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EL CONDE DE MORREY

LA LIGA DE LOS PICAROS


LIBRO XIV

LAURENS SMITH
Traducido por
L. M. GUTEZ
ÍNDICE

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
La dama de Boudreaux
La dama de Boudreaux
La presente es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos o bien
son producto de la imaginación del autor o se emplean de manera figurada, y cualquier parecido con
personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o escenarios, es mera
coincidencia.
Copyright 2022 por Lauren Smith
Traducción hecha por L.M. Gutez
Copyright Traducción 2022
Todos los derechos reservados. De acuerdo con la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos
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ISBN: 978-1-958196-62-5 (edición libro electrónico)
ISBN: 978-1-958196-63-2 (edición papel)
CAPÍTULO 1

E xtracto de la Gaceta del Monóculo de Cristal, 10 de


septiembre de 1822, la columna de Lady Society:

M IS QUERIDAS DAMAS ,
He vuelto para traeros el más suculento de los cotilleos. Debo señalar
que, recientemente, ha llegado a mi conocimiento la existencia de cierto
club llamado el Club de los Condes Malvados. Se dice que solo los condes
más malvados son miembros. Naturalmente, mi mente se ha dejado llevar
por pensamientos de la más peligrosa naturaleza. ¿Quién pertenece a este
club, y lo conocéis ya? ¿El educado conde con el que bailasteis anoche en el
baile de Lady Allerton es todo lo que parece? ¿Hay algo más en el caballero
alto y de pelo oscuro que inclinó el sombrero al pasar a caballo junto a
vosotras en Hyde Park este otoño?

S OY NIEBLA . S OY LA LUZ DE LA LUNA . S OY EL HUMO DE UNA VELA


extinguida. Soy la sombra que no ves, sino que solo sientes…
Adam Beaumont, el Conde de Morrey, dejó que las palabras de su
mantra privado fluyeran sobre y a través de él hasta que las creyó
verdaderas. Mientras se movía por el abarrotado salón de baile de la casa de
Lady Allerton, las palabras obraron una sutil magia. Lo volvieron casi
invisible para las damas caza maridos que merodeaban a su alrededor, con
sus mamás casamenteras dirigiendo la cacería. Teniendo en cuenta que era
un caballero soltero, joven y atractivo con un título, eso era toda una
hazaña. Si la alta supiera qué clase de hombre era realmente, esas jóvenes y
sus madres no estarían tan ansiosas por capturarlo.
Recorrió con la mirada todos los rostros del abarrotado salón de baile,
buscando ese brillo astuto en un par de ojos o una mirada demasiado
perspicaz en su dirección. Escuchó atentamente en busca de conversaciones
astutas destinadas a recabar información que era mejor mantener oculta.
Una pistola cargada habría sido una buena compañera esta noche, pero
no podía ocultar un arma tan voluminosa en su persona. No, su única amiga
esta noche era la esbelta daga que llevaba apoyada en el pecho bajo el
chaleco. No se atrevía a arriesgarse a bailar, no fuera a ser que la cuchilla se
desprendiera y se convirtiera en un peligro para él.
Si tan solo la alta supiera la clase de hombre que había entre ellos. Un
hombre cuyo trabajo era acabar con cualquier amenaza para la Corona. Un
agente de Su Majestad que trabajaba para mantener la seguridad de la
monarquía, así como para proteger el reino de las amenazas extranjeras. Él
era el cuchillo en la oscuridad que reclamaba la vida de cualquiera que
llegara a hacer daño a su nación. Era una carga que Adam nunca había
querido, pero había tenido pocas opciones.
Muchos pensaban que las guerras empezaban y terminaban en el campo
de batalla, pero Adam conocía la verdad más oscura. Las guerras
empezaban en los salones y en las salas de baile, donde los hombres
bajaban la guardia y se convertían en objetivo de espías y asesinos. Lo
había aprendido después de perder a su amigo Lord Wilhelm. Hacía dos
años que había visto cómo un espía francés acababa con la vida de su
querido amigo.
John Wilhelm había luchado con un asesino francés en un puente sobre
el Támesis. Adam había llegado demasiado tarde para impedir que el
hombre le clavara un cuchillo en la espalda a John, pero éste se había
llevado al bastardo asesino por el puente y hacia las oscuras y rápidas aguas
más abajo. Adam se había precipitado al lugar por donde había caído su
amigo y había saltado él mismo al agua. La caída casi lo había matado, y
había sido en vano. Había buscado en el agua durante lo que le pareció una
eternidad antes de arrastrarse hasta la orilla y caer exhausto.
Mientras yacía jadeando, un hombre al que Adam había visto una o dos
veces antes en compromisos sociales, había salido de la oscuridad y
apresurado a ayudarle. Esa había sido la noche en que Avery Russell, el
hombre que se convertiría en el nuevo cabecilla de red de espionaje de
Londres un año después, había reclutado a Adam para la Corte de las
Sombras.
Tras la muerte del anterior jefe de espías, Hugo Waverly, el año anterior,
Avery había asumido el control y reestructurado la red de espionaje.
Muchos de los espías más antiguos se habían retirado, y sangre fresca —
como Adam—, se había incorporado a la red. Adam se prometió a sí mismo
que se vengaría de los asesinos de John, ya que, como le había enseñado
Avery, los agentes franceses trabajaban en parejas, un maestro y su leal
mano izquierda. Adam no sabía quién de ellos había perecido en el río con
John, si el maestro o la mano izquierda, pero algún día lo averiguaría.
Convertirse en espía era su penitencia por haber llegado demasiado tarde
para salvar a su amigo aquella noche.
Una voz tranquila irrumpió en los oscuros pensamientos de Adam.
—¿Morrey?
James Fordyce, el Conde de Pembroke, su nuevo cuñado, llegó a su
lado. Era miembro del Club de los Condes Malvados y se había casado
recientemente con la hermanastra de Adam, Gillian. James y él se conocían
superficialmente a través de sus participaciones en el Club de los Condes
Malvados. En los últimos años, él solo había estado cerca de un puñado de
miembros como para llegar a conocerlos.
Últimamente, Adam no había estado particularmente activo en el club o
persiguiendo cualquier perversidad de libertino. Había estado ocupado con
asuntos de la seguridad de Inglaterra.
Pero eso no significaba que Inglaterra hubiera sido el único asunto en su
mente. Había estado buscando a su hermanastra perdida hacía tiempo, quien
había estado trabajando como dama de compañía en Londres, y eso lo había
llevado a profundizar en el círculo de amistad de James, algo por lo que
estaba agradecido. Le confiaba sus secretos de una manera que no podía
hacerlo con nadie más.
—Pembroke, me alegro de verte —respondió Adam.
James había sido el único que lo había notado esta noche. Uno de los
pocos que fue capaz de ver más allá de la habilidad de Adam para
desaparecer entre la multitud siempre que lo deseaba.
—¿Caroline está contigo? Gilly estaba esperando verla —una pregunta
silenciosa acechaba en los ojos oscuros de James, como si quisiera
preguntar qué era lo que tenía a Adam en estado de alerta.
—No, esta noche no —había convencido a su hermana Caroline de que
habría otros bailes esta semana a los que podría asistir. Una vez que le había
informado de que tenía una misión por cumplir esta noche, ella había
comprendido los peligros y, afortunadamente, se había quedado en casa.
—¿Gilly, Letty y yo debemos irnos? —preguntó Pembroke mientras él
y Adam se adentraban en las sombras al borde del salón de baile.
—Sí, yo lo haría si fuera tú, pero mantén la calma; que nadie sospeche
nada. Esta noche los demonios están entre nosotros —era la advertencia que
había ideado con Pembroke para hacerle saber al otro hombre cuando el
peligro estaba cerca. Pembroke no era un tonto. Desde su primer encuentro,
James había intuido que Adam era algo más que un simple lord con título
en busca de su hermanastra perdida hacía tiempo. Así que, sin arriesgar
demasiado a James, le había hecho saber que trabajaba para el Ministerio
del Interior en alguna función secreta, aunque nunca entraba en detalles a
menos que hubiera vidas en juego.
—Bien. Bueno, veo a Gillian pero no a Letty. Debió haber ido a una de
las salas de descanso. Iré a buscarla.
Adam solo estaba escuchando parcialmente. Había visto a una mujer
salir del salón de baile con otra mujer del brazo.
La esposa del Vizconde Edwards, Lady Edwards, la mujer a la que él
debía proteger esta noche, estaba abandonando la seguridad del salón de
baile con una mujer de pelo oscuro cuyo rostro no podía ver.
—Busca a tu hermana y marchaos, rápido —le dijo a James antes de
deslizarse entre la multitud que ahora se reunía en filas para el inicio de un
baile. Ambas mujeres desaparecieron en las puertas del fondo, y el miedo
de Adam se disparó. Lady Edwards estaba en grave peligro. Últimamente,
su marido había sido embajador en Francia, y Avery la había reclutado para
ser espía mientras ella estaba en el continente, ya que él y el Ministerio del
Interior trabajaban en conexión con el de Asuntos Exteriores. Ella había
memorizado una clave verbal que debía entregar a Avery esta misma tarde,
y el deber de Adam era asegurarse de que nadie la silenciara antes de que
pudiera transmitirla.
Adam llegó a la puerta parcialmente abierta que salía del salón de baile
y entraba en un pasillo oscuro. Se pegó a la pared y se movió rápidamente
de puerta en puerta en busca de Lady Edwards y su desconocida
acompañante.
—Quédese quieta. No se muevas —dijo una voz suave y seductora
cerca de él—. Quédese muy quieta, Lady Edwards, no sea que la pinche.
No querríamos eso.
Cristo, él llegaba demasiado tarde. Alguna sucia moza francesa
probablemente tenía un estilete presionando la garganta de Lady Edwards.
Las manos de Adam se cerraron en un puño mientras avanzaba hacia la
puerta donde había oído las voces por última vez. Desabrochó los dos
primeros botones de su chaleco verde y deslizó su daga hasta liberarla.
Todavía oculto por el borde del marco de la puerta, respiró lenta y
constantemente.
—¡Quieta, te digo! —le ordenó la voz femenina—. No deseo hacerte
daño.
Lady Edwards comenzó a suplicar.
—Oh, por favor, ten piedad de mí. Yo…
Adam no esperó ni un segundo más. Salió disparado alrededor del
marco de la puerta y entró en la habitación, corriendo directamente hacia la
figura femenina en un vestido de baile de seda azul oscuro. Cogió a la
mujer por la cintura con un brazo y la empujó contra su pecho mientras le
ponía la daga en la garganta.
—Haz un ruido y no vivirás para lamentarlo —advirtió en un duro
susurro. La mujer en sus brazos jadeó y se puso rígida de terror.
—¿Qué? —Lady Edwards se giró. Se llevó las manos a la boca—. Lord
Morrey, ¿qué está haciendo? —sus ojos azules se abrieron de par en par con
el miedo.
Estrujó más a la espía en su poder y ella se retorció en sus brazos.
—Salvándola, mi señora.
—¡No es una espía! —insistió Lady Edwards en un frenético susurro.
—Ella la tenía a su merced; la he oído —dijo Adam.
—No seas tonto. El pelo se me ha soltado. Ella estaba poniendo las
horquillas en su sitio —Lady Edwards sostuvo un par de horquillas
engastadas para que él las viera. Las horquillas con diamantes brillaron a la
luz de las lámparas mientras la realidad de la situación comenzaba a cobrar
fuerza.
Él había cometido un grave error.
Todavía con la mujer cautiva en sus brazos, Adam bajó lentamente la
cuchilla. La respiración de la mujer se aceleró como si hubiera tenido miedo
de respirar en los últimos segundos. Al soltarla, le sujetó la muñeca para
evitar que la mujer huyera hasta que el asunto quedara resuelto y le jurara
guardar el secreto. Se volvió para mirarlo, y esta vez fue él quien se olvidó
de respirar.
Letty Fordyce, la hermana pequeña de James, una belleza que él había
admirado —deseado—, desde lejos estos últimos meses, era su asustada
cautiva. Le soltó la muñeca y ella se liberó, refugiándose en la seguridad de
Lady Edwards.
—Lady Leticia —saludó él con un rugido apenas superior a un susurro.
La bella morena se llevó una mano al cuello y lo miró aterrorizada.
—Oh, Letty, lo siento mucho —Lady Edwards sujetó los hombros de la
joven y trató de calmarla.
—¿Qué…? —Letty lo miró fijamente—. ¿Por qué?
—No tenemos tiempo —le dijo Lady Edwards—. Morrey, ¿has visto al
señor Russell?
—No lo he visto. Temo que le haya ocurrido algo.
—Entonces, debo darte a ti el mensaje —musitó Lady Edwards.
—No, yo no. No soy un mensajero —le recordó él—. Solo estaba
destinado a protegerla a usted.
Él no era uno de esos espías que jugaban con mensajes codificados y
disfraces en las misiones. Él era un heraldo de fatalidad, una muerte segura
para los que intentaban dañar a su país.
—Hay que decírselo esta noche, Morrey —dijo Lady Edwards.
—¿De qué estáis hablando? —Letty había encontrado finalmente su voz
—. ¿Por qué me ha puesto un cuchillo en la garganta?
—Lo siento, Letty, querida, ahora no. No tenemos tiempo…
Un crujido en el suelo de madera fuera de la sala de retiro hizo que
Adam se diera la vuelta. El cañón de una pistola, medio iluminado, les
apuntaba directamente.
Se lanzó sobre las dos mujeres, derribándolas al suelo.
El chasquido de la pistola lo hizo estremecerse mientras caía al suelo
con las mujeres debajo de él. Un momento después, rodó sobre ellas y se
puso en pie de un salto, con la espada preparada, pero quienquiera que les
hubiera disparado había huido. Se precipitó al pasillo en busca de alguna
señal de la dirección que había seguido el agresor.
La multitud en el lejano salón de baile pronto se convirtió en un caos
cuando alguien gritó que una pistola había sido disparada. Media docena de
hombres corrieron en su dirección, y Adam volvió a la sala de retiro. Letty
parecía haberse recuperado y estaba ayudando a Lady Edwards a levantarse
del suelo. Letty estaba pálida, pero no lloraba ni parecía a punto de
desmayarse. No era una rosa marchita, y él se alegró de ello.
—¿Los has capturado? —preguntó Lady Edwards mientras se alisaba el
vestido.
Él sacudió la cabeza.
—Se está formando una multitud, buscando al que ha disparado esa
pistola. Debe irse de inmediato, mi señora. No pueden vernos juntos.
La espía asintió y corrió hacia la ventana abierta que daba a los jardines
exteriores. Por suerte, estaban en el primer piso, y Lady Edwards podía
dejarse caer un metro hasta el césped del exterior. Recogió sus faldas y se
deslizó por la abertura, desapareciendo en la oscuridad del otro lado.
—Buena suerte, mi señora —dijo Adam mientras cerraba la ventana tras
ella. Luego se volvió hacia Letty.
—Lord Morrey, ¿qué…?
—Lady Leticia, siento todo esto.
—¿Sobre qué? ¿Qué acaba de pasar? ¿Por qué me ha puesto un cuchillo
en la garganta?
—Siento el hecho de tener que besarla ahora. No puedo ser visto aquí
solo, no si quiero evitar que me relacionen con esa pistola.
Los ojos de Letty se abrieron de par en par mientras los sonidos de los
hombres en el pasillo se intensificaban.
—¿Por qué no pueden verlo solo? Alto . . ¿besarme?
Él atrajo a Letty a sus brazos, estrechándola fuertemente contra él. Y
reclamó sus labios abiertos con los suyos. Ella respiró con sorpresa cuando
la besó con fuerza.
Dios, la mujer sabía dulce, demasiado dulce. En cualquier otro
momento se habría embriagado con su beso. Pero mantuvo su atención en la
puerta cerrada, esperando el momento en que se abriera de golpe. Cuando
lo hizo, sostuvo a Letty a propósito un momento de más, asegurándose de
que los hombres que habían entrado en la habitación vieran que la chica
estaba claramente comprometida.
—¡Dios mío, es Morrey! —dijo un hombre. Otro hombre pidió a Adam
que soltara a la chica.
Adam se apartó medio metro de Letty, con su mano todavía
posesivamente en su cintura, dando a entender que habían estado a punto de
hacer el amor. Luego miró a los hombres y dejó de sujetar a la pobre joven
cuya reputación él acababa de atravesar con una bala proverbial.
—Morrey, ¿qué demonios crees que estás haciendo con mi hermana? —
exigió James. Comenzó a dirigirse hacia Adam, con una venganza en sus
ojos que Adam sabía que probablemente terminaría con su cara hecha un
maldito lío si este asunto no se resolvía.
—Yo… —Adam luchó por las palabras mientras empujaba a Letty
detrás de él, manteniéndola fuera de peligro, no fuera que su hermano se
lanzara a golpearlo. Le había dado a Lady Edwards la oportunidad de
escapar, pero ahora debía enfrentarse a un peligro totalmente diferente del
que él no podía escapar.
—Hemos oído el chasquido de una pistola —dijo un hombre,
confundido. Adam lo reconoció como Jonathan St. Laurent—. Temíamos
que hubiera pasado algo. Creíamos que venía de esta habitación.
—No puedo decir que haya oído algo, estaba bastante preocupado —
dijo Adam con una sonrisa pícara. Se había convertido en un buen actor en
los últimos dos años, mostrando solo lo que deseaba y ocultando lo que
necesitaba.
—Eso está claro —resopló Jonathan, con la mirada fija en el pecho de
Adam.
Adam levantó la mano para tocarse el chaleco y se dio cuenta de que los
dos botones que había desabrochado para liberar su daga seguían fuera de
sus orificios. La situación con Letty era aún peor porque parecía que él
había estado en el proceso de quitarse el chaleco.
—Deberíamos dejar que Pembroke se encargue de esto —dijo otro
hombre del grupo—. Es su hermana, después de todo.
—Sí, dejádmelo —gruñó James—. Continuad con vuestra búsqueda.
Los otros hombres salieron de la habitación, dejando a James solo con
Adam y Letty.
Pembroke cerró la puerta, encerrando a Adam en la habitación con él y
Letty.
—Morrey, ¿qué demonios ha pasado? —exigió James, desviando la
mirada hacia su hermana, quien estaba de pie casi en silencio detrás de
Adam—. Pensé que me habías dicho que me fuera porque estabas metido
en algo peligroso, y luego te encuentro besando a mi hermana. Espero que
haya una malditamente buena explicación para esto.
Adam vio el dolor y la furia en los ojos de James. Tenía todo el derecho
a suponer lo peor. Adam lo habría hecho de haber estado en el lugar de
James.
—La hay, pero no puedo explicarla aquí. Puede que no sea seguro —
respondió Adam.
James se frotó los ojos cerrados con el pulgar y el índice.
—¿Me estás diciendo que lo que ha pasado esta noche está relacionado
con…?
—Sí —Adam vio que lo que estaba transmitiendo cuidadosamente a
James por fin estaba penetrando en él—. Y sabes lo que eso significa para
ella —señaló con la cabeza a Letty.
—Lo sé… pero puedo ayudarla a superar el escándalo. No tiene que
terminar como tú esperas. No la obligaré a hacerlo, no si ella no lo quiere.
—Desgraciadamente, creo que debes hacerlo —Adam mantuvo su tono
tranquilo—. Soy el único que puede protegerla. Ha sido vista, James. Antes
de que termine la noche, la habrán convertido en una como yo, y no estará a
salvo.
Los ojos de James se abrieron de par en par y luego se estrecharon
mientras miraba entre su hermana y Adam. Sí, el hombre por fin estaba
comprendiendo lo que Morrey estaba diciendo.
—Entonces debemos tomar algunas decisiones, ¿no es así?
—Debemos hacerlo —aceptó Morrey.
—Cuanto antes mejor, supongo.
—Sí. Mañana iré a Doctors’ Commons. Podemos decirle a todo el
mundo que tuvimos un acuerdo secreto y que planeamos casarnos dentro de
unos días.
—Será suficiente —James suspiró con fuerza. Su reticencia a aceptar
este plan era, obviamente, todavía fuerte.
—Alto… ¿matrimonio? —de repente, Letty pareció consciente de lo
que estaban hablando.
—Sí, tú y Morrey. Inmediatamente —James miró a Adam, con una
expresión pesarosa en sus ojos.
—James, no puedes…
—Letty, después de lo sucedido esta noche, hay razones que requieren
que cumplas con esta decisión. Sabes que yo nunca querría forzar esto, pero
debes confiar en mí. Este es el único camino que te mantiene a salvo.
—¿A salvo? ¿A salvo de él? ¡Este hombre acaba de ponerme un
cuchillo en la garganta!
James lanzó una mirada sorprendida a Adam con una renovada
preocupación y rabia evidentes en su expresión.
—¿Qué?
—Un malentendido. Pensé que ella era la amenaza que yo había estado
percibiendo. Luego la verdadera amenaza se reveló y disparó. Esa fue la
pistola que oíste desde el salón de baile. Quienquiera que haya disparado,
vio claramente la cara de tu hermana y probablemente sabía que ella había
estado hablando con Lady Edwards.
—Dios —James empezó a pasearse por el suelo de la sala de retiro.
Luego volvió a mirar a su hermana—. Letty, nunca te he pedido que me
obedezcas por ningún motivo, pero eso cambia esta noche. Ahora debes
confiar en mí cuando te digo que te casarás con Morrey. Todo se te
explicará cuando sea seguro.
—James, no puedes pedirme esto, por favor. No es justo. Sabes lo que
quiero, y no es esto —era una súplica muy suave, una hermana pequeña
pidiendo a su hermano mayor su amor, su confianza, su protección. Adam
vio con temor cómo James tuvo que negar a su hermana lo que necesitaba
con un simple movimiento de cabeza. Ningún hermano decente podría
formar palabras para negar una súplica así, y James era un buen hermano.
Lo único que podía hacer era negarla con sus acciones.
—Sí, es injusto —coincidió Adam, desviando la atención de Letty lejos
de su hermano—. Y por eso lo siento, Lady Leticia, pero esto debe hacerse.
No culpes a tu hermano por esto. La culpa es mía. Yo tengo la culpa de ello.
—No —ella sacudió la cabeza con violencia—. ¿Cómo puedo casarme
contigo? ¡Apenas te conozco!
—Muchas parejas se casan conociéndose desde hace menos tiempo que
nosotros —dijo Adam, manteniendo su tono suave. Estaba claro que Letty
seguía en estado de shock—. Pembroke, permíteme tener un momento con
ella.
—Debería quedarme —la sobreprotección de James lo habría divertido
en cualquier otro momento.
—Un momento es todo lo que necesito.
—Muy bien —permitió James—. Pero solo un momento. Mi hermana
ya ha sufrido bastante esta noche. Me gustaría llevarla sana y salva a casa
antes de que entren en juego más puñales o pistolas —salió al exterior.
Adam volvió a coger las caderas de Letty, atrayéndola hacia él. La seda
azul de su vestido era suave bajo sus palmas, llenándolo de deseo. Sin
embargo, ella no estaba afectada de la misma manera que él. Estaba
temblando, aunque él no podía culparla dadas las circunstancias.
—Te explicaré todo lo que ha pasado esta noche cuando pueda, cuando
sea seguro. Por favor, quiero que sepas que lamento cómo ha sucedido esto.
Seré un buen y leal esposo para ti. Lo juro por mi vida.
Sus preciosos ojos marrones se llenaron de lágrimas. Él levantó la mano
y apartó una.
—No llores, por favor —le rogó—. Todo irá bien. Te lo prometo.
Luego le robó un beso suave y prolongado en los labios. El tipo de beso
que deseaba haberle dado esa primera vez. Se quedó quieta en sus brazos,
pero no rígida de terror como antes. Le acarició la mejilla con la nariz y la
sostuvo. La pobre e inocente criatura, de apenas veinte años, una década
más joven que él, vería su vida alterada porque había intentado ayudar a
Lady Edwards a arreglarse el pelo. Cuando él volvió a bajar la mirada, lo
único que vio fue una confusión llena de aturdimiento.
—Tranquila, tranquila —dijo, su natural necesidad de consuelo se
intensificó para esta hermosa joven.
—¿Deseas casarte conmigo?
—No había pensado en casarme. No en mucho tiempo. Pero me alegro
de que vaya a ser contigo —era la verdad. Había abandonado la idea de
tales cosas la noche de la muerte de John. Pero ahora Letty necesitaba su
protección, y ésta era la única manera en que podía estar allí para protegerla
a todas horas. Se sentía como un bastardo por tener un pequeño rayo de
felicidad de que una belleza con un corazón tan suave sería suya. Desde el
momento en que había puesto sus ojos en ella, había tenido un pensamiento
fugaz y rebelde de que habría sido una maravillosa condesa. Ahora sería su
condesa, y no pudo evitar su repentina emoción y gratitud ante ese
pensamiento.
—Lord Morrey… —comenzó Letty, pero la puerta se abrió y su
hermano volvió a entrar.
—Tengo tu capa, Letty. Debemos irnos. He encontrado a Gillian. Ella
está esperando afuera —James le tendió una capa de color crema forrada de
seda azul que hacía juego con su vestido azul y dorado. Letty dejó que su
hermano la deslizara por sus brazos, y ella se la abotonó con manos
trémulas.
—Visítanos mañana y hablaremos de la ceremonia y del asunto de la
dote de Letty —James sostuvo su sombrero bajo un brazo y asintió
bruscamente a Adam.
Adam le devolvió el gesto y observó a ambos salir del salón. Una vez
que estuvo solo, buscó en la recámara hasta que divisó el pequeño agujero
en la pared donde había impactado la bala. Sacó su daga y extrajo la bala de
la pared. Picó el agujero, arañándolo hasta que pareció que el daño en la
pared había sido hecho por otra cosa.
Buscó en la habitación hasta que encontró una silla de la altura
adecuada, y entonces introdujo la punta de la silla en el agujero. Ahora
parecía que alguien simplemente había empujado la silla contra la pared en
un ángulo, causando el daño. Lo último que necesitaba era una prueba de lo
que había ocurrido en esta habitación. Necesitaba que la sociedad
londinense pensara que simplemente se había perdido en la pasión con
Letty, no que había frustrado a un asesino francés.
Deslizó la bala en el pequeño bolsillo de su chaleco y abandonó el
salón.
Dada la aglomeración que había ahora en la puerta principal, Adam
supuso que se había producido una alocada carrera de los pobres mozos de
cuadra para buscar carruajes y caballos. Lord y Lady Allerton estaban
intentando supervisar el éxodo masivo de su casa.
—No lo entiendo, Henry —musitó Lady Allerton a su marido—. ¿Una
pistola? ¿Por qué alguien…? —se detuvo y se retorció las manos en sus
faldas de satén rojo.
Adam se deslizó entre los caballeros que se paseaban y las damas que
cotilleaban hasta llegar a la primera fila. El siguiente mozo que subió a toda
prisa los escalones de la casa Allerton respiraba con dificultad y captó el
gesto de llamada de Adam.
—Trae mi carruaje. El que tiene el escudo Morrey —sabía que todos los
sirvientes de las grandes casas como los Allerton estaban entrenados para
reconocer los escudos de las casas nobles para ocasiones como ésta.
—Sí, milord.
Adam se apartó de la agitada aglomeración y esperó en el exterior la
llegada de su carruaje. Se puso su capa y subió al vehículo una vez que
estuvo frente a la casa de los Allerton. Luego se sentó en la oscuridad
durante un instante antes de darse cuenta de que algo iba mal.
Se abalanzó hacia adelante, con su daga presionada contra la garganta
del hombre. Habría reído triunfalmente al descubrir a este hombre oculto,
pero sintió una segunda cuchilla presionada contra su propia garganta.
—Tranquilo, Morrey —una voz conocida se rio. Adam se relajó y las
armas fueron bajadas.
—Russell, ¿en qué demonios estás pensando para colarte en mi
carruaje? —se recostó en su asiento y guardó el cuchillo en el chaleco.
Avery Russell hizo lo mismo. Adam apartó una de las cortinas de la ventana
para poder ver mejor al jefe de espías—. ¿Has encontrado a Lady Edwards?
Avery asintió.
—Apenas. La vi escapar por la ventana después del disparo. Temí haber
llegado demasiado tarde. Solo tuvimos un momento para hablar en el jardín,
y recibí el mensaje.
—Casi llegaste demasiado tarde —Adam apoyó la cabeza contra la
pared acolchada del carruaje—. Esta noche fue un desastre.
—Nadie ha resultado herido, y Lady Edwards me ha dado su mensaje
—musitó Avery.
—Nadie está herido, pero ahora voy a casarme.
Los ojos de Avery se abrieron de par en par.
—¿Qué?
Adam le explicó cómo había atacado a Letty y cómo se había encargado
de que Lady Edwards tuviera la oportunidad de escapar sana y salva.
Luego, para no levantar sospechas, había besado a Letty en público, dando
a entender que se habían reunido para una cita romántica secreta.
Avery reprimió una sonrisa.
—¿Vas a casarte con la hermana de Pembroke?
—Adelante, ríete —refunfuñó Adam.
—No me estoy riendo de ti, ni de ella. Solo de lo ridículo de la
situación. Letty es una chica dulce, muy inteligente, pero no apta para una
vida de peligro —dijo Avery con más seriedad.
—Lo sé, pero ¿qué puedo hacer? El espía que me disparó esta noche vio
bien la cara de Letty. Supondrán que está trabajando conmigo o con Lady
Edwards. Pembroke no podrá vigilarla tan bien como yo. Estará más segura
estando casada conmigo.
Avery lo estaba estudiando ahora.
—El matrimonio no será suficiente. Ella te necesitará como sombra
protectora hasta que podamos descubrir quién te atacó en el baile Allerton.
—Pienso ser esa sombra —aceptó Adam—. Solo temo saber que Letty
me odiará por ello.
—Creo que Letty se merece más crédito del que tú le darías —Avery
golpeó el techo del carruaje con un puño y éste se detuvo.
Adam miró la calle oscura.
—¿Te bajas aquí?
—Como tú, las sombras son mis amigas —Avery salió a la penumbra en
espera de él y pronto desapareció.
Adam pidió a su chófer que continuara hacia su casa. Tenía mucho en
qué pensar y mucho por planear, incluyendo la última cosa que había
esperado planear: una boda.
CAPÍTULO 2

—C asados —musitó Letty Fordyce por décima vez


mientras ella, Gillian y James subían las escaleras de su
casa.
—Letty, tal vez deberíamos tener esa charla ahora —dijo su hermano
mayor.
Un lacayo le quitó la capa y cogió sus guantes mientras ella se volvía
para mirar a su hermano.
—¿Hablar? James, ¿qué hay para decir? ¡Apenas conozco a ese
hombre! Es más, ¡me cogió de entre las sombras y me puso un cuchillo en
la garganta! Luego me besó como… —Letty no pudo terminar.
—Sí, bueno, confío en ti cuando dices que eso sucedió, lo hago, pero
hay más de qué hablar que . . . cuchillos y besos.
—¿Qué podría ser más importante que eso?
Ante esto, Gillian habló:
—Letty, mi hermano está involucrado en asuntos que requieren la
mayor discreción. Por favor, permite que James tenga un momento para
explicarte.
—Sí, es todo lo que pido.
Gillian pasó su brazo por el de Letty en señal de apoyo mientras James
les indicaba que lo siguieran a su estudio. Una vez dentro, James cerró la
puerta y habló en voz baja.
—No podíamos hablar de esto en casa de los Allerton, era demasiado
peligroso.
—¿Hablar de qué? ¡Estoy cansada de tanto secreto y susurros!
Esta noche había sido aterradora y confusa a la vez. Todo lo que ella
había hecho era ir a la sala de retiro para ayudar a Lady Edwards con su
cabello. Entonces, Lord Morrey la había cogido por detrás y le había puesto
un cuchillo en la garganta. Letty se había asustado, hasta que descubrió que
era Lord Morrey. Entonces, él había retirado la cuchilla, pero la había
mantenido cautiva por la muñeca. Una extraña e inesperada oleada de calor
había comenzado en su bajo vientre al estar todavía en su poder. Antes de
que siquiera pudiera procesar lo que significaba todo aquello, el
malentendido había desembocado en un ataque muy real contra ellos por
parte de un asaltante desconocido.
Pero se había sentido atraída, claramente en contra de su buen juicio,
por esta nueva y peligrosa faceta de Lord Morrey. Siempre le había
parecido innegablemente apuesto, con su pelo oscuro y sus ojos grises
brillantes, y había una seriedad tan intensa en él que había sido un misterio
para ella. Letty había visto una parte diferente de él esta noche, y descubrió
que le gustaba esta nueva faceta oscura del caballero que había sido el
centro de muchos de sus sueños más excitantes por la noche.
—Morrey es un espía —dijo James, todavía con ese tono bajo.
—¿Un espía? —repitió Letty la palabra, todavía desconcertada—. Si es
un espía, ¿por qué lo sabéis tú y Gillian? Parece que se prefiere mantenerlo
en secreto.
—Sí, estoy bastante de acuerdo, pero cuando me casé con Gillian, le di
confianza al hombre y me lo contó, al menos a grandes rasgos. No quería
que me preocupara si a él le ocurría algo. Quería que supiera que cualquier
cosa que le ocurriera sería producto de su deber con la Corona. Le pedí
permiso para decírselo a Gillian, y aceptó que lo hiciera, sabiendo que
podía confiar a su hermana el conocimiento de su ocupación.
—Un espía —musitó Letty. No tenía sentido, su secretismo y las
conversaciones encubiertas con Lady Edwards sobre los mensajes y la
forma en que habían sido atacados. Ella había estado en tal estado de shock
que aún no había procesado del todo lo que le había sucedido esta noche.
—Sus funciones no son las que esperarías. Son mucho más peligrosas
—añadió James en voz aún más baja.
Letty esperó a que su hermano continuara.
—Elimina amenazas de tipo humano —James parecía estar
pronunciando esto con cuidado, y Letty tardó un momento en descifrar el
significado que había detrás.
—¿Quieres decir que es un asesino? ¿Mata personas? —exclamó
horrorizada.
—Si él debe hacerlo, pero solo a los que intentan dañar a otros, como la
persona que intentó dañar a Lady Edwards —añadió Gillian—. Por favor,
créeme, Letty… Adam no pretendía hacerte daño con sus acciones de esta
noche. No estoy de acuerdo con James en que te cases con él, pero te pido
que me creas cuando te digo que él no te habría hecho daño.
Ahora entendía por qué la había sujetado, cómo había pensado que ella
era la amenaza para Lady Edwards, pero todo esto era demasiado para
asimilarlo. Aun así, en contra de su buen juicio, esta noche le daría crédito a
Lord Morrey por ser el caballero que Gillian insistía que era.
—Él sí me salvó la vida —reconoció—. Cuando vio la pistola en el
marco de la puerta, nos empujó a mí y a Lady Edwards al suelo y nos
protegió —Letty tendría que aceptar la idea de que pronto se casaría con un
hombre que les quitaba la vida a otros, pero que había salvado la suya.
—Morrey es un buen hombre. Desde que Gillian y yo nos casamos, he
llegado a conocerlo mejor —añadió James—. El matrimonio con él te
protegerá.
—¿De qué? No soy una espía —argumentó Letty.
Su hermano cruzó los brazos sobre el pecho.
—Quienquiera que haya disparado esa pistola tiene grandes razones
para creer que eres una espía. Estabas en una habitación con dos espías; de
hecho, estabas hablando con ellos. No es como si pudieras desaparecer en el
campo durante un tiempo y estar a salvo. También podrías haber puesto tu
cara en todos los papeles y declarar que trabajas para el Ministerio del
Interior. Pero si te casas con Morrey, él puede ayudarte a mantenerte a
salvo. Tiene habilidades y talentos especiales adecuados precisamente para
ese deber.
Letty miró a Gillian, su único apoyo en este asunto.
—Pero James puede mantenerme a salvo, ¿no es así? Sabes que temo el
escándalo, pero no me doblegaré ante él y me casaré simplemente porque la
sociedad dicta que debe ser así.
Gillian miró a su marido antes de responder.
—Sabes que estoy de acuerdo, Letty. Pero James tiene razón: tu
reputación no es nada comparada con el peligro al que te enfrentarás si esos
espías creen que eres importante para sus fines y, tristemente, estoy seguro
de que lo harán. Mi hermano no habría sugerido el matrimonio si no lo
creyera necesario. Nunca planeó casarse, dados los peligros, pero ahora…
ahora debe… y tú debes. Seguramente casarse con Adam no es un destino
tan terrible. Es un buen hombre, un hombre amable, un hombre justo, y te
mantendrá a salvo —Gillian se tocó el estómago y miró a James—. Si no
fuera por Gabriel, haríamos todo lo posible por protegerte aquí, pero
nuestro hijo podría correr peligro si alguien con intención de hacerte daño
entrara en esta casa.
Un agobiante sentimiento de culpa se instaló en los hombros de Letty.
Aquí estaba ella exigiendo que James la protegiera, cuando debería estar
pensando en el nuevo bebé de James y Gillian. Gabriel sí estaría en peligro
si alguien viniera a buscarla.
—Soy una criatura egoísta —dijo, con el ácido carcomiendo su
estómago—. Tienes razón. Gabriel debe ser lo primero. Soy una mujer
adulta. Puedo cuidar de mí misma. James, mañana me iré de esta casa y
buscaré otra.
—Tonterías —dijo James—. No voy a comprarte simplemente una casa
para que puedas huir. Me estoy poniendo firme, Letty. Te casarás con
Morrey. ¿Entiendes?
Letty juntó las manos delante de ella, mirando al suelo. James nunca le
había hablado así, como a un niño al que había que reprender por su mal
comportamiento. Quería gritar y decirle que no se casaría con nadie a
menos que ella lo eligiera, pero también sabía que él tenía razón.
Casarse con Morrey era lo más inteligente. Lo último que quería era ser
vista como una tonta, lo que significaba que debía aceptar la situación. Iba a
casarse con Lord Morrey.
Y no era como si ella no hubiera soñado con eso. Desde que se habían
conocido, la intensidad silenciosa de sus ojos, la sensualidad de su boca
carnosa y el retumbo suave pero profundo de su voz la habían hechizado. El
hombre era un misterio envuelto en un enigma rodeado de acertijos.
—Por favor, Letty, puedes confiar en que mi hermano te cuidará. Sé que
todo esto surgió repentinamente, pero dale tiempo. Puede que sea lo mejor
que os ocurra a los dos —dijo Gillian. Letty vio esperanza ardiendo en los
ojos grises de su cuñada, unos ojos muy parecidos a los de Lord Morrey.
—Gillian… ¿es el tipo de hombre que podría… podría llegar a amarme?
Letty tenía pocos deseos en el mundo que le importaran tanto como ser
amada. Había sido bendecida con una buena apariencia y una familia
pudiente. Sus circunstancias le habían permitido esperar para casarse. Era lo
suficientemente afortunada como para poder esperar a encontrar un
caballero que, de hecho, la adorara, y al que ella pudiera adorar a cambio.
Eso no era tan tonto como querer ser amada por el hecho de necesitar
adoración; era más complicado que eso.
Era una mujer inteligente y vivía en una época en la que las mujeres
apenas estaban por encima de las posesiones a los ojos de un hombre. Pero
se aferraba a la esperanza de que algún día sus hijos, especialmente sus
hijas, vivirían en una época mejor, en la que las mujeres fueran iguales.
Donde se las valorara por sus pensamientos, sus conocimientos, su
educación, y no solo por su aspecto, su dinero o su capacidad para dar a luz.
Guardaba sus deseos para ese futuro en particular cerca de su corazón, sin
dejar que nadie lo supiera.
—Llegará a amarte —Gillian le cogió las manos, estrechándolas—. Él
conoce tu valor, Letty.
Una vez, Gillian había sido dama de compañía, y sabía mejor que la
mayoría que las mujeres tenían valor. Entendía lo que Letty había querido
decir.
Letty volvió a mirar a su hermano.
—Muy bien. Me casaré con Lord Morrey pasado mañana.
Los hombros de James se desplomaron con alivio. Se acercó a ella y
apoyó las manos sobre sus hombros.
—Gracias. Sé lo que significa para ti aceptar esta situación, y te
agradezco que lo hagas. Me hace sentir que no te he fallado, saber que
tendrás la mejor protección, mejor que la que yo puedo darte.
Este era el hermano con el que había crecido. El hombre que se
preocupaba por ella, que realmente veía su valor y creía en ella. Él
reconocía que, aunque le había ordenado casarse, aún estaba en poder de
ella negarse. Su aceptación había sido lo más correcto, y él estaba orgulloso
de ella por ello. Esto, por encima de todo, le dio ganas de llorar. Estaba
dejando de lado sus sueños infantiles de amor e igualdad con un marido
para proteger a su familia. Era lo que las mujeres habían hecho durante
siglos, y ella no sería diferente.
—Será mejor que te vayas a la cama, querida. Has tenido una noche
difícil, y mañana te espera un largo día —James le besó la frente antes de
que Letty saliera del estudio y se dirigiera a su dormitorio. Mientras subía
las escaleras, intentó ordenar los sobrecargados pensamientos que los
acontecimientos de esta noche habían provocado. Si iba a casarse con Lord
Morrey, debía ser una mejor maestra de sí misma, especialmente de sus
emociones. Pero esta noche no podía hacerlo. Deseaba hacerse un ovillo en
su cama y llorar como una niña, y se odiaba a sí misma por esa debilidad.
Su dama de compañía, Mina, estaba extendiendo un camisón y una bata
de dormir.
—Buenas noches, milady —la saludó Mina. Mina era escocesa y había
sido la dama de compañía de su madre. Desde el fallecimiento de la madre
de Letty, Mina se había convertido casi en una segunda madre para ella. Su
cabello oscuro, ahora cubierto de canas, estaba recogido en un moño
cómodo pero poco elegante.
—Mina —dijo Letty y, de repente, su voz se quebró mientras nuevas
lágrimas llenaban sus ojos.
—¿Qué pasa ahora, amor? —Mina se rodeó la cama para coger a Letty
en sus brazos.
—Me voy a casar dentro de dos días.
—¿Casar? ¿Qué? ¿Con quién? —preguntó su criada, atónita.
—Con Lord Morrey —Letty resolló, sintiendo las malditas lágrimas.
—Oh, mi pobre querida. Sentémonos y podrás contarme todo.
Letty y Mina se sentaron a los pies de su cama, y ella le contó a la
criada todo lo que había ocurrido en el baile y después, incluso la parte de
que Morrey era un espía.
—Pero debes mantenerlo todo en secreto, Mina, por favor —Letty sabía
que no debía contarle a los sirvientes algo así, pero tenía que hablar con
alguien al respecto, alguien aparte de James y Gillian.
—Nunca la he traicionado, milady, y no voy a empezar ahora —la
criada le dio un suave empujón—. Vamos a desvestirte. ¿Te traigo un vaso
de leche y unas galletas, quizás una de las tartas de la cocinera si queda
alguna?
—Solo si no es mucha molestia —ya era tarde, y ella había oído las
campanadas del reloj en el pasillo. No quería mantener a su criada despierta
hasta muy tarde.
—¿Para ti? Nada es mucha molestia —Mina chasqueó la lengua de
forma maternal y trabajó en los lazos de la espalda del vestido de Letty. Una
vez que Letty se quedó en camisón, se puso la bata de dormir, dejando la
bata con motivos florales abierta, sin molestarse en abrochar los pequeños
botones de perlas. Se metió en la cama, las sábanas estaban un poco frías,
pero pronto se calentaría con el fuego que ardía en la chimenea al otro lado
de la habitación. Mina volvió con un vaso de leche caliente, junto con unas
galletas y una tarta de frambuesa servida en un plato de porcelana azul—.
Ahora, ten y descansa. Tendremos mucho por planear mañana —Mina le
besó la frente, como había hecho cuando Letty era una niña. Llevaba mucho
tiempo sin hacerlo. A Letty le dieron ganas de llorar. Había sido una mujer
adulta mucho antes que otras chicas de su edad, teniendo que cuidar de una
madre cuyo recuerdo se había desvanecido hasta desaparecer. Y ahora…
ahora se sentía como una niña muy pequeña enfrentándose al mundo
demasiado pronto.
—Buenas noches, Mina —dijo Letty en voz baja.
Ahora, a solas con sus pensamientos, Letty repitió los acontecimientos
de la noche una y otra vez, intentando descifrar sus reacciones,
especialmente ante Lord Morrey. Cuando el hombre le puso un cuchillo en
la garganta, y más tarde cuando casi le dispararon, debería haber estado
aterrorizada. Y aunque había tenido miedo, la razón por la que había
temblado mientras Lord Morrey la sostenía en sus brazos era por algo más.
Era otro tipo de miedo totalmente distinto, el cual no tenía ningún sentido.
Letty se terminó la leche, se lamió el azúcar de los dedos y dejó el plato
y el vaso en la mesita de noche. Se levantó y se limpió los dientes antes de
volver a meterse en la cama y apagar la vela. Observó cómo el humo se
enroscaba a la luz de la luna a través de las ventanas. La luz y el humo
parecían fundirse, formando una niebla que la cautivó. La hizo pensar en
Morrey. Él era como la niebla, el humo y la luz de la luna, un sueño
misterioso.
¿Podría una mujer casarse con un hombre así y ser feliz?

