muy saciada.
La tomó desprevenida, Kate no tardó en comprender su treta y
trató de castigarlo con una palmada en el pecho, pero se topó con la
dureza de una roca. Él tomó su mano con sensualidad y la apretó
contra su corazón, justo donde ella se había metido hasta poner su
mundo patas arriba.
—¡Oh, Kate! Desde que te vi en los establos y te portaste
altanera conmigo, supe que te haría mi mujer. No estaba seguro de
que te convertirías en mi esposa, pero estaba decidido a llevarte a
mi cama.
—Engreído —protestó dejándose calentar por su proximidad.
—Cuando te conocí más, mi ambición creció; te quería para
siempre y me moría de miedo de no conseguirlo. Eras tan
desafiante…
—Tal vez debí ser más amable —murmuró creyendo que se
quejaba de su trato.
—Un hombre como yo ama los retos, si una yegua bravía se
resiste no descansaré hasta domarla.
—No vuelvas a compararme con una yegua —dijo enfurruñada.
—Jamás sería tan poco considerado —bromeó con una ceja
levantada.
—Pues acabas de hacerlo.
—He dicho que no —refutó renuente a aceptarlo.
—Y yo digo que sí.
—¿Ves a lo que me refiero? Eso me enciende —soltó con la voz
ronca—, cuando tus mejillas se acaloran y se ruborizan del tono
exacto de las fresas —Su fantasía con la mermelada hizo que su
entrepierna protestara dentro de la cárcel de sus pantalones—.
Déjame calmar tu fuego.
—Yo… —dijo a punto de derretirse entre sus brazos, era brusco,
simple y poco refinado, y por una extraña razón, eso le resultaba
fascinante.
Su amiga Faith había rezongado cuando le contó acerca de sus
sentimientos, Peyton siempre la había apoyado. Por supuesto,
cuando lo conocieron en persona, ambas comprendieron que la
suerte de Kate estaba echada; sin embargo, Faith siguió tratando de
hacerla cambiar de opinión con palabras como «vacas, estiércol,
campo y aburrimiento». Kate decidió que su amiga podía casarse
con un duque sofisticado o con un marqués culto si lo deseaba, pero
si ella renunciaba a su valiente hombre de las Highlands, jamás lo
iba a poder olvidar, y se iba a arrepentir cada día de su vida.
Alec le rodeó la cintura con la mano libre y la pegó más a su
pecho si era posible.
—En la cama, me gustan las mujeres sin ropa y tú tienes
demasiada —gruñó él con la voz ronca y cargada de deseo contra
su oreja.
Ella sintió el rubor ardiéndole en las mejillas. ¿Cómo Alec podía
decir aquellas cosas sin una gota de pudor? La hizo enrojecerse por
completo. Pero, en medio de la nube que la hacía flotar, la frase
volvió a repetirse en su cabeza y ya no estaba sobrecogida por la
palabra que sugería el desnudo, reparó en la pluralidad del
elemento femenino.
—¿Mujeres dices? ¡Oh! —Más se sonrojó, de vergüenza y de
celos a la vez—. ¿A cuántas has amado? —indagó con el corazón
en un puño.
—A ninguna o te juro que ya estaría desposado. Soy posesivo y
no me arriesgaría a dejarla libre para otro hombre.
—¿Entonces cómo sabes que te gustan las mujeres sin nada de
r…? ¡Oh! ¡Cuánto has pecado! —chilló tratando de escapar del
cerco de sus brazos.
—Dije que no era honorable y tú no quisiste creerme —se sinceró
entre carcajadas.
—Tomar la virtud de una mujer y dejarla a su suerte es…
abominable…
—No he dicho que fueran precisamente vírgenes… Quizá alguna,
pero es algo de lo que jamás volveré a hablar —dijo ya sin reír, pero
mirándola fascinado. Ella lo volvía loco.
—Podrías dejar de abofetearme el rostro con tu despliegue de
lujuria. —Estaba tan desbordada de rabia—. Me estoy poniendo
malditamente celosa…
—Una mujer que maldice es muy excitante en el lecho.
—Si no dejas de mencionar que otras mujeres existen para ti…
Te juro que…
—Kate, eres la única. Cuando la casamentera más respetada de
todo Londres…
—Del reino —lo corrigió aún enfurruñada.
—Cuando esa bruja con escoba en mano…
—Más respeto, lo exijo.
Él bufó. ¿Lo dejaría terminar de hablar?
—Cuando la bendita dama —dijo entre dientes—, me exprimió
para sacarme la información sobre qué cualidades buscaba en mi
futura esposa, le dije que una que encendiera mi corazón y mi…
cama. —La mano que aún le sujetaba la arrastró hasta la cresta que
ya se pronunciaba en sus pantalones, le hizo sostenerla y con la
mano de Kate se prodigó un dulce candente apretón—. Te describía
a ti sin siquiera conocerte.
—Te encanta adularme, pero no lo hagas con algo tan obsceno
—esgrimió cada vez con menos pudor.
—No hay nada que desee más en este momento que consumar
este matrimonio, no sea que alguien aparezca por esa puerta y
quiera detenernos para obligarnos a anularlo.
—Mis familiares no son de los que me persiguen para hacerme
cambiar mi voluntad. Puede que ellos no estén de acuerdo, pero
incluso en los momentos más terribles, no se volverán para
recordarme que trataron de disuadirme de hacer lo contrario. Sé que
respetarán mi decisión, tragarán en seco y con la frente en alto
pondrán todo su empeño para que este matrimonio funcione.
Apuesto a que limpiarán nuestro nombre.
—¿Y ahora me lo dices? —pronunció aplacado.
—Incluso, llegarán a quererte.
—Me alivia mucho saber que no seré retado a un duelo donde mi
esposa me obligue a quedarme de brazos cruzados.
—Blake no es un bárbaro. Pero si tú me haces llorar, prepárate
para conocer su ira —lo desafió y apretó aún más la dura
entrepierna de su esposo que seguía en su mano.
Él dejó escapar un gruñido de placer e intentando recuperar el
aliento, añadió:
—Sabía que ese inglés no era tan flemático como aparentaba, es
tu hermano y tú eres muy cálida, mi amor.
—Bésame, Alec.
Él no necesitó más incentivo, devoró esa boca que no sabía
cuando era el momento oportuno para dejar de lado sus protestas y
demandas. Kate sintió que sus rodillas quedaban tan laxas como la
mantequilla, más cuando su esposo le demostró que conocía muy
bien lo que hacía.
Una mano de él bajó hasta la retaguardia de su mujer y la empujó
más hasta su creciente erección. La otra acunó su nuca y la instó a
tirar la cabeza hacia atrás para darle acceso a la suave piel de su
cuello, dio pequeños mordiscos en esa zona y cuando la escuchó
gemir, volvió a castigar su boca. Con cada lametón sobre su lengua,
le provocó explosiones de deseo que empezaban a la altura de sus
costillas, le hacían estremecer el estómago y terminaban por causar
un temblor cálido y tortuoso entre sus piernas. Un impulso la llevó a
pegarse contra él, necesitada de más contacto para calmar una
urgencia desconocida y angustiante.
Ella era más baja que Alec, y sufría al no conseguir una fricción
que calmara su premura. El varón introdujo una pierna entre los
muslos femeninos y la ayudó empujándola de atrás a adelante para
que se frotara contra esta. Un chillido se escapó de la garganta de
Kate —uno profundo y ronco— cuando consiguió encontrar el punto
y el movimiento exacto que le exigía su intimidad.
Una sonrisa sardónica se dibujó en la cara de Alec, y aquello
apenas estaba empezando.
Capítulo 19