U NA FIGURA FEMENINA , VESTIDA CON UN TRAJE DE SEDA AZUL INTENSO


y una capa de terciopelo negro que la envolvía, caminaba por los estrechos
mews detrás del salón de té Twinings. Contuvo la respiración ante el hedor
que persistía en el aire nocturno que la rodeaba. Los olores estancados
evocaban recuerdos de su hogar, al otro lado del Canal de la Mancha.
Se movió rápidamente entre las sombras, con cuidado de no ser vista.
Los hombres peligrosos merodeaban por las calles como perros salvajes, y
aunque esta mujer podía cuidar de sí misma, se resistía a involucrarse con
alguien esta noche. Sus dedos cogían la empuñadura de una pistola,
preparada por si acaso.
Pronto llegó a una habitación privada en una posada que pertenecía al
hombre que había venido a ver. Llamó a la puerta y escuchó la orden de
entrar. Solo entonces entró y se quitó la capucha para mostrar su rostro.
—Mi hermosa Camille —ronroneó una voz profunda con deleite—.
¿Cómo te ha ido en tu tarea esta noche?
Su amo, el hombre al que solo conocía como el Lord de las Sombras,
estaba sentado en una silla junto al fuego.
—Bonsoir, Monsieur —hizo una profunda reverencia, con los ojos
clavados en el suelo.
—Eso no ha sido una respuesta.
—La espía inglesa sigue viva. No pude tenerla a solas para forzar el
mensaje de sus labios. Pero sí averigüé su nombre. Es como usted
sospechaba, Lady Edwards —Camille esperó la ira de su amo. Le había
fallado como su mano izquierda y seguramente sería castigada.
—Cuéntame lo sucedido.
Ella se sentó junto al fuego y contó cómo había conseguido entrar en el
baile de Lady Allerton. Explicó que había localizado a la mujer a la que
habían enviado a torturar para obtener el mensaje y luego deshacerse de ella
cuando no hubiera nadie cerca.
—Ya sabe cómo son estas damas inglesas: nunca están solas. Siempre
viajan en bandadas como pajaritos piando. Lady Edwards salió del salón de
baile con otra mujer. Las seguí, pero un hombre se interpuso entre mi
objetivo y yo.
—¿Cómo?
—No lo sé, monsieur. Yo había memorizado todas las caras del salón de
baile, por supuesto, pero no lo reconocí. Pareció materializarse de entre las
sombras —Camille estaba orgullosa de su asombrosa memoria. Podía
recordar cualquier imagen o diagrama, e incluso todas las palabras dirigidas
a ella. Una vez fue una humilde actriz de teatro en París, quien apenas
sobrevivía con las monedas que le arrojaban a sus pies después de cada
actuación.
Pero este hombre había estado sentado en primera fila en su última
actuación. No había lanzado ninguna moneda. Con una intensidad
silenciosa, él se había encontrado con su mirada mientras dejaba una carta,
sellada con cera, a sus pies. Ella la había cogido y abierto esa misma noche.
Le había dado instrucciones, le había dicho cómo encontrarlo, y la había
terminado con las siguientes palabras: Alguien con tu talento puede ser
dueña de su propio destino.
Al principio había tenido miedo de ir, pero no tenía futuro, y al final, la
curiosidad natural y la esperanza la habían llevado a los brazos de este
hombre y a su cama. Pero no se había arrepentido. El amo era un amante
maravilloso, y él realmente vio sus talentos por lo que eran. Le dio poder,
un futuro con dinero y ropa bonita, y una vida más allá de lo que ella jamás
había imaginado. Todo lo que tenía que hacer era obedecerlo cada vez que
le diera una misión.
—Cuéntame más de este hombre —el Lord de las Sombras se levantó
de su silla junto al fuego y comenzó a pasearse.
—Era alto, tan alto como usted, de pelo oscuro, ojos del color del cielo
antes de una tormenta de invierno —Camille pensaba que el hombre era
hermoso, tal vez incluso más hermoso que su amo, pero nunca lo admitiría.
—¿Te gustan sus ojos? —inquirió el monsieur con curiosidad.
—Sí. Son intensos, una mezcla de violencia y dulzura. Me confunden,
Monsieur.
—¿Te has fijado en algo más de este hombre?
—Llevaba ropa fina y, sin embargo, hasta que se interpuso entre mi
objetivo y yo, no lo había visto en absoluto en el baile. Alguien de su
aspecto debería haber destacado para mí.
—¿Qué pasó cuando fuiste tras Lady Edwards? —su amo la hizo volver
a su narración de los hechos.
—Él llegó primero a la sala de retiro. Atacó a la mujer que había
acompañado a Lady Edwards. Creo que tal vez pensó que la segunda mujer
era yo, pero luego la soltó y les habló a ambas en voz baja. Las dos damas
parecían conocerse bien. Creo que la compañera de Lady Edwards también
puede conocer el mensaje. Estaban hablando entre ellas, y estaban allí
cuando el hombre se unió a ellas, todos susurrando. Creo que Lady
Edwards compartió el mensaje con ellos. Esta otra dama debe ser muy
importante.
—¿Qué te hace decir eso? —inquirió el amo.
—Cuando les disparé, el hombre intentó proteger a ambas damas, pero
cubrió más a esta otra mujer, protegiéndola completamente de mí. Me
pregunto si ella podría ser la que tiene el mensaje y Lady Edwards no es
más que un señuelo.
—Interesante. No había considerado eso. Avery Russell podría ser lo
suficientemente inteligente como para intentar eso. Es totalmente posible.
Simplemente no había pensado en darle a Avery el suficiente crédito por
ello. Tal vez está superando a su propio maestro en talento. Waverly se
distrajo en sus últimos días por sus propias venganzas personales. Russell
no tendrá ese mismo problema. Con el tiempo, podría llegar a ser incluso
más astuto que Waverly.
Camille escuchó a su amo hablar mientras sus pensamientos se dirigían
a la Liga de Pícaros, el grupo contra el que Hugo Waverly había tenido una
venganza. Ella los había visto muchas veces en los últimos meses. Eran
apuestos, temerarios y seductores, cada uno de ellos, aunque ninguno era
espía. A ella y a su amo les extrañaba que el anterior jefe de espionaje
inglés hubiera dedicado tanto tiempo a perseguirlos desde las sombras.
Inglaterra se enfrentaba a amenazas peores. Amenazas como ella y su amo.
—¿Reconociste a la mujer? ¿La que estaba con Lady Edwards?
—Sí. Es la hermana de Lord Pembroke.
—Oh, sí. Recuerdo al sujeto —dijo su amo y dejó de pasearse—.
Dejemos a Lady Edwards por ahora. Puedo hacer que otra persona se ocupe
de ella. Esta otra mujer, la hermana de Pembroke, merece un escrutinio más
cercano. Necesito alejarla de su hermano y averiguar lo que sabe. Entonces
podremos organizar un accidente.
—Sí, Monsieur —aceptó Camille—. ¿Qué debo hacer?
—Acércate, querida, y te lo diré —su amo le hizo un gesto para que se
uniera a él en las sombras.

E RA MÁS DE MEDIANOCHE , MUCHO MÁS , CUANDO A DAM REGRESÓ A SU


casa de ciudad en Half Moon Street. Pero, como esperaba, Caroline lo había
esperado. Bajó corriendo los escalones hacia él, con una bata sobre el
camisón.
—Oh, Adam, gracias a Dios —dijo, abrazándolo.
Él sostuvo a su hermana en sus brazos por un momento antes de
soltarla. Como su mayordomo de confianza, Caroline sabía de su trabajo
secreto, no podía ocultárselo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó ella.
No dejaba de sorprenderle que ella pudiera leerlo con tanta facilidad
cuando muy pocos podían hacerlo. Tal vez era porque ambos habían crecido
confiando el uno en el otro mientras cuidaban de su madre cuando eran tan
jóvenes. Otros hombres habrían dejado a sus hermanas con institutrices y,
eventualmente, con maridos, pero él no podía hacer eso con Caroline, no
después de todo lo que ella había vivido.
—Russell fue abordado, no pudo llegar a su cita.
—¿Cómo está Lady Edwards?
—A salvo. Él la encontró en los jardines después de que ella escapara.
Nunca sabré cómo ese hombre acaba siempre en el lugar adecuado en el
momento adecuado —se quitó la capa y se la entregó al mayordomo, el
señor Sturges. El hombre era un antiguo oficial de infantería y no mucho
mayor que Adam. Era tan capaz como digno de confianza.
—Avery es como un gato con nueve vidas —dijo Caroline—. Pero no te
preocupes por él, cuéntame lo que ha pasado.
Adam se dirigió al salón. Caroline lo siguió, después de pedirle a
Sturges que enviara algo de comida y un poco de vino. Desplomándose una
silla junto al fuego, Adam se frotó la cara, sintiendo que el peso de todo lo
que había pasado esta noche empezaba a asentarse con más fuerza sobre él.
—Todo ha sido un maldito desastre. Seguí a Lady Edwards, pensando
que una espía francesa había descubierto su importancia para la red de
Avery, pero cuando cogí a la mujer que estaba con ella, resultó ser la
hermana de Pembroke.
—¿Letty estaba con Lady Edwards?
—Sí, y ahí fue donde todo salió mal. Ella solo intentaba ayudar a la
mujer a arreglarse el pelo. Retuve a la pobre chica a punta de cuchillo —
todavía no podía borrar de su mente la mirada de terror que había visto en
los ojos de Letty.
—Oh, Adam, no hiciste eso —suspiró Caroline—. Debió de estar muy
asustada.
—Me temo que es peor. El verdadero espía también estaba allí y nos
disparó, así que derribé a ambas mujeres al suelo. Y luego me lancé a la
persecución pero no pude capturar al espía. Cuando volví, Lady Edwards
tuvo que escapar y yo tuve que mantener mi tapadera.
—Oh, cielos. ¿Qué has hecho? —preguntó Caroline.
Adam no respondió inmediatamente, sabiendo que lo que dijera a
continuación cambiaría su vida y, en cierto modo, también la de Caroline.
—Felicítame, hermana. Parece que me voy a casar dentro de dos días —
Adam intentó sonreír, pero su hermana se limitó a mirarlo fijamente.
—¿A casar? ¿Con quién? Lady Edwards ya está casada.
Sacudió la cabeza.
—Con Letty. Tuve que besarla cuando algunos hombres del baile
oyeron el disparo e irrumpieron en la habitación.
—¿Tuviste que hacerlo?
—Para desviar las sospechas de lo que realmente estaba ocurriendo.
Caroline levantó una ceja.
—Pero… Admito que tal vez no estaba pensando tan claramente como
debería haberlo hecho cuando tomé mi decisión.
—Oh, Adam —suspiró ella—. ¿Eres muy infeliz?
—¿Infeliz? No, no exactamente. Estoy preocupado —sonrió con
arrepentimiento—. El hecho es que me gusta Letty, desde el momento en
que la conocí cuando buscábamos a Gillian.
—¿Te gusta? —los ojos de Caroline se iluminaron con un brillo de
alegría.
—Sí. Es muy dulce, muy inocente. Pero también es inteligente y
valiente. Es lo que habría buscado en una novia, si hubiera sido seguro
casarme después de empezar a trabajar para el Ministerio del Interior. Pero
después…
—Después de la muerte de John, no podías poner a una mujer en
peligro —terminó Caroline, con un dolor evidente en sus ojos—. Y ahora,
para proteger a una mujer, debes casarte con ella.
—Es toda una ironía, ¿no? —suspiró con fuerza.
La búsqueda de venganza de Adam no solo se debía a la pérdida de su
querido amigo, sino también lo hacía por su hermana, quien había estado
enamorada de John. Los dos habían planeado casarse, pero él había muerto
dos meses antes de la ceremonia. La sombra de la muerte de John había
convertido a Caroline en un fantasma en cierto modo, y Adam deseaba
poder hacer algo para devolverle la vida a su hermana. Pero el corazón roto
de Caroline se curaría por sí solo o no lo haría, y Adam no podía hacer nada
más que observar.
—Si vas a casarte con Letty, entonces hay que decírselo…
—Ella ya sabe parte de esto. La visitaré mañana, y después de hablar
con James, le contaré el resto. No le guardaré secretos a mi esposa.
Caroline se mordió el labio.
—Pero, ¿y si ella no es lo suficientemente fuerte como para descubrir tu
vida secreta?
—Sé que lo es. No hubo histeria después del disparo.
—Bueno, tal vez estaba un poco conmocionada. No todo el mundo
reacciona igual ante estas cosas. Creo que cuando la veas mañana, deberías
preguntarle si estuvo bien el resto de la noche.
—Supongo que tienes razón. He vivido los dos últimos años en un
peligro tan relativo que olvido cómo puede resultar para quien no está
acostumbrado —se frotó las sienes y dejó escapar un largo y cansado
aliento.
—Deberías irte a la cama —dijo Caroline—. Mañana tenemos un día
muy ocupado.
—Lo tenemos —tenía que levantarse temprano para obtener una
licencia especial, y luego debía ocuparse de los preparativos de la boda—.
¿Deberíamos organizarla en St. George?
—Se podría, pero ¿no sería mejor llevarla a Chilgrave?
—¿Crees que debería hacerlo? —el castillo Chilgrave era la sede
ancestral de la familia Morrey. A Adam le encantaba la finca, pero apenas
pasaba tiempo allí estos días. Una boda podría ser una buena razón para que
se quedara en el castillo por un tiempo. También sería más seguro para
Letty.
—La rectoría de allí es muy encantadora. Bastante romántica, creo. Si
me dejas adelantarme mañana, podría tenerlo todo arreglado y el castillo
listo para recibir invitados.
—Gracias, Caro —Adam lo decía en serio. Su hermana era una
verdadera joya. Lo llenaba de una profunda pena que ella no hubiera
encontrado todavía otro hombre para entregarle su corazón después de
perder a John.
Se pusieron de pie y se abrazaron. Adam la estrechó un poco más
mientras musitaba de nuevo su agradecimiento.
—Ahora, a la cama. Haré que suban chuletas y vino —dijo Caroline.
Adam salió del salón y subió las escaleras, sus pasos ahora pesados por
el cansancio.
Así que abrirían el castillo Chilgrave para la boda. Sonaba bastante
encantador. Parte de su personal se quedaba allí, y tenía suficiente dinero
para mantenerlos contratados, pero tenían poco trabajo. Con suerte, les
alegraría abrir la casa y sacudir el polvo y dejar que las habitaciones
magistralmente doradas volvieran a brillar y se llenaran de los sonidos de la
vida. Tal vez podría fingir que tenía una vida normal durante un tiempo.
Dudley Helms, su ayuda de cámara, estaba esperando en el dormitorio
de Adam cuando éste entró. Sturges lo siguió y colocó una bandeja de
chuletas sobre la mesa antes de hacer una reverencia y marcharse. Adam
comenzó a desabrocharse el chaleco, mientras su ayuda de cámara
preparaba su ropa de dormir.
—¿Y cómo ha ido su noche, milord? —preguntó Helms mientras le
quitaba el chaleco y ayudaba a Adam con las mangas.
—Llena de imprevistos, Helms. Mañana tendrás noticias oficiales de
Sturges, pero me voy a casar dentro de dos días.
—¿Casar? ¿Supongo que lo que corresponde es una felicitación y no un
pésame? —bromeó Helms.
Adam se rio.
—Sí, felicitaciones, ciertamente.
Helms retiró los gemelos y el reloj de bolsillo de Adam antes de
guardarlos en sus cajas.
—¿Y quién es la futura novia?
—Lady Leticia Fordyce.
—Ah, la hermana de Lord Pembroke. Qué maravillosa elección —
respondió Helms con cálida sinceridad—. El personal estará muy contento,
milord, si no le molesta el atrevimiento de que lo diga.
—En absoluto. ¿Crees que estarán contentos?
—Lo estarán —dijo Helms con un brillo en los ojos—. La señora
Hadaway lleva años queriendo tener bebés en la habitación de los niños.
La señora Hadaway, el ama de llaves de Chilgrave, se alegraría de
verdad. Era una mujer alegre y siempre tenía una sonrisa genuina en su
rostro.
Adam le dio las buenas noches a su ayuda de cámara y comió un poco
de carne, acompañándola con un poco de vino. Luego se obligó a acostarse.
Mañana sería un reto. Toda su vida estaba a punto de cambiar. La dulce
Letty pronto sería su esposa.
CAPÍTULO 3

L etty estaba tan nerviosa como un gato durante una tormenta.


Cada vez que un carruaje pasaba por delante de la casa, volaba
hacia la ventana, esperando ver a Lord Morrey subiendo las
escaleras hacia su puerta.
—Letty —Gillian se rio—. Intenta sentarte.
—Pero son casi las diez. Ya ha pasado la mitad de la mañana, y él dijo
vendría por la mañana, ¿no es así?
Gillian puso los ojos en blanco. Estaba sentada en un sofá, leyendo un
libro con una mano y sosteniendo a su bebé, Gabriel, en el pliegue del otro
brazo. Al igual que sus padres, su bebé era absolutamente perfecto y se
comportaba muy bien. Siguió durmiendo, sin percatarse de la conversación
de las dos mujeres.
—Primero tiene que conseguir la licencia especial. Dale al pobre
hombre un poco más de tiempo.
—Tiempo, sí —musitó Letty, todavía mirando por las cortinas. Un
carruaje con el escudo Morrey acababa de detenerse frente a los escalones
—. ¡Está aquí! —saltó hacia la puerta—. Tengo que ir. Debería…
—Letty —dijo Gillian con firmeza—. Sal a los jardines un rato, y
recuerda respirar. Iremos a buscarte una vez que los hombres hayan hablado
de todo el asunto del dinero y otros temas.
—¿No crees que deba involucrarme en eso? —desafió Letty.
—Sabes que sí, pero creo que estás un poco frenética esta mañana.
Respirar el aire fresco de los jardines podría calmarte.
Gillian tenía razón. Todo lo relacionado con Lord Morrey hacía que
Letty se sintiera nerviosa y fuera de sí. Francamente, no sabía qué hacer con
ella misma. Recogió su chal y se apresuró a salir del salón justo cuando el
mayordomo abrió la puerta. No tenía tiempo para salir sin ser vista, así que
se metió en la puerta más cercana para esperar.
Desde su escondite, pudo ver a Lord Morrey entrar y quitarse el
sombrero y el gabán. Llevaba un abrigo azul oscuro y unos pantalones color
crema, los cuales se amoldaban a la perfección masculina de sus largas y
delgadas piernas. Había visto a muchos hombres llevar pantalones ceñidos,
pero solo los hombres de mejor complexión eran capaces de lucir esa moda.
Morrey tenía incluso mejor aspecto que las estatuas de un museo, aunque
nunca había visto oficialmente muchos de los desnudos, cuya observación
se consideraba muy impropia para una joven soltera.
Su mente se desvió rápidamente hacia otros pensamientos: cómo la
había cogido con tanta fuerza la noche anterior, pero sin herirla; cómo había
sostenido esa cuchilla en su garganta con tanta habilidad que ella había
salido ilesa; cómo había seguido sujetándola incluso después de haber
bajado el cuchillo. Recordó sus ojos. Aquellos estanques gemelos y
plateados se habían clavado en sus ojos, manteniéndola cautiva con la
misma facilidad que sus manos. Su cuerpo se llenó de un calor repentino y
su corazón palpitó con fuerza al recordarlo. Este hombre oscuro y peligroso
iba a ser su marido dentro de un puñado de días.
Se preguntó si el cuerpo de Lord Morrey sería como las estatuas que
había visto. El cuerpo masculino era fascinante y confuso al mismo tiempo.
Pero mientras observaba a Morrey en el vestíbulo, con su cabello oscuro
cayéndole en los ojos, se preguntó: ¿Cómo se vería sin su ropa?
—Adam, gracias por venir —Gillian se unió a Morrey en la entrada,
abrazándolo cuidadosamente mientras seguía sosteniendo a Gabriel en un
brazo. Luego lo hizo pasar al salón. Letty respiró aliviada mientras se
adentraba más en la habitación a la que había escapado, la biblioteca. Era
una mejor distracción que el jardín. Cogió unos cuantos volúmenes sobre
economía y se metió en un rincón del fondo de la habitación.
Sorprendentemente, consiguió perderse en los textos durante un rato. Pero
unas voces pronto llamaron su atención.
Reconoció las voces de James y Morrey mientras entraban en la
biblioteca. Empezó a levantarse, pero se detuvo al darse cuenta de que no
podía pasar por delante de los dos hombres sin ser vista. Permaneció oculta,
sin poder evitar escuchar su conversación.
—Pensé que sería un poco más agradable discutir las cosas aquí. Mi
oficina está desordenada en este momento. Firmaremos los documentos allí
cuando sea necesario. ¿Tienes la licencia especial? —preguntó James. El
sonido de los hombres acomodándose en las sillas acompañó esta pregunta.
—Sí —respondió Morrey.
—Excelente. Ahora hablemos primero de finanzas. Letty tiene una dote
de cinco mil al año.
—Si recuerdas cuando te casaste con Gillian, te ofrecí lo mismo por ella
—Morrey parecía divertido. Letty deseó poder ver su cara.
—Lo recuerdo, y solo acepté a regañadientes, lo que significa que tú
también lo harás.
Morrey se rio.
—Bien jugado, Pembroke. Aceptaré, pero esos fondos estarán
totalmente bajo el control de Letty, para su uso y placer.
El corazón de Letty dio un salto al oír eso. No había estado segura antes
de qué clase de hombre era Morrey y de si le permitiría alguna
independencia, especialmente financiera.
—Muy bien —respondió James—. Ahora, sobre la boda…
—Creo que me gustaría que fuera en la pequeña iglesia junto al castillo
Chilgrave.
—¿No en St. George? —su hermano parecía sorprendido.
—No. Demasiado abierta, demasiado peligrosa. Chilgrave está fuera de
los caminos trillados. Es más seguro. Además, tengo una conexión personal
con el lugar.
—Así que ahora llegamos al corazón de este asunto. ¿Qué diablos pasó
anoche, Morrey? Sé que no puedes hablarme de la misión en sí, pero debes
explicar cómo Letty terminó envuelta en este lío.
Hubo un pesado silencio, y luego un largo y cansado suspiro.
—Anoche yo debía proteger a Lady Edwards mientras ella esperaba
para entregar un mensaje. Me habían advertido que los agentes franceses
podrían intentar silenciarla. El mensaje solo estaba en su cabeza, no en
papel. Si la hubieran matado, habría muerto con esa preciosa información
atrapada en su interior —Morrey hizo una pausa y Letty se percató de que
ella misma había dejado de respirar mientras él hablaba—. Los franceses
son inteligentes. Utilizan a las mujeres espías en su beneficio, mucho mejor
que nosotros, al menos hasta que Russell sustituyó a Waverly. Vi a una
mujer caminando con Lady Edwards lejos de la multitud y temí lo peor. Me
di cuenta demasiado tarde de que era tu hermana. Mientras Lady Edwards y
yo arreglábamos el lío, el verdadero agente francés nos disparó. Lady
Edwards pudo escapar por la ventana, donde finalmente se encontró con su
contacto, pero mientras ella escapaba yo necesitaba mantener mi tapadera.
Hice lo único que se me ocurrió.
—Besar a mi hermana…
Hubo una pausa incómoda. Letty solo podía imaginar las miradas
intercambiadas.
—Admito que mi juicio estaba… nublado. Pero en ese momento, me
pareció lo más sensato.
—Sí, entiendo la lógica. Contrarrestaste un acto escandaloso con otro.
Nadie habría imaginado que los dos eventos estaban conectados. Sin
embargo, debo decir que todavía estoy disgustado.
—Lo entiendo perfectamente, James. Tu hermana merece ser cortejada
por un caballero que esté loco por ella. Yo no podría cortejarla, pero la
verdad es que estoy bastante loco por ella.
Letty se cubrió la boca para evitar que se le escapara su jadeo. ¿Estaba
loco por ella? Aquel revoloteo prohibido de excitación volvió a llenar su
vientre.
—¿Oh? ¿Lo estás? —James sonó sorprendido—. No tenía ni idea de
que tuvieras una debilidad por Letty.
Morrey soltó una suave risa, y Letty deseó desesperadamente poder
volver a ver su cara. Estrujó un libro contra su pecho mientras se esforzaba
por escuchar su respuesta.
—Desde el momento en que la vi por primera vez, me cautivó, pero en
mi línea de trabajo no es aconsejable casarse. Es demasiado peligroso. O su
vida está amenazada, o se enfrenta a un futuro en el que su marido no
vuelve a casa, y quizá tenga que vivir para siempre con una mentira sobre
las circunstancias de mi muerte. No podía hacerle eso a una mujer. Así que
cerré esa parte de mi vida y enterré cualquier afecto que sintiera por
cualquier mujer que me interesara.
—Hasta anoche —afirmó James.
—Sí. Anoche me vi obligado a hacerlo, pero no negaré que me da
alegría. Pero ahora Letty se enfrenta a un peligro que nunca debió haber
recaído sobre sus hombros.
—¿Qué se puede hacer para mantenerla a salvo? —la voz de James se
hizo ligeramente más fuerte, y Letty supo que estaba avanzando hacia la
estantería tras la que ella se escondía.
—Ella debe permanecer en Chilgrave en el futuro inmediato. Mi
personal, tanto en Londres como en Chilgrave, fue contratado por su
capacidad para afrontar los riesgos que genera mi empleo.
—¿Te quedarás con ella? —el tono de James contenía una pizca de
preocupación y un poco de advertencia que le hizo ganarse aún más el
cariño de ella.
—Estaré con ella todo lo que pueda, pero habrá momentos en los que
deba ausentarme. Ella tendrá la máxima protección en esas circunstancias
—prometió Morrey.
Su hermano dejó escapar un suspiro.
—No puedo evitar el deseo de poder protegerla. Después de perder a
nuestra madre, ambos estábamos a la deriva. Gillian me ha ayudado a
navegar por los ríos de mi dolor, pero me preocupa que Letty esté sola.
—Lo entiendo, Pembroke. Créeme, lo entiendo. Sigo siendo un gran
desconocido para Letty, pero estaré presente para ella y le daré todo lo que
necesite, dentro de mis posibilidades.
—Dale amor, Morrey. Dale amor. Es quizás lo más importante de todo.
Sí, Lord Morrey, dame amor, pensó ella.
Letty se mordió el labio mientras unas lágrimas inesperadas ardían en
sus ojos. Ahora no era el momento de convertirse en una tonta llorona, pero
James tenía razón. La muerte de su madre, el cruel destino de ver cómo se
desvanecían sus recuerdos a una edad tan temprana, había sido horrible.
Había dejado cicatrices en el corazón de Letty que nunca sanarían del todo.
—Vamos a preparar el papeleo, y luego puedes tener un momento con
Letty.
—Gracias.
Esperó treinta segundos a que se fueran antes de salir de su escondite.
Chilló cuando una mano le cubrió la boca y la empujó hacia atrás.
Un instante después, la persona que la sujetaba maldijo:
—Otra vez no.
—¿Lord Morrey? —musitó Letty entre sus dedos.
—Lady Leticia —suspiró Morrey, luego liberó su boca y la hizo girar
para que lo mirara—. ¿Qué demonios haces escondida aquí?
Letty, aturdida por la repentina emoción que sentía al ser manipulada
por Lord Morrey, solo pudo parpadear hacia él.
—Yo… —tartamudeó mientras se perdía en sus ojos grises como la
tormenta.
—No debes hacer eso cerca de mí, nunca me espíes. Puedo sentirlo,
como un cosquilleo en la nuca. Temía que fueras otra persona.
Finalmente, Letty pudo hablar:
—¿Alguien como un espía francés?
La mirada de Morrey se volvió más tormentosa.
—Sí, exactamente como un espía francés. ¿Qué has oído desde tu
pequeño escondite?
Letty juntó los labios, negándose a decirle que había oído, entre otras
cosas, su confesión de que estaba loco por ella.
Una línea de preocupación arrugó su frente, y luego él pareció relajarse
un poco.
—Entiéndeme, Letty: mis instintos nunca deben ser puestos a prueba.
¿Entiendes? Suelo actuar automáticamente. Podría haberte hecho daño.
Morrey seguía sujetando su cintura, con sus cuerpos presionados en la
parte inferior. El contacto de sus piernas contra las de ella a través de la fina
barrera de sus faldas la dejó mareada y excitada.
—Tus ojos —dijo él en voz baja.
—¿Qué pasa con ellos? —Letty se atrevió a preguntar.
—Tus pupilas son bastante grandes —le cogió la cara y le pasó el
pulgar por los labios—. Eso solo ocurre cuando se está muy asustado o
muy… —no terminó.
—¿Muy qué? —insistió, fascinada por la forma en que sus propias
pupilas parecían más grandes mientras se inclinaba más cerca ella.
—Muy excitado —la palabra, sensual y completamente escandalosa, la
hizo estallar por dentro.
—No debes hablar de esas cosas —susurró Letty, pero en realidad sí
quería que siguiera diciendo cosas tan maravillosamente excitantes.
Morrey siguió estudiándola.
—Bueno. No eres lo que esperaba.
—¿Qué esperabas? —preguntó ella, con la respiración un poco
entrecortada.
Sus ojos volvieron a volverse tormentosos, pero en lugar de asustarla, la
excitaron.
—Esperaba que fueras incapaz de entenderme. Que tu miedo fuera
demasiado grande para poder soportarlo. Pero un poco de miedo te excita,
¿no es así?
La vergüenza inundó su rostro de calor. Él tenía razón. Nunca se había
encontrado en una situación en la que hubiera sentido verdadero miedo
como el de la noche anterior. Era como si estuviera despertando de un
sueño muy soso para empezar a comprender quién era realmente.
—Lord Morrey… —comenzó, pero no pudo decir mucho más.
Los ojos de Adam se centraron en sus labios, y su mirada avivó el
creciente fuego que había en ella.
—Debo ser un caballero —se dijo a sí mismo—. Al menos hasta que
nos casemos —le estrujó suavemente la cintura—. Y entonces, si lo deseas,
podré enseñarte todo lo que sé sobre el placer, sobre lo salvaje que es, la
dura excitación, los juegos del gato y el ratón a los que podríamos jugar.
Puedo darte lo que tus ojos me dicen que necesitas. ¿Entiendes?
Ella solo pudo mirarlo sin comprender. No lograba asimilar sus
palabras.
—No lo entiendes, todavía no, pero te enseñaré, mi salvaje —Morrey se
inclinó ese último centímetro sin aliento, con su cálido aliento abanicando
su rostro. Pudo ver cada una de sus largas y oscuras pestañas, y deseó
desesperadamente que la besara.
Él le cogió la nuca y le retorció los mechones con los dedos, y sus
rodillas se doblaron ante el fácil control que ejercía sobre su cuerpo. Se
sentía indefensa y, sin embargo, lo deseaba con un hambre que nunca antes
había experimentado. Los ojos de Morrey, con los párpados entrecerrados,
miraban su cuerpo. Él la hacía sentir excitada y errática, como una tormenta
de verano. ¿Cómo era posible desearlo y a la vez temer ese mismo deseo?
—Tu hermano me estará esperando, preguntándose dónde estoy, qué
hago… o, lo que es más importante, qué estoy queriendo hacer —sus labios
apenas acariciaron los de ella mientras hablaba, sin llegar a ser un beso.
Extrañamente envalentonada por todo lo que él había dicho, respiró el
aroma de este hermoso hombre e inclinó la cabeza hacia atrás.
—Déjalo esperando —esperaba que él le diera un beso que satisficiera
todas las provocaciones que él había lanzado en los últimos momentos.
Él sacudió la cabeza, y sus labios volvieron a rozar los de ella, lo
suficiente como para provocarla, pero no para satisfacerla, y luego se
apartó. Una ráfaga de aire fresco inundó su acalorado cuerpo, y Letty se
apoyó en la estantería para recuperar parte de su equilibrio. Morrey la
dedicó una mirada oscura e intensa. Luego, sin decir nada más, se marchó.
De repente, pudo volver a respirar. Se apoyó fuertemente en la
estantería, intentando dar sentido a todo lo que había sucedido en los
últimos minutos. Estaba segura de tres cosas:
Lord Morrey era un hombre peligroso.
La asustaba.
Y ella lo deseaba.

A DAM LEYÓ CUIDADOSAMENTE EL ACUERDO MARITAL MIENTRAS


intentaba ignorar la mirada de James sobre él. Finalmente, levantó los ojos
hacia James y arqueó una ceja.
—Hecho.
—Te has tomado tu tiempo —respondió James. Estaba haciendo lo
posible por no parecer preocupado.
—Me reuní con Letty en la biblioteca después de que te fueras. Hablé
con ella antes de venir a verte —listo, dejaría que James se preocupara por
lo que eso significaba.
James cruzó los brazos sobre el pecho y su ceño se frunció.
—¿De verdad?
Cogiendo el bolígrafo que tenía más cerca, Adam garabateó su nombre
en el lugar apropiado del acuerdo marital, y luego le entregó el papel a
James, quien firmó debajo de él.
—Entonces, está hecho —James secó el papel y lo dobló—. Haré que
mi abogado prepare una copia para sus registros. Luego haré que mi
banquero comience a transferir los fondos, para dárselos a Letty a su
discreción.
—Gracias. Ahora, si no me necesitas, me iré a Chilgrave para tener
tiempo de preparar la boda mañana.
—Eso me parece bien. Haré que Gillian ayude a Letty a empacar su
ajuar. Llegaremos a Chilgrave esta tarde, si te parece bien.
—Muy bien —Adam estrechó la mano de James y se detuvo en la
puerta—. Como ya he tenido una breve conversación con Lady Leticia, no
necesitaré hablar con ella de nuevo hasta esta noche.
—De acuerdo —James se levantó y lo siguió hasta la puerta—. Buen
viaje.
Adam recogió su abrigo y su sombrero antes de dirigirse al carruaje que
lo esperaba. Una vez dentro, soltó el aliento que había estado conteniendo y
no pudo resistirse a revivir aquel momento en la biblioteca con su futura
esposa.
Había sospechado que alguien los estaba escuchando a él y a James. No
estaba seguro de a quién había esperado ver. Desde luego, no esperaba
atraer a la dulce e inocente Letty a sus brazos por segunda vez. Tampoco
había esperado la reacción de ella ante el encuentro.
Dios, el fuego ardiendo en esos encantadores ojos marrones lo había
vuelto medio loco de lujuria. Ella no entendía su propia reacción, eso estaba
dolorosamente claro. Pero él podía enseñarle. Era una mujer que disfrutaría
de la excitación en la alcoba. Ella disfrutaría de los juegos y aceptaría hacer
el amor.
Ahora se daba cuenta de que era un hombre malditamente afortunado.
Pero también sabía que tendría que tener cuidado con ella. Una mujer tan
inocente como Letty podía asustarse y confundirse fácilmente por sus
propias pasiones.
El carruaje lo llevó primero a su casa de ciudad, donde él y Caroline
conversaron largamente sobre sus planes. Después de la boda, Caroline
podía volver a Londres si lo deseaba; de hecho, él casi insistió en ello,
porque cuanto más lejos estuviera de Letty, más segura estaría. De este
modo, solo tendría que preocuparse de proteger a una mujer.
—Adam, sabes que puedo cuidar de mí misma, y es mi deber proteger a
mi futura cuñada. La adoro, y esto debe ser muy aterrador para ella. Tener
otra mujer en quien confiar la ayudaría —Caroline había puesto rígida su
columna vertebral y levantado los hombros. Sí, él no iba a ganar esta
discusión en absoluto.
—Muy bien, puedes quedarte y vigilar a mi nueva mujercita, Caro.
El rostro habitualmente solemne de su hermana se volvió pícaro.
—Estoy muy emocionada, Adam. De verdad, ella es muy dulce e
inteligente. Vuestros bebés serán preciosos.
A Caroline le gustaban los niños, y por un momento, Adam se perdió en
una ensoñación de cómo serían esos niños y lo completamente entregado
que estaría a ellos. Era algo en lo que no había pensado desde que John
había sido asesinado.
Pero tal vez sería posible. Si podía mantener a Letty a salvo y
protegerla, podrían tener ese futuro. Lo único que se interponía en su
camino era encontrar y eliminar la amenaza contra ella. Él necesitaba
formular un plan con Avery Russell.
Russell era uno de los pocos espías en Inglaterra que conocía el
panorama general cuando se trataba de espionaje. La mayoría solo tenía
trozos de información para mantener a salvo su misión en su conjunto. Si él
tuviera que adivinar la naturaleza de la amenaza francesa, apostaría que las
luchas bonapartistas estaban en el centro de la misma.
Era un maldito alivio que Napoleón Bonaparte hubiera muerto, pero sus
partidarios seguían dando muchos problemas a la realeza francesa.
Normalmente, Inglaterra se alegraba de tener a Francia preocupada por sus
propios problemas, pero el derrocamiento de la monarquía por parte de
Napoleón había erizado las plumas de todo inglés decente.
Rebeliones, levantamientos, asesinatos de reyes: Inglaterra ya lo había
hecho antes y no deseaba volver a hacerlo. Un país en rebelión era un país
expuesto, un país que podía ser presa fácil para otros. Ya fuera Francia,
España o cualquiera de las otras naciones de Europa ávidas de poder, todas
se lanzarían alegremente sobre las Islas Británicas si percibieran debilidad.
Adam nunca había sido ignorante de la política, pero tras la muerte de
John se había visto empujado al frente de una batalla que se libraba en las
sombras. Con susurros, mensajes codificados y estiletes parpadeando en la
oscuridad, todo se había vuelto tan tangible, tan real y amenazante que
Adam tenía problemas para dormir la mayoría de las noches.
—Adam, ¿estás contento con esto? ¿De verdad? —la pregunta de
Caroline rompió la espiral de oscuridad de sus pensamientos.
Él se inclinó sobre la mesa del salón y tocó su mano.
—Creo que lo estaré. Hay muchas cosas agobiándome. Me preocupa tu
seguridad y la de Letty. No puedo evitar preguntarme qué camino es más
seguro para ella: ser mi esposa o enviarla a algún lugar donde los franceses
no puedan encontrarla.
—Es probable que no haya ningún lugar para enviarla en el que los
espías franceses no puedan encontrarla, Adam.
—No estoy tan seguro de eso. Hay algunos lugares bastante salvajes e
inexplorados en el extremo norte de Escocia donde ella estaría a salvo.
Caroline sacudió la cabeza.
—Oh, ¿no estás hablando de llevarla a ver al tío Tyburn?
Su tío, un anciano robusto, era un Highlander de pies a cabeza. Aunque
había nacido mucho después de los terribles acontecimientos de Culloden,
seguía siendo fiel a las viejas costumbres, por muy peligrosas e ilegales que
fueran.
—Tyburn sería seguro. Él tiene un viejo castillo rodeado de tierra plana
que ha sido despejada de bosques. Él puede ver a una persona acercándose
desde kilómetros, siempre y cuando sea de día o la luz de la luna sea lo
suficientemente brillante.
—¿Por qué no dejamos a Tyburn como última opción? Letty es muy
inglesa, y no estoy segura de que arrastrarla por los caminos con baches de
Escocia para pasar una temporada en las feroces y heladas Tierras Altas sea
lo ideal para vuestra luna de miel.
—Tienes razón —concedió Adam, y luego se levantó de la mesa—.
Debo partir hacia Chilgrave. ¿Deseas venir antes conmigo o viajar con
Letty?
Caroline pareció debatirlo un momento.
—Creo que iré contigo. Hay mucho por hacer para convertirlo en un
lugar acogedor para una novia y para la recepción de la boda que se
celebrará mañana. Por mucho que te adore, Adam, sigues siendo un hombre
y bastante incapaz de planificar una boda apropiada.
Adam se rio.
—Muy bien, también reconozco eso —fue a buscar a su ayuda de
cámara, y entonces llegó el momento de marcharse. No podía librarse de la
sensación de que el peligro seguiría llegando, incluso a la santidad del
castillo Chilgrave, pero esperaba tener la fuerza necesaria para detener
cualquier mal que se produjera.
CAPÍTULO 4

L etty y Gillian llegaron a Bond Street justo a la hora de


apertura de los comercios. Tenían que comprar lo que Gillian
consideraba necesario para su escaso ajuar, y después de un
almuerzo que no fue lo suficientemente largo, fueron llevadas de regreso a
casa para terminar de empacar.
Antes de que Letty pudiera recuperar el aliento, Mina la ayudó a
ponerse el vestido de carruaje y subió a éste para un viaje de dos horas hasta
el castillo Chilgrave, un lugar en el que nunca había estado pero del que, a
la noche siguiente, sería la dueña.
¿Todo era real? ¿Iba a ver su futuro hogar esta noche, o se trataba de un
sueño fantástico? No había habido miradas amorosas a través de una
habitación llena de chaperonas o flores entregadas a su puerta; todas las
cosas que ella conocía y había llegado a esperar de tales momentos estaban
ausentes. Había anhelado un cortejo apropiado. Interludios románticos
como los que su madre le había contado a Letty cuando era una niña. La
mayoría de las jóvenes comenzaban su baile de cortejo en bailes o fiestas de
cartas en los salones de actos. Ella había comenzado el suyo a punta de
cuchillo.
El matrimonio de los padres de Letty había sido un matrimonio por
amor, lo cual no era tan raro como algunos lo pintaban, pero para sus padres
había sido inesperado. Como el suyo había sido un matrimonio por amor,
habían pasado todo el tiempo compartiendo una suite y la misma cama.
Compartían sus vidas el uno con el otro, y rara vez habían pasado tiempo
separados. Más tarde, al crecer, Letty descubrió lo raro que era eso, incluso
para las parejas que se casaban por amor.
A medida que los edificios de Londres daban paso a verdes campos y
árboles y a idílicas aldeas, Letty se encontraba cada vez más callada
mientras Gillian y James hablaban con ella. Respondía con monosílabos
mientras su mente se agitaba con pensamientos sobre su incierto futuro
como Condesa de Morrey.
Cuando llegaron al castillo Chilgrave, lo vio al principio desde la
distancia, una fortaleza cuadrada con torres circulares en cada una de las
cuatro esquinas. El diseño era sencillo, pero la estrategia que había detrás
era inteligente. Un amplio foso separaba el castillo de las tierras que lo
rodeaban. Un largo puente de piedra se extendía a través del agua hasta el
castillo, el cual se alzaba inquietantemente a la luz del sol menguante. Le
recordaba al tipo de castillo que un niño podría intentar construir en la arena
de la playa de Brighton, pero este castillo no podía ser arrastrado por
ninguna ola. Si alguna parte de la estructura se derrumbara en un futuro
lejano, solo sería por el largo paso del tiempo.
—¿Qué piensas, Letty? —preguntó Gillian—. He estado aquí unas
cuantas veces. Parece bastante austero por fuera, pero por dentro es un
hogar apropiado.
Letty mantuvo su mirada en la estructura.
—Es ciertamente sobrecogedor —el carruaje atravesó el estrecho
puente para ingresar al patio. Los castillos como éste se habían construido
en la época de Edward III, la época regia de los castillos. Pero esa época,
como muchas otras, había desaparecido.
—Lo encontrarás muy agradable —dijo Gillian de nuevo—. La mayoría
de los castillos medievales fueron construidos estrictamente para la
fortificación militar. Sin embargo, cuando los antiguos Morrey mandaron
construir este castillo, intentaron armonizar la finalidad militar con la
perspectiva de que un lord y una dama vivieran cómodamente en su interior.
El patio no es de piedra, sino que está lleno de exuberantes jardines y una
fuente. Espero que lo encuentres tan hermoso como yo.
Letty estaba acostumbrada a una finca en expansión sobre colinas, un
lugar donde se sentía capaz de correr libremente. A pesar de las garantías de
Gillian, Chilgrave le parecía un lugar cerrado, una jaula de piedra. Se
estremeció al pensarlo.
El carruaje se detuvo, y una flota de lacayos salió a recibirlos cuando
los tres salieron del carruaje. Sacaron sus maletas y baúles y los llevaron al
interior. Letty vio cómo sus dos baúles pintados de azul oscuro eran
levantados entre un par de sirvientes y llevados fuera de la vista.
Toda mi vida guardada en dos baúles. Mis vestidos de seda
cuidadosamente doblados, mis joyas envueltas en bolsas de terciopelo. Mis
libros favoritos envueltos en tela y apilados cuidadosamente a un lado.
¿Tendrá mi pequeña vida un lugar aquí en esta vasta estructura gris?
—¡Bienvenidos! —Caroline Beaumont bajó una estrecha escalera para
recibirlos—. Confío en que el viaje no haya sido demasiado desagradable
—se apresuró a dirigirse primero a su hermanastra—. ¡Gillian! —y las dos
se abrazaron.
Gillian sonrió.
—¡Caro, es un placer verte!
—¿Cómo está mi sobrinito?
—Bien, bien. Gabriel está con su enfermera mientras nos quedamos
para la boda. Debes volver a Londres y verlo pronto.
—Lo haré. Es un pequeño encanto. Muy hermoso —Caroline suspiró de
manera soñadora. Luego se volvió hacia Letty, con su alegría todavía
evidente—. ¡Oh, Letty, estoy tan feliz de verte de nuevo! —la abrazó con el
mismo entusiasmo—. Parecéis bastante agotados. Imagino que hoy ha sido
un día agitado. ¿Por qué no entráis y os refrescáis para la cena? Luego
podéis ir directamente a la cama a descansar.
—Gracias, Caroline, eso nos gustaría. Letty y Gillian apenas han tenido
tiempo de comer en todo el día —James se rio—. De tanto comprar y hacer
los preparativos.
—Me lo imagino —Caroline estrujó las manos de Letty y señaló hacia
las escaleras—. Seguidme.
Caroline entrelazó su brazo con el de Letty, y la calidez del gesto
despertó a Letty de sus pensamientos sensibleros.
—Tenemos una encantadora habitación preparada para ti —dijo
Caroline.
Letty atravesó el portal que formaba la puerta principal del castillo y
subió la escalera de caracol por la que había bajado Caroline. Intensos
tapices colgaban de las paredes de piedra, haciendo que el castillo medieval
pareciera más cálido y acogedor.
—¿Dónde está Lord Morrey? —le preguntó a Caroline.
—Adam llegará en breve. Estaba en su alcoba, viendo algunas cosas. Él
y el ama de llaves se llenaron de polvo cuando estuvieron en los áticos esta
tarde.
Letty arrugó la nariz, confundida.
—¿Los áticos?
—Sí. Creo que estaba buscando la corona pequeña Morrey. Era de
nuestra bisabuela. La guardamos cuando ella murió. Es perfectamente
espléndida, y puede que quieras llevarla para la ceremonia de mañana.
A Letty le gustaba pensar que no se emocionaba por las joyas, pero la
idea de una corona le produjo un destello de emoción infantil que la hizo
sentirse extremadamente tonta. Tenía preocupaciones más graves que las
bonitas coronas de diamantes. Como el hecho de que un espía francés
probablemente la estaba buscando.
Entraron en un amplio vestíbulo. Las paredes de piedra habían sido
revestidas de madera y cubiertas con un costoso y precioso papel pintado de
color esmeralda. Molduras de corona pintadas en oro decoraban el techo,
bordeado por escenas griegas que habrían rivalizado con cualquier vajilla
Wedgewood. Entre los retratos de las antiguas damas Morrey con vestidos
sueltos, y los galantes hombres, con sus brillantes jubones, había altos
espejos forrados con vides cubiertas de oro. No se parecía en nada al
exterior del castillo. El interior tenía una atmósfera dorada y gloriosa, cada
habitación exudaba una cálida decadencia. Gillian tenía razón, era bastante
encantador.
—James, Gillian, tenéis la alcoba aquí —Caroline abrió una puerta y les
mostró un hermoso dormitorio con una colcha de color rojo oscuro y
cortinajes de brocado rojo—. Haré que un lacayo venga a buscaros aquí en
media hora para acompañaros a cenar.
—Gracias —dijo Gillian.
—Letty, tu habitación está al final del pasillo. Está en la torre oeste.
Tiene una vista preciosa. Una de las mejores habitaciones, de hecho.
La habitación en la que Letty iba a dormir tenía las paredes pintadas del
color de un cielo invernal. Frente a la cama, en la habitación circular, había
una librería empotrada en las paredes con paneles de madera. Los postes
blancos y naturales de la cama brillaban a la luz del fuego. Era grande para
ser una habitación tipo torre. La cama con dosel estaba hecha de madera de
abedul blanco, bruscamente tallada. Los nudos negros de la madera eran
como una docena de ojos mirándola desde las pálidas caras de los postes,
pero incluso eso era extrañamente hermoso. La colcha de la cama y las
cortinas de la misma eran de un color verde frío y brillante.
—¿Y bien? ¿Qué te parece? Adam pensó que te gustaría esta
habitación. Será tu habitación personal, incluso después de casarte.
Ante esto, Letty miró de frente a Caroline.
—¿No voy a compartir la habitación de mi marido?
Una voz profunda llegó desde la puerta.
—Ciertamente puedes…
Letty y Caroline se volvieron para ver a Lord Morrey, alto y apuesto,
con pantalones beis y chaleco bermellón. La luz del fuego jugaba con él
como lo haría una amante, acariciando sus rasgos e iluminando sus ojos
plateados y grises.
—Oh, Adam, ¿por qué no saludas a Letty? Tengo que bajar a las
cocinas —Caroline le dirigió a Letty una sonrisa cómplice antes de salir
apresuradamente del dormitorio.
Por un segundo, Letty vaciló al estar frente al hombre que, hacía menos
de veinticuatro horas, le había puesto un cuchillo en la garganta, la había
besado y se había comprometido con ella. El torbellino que era Adam
Beaumont la estaba mareando. Enderezó los hombros, reunió las fuerzas
que le quedaban tras el duro día que había tenido, y se encontró con su
mirada.
—Buenas noches, Lord Morrey —todavía se sentía nerviosa a su
alrededor, sobre todo pensando en aquel momento en la biblioteca y en
cómo el miedo y la excitación se habían mezclado en su presencia.
—Adam, por favor. No puedo permitir que me llames 'Lord Morrey',
aunque mañana me convierta en tu lord y amo —había una burla sensual en
sus palabras que frustró la réplica rebelde que voló a los labios de Letty.
—Adam —dijo en voz baja, y Adam entró en la habitación.
—¿Sí? —se acercó a ella, sus cuerpos estaban ahora a solo unos metros
de distancia.
—Me gusta esta habitación. Sin embargo, mi comprensión de las
relaciones maritales era que compartiríamos una habitación. Mis padres
compartían una habitación, al igual que James y Gillian, y eso era lo que yo
esperaba. Reconozco que no tengo una gran experiencia en la que basarme,
y que nos casaremos con bastante rapidez. ¿Cuál crees que debería ser
nuestro acuerdo?
—Tú, ¿cuál deseas que sea nuestro acuerdo? —replicó él con una pizca
de diversión.
Letty se mordió el labio inferior.
—Quiero… —ella cerró los puños en sus faldas mientras lo estudiaba, y
él se apoyó despreocupadamente en el marco de la puerta, impidiéndole la
salida. No era que ella estuviera segura de querer escapar.
—Dilo. Di lo que deseas. No debes temer decirme lo que necesitas.
¿Entiendes? —su tono juguetón había desaparecido y había vuelto esa
intensidad amenazante que la dejaba sin aliento. Su mirada la atrapó,
clavándola en su sitio.
Ella sintió que él le estaba diciendo algo más profundo, algo más
íntimo, pero aún no lo entendía del todo.
—Me gustaría compartir la cama con mi marido, contigo.
—Percibo cierta vacilación —dijo Adam mientras seguía mirándola a
los ojos. Él le recordaba a un gato que su madre tuvo una vez, una belleza
azul rusa con ojos verdes que podían mirar dentro del alma de uno. El gato
la miraría fijamente, sin pestañear, y ella había estado convencida de que el
felino podía leer todos sus pensamientos. Adam compartía ese mismo
rasgo.
—¿Te sorprende? Me das un poco de miedo. La forma en que sostenías
ese cuchillo, la forma en que me miras… Debes saber que nunca he estado
con un hombre de manera íntima. No tengo experiencia en esto. Por eso
dudo —bajó la voz cuando habló de la intimidad, aunque nadie podía oírla.
Por el momento estaban solos.
Los ojos grises de Adam la estudiaron, desvelando algo dentro de ella,
algo que le debilitó las rodillas, pero se mantuvo firme, incluso cuando su
mirada parecía quemarle la piel al recorrer su cuerpo. Él alzó la mano para
coger un rizo suelto que caía sobre su garganta. El susurro de sus dedos
contra su piel la mareó, y su sangre zumbó.
—Me esforzaré por que seamos amigos además de amantes —se inclinó
lo suficiente como para que ella inhalara su aroma, y su cuerpo zumbó con
una percepción femenina.
Amigos y amantes, no solo marido y mujer. Ella sabía que un
matrimonio podía tener un significado y una conexión profundos entre dos
personas, o podía ser un trozo de papel y unas palabras musitadas que unían
a dos almas infelices hasta que una de ellas moría.
—¿Me tienes miedo? —preguntó Adam mientras levantaba el rostro de
Letty hacia el suyo.
—No… No exactamente —dijo, sorprendida por la facilidad con la que
podía responderle cuando él hablaba con esa voz autoritaria. Era cierto. Ella
no le temía. Estaba nerviosa y más que un poco ansiosa, pero no tenía
miedo. Le preocupaba lo que supondría ser su esposa, especialmente en el
dormitorio. Había experimentado una gran variedad de emociones en el
último día, y había aceptado que la vida que había querido, la vida que
había planeado, no iba a suceder. Había anhelado el matrimonio, pero en
circunstancias muy diferentes.
Sin embargo, cuando estaba a solas con él, como ahora, él parecía
nublar sus pensamientos hasta que todo lo que podía pensar era que quería
que siguiera tocándola, cómo el peligro y la excitación de ese contacto la
hacían vibrar.
—Mi salvaje —suspiró Adam mientras le cogía la mejilla—. Te
mereces ramos de flores, cajas de dulces, regalos, así como pasión. No te he
dado nada de eso, pero algún día lo remediaré. Puedes tenerlo todo, el
caballero y el pícaro a tu disposición —le pasó el pulgar por el labio
inferior. Ella exhaló mientras se perdía en la contemplación de este hombre
precioso.
—¿El caballero y el pícaro? —preguntó ella.
Él esbozó una sonrisa voraz.
—Un hombre que puede darte dulzura cuando lo quieras —enhebró sus
dedos en el pelo de su nuca, tirando lo suficiente para que ella se sintiera
completamente en su poder—. Y la rudeza descarada de un pícaro cuando
la necesites.
Algo se agudizó en el interior de Letty, como un sentido que no sabía
que poseía. Eso aumentó todo lo relacionado con ese momento hasta que
sintió que algo palpitaba con fuerza entre sus muslos.
Adam no era un bruto, pero ella podía notar que cada centímetro de él
estaba lleno de poder, irradiando una fuerza pura y salvaje. Su rostro,
aunque casi depredador en su belleza, no carecía de dulzura. Al contemplar
a su león salvaje, supo que podía confiar en que la protegería en lugar de
devorarla. Él continuó sosteniendo su mirada, sin que ninguno de los dos
hablara. Sus pensamientos giraban en torno a imágenes oscuras y carnales,
y se preguntó si él estaría pensando lo mismo, dada la forma en que la
miraba con tanto calor. Entonces él parpadeó, rompiendo el hechizo, y ella
lanzó un suspiro trémulo.
—Deberíamos ir a cenar. ¿A menos que todavía necesites un momento?
—Yo . . . —ella apartó sus pensamientos de él y asintió—. Estoy lista
para bajar.
Él dio un paso atrás y le ofreció el brazo. Letty caminó con él hasta el
pasillo, recorriendo con las puntas de los dedos los paneles de madera de las
paredes.
Adam la llevó a otra escalera, esta vez de madera, no de piedra. En la
barandilla había leones agazapados rugiendo silenciosamente a los
transeúntes. Eran bellas bestias heráldicas, cuyas patas delanteras sostenían
escudos con un unicornio y un cardo escocés. Había evidencia del antiguo
linaje de los Morrey por todas partes.
El comedor era mucho más íntimo de lo que Letty había esperado. No
había una gran y áspera mesa medieval con una manada de perros lobo
junto al fuego, esperando carne cayendo de un plato trinchero. No, esta sala
era pequeña pero elegante.
—No es lo que esperabas, ¿verdad? —bromeó Adam.
—No… quiero decir, sí. Quiero decir… —ella bajó la cabeza,
demasiado avergonzada para decir lo que realmente había esperado. Seguía
pensando en el momento en que él la había cogido por el pelo y la había
mantenido cautiva, y pensó en su promesa de darle el caballero y el pícaro
cuando ella lo deseara. Letty tragó con fuerza e hizo lo posible por
concentrarse en su conversación.
—La mayor parte de los muebles antiguos llevan mucho tiempo
ausentes, y han sido sustituidos por estilos modernos. Hacemos todo lo
posible para mantener el castillo actualizado, incluso aquí en el campo —su
tono seguía siendo ligero, pero ella escuchó orgullo en sus palabras.
Tenía todo el derecho a estar orgulloso. La chimenea de mármol era
enorme y estaba exquisitamente tallada; la mesa era de una hermosa caoba;
y las paredes de color crema estaban acentuadas por un revestimiento
dorado. Las puertas de caoba para entrar y salir de la sala por ambos lados
contrastaban claramente con las paredes de color crema pálido. Las sillas de
terciopelo verde que rodeaban la mesa ofrecían un cómodo lugar de reposo,
en lugar de las duras sillas de respaldo alto sin cojines a las que estaba
acostumbrada en los típicos comedores de Londres.
Gillian, James y Caroline ya se habían reunido alrededor del fuego y
conversaban en voz baja.
—Ah, ahí estáis —dijo Caroline cuando entraron—. Nos
preguntábamos si os habíais perdido.
Letty sonrió a Caroline, contenta de ver que la hermana de Adam estaba
realmente feliz de que ella estuviera aquí.
—Bueno, ¿comemos antes de que nuestra cocinera se ponga demasiado
nerviosa? —preguntó Caroline.
Adam se rio mientras sentaba a Letty a su lado.
—La señora Oxley es muy particular en cuanto a no dejar que su
comida se enfríe.
—¿Es una cocinera muy buena? —Letty sabía que en algunas casas de
campo con familias que no recibían visitas muy a menudo y que celebraban
pocos festejos, las cocineras eran, en el mejor de los casos, indiferentes, ya
que a menudo tenían otras obligaciones además de preparar buenas
comidas.
—Bastante buena, en realidad, pero amenaza con renunciar cada
Navidad, así que prepárate para eso.
—¿Amenaza con renunciar?
—Sí, cree que se retirará y se irá a vivir con su hijo a Londres, pero
luego cambia de opinión en cuestión de días, normalmente en Nochebuena,
y vuelve a las cocinas, gritando órdenes. Es bastante divertido, una vez que
te familiarizas con ella. Al principio puede parecer irritable, pero nunca
encontrarás una cocinera mejor. No me importa lo que digan nuestros
amigos de Londres sobre sus elegantes cocineras de Francia. La señora
Oxley las supera a todos.
Adam le dedicó una sonrisa y a Letty se le revolvió el estómago de
emoción.
—Entonces, ¿hablamos de los planes de boda? —preguntó Gillian a la
mesa en general.
—Oh, sí —dijo Caroline. Las dos mujeres empezaron a hablar de la
boda de Letty como si ella no estuviera en la habitación.
Escuchó a Caroline y Gillian planear su vida. Podría haberlas
interrumpido, exigir que las cosas se hicieran como ella quería, pero estaba
cansada. Los últimos días le habían arrebatado las fuerzas. En este
momento, no se sentía capaz de ser ni remotamente activa en la
planificación de su boda.
—Letty, ¿qué te parece? —preguntó Adam, sacándola de los
pensamientos que daban vueltas en su cabeza. Intentó concentrarse en la
sopa frente a ella, la cual se había enfriado un poco.
—Lo que ellas decidan me parece bien.
—Es tu día —le recordó Adam—. Deberías aprovecharlo al máximo.
Él se encontró con su mirada y la sostuvo. Ella deseaba saber qué
pensamientos había detrás de esos ojos insondables y volubles. La mayoría
de los jóvenes que ella conocía eran muy fáciles de leer, fáciles de entender.
Hablaban de sus tierras, de sus caballos, de sus deportes favoritos o del
juego, y ocasionalmente —cuando creían que ella no podía oírlos, por
supuesto—, de sus amantes.
Pero Morrey —Adam—, no se parecía en nada a esos hombres.
Cualquier pensamiento que pasara por su mente sería serio, peligroso y,
muy probablemente, fascinante. Había tenido razón sobre ella: se sentía
atraída por él y excitada por las sensuales promesas que le hacía. El hombre
era claramente conocedor de todo tipo de pecados carnales, y ella iba a estar
casada con este lobo al acecho que probablemente podría devorar a
cualquier doncella que le gustara cuando le apeteciera. Sin embargo, ese
pensamiento no la asustó. Todo lo contrario, de hecho, solo si ella era la
doncella que iba a ser devorada.
—Letty, sé que has pensado en esto —James miró a Morrey con una
sonrisa suave y fraternal—. Ha estado planeando esto desde que era una
niña. Solía casar a sus muñecas.
—¡James! —siseó Letty mortificada, con la sonrisa apagada y la sangre
hirviendo.
—Bueno, es cierto… —empezó James, pero, de repente, hizo un gesto
de dolor y miró por debajo de la mesa. Gillian lo fulminó con la mirada, y
Letty sospechó que su mujer le había dado una patada en la espinilla,
aunque no lo suficientemente fuerte, en su opinión.
Morrey volvió a capturar la mirada de Letty. Cuando él se llevó la copa
de vino a los labios, le sonrió, pero esa sonrisa no era una expresión dulce.
Era tentadora, seductora, íntima, como si estuvieran juntos en algún secreto
privado.
—James y Adam tienen razón —dijo Gillian—. Letty, debes decirnos lo
que deseas. Empecemos por las flores. Chilgrave tiene un precioso
invernadero.
—Oh, bueno, me gustan las orquídeas —admitió ella, sabiendo que las
orquídeas eran raras y también bastante escandalosas, dada la forma en que
se asemejaban a ciertas partes del cuerpo de una mujer, pero no podía negar
que le gustaban.
—Orquídeas… Bueno, eso es poco ortodoxo —dijo Caroline—. Pero
estamos celebrando una pequeña boda en el campo, así que quizás esté bien
hacer lo que deseamos.
—Si mi novia desea orquídeas, entonces mi novia las tendrá —dijo
Morrey, y Letty no pasó por alto el tono posesivo con el que dijo “mi
novia”.
Esto realmente no se parecía en nada a lo que ella había imaginado que
sería su boda. De niña, había imaginado una gran multitud, cientos de flores
junto al altar y un joven apuesto con ojos risueños y una cálida sonrisa
esperando que ella se acercara a él. No había imaginado a un hombre
moreno, serio y enigmático cuyos besos podían borrar todo pensamiento
racional.
—Serán orquídeas —dijo Caroline—. ¿Supongo que has traído tu ajuar?
—Sí —dijo Letty. Su modista londinense, Madame Ella, había obrado
un verdadero milagro en un solo día.
Letty se relajó un poco más ahora que sentía que iba a ser incluida en la
planificación de la boda. Sin embargo, no podía apartar su mente de
Morrey, ni de su seductora mirada. Él la observó durante toda la comida y,
cuando ésta terminó, estuvo allí para acompañarla a su dormitorio. Pronto
se quedaron solos en el pasillo, justo fuera de su dormitorio.
—Gracias, Lord Morrey.
—Realmente debes empezar a llamarme Adam. Y lo que es más
importante, debes aprender a defenderte —le levantó la barbilla para que lo
mirara—. Sé que hay fuego en ti. Lo veo en esos encantadores e inocentes
ojos. Debes dejar que ese fuego arda. No dejes que se apague. No deseo una
esposa mansa y sumisa. Quiero a la mujer que conocí en el baile de
Allerton. Aquella noche te enfrentaste al peligro sin miedo —cuando ella
abrió la boca para protestar, él continuó—. Fuiste mi igual. Nunca dejes de
ser esa versión de ti misma.
Lo miró, desconcertada. Él quería que ella fuera… ¿qué? No estaba
muy segura. Se mordió el labio, y habría desviado la mirada de no ser por el
hechizo de su mirada.
—Lord Mor… Adam, me temo que no lo entiendo.
—Lo entenderás —recorrió la unión de sus labios con el pulgar y se
inclinó para susurrar—: Soñaré con besarte esta noche.
Dio un paso atrás y pareció desaparecer en la sombra del pasillo.
Ella también soñaría con él besándola, y eso la dejó mucho más
confundida.
CAPÍTULO 5

A dam se levantó antes del amanecer, paseándose por su


habitación mucho antes de que llegara su ayuda de cámara para
vestirlo. Hizo lo posible por controlar sus pensamientos,
preguntándose cómo debía proceder, no solo con una nueva esposa, sino
también con una virgen. La trayectoria carnal de sus pensamientos se desvió
rápidamente hacia los de la seguridad general de Letty y si las medidas que
él mismo había tomado serían suficientes. Sabía lo fácil que era degollar a
un hombre en la oscuridad, o cómo una sombra podía colarse en un lugar
que no le correspondía si no se tenía cuidado.
Un golpe en su puerta detuvo sus pasos.
—Adelante, Helms.
Su ayuda de cámara entró. Los dos hablaron un poco, y Helms bromeó
con él sobre la boda. El hombre era un regalo del cielo, gracioso y alegre
cuando Adam se ponía demasiado serio. Siempre parecía saber cuándo el
estado de ánimo de Adam necesitaba un empujón.
Helms pasó un cepillo por los hombros de Adam, quitando partículas
imaginarias de polvo.
—Listo, milord. Tiene un gran aspecto hoy.
—Supongo que hoy no avergonzaré a la Casa Morrey —musitó, y
Helms esbozó una sonrisa.
—Ciertamente no. Si usted deseara comparar quién luce mejor, apuesto
a que usted podría disputar un asalto o dos contra sus antepasados en la
galería de retratos y seguro ganaría.
Adam se rio. Los retratos de la galería siempre habían sido una fuente
de bromas entre ellos. Helms insistía mucho en que Adam se vistiera a la
moda, mientras que Adam procuraba vestirse de forma conservadora para
no llamar la atención. Más de una vez Helms le había recordado que sus
antepasados habían adoptado los estilos más atrevidos en materia de moda.
Una vez ataviado adecuadamente con su ropa de boda, cogió la caja
negra que había sacado de un baúl en el ático. En su interior había una
preciosa y pequeña corona tachonada de zafiros y diamantes. Abrió la caja
para contemplar de nuevo el glorioso objeto.
La última mujer que lo había llevado había sido su bisabuela. Su abuela
y su madre no se habían atrevido a llevarlo. Una vieja leyenda familiar
decía que cualquier mujer que llevara la corona debía ser lo suficientemente
valiente como para morir por amor.
Poco después de casarse y de ponérsela por primera vez, su bisabuela
había salvado a su bisabuelo de un incendio mortal en un establo. Como
resultado, la madre y la abuela de Adam habían sido demasiado
supersticiosas para llevar la corona, no queriendo tentar al destino. Así que
la corona había permanecido en un baúl acumulando polvo, hasta ahora.
Pero, sabiendo que Letty ya se había enfrentado a la muerte una vez con él,
Adam sintió que ella podía usarla sin miedo. Él no permitiría que le pasara
nada.
Con la caja en la mano, entró en el vestíbulo y se la confió a una criada
para que se la entregara a su futura esposa.
James salió al pasillo justo cuando la criada pasaba por allí. Se acercó a
darle una palmada en la espalda a Adam.
—Ah, ahí estás. ¿Te sientes aprensivo? —bromeó.
—No exactamente. Solo preocupado.
James frunció ligeramente el ceño.
—No por mi hermana, espero —se colocó al lado de Adam mientras
caminaban por el pasillo hacia las escaleras.
—No, no por ella, no tengo dudas, aparte de la preocupación por su
seguridad. Los espías suelen aparecer en cada esquina, y lo último que
quiero es que alguien dispare a mi mujer en las escaleras de la iglesia.
James se llevó las manos a la espalda y las juntó mientras seguían su
camino. No tardaron en llegar a la portería y esperaron a que los mozos de
cuadra acercaran los caballos para poder cabalgar hasta la capilla.
—Métela rápidamente en el carruaje. Supongo que es lo único que
podemos hacer. Entiendo tu preocupación, pero si la envuelves en mantas y
no la dejas hacer nada, perderá la alegría de vivir y tú también. Tendrás que
encontrar un equilibrio entre protección y libertad.
—Es más fácil decirlo que hacerlo.
Él y James cabalgaron hasta la pequeña capilla que colindaba con su
finca para ocuparse de los detalles de última hora de la ceremonia. Una
docena de lacayos ya habían llegado y estaban colocando jarrones de
orquídeas alrededor del altar. Había ramos de flores adornando cada banco.
Su personal había hecho un trabajo encomiable en muy poco tiempo.
Esto no era un acuerdo temporal. Esto sería permanente. Él podía decir
que se casaba por su país, e incluso había considerado formas de escapar
una vez que el peligro hubiera pasado, por el bien de Letty.
Se podía comprar a un vicario, firmar incorrectamente y conseguir una
anulación unos meses después, siempre que el matrimonio no se hubiera
consumado. Él cargaría con el peso de cualquier escándalo, y Letty sería
libre de continuar su vida como antes.
Pero la verdad era que él quería a Letty, y su lealtad a su país solo le
había dado una excusa para reclamar por fin lo que deseaba. Solo esperaba
que ella sintiera lo mismo por él. Todo en sus momentos privados juntos
parecía indicarlo.
El vicario se reunió con ellos justo en la entrada.
—Bienvenido, milord.
Adam estrechó la mano del anciano.
—Todo parece estar bien.
Los ojos con gafas del vicario centellearon.
—Sus sirvientes se han esmerado en la decoración de la casa de Dios.
Creo que le gustará a su novia.
El exótico aroma floral de las orquídeas llenaba la habitación. Le hizo
pensar en Letty.
—Ciertamente, espero que así sea.
—Le encantará —prometió James—. Ella adora las flores, pero no de la
forma en que lo hacen la mayoría de las mujeres. Ella realmente disfruta de
su cultivo. Siempre estaba en nuestro invernadero, reuniéndose con nuestro
jardinero para hablar de herbología y flores.
—Es bueno saberlo. A mí también me gusta cultivar cosas. Me
aseguraré de llevarla al invernadero —Adam se complacería en mostrarle
todas las plantas y flores raras que cultivaba—. James… ¿podrías
acompañarme como mi padrino? Todavía no había pensado en elegir uno.
James se rio.
—Sería un honor. Pero no soy soltero. ¿No es ése uno de los requisitos
tradicionales?
—Supongo que lo es, pero no tengo especialmente ganas de perseguir a
un soltero en este momento. Supongo que al vicario no le importará.
Adam y James ayudaron a colocar los últimos jarrones de orquídeas
antes de oír la llegada de los invitados.
—¿Estás listo? —bromeó James, a pesar de la seriedad de la pregunta.
—Supongo que sí. Es bastante extraño pensar que dentro de poco voy a
estar encadenado a un matrimonio. No me estoy quejando. Simplemente no
había pensado que alguna vez lo haría —había renunciado a ese futuro dos
años atrás cuando se había comprometido con este peligroso camino. Pero
ahora estaba en el altar, dispuesto a jurar su corazón, su cuerpo y su alma a
una joven que apenas conocía para protegerla.
Debo tener fe en que esta es la elección correcta.

L ETTY ESTABA DE PIE , INMÓVIL , CON EL CORAZÓN LATIENDO


rápidamente, mientras Caroline sacaba la corona Morrey de su caja. Inclinó
un poco la cabeza para permitirles acomodar la reluciente diadema en su
cabello artísticamente peinado. Gillian, quien estaba al lado de Caroline,
soltó un pequeño jadeo.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Letty con súbito pánico.
—Nada. Estás absolutamente preciosa, Letty. Ven a ver —Gillian
señaló el alto espejo en la esquina de la habitación.
Caroline le sonrió brillantemente.
—Tiene razón. Ve a mirar.
Letty se acercó al espejo y vio a una desconocida. La mujer llevaba un
vestido azul pálido de tiro alto con un corpiño adornado delicadamente con
cuentas y una falda larga y fluida cubierta con una malla plateada
transparente, tachonada con cientos de perlas diminutas. Dos guantes
blancos llegaban hasta los codos de la desconocida, y una brillante corona
brillaba sobre su cabeza. Tenía un aspecto regio, como una princesa de
alguna corte de hadas.
No parecía ella misma.
Gillian apoyó las manos sobre los hombros de Letty.
—¿Estás bien?
—Me siento muy extraña. No soy yo misma.
—Eso es de esperar —dijo Gillian—. El matrimonio es la unión de dos
almas y dos cuerpos. Es natural sentirse desplazada. Pero volverás a
encontrarte a ti misma. Aférrate a lo que eres y no te perderás.
—¿Tú te perdiste? —le preguntó a Gillian.
La mirada de Gillian era suave y reflexiva mientras volvía a estrujar
suavemente los ojos de Letty.
—No como tal, pero la sensación de casi perderme estuvo ahí. Si tu
hermano no hubiera sido tan firme en su amor por mí y en no querer
cambiarme, fácilmente podría haberme ahogado por mis propias dudas y
convertirme en algo que no era.
—No debemos demorarnos demasiado —intervino Caroline con
suavidad—. Los invitados habrán llegado y el vicario estará esperando.
—Pero… —Letty se sonrojó—. Ni siquiera tuve la oportunidad de
hablar con mi madre antes de que falleciera. No sé qué… qué esperar esta
noche.
Caroline y Gillian intercambiaron miradas.
—Deberíamos esperar hasta después del desayuno nupcial para hablar
de esto —dijo Gillian—. Ya tienes suficientes motivos para preocuparte con
la ceremonia.
—¿Tengo una razón para preocuparme? No, por favor. Debes decírmelo
ahora. No puedo esperar tanto —necesitaba tener una idea de lo que le
esperaba esta noche con Lord Morrey. Sus breves pero increíbles besos la
habían dejado demasiado ansiosa.
—Te lo contaremos en el coche —dijo firmemente Caroline mientras
sacaba a Letty de la habitación.
La mañana era fresca, y Letty agradeció ver un carruaje cerrado
esperándolas cuando llegaron a la puerta. Antes de que tuviera la
oportunidad de saborear sus últimos momentos en Chilgrave como mujer
soltera, la metieron en el carruaje y la llevaron a la capilla.
Sus acompañantes intentaron evitar su mirada mientras hablaban de las
flores que habían enviado a la capilla con los lacayos esa misma mañana.
Sin embargo, Letty no se dejó disuadir y agradeció la privacidad del
carruaje para poder hablar libremente con las otras dos mujeres sin
preocuparse de que alguien pudiera escucharlas.
—Ahora, contadme.
La cara de Caroline enrojeció.
—Empieza tú, Gilly. Yo no debería saber nada de esto.
—Está bien —Gillian cubrió la mano de su hermanastra con la suya,
estrujándola de manera reconfortante. Letty se dio cuenta de que algo debía
haberle ocurrido a Caroline, pero nunca había dicho una palabra de lo que
podría ser. Gillian parecía conocer el secreto, pero al fin y al cabo eran
hermanas. Era natural que compartieran esas cosas. En comparación, Letty
era prácticamente una desconocida para Caroline.
—Bien, bueno, sabes que el miembro de un hombre es… bueno… —
ahora, la cara de Gillian estaba roja también.
—He visto estatuas —le aseguró Letty.
—Sí, bueno, el miembro de un hombre no es tan pequeño cuando está
interesado en una mujer. Al hacer el amor, aumenta de tamaño y se
endurece como el asta de una flecha. Solo que… bueno, mucho más ancho,
por supuesto.
Letty respiró al pensar en ello. Eso era un poco aterrador.
—Y entonces, verás, después de una cierta preparación, una mujer es
capaz de recibir esa asta en su cuerpo. Algunos hombres empujan solo una
o dos veces, pero por lo general se necesita más para lograr la satisfacción.
Letty palideció. Aquello sonaba terriblemente espantoso.
—Lo que ella quiere decir —añadió Caroline—, es que hay un ritmo
que un hombre y una mujer pueden encontrar juntos si lo intentan. Al
principio puede doler un poco. Algunas mujeres experimentan muy poco
dolor, pero otras… Puede ser un poco más, pero desaparece. Pídele que se
quede quieto hasta que el ardor entre tus muslos desaparezca. Pero con un
poco de práctica, nuestros cuerpos pueden estirarse para acomodarlos
dentro de nosotras. Puede que te duela la primera vez, pero es normal. Si
sientes que te pones ansiosa, bésalo. Eso es muy importante. Tienes que
concentrarte en lo que sientes al estar con él, al besarlo y acariciarlo. Solo
así podrás calmarte esa primera vez y asegurar tu placer.
Dejando a un lado las preocupaciones por el dolor, se centró en lo que
consideraba más importante.
—¿Cómo es el placer? —había oído algo sobre cómo podía ser la
exquisita potencia de ese último momento de pasión entre un hombre y una
mujer. Pero no veía cómo un cuerpo podía sentir la profundidad de lo que
había oído describir en aquellos susurros entre risitas.
—Tu cuerpo se siente fuera de control, y las sensaciones . . . Es difícil
de explicar, pero no te asustes por ello —dijo Caroline—. Pensé que podría
morir la primera vez que lo sentí.
—Pero no te dejes engañar por eso —añadió Gillian—. Acéptalo,
aunque te asuste.
Letty recordaba con demasiada claridad cómo Lord Morrey había
hablado de su próxima unión y la forma en que ella había respondido a él,
cómo su ligero temor a él había desempeñado algún papel en su excitación.
Sin duda, él sabía exactamente qué hacer con ella esta noche. Ese
pensamiento la tranquilizó. También la preocupó.
—Si tienes miedo, siempre puedes beber un poco de brandy caliente
justo antes —sugirió Caroline—. Eso calma los nervios.
Letty asimiló todo esto, más desconcertada que antes en cuanto a lo que
debía esperar. Sin embargo, sabía una cosa con certeza: esta noche bebería
esa copa de brandy.
Cuando el carruaje se detuvo frente a la pequeña iglesia, un lacayo
ayudó a Gillian y a Caroline a salir primero, y luego a Letty. Las otras dos
mujeres compartirían hoy el papel de damas de honor. Una de ellas le
entregó un pequeño ramo de lirios y rosas blancas, mientras la otra alisaba
el velo. El velo había sido sujetado a las puntas de la corona y caía por
detrás de ella. El encaje era transparente, casi tan finamente hilado como
una telaraña.
—Ya está —dijo Caroline—. Estás lista —las dos mujeres pasaron por
delante de Letty hacia la iglesia y sus asientos.
Ella se quedó sola al final del pasillo, mirando fijamente hacia el altar
donde estaban Lord Morrey y su hermano. Pensó por un instante en el
embarazoso secreto que James había compartido el otro día, en cómo solía
casar a sus muñecas cuando era niña. Pero para ella nunca se había tratado
de que una mujer se convirtiera en posesión de un hombre o que atara su
identidad a un hombre. Se trataba de encontrar un compañero, una pareja
con la que pudiera compartir sus sueños secretos y sus pensamientos más
íntimos. La persona con la que tendría hijos y los criarían juntos. Una
persona que le perteneciera tanto como ella a él.
Y ahora había llegado el momento de vivir la primera parte de su sueño.
El matrimonio comenzaba el día de la boda; éste era el principio. Ahora iba
a casarse con un hombre que le había prometido ser lo que siempre había
esperado en un marido, un hombre que viera a la verdadera Letty.
Sé que hay fuego en ti.
Letty inhaló lentamente, observando a Lord Morrey, quien también la
observaba a ella. Lucía una figura muy atractiva con su abrigo azul oscuro y
su chaleco dorado con bombachos blancos. Los lirios y las orquídeas
silvestres que lo rodeaban le recordaron cómo él había insistido en que ella
tendría lo que deseara para su boda. Eso decía mucho de la clase de hombre
que era.
Este hombre sería su marido si ella era lo suficientemente valiente como
para dar un salto de fe, y ese salto comenzó con el más pequeño de los
pasos hacia el altar.
Solo un paso.
El paso que dio fue casi medio paso, inseguro y vacilante, pero el
siguiente fue más fuerte. Cuando llegó al altar y levantó la cara para mirar a
Adam, estaba segura de su decisión.
Su mirada buscó la de ella, como si percibiera la batalla que ella había
librado a la entrada de la iglesia. Le sonrió tímidamente, y el solemne y
serio Lord Morrey le guiñó un ojo de repente.
El vicario se aclaró la garganta y comenzó el servicio. Letty fue más
consciente que nunca de la mano de Lord Morrey tocando la suya mientras
pronunciaban sus votos y cuando él deslizó el anillo en su dedo, el cual
hacía juego con la corona que descansaba sobre su cabeza. La incomoda
sensación de tener todos los ojos de los invitados sobre ella se desvaneció
un poco al concentrarse en la singular sensación de Morrey tocándola. En
ningún momento sintió que su atención estuviera en otro lugar que no fuera
ella, lo que le proporcionó una encantadora clase de magia romántica que
no había esperado, al menos no tan pronto. Hizo que el peso de sus votos
fuera mucho más fuerte y significativo.
—Que nadie separe lo que Dios ha unido —continuó el vicario.
Letty pensó en este enigma de hombre que pronto compartiría con ella
los misterios de la alcoba. Un espía, un hombre peligroso, un hombre que
parecía entender más sobre ella que ella misma. Y ahora era su marido.
La ceremonia terminó, y Morrey la rodeó con su brazo. El posesivo
gesto marital fue extrañamente reconfortante. Al principio, Letty mantuvo
las distancias y solo sus brazos se rozaron mientras asimilaba el hecho de
haberse casado tan repentinamente. Pero cuando la multitud de amigos se
acercó a ellos, se inclinó más hacia Morrey, confiando en su fuerza mientras
se enfrentaban a todos los que se habían reunido en la entrada de la iglesia
para hablar con ellos.
—¡Felicidades! —Audrey St. Laurent le besó la mejilla y le susurró más
suavemente—: Recuerda que tú tienes el control. No dejes que tu marido
piense que está al mando —le guiñó un ojo a Letty, quien solo pudo mirarla
fijamente.
¿Estar a cargo de Lord Morrey? Simplemente no era posible. Ese
hombre estaba fuera de su alcance cuando se trataba de control.
Se abrieron paso entre la pequeña multitud y se dirigieron al carruaje
Morrey que esperaba fuera. Morrey abrió la puerta y la cogió por la cintura,
levantándola. La multitud detrás de ellos vitoreó y algunos miembros de la
Liga de Pícaros lanzaron comentarios sugerentes sobre dónde debería haber
puesto las manos Morrey.
—¡Silencio! —ladró agudamente James, lo cual solo dio lugar a más
silbidos y risas animadas.
Una vez dentro del carruaje, se sentaron uno frente al otro, ambos
asombrados de haber seguido adelante con el matrimonio relámpago. Letty
aún podía sentir el calor y la suave presión de las manos de él en su cintura,
aunque ya no la tocaba. Morrey le tendió una mano cuando el carruaje se
puso en marcha. Letty miró la mano que le ofrecía y su timidez volvió.
Luego, con una respiración tranquila, aceptó su mano, sin saber qué era lo
que él deseaba.
—Ven a sentarte a mi lado —tiró suavemente de ella y Letty accedió. Se
pegó a su costado mientras él le rodeaba el hombro con un brazo,
sintiéndose muy cálido. Las manos enguantadas de Letty giraron
ansiosamente sobre su capa antes de que buscara vacilantemente la otra
mano de Adam, la cual descansaba sobre su muslo. Él giró la palma hacia
arriba y sus dedos se cerraron alrededor de los de ella, cálidos, suaves y
firmes. Su respiración trémula se calmó al sentirse arropada por la
seguridad de ese hombre a su lado.
Permanecieron en silencio durante la mayor parte del trayecto de
regreso a Chilgrave. Deseó tener la capacidad de saber lo que él estaba
pensando. Cuanto más lo miraba, más parecía darse cuenta de su atención.
—¿Estás bien?
Ella asintió, sin dejar de mirarlo.
—¿Qué pasa?
—Yo… es muy tonto —dijo, y apartó el rostro. Pero él le cogió la
barbilla y la volvió hacia él.
—Cuéntame —su voz era autoritaria, pero más suave que severa.
—Es… bueno… Deseo saber en qué estás pensando —esperaba que se
riera de ella por una idea tan tonta.
—¿Deseas conocer mis pensamientos?
Ella asintió.
Él pareció confundido por un momento, y luego su expresión se
convirtió en una de diversión.
—Por el momento son bastantes. Me preocupa que la señora Oxley no
haya tenido tiempo de preparar el desayuno nupcial. Estoy pensando en que
debo reunirme con el administrador de mi finca esta tarde, y me preocupa
Lady Edwards, así como los demás hombres y mujeres que trabajan a mi
lado en Londres. Y por último, pero no menos importante, estoy pensando
en ti —le rozó la mejilla con las puntas de los dedos enguantados.
—¿En mí? —Letty sintió aún más curiosidad y un poco de ansiedad por
saber cuáles eran esos pensamientos.
—Sí. Ahora tengo una esposa. A partir de ahora, tú tendrás prioridad en
mi mente. Estoy ocupado con pensamientos de cuidar de ti, de protegerte,
especialmente de cualquier peligro que pueda resultar del grave error que
cometí en el baile de Lady Allerton.
Ante esto, Letty apoyó una mano en su rodilla, silenciándolo
brevemente.
—He estado pensando en eso. Al principio me sorprendió encontrarme
en un matrimonio forzado, pero si no hubieras venido a por mí, bueno,
quienquiera que hubiera disparado esa pistola habría conseguido su objetivo
de silenciar a Lady Edwards, y probablemente también a mí. Así que, como
ves, si no hubieras hecho lo que hiciste, estaría muerta en lugar de casada, y
prefiero infinitamente más el matrimonio que estar muerta.
Al oír esto, Morrey —Adam, se recordó a sí misma—, se rio.
—¿El matrimonio para mí es preferible a la muerte? Gracias al cielo por
eso.
Letty, envalentonada por la risa de Adam, le dio un codazo en las
costillas. Tuvo el repentino impulso de bordar esas palabras en un pañuelo
para él. Le encantaba burlarse y recibir burlas. Esperaba que, con el tiempo,
descubriera que Adam también tenía un lado burlón.
—Sabes muy bien lo que quiero decir. También sabes que te
encuentro… —se detuvo.
La lujuria oscureció los ojos de Adam.
—¿Sí? ¿Cómo me encuentras?
—Yo. . . Te encuentro muy apuesto. Muy encantador. Y más que un
poco intimidante… —cada vez que hablaba, él se acercaba más, y ella
retrocedía instintivamente hacia la esquina del carruaje, hasta que él la
enjauló con su cuerpo. Lo hizo con tanta sutileza, pero con un propósito tan
claro, que ella se maravilló de cómo la había dirigido con tanta facilidad
para que se moviera hacia donde él deseaba sin siquiera tocarla. Su nueva y
sensual posición de depredador y presa hizo que su sangre zumbara en una
excitación febril.
—¿Quieres saber cómo te encuentro? —le preguntó él, ahora con la voz
más baja. Su risa había sido sustituida por un tono de seducción sedoso que
no le dejaba ninguna duda sobre lo que él pensaba decir, al menos en
términos generales—. Te encuentro dulce, inocente y me encanta cómo te
sonrojas cuando te toco. Sin embargo, veo ese hambre carnal en tus ojos y
me pierdo en pensamientos de todas las cosas perversas que deseo hacerte
—le levantó la cabeza y él se inclinó hasta que sus bocas estuvieron a
escasos centímetros—. Anoche soñé contigo, tal y como dije que haría —su
voz se convirtió en un susurro contra su piel, y la boca de Letty se secó
cuando su bajo vientre comenzó a llenarse de un fuerte calor.
Con un movimiento fluido, la atrajo hacia su regazo para que se sentara
sobre sus muslos, y sus manos exploraron la parte baja de su espalda, con el
calor de sus palmas calentándola a través de la tela de su vestido de novia.
Se estremeció al sentirse tan estrechamente sostenida entre sus brazos. Sus
bocas estaban a escasos centímetros, y solo cuando Letty cerró los ojos, sus
labios se acercaron a los de ella. Su beso fue persuasivo, seductor, mientras
la atraía más profundamente bajo su sensual hechizo. Su lengua rozó el
borde de sus labios y ella se abrió a él con vacilación.
—Eso es, amor, ábrete a mí —susurró él contra su boca. Sonaba tan
pecaminoso. Tan erótico. Ella se acercó más, y sus brazos la rodearon con
fuerza. Se sentía atrapada y le encantaba la emoción. Audrey podría haberle
aconsejado que controlara a su marido, pero a Letty le gustaba que Adam
tuviera el control. Al menos en esto. Se sentía segura, incluso con la pizca
de miedo que la acompañaba. Era lo que hacía a este hombre
imposiblemente seductor—. Tienes un sabor dulce. Tan dulce como es
posible —dijo antes de besarla de nuevo.
Se arqueó hacia él cuando sus manos comenzaron a recorrer su cuerpo.
Quería que la tocara por todas partes. Al retorcerse en su regazo, sintió algo
duro bajo su trasero.
—Tranquila, cariño —dijo, y se rio mientras le besaba la garganta—.
Me vas a matar.
—¿Te he hecho daño?
—Al contrario. De hecho, creo que deberías… —el carruaje se detuvo,
y Adam maldijo en voz baja—. Maldito desayuno de bodas.
—¿No podríamos simplemente decirle al cochero que conduzca un poco
más?
Ante esto, su marido se rio. Ella amó el sonido. Para un hombre tan
serio, ese simple sonido lo cambió por completo.
—Oh, cariño —dijo él de nuevo, con la palabra cariño brotando
fácilmente de sus labios—. Estoy muy tentado de hacer eso, pero ya hemos
causado suficiente escándalo. Además, cuando reclame tu cuerpo, prefiero
no precipitarme. Y una vez que entiendas por qué, agradecerás que haya
ejercido cierta moderación en este momento.
La dejó suavemente en el asiento a su lado y se alisaron la ropa.
—Menos mal que no te he despeinado —dijo al abrir la puerta. Un
lacayo nervioso la ayudó a bajar. El joven debía tener claro lo que había
ocurrido dentro, y por eso no se había atrevido a abrir la puerta.
Adam y Letty entraron ahora en su casa por primera vez como marido y
mujer. Ella había esperado sentirse de repente al mando de Chilgrave, pero
no sentía que nada hubiera cambiado en su interior. Seguía sintiéndose
como una invitada a la que se le pediría que recogiera su maleta y se
marchara. Pero eso no iba a suceder. Estaba aquí para quedarse. Este era su
nuevo hogar. Ella y Adam tuvieron unos momentos para recuperarse en un
salón contiguo, donde ella se apresuró a dar un sorbo a una copa de
champán antes de entrar en el comedor para recibir a sus invitados.
El hermoso comedor estaba decorado con lirios y orquídeas, dando la
sensación de un jardín. La mesa estaba cargada con una docena de
pequeños pasteles de novia, y el aroma de las naranjas llenaba el aire. La
señora Oxley se había superado a sí misma, ofreciendo una gran cantidad de
otros platos para los invitados y champán servido en finas copas.
—Cielos —susurró Letty al ver el festín.
Adam sonrió con cariño.
—Aunque puede ser gruñona, a la señora Oxley le encantan las bodas.
Solo puedo imaginar lo emocionada que estaba por ser finalmente la
cocinera principal en una. Normalmente se ofrece como voluntaria para
cocinar para los aldeanos de los alrededores cuando se celebran bodas allí.
—Eso es encantador —le alegró saber que los sirvientes de su nuevo
hogar eran muy atentos y amables.
Adam cogió uno de los pasteles de novia y cortó un trocito. Lo sostuvo
con la punta de los dedos.
—No quisiera que te perdieras esto —el gesto íntimo hizo que un ligero
calor ardiera en su vientre mientras él colocaba un pequeño bocado de
pastel entre sus labios.
—Está bastante bueno —dijo mientras tragaba el azucarado bocado—.
Tú también deberías comer un poco —intentó alcanzar el pastel, pero el
sonido de la llegada de los invitados la detuvo. Adam le ofreció una suave
sonrisa al ver su decepción.
—Tendremos mucho tiempo para eso más tarde —se reunieron con sus
invitados, y ella hizo todo lo posible por aceptar su nuevo papel como
Condesa de Morrey. Como esposa de Adam.
Ella y Adam se separaron para saludar mejor a los invitados. No dejó de
lanzarle miradas furtivas cada pocos minutos, y se sintió encantada y un
poco sorprendida al ver que él la observaba con el mismo interés.
En un momento dado, Adam se vio rodeado por un grupo de hombres
altos y elegantes. Letty sabía que eran la Liga de los Pícaros, y soltó una
risita al verlo. Lo que fuera que los hombres le estuvieran diciendo debió de
haberle impactado hasta la médula. De repente, pareció que había perdido el
equilibrio y se pasó una mano por el pelo, musitando una respuesta al grupo
que los hizo estallar en carcajadas.
Audrey y Gillian estaban ahora de pie junto a Letty.
—¿De qué demonios creéis que están hablando?
—Me temo que no lo sé —respondió Gillian al darse cuenta de que su
marido estaba entre ellos.
Audrey suspiró decepcionada.
—Da mucha rabia que una no pueda simplemente transformarse en una
planta en maceta para poder estar cerca y escuchar sin ser observada.
Gillian, quien había estado bebiendo una copa, y Letty, que había estado
a punto de dar otro bocado a la tarta de novia, la miraron fijamente antes de
que ambas se echaran a reír. El trozo de pastel del tenedor de Letty cayó a la
alfombra entre sus zapatillas de casa.
Gillian presionó dos dedos enguantados contra su nariz y pareció a
punto de estornudar.
—Cielos, se me ha metido algo de champán en la nariz.
—Y ahora he estropeado la alfombra. La pobre señora Hadaway tendrá
que limpiarla.
Cuando todos los invitados se marcharon, solo Caroline se quedó con
ellos en el comedor. Incluso James y Gillian habían tenido que volver con el
pequeño Gabriel.
—Letty, ¿quieres descansar un poco? Seguro que a ti también te vendría
bien comer y beber un poco. Apenas has tenido un momento para respirar, y
mucho menos para comer —observó Caroline—. ¿Qué dices? Puedo decirle
a la señora Oxley que te envíe una bandeja a su habitación.
Sonaba celestial, pero Letty intentó llamar la atención de Adam,
preguntándose qué preferiría. Eran las tres y media de la tarde, y recordó
que él había mencionado que necesitaba reunirse con su administrador.
—Milord… Adam —se corrigió—. ¿Todavía tienes la intención de
reunirte con tu administrador hoy?
Su marido suspiró.
—Me temo que sí. Ahora que voy a vivir en Chilgrave en un futuro
previsible, hay que hacer algunos cambios en la finca.
—¿Debería ir contigo? —sugirió Letty. Deseaba formar parte de su vida
y, especialmente, participar como nueva señora de Chilgrave. No todos los
hombres permitían a sus esposas entrar en el santuario de la administración
de la finca, y ella esperaba que Adam no fuera uno de ellos.
—Pareces cansada. Descansa hoy, pero la próxima vez vendrás conmigo
a conocer a Walpole.
—¿Lo prometes? —Letty extendió la mano para tocar la suya.
Sus ojos plateados y grises se suavizaron de nuevo.
—Lo prometo. A partir de ahora somos compañeros.
—Me alegra oírte decir eso —admitió Letty—. No estaba segura de que
fueras el tipo de hombre que permitiría que su mujer se involucrara en los
asuntos de la finca.
—Si no sabes nada más de mí, debes saber creo que una esposa es igual
a su marido, sin importar lo que digan las leyes de Inglaterra —no había
ningún indicio de engaño en su voz, solo honestidad.
—Bueno, será mejor que te vayas si piensas volver a tiempo para la
cena —dijo Caroline.
—Tienes razón, debo irme. Y tú debes descansar —Adam se dirigió a la
puerta principal, todavía con su ropa de boda. Letty lo siguió, con una
repentina sensación de preocupación por su marido que le provocó un nudo
en el estómago.
—Adam, ¿tendrás cuidado?
—Sí, lo tendré. Al igual que tú —le recordó, y ella asintió, deseando
desesperadamente decir algo o hacer algo más antes de que él se fuera.
Adam atrajo a Letty hacia él y la besó con fuerza antes de soltarla.
—Volveré tan pronto como pueda.
Con un giro de su capa, se marchó para montar su caballo frente a los
escalones de la entrada y luego se alejó de ella en el día de su boda.
CAPÍTULO 6