La contempló extasiado, estaba ejerciendo todo su control para


no desgarrarle la ropa y penetrarla de una sola estocada, como le
exigía su longitud, pero eso solo arruinaría el momento. A ella le
dolería demasiado y se retiraría asustada.
—¿Te gusta? —indagó él, quería conocer cómo era en la
intimidad, para castigarla, enloquecerla y hacerla estallar.
Cuando ella escuchó la voz grave de Alec contra su oreja, con
aquel cálido aliento rozándola, excitándola, se dio cuenta de que
había dejado de pensar en el pudor y que estaba dando rienda
suelta a su apetito. Sus mejillas se colorearon de nuevo, pero era
tan acuciante su necesidad y estaba tan vulnerable, que lo único
que quería era explorar el deseo y satisfacerlo. No sabía qué había
al final, o si lo que estaba experimentando era todo, pero su instinto
le pedía que no parara.
—Kate, da una media vuelta, te ayudaré a quitarte el vestido —
sugirió él ansioso por contemplarla desnuda.
Ella obedeció temerosa, pero segura de que él sabía lo que
hacía. Alec quitó cada capa de ropa hasta dejarla en un ligero
camisón de algodón con adornos de encaje. Era la primera vez que
lo usaba, la única pieza de su ajuar de bodas que logró meter en el
baúl de viaje sin que la descubrieran.
Él quedó prendado de la forma de su cuerpo bajo la suavidad de
la tela, unos pechos llenos, una cintura estrecha y una retaguardia
empinada que ya había tenido la oportunidad de palpar. Su tersa
piel brillaba cercana al crepitar del fuego.
Él no perdió tiempo y comenzó a librarse de su indumentaria,
primero retiró sus botas, luego la chaqueta, hasta que solo le quedó
el pantalón y volvió a dirigir la atención hacia Kate.
Y cuando trató de sacarle la camisola ella cruzó los brazos sobre
su cuerpo. Alec entendió sus dudas, así que dio el primer paso y se
liberó de las últimas prendas que lo cubrían.
Mientras Kate se quedaba boquiabierta y gratamente sorprendida
por las bellas y limpias líneas del cuerpo masculino, él orgulloso la
dejó contemplarlo, sabía el efecto que solía causar en las mujeres,
incluso con ciertas imperfecciones como las cicatrices que había
acumulado a lo largo de los años. Una en su rostro, otra sobre las
costillas del lado derecho y la última en su muslo izquierdo.
Para ella, así y todo, era una obra de arte y aunque se moría por
indagar sobre las marcas, prefirió dejarlo para otra ocasión, no
quería traerle recuerdos, tal vez, desagradables o dolorosos. Se
concentró en los robustos hombros, la amplia espalda, las caderas
estrechas y esas piernas como robles que se extendían fuertes y
bien plantadas hasta el suelo; pero cuando su vista descubrió el
miembro, largo y firme que se elevaba entre estas se quedó
arrebatada. Aún no sabía cuál era su uso exacto —pero se recordó
de la explicación que años atrás le había dado Agatha, sobre que
eso tenía un papel predominante—; se le hizo tan viril y animal, que
se negó a apartar sus ojos de su hombría. Él sonrió, bribón y
satisfecho, ante su reacción.
—Mi turno —reclamó Alec impaciente.
La escuchó suspirar y con una sonrisa ladeada la vio desatar el
listón que anudaba al frente su camisón, bajar primero un hombro,
luego el otro hasta que la tela se deslizó por su sedosa piel hasta
sus tobillos.
La entrepierna del hombre se contrajo ante la vista de esos
pechos grandes, llenos, altos, turgentes. Recorrió el vientre liso de
Kate con la mirada y clavó los ojos en la delicada uve entre sus
piernas.
—¿No deberíamos ir a la cama? —titubeó ella, inquieta por el
efecto que le causaban los ojos de su esposo sobre su cuerpo.
—¿A la cama? —repitió extasiado con la desnudez de su esposa,
anticipándose a lo que vendría.
Alec solo tenía cabeza para imaginarse introduciéndose en su
canal húmedo y apretado. Las imágenes voluptuosas que se
sucedían en su mente provocaban que la punta de su miembro se
ensanchara y latiera tanto que dolía.
—Si quieres sí —cedió él. Tragó la saliva que le segregaba la
boca—. Vamos al lecho —repitió.
La tomaría donde a ella le apeteciera, de pie contra uno de los
postes, en el mullido sillón, sobre la alfombra. La única condición
que pedía era enterrarse hasta el fondo y amarla hasta hacerle
perder la cabeza, hasta que lo adorara como el dios de todo lo
mundano, porque él ya estaba postrado a sus pies, era su única y
más venerada deidad. De no ser porque a la mañana siguiente
debían partir a primera hora, la habría lamido y penetrado en cada
rincón de ese alojamiento.
Ella llegó primero y se metió entre las sábanas. Él la siguió y
procedió a destaparla para colocarse encima.
—¿Estás seguro de que esto se hace sin ropas? —continuó
temerosa.
—Sí —murmuró con la voz ronca él y le tomó ambas muñecas
para elevarle los brazos y dejar su pecho completamente expuesto
ante su ávida mirada.
La joven había tomado su caballo y huido desafiando las normas
sociales, pero ante la inminente noche de pasión temblaba.
Kate no había tenido tiempo de tener «la charla» con su abuela,
aunque suponía —ingenuamente— de que no se había perdido de
mucho. Su única referencia, había sido cuando había descubierto in
fraganti a los criados, pero estos iban vestidos, con la ropa
desarreglada, pero puesta. Y cuando interrogó a Agatha después no
le aclaró ese punto.
Alec le asaltó primero los labios, quería volver a hacerle perder la
razón, y la besó con suavidad obligándole a abrir la boca,
seduciéndola para que imitara los movimientos de su lengua, hasta
que ella embriagada chupó y succionó como si de ello le dependiera
la vida.
Él bajó una de sus manos, y mientras la distraía con el beso,
acarició sus pliegues para cerciorarse de su humedad. Ella trató de
resistirse, pero tentada por los movimientos de los dedos de su
esposo sobre el montículo de carne, donde más sensible era, se
dejó acariciar mientras continuaba arrasándole la boca.
Alec lamió y mordió su níveo cuello, su clavícula y terminó por
chupar uno de sus pezones. Ella dio un gritito de placer y él
aprovechó para deslizar el dedo, que había colocado entre las
piernas femeninas, desde el botón hasta la abertura, tantas veces
hasta que le hizo perder la razón. Y mientras le procuraba atención
también al otro pecho, besándolo y deleitándolo, coló el dedo por la
ranura inexplorada. Se sentía tan estrecha, que Alec estuvo a punto
de acabar solo con frotarse contra el muslo de la muchacha, que
jadeaba fascinada por el asalto.
Pero cuando el dedo entró por completo, a Kate se le escapó un
chillido, al sentir un poco de incomodidad.
—Todo va a estar bien —aseguró Alec—. Confía en mí.
El dedo del medio acompañó al índice, pero ella decidió no
oponer resistencia, se dio cuenta que mientras más se dejara perder
en las caricias del pulgar masculino, sobre el inflamado brote, la
entrada y la salida, lenta y cadenciosa, de los otros dos dedos, sería
su perdición. Él insistió un poco más para expandirla por dentro,
antes que su gruesa y dura erección le robara la inocencia para
siempre. La tomaría de todas las formas posibles, hasta que
suplicara otra vez que volviera a hacerle el amor. Era su deseo más
ferviente, lo que lo excitaba y le hacía perder la cabeza. Y ella
respondió ante el apremio, comenzó a empujarse contra su mano,
necesitada de un desahogo desconocido y cautivador.
Alec no pudo extenderlo más, lo azotaba el tiempo de abstinencia
que había aguardado mientras estaba de huésped en las
propiedades de los Basingstoke. También quería gozar tanto como
ella, aunque quizás, él lo disfrutaría mucho más. Había aprendido
que la entrega mejoraba con la frecuencia. Ya lo harían día y noche
hasta quedar derrotados cuando ella se sintiera más confiada,
estaba decidido a complacer todos los caprichos de su mujer en la
cama.
Le abrió más las piernas y comenzó a acariciarle la entrada con
la punta de su miembro, ella jadeó aturdida de tanto placer, más
cuando él mordió con suavidad su otro pezón y se metió todo lo que
le cupo del pecho en la boca. Alec se aprovechó de la enajenación
de su esposa, ella se frotaba descontrolada contra el cuerpo de él.
Se posicionó mejor entre sus muslos, teniendo cuidado de no
aplastarla y de no sacarle el aire de golpe con su peso, solo
presionó lo necesario para que sus pieles se proporcionaran ese
dulce calor. Empujó dejando entrar solo la punta y aguantando de no
colar el resto de su envergadura que latía castigada.
Ella se quedó muy quieta, dejó de moverse contra él, a la
expectativa. Él volvió a succionar su pezón, lo que la hizo recuperar
las ganas de seguir bajo el asedio masculino. Pero cuando llevó la
boca a la oreja de Kate para besarla con ardor y susurrarle que la
amaba en un erótico gemido, ella se entregó por completo.
—Si tú me lo exiges, freno. Dolerá un poco, pero te prometo que
será solo la primera vez. Si me dejas entrar y hacerte mía, prometo
hacerlo lo más bueno que pueda para ti —propuso Alec.
—Hazlo, por Dios, tómame —jadeó temerosa, su necesidad era
mayor que su miedo.
—Mírame, quiero verte a los ojos mientras te hago mía, mo
ghràdh —le pidió, le dijo «mi amor» en gaélico escocés y ella lo
comprendió sin necesidad de explicación. Estaban totalmente
compenetrados.
Alec se introdujo lentamente hasta el final, con cada palmo de
terreno ganado los gemidos y los suspiros de ambos se elevaban.
Ella gritó cuando se sintió completamente llena y él gruñó cuando
las paredes de la muchacha lo apretaron. Le permitió acostumbrarse
a su grosor solo un poco, y cuando ella le rodeó con sus piernas, la
abrazó y comenzó a moverse sin prisas mientras buscaba
desesperado el calor de su boca.
Se besaron ardorosamente. Ella continuaba quieta, pero ya había
dejado de tensar sus músculos, comenzó a relajarse cuando él se
movió en círculos lentos y profundos. Y cobrando vida, Kate le salió
al encuentro, frotándose contra la caliente intrusión.
Muy juntos, mientras se movían al compás del ritmo que
encontraron para satisfacerse mutuamente, se fueron acelerando.
Ella estaba a punto de perder el control, su cuerpo exigía más de
ese largo envite, y el varón se lo dio gustoso.
La embistió con fiereza, sin dejar de besarla y de abrazarla. Sus
vientres despedían mucho calor, vibraban de modo frenético. Ella
sintió una urgencia que quemaba, que dolía y que la llevó a agitarse
contra su hombre. Gritó su nombre cuando una fuerza abrumadora
la hizo tensarse hasta los dedos de los pies, y se deshizo en
pequeñas oleadas sucesivas de placer. Alec, enardecido al sentirla
retorcerse bajo su cuerpo dejó escapar un gruñido mientras su
simiente era disparada y ordeñada por los dulces espasmos de la
intimidad de la muchacha.
Derrotado, estuvo a punto de caerle encima con todo su peso,
reaccionó a tiempo para colocar el antebrazo para sostenerse, sin
salir del cuerpo exhausto de su esposa, ambos se quedaron
profundamente dormidos. Para luego despertar y seguir amándose,
riendo, contándose mucho acerca de sus vidas; al menos ella, que
era un libro abierto, a él había que sacarle las palabras. Kate, no
quiso presionarlo, sabía que poco a poco, ese hombre que adoraba
le desnudaría por completo su alma, porque su corazón ya se lo
había entregado, justo como ella a él.
Encerrados en aquella habitación, encendieron el fuego para
luego aplacarlo, y volvieron a avivar la flama hasta que la noche y el
cansancio les hizo volver a caer rendidos por el sueño.
Capítulo 20

Cuando Kate abrió los ojos, el rostro dormido de su esposo


estaba sobre su pecho, sus brazos la rodeaban. Se veía tan plácido
que no quería despertarlo, pero necesitaba moverse, la posición ya
la estaba matando. La vergüenza la golpeó de pronto al recordar
que estaba desnuda, y más al rememorar que se había dejado ir por
completo, sin comportarse de modo recatado. Por un instante, sufrió
pensando qué opinaría él de su comportamiento. Luego evocó la
cara de placer de Alec, al final, mientras se vertía en su interior, y
supuso que no pondría mucho reparo a su ligereza.
¿Por qué nadie le había dicho cómo debía comportarse una
esposa en la intimidad? ¿Debía ser pudorosa o entregada? La tenía
tan difícil, ni siquiera Agatha que le había aportado datos
interesantes le había aclarado esas dudas que la atormentaban.
Él abrió sus gloriosos ojos y la mente de Kate se llenó de Alec, de
su sonrisa, su mirada, su cara somnolienta de recién levantado, su
bostezo matutino y nada elegante, sus bonitas y tupidas pestañas.
—Hemos dormido más de la cuenta —expresó él.
—No sabía cómo despertarte, eras un costal de rocas
aprisionando mi cuerpo.
—¡Por Dios! —dijo con una risita—. Perdón, quedé casi privado,
muerto. Hace tiempo que no disfrutaba… tanto en la cama.
Ella se enorgulleció, la palabra «disfrute» obnubiló sus sentidos.
Ya no le importó que le aclararan cómo debía comportarse en la
alcoba con su esposo. Sabía que lo aprendería, por instinto y
porque tenía al mejor maestro. De pronto, la frase volvió a repetirse
en su cabeza e hizo un mohín de desagrado.
—¿Qué sucede? —preguntó Alec con una sonrisa tonta.
—Vuelves a aventarme a la cara sin nada de consideración lo
que has disfrutado en la cama con otras mujeres.
Él quedó serio.
—Discúlpame si lo sentiste así, no fue mi intención.
—Tal vez exageré un poco —dijo algo arrepentida al escuchar
sinceridad en sus palabras.
—Kate, no puedo cambiar mi pasado, nuestras edades son
diferentes, nuestros mundos…
—¿Eres hombre y yo mujer? —rezongó tan molesta por lo injusta
que era la vida para ellas.
—De haber sabido que ibas a estar en mi futuro me habría
guardado para ti.
—No te reclamaré más, lo que cuenta es a partir de ahora. —
Decidió dejar de inquietarse por lo que sea que hubo antes.
—Y yo solo diré que disfruté mucho en la cama con mi esposa.
—Aprendes rápido, sabes cómo adular —lo sermoneó con una
ceja levantada.
—Solo creo que si los dos hubiéramos sido inexpertos no la
habríamos pasado tan bien. De haber llegado casto al matrimonio
creo que habría elegido a una viuda experimentada —bromeó tras
unas alegres carcajadas.
—Eres incorregible.
—Solo quiero que te rías.
—Creo que un marido casto, tampoco tiene solo desventajas.
Ambos esposos pueden aprender a la vez —arguyó alzando una
ceja.
—¿Estás queriendo deshacerte de mí? —Entrecerró los ojos
creyendo haberla convertido en una arpía. Ella se carcajeó en su
cara.
—De haber sabido que Alec MacRury llegó a Inglaterra buscando
a una viuda experimentada, me habría casado con un anciano con
un pie en la tumba para que de todos modos cayeras en mis redes.
Estaba decidida a atraparte.
—¿En serio? Porque me la pusiste difícil las primeras semanas.
Pensé que me detestabas.
—Entonces toda su experiencia ha caído en saco roto porque
usted, milord, no conoce a las mujeres.
—Son seres muy taimados. Tal vez solo me han hecho creer que
llevaba ventaja, pero del pasado he prometido no volver a hablar.
Hora de prepararse para seguir. Buscaré agua caliente para que nos
aseemos y un suculento desayuno para que lo devoremos aquí en
el dormitorio, me muero de hambre.
—¿No es raro que Agatha no ha aparecido a esta hora? —
reflexionó en voz alta Kate—. Quedamos en viajar temprano.
—Hay algo un poco extraño que debes saber. Sadler, me pidió la
tarde de ayer libre. Me dijo que quería aprovechar la estancia en
Gretna Green para intentar convencer a tu doncella de casarse con
él.
—¿Qué? —Katherine se agarró de las sábanas ante el impacto
de la noticia, no lo había visto venir, pero se sintió muy feliz por
Agatha.
—Tal como lo oyes. Le dije que por supuesto, que si lo conseguía
ambos tendrían libre la tarde, la noche, la madrugada y que
podríamos vernos a las nueve para reanudar el viaje. Apenas dan
las siete así que tendrás que arreglártelas sin tu doncella. Pero
puedes ¿verdad? —dijo como si nada, seguro de que no era algo
tan complicado.
—Sí —dijo aparentando seguridad, pero en el fondo con dudas,
jamás había prescindido de Agatha.
Alec se veía que podía apañárselas, pero ella era una completa
inútil sin su mucama. ¿Cómo abandonaría ese dormitorio viéndose
presentable?
—Yo no creí que Sadler fuera un hombre con esos intereses —
continuó él comenzando a alistarse. Ella lo devoraba con la vista
deseosa de devolverlo al lecho.
—¿En el matrimonio? —completó Kate con una interrogante, sin
entender el punto de Alec.
—Quise decir en las mujeres —aclaró.
Ella soltó unas carcajadas por las equivocadas conclusiones de
su esposo.
—Pues a mí no me sorprende. ¿Quieres saber por qué Sadler
baila al ritmo de la melodía que le toco, como tú dices?
Katherine abandonó la cama, se acercó a él, y aún pudorosa de
repetir en voz alta —y mirándolo a los ojos— lo que recordaba, le
susurró al oído cómo los había descubierto años atrás.
—¿Sadler? —inquirió asombrado Alexander con una inflexión en
la voz, y alzando las cejas, más estupefacto aún añadió—: ¿Y
Agatha? Él es tan… remilgado. Ella tan puritana y recta.
La risita de Kate lo sacó de sus reflexiones.
—Estoy muy contenta por ellos. Ambos se lo merecen. Arribarán
a Badenoch como esposos, así no alarmarán a tu familia si los
encontrasen por los corredores en sus andadas.
—Mis familiares no son de los que se impresionan por esos
detalles —se mofó—. Tal vez tía Edine, pero de igual modo les diría
con sorna que se busquen una habitación.
Ella sonrió, deseosa de conocer a la familia de su esposo.
—Comenzaré a guardar nuestras pertenencias —agregó Alec
presto.
Kate se acercó para ayudarlo, no se atrevió a decirle que no
sabía ni por donde empezar, pero se esforzó por hacerlo como lo
habría realizado Agatha.
Cuando terminaron, él se adecentó para solicitar lo necesario
para alistarse para el recorrido que aún les quedaba. Regresó con
agua hirviendo, una jarra aguamanil y una palangana. Y ella
comenzó a arreglarse, mientras él iba y volvía con carnes frías,
queso, hogazas de pan recién salidas del horno, té, y por supuesto,
leche caliente y fresas confitadas.
Cuando ella sorbió la leche y mordió la fresa para él fue inevitable
besarla. El desayuno terminó en una ardiente muestra de lo que un
hombre fogoso y enamorado podía hacerle sentir a una recién
casada, ávida de aprender todos los trucos del arte de amar.