A dam desmontó en las afueras del pueblo de Hemsley y se


tomó un momento para estirar las piernas mientras se dirigía al
despacho de su administrador, Henry Walpole. Eso le dio un
momento para reflexionar una vez más sobre el nuevo rumbo que había
tomado su vida.
Estoy casado.
Sonrió al recordar a Letty de pie junto a él en el altar. Había parecido
tan aturdida, tan aturdida como él se había sentido por dentro, que se había
sentido obligado a guiñarle un ojo para que sonriera. Luego, él había
perdido el control en el carruaje de regreso a Chilgrave, pero al saber que
ella era suya, por fin, una novia propia, había enloquecido un poco hasta
besarla y abrazarla. Luego había visto la forma en que ella había respondido
a su lado más dominante, la forma en que había dejado que la cazara, y
cómo su pulso había latido y sus ojos se habían abierto de par en par llenos
de una excitación que coincidía con la suya.
Soy un maldito hombre bendecido por tener una esposa que acepta la
pasión como ella lo hace.
Una repentina opresión en sus pantalones lo hizo estremecerse. El viaje
de una hora hasta Hemsley no había servido para aliviar sus pensamientos
amorosos. No debería estar pensando en acostarse con su mujer, no cuando
aún tenía asuntos por resolver. Cuanto antes terminara aquí, antes podría
volver para acostarse debidamente con ella.
Adam entregó las riendas de su caballo a un mozo de cuadra que lo
esperaba y se acercó al pequeño edificio de piedra que servía de oficina a
Henry.
Un hombre de la edad de Adam se puso en pie, apartando una pila de
papeles que había estado ordenando en su escritorio.
—¡Milord!
—Henry, ¿cómo estás?
—Excelente, bastante excelente. Mis felicitaciones. El pueblo ha
vibrado con la noticia de la nueva Lady Morrey.
—Gracias. Lamento que no hayas podido ir.
—Yo también. Pero las misivas urgentes de Londres me mantuvieron
alejado.
Adam se sentó frente a Henry mientras el hombre sacaba un montón de
cartas de una pila y se las entregaba. Debajo de las cartas de los banqueros
y abogados de Adam en Londres había otros mensajes de carácter más
serio.
Henry no sólo era su administrador de la finca Chilgrave, sino que
también era su contacto con Avery Russell siempre que él estaba aquí.
Henry había demostrado ser digno de confianza, y Adam lo había
contratado para trabajar con el Ministerio del Interior hacía dos años.
Adam revisó los documentos y maldijo. Había habido otro atentado
contra la vida de Lady Edwards. Las riendas de los caballos de su carruaje
privado habían sido cortadas, y ella y Lord Edwards casi habían perecido en
un accidente de carruaje. La carta informaba que Avery había enviado a los
dos a refugiarse en Irlanda para ocultarlos en una finca irlandesa hasta que
fuera seguro traerlos a casa. Los espías franceses rara vez visitaban Irlanda.
La desconfianza hacia los extranjeros allí se extendía no solo a los
británicos sino también a los franceses, y éstos eran mucho más fáciles de
detectar.
—Estoy empezando a creer que Lady Edwards, como Avery Russell,
tiene nueve vidas —le dijo a Henry. Era algo que Caroline siempre había
dicho de Avery, y ahora estaba bastante seguro de que también se aplicaba a
la audaz espía. Solo podía imaginar el shock en la cara de Lord Edwards al
enterarse de las actividades de su esposa en Francia.
—Estoy muy de acuerdo. Afortunadamente, Lady Edwards tiene más
suerte que el diablo —Henry se acomodó en la silla de su escritorio y cruzó
las manos sobre su estómago mientras esperaba a que Adam terminara de
revisar la correspondencia de su patrimonio, así como las misivas de
Londres tanto del Ministerio del Interior como de Whitehall.
—Necesito que envíes un mensaje a Avery. Dile que voy a aumentar la
seguridad en Chilgrave. Si planea alguna visita inesperada, haz que acuda a
ti primero.
—Por supuesto. ¿Y cuáles son estos nuevos arreglos de seguridad?
—Deseo que encuentres algunos hombres locales físicamente capaces y
sensatos que sean leales a la Casa Morrey. Hombres que no se emborrachen
ni se queden dormidos mientras están de servicio. Quiero patrullas regulares
en el bosque en torno a la finca, y que se dupliquen por la noche y justo
antes del amanecer.
—¿Algo más? —inquirió Henry.
—También quiero más mozos en los establos de Chilgrave y un
aumento de sueldo para el personal. Cualquiera que crea que no está
ganando lo suficiente puede estar dispuesto a vender información, tal vez
incluso el acceso a mi esposa.
—¿De verdad crees que ella está en peligro?
Adam asintió.
Henry suspiró.
—Malditos franceses. Ni siquiera puedes tener una luna de miel
apropiada sin preocuparte de que algún francés te apuñale por la espalda.
—Sí, uno pensaría que un país de románticos tendría más respeto por
esos asuntos. Sin embargo, ya tenemos bastante de qué preocuparnos —
Adam golpeó la carta de Whitehall en su rodilla—. Thistlewood está de
vuelta en el juego.
Arthur Thistlewood era un hombre decidido a derrocar al Parlamento.
Era un anarquista que creía que el gobierno y la Corona solo querían
oprimir. Si no podía derrocar al Parlamento, lo atacaría con todo lo que
poseía.
—Dios, ¿nunca nos libraremos de ese sujeto? ¿Qué opina el Ministerio
del Interior?
—Bueno, Edward Shengoe se ha infiltrado en el grupo. Al parecer, los
conspiradores han formado un grupo llamado Asociación Patriótica
Benévola Británica.
—Encantador por su parte introducir la palabra benévola ahí.
Adam sonrió con suficiencia.
—Yo pensé lo mismo. El señor Shengoe envió al Ministerio del Interior
una copia de las normas del grupo y de sus declaraciones y opiniones. Se
reúnen principalmente en varios pubs de Spitalfields, Bermondsey y West
Smithfield.
—Eso es bastante previsor por su parte. Esta vez están siendo más
precavidos —reflexionó Henry.
—Sí, bueno, la mayoría de ellos han pasado mucho tiempo en una
celda. Nadie quiere acabar en la horca como Jeremiah Brandreth y sus
hombres por sus payasadas revolucionarias.
Adam no había trabajado en el Ministerio del Interior en 1817, pero
recordaba aquel horrible día en la cárcel de Friar Gate, en Derby, cuando se
había producido el ahorcamiento de Jeremiah Brandreth y sus camaradas.
Miles de personas habían abarrotado las calles fuera de la cárcel. Adam
había luchado por hacer pasar su caballo entre la multitud, y finalmente se
había rendido. Había divisado los patíbulos y, como atraído por una mano
del destino, se había acercado, sin saber que los hombres que iban a morir
ese día cambiarían su destino.
Un grupo de oficiales del sheriff estaban sentados a caballo, armados
con jabalinas, protegiendo la parte trasera del cadalso para impedir
cualquier intento de rescate de última hora. Jeremiah Brandreth, el llamado
capitán de Nottingham, fue el primero en subir los escalones para situarse
bajo el trío de sogas. Su fría mirada sobre la multitud inquietó a Adam.
—¡Que Dios os acompañe a todos, y a Lord Castlereagh también! —
gritó Jeremiah, de pie, decidido. El verdugo le quitó el pañuelo de seda
negro que le rodeaba el cuello y lo sustituyó por una soga.
El siguiente hombre, William Turner, se mostró menos dispuesto a
aceptar su destino. Gritó:
—Todo esto es por Oliver y el gobierno. ¡Que el Señor se apiade de mi
alma! —el capellán de la prisión, en un intento de interrumpir el momento,
se colocó entre los dos prisioneros y la multitud.
El último hombre, Isaac Ludlam, subió los escalones, moviendo sus
labios una y otra vez en ferviente oración, pero el capellán rezó más fuerte,
ahogando la voz del condenado. Se recitó el Padre Nuestro y luego el
verdugo colocó un gorro sobre la cabeza de cada hombre.
A las doce y media, se tiró de la palanca y los tres traidores cayeron.
Brandreth y Turner murieron rápidamente, pero Ludlam pateó y luchó
durante varios minutos. A Adam se le hizo un nudo en el estómago y se
cubrió la boca ante el horrible espectáculo.
—Es un día oscuro cuando la voz de un hombre es silenciada
simplemente porque no está de acuerdo con los que están en el poder —dijo
un hombre de pie junto a Adam.
—Estoy de acuerdo. Eran traidores, sin duda, pero cuando un país
pierde su capacidad de discurso, lleva a los hombres a cometer actos de
traición. ¿Quién tiene entonces la culpa? ¿El hombre o el país que lo
silenció?
—Efectivamente, ésa es la dificultad a la que nos enfrentamos —
contestó el hombre con solemnidad, y luego extendió una mano y se
presentó—. John Wilhelm.
Adam le estrechó la mano.
—Adam Beaumont.
En ese momento, Adam no había tenido forma de saber que ese primer
encuentro con John cambiaría su vida. La fácil amistad entre ellos solo se
había profundizado en los años siguientes, ya que John se había enamorado
de la hermana de Adam, Caroline. John había sido asesinado apenas unos
meses antes de que se casaran.
A menudo, Adam recordaba aquel primer encuentro en Derby. En ese
momento, ¿había sabido John que su trabajo en el Ministerio del Interior
causaría su muerte y obligaría a Adam a seguir en esa misma línea de
trabajo? ¿Habría cambiado algo si Adam hubiera podido retroceder en el
tiempo y advertir a su amigo de lo que le esperaba en aquel puente solitario
a medianoche?
Adam sacudió la cabeza, despejando su mente. El pasado tenía que
quedarse en el pasado.
—Henry, mantenme informado sobre tus progresos en la búsqueda de
hombres para patrullar Chilgrave y hazme saber si Avery Russell tiene
intención de realizar una visita.
—Sí, milord —Henry recogió los papeles de naturaleza peligrosa, ahora
que Adam los había revisado, y los arrojó a la cercana chimenea encendida.
Las llamas pronto consumieron los documentos por completo. Si alguien
entrara ahora en esta habitación, simplemente parecería que pertenecía a un
administrador de una finca—. Felicidades de nuevo, milord. Procure
disfrutar de su luna de miel —el tono de Henry era nuevamente burlón.
Cogiendo su sombrero, Adam se levantó y se dirigió a la puerta.
—Me esforzaré por hacer justamente eso.
—¿R ECUERDAS ESE JUEGO DE NIÑOS AL QUE JUGABAN LAS NIÑAS CON
huesos de cereza o pétalos de flores? —preguntó Letty. Ella y Caroline
acababan de terminar de cenar. La mesa se sentía vacía con solo ellas dos,
así que habían elegido sentarse juntas junto a la alta chimenea.
Caroline esbozó una sonrisa.
—Hacía años que no pensaba en eso. Mi niñera me lo enseñó. ¿Cómo
va?
—Hojalatero, sastre, soldado, marinero, hombre rico, hombre pobre,
hombre mendigo, ladrón —recitó Letty. ¿Cuántas veces había lanzado
huesos de cereza y los había contado con estas palabras? Las niñas solían
hacer predicciones de sus futuros maridos de esta manera. Era un tonto
juego de niños; pero, por alguna razón, hoy volvió a su memoria.
Caroline apoyó la barbilla en la mano, con una sonrisa perpleja en los
labios.
—¿Qué te ha hecho pensar en eso?
—Bueno, parece que quiero seguir cambiando la letra por Hojalatero,
sastre, soldado, espía…
Caroline hizo una mueca de disgusto ante la palabra de reemplazo de
Letty.
—Él no eligió esta vida, ya sabes —dijo en voz baja. Había enviado
fuera al lacayo hacía poco tiempo. No había posibilidad de que su
conversación en voz baja fuera escuchada.
—¿Cómo sucedió? —preguntó Letty—. Necesito saberlo. Necesito
entenderlo.
Caroline jugó con su copa de vino.
—Supongo que puedo decirte. La historia es casi tan mía como de
Adam.
Letty bebió un trago de vino y esperó.
—En 1817, mientras Adam pasaba por Derby, fue testigo del
ahorcamiento de tres traidores. Fue allí donde conoció al Vizconde
Wilhelm… John —hizo una pausa al utilizar el nombre de pila del hombre
—. Entablaron una rápida amistad, pero sin que Adam lo supiera, fue John
quien había delatado a los tres traidores y los había hecho arrestar.
Trabajaba para el Ministerio del Interior. John continuó en sus labores
secretas, pero él y Adam siguieron siendo los mejores amigos. Adam
siempre ha sido reservado, incluso antes de trabajar para la Corona. No deja
entrar fácilmente a la gente en su círculo. Pero una vez que te ganas la
confianza de Adam, te es leal sin medida.
—Lord Wilhelm… El nombre me resulta familiar —Letty no podía
ubicarlo, pero sabía que lo había visto u oído antes en alguna parte.
—Hace dos años, John y Adam habían quedado para cenar, pero John
nunca llegó. Adam salió a buscarlo y encontró a John luchando por su vida
en un puente con otro hombre —la voz de Caroline se volvió trémula, y su
agarre de la copa de vino hizo que sus nudillos se volvieran blancos.
—¿Qué pasó? —susurró Letty.
—Adam fue testigo del asesinato de John. John cayó al río y nunca salió
a la superficie. Adam se zambulló tras él, pero el esfuerzo casi lo mató. El
cuerpo de John nunca fue encontrado —los ojos de Caroline brillaron con
dolor.
Letty apoyó una mano en el brazo de su cuñada.
—Oh, Caroline. ¿Lord Wilhelm era el hombre con el que tenías una
relación?
—Sí. Lo amaba más que a nada —se tocó el abdomen y dirigió sus ojos
angustiados hacia Letty—. Yo estaba encinta cuando Adam me dijo que él
había muerto. Mi dolor fue tan grande que enfermé y perdí al bebé, una
niña. Era muy pequeña, pero la tuve en mis brazos. Era lo único que me
quedaba de él, y luego también se fue.
—¿Y Adam?
—Adam nunca fue el mismo. Estaba destrozado. Cuando el Ministerio
del Interior vino a interrogarlo sobre aquella noche, algo pasó. No estoy
segura de si lo reclutaron o si se ofreció como voluntario, pero lo siguiente
que supe fue que estaba trabajando para ellos.
Letty estrujó nuevamente el brazo de Caroline.
—Siento mucho lo del bebé. Si lo hubiera sabido, nunca habría
preguntado.
—No pasa nada —le aseguró Caroline—. Ahora eres de la familia, y
quiero que nos conozcas mejor, incluso los asuntos tristes del pasado —
desvió la mirada hacia el fuego.
—Esto es una cruzada para él, ¿no? ¿Encontrar al asesino de John? Por
eso sigue haciendo este trabajo.
Caroline asintió.
—Sé que James probablemente te dijo que Adam tiene una posición
más letal con el Ministerio del Interior, pero eso no significa que sea un
asesino despiadado. Es más un guardián que un asesino; pero,
desgraciadamente, eso significa acabar con la vida de un enemigo a veces.
Eso le pesa mucho.
Letty no podía ni imaginar la gravedad de semejante carga.
—Él se responsabiliza mucho, así que debes darle tiempo para que se
abra —aconsejó Caroline—. Pero lo hará. Sé que le importas.
—Lo ha dicho, pero me pregunto cómo puede ser posible cuando
llevamos muy poco tiempo conociéndonos —Letty se inclinó y una nueva
emoción sustituyó su pena por la historia de John Wilhelm, al menos en
parte.
—Sí, él mismo me dijo que le gustabas desde el primer momento en que
puso sus ojos en ti.
—Y yo estaba allí intentando desacreditar a Gillian. Entonces, ¿cómo
podría haberle gustado a Adam?
—No estabas allí para desacreditar a Gillian. Simplemente querías
respuestas. No sabías quién era ella, y por eso buscabas proteger a tu
hermano. Créeme, conozco bien ese sentimiento.
Ambas se sumieron en el silencio. Letty terminó su vino y se sonrojó.
—Caroline, todavía estoy ansiosa por esta noche…
—No hace falta que lo estés. ¿Por qué no subes y haces que los
sirvientes preparen un baño?
—No es una idea terrible —concedió Letty y le dio las buenas noches a
Caroline.
Media hora después, estaba hundida en una gran bañera de cobre, con el
agua caliente envolviéndola. Soltó una pequeña risa y luego tuvo hipo.
Había bebido demasiado vino en la cena de esta noche. No había sido su
intención en absoluto.
No, eso no era cierto. Había pretendido ser un poco más libre con sus
libaciones en preparación para su noche de bodas. La perspectiva del dolor
la aterrorizaba, y no estaba segura de estar a la altura de sus deberes de
esposa después de todo.
Se tocó el pelo y volvió a reírse al darse cuenta de que aún llevaba la
extravagante corona de su boda. Con todos sus problemas de hoy, se había
acostumbrado al peso del tocado enjoyado y había olvidado que aún lo
llevaba en la cabeza.
Letty se sentó en la bañera y empezó a quitársela, pero una voz grave la
detuvo.
—Buenas noches, señora esposa.
Miró por encima del hombro y se puso rígida al darse cuenta de que su
marido estaba de pie en su alcoba, y ella estaba a menos de un metro de él,
completamente desnuda. Podía sentir sus ojos sobre ella en un estado tan
expuesto y vulnerable, y eso hizo que su pulso se acelerara.
—Eh… —tartamudeó—. ¿Te importaría mucho apartar la mirada
mientras salgo de la bañera?
—¿Ahora te has vuelto tímida? —bromeó Adam mientras se acercaba.
—Oh, por favor, no debes burlarte de mí —dijo mortificada.
—Ella me dice esto mientras no lleva más que una corona y un rubor
ante su marido —Adam lanzó un suspiro muy sufrido, pero sus ojos
brillaban de burla.
—Te estaba esperando —dijo, intentando no soltar una risita.
Adam se arrodilló junto a la bañera, con los ojos fijos en su rostro.
—Pues bien, ya he llegado y no tienes que esperar más. Ponte de pie y
te ayudaré a ponerte esto —sostuvo su bata. El brillo de sus ojos se había
suavizado, y ella sintió un calor en el pecho que la hizo sentir un vértigo de
alegría.
Su rostro ardió cuando se levantó y él deslizó la bata por sus brazos y
luego por sus hombros. Antes de que la tela tocara el agua, la cogió por las
caderas y la sacó de la bañera de cobre, poniéndola de pie junto a él.
—Esto me gusta bastante. Mi condesa no lleva más que su corona. Los
diamantes hacen brillar tus ojos —le apartó un mechón de pelo húmedo de
la mejilla.
—Olvidé que la llevaba. Lo siento mucho.
—Hm, Hm. ¿Qué pasa ahora? No te disculpes. Como he dicho, hay algo
bastante maravilloso en ver tu piel y mis diamantes allí. Me estás mimando
bastante en nuestra noche de bodas.
—Oh, pero… —se le escapó otro hipo y se cubrió la boca con las
manos en señal de mortificación.
—¿Has bebido mucho? —preguntó él más seriamente.
—Un poco —admitió, y volvió a tener hipo.
Con un suspiro, Adam se apartó de ella y le sirvió un vaso de agua.
—Bebe esto. Despacio.
Ella lo hizo, y el hipo pronto desapareció.
—Lo siento mucho, Adam. Estaba muy nerviosa.
—¿Nerviosa? —le frotó los hombros—. ¿Qué puede ponerte nerviosa?
—Bueno, tú, por supuesto. Quiero decir, la idea de compartir la cama
contigo, eso es…
—¿Te asusta el lecho matrimonial?
Su bata se deslizó por un hombro mientras bebía otro trago de agua.
Adam levantó la mano y tiró suavemente de la bata hacia arriba sobre su
hombro en lugar de hacia abajo, lo que ella agradeció. Sus pechos
presentaban una sensación extraña y de hormigueo, y sus pezones se habían
endurecido con el aire frío. Le daría vergüenza que él viera eso.
—Es una tontería, lo sé, pero Gillian y Caroline han dicho que podría
doler, y realmente no soy tan valiente como crees. Pero cumpliré con mi
deber —ella levantó la barbilla, queriendo hacerlo sentir orgulloso de que
ella estaba lista para lo que viniera después.
Adam había estado sonriendo hasta que ella dijo deber. Entonces, su
expresión abierta y suave se desvaneció y volvió a mostrarse reservado.
—No habrá deberes cumplidos esta noche. No debes temerme, al menos
por ahora.
La alzó en brazos y la llevó a la cama. Luego retiró las sábanas y la
acostó bajo ellas.
Inclinó la cabeza y le besó la frente.
—Duerme bien, señora esposa.
El vino estaba pasándole factura, pero alargó la mano y cogió la de
Adam mientras se acomodaba bajo las sábanas.
—Adam —suspiró.
—¿Sí?
—Quédate. Por favor…
Quería sentir su cuerpo cerca del suyo, ver cómo era compartir un
espacio tan íntimo con él durante toda la noche, sentirse protegida y querida
en sus brazos mientras dormía.
—¿De verdad lo deseas?
Ella asintió y bostezó.
—Muy bien, señora esposa. Veo que es a ti a quien hay que obedecer —
si él no hubiera dicho esto con una risa, Letty podría haber estado
preocupada por haberlo molestado de alguna manera. La cama se hundió
mientras él se quitaba el chaleco, las botas y las calcetas, y luego se acostó
junto a ella.
Se acercó a él después de un momento, queriendo conocer la sensación
de dormir con un hombre. Mientras se acurrucaba a su lado, decidió que era
muy agradable acostarse tranquilamente con su marido.
CAPÍTULO 7

A dam se despertó antes que el sol, y sostuvo a su esposa en sus


brazos durante un largo rato. Estaba tan desconcertado como
decepcionado por no haber podido acostarse con ella. La noche
anterior, cuando la había encontrado en la bañera sin más ropa que su
corona, su deseo lo había abrumado. Pero el miedo y la sorpresa en los ojos
de Letty le habían dado cierta medida de control. Estaba decidido a
protegerla, a resguardarla, incluso de sí mismo.
La había metido en la cama, pero no había esperado que le pidiera que
se quedara. Por muy confundida que estuviera por el vino, del que
claramente había bebido demasiado, siguió queriendo que se quedara con
ella. Hacía años que no tenía una amante. Desde la muerte de John, había
hecho todo lo posible por mantener las relaciones íntimas fuera de su vida.
Ahora tenía una esposa, y se sentía bastante espléndido tener su cuerpo
cálido, suave y con curvas tumbado contra el suyo. Su pequeña Letty.
Le apartó algunos rizos sueltos de la cara y se tomó su tiempo para
examinar sus rasgos a la pálida luz del amanecer que se filtraba por las
ventanas. Pensó en cómo había dicho que hacer el amor era su deber de
esposa. Eso lo había herido, pero se recordó a sí mismo que la primera vez
de una mujer solía venir acompañada de dolor, y no podía reprocharle ese
miedo natural a lo desconocido. Ella no conocía el placer que venía
después. Una vez él que tuviera su confianza, la acompañaría durante esa
primera vez y la sostendría hasta que el dolor cesara.
Era consciente de que iba a tener que seducir a su mujer, algo que había
esperado tener que hacer antes del matrimonio, no después. Al menos tenía
tiempo y oportunidad de sobra mientras permanecieran en Chilgrave.
Adam se levantó de la cama antes de arropar a Letty con las mantas.
Luego salió de su habitación y volvió a la suya. No se había quitado la ropa
de la noche anterior, y ahora su camisa estaba arrugada. Acababa de
desnudarse cuando entró su ayuda de cámara.
—Buenos días, milord —la sonrisa amable de Helms lo saludó mientras
se inclinaba para coger los pantalones y la camisa de Adam del suelo.
—Buenos días —Adam se dispuso a afeitarse y luego se vistió con ropa
nueva.
—¿Ha pasado una noche agradable, señor? —preguntó Helms.
—Muy agradable, aunque no tan bien como un hombre esperaría para
su noche de bodas —siempre había sido sincero con su ayuda de cámara y,
por su reacción, Adam dedujo el hombre tenía algo que decir. Asintió con la
cabeza, haciéndole saber que podía hablar libremente.
—La señora Oxley estaba preocupada, al igual que la señora Hadaway.
Parece que Lady Caroline y Lady Morrey se pasaron de copas anoche.
—Sí, lo descubrí anoche —suspiró Morrey de manera dramática—.
Mejor deséame suerte hoy para cortejar a mi delicada novia.
Helms lanzó una mirada divertida.
—Que la suerte lo acompañe, milord.
Adam desayunó solo, revisando unas cartas que la señora Hadaway
había colocado en una bandeja cerca de su asiento. Cuando estaba a punto
de marcharse, Caroline se deslizó hacia el comedor, protegiéndose los ojos
del brillante sol de la mañana que entraba por las ventanas. Hizo una mueca
de dolor cuando él dejó caer un tenedor en su plato a propósito.
—Helms tenía razón. Tanto tú como Letty habéis bebido demasiado
vino.
—Mi error. Estábamos hablando, y los asuntos tratados eran de tal
naturaleza que temí que necesitara un poco más de lo habitual para borrar el
recuerdo de nuestra charla. Pero eso no ocurrió.
Adam se sentó más erguido.
—¿De qué hablasteis que te molestó tanto?
—Le hablé de John. Ella necesitaba saber la verdad, toda la verdad. Sé
que pensabas contársela tú mismo, pero parte de su historia es mía para
compartirla.
—Por supuesto, Caro. Tienes toda la razón. Tienes tanto derecho a
compartir la historia como yo. En muchos sentidos, él formaba más parte de
tu mundo que del mío.
El rostro de su hermana palideció.
—¿Estaba Letty muy asustada por lo que le conté? Me he levantado esta
mañana sintiéndome culpable, preguntándome si ahora piensa diferente de
ti —Caroline se hundió sin gracia en una silla frente a él.
—No creo que haya pensado mucho en eso anoche. Estaba más
preocupada por el lecho matrimonial.
—Oh… Adam, no hiciste nada, ¿verdad? Anoche no era ella misma.
—Por supuesto que no hice nada. Sabes que nunca me comportaría de
forma tan grosera.
—Yo no creía que lo harías a sabiendas, pero no estaba segura de que
pudieras notarlo. La bebida me sorprendió una hora antes de irme a dormir,
y temí que a ella le pasara lo mismo.
Él sonrió un poco.
—Tenía hipo cuando fui a verla. Eso me dijo claramente que la mujer
no era ella misma.
—¿Hipo? Oh, cielos —Caroline se levantó y cogió un plato del
aparador, y luego exploró los alimentos aún calientes dentro de sus
escalfadores,
—Creo que iré a cabalgar —dijo Adam—. Si ves a Letty, pregúntale si
quiere ir a pescar conmigo esta tarde.
Su hermana lo miró fijamente.
—¿Pescar? ¿Quieres llevarla a pescar?
Él sonrió con picardía.
—Sí.
—Está claro que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que
cortejaste a una mujer. La mayoría de las mujeres no quieren ser llevadas a
pescar. Ella preferiría que le leyeras sus sonetos mientras hacéis un picnic
en alguna preciosa colina. Estás loco —dijo Caroline.
—Aunque esto sea una locura, hay método en ello —respondió él.
—No me cites a Shakespeare tan temprano en la mañana.
Se inclinó para besar su frente.
—Muy bien, esperaré hasta el almuerzo.
L ETTY SE DESPERTÓ LENTAMENTE , CON LA MENTE NUBLADA . ¿S E HABÍA
casado ayer? Todo parecía tan fabuloso que por un momento pensó que
había sido un sueño, pero no tardó en darse cuenta de que no estaba en su
casa, sino en el castillo Chilgrave. Se quitó las mantas del cuerpo y no vio
sangre en sus muslos ni en las sábanas.
Sus ojos se posaron en la pequeña corona de la mesita de noche, y todo
volvió a su mente. Sentada en la bañera con esa diadema en la cabeza,
riendo e hipando cuando su marido la había sorprendido. Él levantándola y
llevándola a la cama. Y él se había quedado… pero ahora su cama estaba
vacía. Se deslizó fuera de la cama y se dirigió a las ventanas que daban a la
tierra más allá de los muros del castillo. Una figura montada en un caballo
blanco era apenas visible en la distancia. Intuyó que era Adam, aunque no
podía estar segura.
—Buenos días, milady —saludó Mina al entrar en la alcoba.
Letty saludó a su dama de compañía antes de volver a mirar por la
ventana. La figura ya no estaba, había desaparecido en el bosque.
—Su señoría ha desayunado y ha salido a caballo. Puede cenar cuando
guste, milady.
Así que había sido Adam. Deseaba haber ido con él. Disfrutaba
enormemente montando a caballo, y no era tan fácil hacerlo en Londres,
donde se requerían sillas de montar y las damas solo podían moverse a un
paso tranquilo. En el campo, era libre de cabalgar a su gusto. Con su padre
muerto y su madre enferma, Letty no había tenido a nadie que controlara
sus impulsos más salvajes durante muchos de sus años de formación. A
James no le importaba que montara a horcajadas o que lo hiciera a gran
velocidad.
—Mina, ¿podrías preparar mi traje de montar? Me gustaría alcanzar a
mi marido.
—Por supuesto —su dama de compañía la ayudó a vestirse con su traje
de montar de color rojo oscuro, un precioso vestido que tenía una cola
suelta pero también faldas divididas. Estas faldas le permitirían montar a
horcajadas en lugar de a la amazona. Madame Ella había enarcado una ceja
ante la singular petición de Letty, pero había accedido al cambio de diseño.
Letty se apresuró a bajar las escaleras, deteniéndose solo para coger
unas galletas para mordisquear mientras el mozo de cuadra le preparaba un
caballo.
Caroline salió del salón.
—¿Letty? ¿Vas a salir? Creo que Adam supuso que te quedarías a
dormir después de lo de anoche. Me dijo que te dijera que deseaba llevarte a
pescar.
—Bueno, todavía estoy cansada, pero no podía quedarme en la cama.
¿Pescar, has dicho? —eso fue inesperado, pero ella no rechazaría la
oportunidad de estar fuera mientras el clima fuera bueno. Una vez que el
frío llegara, podría acurrucarse todo el invierno y leer libros junto al fuego
—. He visto a Adam montando a caballo y he pensado en unirme a él.
—Cabalga bastante lejos, a veces varios kilómetros —dijo Caroline, con
los ojos nublados por la preocupación—. ¿Quizás te gustaría esperar a que
él te enseñe los terrenos?
—Tonterías. Tengo un excelente sentido de la orientación —abrazó a
Caroline y se apresuró a salir por la puerta para encontrarse con el mozo de
cuadra que un lacayo había llamado para ella. Llevaba las riendas de una
hermosa yegua negra con delicados tobillos. Una silla de montar adecuada,
no una silla de montar lateral, había sido preparada según su petición.
—Esta es Lizzie, milady. Diminutivo de Elizabeth. Es la reina de los
establos Morrey —el joven mozo de cuadra sonreía con orgullo mientras
acariciaba el cuello del caballo.
—Oh, es encantadora. ¿Cómo te llamas?
—Soy Robbie, milady —le ofreció sus manos y ella colocó un zapato
en ellas mientras él la alzaba.
—Gracias, Robbie.
Empuñó su fusta con suavidad, golpeando el flanco de Lizzie para que
la yegua negra trotara por el puente a través del agua. Una vez cruzado,
dirigió su caballo en la dirección en la que había visto a Adam. Tenía un
sentido natural de la orientación, así que no le costó discernir que él había
cabalgado casi en línea recta hacia el norte. Siguió los caminos naturales,
observando los lugares en los que la hierba estaba pisoteada en el campo, y
una vez segura de su rumbo, puso al caballo a galopar.
Letty rio con alegría mientras el viento le agitaba el pelo. No había nada
más liberador que estar sobre el lomo de un caballo al galope. Nadie podía
detenerla, nadie podía verla, juzgarla o enjaularla. Era libre.
Una docena de minutos más tarde, redujo la velocidad de su caballo al
galope y luego al trote cuando vio a Adam delante de ella. Estaba
galopando con su caballo por una colina lejana casi perpendicular a su
camino. Tiró de las riendas y lo observó por un momento, admirando la
forma en que controlaba a su bestia, instándola a girar bruscamente para
luego derrapar repentinamente hasta detenerse. Se le ocurrió una idea.
¿Practicaba este tipo de equitación por diversión o por razones relacionadas
con su vida de espía? Sin duda, sería muy útil poder detener un caballo con
esa rapidez y girar así de brusco.
Letty instó a Lizzie a que se acercara mientras él hacía otro sprint. Lo
persiguió, decidiendo que quería poner a prueba su habilidad contra la de él.
La capa negra de Adam volaba detrás de él. Estaba a medio camino de la
colina cuando miró por encima del hombro y la vio persiguiéndolo. Se
detuvo tan bruscamente que ella pasó disparada junto a él, riéndose de la
expresión de sorpresa en su rostro.
Miró por encima del hombro y vio que él la perseguía ahora. El
semental blanco que montaba retumbaba como un viejo corcel medieval
que un galante caballero podría montar. Letty pateó los costados de Lizzie y
se inclinó hacia adelante, reduciendo la resistencia del viento. Lizzie era
realmente una criatura rápida.
—Vamos, preciosa —instó al caballo a seguir adelante, y ellas huyeron
encantadas por la emoción de ser perseguidas por sus homólogos
masculinos.
Esprintaron el resto de la colina y atravesaron una cañada boscosa con
altos robles que creaban un dosel brillante. Por el rabillo del ojo, vio que
Adam había ganado suficiente terreno para colocarse cerca de ella, aunque
no lo suficiente como para cogerla. Ella siguió cabalgando, negándose a
detenerse, y cuando le echó una mirada, él parecía igualmente dispuesto a
vencerla. A lo lejos, el bosque se abría a un campo, en el que había altos
setos.
—¡Letty, detente! —gritó Adam.
Él no lo sabía, pero Letty era una experta saltadora.
—¡Atrápame si te atreves! —desafió ella antes de enfrentarse al primer
seto. Lo superó con facilidad. Un momento después, Adam hizo lo mismo.
El campo resultó ser un conjunto de saltos peligrosos, pero Letty cruzó
cada obstáculo con una pericia natural. Al llegar al final del campo, detuvo
a Lizzie casi tan bruscamente como Adam había detenido a su montura.
Pero, de alguna manera, él y su semental blanco ahora quedaron al final del
campo, directamente frente a ella.
¿Cómo diablos…?
Parecía furioso. ¿Era porque ella no se había detenido cuando él se lo
había ordenado?
Adam puso en marcha su caballo hacia ella.
—Letty —llamó bruscamente.
—Adam, lo siento. Me estaba divirtiendo demasiado. Viste que no tuve
problemas para saltar…
Cogió sus riendas cuando llegó a ella y mantuvo su caballo quieto
mientras la fulminaba con la mirada.
—Esa no es la cuestión. Cuando digo que te detengas, detente por el
amor de Dios. No conoces el terreno aquí, todavía no. Podrías haber corrido
directamente hacia los pantanos. Lizzie se habría roto las piernas y habría
rodado y te habría aplastado.
—Oh… —Letty se mordió el labio un momento antes de hablar—. Ya
me ha pasado eso antes.
Adam la miró con horror.
—¿Qué?
—Tenía trece años. Mi nuevo poni se asustó por un gato del establo en
el patio. Se encabritó y cayó encima de mí. No se rompió las patas, por
suerte —el recuerdo no era feliz. El poni no se había lesionado, pero ella se
había roto el tobillo y había sufrido el dolor de tenerlo enyesado. Había
estado en cama durante una semana entera hasta que James y uno de los
carpinteros del pueblo le hicieron unas muletas. Entonces pudo cojear un
poco por la casa hasta que le quitaron por fin el yeso.
Adam siguió reprendiéndola.
—Entonces debes conocer el peligro de correr con un caballo por un
terreno con el que no estás familiarizada.
—Usted olvida, milord, que incluso el terreno que uno cree conocer
puede cambiar con una sola tormenta. Y ningún caballo es seguro, ni
perfecto.
Por un momento los dos se miraron fijamente, uno severo, el otro
desafiante.
—Y ahí está ese fuego —dijo Adam mientras le cogía la mejilla. Ella
seguía a horcajadas sobre Lizzie, y él sobre su bestia blanca; pero, por un
momento, Letty sintió como si se estuviera inclinando hacia él, con todas
las partes internas de su alma tocando la de él. Entonces el hechizo se
rompió cuando el semental blanco mordió juguetonamente el cuello de su
caballo. Lizzie se apartó y los caballos se separaron más, obligando a Adam
a soltar la mano de Letty.
—Sígueme —Adam hizo un gesto con la mano mientras empujaba a su
caballo para que caminara.
Letty lo siguió. Cabalgaron en un silencio agradable durante un largo
rato, dejando que los árboles del bosque les susurraran mientras la brisa
jugaba en sus ramas. La niebla matutina se estaba desvaneciendo
lentamente a medida que el sol empezaba a quemar las nubes. El efecto
hacía que la luz del sol ondulara a través de su camino, iluminando parches
de niebla, los cuales brillaban como polvo de diamante esparcido por el
viento.
Adam detuvo su caballo al borde del bosque. Estaban de nuevo frente al
campo.
—¿Ves la tierra allí, al final de la lejana colina? ¿Cómo se oscurece la
hierba?
Letty asintió.
—Esos son los pantanos —se volvió hacia ella, como si necesitara ver
que comprendía el peligro. Ella lo entendía—. No vayas allí, pase lo que
pase.
Letty se tomó su tiempo para estudiar el paisaje, aprendiendo los
patrones de las praderas originarias antes de que se convirtieran en
pantanos.
—Adam, ¿por qué detuviste tu caballo tan bruscamente en el campo? —
volvió a colocar a Lizzie junto a su caballo—. ¿Antes de la persecución?
—A menudo practico maniobras que me ayudan a estar mejor
preparado.
—Para tu trabajo.
Él suspiró.
—Sí —guardó silencio un momento antes de añadir—: A veces me
encuentro con situaciones peligrosas. Aprendí rápidamente que la habilidad
de un hombre sobre un caballo puede salvar su vida y la de los demás. Ser
capaz de detener mi caballo donde lo necesito, incluso a todo galope, puede
ser muy útil.
Jugó con las riendas de Lizzie y lo miró con esperanza.
—¿Me enseñarías?
—No creo…
—Por favor. Este matrimonio fue para protegerme porque crees que
estoy en peligro. Debes darte cuenta de la necesidad.
—Pienso ser tu verdadera sombra.
Letty arqueó una ceja.
—Incluso las sombras se desvanecen cuando cae la noche. Debes
reconocer que debería tener algunas habilidades propias. ¿No es una forma
de actuar más inteligente? Si estamos separados, ¿no preferirías que tuviera
alguna idea de cómo enfrentarme a mis enemigos? Por lo menos, te daría
más tiempo para perfeccionar tus propias habilidades.
Adam miró al cielo.
—¿Alguna vez voy a ganar alguna discusión contigo?
Con una sonrisa traviesa, Letty pasó trotando junto a él hacia el campo.
—Probablemente no. Pero puedes ganar otras cosas —ella no tenía
ningún deseo de controlarlo en todo, especialmente en aquellas cosas que
intuía que él controlaría muy bien, como el lecho matrimonial.
—Muy bien, te enseñaré lo que estaba practicando.
Durante la siguiente media hora, Letty se sintió más cómoda en la silla
de montar de lo que había estado jamás y fue capaz de entrenar fácilmente a
Lizzie para que se deslizara hasta detenerse. Cuando sintió que había
practicado lo suficiente, se deslizó del lomo de Lizzie y caminó por el borde
del bosque. Adam desmontó y ató sus caballos cerca para que pastaran
antes de unirse a ella.
Letty rodeó un gran árbol, sin poder apartar los ojos de Adam cuando
éste llegó detrás de ella. Tenía las manos en la espalda y sus piernas esbeltas
se movían con un ritmo suave mientras la observaba juguetonamente
esconderse de él detrás del árbol. Adam se acercó a un lado del mismo, y
Letty se giró, poniéndose de espaldas al árbol mientras él la acorralaba.
—Siento lo de anoche —dijo ella.
Apoyó una mano en la corteza junto a ella y la otra la posó en su cadera.
Una oleada de calor le llenó el bajo vientre y un débil pulso palpitante
cobró vida entre sus muslos.
El agarre de Adam sobre sus caderas se tensó ligeramente.
—Yo también lo siento.
—¿Quizás podamos volver a intentarlo esta noche? —comentó,
nerviosa y excitada a la vez por la idea. Él se acercó un poco más, y su
cuerpo presionó contra el suyo. De repente tuvo miedo, aunque no estaba
segura por qué, así que intentó apartarse. Él la sujetó por la cintura y la
empujó contra el árbol, capturando hábilmente sus muñecas con una de sus
grandes manos, inmovilizándolas por encima de su cabeza.
—¿Adam… qué…?
—Shh, señora esposa. Te he atrapado y ahora eres mía —sus palabras
hicieron que ese débil latido en lo más profundo de su vientre se convirtiera
en un latido más frenético dentro de ella. Bajó sus labios hacia los de ella,
pero no la besó. Sus labios rozaron los suyos, recorriendo su mandíbula
hasta llegar a su garganta, donde mordió su sensible carne. Ella chilló, y sus
caderas se arquearon para alejarse del árbol. Todo por lo que él había hecho
en su cuello. Ella era una criatura terrible y lasciva, pero en ese momento
no pudo encontrar en sí misma la forma de que le importara.
La otra mano de Adam separó sus faldas de montar, cogiendo uno de
sus muslos. Deslizó su mano entre sus piernas, con sus fuertes dedos
buscando entre las capas de ropa interior hasta que la encontró. Ella gritó de
sorpresa cuando acarició los pliegues de su sexo.
—Shh, cariño —ronroneó él, y ella solo pudo imaginar cómo un
peligroso gato se abalanzaría sobre un ratón tembloroso para golpearlo
suavemente con su pata.
Uno de sus dedos se movió hacia arriba y se hundió en su interior,
presionando con fuerza dentro de esa parte secreta de ella. La humedad
inundó sus muslos y Letty se retorció, incapaz de escapar. Le besó la
concha de la oreja mientras introducía y sacaba el dedo de ella.
—Esto es una muestra de lo que te enseñaré, este oscuro anhelo de algo
más. La necesidad que sientes de ser perseguida y atrapada. De que yo
domine tu cuerpo —sus palabras, carnales y perversas, la confundieron y
excitaron.
—Yo no… no debería…
—No me mientas, ni a ti misma. No hay nada malo en querer esto. Eres
mi mujer y yo tu marido. Podemos explorar esto juntos —Adam la besó
ahora, un beso despiadado y violento que coincidía con el repentino
movimiento de su dedo.
Algo estaba creciendo dentro de ella, algo salvaje e incontrolable.
Sentía como si su cuerpo estuviera cambiando, como si lo que fuera a venir,
una vez que llegara, dejaría una marca en ella que nunca desaparecería.
—Sigue tocándome —exigió, necesitando su piel sobre la suya de
cualquier manera que pudiera conseguirla.
—Suéltate —le instó él entre sus hambrientos besos—. Entrégate a mí
—el agarre de Adam en sus muñecas se tensó cuando introdujo un segundo
dedo dentro de ella, estirándola hasta el punto de causar dolor—. Dios, estás
apretada —gimió contra su boca.
Estaba tensa y, al oírlo decir eso, fue como si una maldición y una
bendición rompieran lo que la había estado manteniendo unida.
Simplemente se deshizo, y un placer aterrador y poderoso la recorrió. Gritó,
pero el sonido se ahogó cuando él cubrió su boca con la suya.
Letty fue consumida por él, sus cuerpos presionados, la voluntad de ella
y la de él unidas por esa energía oscura y excitante que su toque perverso
creaba. Continuó penetrándola con los dedos hasta que ella le suplicó que se
detuviera, no porque le doliera, sino porque no podía soportar más placer.
Él redujo la velocidad, y su mano se detuvo mientras acariciaba su sexo.
Entonces pasó un dedo por la protuberancia de su excitación, y Letty se
estremeció ante su sensibilidad excesiva. Adam apoyó su cabeza contra la
suya, con sus jadeos se mezclándose.
—Eso es. Muévete conmigo —le dijo Adam—. No te resistas.
Letty se derritió, sin saber que se había estado manteniendo rígida
mientras su mente y su cuerpo intentaban procesar lo que había sucedido. A
medida que se relajaba, las pequeñas réplicas de placer surgieron más
libremente.
—Tranquila —la calmó mientras sacaba la mano de las faldas. Se sintió
avergonzada por la humedad que cubría las puntas de sus dedos, pero jadeó
al ver cómo las deslizaba entre sus propios labios y las lamía. Eso hizo que
su entrepierna volviera a palpitar—. Tienes un sabor dulce, señora esposa, y
tus ojos… —su voz era reconfortante mientras la miraba. Adam seguía
teniendo sus muñecas aprisionadas en su mano, y ella no podía encontrar en
sí misma la forma de que le importara. Estaba segura así, segura en sus
brazos y en su control.
—Pensé… Pensé que podría deshacerme y que nunca volvería a
recuperarme. Fue aterrador —admitió en voz baja.
Sus ojos plateados sostuvieron los suyos.
—Esa es la belleza de abrazar tu pasión. Puedes deshacerte y yo
siempre estaré ahí para mantenerte unida.
—¿Así… ¿Así se siente siempre?
Adam le acarició la mejilla con la nariz y le besó la frente.
—No, no siempre. No para todos. Pero un buen hombre siempre debe
hacer todo lo posible para que su compañera de cama se sienta así. Solo los
hombres perezosos no lo hacen —entonces le soltó las manos y le frotó
suavemente las muñecas, masajeándolas—. Tú y yo somos afortunados.
Tenemos algo que muchos maridos y esposas no tienen.
—¿Qué es?
—Comprendo tus deseos, lo que necesitas para 'deshacerte', como tú lo
llamas. Para alcanzar tu cima. Y tus necesidades no son como las de otras
mujeres.
—¿No lo son? —Letty intentó moverse, pero sus piernas se doblaron.
Adam la cogió y la alzó en brazos mientras emprendía el camino de regreso
al lugar donde habían dejado los caballos.
—No debes avergonzarte, señora esposa. Muchos hombres y mujeres
tienen relaciones solo de una manera determinada, la mujer tumbada de
espaldas y el hombre encima, pero ésa es solo una manera. Hay muchas
formas de hacer el amor, y pienso enseñártelas todas.
Ante este pronunciamiento, Letty se quedó callada, preguntándose
cuáles serían todas esas formas. Adam la cargó hasta los caballos y solo la
dejó junto a Lizzie el tiempo suficiente para ayudarla a subir al caballo.
Cuando ella se sentó a horcajadas, las cejas de Adam se alzaron.
—Me criaron para montar de esta manera. Te aseguro que estoy mucho
más segura sentada así. ¿Deseas obligarme a montar de lado?
—No, en absoluto. De hecho, es mucho más seguro y mejor para tu
espalda. Solo me sorprendió no haberme dado cuenta antes —le sonrió con
malicia—. Estaba concentrado en otras cosas, supongo.
—Utilizo mis faldas para ocultar cómo me siento —le mostró cómo el
traje de montar caía a un lado, cubriendo una de sus piernas y haciendo que
pareciera que estaba sentada de lado.
Adam la miró con aprecio.
—Es un diseño inteligente.
—Gracias —esperó a que él montara y le sonrió—. ¿Una carrera de
regreso?
Salió antes de que él tuviera la oportunidad de responder, y Letty oyó su
risa mientras la perseguía.
CAPÍTULO 8

—P or favor, no debes matarlo —le rogó Letty a Adam.


El curvado anzuelo de plata de Adam se detuvo antes
de poder atravesar el gusano que se retorcía. Su esposa lo
miró desde el otro extremo del bote, donde flotaban en el agua del foso que
rodeaba el castillo Chilgrave.
—Me temo que debo hacerlo —se rio—. ¿Te das cuenta de que, aunque
no lo enganche, un pez se lo comerá?
Letty suspiró.
—Entonces hazlo, pero que sepas que me entristece.
Adam tuvo que esforzarse para no reírse de su adorable e infantil
mohín. Se apresuró a preparar el gusano y luego lanzó el sedal lejos en el
agua antes de entregarle la caña. Letty la aceptó, y mientras él se
concentraba en su anzuelo, pudo sentir que ella lo estudiaba. Fingió no
darse cuenta.
—¿Por qué querías traerme a pescar?
—¿Por qué? —él lanzó su sedal en paralelo al de ella en el foso.
—Sí. No es exactamente el tipo de cosas que una mujer espera hacer el
primer día de casada.
Adam se recostó cómodamente en el bote, con la caña de pescar en una
mano.
—¿Oh? ¿Y qué esperabas?
—Supongo que pensaba que me reuniría con la señora Oxley, la señora
Hadaway, el señor Sturges y el resto del personal. Luego empezaría a
familiarizarme con los libros de cuentas, los menús y cualquier otra cosa
que deba saber la señora de una finca como Chilgrave —dijo esto con un
aire de confianza, como si pensara que eso era exactamente lo que debía
estar haciendo en lugar de holgazanear en un bote con él. Adam sabía que
había sido educada para esas tareas, pero aún era bastante joven para que le
impusieran eso.
—Hay mucho tiempo para eso. Quería que tú y yo tuviéramos tiempo
para conocernos.
—Es una buena idea. Apenas nos conocemos. Ni siquiera sé cómo te
gusta el té.
—Con un terrón de azúcar. Me gusta un toque de dulzura —le guiñó un
ojo y se sintió satisfecho por el profundo rubor que reclamó sus rasgos. Ella
era sensual y a la vez tan maravillosamente inocente. No era una cortesana
hastiada que fingía sonrisas coquetas de forma mercenaria.
—¿Y a ti? ¿Cómo te gusta el té?
—Con suficiente leche y azúcar para que apenas se note el sabor del té
—su traviesa respuesta lo hizo reír—. Pero necesito saber más sobre ti. Las
cosas serias, quiero decir —insistió Letty.
—¿Y qué consideras cosas serias?
—Bueno… Tu familia, para empezar.
—Ah, el paterfamilias y tal. Bueno, el difunto conde no era un mal
hombre. Era un tipo decente, pero mi madre murió joven, justo después de
que Caroline cumpliera cuatro años, y mi padre recurrió a su dama de
compañía en busca de consuelo.
Letty asintió en señal de comprensión.
—La madre de Gillian.
—Sí. Caroline y yo amábamos a la madre de Gillian, pero cuando
terminó embarazada, se fue. No me di cuenta hasta que fui mucho más
mayor de que papá la había echado. Pagó para que ella y Gillian vivieran
cómodamente, pero temía que yo las descubriera.
—¿Por qué?
—Supuso; equivocadamente, como resultó, que eso me molestaría.
Desearía que se hubiera casado con la madre de Gillian, para ser honesto.
Al diablo con la sociedad. Me habría gustado que ella se hubiera criado
junto a Caroline y a mí. Pero mi padre descubrió esta verdad demasiado
tarde. En su lecho de muerte, me rogó que las encontrara. Para entonces, la
madre de Gillian había muerto y el abogado de mi padre había perdido la
pista de Gillian —Adam hizo una pausa, su voz se suavizó un poco—.
Encontré a mi hermana, solo para saber que ya la había perdido a manos de
tu hermano.
Letty se deslizó en el bote para acercarse más a él.
—Ella te ama, aunque lleve poco tiempo conociéndote. Te alaba.
Adam sonrió, con sus pensamientos melancólicos retrocediendo un
poco.
—Ojalá pudiera decir que merezco esos elogios.
—Bueno, ella cree que sí, y Gillian no es una persona que ponga su fe
en alguien que no lo merece.
—¿Y qué hay de ti? ¿Qué hay de la noble casa Pembroke?
—Más o menos lo mismo que la tuya, supongo. Mi padre murió cuando
yo era muy joven, y mi madre… Bueno, ella no murió joven, pero su mente
se apagó solo un año o dos después de la muerte de padre. En cierto modo,
James y yo nos criamos mutuamente. Eso es lo que me gusta de ti, que tú y
Caroline tenéis un vínculo como el que tenemos James y yo —había un
dolor agridulce en sus palabras. Sus vidas eran similares en muchos
aspectos.
—Creo que un hermano es una bendición y un consuelo. Tengo la suerte
de tener dos hermanas ahora —Adam dio un suave tirón a su caña de
pescar, evaluando lo que pensaba que podría ser un mordisco a su sedal,
pero no encontró resistencia.
—¿Puedo hacer una pregunta más seria y delicada? —preguntó, con un
tono cuidadosamente neutro.
—Soy, en la mayoría de los aspectos, un libro abierto para ti.
Letty volvió a sonrojarse.
—¿Has tenido muchas amantes?
Esa pregunta fue totalmente inesperada.
—Bueno… No muchas según ciertos estándares. He tenido cuatro en
los últimos diez años.
—Cuatro —dijo, y él deseó poder leer su tono. ¿Estaba molesta?
¿Celosa? ¿Preocupada?
—Te prometo que, como tu marido, ahora te pertenezco. No he tenido
ninguna amante en los últimos dos años, y no volveré a tener ninguna —
apoyó su caña en el borde del bote y se inclinó para coger una de sus manos
entre las suyas. Sujetar la mano de alguien era increíblemente íntimo. En
cierto modo, incluso más que lo que habían hecho en el bosque esta
mañana. Las manos eran la forma en que las personas se conectaban con el
mundo que las rodeaba, y coger esas manos, enlazarlas así, forjó un vínculo
con ella que él no deseaba romper.
Letty no se apartó, pero tampoco encontró su mirada.
—Me siento bastante tonta e ingenua —dijo por fin—. ¿Te decepciono?
Adam tuvo que morderse el labio para no reírse.
—Preferiría que fueras exactamente quien eres. Ni una doncella
marchita, ni una cortesana seductora. Deseo que seas tú, señora esposa.
Encuentro una abundancia de placer en lo que eres: la criatura amazona
salvaje que cabalga mejor que la mayoría de los hombres, pero que
sucumbe a la pasión en mis brazos, cuya entrega me lleva a nuevos niveles
de locura. Nunca debes preocuparte sobre si estoy decepcionado. Estoy
muy lejos de esa emoción particular cuando se trata de ti.
Letty sonrió, y el corazón de Adam se agitó como nunca antes lo había
hecho. No le habría sorprendido darse cuenta de que estaba en peligro real
de enamorarse de su mujer. Tampoco se quejaba de ello.
—Ahora, ¿me permites una pregunta similar?
Letty parecía un criminal condenado en un cadalso.
—Supongo que debo hacerlo.
—¿Cuántos hombres te llamaron la atención antes de casarte conmigo?
¿Algún antiguo pretendiente que pudiera localizarme y retarme a un duelo
por ti?
Ella se relajó.
—Solo unos pocos, pero dudo que alguno te rete a un duelo —se
mordisqueó el labio inferior de una manera que le recordó su glorioso
momento de pasión en el bosque.
—Háblame de esos hombres.
—Estaba Silas Wilson, el hijo de un médico cercano a nuestra finca. Era
tres años mayor que yo. Me parecía bastante apuesto —ella sacudió la
cabeza—. Nunca me miró. Yo no tenía más que trece años, una niña para él.
Lo pillé en los establos con una criada de nuestra casa. Se estaban besando
muy seriamente. Me dolió verlo así. Recuerdo que volví corriendo a la casa
y me tropecé, pelándome ambas rodillas. El médico estaba atendiendo a
nuestra madre, y se tomó un momento para curarme, preguntando qué había
hecho que una joven corriera tan frenéticamente como para tropezar.
Recuerdo que me quería morir de vergüenza. No podía hablarle de su hijo.
Todavía tengo las cicatrices —se levantó las faldas para mostrar las rodillas,
desató las cintas que sujetaban una media y la bajó. Al principio pareció no
darse cuenta de lo que había hecho, pero luego jadeó y volvió a bajar las
faldas—. Cielos, no sé por qué he hecho eso.
Adam se acercó y colocó la palma de la mano sobre el vestido verde
brillante que cubría su rodilla.
—Cada vez estamos más cómodos juntos. No hay nada vergonzoso en
eso —se quitó el pañuelo de cuello y se bajó parte de la camisa para dejar al
descubierto su garganta. Trazó una línea elevada cerca de la clavícula—.
¿Ves esta cicatriz?
Letty se inclinó hacia delante, trazando la cicatriz con sus suaves dedos.
—¿Cómo te la hiciste?
—Estaba decidido a mejorar mis habilidades de esgrima durante la
universidad. Habíamos estado practicando con floretes cubiertos en las
puntas. Otro chico me retó a luchar con una espada sin protección.
Pensando que el peligro agudizaría mis sentidos y reflejos, acepté. Mi
suposición estaba muy equivocada. El otro chico me alcanzó con una
estocada, y sangré terriblemente. Uno de los chicos incluso se desmayó,
para vergüenza de nuestro maestro de esgrima, quien regresó a tiempo para
ver lo sucedido. Los dos fuimos expulsados de la escuela de esgrima. Mi
padre tuvo que contratar a un maestro de esgrima privado para que me
enseñara.
—Oh, cielos, es una cicatriz feroz —coincidió ella, todavía trazando el
lugar. Adam le cogió la muñeca con las manos y la acercó a él.
—¿Ahora eres menos tímida conmigo? —le preguntó, sonriendo.
Ella le devolvió la sonrisa y asintió.
—Sí. También sigo pensando en lo que pasó en el bosque. Me temo que
me vuelvo un poco tonta cada vez que me tocas.
—Me gusta oír eso —dijo mientras la subía a su regazo. Letty jadeó y
se tambaleó hasta acomodarse sobre sus muslos, con las manos sujetando
sus hombros—. La belleza de estar tan juntos en este barco significa que
podemos hacer lo que nos plazca.
Adam bajó la cabeza para robarle un beso. Los labios suaves como
pétalos de Letty se abrieron bajo los suyos y él empujó su lengua con
audacia contra la de ella. Al principio, se mostró tímida mientras aprendía a
adaptarse a él y a sus acciones. La necesidad de tenerla, de hundir su
espalda en el bote y levantar sus faldas, era tan fuerte que sus manos
comenzaron a temblar. Pero la primera vez de Letty no iba a ser aquí, en un
bote. Él se controlaría… eventualmente.
Un repentino estruendo interrumpió su beso, y se volvieron para ver la
caña de pescar de Letty inclinándose sobre la borda mientras algo tiraba
bruscamente del sedal.
—¡Oh, no! —se arrojó del regazo de Adam y se lanzó hacia delante
para coger la caña antes de que cayera.
—¡Letty, espera! —gritó Adam. El barco se balanceó bruscamente, y
tanto la caña como su esposa cayeron al agua.
Durante un instante, se quedó inmóvil, esperando que ella volviera a la
superficie. Cuando no lo hizo, se lanzó por la borda tras ella, sumergiéndose
en las profundidades de color marrón verdoso, buscando a ciegas en el
agua.
¿Ella sabía nadar? Ni siquiera se le había ocurrido preguntarlo antes de
subirla al bote. El foso tenía casi seis metros de profundidad en algunos
lugares. Por no hablar de que el vestido que llevaba la arrastraría con su
peso, y de que sus faldas le dificultarían subir a la superficie. El terror se
agudizó en su interior, ahogando el aliento que aún quedaba en sus
pulmones. Subió a la superficie y jadeó para coger aire, luego se sumergió
de nuevo. No se detendría, no se rendiría. No podía perderla, no cuando
acababa de encontrarla.
Volvió a salir a la superficie, agitando las piernas y mirando la
superficie del agua cerca del bote. No había rastro de Letty por ninguna
parte.
Un segundo después, una mano salió disparada del agua, sosteniendo la
caña de pescar en alto como si fuera la legendaria espada del rey Arturo. La
cara de Letty apareció poco después. Escupió agua y balbuceó mientras
miraba a su alrededor en busca del bote. Luego, al darse cuenta de que él no
estaba allí, giró en el agua, buscándolo.
Él la miró con la boca abierta. Había estado tan seguro de que estaba
muerta. Los destellos de aquella noche en el río habían llenado su mente; de
Adam gritando el nombre de John, buscando en las oscuras aguas hasta
perder toda la fuerza.
—Adam… —pronunció Letty su nombre con preocupación.
—No sabía si podías nadar. No subiste.
Letty se mantuvo a flote, observándolo con mayor angustia.
—Bueno, sé nadar. No debes preocuparte.
—¿No debo preocuparte? Letty, mi amigo más querido en el mundo
murió en un río. Lo vi desaparecer. No puedo pasar por eso nunca más —
nadó hacia el bote y se aferró a la borda. Luego se levantó y se subió.
Letty alcanzó el bote y sacó la caña de pescar del agua. Él la cogió y la
arrojó con rabia al bote antes de empujarla dentro con las manos bajo sus
brazos. Estaba furioso, asustado… Adam era cien cosas diferentes en ese
momento mientras la rodeaba con sus brazos y la sostenía contra él. Ella no
se resistió, no se apartó. Se quedó quieta y metió la cabeza bajo su barbilla.
—No vuelvas a hacer eso. Nunca —le advirtió él al oído—. Por favor,
Dios, nunca más.
Ella respiró y le dio un beso en el pecho.
—Lo siento.
Adam la abrazó durante lo que pareció una eternidad, sin querer abrir
los ojos. Solo cuando sintió el frío del agua asentándose sobre ambos,
volvió en sí con una maldición interior.
—Deberíamos entrar y cambiarnos, o cogerás un resfriado —a
regañadientes, la colocó de nuevo en el banco para poder remar hasta la
orilla.
Se abrazó a sí misma mientras el vestido de algodón se le pegaba. A
pesar de lo aterrorizado que había estado unos momentos atrás, tuvo que
admitir lo adorable que era su mujer, empapada como un gatito. Pero no
podía deshacerse de la ansiedad que sentía por haber estado a punto de
perderla. Cuando llegaron a la orilla, saltó a la misma y levantó la punta del
bote sobre la hierba antes de ayudarla a salir. Ella empezó a coger las cañas,
pero él negó con la cabeza.
—Déjalas —le pasó un brazo por los hombros y la mantuvo cerca
mientras la subía por el largo puente de piedra sobre el agua hasta el castillo
Chilgrave. Cuando llegaron a la puerta principal del castillo, Letty estaba
temblando.
—Cielos, creo que no me di cuenta de lo fría que estaba el agua.
—Es un foso profundo. El agua está bastante fría, excepto en los meses
de verano. Incluso entonces, cuanto más se profundiza, más se enfría.
—Llegué al fondo. Esa maldita caña estaba descansando en el limo.
Tuve que tocar alrededor para encontrarla.
Adam los detuvo justo en la puerta y la hizo mirarlo.
—No vale la pena morir por ninguna caña de pescar. No me importa si
esa maldita corona de diamantes se cae, no irás tras ella —ya no estaba
bromeando. Seguía enfadado y asustado.
—Lo… lo entiendo. Lo siento, Adam. James me enseñó a nadar hace
años, y simplemente no estaba pensando.
—Protegerte es mi responsabilidad. Por favor, no me lo hagas más
difícil.
La cara de Letty destelló una docena de emociones que él apenas pudo
descifrar antes de que ella asintiera.
—No lo volveré a hacer, milord.
Comenzó a alejarse de él. Este era un momento crucial entre ellos, y él
sabía que tenía que tomar la decisión correcta o perder su creciente
confianza. La cogió por la cintura y la hizo girar hacia sus brazos. Letty
respiró mientras sus manos se apoyaban en su pecho.
—Nunca me dejes fuera, Letty. Estamos juntos en esto y no quiero
tratarte como a una niña. Lo único que te pido es que confíes en mí. Habla
conmigo. No más saltos hacia el peligro.
Su mirada de dolor se desvaneció mientras le ofrecía una sonrisa
trémula.
—No creía que un foso fuera un peligro.
—Te sorprendería —le frotó la espalda—. En las tierras de Chilgrave
abundan bastantes peligros, incluso para mí. Y eso que me crie aquí.
—Lo entiendo.
Adam le levantó la barbilla para poder mirar sus cálidos ojos marrones.
—¿Estás enfadada conmigo?
—No —respondió con sinceridad—. ¿Estás enfadado conmigo?
—No. Estoy enfadado conmigo mismo. Necesitabas mi protección y no
estaba preparado. Y ahora estás temblando, y yo estoy descuidando mi
deber de cuidarte. Tenemos que calentarte.
La puerta principal se abrió, y el señor Sturges salió a su encuentro.
—¡Milord! —los ojos del mayordomo se abrieron de par en par. Él
sabía mejor que la mayoría que la ocupación de Adam conllevaba muchos
peligros, y claramente pensaba que algo siniestro les había ocurrido.
—Ha sido solo un pequeño accidente de bote, Sturges. No te preocupes.
Por favor, haz que preparen un baño en mi habitación. Mi esposa y yo
necesitamos entrar en calor.
—Por supuesto —el mayordomo se apresuró a marcharse, mientras
Adam acompañaba a Letty a su habitación.
—Coge una bata y una camisola.
Ella volvió los ojos inocentes hacia él.
—¿No debo bañarme?
—Aquí no. No sola —la voz de Adam era un poco más áspera de lo que
pretendía, pero seguía luchando contra sus preocupaciones y su deseo por
ella al mismo tiempo.
¿Cómo se las arreglaban otros hombres cuando se casaban con
atractivas desconocidas? ¿Estaba mal querer acostarse con ella tan pronto?
Se sintió medio loco al saber que podía reclamarla en el maldito baño si ella
le daba alguna señal de aprobación. Pero no lo haría. Como su condesa, se
merecía un entorno romántico para su primera vez. Le debía a ella hacer
que su primera vez fuera lo más honorable y agradable posible.
—Oh… —esa única sílaba tenía el peso de mil palabras no dichas. Ella
recogió su bata y su camisola y lo siguió a su habitación.
—Aquí, siéntate junto al fuego —Adam la colocó en el cómodo y
desgastado sillón que a él le gustaba. Se alegró de que Helms hubiera
pensado en tener un fuego ya encendido. Septiembre en Inglaterra podía ser
frío, y el agua del lago no ayudaba.
Ella se sentó, y Adam dejó su bata y su camisola sobre la cama antes de
colocarle una pesada manta de lana sobre los hombros. Un desfile de
lacayos llegó con baldes de agua humeante para la profunda bañera de
cobre hasta que se llenó y el vapor surgió de su superficie.
Una vez que estuvieron solos, Adam tiró suavemente de Letty para que
se pusiera de pie.
—Ven, vamos a calentarte.
—¿Supongo que has tenido mucha práctica en desvestir mujeres? —
preguntó, con los dientes castañeando un poco.
—Un poco, confieso, pero esto se siente diferente. Mis manos son casi
torpes cuando te toco. Es como si tuviera que aprenderlo todo de nuevo —
musitó Adam.
—El agua fría, sin duda —dijo su mujer. Sus dedos parecían carecer de
su habitual destreza mientras manipulaba torpemente los lazos de Letty—.
Primero debes aflojar el nudo atado en la parte inferior, y luego moverte
hacia arriba —su voz estaba un poco sin aliento, pero al menos sus dientes
habían dejado de castañear.
Mientras aflojaba los lazos, dejó que sus dedos se detuvieran en algunos
lugares, tocándola a través de la fina capa de la camisola húmeda que
llevaba mientras la exponía poco a poco a medida que la desnudaba.
Permaneció callada mientras la desnudaba. Los dos apenas respiraban
ahora, mientras partes de su bata le cubrían el cuerpo para luego caer. Cada
pedazo de él parecía encerrado en esos poderosos momentos en los que los
latidos de su corazón y los de ella parecían coincidir, la humedad de sus
manos tocando su cuerpo helado mientras le quitaba la camisola. Letty se
estaba calentando, un rubor pintando su pálido rostro, y Adam quería
enterrar sus labios contra su garganta e inhalar su aroma, pero ella
necesitaba estar aún más caliente de lo que estaba ahora.
Cuando por fin estuvo completamente desnuda y él tuvo la oportunidad
de admirar su hermoso cuerpo, señaló con la cabeza la bañera.
—Entra —su voz se hizo ronca cuando se recordó a sí mismo que ella
estaba fría, y que aún era virgen. No era una bestia voraz que se lanzaría
sobre su mujer como un lobo, por mucho que la parte más indecente de él lo
deseara.
—Tú también deberías bañarte —dijo Letty mientras se hundía en la
bañera caliente—. Antes de que se enfríe demasiado —había un sutil matiz
de seducción en sus palabras, como si estuviera empezando a aprender este
juego que estaban jugando. Él sabía, por su rostro sonrojado, que se sentía
embriagada por el deseo. Ver a su dulce y enérgica esposa, mojada en la
bañera caliente a pocos metros de distancia, invitándolo a entrar, fue
demasiado para él. Su polla se endureció y se le secó la boca.
—No estoy seguro de poder seguir siendo un caballero —advirtió.
—No recuerdo haberte pedido que lo fueras —su pequeña sonrisa
malvada solo hizo que fuera mucho más difícil mantenerse alejado. Por un
segundo, su boca se abrió, pero no salió ninguna palabra mientras intentaba
pensar en una respuesta racional para mantenerse a distancia.
—Tu primera vez conmigo no debería ser en una bañera.
La adorable cara de Letty era apenas visible por encima del alto borde
de la bañera.
—Esposo, te quitarás esa ropa mojada y te unirás a mí. Ahora —ella
salpicó agua con una mano—. Hay espacio suficiente para dos, si no te
importa estar cerca de mí.
Pequeña fiera. Adam se quedó mirando a su esposa en shock. Oh, cómo
la adoraba en este momento. Con una sonrisa, comenzó a desnudarse.
—Muy bien, pero puede que aun así consigas al pícaro.
Capítulo Nueve

L ETTY CONTUVO LA RESPIRACIÓN CUANDO A DAM COMENZÓ A QUITARSE


la ropa. En ese momento, decidió que no había nada que amara más que ver
a su marido desvestirse. Era como un espectáculo, hermoso y seductor,
cómo deshizo el paño del cuello y lo dejó caer al suelo. Se desabrochó el
chaleco y lo deslizó por sus hombros, luego se sacó la camisa blanca del
pantalón y la apartó de su cuerpo. Su pecho desnudo era amplio, marcado
por sus músculos. Alcanzó la solapa del pantalón y sus brazos se
flexionaron al hacerlo.
Cielos, el hombre es puro pecado, y no puedo apartar la mirada, pensó
Letty. Por fin vería el aspecto de Adam completamente desprovisto de ropa.
—Oh, claro, no debo olvidar esto —dejó de desabrocharse los
pantalones y se inclinó para quitarse las botas y las calcetas. Le lanzó una
mirada burlona, obviamente sabiendo exactamente cómo la estaba
torturando con este retraso. Letty se aferró al borde de la bañera cuando él
volvió a desabrocharse los pantalones. Se los bajó y se los quitó de una
patada, y ella se quedó mirando esa parte de él. Él no era como las estatuas
del museo. Era mucho más grande, y su miembro no estaba flácido contra
su cuerpo sino apuntando hacia ella. Cielos… Sus labios se separaron con
sorpresa cuando él se acercó a la bañera de cobre.
—Muévete un poco hacia adelante. Me deslizaré detrás de ti.
Letty lo hizo y él entró en la bañera, salpicando agua cuando se hundió.
Separó las piernas y la cogió por la cintura.
—Ahora deslízate hacia atrás y apóyate en mí.
Letty obedeció y cerró los ojos, sintiendo su cuerpo duro y musculoso
detrás de ella. El vello de las pantorrillas de Adam le hacía cosquillas en las
piernas bajo el agua. Su aliento, cálido contra su cuello, le provocaba
escalofríos de placer. Sus pezones se pusieron erectos y sus muslos se
apretaron. El agua, antes caliente, parecía ahora tibia comparada con el
ardor de su cuerpo. Sus manos permanecieron en sus caderas durante
mucho tiempo antes de que empezaran a explorarla lentamente, primero el
interior de los muslos, luego el bajo vientre y, finalmente, deslizándose
hacia arriba para coger sus pechos.
—Tienes unos pechos exquisitos —le susurró Adam al oído.
—¿Oh?
—Sí, muy perfectos. ¿Ves cómo llenan mis manos? —él dejó que el
peso de ellos llenara sus palmas antes de estrujarlos suavemente—. Me da
ideas perversas.
—¿Qué tipo de ideas? —sus pechos se volvieron pesados ante su
contacto.
—Me gustaría ponerte de manos y rodillas frente al espejo mientras te
reclamo por detrás y observo cómo estos gloriosos pechos se mueven
libremente mientras te penetro —las palabras de Adam pintaron una imagen
muy sensual en su mente. Muy pecaminosa. Muy excitante—. ¿Te gustaría
eso? —le preguntó antes de morderle el lóbulo de la oreja. Unas chispas de
excitación recorrieron su columna vertebral hasta llegar a su vientre.
—Eres realmente perverso —gimió mientras él le pellizcaba
ligeramente los pezones. Luego le sujetó la garganta, suave pero
posesivamente, mientras con la otra mano le acariciaba la zona entre sus
piernas. Le besó la oreja y luego la mejilla, antes de introducirle dos dedos.
Sus caderas se arquearon ante su contacto—. Más, por favor —suplicó,
queriendo sentir lo mismo que en el bosque cuando él la había inmovilizado
contra el árbol.
—Encantado de complacerte —dijo, y empezó a mover sus dedos cada
vez más rápido. Sus nudillos estaban blancos mientras se aferraba al borde
de la bañera, con el cuerpo tenso por la creciente excitación. Pero justo
antes de que ella sintiera la caída, él redujo la velocidad.
Ella se retorció, salpicando agua.
—¡No! No te detengas…
Adam se rio.
—¿Estás preparada para deshacerte de nuevo?
Ella se mordió el labio y asintió.
El cálido aliento de su perverso marido abanicó contra su cuello
mientras le daba lo que había prometido. Movió los dedos más rápido y ella
arqueó la espalda. El éxtasis estalló desde su cabeza hasta sus pies. Se
desplomó contra él, con los miembros temblando y la respiración agitada.
Adam la sostuvo mientras ella descendía de la euforia de su pasión.
Cuando volvió en sí, se giró para ver su rostro.
—Y tú… ¿Un hombre se siente así?
—Oh, sí —le aseguró él.
—¿Cómo hacerlo para un hombre? La forma en que me tocas, quiero
decir.
Adam se rio y se inclinó para rozar su mejilla con los labios.
—Criatura curiosa. Eso me gusta. Coge mi polla.
—Tu… —ella tocó tímidamente su eje, el cual estaba
sorprendentemente rígido, y él gimió—. ¿Te estoy haciendo daño?
Él sacudió la cabeza.
—Ahora, rodéalo con los dedos y mueve la mano hacia arriba y hacia
abajo. Sí, así.
Letty lo acarició y siguió sus órdenes. Más rápido. Más fuerte. Más
lento. Adam casi pareció entrar en trance, y ella se sentía embriagada con la
idea de que lo tenía en su poder. Este momento los estaba uniendo de la
manera más pecaminosa y maravillosa que ella podía imaginar. Entonces,
Adam gritó su nombre y su cuerpo se puso rígido en el agua. Después de un
largo momento, él se relajó, y Letty sintió que él había encontrado su punto
máximo, y apartó su mano de él.
La atrajo de nuevo hacia su pecho y le acarició la parte superior de la
cabeza con la nariz.
—Vamos a sacarte de este baño y llevarte a la cama. Has tenido un día
agotador.
Letty jugó con su pecho, dejando que sus dedos rodearan sus planos
pezones masculinos y trazaran las líneas de su clavícula.
—Como tú —era un bello espécimen de hombre, y ella se sintió
tremendamente mareada al pensar que era suyo.
—Ven, señora esposa —Adam se puso de pie en la bañera y la ayudó.
Luego buscó un paño para secar a los dos antes de darle a ella una camisola
y una bata limpias.
Letty terminó de vestirse y se envolvió en su cálida bata. Se tomó su
tiempo para estudiar el dormitorio de Adam. Su propia habitación, aquella
encantadora recámara circular, tenía una pizca de misterio salvaje. Pero la
habitación de Adam era cálida y acogedora. La fuerte cama con dosel, el
tapiz de satén verde, los paneles de nogal claro de las puertas y el techo
acentuados con molduras doradas. Éste podría ser su nuevo hogar. No, éste
era su nuevo hogar. La otra habitación sería un espacio privado para ella,
pero quería disfrutar de esta habitación como suya y de Adam.
—Creo que me quedaré aquí —anunció.
Adam se cerró la bata de bayán y la miró con diversión.
—Así que has tomado tu decisión.
—Sí. Asumiendo que me aceptarás.
Se acercó a ella, cogiéndola en sus brazos antes de coger su trasero y
estrujarlo.
—Supongo que puedo tolerar tu presencia nocturna —suspiró de
manera dramática. Luego le azotó el culo—. Ahora métete en la cama,
esposa.
Letty le lanzó una sonrisa pícara.
—Sí, milord. Como desee, milord.
Mientras Adam se metía en la cama junto a ella y la estrechaba entre sus
brazos, le sonrió con creciente cariño.
—Sí… Ciertamente me complaces.

C AMILLE ESPERÓ PACIENTEMENTE EN UNA HABITACIÓN PRIVADA DE UNA


pequeña posada de Spitalfields antes de dirigirse a la puerta de conexión y
golpearla ligeramente. Ella y su amo siempre sincronizaban sus entradas a
la perfección.
—Entra, Camille —exigió su amo.
Entró y se vio inmediatamente rodeada de sombras cuando la multitud
de siete hombres que había dentro se volvió hacia ella.
—¿Quién es la mujer? —preguntó uno de los hombres.
—Tranquilo, señor Thistlewood. La mujer es mía. Su bonita cara
mantiene mi temperamento a raya, ¿no es así, dulzura? —le preguntó a
Camille.
Ella hizo una reverencia y mostró una sonrisa beatífica a él y a los
hombres.
—Sí, amo.
—Ciertamente me hace pensar en cosas mucho mejores que la ira —se
atrevió a bromear un hombre.
Su amo lo silenció con una mirada.
—Ahora, si estáis listos para discutir lo que importa…
—Lo estamos, señor Garland —dijo el hombre llamado Thistlewood—.
Por favor, hable.
Su amo sonrió fríamente.
—Hasta ahora, todos os habéis mantenido fuera de la horca. Eso es
digno de elogio, pero a este ritmo, nunca lograréis ningún resultado. Ahí es
donde me gustaría ayudaros. Enviar sus pequeñas cartas de rebelión a
Whitehall es una tontería. Quiero que eso cese inmediatamente. Los
mejores revolucionarios no necesitan alimentar su sentido de prepotencia.
Ellos dejan eso para los retóricos que reúnen aliados para la fachada pública
de su movimiento. Pero cuando la sedición y la traición son necesarias,
deben llevarse a cabo en la oscuridad.
—¿Qué sugieres que hagamos, entonces? ¿No necesitamos el apoyo del
público? —preguntó otro hombre—. ¿Reunir a la gente y tal? Si no,
cualquier cosa que hagamos no importará. Sería como matar al rey. Otro
simplemente ocuparía su lugar.
Su amo se llevó una mano a los labios para pedir silencio.
—Los franceses han eliminado con éxito su dinastía.
El hombre que discutía con su amo negó con la cabeza.
—Pero un rey conservador subió al trono tras la muerte de Bonaparte.
—Y ese hombre ya no tiene el estatus de Dios del Sol que los franceses
creían que poseía su realeza. Él es mortal, puede ser destituido o asesinado,
su familia y sus herederos eliminados por Madame Guillotine. El pueblo
francés sabe que ahora es él quien tiene el poder, no un hombre en un falso
trono.
En medio de todo esto, Camille no estaba concentrada en su amo. Tenía
un trabajo por hacer, que era escuchar todo lo que se decía y recordar las
caras de cada uno de los presentes.
—Lo que hay que hacer es eliminar al rey y al sistema que lo mantiene
en su lugar.
—¿Cómo se puede hacer eso? —preguntó alguien—. No estoy en
contra de la idea, solo pregunto cómo se puede conseguir de forma efectiva.
—Haciéndolo todo a la vez.
—¿Todo a la vez? —Thistlewood se acarició la barbilla, con los ojos
pensativos—. ¿Cómo podría usted asegurar eso?
Su amo se inclinó hacia atrás en su silla.
—La Cámara de los Lores. El propio Parlamento.
La sugerencia fue recibida con silencio, pero a juzgar por sus rostros,
los rebeldes no parecían molestos por ello. Más bien estaban
contemplativos, intentando ver cómo esta piedra podía matar dos pájaros.
El amo de Camille volvió a sonreír.
—El rey tiene la intención de dar un discurso al Parlamento, ya veis, y
cuando lo haga, estaremos preparados.
—¿Cómo propone usted destruir el Parlamento? No es como si
pudiéramos marchar hacia él con pistolas en la mano. Si recuerdo, Guy
Fawkes lo intentó y fracasó.
—Lo hizo, pero no tenía el acceso a lugares y personas que yo tengo.
Cuando sea el momento, os diré cómo haremos caer Whitehall.
Thistlewood miró a sus compañeros de rebelión.
—Muy bien entonces. Esperaremos su señal. Pero no esperaremos
mucho tiempo.
—No tendrán que hacerlo.
Hubo murmullos de asentimiento, y Camille, todavía en las sombras,
estudió cada rostro, buscando cualquier indicio de falsedad que delatara a
un engañador entre ellos. Un hombre parecía más pensativo que los demás.
Estaba sentado cerca de Thistlewood, sin hablar como los demás, quienes
ya habían resuelto su curso de acción y se habían disuelto en una pequeña
charla. Podrían ser los nervios, por supuesto, pero podría ser algo más…
—Enviaré una citación cuando estemos listos para poner en marcha el
plan —dijo su amo.
Uno a uno, los hombres salieron de la habitación hasta que ésta quedó
vacía, excepto por su amo y ella misma.
—Bueno, cariño, ¿qué has visto esta noche?
Ella dio un sorbo a una copa de vino y robó un poco de pollo del plato
que su amo había apartado de su comida antes de responder:
—Thistlewood y sus hombres son leales… aunque uno me preocupa.
—¿Cuál? —preguntó su amo.
—El que nunca habló. Se sentó junto a Thistlewood, tal vez para
demostrar su compromiso. Pero no dijo ni una palabra, incluso cuando sus
ojos brillaron en algunas ocasiones por lo que usted dijo.
—Bien observado, incluso yo lo pasé por alto —su amo le entregó su
vaso de vino, y ella bebió antes de ofrecerle una sonrisa.
—¿Está contento conmigo?
—Muy satisfecho —le aseguró él—. ¿Estás preparada para tu próxima
misión?
—Sí.
—Debes encontrar a la hermana de Lord Pembroke.
Al oír esto, Camille se animó de repente.
—Oh, monsieur, olvidé decírselo —se apresuró a entrar en la habitación
contigua y regresó con un periódico que había encontrado esa mañana. Se
lo entregó, abierto en la columna de sociedad.
—Lady Society —refunfuñó él—. Nunca supe quién era la maldita —
ojeó el artículo—. ¿Lady Leticia se casó hace dos días? —sus ojos se
entrecerraron—. Con Lord Morrey —el nombre fue pronunciado con una
intimidad que despertó el interés de Camille.
—¿Lo conoce, monsieur?
—Maté a su mejor amigo —la ferocidad de su expresión la sorprendió.
Nunca había visto a su amo tan enfadado. Él se tocó uno de sus gemelos,
una costumbre que siempre tenía cuando se enfadaba por algo. Algún día
rompería la superficie del gemelo de tanto frotarlo.
Camille apoyó una mano en el brazo de su amo.
—¿Él es como usted?
—¿Como yo? No, solo es otro dandi inglés que se mete donde no lo
llaman —dijo su amo con calma, pero Camille vio un extraño fuego en sus
ojos, una ira que escondía una emoción más profunda.
—Me iré, monsieur…
—No —la cogió del brazo, sujetándola con fuerza—. Te quedarás y
aliviarás mi temperamento —la empujó hacia la cama. Ella intentó
desesperadamente calmarlo, esperando que él fuera gentil si ella no lo
molestaba. Cuando estaba de buen humor, era el mejor de los amantes, pero
cuando no lo estaba…
—Por favor, monsieur, deme un momento para hacerlo feliz —ella le
ofreció su sonrisa más bonita, y las llamas infernales tras sus ojos marrones
comenzaron a desvanecerse.
—Oh, mi dulce flor francesa —musitó—. Siempre sabes cómo calmar
mi oscuro corazón.
Ella se permitió un momento de alivio. Por la gracia de Dios, se había
librado de acostarse con el diablo esta noche.
C AROLINE DIO VUELTAS INQUIETA EN LA CAMA , PATEANDO LAS MANTAS
fuera de su cuerpo hasta que el aire frío la despertó. Se sentó en la
oscuridad, escuchando el aullido del viento contra los cristales de la
ventana. Los fragmentos de un sueño volvieron a ella. Había soñado con
John y la primera vez que lo había conocido.
Ella había estado paseando por el parque con Adam. Había visto a un
hombre montado en un precioso caballo castrado de color marrón y lo había
saludado. Había quedado afectada por los rasgos hermosos del hombre,
como le ocurriría a cualquier mujer, pero él no tenía la condescendencia en
su tono que muchos hombres empleaban cuando hablaban con mujeres. La
había cautivado tanto como a su hermano.
Eso solo había sido el principio. Durante el año siguiente, la había
visitado, le había llevado flores y había paseado por el jardín con ella. Le
había recitado poesías que la hacían reír o sonrojarse. Era un coqueto, pero
solo con ella. Su mirada nunca se desvió hacia ninguna otra mujer. Ella
sabía con certeza que tenía su corazón, al igual que él tenía el suyo. Cuando
llegó el día en que le propuso matrimonio, ella aceptó, sabiendo que su vida
cambiaría para siempre.
Simplemente, nunca había imaginado que sería con su asesinato, en
lugar de con su matrimonio.
Salió de la cama y se dirigió al tocador. En uno de los cajones,
escondido bajo capas de cintas, cepillos con mango de plata y peines con
diamantes, encontró un medallón de oro que colgaba de una fina cadena.
Deslizó el pulgar por el medallón antes de abrirlo.
Dentro había un retrato de John. Él miraba desde la pequeña miniatura,
sus rasgos solemnes eran tan diferentes a los del hombre feliz y sonriente
que ella recordaba. Levantó el retrato a la luz de la luna para verlo mejor.
—¿Por qué tuviste que salir esa noche? —le preguntó al hombre pintado
al óleo—. ¿Por qué no te quedaste en casa?
Colocó una palma de la mano sobre su abdomen y respiró
profundamente. Solo había compartido la cama con John dos veces, pero
esas noches habían sido dulces y maravillosas. Cuando había descubierto
que estaba embarazada, se había alegrado mucho, pero se lo había ocultado
a él, usando vestidos ingeniosos para esconder su creciente barriga. Había
querido que la noticia fuera una sorpresa en su noche de bodas. Quizá si se
lo hubiera dicho, él no habría sido tan despreocupado con su vida. Habría
pensado más en su propia seguridad, por el bien de su futuro hijo.
Caroline cerró el medallón y lo volvió a colocar en el cajón del tocador.
Regresó a la cama y se metió debajo de las sábanas. Esta vez no soñó con
nada más que con el débil llanto de su bebé recién nacido antes de que se
desvaneciera en la oscuridad.