Tras volver a la faena y las prisas del inminente viaje, mientras él


se aseaba y cambiaba de ropas Kate se maravilló de lo diestro que
era en todo lo que hacía.
Ella, hizo lo mejor que pudo con su vestido y su peinado, dos
trenzas recogidas a cada lado de la cabeza tuvieron que bastar. No
era el último grito de la moda, pero con un sombrero disimularía.
Cuando Alec le dijo que lucía hermosa sus hoyuelos se
pronunciaron y sonrió ampliamente. ¡Lo adoraba! Definitivamente
iba a mejorar, quería emularlo, ser hábil también, Alec la inspiraba.
A pesar de ser noble era tan independiente, incluso hasta de los
criados.
Tal vez los que le criticaban por no poseer todas las maneras
propias de la nobleza eran los que estaban errados, Alec les llevaba
ventaja. Sabía cómo lucir magnánimo sin necesidad de que alguien
velara porque su atuendo cumpliera con la etiqueta del vestuario.
¡Aunque no sobresalía especialmente en el uso de la «etiqueta» —
en ninguna de sus esferas—, pero lucía bien sin importar lo que se
pusiera!
¿Estaba enamorada? No había duda, le quería muchísimo, y si
aún no era amor, estaba segura de que poco a poco lo estaría. Su
abuela tenía razón, el amor llegaba con el tiempo; pero su corazón
le daba señales de que iba por un muy buen camino. Lo que sí
sabía, era que no importaba en qué lugar de la ruta a ese sublime
sentimiento se encontraba, ya no podía dar marcha atrás.
Agatha llamó a la puerta apresurada, daban las nueve, cuando
tuvo a Kate frente a sí, exclamó:
—¡Milady, está vestida! —dijo boquiabierta, esa niña jamás había
prescindido de sus servicios.
—Lista para que marchemos a nuestro nuevo hogar —le
respondió Kate más segura, él la había elogiado.
—Le sienta bien ese peinado —añadió con una sonrisa maternal
—. No le pregunto si está contenta, su rostro lo dice todo.
—Espero que tanto como tú. ¿Señora Sadler? Uhm, suena bien.
Ya creía que tendría que arrastrar a ese sinvergüenza al altar.
—Ay, milady, casi, pero se ha redimido, así que ya no es tan
sinvergüenza. —Rio.
Sadler apareció al tiempo para bajar el equipaje y se preguntó
curioso de qué reían aquellas dos, pero por respeto a la dama
decidió oportunamente preguntarle después a su esposa. Su cara
resplandeció al pensar en esa palabra «su esposa».
Alec, los apresuró y tomó la mano de Kate para salir.
—Vamos, preciosa, nos espera un largo recorrido aún.
Con una mirada, Kate y Alec, se despidieron de ese que había
sido su primer nido de amor, y partieron prestos y veloces hacia su
hogar.
Capítulo 21

Alec instaba a Kate para que se abrazara a él, y que se cubriera


con su manta, antes de que terminara resfriada. Pero ella casi no
había querido dormir o reposar, observando el exuberante paisaje
invernal de la Highlands por la ventana del carruaje.
Desde que habían dejado las Lowlands el viaje se había vuelto
más lento, podían quedarse dos o tres días en una posada, mientras
esperaban a que la inclemencia del tiempo les permitiera continuar.
Por un lado, podían disfrutar de una improvisada luna de miel, pero
por otro estaba la urgencia de Alec que necesitaba llegar cuanto
antes a casa.
Él podía notar que Kate nunca había sido tan feliz en su vida,
pero también sabía que esa alegría era opacada por el recuerdo de
su familia y el haberse marchado sin despedirse. Esperaba que la
carta que le envió al duque, en cuanto se casó con su hermana,
aplacara los corazones de los Basingstoke, y les diera a estos
tranquilidad con respecto al destino de su valiosa joya.
Si la prisa de sus asuntos no lo compeliera a llegar cuanto antes
a Draymond Castle, habría regresado a Harlow a dar la cara. Pero
tarde o temprano era una cuenta pendiente que tendría que saldar.
Cuando los tonos anaranjados y rojos del atardecer traspasaron
el cristal y la cortina de la ventanilla, observó con ojos sonrientes a
Kate descorrer la tela, para quedarse admirada por cómo se
reflejaban los colores en el afluente de un lago escarchado a lo lejos
del camino. Y mientras su esposa se deshacía en elogios, algo la
sobrecogió. Divisó las ruinas de una cabaña cubierta por la nevada
del día anterior. Él hizo un gesto de fastidio por no poder atajarla a
tiempo, más cuando lo obligó a detener el carruaje y observar con
ojos azorados el panorama.
—¿Qué habrá sucedido aquí? —preguntó.
—Seguro el terrateniente ha reubicado a sus arrendatarios.
—Pero ¿por qué está…?
—Quemada. —Terminó la frase observando la nieve mezclada
con el hollín—. Para evitar que deseen volver… Ahora es sitio para
ovejas, no para humanos. Ocurre en todas las Highlands hace
años… Son muchos los que han sido movidos a las costas u otras
tierras de cultivo. —No quiso enlistar los otros destinos más
temibles.
—¿Por qué?
—Las ovejas son más rentables —masculló entre dientes.
—Eso es abominable —expresó Kate con angustia en el corazón.
¿Por qué nadie le había informado? Suponía la razón—. ¿Sucede
igual en tus tierras?
Él negó.
—Ya no —dijo callando que su abuelo, antes que su padre, había
tenido que doblegar su orgullo y obedecer cada ley inglesa que no
había podido burlar para conservar sus propiedades. No dio más
explicaciones, pues tocaban una fibra muy sensible dentro de su
ser, que hacían trastabillar su ego.
—¿Y te casaste con una inglesa? —inquirió retadora e incrédula.
—Vamos, Kate, ya estamos cerca de nuestra última parada.
Descansaremos y mañana temprano nos acercaremos a Badenoch
y de ahí a Draymond Castle.
Pero su reacción ante la curiosidad femenina solo destapó la caja
de Pandora, y ella comenzó a hacer demasiadas preguntas que él
iba a tardar en contestar. Alec se sintió orgulloso por el interés que
Kate mostró ante su tierra, y no pudo resistirse a explicarle cada
detalle de forma minuciosa, aunque se mostró reticente a ahondar
en los escollos de los despejes de los arrendatarios de las
Highlands.
Capítulo 22

El insomnio despertó a Alec en la madrugada, en la habitación de


la posada donde se hospedaban. Vio a su esposa dormida a su lado
con el cabello desparramado sobre la almohada. Le dio un beso en
la frente, y aunque no se lo dijo en voz alta, para sus adentros juró
que siempre la protegería.
Suspiró, se resignó a acostarse e intentar conciliar el sueño.
Regresar al castillo, removía muchos recuerdos que por años
estuvieron enterrados. Intentó volver a dormirse.

A pesar de que, en el fondo, sentía curiosidad por conocer a su


padre, al gran conde de Draymond, había sido advertido por su
progenitora:
—Tú puedes volver y ocupar tu lugar como futuro heredero —le
había dicho.
—Madre —murmuró dubitativo moviendo la cabeza, partido en
dos, entre la curiosidad de conocer al hombre que lo había
engendrado y seguir al lado de la mujer que lo amaba más que a
nadie en el mundo.
—Sé que sientes curiosidad por conocerlo y es completamente
natural.
—No —renegó con el entrecejo fruncido.
—No tienes que negarlo ante mí, no te querré menos por eso. Es
el llamado de la sangre. Solo que yo no puedo volver… Si decides
tomar ese camino, tendrás que hacerlo sin mí. Yo solo te pediría,
corazón mío, que aguardes hasta que seas un poco mayor, unos
quince o dieciséis tal vez. La vida con los MacRury es todavía más
dura que la que llevamos. No pasarás hambre, pero tu padre es muy
severo y temo que te retará una y otra vez para que demuestres de
qué estás hecho. No quiero que te quiebre.
—Madre, basta, no sigas…
—No puedo ser egoísta, tú serás el próximo conde de Draymond
y por eso tu padre no se cansa de perseguirnos. Cuando hui contigo
sabía que solo me pertenecerías unos pocos años y que luego
debías retomar tu destino. La herencia MacRury te corresponde.
Glen Aon-adharcach, ese valle rodeado de montañas, es tuyo por
derecho Alec.
—Nunca me iré de su lado —prometió con angustia en la voz. El
corazón se le encogió dentro del pecho solo de pensar que ya no la
tendría cerca y no dio más oído a la lucha por la propiedad, solo
quería a su madre.
—Tu padre, valiéndose de recursos y poder, ha puesto a otra
mujer en mi lugar, una que se dice su esposa, pero sus hijos cuando
nazcan serán bastardos.
—Madre, nada de eso me importa.
—Escúchame, Alec. Dicen que Elliot podría anular nuestro
matrimonio, alegando que soy una adúltera y una criminal, que he
robado su bien más preciado. Si lo hace y con eso te afecto, te pido
perdón. Pero yo no podía seguir a su lado, y no es porque ame a
otro hombre, no he sido más que madre para ti. Me casé obligada y
él no fue bueno conmigo. No todas las mujeres nos dejamos
someter, y tu madre tal vez es esa rara excepción. Y, por supuesto,
que te traje porque eras mío, mío, y de nadie más… —chilló
golpeándose el pecho, luego le acarició la frente, acomodó en su
sitio un mechón rebelde y lo abrazó para brindarle refugio en sus
brazos.
—No iré a ningún lado, no necesito nada de mi padre para ser
feliz. Ni siquiera lo conozco, y no importa si tiene parte de razón, yo
creo en ti, siempre, por encima de todo creo en ti. No necesitamos
su castillo. No te hubiera perdonado si me hubieras dejado atrás.
Y, mientras dormían, en la casita que les había procurado el
misterioso benefactor para ese entonces, los soldados de su padre
irrumpieron arrasando con sus escasas pertenencias.
La noche que Alec, con doce años, fue sorprendido con su madre
por los guardias del conde, fue la más oscura de su vida.
Trataron de separarlos, pero no podían, se aferraban el uno al
otro. Los hombres intentaban apartarlos como endemoniados, en
una agotadora contienda. Hasta que uno de ellos le dio un empujón
a la mujer, y esta cayó de espaldas golpeándose la cabeza con los
troncos apilados.
Una mirada en dirección de su hijo, el intento de unas palabras
fue lo último que Alec recordaría de su madre antes de ser un
cuerpo inerte desmadejado sobre el suelo frío.
Al chico —que no dejaba de chillar iracundo— lo alzaron en peso,
sin importar que era un adolescente alto para su edad, y lo metieron
dentro de un carruaje. Tenía que ir con ella y cerciorarse de que era
el final, la esperanza se encendió en su pecho junto con la negación
de aceptar que la había perdido.
Como pudo, esquivando a los fornidos hombres logró zafarse y
correr de nuevo hasta el interior de la morada. No había sangre, la
esperanza crecía. Se hincó e intentó encontrar el latido de su
corazón, desesperado…
—Está muerta, muchacho, lo siento, fue un accidente —siseó una
voz.
Se volvió para ver al gigante que había asesinado a su madre.
Alec recordó con precisión cómo con toda saña la había empujado.
—La mataste —acusó con el entrecejo fruncido, parecía un
pequeño demonio.
—Te excediste en fuerza, Gunn —le reclamó uno de sus
compañeros.
—Todos vieron que fue un accidente, la pérfida mujer se resbaló.
—Trató de justificarse—. Nuestra orden es llevar al mocoso, la
ingrata fue un daño secundario, bastante vergüenza le ha dado ya a
los MacRury. No creo que el conde la llore, ahora tiene un consuelo
más joven.
Y cuando el soldado zarandeó al muchacho para separarlo del
cuerpo de su madre, con un grito furioso le arrebató la daga que
traía en la cintura y se la clavó en el corazón, con un alarido de
muerte.
El hombre se tambaleó y se derrumbó sobre el suelo, causando
un ruido ensordecedor.
Alec despertó cubierto de sudor mientras era sacudido por Kate
que lo contemplaba horrorizada.
—¿Qué sucede, corazón? Estabas enredado en una pesadilla.
¡Por Dios! Me asustaste —agregó limpiándole la frente con un
delgado pañuelito de algodón y encaje.
—No es nada —dijo tomando asiento y recostándose a la madera
del espaldar de la cama.
Alec le quitó la mano de su rostro con delicadeza. Lo último que
deseaba era que lo consolaran. Ese episodio había quedado muy
enterrado en su memoria y odiaba que justo cuando había
alcanzado la felicidad volviera para atormentarlo. Notó los ojos
afligidos y llenos de preocupación de ella, le besó la mano y trató de
calmarla.
—Estoy bien.
—Yo tampoco puedo dormir, supongo que es la emoción por lo
que nos espera en Draymond Castle.
Durante el resto de la madrugada, Kate aplacó con besos y
caricias el tormento de Alec, y al otro día vieron el amanecer desde
el carruaje, ya directo al destino.
Kate sintió alivio cuando constató que la cara pálida y
apesadumbrada de Alec por la pesadilla se iba borrando, y que su
humor iba mejorando. Tal vez era porque se acercaba a su tierra.
Verlo más animado no evitaba que se preguntara qué lo había
atormentado así para hacerlo despertar de golpe, sudado y en ese
estado. Alec tenía un veneno letal carcomiéndole por dentro, hasta
que no lo sacara no iba a encontrar la tranquilidad.
Capítulo 23