U NA FIGURA SE ASOMÓ EN LA OSCURIDAD HACIA LA CAMA DE A DAM . S U


rostro estaba pálido, sus ropas derramando gotas de agua helada, como si se
hubiera arrastrado desde las profundidades del Támesis.
—Adam —jadeó la figura—. Adam, despierta…
Adam se removió, luchando contra el letargo del sueño. La figura
extendió hacia él unas manos frías y húmedas.
—Debes despertar. Él viene a por ti.
Por fin, Adam se levantó, jadeando.
—¿John? —pero todos los signos de la presencia fantasmal habían
desaparecido.
Tranquilizó su corazón acelerado y se cubrió la cara con las manos.
Luego miró a Letty, quien yacía a su lado. Había hundido la mitad de la
cara en la almohada, con el pelo oscuro ondeando a su alrededor. Seguía
profundamente dormida, imperturbable ante él y el fantasma de su pasado.
Se quedó mirando el rincón oscuro de la habitación donde había
imaginado la figura de John Wilhelm.
—Él viene a por ti —había dicho John.
Adam se preguntó de quién había intentado advertirle su amigo. ¿Quién
era tan peligroso como para traer a su amigo desde el más allá con una
advertencia?
CAPÍTULO 9

L etty estaba terminando de desayunar con Adam y Caroline


cuando el señor Sturges entró en el comedor con una bandeja de
plata en una mano. Se acercó a Adam y se la tendió. Había una
carta encima.
—¿Qué es esto? —preguntó Adam.
—Acaba de llegar por mensajero real —la respuesta del señor Sturges
contenía un matiz de preocupación.
—¿Mensajero real? —repitió Letty.
—Sí, su señoría.
—Gracias, Sturges —Adam cogió la carta de la bandeja y Letty observó
el sello real.
Adam utilizó su cuchillo para cortar la cera del papel, luego desdobló la
carta y la leyó en silencio. Letty intercambió una mirada con Caroline,
preguntándole sin palabras si sabía de qué se trataba. Caroline sacudió la
cabeza.
—Es de Su Majestad. Me convoca de nuevo a Londres. Bueno, a los
dos —miró hacia Letty.
—¿El rey? ¿Por qué? —Letty no podía ni siquiera empezar a imaginar
por qué el rey desearía verla.
—Parece que desea conocerte y siente curiosidad por la mujer que elegí
como novia en tan poco tiempo.
—¿Tienes buenas relaciones con el rey? —Letty sabía que la mayoría
de los aristócratas influyentes se reunían con la familia real de vez en
cuando, pero una invitación personal seguía siendo bastante extraordinaria.
Ella había debutado hace unos años, pero él no la habría recordado de
aquella noche, no cuando ésta se había llenado de docenas de otras jóvenes.
—Bueno, hay una historia detrás de eso, una que debería contarte una
vez que estemos de camino a Londres. Debemos partir inmediatamente.
Desea vernos esta noche para cenar —Adam le lanzó una sonrisa, pero ella
vio que sus pensamientos ya estaban distraídos, posiblemente
preguntándose si había una urgencia significativa en la invitación del rey.
—¿Esta noche? —jadeó Caroline—. Letty, debemos empacar tus cosas
de inmediato y ver si tienes un vestido de corte decente.
—No creo que tenga nada adecuado —se inquietó Letty. Un vestido de
corte era mucho más espléndido que los vestidos de noche normales.
—¿Y el que llevaste la noche del baile de Lady Allerton? —preguntó
Adam—. ¿Es adecuado?
Caroline suspiró.
—Adam, ese vestido no serviría como vestido de corte. Letty, tú y yo
estamos cerca en cuanto a tamaño; te llevarás uno de los míos —Caroline se
levantó de la mesa y las dos damas se dirigieron a la alcoba de Caroline—.
Este debería funcionar —abrió el alto armario. Sacó un vestido y lo
extendió sobre la cama para que Letty lo viera. La creación de satén color
crema era un espectáculo, salpicada con perlas como gotas de luz de luna.
—¿Qué te parece? Todavía no me lo he puesto, así que no lo habrá visto
nadie que conozcas.
—¡Es impresionante! Oh, Caroline, ¿te importa? No quiero quitarte un
vestido así.
Caroline agitó una mano.
—Es tuyo. No creo que yo vaya a asistir a la corte pronto. Ahora,
hagamos que Mina venga y lo empaque.
En menos de una hora, Letty y Adam estaban metidos en su carruaje de
viaje con dirección a Londres.
—Ahora, ¿me dirás por qué te ha convocado el rey? —Letty estaba
sentada frente a él, no porque no quisiera sentarse a su lado, sino porque así
era más fácil conversar con él. Adam se quitó los guantes y jugó con ellos
en su regazo.
—Me posicionaron en Brighton hace un año. El rey estaba en el Royal
Pavilion. Había rumores de que Napoleón había escapado de Elba, y todos
estábamos en vilo. Ninguno de nosotros sabía entonces que estaría muerto
en pocas semanas. Hubo un atentado contra la vida del rey. Cumplí con mi
deber —se tocó las costillas del lado izquierdo—. Una cuchilla me hirió
aquí. No es profundo, pero en la mente del rey, yo era el único que se
interponía entre él y la muerte.
—No había oído que él había sido amenazado el año pasado —Letty se
mantenía al tanto de las noticias leyendo el Times, el Post e incluso el
Ackermann’s Repository of Arts.
—Fue un incidente que se mantuvo en silencio. Hubo pocos testigos, y
a los que lo vieron se les convenció de que debían permanecer en silencio.
Creo que era la primera vez que el rey se enfrentaba a la muerte, al menos
de una forma tan aterradora, y eso lo impresionó.
—Imagino que sí —Letty se sumió en el silencio durante un largo rato,
con la mente ahora llena de preocupaciones e inquietudes. Se dirigían de
nuevo a Londres, un lugar al que no debían ir, donde su vida corría más
peligro, al igual que la de Adam. Pero la orden de un rey no podía ser
ignorada.
Adam también estaba preocupado; Letty lo vio en su mirada distante.
Después de un rato, se acercó a él en el asiento. Él le estrechó la mano,
aunque ella percibió que sus pensamientos estaban a kilómetros de
distancia.
Era poco después del mediodía cuando llegaron a la casa de ciudad de
Adam en Half Moon Street. Allí se encontraron con el señor Shelton, el
asistente del mayordomo que se ocupaba de la casa mientras el señor
Sturges estaba en Chilgrave.
—¡Milord! No esperábamos que volviera tan pronto —dijo el señor
Shelton. Tenía una edad cercana a la de Sturges, unos cuarenta años, y
parecía igual de capaz. Letty no lo había conocido oficialmente, pero
Caroline le había hablado de él antes de que partieran.
—Lo siento, Shelton. Esto es bastante inesperado. Necesitamos un
almuerzo rápido, y Lady Morrey y su doncella necesitarán instalarse en sus
habitaciones.
—Sí, milord —Shelton se inclinó y se volvió hacia ella—. Por aquí,
milady —la condujo por las escaleras hasta el dormitorio de Adam. Los
sirvientes sacaron rápidamente la ropa de las maletas de Letty y Adam.
Letty se tomó un minuto para familiarizarse con otra nueva habitación.
Los últimos días habían sido demasiado para ella en muchos sentidos.
Apenas había comenzado a establecerse en Chilgrave, y ahora tenía una
nueva casa y también nuevos sirvientes.
—Parece usted bastante agotada, señora esposa —dijo Adam al unírsele
en la habitación. Mina y Helms se fueron rápidamente para darles algo de
privacidad.
Ella se sentó en la cama.
—Lo estoy. Pero es una tontería.
Adam cerró la puerta y se acercó a ella a los pies de la cama. Estaba
insoportablemente apuesto en ese momento. Se sintió bastante embelesada
con solo mirarlo.
—¿Estás bien? Comprendo que debe ser difícil desplazarse de un lado a
otro.
—Es desconcertante —admitió ella—. Pero estoy más nerviosa por
conocer al rey esta noche.
—No tienes por qué estarlo. El hombre no es perfecto, pero es decente
como monarca —Adam apoyó las manos sobre sus hombros y se inclinó
para susurrar—: Esta noche, después de la cena, tú y yo tendremos por fin
tiempo para conocernos mejor en nuestra cama.
—Eso estaría bien —musitó ella.
Se inclinó hacia ella y la besó de una manera que hizo que su cabeza se
inclinara hacia atrás y los dedos de sus pies se enroscaran.
—Ahora, bajemos a comer, y descansaremos un poco antes de vestirnos
para la cena.

A DAM SABÍA QUE ESTABA SIENDO UN POCO DISTANTE . P UDO SENTIR EL


aumento de la preocupación de Letty durante su almuerzo, y por eso la
había mandado a descansar unas horas antes de que tuvieran que partir. Eso
le había dado tiempo para pensar, planificar y preocuparse. La invitación
del rey no podía haber llegado en peor momento. Había cientos de cosas
que podían salir mal.
Cuando estuvo listo, su esposa apareció en lo alto de la escalera, y el
espectáculo que representaba le robó el aliento. Llevaba un vestido de satén
color crema y pálido con una enagua dorada y un brillante cuello dorado
con volantes en el cuello. Sus mangas en forma de sombrilla estaban
salpicadas de suaves y brillantes perlas, y el corpiño hacía juego con la
falda dorada. El diseño no era excesivamente complejo, pero el suave color
crema y el oro brillante, realzado por las perlas de sus faldas de corte más
amplio, producían un efecto impresionante. Llevaba el pelo oscuro recogido
en la cabeza, con algunos rizos sueltos que se le escapaban y caían en sus
mejillas y nuca. Y allí, entre los rizos de su brillante cabello, estaba la
corona Morrey.
Su esposa parecía una reina.
Letty se detuvo al pie de la escalera.
—¿Crees que Su Majestad lo aprobará?
Adam tragó saliva y asintió.
—Lo hará. Y me alegrará que la princesa Charlotte ya no esté con
nosotros para sentir envidia de ti.
—¿Crees que tal vez deberíamos irnos, para no perdernos la cena?
Adam se dio cuenta de que llevaba un buen rato mirándola.
—¿Qué? Oh, sí —la acompañó a su carruaje.

C UANDO C ARLTON H OUSE SE HIZO VISIBLE , SU CARRUAJE SE UNIÓ A UNA


fila de otros vehículos que esperaban para dejar a sus pasajeros frente a las
grandes puertas del palacio. Carlton House era todo un espectáculo cuando
el rey decidía agasajar a sus invitados. Las docenas de ventanas que daban
al lado sur de Pall Mall estaban encendidas, iluminando la zona como si
fuera de día. La vasta estructura era, en efecto, un palacio en todo menos en
el nombre.
Habiendo estado aquí una vez, Adam estaba acostumbrado a su
extravagante opulencia, empezando por el pórtico hexástilo de columnas
corintias que conducía a un vestíbulo. Algunas de las mejores obras de arte
del mundo colgaban de las paredes, atrayendo ya las miradas de admiración
de otros invitados que nunca habían estado aquí.
Letty se mantuvo cerca de él; entrelazó su brazo con el suyo mientras
seguían la corriente de invitados hacia el interior. Entraron en una suite de
habitaciones con la enfilada abierta para dar cabida a una larga mesa de
banquete. Adam saludó con la cabeza a quienes reconocía. Pero cuando vio
a Avery Russell en el extremo del comedor, entre un grupo de otros
invitados, apenas compartieron una mirada. No se atrevieron a reconocerse
más que eso.
—Adam, demonio —irrumpió una voz familiar—. ¿Cómo estás?
Adam se giró para ver al Duque de Essex con su esposa, Emily, a su
lado. Godric era un imponente muro de músculos, con el pelo oscuro y unos
ojos verdes centelleantes que a menudo desprendían un temperamento
peligroso hacia los tontos. Se decía que la belleza de ojos violáceos que
tenía a su lado era la única criatura en el mundo que podía domarlo.
—Godric —saludó Adam—. Os echamos de menos en la boda.
—Lo sé. Una maldita pena habérnosla perdido. Estábamos en el campo
cuando nos enteramos de que te encadenarías al matrimonio. Te ofrezco mis
felicitaciones tardías.
Godric inclinó la cabeza hacia Letty.
—Lady Morrey, es un placer volver a verla.
—Su Excelencia —respondió ella con un rubor. Su mirada se dirigió
entonces a Emily, y las dos mujeres se separaron para que los hombres
pudieran hablar.
—Así que, casado. Nunca imaginé que lo harías —dijo Godric—.
Pembroke dijo que no eras de los que sentaban cabeza.
Qué considerado era James al intentar ocultar la verdadera razón en la
conversación con los demás; no era que importara. Muchos hombres con
título permanecían solteros toda su vida, sin preocuparse por quiénes serían
sus herederos. Él no había cultivado precisamente esa reputación, pero,
aparentemente, James pensaba que necesitaba hacerlo, probablemente para
proteger su tapadera.
—Sí, bueno, cuando la mujer adecuada se te presenta, es difícil decir
que no —observó a su esposa y a la bonita y joven duquesa, deseando que
se mantuvieran a salvo de las ventanas y los rincones oscuros de la sala.
Maldita sea, iba a ver asesinos en las alas a cada momento hasta que
pudiera acabar con la amenaza a la vida de Letty.
—Estoy de acuerdo con eso. El matrimonio también fue una sorpresa
inesperada para mí. Mi diablilla pensaba que podía rechazarme también,
hasta que finalmente la convencí de lo contrario. Maldita cosa curiosa
conocer a una mujer que me quería por mí y no por mi título cuando
finalmente aceptó casarse conmigo.
—Es una suerte que la secuestraras cuando lo hiciste, o si no Pembroke
podría haberse casado con ella en lugar de contigo.
—No me lo recuerdes —refunfuñó Godric—. Nunca me alegré tanto
como cuando él se casó. El hombre es un maldito santo, y todas las mujeres
lo adoran. Si tan solo supieran que es miembro de tu malvado club.
Entonces no lo considerarían tan santo.
Adam se rio.
—Incluso así, sigue siendo mejor hombre que el resto de nosotros.
Imagina cómo me siento al tenerlo como cuñado.
Godric se rio.
—¿No es un pensamiento solemnizador?
Sonó el gong de la cena, y todos empezaron a ponerse en parejas para
cenar. Adam y Godric volvieron con sus esposas y se dirigieron a la mesa
del banquete.
—Tú estarás aquí —Adam condujo a Letty hacia la parte principal de la
mesa. Un hombre alto con las mejores ropas que el dinero podía comprar
estaba de pie en esa parte de la mesa, y Letty jadeó al ver al rey.
El rey George IV ya no estaba en la plenitud de la vida a los sesenta
años, pero seguía siendo elegante, aunque un poco más redondo en los
bordes. El rey se había criado como un muchacho apuesto y lleno de vida,
siempre superando los límites de su estricta educación. El hombre había
pasado gran parte de su vida alternando entre dar rienda suelta a sus
pasiones e intentar complacer a sus padres.
—Ah, Morrey —el rey les sonrió—. Por fin conozco a la encantadora
mujer que te ha robado el corazón.
Letty hizo inmediatamente una profunda reverencia. Adam se inclinó.
—Su Majestad —respondieron ambos.
—Gracias por la invitación —dijo Adam—. Permítame presentarle a mi
novia, Leticia.
El rey estudió a Letty con atención, sin dejar escapar nada.
—Has elegido bien, Morrey. No solo es encantadora, sino que hay una
luz en sus ojos que me dice que no te espera una vida aburrida.
Adam asintió y sonrió un poco.
—Soy muy afortunado.
—Y yo también. Esta noche reclamo tanto a tu esposa como a la de
Essex —el rey asintió hacia la duquesa de Essex, quien era escoltada hacia
ellos por Godric.
—En efecto. Encontrará que ambas son buenas conversadoras —
prometió Adam y dio una palmadita en el brazo de Letty mientras la
ayudaba a sentarse.
El comedor se llenó de charla cuando los platos empezaron a llegar.
Adam y Godric se sentaron uno al lado del otro en el extremo de la mesa,
cerca de la anfitriona de la velada, María Fitzherbert, la mujer que el rey
había amado toda su vida. Adam entabló una conversación cortés con
María, pero mantuvo su atención sutilmente dirigida al extremo opuesto de
la mesa, donde Letty hablaba con el rey. Su rostro estaba animado por lo
que ella misma estaba diciendo. El rey y Lady Essex parecían estar
escuchando con bastante atención.
—Debo agradecerle, Lord Morrey —dijo María, captando la atención
de Adam.
—¿Por qué, señora?
—George me contó lo que hizo el año pasado, y está muy contento de
conocer a su novia. Ya sabes lo que él piensa del amor.
—En efecto —respondió Adam.
El rey había estado tan enamorado de María que se había casado con
ella siendo menor de edad. Al final se vio obligado a anular el matrimonio y
unirse a la princesa Caroline de Brunswick, pero en su corazón siempre
había sido leal a María. Ahora que Caroline había muerto, el rey volvía a
vivir más libremente con María.
Cuando la cena llegó a su fin, el rey entregó a Letty al cuidado de Adam
una vez más.
—Bien hecho, Morrey, muy bien hecho. Es bastante tímida hasta que
uno interactúa con ella, pero entonces florece maravillosamente. Es
inteligente y brillante, y si no estuviera tan claramente enamorada de ti, te la
robaría.
Adam se inclinó ante el rey.
—Gracias, Su Majestad —Adam sintió que parte de la tensión en su
interior se aliviaba ahora que su esposa estaba de nuevo a su lado.
Adam se preguntó si el rey tenía razón. ¿Estaba enamorada de él? No
podía negar la emoción en su propio corazón, pero no se atrevía a
conjeturar si ella sentía lo mismo. Darse el gusto de pensar en eso ahora
podría hacer que los mataran a ambos si se distraía demasiado.
—Has sobrevivido a la cena con el rey —la elogió Adam.
Los ojos marrones de Letty brillaron.
—¿Lo hice?
—Está claro que te lo has ganado.
—Ha sido bastante aterrador, para ser sincera, pero Emily estaba muy
tranquila, y eso hizo que todo fuera mucho más fácil. La conversación fluyó
muy libremente, y me alegró tener la oportunidad de hablar.
Adam y Letty se alejaron de los invitados que aún rondaban la mesa de
comedor.
—¿Y de qué hablaste con el rey?
—Política, principalmente. Verás, creo… —Letty comenzó, pero sus
palabras murieron cuando Avery Russell pasó por delante de ellos
bruscamente, casi derribando a Letty. No se detuvo, sino que siguió
avanzando, desapareciendo entre la multitud.
—¿Qué demonios…? —Adam seguía mirando la espalda de Avery en
movimiento cuando Letty deslizó algo discretamente en su palma. Al
reconocer el juego de manos, él guardó automáticamente el papel en la
manga de su abrigo—. Sígueme —acompañó a Letty a una pequeña
biblioteca apartada del comedor principal. Una vez que comprobó que
estaban solos, sacó la nota y la desdobló.
Os buscan a los dos. Marchaos de inmediato. No volváis a Chilgrave.
Adam maldijo en voz baja. Una vez transmitido el mensaje a su esposa,
se dirigió al fuego y arrojó la carta a las llamas. Letty permaneció a su lado,
con una mirada ansiosa marcando sus rasgos.
—Adam, ¿qué vamos a hacer?
—Exactamente lo que él dice. Vamos a buscar tu capa y a hacer que
traigan nuestro carruaje de inmediato.
En cuestión de minutos, Adam estaba levantando a Letty hacia el
interior del carruaje. Mientras subía tras ella, vio que la mirada de un lacayo
se detenía demasiado tiempo sobre ellos antes de que se diera la vuelta y se
dirigiera a los establos de Carlton House.
A Adam le heló hasta los huesos saber que incluso entre los sirvientes
del rey había espías. Y no de los que protegían a la Corona.

C AMILLE SONRIÓ Y AGITÓ SU ABANICO MIENTRAS OBSERVABA AL REY


inglés reírse y ser el centro de atención entre sus súbditos. El hombre
disfrutaba recibiendo a esos tontos bobos. No era de extrañar que su amo
deseara destruirlo a él y a todos los que lo seguían. Cenaban mientras otros
pasaban hambre. Reían y bailaban, mientras que a pocas calles de distancia
las mujeres se vendían para alimentar a bebés hambrientos y los hombres
trabajaban hasta la muerte para alimentar a sus familias.
—Debemos derrotar al sistema desde dentro —había dicho a menudo su
maestro—. Debemos derribarlo todo para construir algo mejor.
El rey se acercó a Camille y le ofreció una sonrisa encantadora.
—Lady Halsey —el tonto pensaba que era inglesa como todos los
demás. Era demasiado fácil actuar y hablar como una dama inglesa, y nadie
había puesto en duda su linaje, no cuando actuaba de una manera tan
perfectamente inglesa.
—Su Majestad —hizo una reverencia, dejando que el rey viera sus
amplios pechos en el vestido de corte de color púrpura oscuro que llevaba.
Era muy fácil distraer a los hombres.
—Una bonita viuda. Puedes elegir los corazones que quieras romper
esta noche —el rey se rio antes de pasar a saludar al siguiente invitado.
Camille volvió a centrar su atención en un hombre de pelo castaño
rojizo que se abría paso perezosamente entre la multitud. Lo vio chocar
bruscamente con la persona que Camille había venido a buscar: la nueva
Lady Morrey.
Camille levantó su abanico delante de su cara para ocultar su sorpresa al
ver que el hombre se aferraba al brazo de Lady Morrey. Lord Morrey, el
malhadado aristócrata inglés al que el amo de Camille había desestimado
con tanta facilidad, era el hombre que había frustrado su intento de asesinar
a Lady Edwards.
Así que… Lord Morrey es un espía. Miró al apuesto Lord Morrey y
reconoció aquellos ojos grises que tanto la habían cautivado cuando lo
había visto brevemente mientras se interponía entre ella y su objetivo. Era
tan alto y de buena complexión como su amo, igualdad de condiciones.
¿Cómo no había sabido su amo que ese hombre era un espía? Estaba muy
lejos de ser un tonto dandi inglés.
Camille se fijó en el ligero ajuste que Lord Morrey se hizo en la manga
un momento después de que su esposa presionara su mano contra la de él.
El hombre era bueno, casi perfecto, pero a ella no se le escapaba nada.
Había recibido algo del pelirrojo y se lo había metido en la manga. Un
mensaje.
Si Lord Morrey se había casado con la hermana de Lord Pembroke,
significaba que ella era realmente importante, tan importante que Lord
Morrey le había ofrecido la protección de su cuerpo y su nombre de forma
permanente.
Ahora que Camille estaba segura de la importancia de la mujer, estaría
aún más segura de acabar con su vida. Cualquiera que fuera la ventaja que
ella aportara al Ministerio del Interior inglés, Camille se encargaría de
eliminarla. Sería difícil ahora que sabía que Lord Morrey se interponía entre
ella y su presa.
Solo había una solución. Tendrían que ser capturados para poder
obtener la información que ella necesitaba. Y luego se desharía de ellos.
Camille hizo un gesto para que un lacayo se acercara a ella cuando
Morrey y su esposa salieron de la habitación. El hombre era uno de sus
agentes que había conseguido empleo en Carlton House.
—¿Sí, milady? —preguntó el criado, ocultando cualquier indicio de
conocerla.
—Síguelos. Lleva muchos hombres contigo. Una vez que estén bien
lejos de Londres, ya sabes qué hacer. Consígueme la información y luego
encárgate de ellos. Haz que parezca un ataque al azar.
El lacayo asintió antes de escabullirse entre la multitud. Camille volvió
a la fiesta, sonriendo al notar que la mirada del pelirrojo recorría la sala, sin
detenerse en ella. Era tan buena para pasar desapercibida como él. No pudo
evitar preguntarse si este nuevo jefe de espías, Avery Russell, era la razón
por la que su amo actuaba con demasiada cautela. Y si era así, ella tendría
que averiguar todo lo que pudiera sobre él.
CAPÍTULO 10

A Letty no le gustaba la mirada cansada y consumida de su


marido. Habían regresado a la casa de ciudad después de la cena
en Carlton House esta noche, y ahora Adam estaba sentado en su
escritorio, escribiendo unas cuantas cartas apresuradas mientras el señor
Helms y Mina volvían a empacar sus baúles. Letty se había cambiado su
vestido de corte por un vestido de carruaje de terciopelo azul para el largo
viaje que les esperaba.
—¿Adónde vamos? —le preguntó a Adam.
Él terminó de escribir una carta y frotó la tinta para secarla.
—Nos dirigimos a la casa de mi tío.
—No sabía que tuvieras tíos.
—Solo uno, y es todo un personaje —Adam llamó a Shelton, y el
asistente de mayordomo no tardó en entrar en el estudio.
—¿Sí, milord?
—Coge estos. Uno es para Caroline y el otro para Sturges. Él debe
entregarlo al propio señor Walpole.
Shelton aceptó los mensajes.
—Por supuesto, milord. El equipaje está empacado y los caballos están
listos para partir, señor.
—Gracias —Adam se puso de pie y condujo suavemente a Letty hacia
la puerta.
—Su capa, milady —Mina dejó caer una capa de terciopelo rojo forrada
de piel sobre los hombros de Letty y le dio un manguito a juego para
mantener sus manos calientes.
—Pero, Mina, no estás vestida para viajar —dijo Letty, alarmada. Su
dama de compañía miró a Adam.
—El señor Helms y yo debemos permanecer aquí, a petición de su
señoría.
¿Iba a viajar sin criada? ¿Iba a viajar completamente desatendida? ¿Era
apropiado? ¿Confiaba en Adam lo suficiente como para…? Cielos, tenía
que hacerlo, ¿no? Estaban casados, después de todo, pero ella seguía sin
entender.
—Adam, ¿por qué…?
—Te lo explicaré una vez que estemos en camino —Adam asintió a
Mina y guio a Letty hacia la puerta. Mientras subía al carruaje que los
esperaba, miró la casa de ciudad de Londres. Prácticamente no había tenido
tiempo de familiarizarse con nada en su nueva vida de casada. Ni aquí ni en
Chilgrave. Adam se unió a ella un momento después y cerró la puerta del
carruaje mientras se sentaba.
Letty esperó a que se explicara, con las manos cerradas en puños en sus
faldas.
—Lamento dejarlos atrás, pero es más seguro. Viajaremos rápido y
puede ser peligroso. Cuanto menos tengamos que preocuparnos y menos
equipaje llevemos, más rápido podremos viajar. Mi tío te dará una criada
cuando lleguemos a Escocia.
—¿Escocia? —solo había estado en Edimburgo una vez, cuando tenía
catorce años.
—Sí. Mi tío abuelo Tyburn es el tío de mi madre. Es bastante joven,
cercano a mi madre en edad. En su infancia, estuvieron muy unidos. Es un
escocés empedernido, pero creo que te agradará.
Letty se inclinó hacia atrás en su asiento para mirarlo.
—Adam, ¿qué tan malo es esto? —mantuvo su voz calmada, aunque su
corazón latía con fuerza.
—No es bueno. Nos han visto en la cena del rey. Tenía la esperanza de
partir hacia Irlanda, pero dadas las circunstancias, prefiero llevarnos a salvo
al castillo de Tyburn. Vive cerca de Ben Nevis, una de las montañas más
altas de Escocia. Estaremos a salvo allí. Los espías franceses se mostrarán
reacios a enfrentarse a las tierras salvajes del norte. El paisaje es duro y la
gente más dura, al menos cuando se trata de extraños. El castillo es aún más
una fortaleza que Chilgrave.
La cabeza de Letty daba vueltas. Esto no era una luna de miel, sino otra
huida desesperada del peligro. El miedo se instaló en su vientre y tardó un
momento en hablar.
—Adam, ¿esto acabará alguna vez? ¿Estaremos alguna vez a salvo? Me
siento como si fuera a colapsar.
Adam la estrechó contra él. Le rozó la frente con los labios.
—Descansa, señora esposa. Duerme un rato.
Letty no creía poder dormir, pero de alguna manera lo hizo. Cuando se
despertó algún tiempo después, no sabía cuánto tiempo había pasado. El
carruaje se había detenido, y estaba sola.
—¿Adam? —su corazón dio un vuelco de pánico mientras empujaba la
puerta del carruaje para abrirla.
Adam estaba de pie bajo la luz de una pequeña posada, con su capa
ondeando detrás de él. Respiró aliviada al verlo.
—¿Vamos a detenernos? —preguntó, levantando un poco la voz.
Adam volvió al carruaje.
—Sí. Han pasado cuatro horas. Los caballos necesitan descansar.
Pasaremos la noche y partiremos al amanecer.
Letty estudió la oscura extensión sobre sus cabezas, la cual brillaba con
estrellas.
—¿Qué hora es ahora?
—Pasada la medianoche —Adam la cogió por la cintura y la puso en
pie, luego la acompañó al interior—. Nuestro equipaje ya está en la
habitación —subieron la chirriante escalera hasta su habitación.
Él la llevó directamente al cálido fuego de la chimenea y le acercó las
manos heladas. Parecía que el invierno se había adelantado. Adam se quitó
la capa y la colocó sobre una silla. Llamaron a la puerta y la abrió para
recibir a un hombre con una bandeja de comida y una jarra de vino.
—Gracias, señor Bristow —Adam pagó al hombre un puñado de
monedas y cerró la puerta—. Ven a comer, cariño.
Adam depositó la bandeja de comida sobre la mesa y Letty se acomodó
en una de las sillas. Adam ocupó la otra. El señor Bristow había traído
carne asada, sopa de puerros y cebollas, y vino, todo lo cual era excelente.
Se sintió aliviada al ver que ella y Adam podían estar juntos de esta manera,
sin sentir la necesidad de hablar simplemente para llenar los minutos
transcurridos. No era que le importara hablar con él. Le gustaba bastante,
pero era agradable saber que también podía tener un silencio ameno con él.
Letty miró con cansancio la chimenea un largo rato antes de percibir que
Adam la observaba.
—¿Has comido lo suficiente?
Letty asintió. Quizás había comido demasiado. Se sentía como un
animal salvaje, sin saber cuándo volvería a tener refugio y comida.
Adam le tendió la mano y se inclinó hacia delante en su silla.
—Dame tu pie.
—¿Mi pie?
Él se rio al ver su reticencia.
—Sí, tu pie.
Letty extendió un pie calzado. Su desconfianza debió de mostrarse,
porque él se rio aún más fuerte.
—Oh, cariño, eres preciosa en tu escepticismo —le cogió el pie y lo
puso en su regazo, luego le desató la bota. Se la quitó, cogió su pie con las
dos manos y empezó a masajearlo. El repentino y placentero contacto
derritió todos los huesos del cuerpo de Letty.
—¿Es algo que enseñan en la academia para espías?
Adam tenía una sonrisa voraz en los labios, lo que provocó un revoloteo
en lo más profundo de su vientre.
—No, esto lo aprendí hace mucho tiempo de una amiga.
Letty cerró brevemente los ojos, pero pronto los volvió a abrir.
—¿Te refieres a una de tus amantes?
—Sí, pero también era una amiga.
—Bueno, le envío mi agradecimiento. Esto es bastante maravilloso —
Letty volvió a cerrar los ojos y no pudo evitar gemir mientras los fuertes
dedos de Adam presionaban su delicado pie, las puntas de los dedos, el
tobillo y el arco del pie de la manera más espléndida. Se preguntó qué más
podría hacer con esas manos, dónde más podría ponerlas sobre ella.
—Ahora, el otro pie.
Letty colocó el otro pie en su regazo sin dudarlo, y él repitió la
ceremonia para ella.
—Estoy segura de que haría cualquier cosa por usted en este momento,
milord —dijo soñolientamente.
Adam se rio.
—Lo recordaré. Pero por ahora, es hora de que estés en la cama.
Letty refunfuñó un poco mientras él bajaba los pies de su regazo. Ella se
dirigió hacia la cama.
—Señora esposa —la diversión llenó esas dos palabras.
Ella bostezó.
—¿Sí?
—Todavía estás vestida.
Miró su vestido y casi gimió. Deseaba desesperadamente dormir.
—Permíteme ayudarte —Adam se acercó por detrás de ella y comenzó
a desabrochar los pequeños botones de la espalda de su vestido con una
destreza experta que, sin duda, también había adquirido de sus anteriores
amantes. Por ello, ella también estaba agradecida. En unos instantes, el
vestido se abrió en la parte trasera y ella pudo quitárselo con facilidad y
dejarlo caer al suelo. Se volvió hacia Adam y se sentó en el borde de la
cama mientras él se inclinaba, le levantaba la camisola y le quitaba las
medias.
—Adam, debes pensar que soy una criatura tonta e inútil —suspiró
Letty.
Él apartó las mantas de la cama y ella se deslizó bajo ellas.
—¿Por qué iba a pensar eso? —empezó a quitarse la ropa.
—Porque parece que no puedo mantenerme despierta como tú —se
metió más profundamente bajo las mantas y observó a su marido desnudar
su hermoso y musculoso cuerpo.
—Querida, has pasado por muchas cosas estos últimos días. De hecho,
más de lo que la mayoría de los hombres podrían soportar. Estarías en tu
derecho de ponerte histérica después de esta pesadilla de luna de miel.
Diablos, yo podría ponerme histérico si tú no lo haces.
La idea la hizo reír.
Con su ropa interior, Adam se unió a ella bajo las sábanas. Se deslizó
hacia él, sintiéndose más despierta al darse cuenta de que tal vez esta noche
la reclamaría por fin como un marido lo haría con su esposa.
Letty apoyó su mejilla en su pecho, su calor emanando a través de ella y
los latidos de su corazón, constantes y lentos.
—¿Adam?
Él le frotó el brazo, lenta y tranquilamente.
—¿Sí?
—Estoy demasiado cansada para dormir. ¿Me hablarás de tu tío?
—Por supuesto —su mano se dirigió a su pelo, acariciándolo.
—¿Es aterrador?
—¿Aterrador? —su marido parecía confundido.
—Sí, ¿es un Highlander? He oído que algunos de ellos en el lejano
norte siguen siendo bastante brutos.
—No es aterrador, pero es feroz. No muestres miedo cuando lo
conozcas, y te amará en un instante.
—¿Lo hará?
—Te lo prometo.
—¿Qué más puedes decirme sobre él?
—Tiene dos hijos cercanos a mi edad. Angus y Baird. Se parecen a él en
su estatura y fuerza, pero tienen los atractivos rasgos de su madre.
—¿Tu tío está casado?
—Lo estaba. Su esposa, Bonnie, murió unos años después de que
naciera Baird. Ella fue el gran amor de Tyburn, y él nunca volvió a casarse,
aunque muchas muchachas escocesas han querido estar en su corazón… y
en su cama.
—¿Los visitas a menudo en las Tierras Altas?
—No lo suficientemente a menudo. Caroline y yo adoramos al tío
Tyburn. Espero que tú también lo hagas. De ser así, podríamos visitarlo a
menudo.
Adam rodó de lado para mirarla. Las velas de la mesita de noche
creaban suficiente luz para iluminar el contorno de su cuerpo, haciéndolo
parecer más un amante de las sombras que un hombre de carne y hueso.
—Adam, creo que ahora no estoy demasiado cansada. Si deseas… —no
pudo decir el resto de las palabras.
—¿Si deseo qué, cariño? —los blancos dientes de Adam brillaban en la
tenue luz mientras le sonreía. Eso la hizo temblar con ese equilibrio de
miedo y anticipación.
—Ya sabes…
—Dilo. Debes decir exactamente lo que deseas que haga —le apartó el
pelo de la cara. El gesto fue muy tierno y a la vez tan opuesto a la
intensidad de sus ojos.
Letty era muy consciente de su fuerza, de la enorme anchura de sus
hombros, de la facilidad con la que este hombre podía hacer lo que quisiera
con ella y de lo incapaz que sería ella para detenerlo.
—Deseo que te… acuestes conmigo —le alegró que las sombras
ocultaran el salvaje rubor de su rostro.
Sin decir nada, Adam se inclinó y la besó. Cayó de espaldas mientras él
se movía parcialmente sobre ella. Se tomó su tiempo para besarla
suavemente, y Letty se deleitó en la forma en que sus besos creaban una
fiebre bajo su piel. Desató los lazos de su camisolas y aflojó la parte
superior para poder quitársela de los hombros. Presionó besos cariñosos en
cada hombro y luego le besó las clavículas. Ella se arqueó y jadeó cuando él
tiró de la tela hacia abajo, dejando al descubierto sus pechos.
Adam fijó sus labios en un pezón y lo chupó hasta que ella clavó las
manos en su oscuro cabello y se retorció. Olas de calor la recorrieron por
completo mientras intentaba concentrarse en la sensación de su boca en su
pecho, pero no pudo evitar notar que su otra mano se estaba deslizando por
el interior de sus muslos.
—Tu piel es muy suave —dijo él mientras centraba su atención en su
otro pecho. Mientras chupaba, deslizó dos dedos entre sus pliegues y los
introdujo profundamente. Chilló con sorpresa y sus caderas se levantaron de
la cama.
Él se detuvo para mirarla.
—¿Te he hecho daño?
Letty sacudió la cabeza.
—No, no. Es solo que se siente… como si fuera demasiado —confesó.
—Ah, pero hay cosas mejores por venir —prometió mientras inclinaba
la cabeza hacia sus pechos de nuevo.
Sus piernas temblorosas se abrieron para él, quien apartó las mantas de
la cama, moviendo su cuerpo para arrodillarse entre sus muslos.
—Adam, no sé si…
—Shh, amor. Debes confiar en mí —bajó la cara hasta su vientre y trazó
un camino de besos hasta su monte. La sorprendió tanto que lo único que
pudo hacer fue inhalar con fuerza cuando él alcanzó la perla oculta en la
cima de su monte. Entonces, él la miró y sus ojos se encontraron—. Esto
también lo aprendí de una viejo amiga —su risa la acarició durante un
segundo antes de que la succionara entre los labios.
Una explosión la sacudió, repentina y violenta, hasta el punto de que no
pudo hacer otra cosa que coger una bocanada de aire mientras Adam lamía
y chupaba esa parte de su cuerpo. Cuando el súbito clímax empezó a ceder,
ella fue consciente de que su boca seguía en su monte, con su lengua
jugando con ella de la forma más pecaminosa.
—Ahí —dijo él mientras se incorporaba un poco—. Estás relajada,
¿verdad?
—Puede que nunca abandone esta cama —suspiró de manera soñadora.
Le cogió suavemente los muslos y los abrió de par en par mientras se
acomodaba entre ellos y la besaba de nuevo, sus cuerpos presionados ahora
pecho con pecho. El peso de Adam era sorprendente, pero bienvenido. Se
sentía extrañamente segura con su cuerpo rodeado por el de ella, pero la
dura presión de su pene tan cerca de su centro también la asustaba un poco.
Qué curioso, pensó, sentirse tan excitada y asustada al mismo tiempo.
—Lo siento, cariño —dijo contra sus labios mientras se acercaba más a
ella y su miembro presionaba ahora justo en el borde de sus pliegues.
—¿Por qué? —preguntó un segundo antes de que él la penetrara. Sus
crispadas paredes internas vibraron de pánico cuando atravesó su doncellez.
Letty gritó, clavándole las uñas en el hombro y mordiéndose el labio.
—Relájate, querida mía. Deja que tu cuerpo se adapte —se quedó
quieto, y se sintió demasiado llena de él, de todo. Casi le costaba respirar.
—¿Eso es lo peor de esto?
—Sí, pero cuando me mueva dentro de un momento puede escocer. Lo
siento si es así —parecía que lo decía en serio, que odiaba hacerle daño.
Algo se agitó en su pecho, algo maravilloso y lleno de luz al pensarlo.
Letty se tensó cuando empezó a moverse. Adam maldijo y se calmó.
—Letty, cariño, si no te relajas, no podré moverme.
—No sé cómo —admitió, y luego apartó la mirada avergonzada.
Los labios de Adam se posaron sobre los suyos, besándola,
mordisqueándola juguetonamente hasta que ella empezó a soltar risitas y
sus piernas se abrieron más y sus músculos internos aliviaron su rígida
tensión.
Ahora, cuando él empezó a moverse, le ardió, pero no tanto como
esperaba. Se sintió extrañamente vacía cuando Adam abandonó su cuerpo,
pero cuando volvió a introducirse en ella, su miembro, ahora muy parecido
a la flecha de la que le habían advertido, pareció golpear su corazón. ¿Cómo
era posible?
Adam empujó una y otra vez, y el escozor se desvaneció para
convertirse en algo totalmente distinto. Sus pestañas se cerraron, pero
Adam le ordenó que abriera los ojos.
—Quiero ver ese dulce fuego en tus ojos mientras te reclamo —gruñó.
La dominación que ejercía sobre ella en ese momento la llevó a una nueva y
aterradora cima. Esto… esto era lo que él había intentado decirle. La batalla
secreta de voluntades y placeres que era sagrada entre dos amantes. No era
algo que las palabras pudieran describir. Eran docenas de complejas
emociones tejidas en un tapiz de placer, dominación y entrega. De
confianza por ambas partes.
De alguna manera salvaje y maravillosa, ella estaba totalmente presente
con él, sus carnes convirtiéndose en una sola, pero también estaba perdida
en alguna tierra donde un lord sombrío la reclamaba como suya. Adam era
ambas presencias masculinas, y estaba fascinada, adicta a ello, y a él.
La penetró con más fuerza, sus caderas se flexionaron mientras Letty
bajaba las manos por sus hombros hasta sus nalgas, sujetándolo, sintiendo
su poder bruto mientras la llenaba una y otra vez.
Ahora ella era la que tenía el control mientras lo miraba y empujaba sus
caderas hacia arriba, uniéndolos con más fiereza. Entonces ocurrió algo
milagroso: ese placer cegador la golpeó a ella en el mismo instante en que
lo golpeó a él.
Adam rugió su nombre con tanta fuerza que las paredes temblaron. Se
puso rígido, los tendones de su cuello sobresalieron al entregarse dentro de
ella. Letty lo sintió, húmedo, caliente, llenándola. Se aferraron el uno al
otro, con sus cuerpos temblando.
Adam se relajó dentro de ella, su peso era pesado pero no desagradable.
Sus cuerpos se llenaron de sudor y el aire frío de la posada comenzó a
refrescarlos. Él se removió lo suficiente como para volver a cubrirlos con
las mantas, pero siguió dentro de ella. No estaba tan duro como antes, lo
que dejó a Letty curiosa, pero ya le pediría más tarde que le explicara los
misterios del cuerpo masculino.
—Ahora, por fin te he reclamado —Adam dejó escapar una risa áspera
antes de besar su sien y hacer que ambos rodaran para que siguieran
tumbados fusionados de lado, uno frente al otro.
—¿Quizás soy yo quien te ha reclamado? —respondió Letty, sintiendo
que su cuerpo seguía estremeciéndose alrededor del suyo. Se le ocurrió un
pensamiento que al principio le produjo alegría y luego miedo.
Adam le pasó el dorso de los nudillos por la mejilla.
—¿Qué pasa?
—¿Y si…? ¿Y si tengo un hijo debido a esta noche?
El dolor oscureció sus ojos tormentosos.
—¿No quieres mi hijo?
—Sí, pero me preocupa su seguridad. No podemos huir para siempre,
no si queremos criar a un niño.
La comprensión iluminó sus ojos.
—Me gustaría poder decir que me habría salido de ti y derramado mi
semilla sobre las sábanas, pero no creo que el mismísimo diablo hubiera
podido detenerme esta noche. Por eso, lo siento. Solo puedo prometerte que
si tenemos un hijo, lo protegeré con todo lo que soy, como lo haré contigo.
Su promesa debería haberla hecho sentir segura, pero no borró el
conocimiento de que aún estaban en peligro, de que cualquier hijo que ella
pudiera llevar en su interior también podría enfrentarse a ese peligro. Letty
se acercó más a Adam. Su temor por el futuro la privaría de cualquier sueño
decente que pudiera tener antes del amanecer.
CAPÍTULO 11

A dam se despertó cuando el amanecer se alzó en el horizonte.


Tendía a despertarse exactamente cuando lo necesitaba, sin
importar lo cansado que estuviera. Tardó un momento en
orientarse y recordar por qué seguía sosteniendo a una mujer casi desnuda
—corrección, su esposa—, en sus brazos. Su camisola estaba enrollada
alrededor de su cintura, con sus hermosos pechos a la vista.
Adam apartó las sábanas mientras se incorporaba y se pasó las manos
por el pelo. La sangre virgen de Letty estaba en su pene y muslos. Se
estremeció. Debería haber sido delicado y lento con ella, no como un
soltero cachondo. Anoche se había perdido en ella como nunca antes lo
había hecho. En el fondo, había sabido que sería así, desde el primer
momento en que la conoció. Era como si una parte de él hubiera reconocido
su otra mitad, la parte que lo haría completo una vez más. Desde que había
perdido a John, no había sido él mismo. Estar con Letty le estaba
permitiendo recuperar esa parte alegre de sí mismo, la parte que disfrutaba
de estar vivo y enamorado.
Ella aún no sabía que lo que habían compartido anoche era
extraordinario. Era un verdadero regalo. Los pensamientos sobre su
increíble unión pronto desembocaron en pensamientos sobre sus posibles
consecuencias, como un hijo. Tenía que encontrar a quienquiera que
estuviera tras Letty y acabar con la amenaza por cualquier medio. No quería
que ningún hijo suyo corriera peligro.
Con gran reticencia, se vistió y despertó a su mujer. Ella se frotó los
ojos, se estiró y parpadeó contra la pálida luz de la mañana.
—¿Adam? ¿Dónde…? Oh —entonces, se dio cuenta de que estaba
desnuda y subió las mantas por encima de sus pechos mientras sus mejillas
adquirían un tono rosado.
—Buenos días —se sentó en el borde de la cama y le acarició la mejilla,
sin poder dejar de sonreír—. ¿Cómo te sientes? ¿Estás dolorida?
—¿Dolorida? —se tensó y luego asintió—. Un poco. Oh, cielos, estoy
muy avergonzada —intentó cubrirse la cabeza con las mantas como una
niña. Adam se rio mientras las bajaba para verla.
—Estuviste magnífica anoche. La mejor que he tenido jamás —le
prometió.
Los ojos de Letty crecieron.
—¿De verdad? ¿La mejor?
—Sin duda —Adam quería decirle que la noche anterior había sido más
de lo que había soñado, que había sido mágica, pero temía que esas palabras
lo hicieran parecer un colegial vanidoso—. Hoy tendrás tiempo para
descansar en el carruaje. Tenemos un largo viaje por delante.
Afortunadamente, un carruaje no era el mejor lugar para hacer el amor.
Él lo había hecho en el pasado, pero estaba lejos de ser cómodo. Las
sacudidas del camino y los repentinos e inesperados desniveles eran
bastante perjudiciales para los momentos de pasión. Además, Letty
necesitaba tiempo para curarse antes de que él volviera a hacer el amor con
ella.
—Me ocuparé de los caballos y veré cómo está nuestro conductor
mientras tú te vistes.
Adam la dejó para darle tiempo a adaptarse. Imaginó que podría ser un
poco perturbador para ella despertar sin ser virgen, con los restos de su
sangre en sus muslos. Debería haberla limpiado anoche, pero estaban
demasiado cansados para hacer otra cosa que no fuera colapsar. Ahora
tendría algo de tiempo para sí misma para adaptarse y prepararse para el
día.
Los caballos y el chófer estaban listos, y él volvió para encontrar a Letty
terminando de abotonar un vestido de día que no necesitó ayuda para
ponerse. Parecía que Mina había hecho las maletas sabiamente, con
vestidos que permitían a Letty valerse por sí misma. Había odiado dejar
atrás a Helms y a Mina, pero era más seguro que los dos viajaran solos.
Se apoyó en el umbral de la puerta, observando cómo ella terminaba de
abrocharse el último botón del vestido, perdido por un momento en el que
simplemente se deleitó de que aquella mujer fuera suya. A pesar de que se
habían juntado en circunstancias terribles, estaba contento. No, más que
contento, estaba feliz.
—¿Estás lista?
—Sí —se recogió el pelo largo en la nuca y lo ató con una cinta de color
rosa que hacía juego con su vestido. Parecía mucho más joven con el pelo
peinado así. Parecía más una niña de dieciséis años que una dama casada de
veinte. Eso no hizo más que aumentar su deseo de protegerla. Empezó a
levantar su maleta, pero él la apartó suavemente y la llevó junto con la suya
hasta el carruaje.
El viaje hacia el norte duró otros dos días mientras dejaban atrás
Inglaterra. Por la noche, colapsaron en la cama de una posada y, a pesar del
deseo de Adam, no tuvo el valor de despertar a Letty solo para satisfacer su
lujuria. En lugar de eso, la abrazó y le susurró sobre su vida, y ella le
susurró lo mismo, compartiendo asuntos del corazón y de la mente más que
de sus cuerpos. Se estaba acercando más a ella, deleitándose en cada
momento en que su esposa le abría su corazón.
Letty era una mujer que creía en el amor, del tipo que hacía soñar a los
poetas y suspirar a los amantes. Sin embargo, no era una chica tonta con
tonterías en la cabeza. Era una verdadera romántica, pero él podía decir que
ella había calmado ese anhelo por el amor algún tiempo atrás, guardando
sus sueños más profundos en su interior. Él lo entendía, en cierto modo. El
mercado matrimonial no siempre había sido visto como un lugar para el
amor. El propio nombre anunciaba las intenciones mercantiles o incluso
mercenarias con las que algunos se casaban. No era un lugar donde los
matrimonios por amor se dieran con frecuencia. Tal vez por eso Letty había
pasado dos temporadas sin una propuesta de matrimonio.
Mientras la observaba dormir entre sus brazos, rozó con las puntas de
los dedos la curva de su nariz y los arcos de sus cejas.
—El amor halla sus caminos, aunque sea a través de senderos por
donde ni los lobos se atreverían a seguir su presa.
Ella se removió al oír las palabras de Lord Byron, pero no se despertó.
Adam continuó.
—Tengo grandes esperanzas de que vamos a amarnos toda la vida tanto
como si nunca nos hubiéramos casado.
—¿Adam? —preguntó ella, con los ojos aún cerrados.
—¿Sí?
—Me gusta mucho Byron. No te detengas —Letty movió una mano
para que se posara sobre su corazón, y algo dulce y puro capturó el aliento
de Adam mientras se quedaba quieto—. Por favor.
—Corazón en sus labios y alma en sus ojos, suave como su clima y
soleado como sus cielos.
Ella suspiró de manera soñadora.
—Me gusta esa. Dime otra.
—Tú eres tú y yo era yo; éramos dos, antes de nuestro tiempo. Yo era
tuyo, antes de saberlo; y tú siempre has sido mía también.
Pensó en el día en que Letty había ido a verlo por primera vez para
buscar respuestas sobre Gillian. Ella lo había impresionado entonces, y no
solo por su belleza. Había habido algo más, como si ella fuera una parte de
él que se había separado hacía tiempo y que solo en aquel momento había
vuelto a él.
Ella lo había mirado con el mismo reconocimiento desconcertado, pero
él no había hecho nada. Había sido educado y había mantenido las
distancias. El amor y el matrimonio no pertenecen al camino de la
venganza.
Adam se acomodó de nuevo en la cama, apoyando la cabeza en la
almohada mientras observaba cómo la luz de la luna bañaba la habitación
antes de que las nubes la cubrieran y los ahogaran en la oscuridad.

T UVE UN SUEÑO , QUE NO ERA DEL TODO UN SUEÑO .


El brillante sol se apagaba, y los astros
Vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
Oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día.

S U CORAZÓN HABÍA ESTADO ENVUELTO EN UN CIELO SIN ESTRELLAS ,


pero Letty brillaba a través de las pesadas nubes, consumiendo su dura
necesidad de venganza. No podía aferrarse a su ira y su odio, no cuando
esta mujer le brindaba amor.
Algún día se enfrentaría a una elección: ella o su deber.
A L TERCER DÍA , L ETTY ESTABA COMPLETAMENTE HARTA DE ESTAR EN UN
carruaje.
—¿Podemos parar y estirar las piernas pronto, Adam? Me estoy
volviendo loca por estar atrapada tanto tiempo aquí.
Adam asintió. Abrió la ventanilla del carruaje y le dijo al conductor que
parara en la siguiente posada, la cual no estaba lejos. Estaban recorriendo
caminos que le eran familiares ahora, y Letty agradeció que él supiera a qué
paradas llegarían pronto.
—No tardaremos mucho. Cenaremos temprano en el Crown and Thistle.
Letty apoyó la cabeza en el hombro de Adam. Revivió la noche anterior
en su mente, con una pequeña y secreta sonrisa rondando sus labios.
Descubrir que su marido era un romántico de corazón, que la poesía movía
su alma como lo hacía con la suya, era una verdadera alegría. Pero era
posible que no fuera un hombre que disfrutara de la lectura. La mayoría de
los libertinos memorizaban trozos de poesía para impresionar a las damas;
tal vez Adam solo conocía unos pocos versos ingeniosos, en lugar de ser un
lector devoto.
—Adam, ¿eres un gran lector, o un hombre que solo prefiere los
deportes y las actividades al aire libre? —se consideraba así misma bastante
equilibrada, disfrutando de los placeres físicos de la equitación, el
senderismo e incluso la pesca, aunque ciertamente no la parte de cebar
anzuelos. También disfrutaba de la lectura de libros sobre un gran número
de temas. No era del todo una literata, al menos en comparación con
algunas de sus amigas.
—Me gustan las dos cosas —respondió Adam—. No tuviste la
oportunidad de pasar mucho tiempo en la biblioteca de Chilgrave, pero
cuando volvamos, te la enseñaré.
—Eso me gustaría.
—Estaremos en casa de Tyburn esta noche, y él también tiene una
biblioteca decente.
Letty se perdió soñando despierta con la salvaje naturaleza escocesa, de
ella y Adam cabalgando por las colinas cubiertas de brezo.
El carruaje se detuvo en el Crown and Thistle justo al anochecer.
—Entremos y comamos un poco —Adam ordenó al conductor que
dejara descansar a los caballos—. Podemos quedarnos una hora más o
menos y luego seguir nuestro camino.
Entraron en la pequeña posada y descubrieron que la mayoría de las
mesas estaban llenas de hombres y mujeres, unos cuantos comiendo y
bebiendo a pesar de la hora temprana.
—Espera aquí. Déjame ver si puedo conseguir un comedor privado para
nosotros —la mayoría de las posadas para carruajes tenían varias salas
destinadas estrictamente para que las parejas casadas pudieran cenar solas,
ya que la gente noble no solía sentarse a cenar entre las clases bajas. A
Letty, sinceramente, no le importaba ni una cosa ni la otra, pero Adam se
había alejado tan rápidamente que no podía llamarlo sin atraer la atención.
Desde la llegada a Escocia, ya se sentía un poco nerviosa, sabiendo que los
ingleses no eran bienvenidos, especialmente tan al norte. Lo último que
quería hacer era llamar la atención de una sala llena de fornidos escoceses.
Adam se apoyó en la barra y habló con el tabernero mientras Letty
permanecía cerca de la puerta. La puerta se abrió y entraron varios
hombres. Presionada contra la pared como estaba, los hombres no la vieron.
Recorrieron el gran bar antes de que su atención se detuviera en una
persona: su marido.
Cada uno de sus músculos se tensó mientras temía que se volvieran y la
vieran a continuación. Esos hombres estaban aquí por ella y por Adam,
tenían que estarlo. El grupo de hombres, siete en total, comenzó a hablar en
voz baja con acento inglés en lugar de escocés. Eligieron una de las pocas
mesas vacías que quedaban en la sala. Adam se giró y se acercó a ella,
sorprendentemente relajado. Seguramente no estaría tan tranquilo si los
hubiera visto.
—Por aquí, querida. Hay una habitación al fondo para nosotros —la
acompañó más allá de la mesa de los hombres, con el brazo alrededor de
sus hombros. Letty mantuvo la barbilla firme, con la mirada al frente. En
cuanto ella y Adam estuvieran solos, le contaría lo que había visto. Entraron
en una pequeña habitación con una mesa y dos sillas, la cual habría sido
acogedora si no fuera por sus circunstancias actuales.
—Adam… —comenzó ella.
Él se llevó un dedo a los labios mientras cerraba la puerta.
—Sí, esto será encantador, una cena tranquila —dijo, como si todo
estuviera bien, pero levantó una de las sillas y la colocó bajo el pestillo—.
Sé que debes estar cansada de todos nuestros viajes —continuó Adam
mientras se acercaba a la ventana y la abría con facilidad. Luego le hizo un
gesto para que se acercara—. Por aquí —susurró con urgencia, justo cuando
alguien llamó con fuerza a la puerta de su habitación—. Te voy a impulsar.
Sal y espérame —Adam hizo una pausa, con un repentino temor en sus ojos
—. Si nos separamos, roba un caballo y cabalga hacia el norte por este
camino. Te llevará directamente a la tierra de mi tío.
—¡No! —los ojos de Letty ardían. Ella no iba a dejarlo. Hubo un ruido
sordo en la puerta cuando algo duro chocó con ella desde el otro lado.
Adam se apoyó en la silla que mantenía la puerta cerrada.
—No hay tiempo para debatir esto. ¡Vete, ahora! —siseó Adam.
—No puedo dejarte —algo en su interior, algo negro y lleno de
desesperación, temía perderlo para siempre.
—No te lo estoy pidiendo. Te lo estoy ordenando. Me juraste en aquel
prado de Chilgrave que harías lo que yo dijera cuando fuera importante.
Esta es una de esas veces. Ahora vete —asintió con la cabeza hacia la
ventana mientras la puerta retumbaba tras él con otro sonoro impacto.
—¿Y dejarte morir? Yo también hice un voto de no separarme de ti
hasta la muerte.
—¿Y si llevas una vida dentro de ti, una vida que nosotros hemos
creado? Debes poner esa vida por encima de la mía. ¿Lo entiendes?
Las manos de Letty fueron a su abdomen. No sabía si estaba
embarazada o no, pero él tenía razón: si había alguna posibilidad, esa vida
debía estar por encima de todo. Era una elección que nunca había
imaginado hacer: Adam o el niño que podría estar esperando.
—Por favor —suplicó Adam cuando otro impacto contra la puerta lo
sacudió.
Ella se precipitó hacia él, besándolo rápida y duramente mientras
susurraba:
—Te amo —luego corrió hacia la ventana y salió por ella, dejándose
caer al suelo. Casi al instante, unas manos la sujetaron y una de ellas le
cubrió la boca.
—¡La tengo! —gruñó alguien en señal de triunfo. Letty gritó contra la
mano enguantada antes de que la empujaran boca abajo hacia la tierra y el
peso de un cuerpo le aplastara la espalda.
—Atadle las manos —gritó alguien.
Sintió que la cuerda le envolvía las muñecas, pero en lugar de luchar,
Letty dejó de pelear y se quedó quieta. Su repentina falta de movimiento
confundió momentáneamente a los hombres que la habían sujetado.
—La has aplastado, tonto. Primero necesitamos información.
El peso que retenía su cuerpo contra el suelo desapareció. El sonido de
los hombres moviéndose detrás de ella le indicó que era el momento de
correr. Se puso en pie y corrió hacia los establos que estaban a pocos
metros. La puerta estaba abierta y se apresuró a entrar. El cochero estaba
sentado en un rincón, con los ojos cerrados mientras descansaba con sus
caballos.
—¿Señor Marin? —cogió su hombro e intentó despertarlo, pero la
cabeza del señor Marín cayó hacia atrás, dejando al descubierto que su
garganta había sido cortada de oreja a oreja. La tela azul oscuro de su
abrigo había ocultado la sangre que ahora cubría su mano. Su cuerpo se
desplomó de lado y cayó al suelo con un golpe seco. Letty tropezó al
retroceder un paso y cayó de espaldas. Se quedó mirando el cuerpo sin vida.
Un hombre inocente había muerto por culpa de ella y de Adam.
—¡Revisad los establos! —gruñó una voz desde las cercanías.
Letty se levantó de un salto y buscó un escondite. Subió por la escalera
hasta el desván, aunque estaba segura de que lo comprobarían. Una de las
vigas planas se extendía por el centro del granero, justo por encima del
espacio del desván. Se subió y se deslizó por la enorme viga. Era lo
suficientemente pequeña como para que, si se ceñía el vestido y la capa y
clavaba los brazos a ambos costados, pudiera pasar desapercibida desde
abajo. Cerró los ojos cuando los sonidos le advirtieron que los hombres la
estaban buscando.
—Tiene que estar aquí. No tiene otro sitio al que ir —dijo uno de los
hombres.
—No está.
—Comprobad el desván y todos los puestos.
Los caballos resoplaban y se movían en sus puestos mientras los
hombres los recorrían. La escalera que llevaba al desván crujió y Letty
contuvo la respiración. Su corazón latía tan fuerte en sus oídos que casi no
podía escuchar ningún otro sonido más allá de él.
Manteniendo el equilibrio en la viga, no se atrevió a abrir los ojos para
que no los vieran brillar en la oscuridad desde abajo. El heno crujió y las
tablas gimieron bajo el peso de un hombre a pocos metros por debajo de
ella. Podía olerlo, un toque de pólvora y sudor. La nariz le cosquilleó,
amenazando con un estornudo.
—Baja de ahí, Jordan. No está ahí. Lo tenemos a él. Sabrá a dónde se ha
escapado ella.
El alivio inundó a Letty ante estas palabras. Adam todavía estaba vivo.
Y mientras lo estuviera, ella no se rendiría. Tenía que bajar y robar un
caballo para encontrar al tío Tyburn y a sus hijos.
Te salvaré, Adam. Aguanta.
Los dos hombres registraron los establos una vez más antes de
marcharse. Letty se quedó quieta, contando hasta que sintió que habían
pasado varios minutos antes de atreverse a moverse. Le costó mucho más
bajar de la viga que subir, pero consiguió aterrizar sobre un montón de heno
con un pequeño golpe. Volvió a esperar, con los oídos atentos a cualquier
sonido de hombres cerca. Buscó en las sombras, pero solo vio caballos
asomando la cabeza por los establos.
Eligió un caballo pequeño, uno que parecía joven y rápido. Le pasó la
mano por la nariz. El caballo abrió las fosas nasales y la miró con desafío
antes de sacudir la cabeza.
—No dejarás que nos atrapen, ¿verdad?
La bestia, un caballo marrón oscuro con una raya blanca a lo largo de la
nariz, resopló como si se sintiera ofendida por la pregunta. Letty cogió una
brida del establo y se la colocó al caballo. Luego se deslizó dentro y lo
ensilló.
Lo sacó del puesto y lo montó. La puerta del establo seguía abierta de
par en par y no quería correr el riesgo de que la capturaran si sacaba al
caballo antes de montarlo.
Se inclinó sobre el cuello del caballo y le susurró:
—¡Corre, cariño, corre! —le pateó los flancos y el caballo salió
disparado por la puerta hacia el bosque que bordeaba el camino.
CAPÍTULO 12

—¡A hí está ella!


Letty siseó una maldición que habría hecho sonrojar a
Adam. Clavó los talones en los flancos de su caballo y se inclinó sobre la
bestia. El camino estaba cerca, y tan pronto como lo alcanzó, dio más
rienda a su caballo, permitiéndole correr aún más rápido. El tronido de los
cascos que la perseguían era como el estruendo de una tormenta lejana y
aterradora. Si la alcanzaban, todo estaría perdido.
Letty estudió el camino frente a ella, temiendo que su caballo tropezara
y rodara, pero no podía frenar ahora, en absoluto.
Echó un vistazo atrás y vio al menos a dos hombres montados en
enormes caballos detrás de ella. Aquellas bestias podrían seguir su ritmo en
un camino abierto, pero quizá no en el bosque. Sería un riesgo desviarse del
camino hacia un terreno con el que no estaba familiarizada, pero ¿qué
opción tenía?
—¡Hyah! —golpeó las riendas sueltas contra los costados del caballo
mientras giraba bruscamente hacia el bosque a la derecha de la carretera.
El denso bosque escocés ofrecía un camino oscuro y peligroso, pero
Letty y su caballo eran pequeños y rápidos. Esquivaron matas de cardos y
bordearon tupidos bosquecillos. Uno de los jinetes se acercó, con su caballo
moviéndose junto al de ella. El caballo de Letty giró y golpeó el cuello del
caballo más grande; el sonido fue tan violento que produjo un chasquido
audible.
—Tu pequeña… —el hombre intentó alcanzar el brazo de Letty, pero su
caballo gritó y se apartó.
Se oyó un crack cuando algo golpeó su brazo. Letty se estremeció, pero
no apartó la mirada del sendero boscoso.
—No frenes —le dijo al caballo, esperando que pudiera entenderla de
alguna manera.
El bosque se tragó al hombre que venía detrás, pero ella no disminuyó
la velocidad, no se detuvo, no miró hacia atrás. Envió una plegaria a
cualquier magia que aún pudiera persistir en el bosque para que la ayudara.
Muéstrame el camino a la tierra de Tyburn.
La luz de la luna parecía iluminar el camino, y Letty juró que su terror y
su agotamiento debían estar mezclándose porque extrañamente confió en la
luz y dejó que su caballo la siguiera.
Eventualmente, el camino dejó de ser un bosque. Ahora solo había
terreno abierto frente a ella. En la distancia, la forma poderosa y oscura de
una montaña se veía negra contra el cielo iluminado por la luna.
Es Ben Nevis.
Entre ella y la montaña había un castillo de piedra oscura. El caballo
llegó a la mitad del camino hacia el castillo antes de frenar y detenerse. Sus
costados se agitaron, y espuma brotó de su boca mientras se esforzaba por
recuperar el aliento. Letty se deslizó de la silla de montar. Sus piernas
entumecidas amenazaban con ceder bajo ella. Se apoyó en el caballo, con
lágrimas en la cara.
—Lo has hecho, mi querido… lo has hecho —abrazó a su cuello,
reconfortando a la bestia hasta que empezó a calmarse—. Debo seguir sin ti
—le besó la raya de la nariz antes de levantar las faldas y correr hacia el
lejano castillo.
Le ardían los pulmones, y sentía los pies como si fragmentos de cristal
hubieran atravesado la suela de sus botas, pero no se detuvo. Subió las
escaleras del castillo y golpeó la puerta con los puños.
—¡Ayuda! ¡Necesito ayuda! ¡Por favor!
La puerta se abrió bajo sus puños, y ella cayó dentro.
—¿Qué demonios? —refunfuñó el hombre—. Una loca Sassenach
gritando como una histérica. Lo siguiente será resucitar a los muertos.
Letty se levantó con dificultad y sus ojos se ajustaron a la luz tenue.
—Por favor… mi marido. Necesito a Tyburn.
El hombre alto de pelo castaño rojizo la miró fijamente.
—¿Necesitas a Tyburn?
Ella asintió.
—Adam… mi marido… capturado… —ahora respiraba más rápido y
sentía la cabeza más ligera—. Él ha dicho que… encontrara a Tyburn…
—¿Adam Beaumont es tu marido? —preguntó el hombre.
—S-sí —se tambaleó y el hombre la cogió por el brazo para
estabilizarla, haciéndola chillar mientras el dolor brotaba en su brazo
izquierdo.
—Dios, muchacha, estás sangrando —el hombre levantó una de sus
manos. Estaba empapada de sangre.
—Oh… —se desplomó en el suelo y perdió el conocimiento.
Algún tiempo después, Letty se percató de que había voces discutiendo.
Abrió los ojos y se encontró con tres escoceses mirándola. El rostro del
centro tenía el pelo salpicado de plata y más líneas alrededor de los ojos y la
boca.
—¿Tío Tyburn? —preguntó ella, con la voz entrecortada.
—Sí, soy Tyburn. ¿Quién eres, muchachita? Angus dijo que
mencionaste a mi sobrino, Adam.
—Es mi marido —ella intentó sentarse en el sofá en el que estaba
acostada, y Tyburn la empujó de nuevo hacia abajo.
—¿Marido? —Tyburn intercambió miradas con sus dos hijos—. ¿Qué te
ha pasado? Estáis sangrando. Parece un rasguño, gracias a Dios —señaló
con la cabeza su brazo. Miró hacia abajo, aturdida, para ver que le habían
cortado la manga del vestido y le habían vendado ligeramente la parte
superior del brazo.
—Estábamos de camino hacia aquí. Adam pensó que sería seguro, pero
nos encontraron. Nos atacaron en la posada . . . Adam me dijo que escapara.
Dios mío, no tenemos tiempo. ¡Lo matarán!
—¿Quién? —preguntó Tyburn, con un brillo oscuro en sus ojos
plateados.
—No tenemos tiempo. Debemos volver y rescatarlo —comenzó a
levantarse.
—No vas a ir a ninguna parte, muchacha —dijo Tyburn—. Has perdido
un poco de sangre, y ni siquiera puedes ponerte de pie.
Algo dentro de Letty comenzó a arder, un fuego interno que era
demasiado intenso para controlar.
—Voy a volver, y todos vosotros vais a venir conmigo. ¡Ahora traedme
mi maldito caballo!
Los tres hombres la miraron durante el lapso de un latido antes de entrar
en acción. El que se llamaba Angus salió corriendo de la habitación y los
otros dos la ayudaron a ponerse en pie.
—¿En qué posada ha sucedido esto? —preguntó Tyburn mientras
caminaban hacia la entrada.
—En Crown and Thistle. Los hombres que se lo llevaron eran ingleses.
Eran al menos seis, quizá más.
El hombre más joven, Baird, esbozó una sonrisa.
—Hacía tiempo que no aplasto unos cuantos cráneos Sassenach, sin
ánimo de ofender, milady —le ofreció una sonrisa encantadora y tímida
después de su declaración bastante sangrienta.
—No me ofende. Eso es precisamente lo que espero que hagáis —ella
se estremeció cuando se detuvieron en las escaleras. Angus apareció
cabalgando con tres caballos detrás de él.
—¿Estás segura de que puedes seguir el ritmo? —le preguntó Tyburn—.
No existe ninguna vergüenza en quedarse aquí. Estás herida. No fue un
simple rasguño el que recibiste. Parece que te han disparado, pero la bala te
ha rozado.
Ella levantó la mirada hacia la cara del escocés mayor.
—Adam se sacrificó por mí. Cuando me fui, todavía estaba vivo, y no
lo dejaré. No después de… —las palabras más importantes que había
querido decir se convirtieron en un sollozo, el cual ahogó. Enderezó los
hombros—. Debemos cabalgar… ahora.
—No sé quién eres, muchacha, pero ya me agradas —Tyburn estrujó
suavemente su brazo no herido y la ayudó a montar en su caballo. Era una
criatura grande y feroz, con una fina capa de pelos en los cascos.
—¿Es rápido? —le preguntó a Angus.
—Sí, milady, es rápido y malo. Estará a salvo encima de él. Aguantará
un poco mejor que el suyo. Esa pobre bestia está descansando en los
establos.
A ella no le importaba estar a salvo, solo que él pudiera rivalizar con el
viento en cuanto a velocidad. Tyburn y sus hijos se pusieron en
movimiento, y ella los siguió.
Por favor, aguanta, Adam. Ya vamos.
A DAM SOSTUVO LA PUERTA TODO LO QUE PUDO , PERO EN EL MOMENTO
en que Letty desapareció por el alféizar, los intrusos atravesaron la puerta,
destrozando el pestillo. Saltó hacia la ventana, pero fue arrastrado de
regreso a la habitación. Dejó que su cuerpo quedara flácido y los hombres
que lo sujetaban tropezaron con su repentino peso. Durante un breve
segundo, quedó libre. Se puso de pie y golpeó al hombre más cercano con
un puñetazo que habría derribado incluso al temible Lord Lonsdale. Adam
giró para enfrentarse al otro hombre de forma similar, pero se detuvo en
seco cuando vio la pistola en la mano del hombre.
Nunca en su vida se había sentido más tonto. Estaba tan al norte de
Escocia que se había atrevido a bajar la guardia. Había supuesto que
estarían a salvo a esta corta distancia de las tierras de Tyburn, y había
dejado su pistola en su carruaje. Todo lo que tenía era una pequeña cuchilla
plana metida en su bota, demasiado lejos de su alcance.
—Nada de movimientos bruscos, ¿eh? —le advirtió el hombre.
Adam lo miró fijamente, sin decir nada. El hombre al que había
golpeado se dio la vuelta lentamente mientras otros dos hombres entraban
en la habitación. Sin embargo, ninguno de ellos tenía cautiva a Letty, así
que solo podía rezar para que hubiera escapado. Estudió a los hombres,
evaluando si podría enfrentarse a todos ellos en el momento oportuno. No
eran hombres contratados de los barrios bajos, no del todo. Esos hombres
solían estar sin afeitar, ser rudos, y el olor que desprendían era suficiente
para someter a un hombre por sí solo. Estos hombres estaban bien afeitados,
vestían decentemente y, sin duda, les iba lo suficientemente bien en su línea
de trabajo actual como para tener el aspecto que tenían. Eso significaba que
quienquiera que trabajara para ellos también tenía éxito.
—La mujer ha escapado. Jordan y Derek están buscando en los establos.
No puede haber llegado lejos.
El rostro del hombre que hablaba le resultaba familiar, pero Adam tardó
un momento en reconocerlo. Con su constitución alta, su pelo castaño claro,
su mandíbula cuadrada y sus ojos profundos…
—Te recuerdo —le dijo al hombre—. Carlton House. Vestido de lacayo.
¿De quién eres el perro faldero?
Los ojos negros del hombre se endurecieron. Flexionó sus manos
amenazadoramente.
—Llevadlo a los establos y colgadlo.
Adam decidió ver con qué clase de hombres estaba tratando.
—¿Te atreverías a hacerme eso? Soy un par del reino, el Conde de
Morrey.
El falso lacayo parecía atónito.
—Mis humildes disculpas, señor. Atadlo educadamente, muchachos —
ninguno de los hombres parecía intimidado, así que todos sabían en qué
clase de negocio se encontraban, lo que no auguraba nada bueno para
Adam.
Dos de los hombres sujetaron a Adam por los brazos y lo arrastraron a
través de la puerta trasera de la posada y hacia la noche. La suerte lo había
abandonado. Si lo hubieran llevado por el bar de la posada, podría haber
llamado a aquellos que eran leales a Tyburn para que acudieran en su ayuda.
Otro hombre salió corriendo del granero.
—Gent, la mujer salió a caballo hace unos minutos. Sayer y Marley han
ido tras ella.
—Bien, la atraparán —dijo Gent.
Adam memorizó la cara de Gent. Aunque claramente estaba al mando,
trabajaba para otro. Sin embargo, Adam no tuvo mucho tiempo para
averiguar de quién se trataba, ya que lo empujaron contra uno de los postes
de madera del interior del granero y le arrancaron el abrigo y la camisa para
que quedara desnudo de pecho para arriba. Le ataron las manos, y la cuerda
fue lanzada sobre una viga por encima de su cabeza y tirada con fuerza,
estirándolo hasta que se vio obligado a ponerse de puntillas. El dolor le
recorrió el cuerpo, pero contuvo el grito en su interior.
Uno de los hombres sacó un látigo enrollado en un clavo de un poste
cercano, y Adam cerró los ojos. Esto no iba a ser fácil. Pero se callaría por
el rey, la patria y, sobre todo, por Letty.
—No espero que me digas a dónde ha ido ella—dijo Gent con una
amenaza casual—. Primero necesitarás un poco de convencimiento —Gent
asintió al hombre detrás de Adam, el cual sostenía el látigo—. Cinco
latigazos para empezar —ordenó.
Adam dejó que su cuerpo se relajara, sabiendo que cualquier tensión en
sus músculos solo aumentaría el dolor. Eso no hizo que el momento fuera
menos brutal cuando escuchó el silbido del látigo en el aire una fracción de
segundo antes de que golpeara su espalda. Siseó y se arqueó de dolor,
esperando el siguiente golpe. Los golpes parecieron durar una eternidad.
Cuando el hombre finalmente se detuvo, la mente de Adam se había
nublado por el dolor.
—Ahora, creo que estás listo para algunas preguntas —Gent sujetó la
cabeza de Adam por el pelo y le levantó bruscamente la cara desde donde la
había dejado caer contra la viga.
Adam parpadeó, intentando dominar el dolor que lo atravesaba.
—¿Dónde está la mujer? —preguntó Gent.
La cara de Letty apareció con tanta claridad en su mente que lo hizo
volver a un estado mental más fuerte. No cedería, no si la vida de Letty
dependía de él.
—No dejaremos mucho cadáver para que alguien lo encuentre si no
hablas, y aun así obtendremos la información que queremos. Ahora, ¿dónde
está la mujer?
Adam parpadeó de nuevo. El dolor irradiaba desde su espalda en fuertes
oleadas. Probablemente lo desollarían al final. Pero intentó no pensar en
eso; obligó a su mente a pensar en Letty. Ella debía estar ya en las tierras de
Tyburn, solo si había permanecido cerca del camino. Rezó para que
estuviera a salvo. Mientras los hombres que la habían perseguido no
regresaran triunfantes, Adam podía mantener la esperanza.
—Me gusta que alguien me ponga las cosas difíciles para conseguir lo
que quiero —la fría sonrisa de Gent hizo que a Adam se le revolviera el
estómago—. Otros cinco latigazos. El dolor es mi amigo especial —el
látigo chasqueó incluso antes de que Gent terminara de hablar.
Adam gritó con cada golpe. Los hombres se turnaban para azotarlo,
pero la frustración de Gent empezaba a aumentar. Adam pudo ver cómo se
paseaba a lo largo del granero, gruñendo a sus hombres para que golpearan
más fuerte, antes de que finalmente, molesto, pidiera que se detuvieran los
latigazos. Gent sacó un cuchillo y se aseguró de que Adam lo viera.
—Te he advertido —fue todo lo que dijo antes de empezar a trazar
pequeñas líneas en la espalda de Adam. Adam no había estado preparado
para eso. Chilló por el dolor. En algún momento, una petaca fue presionada
contra sus labios. Intentó apartar la cabeza—. Es brandy. Bebe —le ordenó
—. Bebe, o irá a tu espalda.
Brandy. Dios, yo podría usarlo. Bebió profundamente hasta que la
petaca fue retirada.
Adam siempre había sido fuerte, incluso de niño, pero esto era un
infierno distinto a todo lo que había experimentado antes. Era aún más
difícil no pensar, no parpadear más allá del sudor punzante que le entraba
en los ojos. Se hundió en sus ataduras mientras el tiempo parecía acelerarse,
dejándolo en un purgatorio infernal mientras languidecía contra el poste.
De repente, una dulce voz se inmiscuyó en sus lánguidos y dispersos
pensamientos.
—Mi amor… —la dulce voz le habló al oído—. Ahora estás a salvo.
—Letty —respiró, sintiendo una débil esperanza—. ¿Cómo…?
—Creé una distracción, solté sus caballos. Me colé en el establo para
salvarte. Todo está bien ahora. Dime dónde podemos ir para estar a salvo —
suplicó ella.
Arrastró las palabras e intentó abrir los ojos, pero no pudo.
—No… aquí. No puedo…
—¿Por qué no podía abrir los ojos?
—¿Dónde podemos ir para estar a salvo? No puedo seguir sin ti.
Volverán en cualquier momento. Dime dónde debería ir.
—Letty…
—¿Sí?
Vio su cara en su mente, y luego escuchó sus propias palabras.
—Me juraste que harías lo que te dijera cuando se tratara de algo
importante.
¿Por qué había vuelto?
—No deberías estar aquí.
—Pero no sé a dónde ir. Dime a dónde debería ir. Dígame —la voz de
Letty era ahora un poco tensa. Algo se sentía mal.
Se esforzó por abrir los ojos de nuevo. Sus pestañas se agitaron y vio
que el rostro que estaba cerca del suyo no era el de su esposa, sino el de otra
joven. La criada que había estado sirviendo bebidas en la posada. Fuego
corrió por sus venas y sus músculos se agitaron. El miedo y la rabia se
alzaron en su interior, atenuados únicamente por la confusión del brandy.
Esta no era Letty. Él no hablaría, no diría una palabra.
—Pregúntale otra vez —la voz de Gent se abrió paso entre los
pensamientos aún dispersos de Adam. La chica acarició la mejilla de Adam.
—Por favor, marido, dime a dónde ir para que pueda estar a salvo…
—Gent, esto no funciona —espetó alguien.
La criada fue empujada.
—Haz que la muchacha vuelva a entrar y asegúrate de que no le cuente
a nadie sobre esto.
Gent se alzó ante Adam. Adam lo miró fijamente, temblando de dolor y
rabia mientras Gent lo evaluaba. Finalmente, Gent se encogió de hombros y
miró a los otros hombres que estaban cerca esperando órdenes.
—De todos modos, no lo necesitamos. Solo es un guardián.
Encontraremos la ubicación de la mujer de otra manera. Llevadlo al bosque
y acabad con él.
La cuerda alrededor de las muñecas de Adam se aflojó, y se desplomó,
sus rodillas golpeando el suelo de heno de los establos. Unas manos lo
levantaron de un tirón y lo arrastraron hacia la fría noche. La fría brisa
escocesa le golpeó la cara, haciéndolo estar más alerta que antes. Pronto lo
soltaron y su cuerpo golpeó el suelo.
—Se lo comerán los carroñeros antes de que lo encuentren —dijo uno
de los hombres que lo llevaba con una risa oscura.
—Aun así, no hay que arriesgarse. Cortadle el cuello.
Un pie presionó la espalda de Adam, clavándose en sus heridas. Chilló
cuando el dolor finalmente lo venció, solo para escuchar el sonido de un
antiguo grito de guerra de las Tierras Altas lo suficientemente lejos como
para que eso tal vez fuera más viento e imaginación que realidad.
Ella lo encontró. Tyburn. Adam lo dejó ir, sabiendo que Letty debía
estar a salvo. Tenía un fuego que ardía en ella, y si él no creía en nada más,
creía en eso, creía en ella.

L ETTY SIGUIÓ A LOS TRES H IGHLANDERS , QUIENES LLEVABAN CAPAS CON


capucha tan marrones como los árboles que los rodeaban. Tyburn le había
puesto una de las capas en los brazos cuando ella había desmontado.
—Usa esto como escudo. Hazte un ovillo y cubre tu cuerpo con ella si
viene alguien. Los hombres no te verán. Es uno de nuestros trucos de las
Tierras Altas, ya sabes.
Ella se había echado la capa sobre los hombros y escondido detrás de
ellos mientras se dirigían al granero. Angus la retuvo cuando la puerta del
granero se abrió. Los cuatro permanecieron escondidos al borde del bosque
para observar. Dos hombres arrastraron entre ellos un cuerpo inerte hacia el
bosque.
Ella jadeó y se cubrió la boca al darse cuenta de que era Adam.
Tyburn gruñó suavemente, el sonido cubierto por la brisa.
—No te preocupes, muchacha —dijo Baird—. Los mataremos a todos.
A ella no le importaba eso. Solo le importaba su marido.
—Muchacha, no te precipites ahora. Espera mi señal —Tyburn se
escabulló hacia el bosque lejos de ellos.
—Quédese aquí, milady. Pase lo que pase —dijo Angus mientras
desaparecía en la dirección opuesta.
Letty contuvo la respiración al ver cómo ambos hombres dejaban caer a
Adam al suelo. Él no se movió hasta que un hombre le colocó el pie en la
espalda, y entonces su marido aulló. Ella se sacudió, los instintos le exigían
que corriera hacia él, que atacara a los hombres que le estaban haciendo
daño, pero no podía. Tyburn conocía esta tierra, y ella tenía que confiar en
él.
Uno de los hombres cercanos a Adam, el que lo tenía inmovilizado en el
suelo, levantó la cabeza, con un cuchillo contra la garganta. La escasa luz
de la luna brillaba en la cuchilla.
Un chillido agudo resonó en el bosque, un sonido espeluznante, como el
de un antiguo y furioso espíritu del bosque que hubiera sido invocado en
una criatura de carne y hueso. El grito provenía ahora de todos los
alrededores, y el sonido se volvió más oscuro y profundo, convirtiéndose en
un bramido bélico. Fue entonces cuando los tres Highlanders atacaron.
Ella nunca olvidaría esa imagen, sus formas altas y como fantasmas
saliendo de las sombras, convergiendo sobre los dos hombres. Las espadas
cantaban y las cuchillas brillaban a la luz de la luna mientras cortaban carne
y huesos. Todo terminó tan rápido como había empezado.
Letty corrió hacia Adam, jadeando al ver las profundas marcas en su
espalda, la carne desollada. Temía incluso tocarlo, para no aumentar su
dolor.
—Muchachito, ¿puedes estar de pie? —exigió Tyburn a Adam.
—Tío —gimió Adam.
—Sí, muchacho —la voz del tío Tyburn se suavizó—. No puedes
moverte, ¿verdad?
—Sí puedo —dijo Adam, pero incluso Letty sabía que era mentira.
—Angus, Baird, encontrad a esos bastardos en el granero.
Los dos hermanos desaparecieron en la noche. Un minuto después se
oyeron gritos, pero pronto fueron silenciados antes de que Angus y Baird
regresaran.
—Ve a decirle a Aberforth en la posada que necesitamos una carreta y
heno.
Baird asintió y salió corriendo hacia la posada Crown and Thistle.
—¿Quién es Aberforth? —preguntó Letty a Tyburn.
—El posadero es un amigo. Me lo debe, dado que esto le ocurrió a
Adam bajo su techo —Tyburn miró hacia Angus—. Ayúdame con él.
Adam chilló mientras lo levantaban, y Letty no pudo evitar llorar
mientras lo seguía. Se sentía impotente, inútil… y Adam estaba sufriendo,
posiblemente muriendo. No podía permitirse pensar eso.
Baird se reunió con ellos fuera del granero, con una carreta
esperándolos. Tyburn y Angus acostaron a Adam boca abajo en la paja para
evitar cualquier contacto con su espalda desollada. Letty se subió a su lado
y estrujó una de sus manos.
—Adam. Oh, Adam —colocó su mano sobre su pelo, con cuidado de no
tocarlo en ningún lugar que pudiera doler. Él estaba inconsciente de nuevo,
pero dejó escapar un pequeño suspiro.
—¿Estás lista, muchacha? —preguntó Tyburn.
—Sí.
—Bien. Sujétate. No nos detendremos por nada.
Tyburn subió a la parte delantera de la carreta y pasó las riendas por
encima de los lomos de los dos caballos. Letty se tumbó en el heno junto a
Adam, cogiéndole la mano y rezando a cualquier dios que pudiera escuchar
para que lo salvara.
CAPÍTULO 13

S e acercaba el amanecer cuando Adam fue llevado a la casa de


Tyburn. A Letty le dolía todo el cuerpo mientras permanecía
agachada en el heno junto a su marido. Baird cabalgó en busca del
médico, dejando a Tyburn y a Angus para llevar a Adam a una alcoba en la
planta baja.
Letty observó impotente cómo los dos escoceses acostaban a Adam
boca abajo y hacían que un sirviente trajera agua caliente y ropa limpia. Si
tan solo ella pudiera quitarle el dolor, hacer que volviera a estar sano y
completo.
—Por favor, déjame hacer algo —le rogó a Tyburn. Se sentó en la cama
mientras un lacayo ponía la ropa y el agua en una mesa cercana.
—Sí, muchacha, si puedes soportarlo. Tenemos que limpiar las heridas
para que el médico pueda ver qué debe hacerse —la voz de Tyburn era
suave, un poco ronca, y su mirada era una mezcla de estoicismo y
compasión; no sabía si esto último era para ella o para Adam.
—Puedo soportarlo —Letty se mordió el labio y mojó un paño en el
agua, luego comenzó a tocar suavemente la sangre seca en la espalda de
Adam. Nunca había visto heridas como éstas. La forma en que lo habían
herido… cortado…—. ¿Qué le han hecho?
—No puedo asegurarlo, pero parecen heridas de un látigo —señaló las
heridas más leves—. Y esto… ¿un cuchillo, tal vez? —una oscura nube de
rabia llenó su rostro mientras miraba a Letty—. Yo volvería a matar a esos
hombres si pudiera.
Letty miró el rostro de Adam, pálido y con aspecto desgastado. Por
suerte, él seguía inconsciente a pesar de lo que ella estaba haciendo.
—Me alegro de que estén muertos. Que Dios me perdone, pero me
alegro —ella continuó limpiando la espalda de Adam. Trabajó en silencio
durante un largo momento, sintiendo el peso de la mirada del anciano
escocés sobre ella mientras trabajaba. Pero no podía detener sus acciones.
Si lo hacía, podría derrumbarse.
—Milady, creo que es hora de que me cuente todo —dijo Tyburn.
Letty miró fijamente a su marido un largo momento antes de soltar un
suspiro. Le contó al tío de Adam todo lo que pudo, pero no compartió el
alcance de las actividades de Adam, solo que trabajaba para el gobierno en
secreto. Aun así, sentía que estaba revelando gran parte de la vida secreta de
su marido; ahora quería más que nunca protegerlo, aunque parecía que
podía ser demasiado tarde.
—Conozco sus secretos, muchacha. No tienes que preocuparte por mí,
Angus y Baird.
—Todo esto es culpa mía, milord.
Tyburn colocó una mano sobre la de ella, estrujándola suavemente.
—No lo es. Y tú eres de la familia, muchacha. Llámame tío o Tyburn.
Letty resolló. Llevaba mucho tiempo sin sentirse segura, al menos desde
que su vida había sufrido un gran cambio. Incluso con Adam herido, ella
creía que Tyburn podría protegerlos a ambos de cualquier cosa.
El médico no tardó en llegar, y Letty esperó, con el corazón en la
garganta, mientras el anciano murmuraba una serie de maldiciones selectas
mientras examinaba a su paciente.
—Las heridas son profundas. Si puede sobrevivir la próxima semana sin
que su cuerpo se inflame, es posible que no lo perdáis.
Letty se derrumbó en la silla junto a la cama de Adam, con el fuego
desapareciendo en su interior. En silencio, Tyburn acompañó al médico a la
salida para darle a Letty un tiempo a solas.
Acarició el cabello oscuro de Adam para apartarlo de su cara, con la
mano temblorosa. Susurrando cosas suaves y tontas para él, rezó para que
pudiera oírla, para que sus palabras llegaran a él dondequiera que estuviera.
Le sorprendía que este desconocido oscuro y amenazante se hubiera
convertido en su mundo en tan poco tiempo. No podía negarlo: se había
enamorado de este hombre que hablaba de poesía a altas horas de la noche
y que guardaba profundos secretos y penas, pero que le hacía el amor con
total y salvaje desenfreno y la abrazaba después como si ella fuera lo más
preciado que él había poseído jamás. No podía perderlo ahora. No podía.
—Adam, recuerda tu promesa —susurró una y otra vez hasta que perdió
la voz y sucumbió al agotamiento.