Alexander escuchó a los perros correr al encuentro del carruaje,


sus ladridos emocionados eran un gran recibimiento. Llegaron muy
temprano y el frío era infernal, el suelo estaba cubierto de escarcha.
Le entregó una manta a Kate para que abandonara el carruaje.
Lucía cansada, no había dormido nada la noche anterior con la
emoción contenida de llegar al que sería su nuevo hogar, dos surcos
pronunciados bajo sus ojos delataban su cansancio. Pero arribaba
con la ilusión en el corazón de conocer a la familia de Alec, sus
tierras y todo sobre lo que le había hablado con tanto orgullo y
admiración.
La tía Edine y su cuñada Maisie, la esposa del tío de Alec, junto a
un concurrido número de criados fueron la comitiva de recibimiento.
Todos estaban entusiasmados de tenerlo de nuevo en casa. Edine
le dio un caluroso abrazo a su sobrino y satisfecha miró a la joven
hermosa que traía del brazo.
—Supongo que es… —dijo maravillada la mujer, sin atreverse a
completar la frase—. Bienvenida a Glen Aon-adharcach.
—¿Glen Aon…? —Kate trató de repetirlo sin éxito, ya había
escuchado a Alec llamarle así a su hogar.
—Hace tiempo, nuestro castillo tenía otro nombre, nosotros no lo
olvidamos —aclaró Edine—. El nombre se debe a que vivimos en un
valle donde habitan los unicornios. Si tienes suerte, tal vez podrías
ver uno.
—¿Unicornios? —indagó perpleja Kate.
—Antigua leyenda familiar, pero no les hagas mucho caso a mis
tías, les gusta contar historias muy viejas que no son ciertas –
sermoneó Alec.
Ellas lo reprendieron con un mohín y continuaron entusiasmadas
saludando a Kate, felices de que por fin su sobrino se hubiera
casado.
—Tía Edine, tía Maisie, ella es mi esposa Katherine —las
presentó con familiaridad, dejando de lado los títulos y las
formalidades.
—Ahora entiendo por qué fuiste tan lejos a buscar esposa,
sobrino. Eres hermosa, muchacha. Lo que necesites, solo tienes
que pedírselo a tu tía Maisie. Estoy feliz de que estés con nosotros
—le dijo la mujer más redondeada en carnes.
—¡Oh, gracias! Igual estoy muy contenta de estar aquí y
conocerlas —correspondió Kate conmovida. Alec solo sonreía con la
mirada, seguro de que su esposa encontraría soporte en sus tías
para adaptarse a su nueva vida.
La esbelta escocesa de Edine le abrió sus brazos a Kate y la
apabulló con un recibimiento que no se esperaba, mientras varios
sirvientes que trataban a Alec con confianza y veneración, se
ocuparon del equipaje, y de todas sus necesidades.
—Es un gusto conocerla, lady Edine —admitió Kate.
—Tía Edine —la corrigió ella con cariño, la joven le había
agradado a simple vista—. Esto es muy sorprendente. —Luego
volviéndose a su sobrino añadió—: Alec, ni siquiera escribiste para
avisar que te habías comprometido.
—Todo fue muy apresurado —se justificó él y compartió una
mirada cómplice con Kate.
—Mi abuela me ha hablado de usted —agregó Kate, le habría
encantado decirle que le enviaba saludos, pero tras una salida tan
monumental había sido imposible.
—¿Y tu abuela es? —inquirió Edine aún en la ignorancia.
—Augusta Basingstoke, la duquesa viuda de Pemberton.
—¡Oh, por el Altísimo! —La tía Edine se quedó con los ojos
abiertos como platos, había confiado en que Augusta consiguiera un
matrimonio muy conveniente para su sobrino, pero jamás se
imaginó que la esposa resultaría la propia nieta de la duquesa—. Te
cuidaremos como a una hija, agradeceremos cada día a la duquesa
por haberte dejado en nuestras manos.
Kate intentó abrir la boca para decir algo, cómo podría explicar
que las cosas no eran precisamente así, Alec la persuadió de
guardar silencio. Si su tía se enteraba que había huido con la
muchacha sin el consentimiento de la familia lo reprendería durante
semanas, y no era el momento de lidiar con más reproches.
Katherine calló con una risita, el gigante highlander tenía un punto
débil y ese sin duda era su tía.
—Tienen muchos… criados —observó Kate.
—Alec trata de dar trabajo a todo el que llega a nuestras puertas,
son muchos los desplazados que la están pasando realmente mal…
Algunos los suben a barcos y los envían a América sin su
consentimiento, otros se van porque aquí ya no tienen nada…
—Tía, por favor… —No quería abrumar a Kate con temas tan
dolorosos, ella se adaptaría poco a poco—. ¿Dónde está el resto de
la familia?
—Tu tío viajó a Glasgow por el negocio de «loción para aseo de
ovejas» —le respondió Maisie para referirse a su esposo.
—Oh —dijo Alec abriendo los ojos.
—No sabía que comerciaban con lociones para aseo de ovejas
—inquirió Kate intrigada. Definitivamente los MacRury se las
arreglaban para salir adelante sin importar el giro de sus negocios.
—Es whisky —aclaró Alec.
—Oh, sobrino, acabas de decir delante de una sasenach que
vendemos whisky de contrabando—dijo espantada Maisie. Su rostro
enrojeció de inmediato al darse cuenta de que no había sido muy
amable con Kate.
—Es mi esposa, tía Maisie, tranquila, es de confianza y ella ya lo
sabe —la calmó Alec.
—Perdona, muchacha —dijo Maisie arrepentida.
—No tiene qué preocuparse, como dijo Alec ahora somos familia.
Todos sus secretos estarán a salvo conmigo —agregó Kate.
—¿Y lady Draymond? —indagó Alec por la esposa de su padre.
—No se mueve del lado de Elliot. Debes ir a verlo, has llegado
justo para decir adiós. No creo que pase de esta noche —se
lamentó Maisie y luego fustigada por el resentimiento de cómo la
condesa había maltratado a Alec cuando muy jovencito, atacó—:
Esa serpiente solo lo ha desgastado, intentando que te desconozca
como su hijo, quiere manchar la memoria de tu madre, plantando la
cizaña de que fuiste engendrado por otro hombre. Fue ella la que
diseminó el rumor de que no eres su hijo, estoy segura, es la más
beneficiada. Ahora que tu padre está débil no tiene la fuerza para
controlar su lengua venenosa.
Él también lo creía y no se lo iba a permitir, apretó los puños, más
al ver el horror desfilar por el semblante de Kate.
—¡Demonios! Mi esposa acaba de llegar, no la agobiemos con
los problemas familiares —pidió Alec, mirando a Kate de soslayo.
Temía que los conflictos terminaran por abrumarla y que dejara de
pensar que ese matrimonio había sido una buena opción.
—Cuanto antes conozca a ese basilisco mejor, hay que conocer
el rostro de los enemigos —arremetió Maisie.
—Tranquilo, estaré bien —le susurró Kate para aliviar su tensión,
pero se dio cuenta de que las desavenencias familiares eran
mayores de lo que había creído en un principio. Suspiró y él le
depositó un beso en la coronilla.
—Tu amigo Mackay está en Inverness aguardando tu regreso, se
entrevistó con tu tío. Y ha dejado en jaque a los aliados de lady
Draymond —dijo serena Edine, queriendo infundirle calma—. Tal
vez se le ha pasado un poco la mano, sabes que es implacable.
—Gaven Mackay es como mi hermano, quien se meta conmigo
se lo gana de enemigo —admitió confiado.
—El caso es que Robena ya no se siente tan fuerte, y está
apelando a su último recurso, por eso me preocupaba tanto tu
ausencia. No nos deja entrar al dormitorio de Elliot, y él por
momentos no tiene las ideas muy claras, desvaría. Temo que tu
madrastra está intentando influir en tu padre para que te
desconozca, ese sería un as muy valioso para esa mujer —advirtió
Edine.
Kate, sobrecogida, le sostuvo la mano a su esposo para darle a
entender que lo apoyaba, que estaba de su lado.
—No creo que sea tan difícil, él nunca me ha querido, ni sé por
qué me trajo de vuelta —masculló Alec. Kate solo lo miraba, sin
atreverse a hablar.
—No, no. Mi hermano tiene muchos defectos, pero la sangre y la
estirpe para él tienen un valor inquebrantable —defendió Edine—.
Tú eres el heredero.
—Ese hombre, Gunn, no tenía que matar a mi madre —dijo para
referirse al asesino—. Dijo que fue un accidente, pero la trató como
algo inservible, fue brutal. ¿Crees, tía, que si Elliot me hubiera
querido no había ordenado que la llevaran con vida? No tuvo piedad
ni con ella ni conmigo, no conoce la clemencia. Tal vez solo quería
quitarla del medio para hacer condesa a su nueva esposa.
—¡Estás loco, muchacho! —regañó Maisie—. Elliot estaba
enamorado, obsesionado con Amanda, de una manera enfermiza, lo
reconozco, pero él quería traerla de vuelta.
Las palabras de Robena en el pasado le latieron en la sien como
martillazos a Alexander:
«Te aborrezco porque eres el hijo de la mujer que huyó
dejándome solo la opción escandalosa de convertirme en la amante
de tu padre y no su esposa. Sufrí muchas humillaciones mientras no
pude gozar del respeto que merecía como lady Draymond».
«Te detesto porque me recuerdas a tu madre, por la que aún se
lamenta Elliot y a quien no se ha podido borrar de la cabeza».
Alec, hecho una furia, dejó a Kate con sus tías y sin recuperarse
del camino subió a los aposentos del conde. La puerta estaba
ligeramente inclinada, la tomó para abrirla y escupirle todo su odio a
aquella mujer, pero unas palabras lo detuvieron. Decidió acechar
como una fiera a su presa.
—Si esa mujer huyó de tu lado, si no quiso ser tu esposa fue
seguramente porque tenía un amante. ¿Qué te garantiza que
Alexander es tuyo? —Robena le cuestionaba al conde—. Solo
tienes que redactar un nuevo testamento anulando el anterior y
exponiendo los motivos por los que le revocas a Alexander todos los
derechos. Yo me ocuparé de que tenga validez legal. Tengo los
contactos, pero necesitamos tu firma.
—Basta, déjame descansar —le pidió Elliot mortificado.
—Debes dejar el condado a nuestro hijo, él es un digno
descendiente de tu sangre, se está formando en Eton, llegará a
donde Alec jamás podrá.
—Mi hermano me ha informado de tus pesquisas, de tus intentos
por despojar a mi heredero de lo que le pertenece. Detente, te lo
ordeno, porque quedarás en sus manos cuando yo haya partido, y
tu odio se volverá contra ti. Alec es implacable, no provoques más
su ira.
—¿Y a mí qué me dejarás? ¿A nuestro hijo?
—Tu tendrás una asignación, nuestro hijo otra, además de unas
tierras desligadas del título que le permitirán labrar su propio
destino. Podrá criar ovejas si así lo decide.
—¿Y Glen Aon-adharcach?
—Ese siempre le ha pertenecido a Alec, por eso moví cielo y
tierra para traerlo de regreso.
—Pues es muy tarde para arrepentimientos, ya inicié una petición
legal, la duquesa de Sutherlands y otros aliados, me apoyarán para
que mi hijo tenga el lugar que se merece —mintió descaradamente
para presionar, no dijo que sus intentos se tambaleaban bajo las
amenazas de Mackay. Tampoco indicó que la duquesa estaba muy
preocupada por la alianza matrimonial que Alec había ido a buscar a
Londres, sopesando contra cuál exponente de la nobleza inglesa
debía enfrentarse por apoyar las aspiraciones de Robena.
—Jamás lo dudé, y mi hermano también ha movido sus cartas
para detenerte —pronunció ronco, con una frialdad en la mirada que
hacía olvidar que estaba frágil y moribundo—. ¿Creíste que estar
postrado en una cama me impediría cuidar de mis intereses? Alec
hará un matrimonio estupendo con la hija de nobles ingleses. Ya ha
demostrado que es hábil para los negocios y que tiene el mando de
Glen Aon-adharcach. Todo está en tu contra, mujer. No inicies una
guerra que no podrás ganar, porque no encontrarás nada irregular
en mi matrimonio anterior ni en el nacimiento de mi primogénito. Ni
todas las calumnias que has lanzado sobre el buen nombre de
Alexander han logrado detenerlo. Es mejor que yo y se lo debo a su
madre, me hace sentirme muy orgulloso.
—¿Y nuestro hijo? —chilló.
—Evan es un buen muchacho, por eso lo envié a Eton, para que
dejaras de influenciarlo. No envenenes su alma, él ama a su
hermano, déjalos seguir queriéndose como siempre, son familia, y la
sangre MacRury siempre estará unida. —Una tos seca lo obligó a
guardar silencio.
—Todo lo que he hecho por ti, por tus hijos ¿y la pones a ella en
un pedestal? Te abandonó, no te quiso…
—Fue buena madre.
—¿Y yo no? —reclamó.
—Jamás aceptaste a Alexander y a Evan le llenas la cabeza de
ideas que no le convienen.
—Te he dedicado mi vida y ha sido en vano.
—Sabías que era un desgraciado, tampoco me querías. Solo te
atrajo el poder, te acercaste a mí porque ambicionabas ser la dueña
de todo.
—¡Ojalá te pudras en el infierno, como ella! —le dijo golpeándolo
en el pecho—. Ni siquiera sirvió de nada pagarle a tu hombre para
que la borrara del mundo, su recuerdo siempre estuvo entre los dos.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó ahogado por la tos,
intentando incorporarse sin éxito.
—Cuando la localizaste, sé que no solo querías a tu hijo, la ibas a
traer y ella era tu esposa, yo quedaría resumida a nada.
—¿Cómo pudiste? —tosió apretándose el pecho, con los labios
morados.
Alec abrió la puerta de sopetón dejando a lady Draymond
estupefacta. Ayudó a su viejo padre a colocar la espalda recta sobre
la cabecera de la cama y le ofreció agua. Elliot negó el ofrecimiento.
—¡Mande a llamar a un médico, ahora! —le gritó Alec dejando a
un lado las cuentas que quería ajustar con la mujer, ella indignada
no se movió.
—Haz lo que tengas que hacer, hijo, pero no dejes que te
arrebaten Glen Aon-adharcach —murmuró Elliot sofocado.
Con un suspiro el conde se apagó como una débil flama.
—Él ni siquiera te quiere, no llorará tu muerte —masculló lady
Draymond sin respeto ni compasión por el esposo que falleció en los
brazos de su estoico primogénito.
Alec acomodó la cabeza de su padre sobre su almohada,
observó su rostro ya sin vida y respiró profundo. Elliot lo había
esperado para despedirse, sus últimas palabras habían sido para él.
—Descansa en paz, padre —susurró Alec con sentimientos
contradictorios en su interior.
La condesa, por su parte, no mostró dolor ante la muerte de su
esposo.
La rabia en los ojos de aquella mujer encendió aún más la ira del
heredero. La miraba con repugnancia, conteniéndose para no poner
las manos alrededor de su cuello y apretarlo hasta asfixiarla. Ella
acababa de confesar que había mandado a matar a su madre.
Las manos de Alec temblaban por la necesidad de aniquilarla.
Arremetió como poseído contra Robena que corrió por su vida. Él
llegó antes a la puerta cerrándola de un portazo.
Un pensamiento fugaz lo detuvo: Evan…
Sufriría el dolor de quedar huérfano de ambos progenitores el
mismo día.
Alec amaba a su hermano, demasiado, y no podía causarle esa
pena, la misma que él había sufrido al perder a Amanda. Con un
grito dio un puñetazo violento contra la madera de la puerta
cimbrando las paredes de la habitación.
La condesa estaba aterrada.
Él debía contenerse por su hermano.
Con voz inexpresiva, casi sin mirarla o se arrepentiría de no
hacer justicia por su propia mano, le dijo:
—Ordene los preparativos para que vayan a buscar a mi
hermano, será más rápido si llega a Glasgow por mar y de ahí a
aquí. Estará afligido por la noticia y querrá estar con su familia. —
Como pudo ignoró los insultos, las ofensas, el crimen y se concentró
en la pérdida.
—A Evan sí le dolerá la partida de su padre, no como a ti, que te
has quedado indolente —aulló Robena con lágrimas en los ojos,
pero de furia. Aún se atrevía a protestar—. Mis esfuerzos no serán
en vano, disfruta de tu breve victoria, pronto serás desplazado y
espero que te lleven muy lejos de aquí. Has estado usurpando un
lugar que no te corresponde.
—Usted en estas tierras tiene los días contados —sentenció Alec,
apuntando a su madrastra, quien nunca lo había tratado como un
hijo ni había movido un dedo para consolarlo tras su regreso o
ayudarlo a crecer. De no haber sido por Edine y Maisie, Alec habría
sido muy desdichado.
—No puedes echarme a la calle.
—Por supuesto que sí, la quiero muy lejos de mí y de los míos.
Sobre todo de Evan, quien quedará a partir de hoy bajo mi tutela.
¿Sabe lo que es crecer con su voz susurrándome al oído que no era
bueno para nada, que no merecía mi legado? De no haber contado
con el recuerdo de mi madre y sus palabras de amor diciéndome
que era capaz, que merecía, que podía… De no haber tenido a mis
tías dándome aliento, impulsándome… Tiemblo de las ganas de
librarme de usted, de alejarla de Evan para que no le condene el
alma.
—¡Soy su madre! —gritó llena de rabia con los ojos inyectados de
resentimiento.
—¡Es lo único que me impide acusarla de asesinato, pero no lo
verá más sin supervisión! —gruñó.
—Pronto podrá emanciparse —dijo dando patadas de ahogado,
envalentonada, sabía que aquel no amenazaba en vano.
—Antes me cercioraré de explicarle cómo debe cuidarse, incluso
de quienes parecen tener buenas intenciones —siseó—. Cuando
sea independiente confiaré en su capacidad de discernimiento.
—Pondré orden a este desastre, no te quedarás con el título.
—Deje ya de fantasear, ni usted ni sus aliados podrán tocarme —
la retó poniendo su cara más intimidante, pero esa mujer parecía no
temerle a nada—. Estaré muy preparado. Vaya acomodando su
equipaje, le permitiré quedarse mientras mi hermano nos visite,
cuando regrese a Eton le alquilaré una propiedad en las afueras de
Inverness, para que se refunda a pagar por sus pecados. Sus
criados serán los mismos a los que se negó a brindarles cobijo
cuando tocaron nuestra puerta pidiendo trabajo, así que no la
querrán, más bien serán sus carceleros.
—Me niego —se opuso.
—Es eso o una acusación formal que sumirá en la vergüenza a
Evan, es eso o pedir refugio a sus encumbrados secuaces. No
dejaré que dañe a nadie más en este mundo. Esa será su penitencia
por acabar con la vida de mi madre.
—No puedes sacarme de estas tierras, soy la condesa de….
—…viuda, la condesa ahora es mi esposa.
Una triste gaita, tocó para despedir al conde de Draymond. Ese
beneficio y el descansar en la tierra de sus antepasados, la que Alec
protegería con su vida, fue el honor que le concedió a su padre,
porque sus ojos no pudieron derramar ni una sola lágrima por quien
había hecho tan infeliz a Amanda. Elliot ni siquiera le había pedido
perdón, y Alec lo había agradecido, lo hubiera puesto en una
encrucijada.
Capítulo 24

En el mes sucesivo a la muerte de su padre, Alexander puso en


orden todos sus asuntos, los negocios ya los manejaba así que no
supuso mayor complejidad, despidió a su hermano con un fuerte
abrazo de regreso a Eton, despachó a la condesa viuda —pese a la
reticencia, las amenazas y la cara de amargura de esa mujer— con
unos cuantos criados rumbo a las afueras de Inverness, y continuó
su apacible vida después de las turbulencias.
Una mañana, mientras Kate llenaba de mimos a Blizzard, al que
trajeron después del arribo del matrimonio, como Alec le había
prometido, un carruaje llegó de Londres al castillo, con un gran carro
detrás, con la vaquita, las pertenencias de Kate —Agatha fue la más
feliz de recuperar el guardarropa de la condesa— y cartas lacradas
y selladas de los Basingstoke. Fue una dicha para Kate tener
noticias de los suyos.

Londres, 18 de febrero de 1816


Estimado Alec:
Necesité más que unos días para asimilar este desenlace,
para no tomar mi caballo y salir a pedirte una satisfacción.
Hubiera preferido que en el momento en que la situación se
salió de control hubieses vuelto a darme la cara. Pero el
tiempo todo lo acomoda, sé que es difícil luchar contra las
exigencias del corazón. La carta de Kate me hizo enfriar mis
ideas.
Ya supe por sus letras que no la raptaste, sino que ella tomó
las riendas de su caballo y partió a tu encuentro. Es un alivio
para mí que se encontraran y que la mantuvieras a salvo.
Acepto las disculpas ofrecidas por un matrimonio apresurado.
Ahora, mirando hacia atrás, lo que más lamento es que se
vieron en tal aprieto que los llevó a decidir huir juntos.
Cuando lo consideren necesario podemos hacer los arreglos
para entregarte la dote. No hay nada más que desee que
volver a verlos y con bien.
Lamento la pérdida de tu padre. Espero que las cosas
mejoren para ti, ya he movido mis hilos para refrendar mi
apoyo a mi cuñado. Nuestra alianza sigue vigente. Me
gustaría visitarte pronto y mostrarle a Eleonora la belleza de
Glen Aon-adharcach.
Por cierto, hay buenas noticias con respecto al levantamiento
de las cargas fiscales para el comercio de whisky, espéralas
pronto. En su defecto, se reforzarán las penas al comercio
ilegal.
Felicítame a Sadler por esas nupcias, siempre supe que esos
dos terminarían juntos.
Blake

Kate besó a su esposo en los labios tras oírlo leer en voz alta la
carta de su hermano. Él se acercó a una mesa cercana para
depositar su correspondencia.
—Blake te está diciendo que te cuides —le dijo.
Luego se arrebujó bien abrigada en un confortable y mullido sillón
frente a la chimenea de piedra del que se estaba convirtiendo en su
salón favorito de todo el castillo. No era el típico saloncito que solían
tener las damas inglesas, se había negado a usar el que había
dejado Robena, con su aura dando vueltas por ahí. Cuando le
preguntaron para acondicionarlo, dijo que le dieran otro uso, no lo
quería.
Y ese sitio del ala oeste del castillo se volvió su refugio, aunque
no era muy femenino no le importaba. De un lado estaba el escudo
familiar, debajo de este dos esculturas medianas de unicornios
elaboradas en mármol, del otro lado había expuesto un trozo del
tartán de la familia enmarcado como reliquia y otros tantos
recuerdos de los antepasados de su esposo que adoraba investigar.
La luz era aplacada por cortinas rojas, paredes de piedra y muebles
grandes de madera y piel que lo hacían muy cálido. Era la estancia
que aún no se remodelaba, la más antigua, pero donde había
encontrado su comodidad.

Londres, 18 de febrero de 1816


Querida Kate:
Estamos en Pemberton House y reconozco que sin ti ya no
es lo mismo, pero nuestros compromisos sociales nos
distraen y ayudan para no echarte tanto de menos.
Menudo susto nos has dado, eso no se le hace a alguien de
la edad de tu abuela —y mira que jamás mencionaría mis
años—. Ya sé que me dirás que el corazón manda, solo
espero con toda el alma que seas muy feliz y que pronto
vengan a verme. A Blake y Eleonora les tienta la idea de
visitarlos, yo ya no estoy para esos viajes.
El escándalo fue atajado a tiempo. Anunciamos que se pidió
una licencia para una boda íntima debido a la frágil salud del
padre de tu esposo, y que ustedes preocupados por estar
pronto junto a él, decidieron darle prisa al casamiento.
Mis enhorabuenas para Agatha y dale mi agradecimiento por
no abandonarte en esa locura. Aunque habría sido más
conveniente si nos hubiera alertado de tus ideas turbulentas.
Hemos mandado su finiquito por tantos años de servicio, sus
pertenencias y un extra como regalo de bodas muy merecido.
Por cierto, dile a Draymond que, después de todo, cumplí con
su tía Edine, pues hizo un matrimonio inmejorable.
Con cariño,
Augusta Basingstoke
Duquesa viuda de Pemberton

P.D.: ¿Adivina quién ha solicitado mis servicios de nuevo?


Nada más y nada menos que el marqués de Winchester. Las
reglas que quiere pactar para su futuro matrimonio son de lo
más peculiares.

Tras terminar de leer con unas risitas, Alec se puso a pensar en


el enorme guardarropa de su esposa que Agatha y otras de las
doncellas estaban acomodando.
—Supongo que volverá la Kate de Inglaterra —dijo Alec,
admirándola con un vestido mandado a hacer por la costurera de
Edine, con dos largas trenzas acomodadas de lado a lado en la
cabeza.
—Te enamoraste de mí como una inglesa —le recordó y él
sonrió.
—Solo que así, vestida como estás, parece que hubieras nacido
en este lugar.
Él se acercó a la chimenea y se agachó para alimentar el fuego.
—¿Temes que tu gente me rechace si no encajo? —indagó
preocupada.
—¿Qué dices? —inquirió sabiendo por dónde venía, pero quería
escuchar de su boca la opinión que se había hecho al respecto.
—Supongo que la memoria de todo lo que los ingleses le
arrebataron a las personas de aquí y sus antepasados, sus familias
que han tenido que emigrar, hace que me vean con cierto recelo —
murmuró Kate tan triste porque a veces el trato de los criados
aunque respetuoso, no era el que había esperado al llegar recién
casada.
—Explícate más —le dijo poniéndose de pie y sentándose en el
sillón más próximo a ella.
—Los escoceses nos culpan a los ingleses por los que se van,
las restricciones, los impuestos... Tenemos una historia larga de
reproches. Sin contar con masacres y guerras de tiempo atrás.
—No son palabras para una lassie —le dijo y eso le encantaba—
tan delicada como tú.
—No soy tan delicada…
—Lo sé —dijo con malicia y estiró la mano para acariciarle la
mejilla.
—Blake no permitió que creciera como una ignorante, pero hubo
vacíos en la información. O tal vez me llegaba la opinión de la
contraparte. Pero eso no quiere decir que comulgue con la injusticia.
Una cosa era que me callara ciertos temas para no ahuyentar a la
crema y nata londinense. Pero entre tú y yo no debe haber secretos,
¿verdad?
—Por supuesto —agregó suspirando y besándole los nudillos,
por esa forma de ser la quería aún más—. En todo caso, no
deberían desquitar sus rencores contigo. Yo fui quien me subí a un
carruaje a buscar una novia inglesa y lo hice con la bendición de mi
padre y mis tíos.
—Pero nadie más parece estar contento con esa decisión.
—Si alguien te molesta, me lo dirás de inmediato. No toleraré
majaderías con mi esposa —agregó con el ceño fruncido.
—Alec, yo… No creí que sería así, no deseo causar más división
entre tu gente de la que ya hay. Tal vez tienen razón, los ingleses les
arrebatamos tanto…
—No hablas como una inglesa.
—Lo soy, pero también tu esposa. Me miran a la cara y me
recriminan sin hablar. Por supuesto que me tienen que odiar,
entiendo si me ven como a la peste… Pero no es mi intención herir
susceptibilidades.
—Cuando llegué aquí con doce años hablaba y tenía las maneras
de las personas de las Lowlands, fue lo que aprendí de mi madre.
También me miraban como a la peste.
—Pero ahora te veneran —dijo con un mohín.
—Supongo que terminar de crecer aquí me cambió, me volví
parecido a ellos.
—Llegaste pequeño, yo ya estoy muy crecida para cambiar;
además no quiero, me gusta como soy.
—Nadie te ha pedido que cambies, solo que tengas paciencia. Te
aceptarán, cuando les ganes el corazón, solo deben conocerte. Eres
una de las almas más bondadosas de esta familia. Los criados
cuando traten más contigo van a adorarte. Los MacRury siempre
fueron mercenarios en busca de tierras y fortuna, soldados para la
guerra… Si algo sabíamos los MacRury era luchar y hacer dinero,
no me preguntes cómo, lo ganaban de todas las formas posibles,
incluso las menos honorables que puedas imaginar. No estoy
orgulloso de mis raíces, sí de las Highlands, pero no de mis
antepasados… Mi abuelo y mi padre eran personas detestables, mi
tío es diferente, también mi hermano…
—¿Cómo tu madre… terminó casada con tu padre? —soltó de
pronto una duda que le carcomía.
—Mi madre fue prometida en matrimonio a un MacRury sin dar su
consentimiento. Un pacto que la hizo muy infeliz, cuestiones de
alianzas y deudas. Por eso cuando huyó conmigo en brazos no la
aceptaron de vuelta —le confesó sin omisiones, últimamente se
había abierto mucho con Kate y eso los había compenetrado aún
más.
—Lo lamento muchísimo —admitió y estiró la mano para
acariciarle la mejilla, él no la apartó como la vez que ella intentó
consolarlo tras la pesadilla.
—Pero fue una mujer valiente, no se quedó cruzada de brazos,
enfrentó la vida… Y juntos, muy lejos de aquí, tuvimos unos años
que siempre atesoraré. Tú me la recuerdas, irreverente, decidida,
también huiste en busca de tu felicidad. Quiero que camines por
estos pasillos con la cabeza muy alta, te conocerán y se darán
cuenta de lo estupenda que eres.
—Lo sé, pero quiero ganármelo por mí misma, no porque le
retuerzas el brazo a uno que me mire de mal modo —refunfuñó.
—¿Lo supiste? —dijo para referirse al mozo de cuadra que se
había negado a ensillarle a Blizzard a Kate la semana pasada.
—Sí, el mozo ahora es muy solícito. —Hizo una pausa—. A mí no
me importa el pasado de tu estirpe, me interesas tú, el gran hombre
que eres y el magnífico padre que sé que serás para nuestro hijo. —
Una sonrisa enorme se dibujó en su rostro tras darle la noticia.
—¿Insinúas que…?
—Estuve hablando con tía Maisie sobre unas molestias que he
tenido, afirma que debo estar esperando una criatura. Tía Edine ha
enloquecido, asegura que será varón y ha mandado a lavar un
tartán antiguo con los colores de la familia y toda la indumentaria,
como primer regalo para el bebé. Quiere que sea apegado a las
tradiciones, ya que dice que ni tú ni Evan se han atrevido jamás a
ponerse un kilt, ni para ocasiones especiales.
—Mi tía no pierde la esperanza de que alguien use el atuendo de
gala del abuelo.
—Quería que fueras el primero en saber, pero Maisie sacó
conclusiones y corrió a decirle a…
—Sé como son. —Suspiró y soltó el aire—. ¿Un hijo? —Titubeó y
casi se tambalea, tuvo que envararse para delante de ella no quedar
como un debilucho al que se le aflojan las piernas ante la noticia
más conmovedora. ¿Qué iba a hacer él con un hijo? Se sentía
torpe, bruto. ¿Cómo lo acurrucaría entre sus fuertes brazos? Los
bebés siempre le habían parecido tan diminutos, tan frágiles…
—Nuestro —murmuró ella y sus hoyuelos le dieron un matiz
angelical.
—¡Oh, rayos!
—¿Oh, rayos? Te digo que seremos padres y dices: «Oh rayos».
Es memorable —arguyó a punto de darle un coscorrón. Kate podía
pasar de parecer un ángel a un guerrero de las huestes del diablo si
algo se salía de la situación.
—Me haces inmensamente feliz —se corrigió deslizando una
mano juguetona que posó sobre el vientre de su esposa, con una
expresión que revelaba que sabía que lo habían atrapado en falta.
Había quedado como un tonto. Decidió ser más efusivo para borrar
cualquier pensamiento funesto sobre él de la cabecita de Kate.
La arrancó de la silla y la arrimó contra su pecho duro por las
arduas horas de trabajo. Ella ahogó un gritito, más cuando la besó
primero tierno y luego comenzó a subir el tono de las caricias.
—Los sirvientes —añadió riendo y escudriñando alrededor para
comprobar si estaban solos.
—Me vas a hacer padre, nunca había tenido algo mío, de mi
sangre, sin dolores y rencores de por medio. Daré todo por él, por
cada una de las criaturas que Dios nos conceda —le susurró sobre
los labios.
—Si quieres más de uno tendrás que trabajar mucho —le dijo
seductora—. Quiero a mi hombre de vuelta, justo como cuando lo
conocí. No tenías que renunciar a nada para conquistarme, ni seguir
la absurda lista de mi abuela.
—¿Esa lista? Supongo que sabes del tema porque ella te la
mostró. ¿No me digas que estabas confabulada? —inquirió con una
ceja levantada—. Tú participaste en la encerrona para hacerme
bailar.
—Mi abuela no discutía sus asuntos conmigo, la encontré por
error. ¿Se atrevió a mostrártela? Yo la resguardé para que nunca
llegara a tus manos.
—Blake fue el emisario, nos reímos como nunca —le relató con
una risita irónica sin dejar de contemplarla con amor.
—Era absurda completamente. Me llamaste la atención desde el
primer momento que te vi, era como si me corazón me alertara
mandando borbotones de sangre a todos los sitios de mi cuerpo, me
advertía: mira bien a este hombre porque cuando menos lo esperes
terminarás enamorada de él.
Alec no necesitó escuchar más, con una mano capturó sus
mejillas, la miró como a un manjar suculento y se apoderó de nuevo
de esa boca de fresa que se le ofrecía, que siempre le exigía ser
besada.
Ella acarició la barba crecida que había comenzado a
descontrolarse, luego elevó la mano y agarró el pelo para tirarlo
hacia atrás y devorar más a gusto sus carnosos labios.
Su declaración hizo que la impaciencia se volviera un asunto de
vida o muerte dentro de los pantalones del conde. Alec sujetó el
corpiño de su amada y amasó los redondeados pechos. No
esperaría a la noche, ni a la larga lista de etcéteras. La tomó en
brazos y, ante las risitas de los criados, la llevó a su habitación y la
depositó sobre un amplio diván donde solían acurrucarse junto al
fuego. La chimenea estaba encendida, calentaba, pero no podía
emular el incendio que el conde estaba por provocar.
Ella lo observó con esa mirada de adoración, él lo había
conseguido, ser para ella el dios de todo lo mundano. Todos los
recuerdos se sucedieron uno tras otro cuando Alec le clavó los
dedos en la espalda. Kate tembló, y la imagen de su hombre en el
establo, la primera vez que lo vio, la primera vez que la besó y la
hizo despertar a la lujuria la sacudió.
Ella era una flama hirviendo entre sus manos. Esa mirada de Alec
la encendía, él la contemplaba como su única y absoluta deidad.
Sus ojos azules tenían escritas la promesa de cuánto la haría gritar.
Y ella temblaba de pura anticipación.
Con torpeza, el hombre comenzó a desvestirla, pero la
complicada indumentaria para sus gruesos dedos amenazó con
arruinar su cordura. Rasgó sin contemplaciones la tela y ella rio con
sus labios pegados a los de él. Lo ayudó a aligerar el proceso, antes
de que sus ropas quedaran hechas trizas por completo.
Cuando la vio desnuda sobre el diván, su erección protestó
dentro de sus apretados pantalones de piel. Posó sus manos sobre
las rodillas de Kate y las apartó lo suficiente para que su lengua
tuviera acceso al interior de sus piernas. La lamió profusamente,
hasta que su brote hinchado, y sus pliegues húmedos vibraron al
alcanzar el éxtasis. Kate gimió y enterró sus dedos en el cabello de
Alec que no dejaba de lamer, hasta robarle la última contracción de
su vientre.
Como poseso, desesperado por buscar su propio placer,
comenzó a deshacerse de sus prendas con rapidez, necesitaba
estar dentro de ella con urgencia… y liberarse.
Ella lo detuvo con una mano, besó la cicatriz de la mejilla, y
comenzó a desvestirlo con una calma frustrante que lo llevó a los
estribos. Le quitó la chaqueta y lo besó en el cuello, un beso largo y
profundo que lo puso a jadear. Lo despojó del chaleco y recorrió su
torso sobre la tela de la camisa, de la que se libró sin prisas.
Recorrió con su lengua sus pectorales, mordiendo y chupando, en
dirección a su vientre. Lo obligó a ponerse de pie, y aún sentada,
puso sus manos en los botones del pantalón. Lo aproximó a su boca
y mordió justo donde comenzaba la cinturilla. Alec lanzó un jadeo
gutural que a ella la complació.
Cuando los botones estuvieron sueltos, metió una mano y agarró
entre sus dedos la hombría, él gruñó de placer. Ella bajó los
pantalones, y cuando estos quedaron arremolinados en los tobillos,
se introdujo el miembro erecto en la boca. Lo torturó con su lengua,
con sus dientes, y chupó a lo largo de la dura erección hasta que él,
con un gruñido, dio una patada a los pantalones, abrió los pies un
poco más para plantarse con firmeza y la cargó, arrastrándola sobre
su cuerpo.
Kate enroscó sus piernas alrededor de la cintura masculina y él
guio su miembro hasta su cálida entrada, que lo recibió, mojada,
apretada y receptiva, lo envolvió como a un guante. Y ella comenzó
a subir y bajar sobre el eje del varón, impulsada por sus muslos; y
sostenida por las rudas manos del escocés que la hacía subir con
una agradable tortura, y aterrizar, empalándola, con una fricción
apabullante, que los hacía a los dos gemir descontrolados.
La apretó por las nalgas cuando estaba cercano a verterse en su
interior.
—Kate, quiero que acabes junto conmigo, dame todo lo que
tengas ahora, pero no te agotes demasiado, sabes que después
volveré a tomarte —le advirtió y eso la excitó demasiado, tanto que
la hizo gritar mientras se dejaba ir, presa de pequeñas convulsiones
en su vientre.
Alec la siguió sin dejar de moverla sobre su virilidad, con un grito
ahogado, disfrutándolo hasta niveles insostenibles. Se derramó
dentro de ella y al terminar sus piernas temblaron. Tuvo que tirarse
con Kate en sus brazos en el diván para recobrar las fuerzas.
—Te amo —le susurró él al oído y luego le buscó la boca y la
devoró con calma.
Se acurrucaron un breve momento, entre promesas de amor y
miradas llenas de complicidad.
Ella le acarició la cicatriz sobre las costillas del lado derecho, con
enormes deseos de preguntarle cómo se la había hecho. Dubitativa
abrió la boca y acostumbrada a la renuencia de su esposo sobre su
pasado volvió a cerrarla.
—Me la hizo un caballo al que estaba poniendo las herraduras,
me pateó cuando iba a colocarle la primera.
—¡Qué peligroso! —dijo saciando su curiosidad—. Es funesto,
pero fue un accidente. Había estado pensando que alguien te había
atacado—. Con temor, pero renuente a no decir lo que pensaba
añadió—: Después de los rumores acerca de la crueldad de tu
padre, hasta había temido que…
—Sí, era un salvaje, la del rostro me la hizo ese mismo día, por
haber fallado. Un hijo suyo no debió ser tan descuidado. Me pegó
con la culata de su pistola, para que jamás olvidara estar atento. De
inmediato, llamó al médico para que se ocupara de mi costado. Así
era Elliot.
—Lo lamento mucho —dijo afligida.
—Eso me hará mejor padre, Elliot fue el ejemplo de todo lo que
no debo hacer jamás.
—¿Y la del muslo? —inquirió, ya había comenzado a hablar,
esperaba que él contara todo.
—Esa —dijo tras llenarse los pulmones de aire y exhalar fuerte—.
Me la hice forcejeando para que no me separaran de mi madre. El
hombre tenía una daga en la mano. Yo solo tenía doce años, y no
pude salvarla, al final él la empujó y se golpeó la cabeza. Murió y ni
siquiera pudimos despedirnos —reveló y sus ojos se llenaron de
lágrimas.
—Mi querido Alec, que vida más dura te tocó —le dijo
envolviéndolo entre sus brazos, besándole las lágrimas que se le
escapaban.
—Con esa misma daga le quité la vida a ese maldito. Yo era muy
joven, me sentí como una fiera enjaulada, lleno de tanto rencor.
Adoraba a mi madre, era mi vida y él me la arrebató.
Ella se llevó una mano a la boca y luego lo abrazó con todas sus
fuerzas.
—Lo siento muchísimo.
—Quiero dejar todo el odio atrás. ¿Lo hacemos juntos?
—Por supuesto que sí. Aquí solo queda gente buena. Tus tíos
son grandiosos y tu hermano es un buen muchacho. Lo vamos a
lograr, será un sitio seguro para nuestro hijo.
—Nuestra casa, nuestro hogar debe ser un mejor lugar para
todos los niños que vamos a tener.
—¡Por el Altísimo, Alec! ¿Cuántos quieres?
—Todos los que tú quieras darme —le dijo apresándola también
entre sus brazos y buscando con avidez su boca.
Alec sintió la calidez del cuerpo de Kate, su refugio, estaba tan
cerca de él y desnuda, que quiso volver a perderse en sus mieles.
Por eso le había advertido que apenas comenzaban, él no mentía,
Alec siempre quería más.
Él sació su sed con una copa de vino y tras recuperar el aliento,
clavó las rodillas de Kate en el diván, acarició el arco sensual de la
espalda femenina y lo llenó de besos. Tenía una vista privilegiadas
de sus nalgas redondas, de su cabello castaño desparramado, de
sus piernas firmes. La inclinó más sobre el mullido cojín para dejarla
completamente expuesta y ya estaba listo. La acarició hasta
escuchar sus gemidos y llevarla al punto exacto de excitación donde
le gustaba tomarla.
Volvió a penetrarla, la embistió primero muy suave, estudiando su
reacción. Los gemidos de Kate le indicaron cuando arremeter con
más fuerza, embriagado de entrar y salir de esa angosta abertura.
Hicieron el amor hasta quedar saciados, vacíos, temblorosos,
derrotados, hasta que gritaron sus nombres entre los espasmos de
sus vientres convulsos, mientras tocaban el cielo.
—Eres mi adoración, Kate —le confesó mirándola a los ojos,
mientras el pecho de su mujer continuaba agitado, subiendo y
bajando, en una lucha por recuperar el aliento—. Mi vida era un
desastre cuando nos conocimos, todo podía irse al infierno en un
pestañeo y tú enfrentaste a quien sea… por mí. Cuando dijiste que
te quedarías conmigo, incluso si terminaba sin título, sin tierras y
como un maldito contrabandista de whisky —soltó una risita ronca
—, en ese momento no dije nada, pero me quebraste por dentro. Ya
me tenías loco de amor, pero en ese instante me hiciste postrarme a
tus pies. Ahora me dices que tendrás a mi hijo…
—¡Oh, Alec! Me quedé contigo porque te amo, con una fuerza
que jamás podré entender. Solo sé que te quiero… con mi vida.
Se besaron de un modo desgarrador.
—Yo también te amo y parece que todo está saliendo bien, quiero
un futuro distinto para nuestros hijos, quiero que sean felices.
La alzó en brazos y la llevó a la cama, colocó las mantas sobre
ambos, la abrazó y se durmieron muy juntos, hasta que despertaron
antes del amanecer.
Él se sentía renovado, lleno de brío, con ganas de poner en
marcha la propiedad, no dejaría que Draymond Castle trastabillara.
Se sentó en la cama y puso los pies en el suelo, sobre la alfombra
que ya se había enfriado. Apoyó las manos en sus piernas y sonrió.
Tenía una motivación especial, lo embargaba el sentimiento de dejar
un legado para sus hijos, y ese pequeño que crecía en el vientre de
Kate sería el principio.
Levantó la cabeza y como una flecha fugaz le vino a la mente su
padre, había cometido muchos errores y jamás los justificaría, pero
a las puertas de la paternidad decidió perdonar para poder seguir
sin un peso enorme en su espalda.
Luego, recordando con orgullo y amor a su madre, su cariño y
sus enseñanzas, se puso de pie, se colocó un pantalón, se calzó
unas botas, y fue en busca de una camisa y un chaleco.
—¿Adónde vas tan temprano? Ni siquiera ha terminado de
amanecer —murmuró Kate frotándose los ojos, medio adormilada,
con ganas de seguir abrazada al torso caliente de su esposo.
—Cabalgaré antes de que empiece mi jornada, hay mucho por
hacer y deseo recorrer el valle.
—Voy contigo, Blizzard se animará al andar por sus nuevos
parajes.
—No tienes que abandonar la calidez de las sábanas, sigue
durmiendo… —le dijo con cariño sin dejar de vestirse.
—Me gustaría acompañarte, tampoco he conocido toda la
propiedad. Me agrada tu idea de recorrer el valle a caballo mientras
es iluminado por los rayos del sol.
—En lo que despiertas a Agatha y te alistas será media mañana
—ironizó.
—Que poca fe me tienes —protestó elevando los ojos al cielo.
En un pestañeo, Kate se levantó, se aseó con el agua fría —
emitiendo un gritito que Alec le robó una sonrisa— se colocó su
ropa, un abrigo y botas de montar.
—Me sorprende usted demasiado, condesa de Draymond —la
aduló para que florecieran sus preciosos hoyuelos—. Parece que
hubiera nacido en estas tierras. ¿Preparada para conocer el
paraíso? Es un poco rústico y salvaje, no esperes jardines muy
opulentos, pero todo es genuino y lleno de magia. En la primavera
será mejor.
—No pierdo la esperanza de encontrar un unicornio. Quizá no es
un mito y es el secreto mejor guardado de Las Highlands —dijo con
cariño.
—Eres muy pilla, creí que deseabas acompañarme, pero vas
detrás de las leyendas.
—¿Por qué si no reyes de Escocia, grandes nobles y mi marido
elegirían para sus escudos o emblemas familiares a esa magnífica
bestia?
—Och aye —siseó con el entrecejo arrugado—. Es más probable
que encuentres al unicornio que los dichosos rayos de sol —bromeó
y ella le clavó su aguda mirada. Él tomó medidas que consideró
prudentes y las comunicó con una ceja levantada, tenía que ponerse
firme si quería que esa mujercita rebelde lo respetara—: Iremos
ambos en Blizzard, no conviene que vayas a horcajadas en tu
estado. Trotaremos muy lento para cuidar a la criatura.
—No tengo objeción, es más, estaba por proponerlo. Creo que en
la alcoba también debemos «cabalgar» despacio —carraspeó.
—¡Oh! —dijo entrecerrando los ojos para analizar el punto—. Son
nueve largos meses, ya no estoy tan seguro de querer tantos hijos,
si hay que reducir la intensidad del «trote» cada vez. —Hizo una
pausa para estudiarla con la mirada—. Deberíamos preguntarle al
médico o alguien con más experiencia en embarazos.
—¿Alec, no estás dispuesto a suavizar el ímpetu de nuestras
«cabalgatas»?
—Solo si es estrictamente necesario para cuidar al bebé, mo
ghràdh.
Ella se carcajeó en su cara, llena de felicidad, adoraba que le
dijera «mi amor» en gaélico escocés.
Y él la miró sugerente, sin poder ocultar que desde que lo había
flechado se había rendido ante su esposa.
La amaba demasiado, no solo porque su aura límpida era un
bálsamo para su castigada alma, sino porque era valerosa y se
adaptaba a los cambios con una rapidez impresionante. ¿Qué había
sido de la damita remilgada que había conocido en Labyrinth
Manor?
Epílogo

Años después…

Blizzard se perdió entre los blancos corceles que parecían su


espejo, Kate había entendido al llegar al Valle de los Unicornios, a
qué se había referido Alec cuando lo conoció. Los caballos que
criaba eran todos muy parecidos, como Storm, como Blizzard, quien
tras el entrenamiento de Alec, dejó su timidez y nerviosismo. Las
Highlands se habían vuelto su nuevo hogar.
Por la tía Edine, supo que los caballos de esas tierras eran
solicitados por reyes y nobles de toda Gran Bretaña, por sus
cualidades, su carácter y su belleza. Todos eran blancos y cuando
los veías, de pronto, la vista engañaba. Kate se fijó detenidamente
en una de las yeguas, parecía un aon-adharcach, esa bella y mítica
criatura.
Blizzard dejó la manada y se les acercó. Alec alzó a su pequeño
de cuatro años y lo subió a la montura, tomó las bridas y
explicándole sus secretos para domarlos, le susurró en gaélico
escocés las palabras para mantenerlos sosegados.
Kate lo observaba con amor, con una pequeña de casi dos años
en brazos. Casi terminaba el verano y el otoño estaba por arribar,
las hojas de los árboles de las montañas que los protegían tenían un
maravilloso marmoleado, dorado y anaranjado se mezclaba con el
verde esmeralda.
Cuando el chico se cansó lo devolvió a los brazos de su madre y
tomó él a la pequeña, la que se parecía muchísimo a Amanda y
llevaba su nombre en su honor.
—Espero que la estancia de tu amigo sea placentera en
Draymond Castle —le comentó Kate.
—Mackay no es exigente, está feliz de compartir unos días con
nosotros. Ha sido muy generoso en sus obsequios.
—Creo que estoy contenta con mis diez ovejas —soltó arrugando
el entrecejo y conteniendo una risita burlona—. Lo que no apruebo
son los regalos para nuestros hijos, no son acordes para sus
edades.
—La daga de Amanda le será de utilidad para mantener alejado a
los rufianes. A ti te habría venido bien una cuando te atacaron los
ladrones en Harlow.
—¡Oh, creo que ahí tienes un punto interesante!
—Mackay piensa en todo —soltó Alec convencido.
—Por cierto, ¿qué te decía tu hermano en la carta? —le preguntó
al recordar la correspondencia recibida esa mañana.
—Le va muy bien en Oxford, estoy muy orgulloso de sus logros.
—Un MacRury que no salió huyendo de la escuela —bromeó
Kate—, espero que nuestro hijo le siga los pasos.
—¡A mí me gustan los libros! —se defendió él y luego tras
meditarlo le compartió—: Mi hermano intercedió por su madre, me
pide que la perdone.
—¿Y lo harás? —inquirió asombrada, Alec era tajante cuando de
esa mujer se trataba.
—No —negó con una inflexión en la voz—. Al fin me he librado
de esa bruja, no la compadezco de su suerte, merecía un castigo
peor. No se lo di por consideración a Evan y él lo sabe, así que
estamos en paz.
La condesa viuda se había embarcado hacia América huyendo
del castigo de Alec, allí se casó con un jugador empedernido que
terminó por despojarla de todas sus pertenencias. Quedó amarrada
para siempre a ese hombre, que después de un año de casados y al
borde de la ruina se le hacía ya insoportable. En la carta pedía
ayuda para librarse de ese rufián o que al menos le pagaran un
billete de regreso a Europa.
—Seguro Evan la ayudará, es su hijo —apuntó Kate.
—Seguramente le pondrá sus condiciones. Él sabe que no deseo
verla por estos lares. ¿Puedes creer que ahora implora que la
regresemos a su encierro en la propiedad a las afueras de
Inverness, de la que escapó con sus ardides? Yo le he dado un
ultimátum, si regresa y la vuelvo a ver ante mi presencia levantaré
una acusación formal. Evan está advertido, será mi palabra contra la
suya, y la mía tiene más peso ahora.
—Deberías tomar cartas en el asunto, al menos por el bien de tu
hermano.
—No, ya no es mi problema.
—Lo hará despilfarrar su herencia.
—Evan es muy sensato.
Un mozo de cuadras llegó después tras la orden de Alec, con un
semental negro que resoplaba orgulloso y lucía una apariencia
temible.
—Es hora de que montes el regalo de tu padrino, hijo —anunció
Alec.
—No —se opuso Kate con firmeza—. No se subirá sobre ese
caballo endemoniado.
El corcel golpeó el suelo con uno de sus cascos y le clavó la
mirada a Kate, quien sintió un sobresalto.
—Entonces puede montarlo conmigo, yo lo protegeré.
—Sigo estando en desacuerdo. Solo a Mackay se le puede
ocurrir seleccionar a un caballo agresivo e inestable para regalárselo
a un niño de cuatro años.
—Habla bajo, herirás los sentimientos de mi amigo —susurró y
señaló con el gesto hacia el sitio por donde caminaba ufano el
aludido.
Kate se volvió al enorme escocés que avanzaba hacia ellos con
una sonrisa retorcida y triunfante por su proeza.
—No creo que ese diablo tenga sentimientos —murmuró Kate
con dientes apretados hacia su esposo.
—No olvides que su lealtad fue fundamental para deshacerme del
ataque de los aliados de Robena.
—Jamás lo olvidaré, aprecio a Mackay, pero de ahí a que permita
que suban a mi hijo a ese caballo endemoniado…
—Kelpie —contratacó Mackay que los había escuchado pese a
sus esfuerzos por disimular—. Milady, el niño estará a salvo
conmigo, lo protegeré con mi vida.
Sin que Kate pudiera evitarlo, el pequeño corrió a los brazos
extendidos de Mackay que lo alzó por el aire y lo hizo aterrizar sobre
Kelpie.
Y justo antes que el corazón de Kate se detuviera dentro de su
pecho, viendo a su hijo sobre el lomo del impetuoso caballo, la
conversación fue interrumpida por un criado que llegó con un aviso.
—Lady Draymond —le dijo el hombre con afecto. Todos en el
castillo la admiraban y le tenían un cariño especial. Kate había
trabajado duro para ganarse sus corazones y su esfuerzo fue
recompensado, solo que en el proceso su gente y aquellas tierras
también se habían apoderado de un trozo enorme del suyo—. Su
visita ha arribado un poco antes de lo que los esperaban. Lady
Edine y la señora MacRury los están atendiendo.
—¡Oh, creo que las lecciones de equitación tendrán que esperar!
—exclamó Kate aliviada.
—Mañana proseguimos —le prometió Mackay al pequeño que
aceptó con impaciencia.
Emocionados, todos, regresaron a la casa para reunirse con
Blake, su esposa y sus hijos. Adelante iba Mackay con el niño sobre
sus hombros, atrás caminaban Alec con la pequeña en brazos y
Kate a su lado.
Mientras avanzaban, ella le comentó a su esposo.
—Hay algo que aún me da vueltas en la cabeza, ¿te acuerdas de
los asaltantes? Creí que iban a hablar de más y mencionar sobre
una joven… Tal vez lo hicieron, pero por fortuna no sabían mi
nombre. En fin, no me explico como Blake nunca supo sobre mis
andanzas y ese penoso ataque.
—De haber preguntado antes, esa duda no te hubiera
atormentado —dijo Alec con naturalidad.
—¿Supiste algo? ¿No me digas que esos malnacidos no
sobrevivieron?
—Lo hicieron, pero cuando volví a verlos para el proceso con las
autoridades aproveché para dejarles una advertencia. Si no se
atañían a los hechos expuestos en mi declaración regresaría a
terminar el trabajo.
—Eres un… salvaje —siseó lanzándole una mirada retadora.
—Solo intentaba ser caballeroso, estaba en juego tu honor —se
justificó.
—No lo protegiste con igual ímpetu en el establo, cuando me
robaste el primer beso.
—No fue un robo —se quejó—, ambos estábamos de acuerdo.
Dejaron la conversación cuando llegaron ante Blake, Eleonora y
sus hijos.
La familia se había mantenido unida pese a la distancia, dos
veces al año se turnaban para hacer el viaje que los acercaba. Con
los Basingstoke llegaron cartas de Augusta, Faith y Peyton. Por
ellas, Kate supo de los últimos acontecimientos en Londres, los
grandes bailes, los enlaces matrimoniales.
También llegaron cartas de la familia de Sadler, agradeciendo por
el apoyo del buen hombre, Agatha y él habían recuperado el tiempo
perdido, y tenían un precioso hijo.
Kate jamás pensó que no seguiría los pasos de su abuela, una
distinguida dama de sociedad. Pero, en ese momento, nada le haría
abandonar su vida junto Alec y la familia que habían formado.
Tal vez en unos años, cuando sus pequeños crecieran, se
instalarían en Londres en la casa que habían comprado en Mayfair y
brillarían en los grandes salones de la temporada, después de todo,
debía de procurar un buen matrimonio para sus hijos.
No te pierdas la siguiente historia

«Entre el deber y la pasión»


Link: http://rxe.me/SPKW5S

El marquesado de Winchester exige deber y honor, a cambio


otorga prosperidad. Los Winchester jamás se tuercen en el camino y
se les distingue por su etiqueta y clase. Tristan Black, heredero del
título, parece ser la excepción, porque cuando se es joven, y se
busca aceptación desesperadamente, pueden suceder muchas
cosas desagradables, más si se olvidan los principios que rigen a la
familia. Y así será como un error cambiará todo el futuro del
marqués de Winchester.
Lo bueno que tiene el devenir de los años es que el pasado se
queda atrás, las nuevas ilusiones renacen… pero las faltas nunca
desaparecen. Tristan va a descubrirlo, porque cuando acuda a la
duquesa viuda de Pemberton para solicitar una candidata, con el fin
de perpetuar su linaje, y la casamentera ponga sobre la mesa ese
nombre en concreto, lord Winchester será consciente de que el día
de su juicio ha llegado.
Dos personas con una historia compleja. Un matrimonio
sustentado en la fragilidad. ¿Qué podría pasar si la pasión decidiera
aparecer para trastocar un arreglo perfectamente orquestado?
Nota de autora

Querida lectora, aunque esta es una obra de ficción con el


propósito de hacerte soñar, amar, reír y vibrar, siempre intento
apegarme al contexto histórico, en la medida de lo posible. Tal vez
me tome alguna licencia si lo amerita la historia.
La temporada social es un tema que me apasiona, tanto para la
época de la regencia como para la victoriana.
La temporada consistía en un período en que las familias de las
clases altas dejaban sus residencias oficiales en el campo y
viajaban a Londres para bailes, cenas, conciertos, actividades
deportivas, entre otras. Coincidía con los meses de sesiones del
Parlamento de octubre a julio. Los miembros de ambas cámaras
acudían a Londres y traían consigo a los suyos.
Su función era entretener a las clases altas mientras cumplían
con sus responsabilidades y, a su vez, promover el tan importante
mercado matrimonial. Viajaban antes del invierno a causa de lo
intransitables que eran los caminos en los meses más fríos, con el
tiempo las carreteras mejoraron y la fecha de inicio de las sesiones
de las cámaras se fueron atrasando.
Tras el cese de las sesiones parlamentarias los nobles
regresaban a sus casas de campo o se retiraban a otros sitios para
relajarse.
Para la época en que está ambientada la novela (diciembre 1815,
en lo adelante) hay ciertas consideraciones a tomar en cuenta.
Inglaterra pasaba por diversos problemas políticos, entre ellos las
consecuencias de las guerras napoleónicas que terminaron con la
batalla de Waterloo, en junio de 1815. Debido a estos conflictos, las
sesiones del Parlamento (para los años desde 1812-1818) no
tuvieron una fecha fija de inicio, lo que con el transcurso de los años
se fue estabilizando.
Así estuvieron las sesiones del Parlamento para 1815 y 1816:
8 de noviembre de 1814 al 30 de julio de 1815
1 de febrero de 1816 al 2 de julio de 1816
Sin más por el momento me despido, agradeciéndote por darle
una oportunidad a mi historia.
Mile Bluett

Todos mis libros en mi página de Amazon:


http://author.to/milebluett
Mile Bluett nació en La Habana y actualmente vive en México con
su esposo, su hijo y sus adorables perritos. Estudió Derecho,
Psicología y Psicoterapia. Escribe desde la adolescencia y el amor a
la literatura es una constante en su vida.
Es autora de novelas románticas contemporáneas, históricas y de
fantasía como Amor Sublime, y las series: Herederos del mundo,
Amor Amor, Dioses Paganos y Romances Victorianos, etc. Desde
2016 publica en Amazon donde ha conseguido varios bestsellers.
En 2018 firma contrato con la editorial Penguin Random House y
publica bajo el sello Selecta.
Actualmente compagina la autopublicación y la publicación con
editorial.
mileposdata@gmail.com
Instagram: @milebluett
Twitter: @milebluett
Facebook: Mile Bluett
Grupo de Facebook: Club de libros Mile (Eres bienvenida).
Página Facebook: Mile Bluett Autora
Agradecimientos

Primero quiero agradecer a mis lectoras, para ustedes escribo,


corazones, con la esperanza de hacerlas reír, soñar y conmoverlas
con mis historias. Adoro cada comentario que me llega por redes
sociales. Mil gracias por reseñar en Amazon, Goodreads, por redes
sociales, por interno. (Aprecio muchísimo cada gesto y lo guardo
con cariño desmedido).
Como siempre, agradezco a mi familia por ser soporte, refugio y
fuente inagotable de amor y energía.
A mi tía Marlene y a mi prima Janette por ser mis cómplices en
este sueño de escribir.
A Rosa María por ayudarme a buscar esos errores que a veces
se escapan.
A Maricela por leerme y brindar apoyo.
A Hilda Rojas (Pame) por leer y buscar esos detalles pequeños,
pero importantes, y por hacer esa magnífica portada.
A Verónica Mengual por invitarme a este proyecto, también por
esa bellísima frase del inicio y sus bellas palabras para Alec.
A Laura, Eva, Fernanda y Audrey por sus sugerencias, apuntes,
risas y apoyo.
A todas las escritoras de este proyecto por el amor y el
compromiso que pusieron de principio a fin. Sobre todo por la buena
vibra y el compañerismo que siempre se respiró.
A mi queridísima Cecilia Pérez que siempre arropa mis libros y
los toma de la mano.
A mis apreciados blogs, grupos de lecturas conjuntas (mucho
amor para ustedes, chicas), grupos de facebooks, perfiles de
Instagram, facebook y otras resdes dedicados a libros (sin
ustedes esto no sería posible). No los nombro a todos porque si me
faltara uno, no me lo perdonaría, pero deseo que sepan que mi
cariño y agradecimiento es infinito.

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