A DAM VIVÍA EN UN MUNDO CREPUSCULAR QUE PARECÍA MITAD FANTASÍA


y mitad recuerdo. Persiguió a los fantasmas de su yo más joven y de
Caroline a través de los años de su infancia hasta el momento en que había
asistido a la universidad. El mundo que lo rodeaba fluía como acuarelas
frescas mientras se veía a sí mismo ingresando en el Club de los Condes
Malvados tras la muerte de su padre. Revivió las noches pasadas en las
mesas de juego, riendo con los amigos y llevándose mujeres a la cama… y
conociendo a John Wilhelm.
John entró en el mundo de los sueños de Adam, con su cuerpo casi
resplandeciente mientras desempeñaba su papel en la farsa que lo rodeaba.
Solo que ahora, Adam veía a John de una manera que nunca antes lo había
hecho. Los ojos de John, antes brillantes, se habían vuelto cansados, y
Adam ahora veía claramente la tristeza en él que antes no había visto. John
estaba de pie en aquel fatídico puente sobre el río.
—Les hemos fallado.
—¿A quién? —preguntó Adam. En cualquier momento, John sería
atacado y caería a las profundidades del agua, él lo sabía.
—Un gobierno que destruye la voz de su pueblo no es ningún gobierno.
Es una tiranía.
Era una discusión que habían tenido antes. El mundo de las acuarelas se
desvaneció y ahora se encontraba en uno de los salones de su club de
caballeros, Berkley's. John maldijo y tiró su diario sobre la mesa entre su
silla y la de Adam.
—¿Qué pasa? —Adam cogió el diario y echó un vistazo al artículo de la
página principal. Reconoció los nombres de los hombres.
—Se ha descubierto más sedición. Los traidores serán colgados en
cuatro días.
—Les hemos fallado —dijo John. Se llevó el brandy a los labios y bebió
profundamente.
—¿A quién? —Adam bajó el diario.
—A esos hombres. No eran peligrosos; querían hablar. No suponían una
amenaza real. Pero como no eran de la nobleza, sus discursos filosóficos
fueron considerados anarquistas y sediciosos. Ahora esos hombres morirán
—John se inclinó hacia delante y enterró la cara entre las manos—. Es un
peso para mí.
Su pelo rubio brillaba en las lámparas del salón, y otra vez tenía ese
brillo en él, pero Adam no sabía por qué lo veía ahora cuando no lo había
visto antes. Después de un momento, John levantó la cabeza y se encontró
con la mirada de Adam.
—Un gobierno que destruye la voz de su pueblo no es un gobierno en
absoluto. Es una tiranía —de nuevo, esas palabras llenaron el aire de su
sueño como un mantra.
—John, sabes que lo contrario también es cierto. Puedes soñar con la
democracia, con vivir en un mundo de voces y pensamientos iguales, pero
mientras los hombres sean hombres, también habrá bien y mal en igual
medida. Por cada soñador, por cada filósofo, hay locos y asesinos. Por cada
voz de la razón, hay un grito de caos. Quizá esos hombres sean inofensivos,
pero hemos visto otros que no lo son. Cuando hombres furiosos se reúnen
para para vociferar su rabia contra una fuerza establecida, no significa que
tengan razón. No siempre.
Esto era algo con lo que Adam había luchado gran parte de su vida. Era
un hombre que había nacido en una vida privilegiada, mientras que muchos
otros fracasaban en su intento de salir adelante. Si él regalaba sus tierras y
su dinero, todo, no sería suficiente para ayudar a todos. ¿Cuál era la
respuesta? No era lógico robar la riqueza de unos para dársela a otros. Era
una solución temporal que se desvanecía rápidamente. No, la respuesta era
más complicada, estaba arraigada en la caridad y en el aumento de las
oportunidades para la mejora de todos los hombres. Pero vivían en una
época en la que esas cosas aún no eran posibles.
Quizás algún día las cosas cambiarían. Hasta entonces, él observaría y
esperaría y apoyaría cualquier cosa que pudiera impulsar ese cambio. Y
también haría lo posible por proteger a su rey y a su país sin traicionar al
pueblo de Inglaterra. No siempre tenía éxito, pero tampoco fracasaba
siempre.
—Te envidio, Adam —dijo John—. Soportas el peso de tu vida más
fácilmente que yo.
Adam no había sabido entonces que John era un espía, ni que se
encargaba de capturar a hombres así. En ese momento, Adam se había
sentido desconcertado por las preocupaciones de su amigo.
El recuerdo de esa noche comenzó a desaparecer. Lo último que Adam
pudo ver fue el rostro de John oscureciéndose con sombras traicioneras
hasta que éste se desvaneció.
Entonces apareció una suave luz, como un lejano amanecer en el borde
de su horizonte.
—¿Adam? —la voz de Letty parecía tan cercana, pero no podía estarlo,
ella no estaba en la oscuridad con él. El sonido de su voz lo llenó de una
brillante y hermosa agitación en su pecho. Ella pertenecía a la luz, no aquí
en la oscuridad con él, no rodeada de muerte y caos—. Adam, por favor,
despierta —suplicó.
¿Despertar? ¿Estaba dormido? Se concentró en moverse, haciendo todo
lo posible para despertar. Sentía como si su cuerpo fuera de plomo, un
plomo que estaba en llamas.
Un siseo de dolor se le escapó,
—Tranquilo —las puntas de los dedos de Letty le tocaron la cara,
deslizándose suavemente por su frente y luego por su mejilla.
—Letty… —su voz salió como trozos de piedra.
—Estoy aquí. Estás a salvo en el castillo de Tyburn.
—¿Cómo? —abrió los ojos y una luz pálida lo cegó momentáneamente.
¿Lo habían conseguido? ¿Estaba realmente en el castillo de su tío? Los
destellos de la cara burlona de Gent hicieron que su cuerpo se tensara de
dolor. ¿Cómo había escapado?
—Te hemos rescatado. Tu tío y tus primos mataron a los hombres que te
hicieron daño.
Centró su mirada borrosa en la forma de Letty cerca de donde él estaba
tumbado.
—¿A todos ellos?
—Sí. A todos ellos.
—Bien —su visión comenzó a aclararse mientras el alivio lo invadía.
—Deberías beber algo —el hermoso rostro de Letty apareció ante él
mientras le acercaba una taza a los labios. Bebió, pero no fue fácil.
—¿Cuánto tiempo he…?
—Una semana. Tus heridas están casi curadas. Te hemos estado
poniendo un bálsamo para evitar que la piel se agriete. Te has curado mucho
más rápido de lo que pensaba el médico, y solo tuviste fiebre los primeros
días.
—Mi tío…
—Estoy aquí, muchacho. Escuché a tu esposa hablar y pensé que debías
haber despertado —la cara del tío Tyburn apareció cuando se unió a Letty y
se inclinó para ver mejor a Adam.
—Gracias, tío. Mi esposa…
—Es una muchacha condenadamente buena. Has elegido bien. Incluso
herida, fue con nosotros a buscarte.
—¿Herida? —Adam intentó sentarse y jadeó de dolor por sus esfuerzos.
—Estoy bien, Adam —Letty lo bajó suavemente a la cama—. Solo fue
un pequeño rasguño.
—Un rasguño de una pistola —dijo Tyburn—. Es una muchacha dura.
No nos dejó a mí ni a tus primos opinar sobre su llegada con nosotros.
Adam, demasiado débil para moverse, suspiró con fuerza.
—Sí, tiene un gran fuego dentro. Uno por el que estoy más agradecido
cada día que pasa.
—Como deberías estarlo —Tyburn se rio—. Ahora, te ayudaré a
levantarte, pero debes comer algo de caldo y beber un poco de agua.
Adam asintió, sabiendo que el dolor sería grande, pero debería intentar
comer. Tyburn lo levantó, y Adam contuvo un grito mientras su espalda
ardía con llamas invisibles.
—Ten —Letty se acercó a él y le tendió un plato de sopa. Empezó a
acercarle la cuchara a la boca para darle de comer como a un niño.
—Puedo hacerlo —él cogió la cuchara, pero en su prisa y desesperación
la tiró. La cuchara cayó al suelo.
—Oh, debería traer una limpia —la cara de Letty se puso roja y salió
corriendo de la habitación.
—Bueno, eso ha estado muy bien, tonto —dijo su tío.
—¿Qué? —preguntó Adam.
—La muchacha quiere ayudar, y no la has dejado.
—¿Debo dejar que me alimente con la cuchara como a un niño? Tío, si
hago eso, ella no volverá a verme como un hombre. Lo último que puedo
hacer es mostrarme débil frente a ella —Letty dependía de él para ser su
protector, y en ese aspecto él estaba fallando.
—Tienes mucha suerte de que yo sepa algo sobre el matrimonio. Ahora
escucha con atención. Estar herido no es una debilidad a los ojos de una
mujer, ¿sabes? Pero ser frío, ser cruel… eso es debilidad. Deja que tu mujer
te alimente, y entonces, cuando estés curado, serás el hombre que ella
necesita, el que confió en ella para cuidar de ti cuando la necesitabas.
Confía en mí, muchacho. Eso les importa a las mujeres. Debería importarte
malditamente a ti también.
Adam guardó un largo silencio.
—Quizás tengas razón.
—Por supuesto que la tengo.
Letty volvió entonces, con una cuchara limpia en la mano. Miró entre
los dos hombres antes de acercarse a la cama y entregarle la cuchara a
Adam.
Adam miró a Tyburn y luego se volvió hacia su mujer.
—En realidad, sería mejor que me dieras de comer, si no te importa.
La inquietud de Letty desapareció. Sonrió y cogió la cuchara, así como
el cuenco, antes de acomodarse en la cama junto a él.
—Pronto volveré a ver cómo estás —dijo Tyburn—. Letty, llama si
necesitas algo.
Letty se sonrojó de nuevo cuando Tyburn se fue.
—Gracias, tío.
—¿Tío? —preguntó Adam.
—Él ha insistido. Parece que soy lo suficientemente digna como para
ser considerada de la familia.
—Acércate —se movió más cerca de él, con la cuchara aún en la mano.
—¿Realmente deseas que te ayude?
—Sí, lo deseo. En mi estado, solo conseguiré que se me vuelva a caer.
Agradezco tu ayuda.
Durante los siguientes minutos, ella lo ayudó a comer. Dejó a un lado su
orgullo y se concentró en el alivio que veía en el rostro de Letty mientras
terminaba el caldo. Tyburn tenía razón, maldito sea. Letty parecía más feliz
de haber podido ayudar, no porque él fuera débil, sino porque ella
necesitaba sentirse útil. Y lo era. Era más que útil. Él habría muerto si ella
no hubiera sido capaz de llegar a su tío y a sus primos.
—Gracias, Letty —Adam cubrió una de sus manos con la suya—. Me
has salvado la vida.
Ella parpadeó y apartó el rostro. Él levantó la mano y giró su cara de
nuevo hacia él.
—Por favor, mírame.
Ella lo hizo y él vio lágrimas aferrándose a sus pestañas como pequeños
diamantes.
—Debes estar furiosa conmigo. Yo te he puesto en esta situación. Estás
en peligro por mi culpa.
—Puedes ser muy tonto —lo dijo ella burlonamente, pero se mordió el
labio, con los ojos aún más llorosos—. Yo estaba en peligro mucho antes de
conocerte.
Él le rozó los labios con el pulgar.
—Letty, yo soy la razón por la que fuiste herida. Estás en peligro porque
yo te puse allí, no al revés.
—Pero yo seguí a Lady Edwards —insistió ella.
—Su decisión dejarte hacerlo. Ella podía haberse quedado en el salón
de baile y dejar su pelo en paz. Ella eligió arriesgar tu seguridad.
Letty seguía sin encontrarse con su mirada.
—Pero tuviste que casarte conmigo, y…
—¿Te gustaría escuchar una confesión, querida esposa?
—¿Una confesión?
—Sí. Una confesión terrible. No estoy seguro de que puedas
perdonarme.
Ella esperó mientras él cogía aire.
—Yo podía haber dicho o hecho lo que quisiera para evitar casarme
contigo. Los hombres que nos vieron besándonos eran amigos míos. Nadie
me habría reprendido por eso, ni siquiera tu hermano. Él sabe lo que soy, lo
que hago. Y los otros, bueno, habrían dejado que las cosas transcurrieran a
mi manera, en cualquier dirección. Ninguno de ellos habría dicho una
palabra sobre lo que había visto. Verás, dejé que la situación justificara mi
deseo secreto de tenerte. Yo era el que lo quería, te quería a ti. Yo soy el
villano, querida. No te odies a ti misma; ódiame a mí, si debes hacerlo.
—¿Odiarte? —repitió ella en voz baja. Su rostro era muy adorable en
ese instante—. No creo que pueda odiarte nunca, y quizás ese sea
exactamente mi problema. Me temo que me gustas demasiado.
—Me amas demasiado —le recordó él. No había olvidado lo que ella
había dicho justo antes de que se separaran aquella horrible noche en la
posada.
—Lo hago —la sonrisa de Letty hizo que el pecho de Adam se llenara
de emoción.
—Y yo te amo a ti.
Ella finalmente se encontró con sus ojos, con una esperanza ardiendo en
su mirada.
—¿Lo haces?
—¿Cómo podría no hacerlo? Lo eres todo para mí —casi le dijo que
ella importaba más que su necesidad de vengar a John. Él no lo negaría,
pero ella no necesitaba saber que en un momento dado había estado
compitiendo con la venganza en su corazón. Todo lo que Letty necesitaba
saber era que él la amaba, y que ella estaba por encima de todo.
Se inclinó hacia ella, sus labios rozaron los suyos mientras intentaba
demostrarle lo que ella significaba para él. Aquel delicado beso robó el
aliento de Adam como ningún otro beso lo había hecho antes. Era un beso
de amor, de devoción eterna, y una promesa de estar siempre a su lado, en
lo que ella necesitara.
Cuando se apartó unos centímetros, vio que ella tenía los ojos cerrados
y sonreía de manera soñadora. Adam se apoyó en el cabecero de la cama, y
un nuevo dolor brotó en él cuando el hechizo de aquel beso perfecto se
desvaneció. Letty abrió los ojos y le dirigió una mirada preocupada.
—Deberías descansar —Letty lo ayudó a tumbarse boca abajo y le
aplicó más bálsamo en las heridas. Adam tenía que concentrar su energía en
curarse lo antes posible. Tenía un terrible temor de que esto estaba lejos de
terminar, y tenía que estar listo para enfrentar lo que viniera después.
CAPÍTULO 14

L etty y Tyburn caminaban juntos por los jardines dentro del


patio de su castillo.
—¿Realmente han pasado dos semanas?
—Sí, muchacha. Algunos dicen que el tiempo pasa de otra manera aquí
en Escocia —le dio una palmadita en la mano que descansaba en su brazo
—. Una especie de magia, podría decirse.
Hicieron una pausa cuando ella vio a Adam y a sus primos de pie en una
zona de hierba abierta, sosteniendo espadas de práctica sin filo en sus
manos. Adam se turnaba para hacer sparring con Angus y Baird.
Había perdido gran parte de su peso y aún se veía demasiado delgado,
pero sus heridas se habían curado y ahora eran solo marcas rojas e
inflamadas. Los últimos días se había ocupado de trabajar los músculos y
había pasado gran parte del tiempo al aire libre, caminando, montando a
caballo y ahora haciendo sparring. Angus y Baird estaban siendo
cuidadosos con él, y ella podía decir que Adam no estaba contento.
—Estás golpeando como un niño, Angus —gritó Adam.
Angus musitó una maldición pero no peleó con más fuerza.
—Y tú, Baird, ¿desde cuándo peleas como un bebé?
—¡Todavía te estás curando, loco tonto! —replicó Baird—. ¿Quieres
acabar de nuevo en la cama?
Letty se tensó cuando Tyburn le apartó suavemente la mano que
descansaba en su brazo y se acercó al trío. Extendió una mano para alcanzar
la espada de Angus, y los dos hermanos retrocedieron para dejar a su padre
frente a Adam. Letty se paró al lado de Angus y Baird e hizo lo posible por
no entrar en pánico. No le gustaba que Adam intentara luchar tan pronto.
—No voy a ser fácil para ti, muchacho —prometió Tyburn—. Vamos a
ver de qué estás hecho.
Adam se abalanzó sobre él, y los dos se encontraron en un sonoro
choque de acero. Tyburn insistió, golpe tras golpe, alcanzando la espada de
Adam hasta que éste tropezó y cayó. Tyburn sostuvo la cuchilla desafilada
en la garganta de Adam.
—Necesitas darte tiempo, muchacho —le ofreció una mano a Adam.
Letty notó la mirada de resignación y dolor en el rostro de su marido.
—No tengo tiempo, tío. Ya lo sabes —Adam aceptó su ayuda y Tyburn
lo puso en pie.
—Un hombre inteligente sabe que es mejor sanar que entrenar a través
del dolor.
Adam suspiró, con los hombros caídos. Cuando vio a Letty, se
estremeció. Ella empatizó con su reacción. Tyburn la había estado
aconsejando sobre la situación por la que estaba pasando Adam, cómo
había sufrido y se sentía tan débil, no solo en cuerpo, sino en espíritu. Letty
odiaba que él se sintiera así. Todo lo que ella podía ver era su fuerza.
—Baird, Angus, dejad que Adam descanse un poco. El hombre debe
tener un tiempo con su esposa —Tyburn les lanzó una mirada cómplice y
los tres desaparecieron en los jardines.
Letty se detuvo junto a Adam, quien balanceaba ociosamente su
desafilada espada de práctica a sus pies.
—¿Cómo han hecho eso?
—¿Hacer qué? —preguntó Adam.
—Esa cosa de desaparecer. Juro que es una especie de magia de las
Tierras Altas. Parece que se desvanecen a voluntad.
Adam se rio, y el sonido calentó su corazón. Hacía tiempo que ella no
oía ese sonido.
—Se han entrenado para moverse de esa manera, para utilizar su
entorno para esconderse.
—Bueno, ciertamente disfrutaría de ese talento si lo tuviera —dijo
Letty, y luego colocó su brazo sobre el hombro de Adam—. Lo estás
haciendo muy bien, de verdad. Sé que estás frustrado, pero no debes estarlo.
Él se encogió de hombros y su sonrisa se desvaneció.
—No lo suficientemente bien para mi gusto.
—Si me hubieran herido como a ti, probablemente seguiría tumbada en
la cama y gimiendo espantosamente.
—No lo estarías —dijo de manera significativa.
—¿No? ¿Cómo lo sabes?
Adam la cogió suavemente por la cintura con una mano y le tocó el
brazo, el que tenía su propia cicatriz roja e inflamada.
—Porque recibiste una bala y seguiste cabalgando. Dudo que hubieras
estado mucho tiempo en la cama.
Letty levantó la mano y sus dedos rozaron los de él en el lugar donde la
cicatriz se encontraba bajo la manga del vestido.
—Solo fue un rasguño. Pensé que un árbol me había golpeado…
Él volvió a sonreír.
—Pero fue una bala, señora esposa. Simplemente acepta tus acciones
heroicas.
Ella fingió refunfuñar ante esto, pero en secreto estaba encantada con su
respuesta juguetona.
Caminaron por los jardines en silencio hasta que encontraron el camino
hacia un laberinto de setos en un extremo del patio. Durante las dos últimas
semanas, habían entrado en una nueva dinámica como marido y mujer.
Después de todo lo que había pasado, una profunda base de confianza había
crecido entre ellos, un vínculo nacido del peligro y el sacrificio
compartidos. Cada noche, ella se había acostado junto a él en la cama, con
su cuerpo pegado al suyo, reconfortada por su presencia. Pero no la había
tocado, no de la forma en que un hombre tocaba a su esposa cuando
deseaba hacerle el amor. Él seguía curándose, por supuesto, pero ella temía
que tal vez algo lo estuviera reteniendo. Ella no quería nada entre ellos,
nunca más.
—Adam… —comenzó Letty, insegura.
—¿Sí?
—Han pasado tres semanas desde que, bueno… Nosotros… —incluso
después de todo lo que había pasado con él, todavía se sentía demasiado
avergonzada para hablar de sexo.
—¿Desde qué? —una luz suave y cómplice en sus ojos se burló de ella
con coquetería.
—Desde que hicimos el amor —listo, lo había dicho—. Sé que has
estado curándote y que todavía lo estás haciendo. Yo . . . Cielos, supongo
que lo que quiero decir es que cuando te sientas mejor, estoy dispuesta a
reanudar esas actividades —eso no se oyó tan romántico como ella había
esperado, sino prácticamente contractual. Aún no estaba segura de cómo
hablar de esas cosas.
Él le giró la cara y ella inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—Eres un encanto, esposa. Espléndida, deliciosa, encantadora,
deseable. No creo que te merezca. De hecho, sé que no te merezco —
entonces la besó, un beso suave como un pétalo que hablaba de amor y de
todos sus anhelos más sinceros antes de que sus bocas se separaran.
—Esta noche —prometió.
—Esta noche —aceptó ella, sorprendida y aliviada de que un detalle tan
importante en sus vidas se hubiera acordado tan fácilmente. Esta noche,
tendría a su marido de vuelta.

E DWARD S HENGOE ENTRÓ EN UNA PEQUEÑA POSADA EN LAS AFUERAS DE


Londres. La taberna estaba casi vacía, salvo por unos pocos borrachos
habituales. En los últimos meses, Edward había estado siguiendo a Arthur
Thistlewood y a su banda de rebeldes desde pequeñas posadas hasta pubs
cuando se reunían para discutir sus planes para derrocar al gobierno.
Su tarea consistía en vigilar, esperar y, cuando fuera necesario, informar
a sus superiores de las intenciones de los rebeldes. Si los planes se
consideraban peligrosos, los hombres serían detenidos y juzgados por sus
crímenes contra la Corona y el país.
Edward se quitó el abrigo y el sombrero cuando se encontró con la
mirada del camarero. El hombre hizo una pausa mientras servía ale en una
jarra para señalar con la cabeza una puerta que probablemente conducía a
una habitación trasera. Edward asintió a su vez y entró. Thistlewood ya
estaba allí, al igual que el misterioso señor Garland y su socia.
—Saludos —Thistlewood le indicó a Edward que se sentara. Edward se
sentó cerca de Thistlewood mientras llegaban los otros rebeldes. Edward
tuvo un momento para observar al señor Garland y a la mujer. Se habían
acercado al grupo de Thistlewood, sabiendo de algún modo cómo
encontrarlos. Al principio, Edward se había preguntado si ellos podrían ser
empleados del Ministerio del Interior como él, pero después de ese primer
encuentro quedó claro que, fuera quien fuera Garland, no era uno de los
miembros de la Corte de las Sombras de Avery.
Edward llevaba poco tiempo siendo espía. Había sido reclutado por
Avery Russell tras la muerte del anterior jefe de espías, pero conocía la
apariencia de los espías entrenados por Russell, y Garland no lo era.
Avery Russell creía en la pureza de su propósito, e inculcaba en sus
reclutas ese sentido de lealtad a la Corona. No era un hombre al que se
pudiera sobornar, ni un hombre que dejara que otros lo utilizaran para sus
propios fines. Se decía que el antiguo jefe de espionaje había caído porque
había dejado que su vida privada colisionara con su trabajo para el
Ministerio del Interior. Parecía que Avery estaba decidido a que eso no le
ocurriera a él.
Edward volvió a centrarse en Garland, quien estaba de pie, contando a
los hombres de la sala.
—Tenemos una semana antes de que el rey se dirija a la Cámara de los
Lores —dijo Garland.
La mujer que estaba a su lado miraba a los otros rebeldes,
observándolos. Su expresión coqueta solo estaba allí para aparentar, pero
vaya espectáculo. Si Edward no hubiera sido bueno leyendo a la gente,
podría creer lo que ellos querían que pensara, que esa mujer era la amante
de Garland. Pero era mucho más que eso.
Si había algo que Avery había enseñado a sus espías, era que las
mujeres podían ser tan peligrosas y eficaces como los hombres en el mundo
del espionaje. A veces incluso más.
—¿Cuál es exactamente tu plan, Garland? —preguntó Thistlewood. Se
inclinó hacia adelante en su silla, apoyando los codos en la mesa mientras
escuchaba.
—Todos vosotros conocéis a Guy Fawkes. Hablamos de él en la última
reunión —Garland dirigió una mirada al hombre que había mencionado a
Fawkes la primera vez; él también había insinuado que el plan para destruir
el gobierno estaba condenado al fracaso.
—Sí, y supongo que te refieres a hacer lo que él no pudo hacer.
La sala estaba llena de expectación mientras todos esperaban la
respuesta de Garland.
—Sí.
—¿Cómo lo vas a conseguir? Los terrenos están constantemente
patrullados, al igual que los túneles, estoy seguro —a diferencia de los
demás, Thistlewood no tenía miedo de cuestionar a Garland. Edward
mantuvo la boca cerrada. Cuestionar los planes de los rebeldes era la forma
más fácil de exponerse, así que se quedó callado y escuchó.
Garland comenzó a pasearse a lo largo del piso mientras hablaba.
—He conseguido acceso a los túneles de entrada y salida de
Westminster, tengo hombres en el interior que nos ayudarán a colocar
pólvora en las cuatro esquinas de los cimientos bajo la sala en la que el rey
hablará a las siete, y puedo programar los barriles para que exploten en el
momento en que él comience su discurso. Los hombres tendrán que estar
allí para encender las cargas.
—¿Cómo sabes que no te descubrirán? —preguntó alguien.
Garland sonrió.
—A diferencia de Fawkes, soy uno de los pocos que conoce la
existencia de estos túneles en particular. Nadie nos verá. Nadie nos
detendrá.
Edward tuvo que endurecer sus rasgos en una expresión sin emoción.
Había creído —o más bien esperado—, que cuando Garland había hablado
de destruir el gobierno había sido más una fanfarronada que un plan de
acción completo. ¿Pero matar al rey y a todos los miembros de la Cámara
de los Lores? Habría anarquía. Edward estudió a los otros hombres de la
sala, viendo solo emoción en sus rostros. La mujer, sin embargo, lo
observaba como un gato a un ratón.
Debes ser una criatura inteligente, pero yo también lo soy. Le devolvió
la mirada, dejando que la lujuria llenara sus ojos. Quería que la mujer
pensara que su atención a ella era por su belleza y no por otra razón. Un
momento después, ella parpadeó, rindiéndose a él en su batalla de miradas.
La mujer volvió a centrar su atención en otro hombre.
—Sé que son tiempos difíciles para todos vosotros. Los hombres buenos
sufren bajo el yugo de los ricos que os oprimen. Ahora es finalmente el
momento en el que tendréis vuestra oportunidad de cambiar eso. Cada uno
de vosotros recibirá instrucciones la tarde del discurso del rey. Seguid
vuestras instrucciones al pie de la letra y os aseguro que triunfaremos.
Edward y los demás se pusieron de pie cuando la reunión llegó a su fin.
No había tiempo para esperar. Tenía que ponerse en contacto con Avery.
Edward cogió su sombrero y su abrigo y se puso los guantes. Se le erizó la
piel al sentir la mirada de la mujer cuando se disponía a salir.
Él había sido obvio.
Ella sospechaba que él no era leal a la causa de Thistlewood. El miedo
empezó a corroer su habitual confianza. Si ella le decía algo a Garland,
Edward sabía que sus días —quizás incluso sus horas—, estaban contados.
Siguió a los demás a la taberna, con cuidado de no precipitarse. Hablaron
falsas y pintorescas cortesías delante del propietario, como si fueran viejos
amigos que simplemente se reunían para cenar y beber ale. Luego, uno por
uno, se despidieron y se fueron.
Cuando por fin pudo salir, montó en su caballo y cabalgó como si los
sabuesos del infierno le pisaran los talones, porque algo mucho peor se
vislumbraba en el horizonte.

C AMILLE ESPERÓ A QUE EL ÚLTIMO HOMBRE SALIERA DEL COMEDOR


privado antes de dirigirse a su amo.
—Es él, monsieur. El que me preocupó la última vez.
Su amo se reclinó en su silla y la observó.
—¿Estás segura? —parecía relajado, pero eso era cuando él estaba en su
momento más peligroso, cuando estaba quieto, cuando estudiaba a alguien.
—Muy segura.
—Entonces lo seguiré. Cuando encuentre su guarida de espías, haré lo
que sea necesario.
De eso, ella no tenía ninguna duda. Camille vio la sombra de la muerte
en los ojos del hombre. Muerte y algo más que no entendía.
¿Remordimientos? El diablo no tenía remordimientos, y este hombre era
más diablo que cualquiera que ella hubiera conocido.

L ETTY BEBIÓ UN SORBO DE VINO DURANTE LA CENA PARA OCULTAR SU


risa mientras Angus y Baird se burlaban de Adam sin piedad. Los dos
escoceses eran cercanos a Adam en edad, y estaba claro que la historia que
compartían era larga y amorosa. Letty estaba llena de gratitud por ello. Su
marido y Caroline se merecían una familia así de cariñosa. Era una pena
que Escocia estuviera tan lejos del castillo Chilgrave.
—Tienes que escuchar esto, Letty —Angus llamó su atención.
—No, no, otro relato absurdo no, Angus —advirtió Adam con una
risita.
Angus le guiñó un ojo a Letty.
—No hay nada de absurdo en ello. Adam estaba de visita, junto con
Caro, que por entonces no era más que una cría. Baird y yo convencimos a
Adam para que cabalgara hasta los MacDougal, a unas millas al oeste de
aquí.
—Oh, Cristo, no —gimió Adam.
Angus lo calló.
—Así que cabalgó hasta las tierras de los MacDougal; tienen una casa
solariega, ya sabes.
Letty se inclinó hacia delante y asintió, apoyando la barbilla en las
manos mientras escuchaba.
—Y el viejo MacDougal tenía una hija, una bonita muchacha con el
pelo rojo como un fuego de invierno.
—Y un temperamento a juego —añadió Baird.
Adam cogió su copa de vino y bebió una buena porción.
—Todos los hombres en veinte millas a la redonda estaban enamorados
de Nellie MacDougal, pero ella no tenía ojos para ningún hombre, al menos
ninguno que la quisiera. Se rumoreaba que amaba a un hombre del clan
Lennox, pero los Lennox y los MacDougal estaban enemistados en aquella
época —Angus se acomodó en su silla, disfrutando de la atención de forma
engreída—. Así que reté a Adam a que le robara un beso… quizás más, si
pudiera.
—Sabes, esta no es la mejor historia para que la escuche mi esposa —
advirtió Adam.
—Continúa, Angus —animó Letty con una sonrisa.
—Bueno, él cabalgó hasta la puerta principal del castillo de los
MacDougal y pidió hablar con la bella y pasional Nellie. Todos
esperábamos que volviera a casa con un ojo morado o la mandíbula
dolorida.
—¿Qué pasó?
—Estuvo a solas con la muchacha durante casi una hora. Ninguno de
nosotros sabe lo que pasó, pero a la semana siguiente, Nellie se casó con
ese muchacho Lennox, y nueve meses más tarde la disputa del clan terminó
cuando nació su hijo. Nellie llamó al niño Adam —Angus se rio mientras
Letty lo miraba fijamente, atónita.
—Quieres decir…
—Sí, muchacha —Angus se rio.
Adam volvió a beber su vino y fulminó con la mirada a Angus.
Tyburn se aclaró la garganta.
—Creo que Letty ha tenido suficiente de tus cuentos, Angus. Ya es tarde
y todos deberíamos estar en la cama.
—De acuerdo —Baird y su padre se levantaron de la mesa, y luego
miraron a Angus, quien refunfuñó y se levantó también.
—Buenas noches, pequeña muchacha —le dijo Tyburn y asintió a su
sobrino antes de que Adam y Letty se quedaran solos.
Durante un largo momento, Letty y Adam se sentaron en silencio.
Entonces Letty dijo:
—¿Qué pasó realmente en esa hora que pasaste a solas con la señorita
MacDougal?
Su marido bebió otro sorbo de su vino.
—¿No crees que la seduje y engendré al próximo laird del clan
MacDougal?
Letty dudó, pero no porque pensara que él lo había hecho.
—No, no lo creo. No parece algo que harías. No es que no seas capaz de
seducir —comentó—. Eres bastante peligroso en eso, pero te conozco. La
virtud de esa joven estaba a salvo, estoy segura.
Adam ofreció una suave y agridulce sonrisa.
—Qué bien me conoces, señora esposa. Sí, aquel día fui a casa de Nellie
para evitar que Angus y Baird se burlaran de mí. Pueden ser bastante
implacables cuando se proponen algo.
—Puedo ver eso. Aun así, os adoran a ti y a Caroline —respondió Letty.
Él necesitaba saber lo mucho que lo amaban, en caso de que él mismo no lo
sintiera claramente.
—Olvido lo bendecido que soy. Incluso después de todo lo que Caroline
y yo perdimos, somos más afortunados que muchos otros.
—¿Así que fuiste a ver a Nellie…? —preguntó Letty.
—Bebí té con ella y hablamos de amor, pero no de la manera que ella
había esperado. Había esperado que yo intentara seducirla como los otros
jóvenes que vivían cerca. En cambio, le pregunté dónde estaba su corazón.
Me habló de su joven, y de cómo temía pedir permiso a su padre para
casarse con él. Entonces pedí una audiencia con su padre, el propio laird. Él
no sabía de mi visita a Nellie.
—¿Qué pasó?
—Le dije que ella deseaba casarse con el muchacho Lennox. Ella tenía
razón con respecto a él: no lo permitiría. Entonces le expliqué que toda su
casa había estado al tanto de mi prolongado encuentro privado con Nellie y
que a su padre le convenía aprobar su matrimonio con el hombre que ella
amaba o, de lo contrario, se podría filtrar que yo había estado con Nellie.
Por supuesto, si tal cosa ocurriera, yo haría lo más honorable y me casaría
con ella.
Letty se quedó atónita ¿Adam se había arriesgado a casarse con una
mujer que no amaba solo para ayudarla a casarse con otro?
—¿Cómo sabías que él aceptaría y no te obligaría a casarte con ella?
Adam esbozó una sonrisa.
—Porque los escoceses siempre se unen en contra de un inglés,
especialmente uno que actúa con tanta petulancia y superioridad como yo
ese día. MacDougal preferiría que su hija se casara con un Lennox que con
un maldito inglés.
Letty soltó una risita.
—Oh, Adam, qué maravillosamente ingenioso. Eres perfectamente
espléndido. Lo sabes, ¿verdad? —se levantó y rodeó la mesa para deslizarse
sobre su regazo.
Él la sujetó por la cintura y la miró.
—¿Eso crees? —había una vulnerabilidad en este hombre poderoso y
valiente, y Letty amaba que le mostrara ese lado suave solo a ella.
—Lo creo. Te hace bastante irresistible —Letty le masajeó los hombros
con cuidado.
—No tienes que hacer eso.
Ella se inclinó para acariciar su garganta e inhalar su aroma.
—¿Hacer qué?
—Tratarme como si pudiera romperme. No soy frágil —él estrujó su
cintura hasta que la emoción familiar la recorrió. Ella abrazó la creciente
pasión en su interior.
—No creo que seas frágil —le prometió mientras le mordisqueaba el
lóbulo de la oreja. Él gimió, y el sonido ahogó momentáneamente el
crepitar del fuego en el comedor.
—¿No?
Letty le sonrió mientras se deslizaba fuera de su regazo.
—De hecho, creo que estás bastante preparado para atraparme —se
levantó y se alejó de él, coqueteando con una sonrisa mientras esperaba que
él la siguiera.

L A SANGRE DE A DAM CANTABA DE DESEO POR SU ESPOSA . H ABÍA


temido haber perdido algo estas dos últimas semanas, algo que necesitaba
desesperadamente. Pero ahora, al ver a su mujer con hambre y amor en los
ojos, no estaba perdido, no estaba roto. Sus heridas habían destruido su
confianza, su valor a sus propios ojos, pero ahí estaba Letty, mostrándole
que nada había cambiado para ella. No lo veía débil o dañado. Solo lo veía
a él. Fue una revelación.
Él la atrapó antes de que pudiera escapar por las puertas abiertas. Sin
duda, ella había esperado jugar con él durante todo el camino escaleras
arriba, para tenerlo esperando, pero él no iba a esperar tanto tiempo. Con un
rápido movimiento, la puso contra la pared junto a la puerta y la inmovilizó
allí, con una sonrisa en los labios mientras la sujetaba por la cintura. Adam
le levantó la falda y ella se aferró a sus hombros mientras él se liberaba de
sus pantalones. Luego la penetró, aliviado de encontrarla lista para él.
Letty jadeó cuando se hundió profundamente y sus cuerpos unidos
produjeron un suave thump contra la pared. Ella le rodeó la cintura con las
piernas mientras él apoyaba una mano en la pared junto a su cabeza. La otra
mano le cubrió la boca. Letty sujetó sus hombros con fuerza, aferrándose a
él.
Ella gimió en señal de protesta, pero entonces Adam empezó a
penetrarla con fuerza, y sus gritos de placer se ahogaron contra su mano.
Colisionaban como dos mechas encendidas que brillaban en la oscuridad
mientras él la reclamaba allí, en el comedor. Letty cerró los ojos y él siguió
embistiéndola, cada segundo más exquisito que el anterior. Ella arqueó la
espalda y sus paredes internas se cerraron en torno a su eje cuando alcanzó
el clímax, y Adam la siguió en su propio placer un segundo después,
relajando su cuerpo contra el de Letty. Permanecieron juntos, con sus
piernas alrededor de la cintura de Adam, durante un largo rato mientras
ambos recuperaban el aliento. Él apartó la mano de su boca y la sustituyó
por sus labios. Las piernas de Letty comenzaron a deslizarse por la parte
posterior de sus muslos mientras se relajaba.
Ella suspiró dulcemente y sus manos se enredaron en su pelo,
manteniéndolo prisionero para su beso. Dios, se había vuelto adicto a esta
mujer de una manera que nunca había imaginado. Quería quedarse dentro
de ella para siempre, tenerla en sus brazos hasta que ambos fueran viejos y
canosos y hubieran vivido una vida completa juntos. Ella era su principio,
su fin, su todo.
Cuando sus bocas se separaron, presionó su frente contra la de ella.
—Te amo, señora esposa —Adam le robó otro beso mientras dejaba
caer suavemente sus piernas al suelo y salía de su cuerpo.
—Eso ha sido magnífico —ronroneó ella mientras él la estrechaba entre
sus brazos—. ¿Quizás podrías mostrarme eso de nuevo en nuestra alcoba?
—Me encantaría —Adam se arregló los pantalones mientras Letty
colocaba las faldas en su sitio. Luego la acompañó al piso de arriba con una
sonrisa tonta en la cara mientras llevaba a su mujer a la cama. Un largo rato
después, mientras yacía medio despierto, se dio cuenta de que no había
pensado en John ni en su deseo de venganza ni una sola vez en los últimos
días.

Capítulo Dieciséis

E DWARD S HENGOE SE BAJÓ DEL CABALLO Y ENTREGÓ LAS RIENDAS A UN


mozo de cuadra que lo esperaba fuera de una casa en Grosvenor Square.
Con una mirada furtiva, subió a toda prisa los escalones de la casa. No se
molestó en llamar a la puerta. Después de todo, no era una casa normal. Un
mayordomo lo recibió y Edward le entregó su sombrero y su abrigo.
—Buenas noches, señor Bradberry.
—Buenas noches, señor Shengoe —el mayordomo asintió—. Los
demás lo esperan en la biblioteca.
—¿Cuántos son?
—Seis, contándolo a usted. El señor Russell aún no ha llegado.
—Bien. Voy a hablar con ellos —Edward había enviado una citación a
todos ellos a los pocos minutos de volver a casa. Se había sentado en su
escritorio y redactado un codicilo a su testamento antes de hablar con su
mayordomo y su ama de llaves. Tal vez era un poco pesimista hacer planes
para un destino tan oscuro, pero algo en esta noche le había advertido de
que la oscuridad se acercaba, lo suficiente como para arrasar la tierra. Tenía
que estar preparado para lo que viniera, incluso para su propio fin.
Edward se detuvo a las puertas de la biblioteca, conteniendo la
respiración. En el momento en que les contara a los demás lo que sabía, la
amenaza sería mucho más real. Por fin, enderezó los hombros y abrió la
puerta. Los altos ventanales de la biblioteca, ahora oscuros por la noche,
seguían brillando a la luz del fuego. Durante el día, los vitrales enviaban
patrones de colores brillantes sobre el suelo.
Uno de los cinco hombres de la sala se giró para saludarlo.
—Buenas noches, Shengoe.
Asintió al hombre que había hablado.
—Jackson —los cinco hombres se pusieron de pie para mirarlo, cada
uno cercano a su edad, y todos serios cuando comenzó a hablar—. En
menos de una semana, Thistlewood y sus hombres intentarán volar la
Cámara de los Lores mientras el rey pronuncia su discurso.
—Dime que estás bromeando —dijo uno de los hombres.
—Ojalá fuera así —suspiró Edward—. Para empeorar las cosas, creo
que he sido descubierto esta noche.
—¿Te han seguido? —preguntó otro.
—No podría decirlo, pero sería seguro asumir que lo fui. Todos vosotros
estáis en riesgo, y por eso lo siento. Ahora sabéis lo que está en juego. Será
mejor que os vayáis y os pongáis a salvo.
Los hombres intercambiaron miradas.
—Si lo que dices es cierto, nos necesitan aquí. No vamos a huir.
—Me alegra oírte decir eso —la voz de un hombre se oyó a espaldas de
Edward, y su sangre se convirtió en hielo. Conocía esa voz. Garland—.
Hará mucho más fácil lo que debo hacer.
La tensión en la habitación era lo suficientemente densa como para
asfixiar a Edward mientras se giraba lentamente para mirar a Garland. El
hombre sostenía una pistola. Detrás de él había más de media docena de
personas. Más allá de ellos, el cuerpo inmóvil de Bradberry yacía en el
suelo, con su sangre manchando el suelo de rojo.
Edward buscó su pistola, guardada en la parte trasera de su chaleco,
pero Garland ya había disparado. El disparo ensordeció a Edward mientras
el dolor le recorría el hombro.
Los hombres de la Corte de las Sombras se apresuraron a actuar.
Edward se apartó a trompicones y se agachó cuando Jackson disparó por
encima de su cabeza. Garland se lanzó a un lado, y la bala derribó a uno de
los hombres de Garland que estaba justo detrás de él. Edward consiguió
sacar su pistola y se apoyó en la pared mientras apuntaba a uno de los
hombres de Garland.
Era el final de la Corte de las Sombras, y Edward se alegró de que
Avery no estuviera aquí. Con suerte, descubriría la verdad a tiempo y
detendría la caída de Whitehall.

A VERY SUBIÓ LOS ESCALONES DE LA CASA QUE HABÍA COMPRADO A


través de un agente en secreto y que luego se había convertido en un refugio
para los espías bajo su mando. Aunque había mantenido sus misiones
separadas, todos los hombres sabían que éste era un lugar seguro, un
refugio en caso de necesidad.
Por eso, cuando Avery había recibido la llamada urgente de Shengoe,
había sabido que debía tratarse de algo terrible. Avery entró en la casa sin
llamar y se sorprendió al ver que Bradberry no estaba cerca de la puerta.
Este hecho por sí solo lo puso en guardia al instante.
Los apliques de la pared habían sido apagados y todo estaba tranquilo y
oscuro. Echó un vistazo a la escalera oscura que conducía a los dormitorios
de arriba. Debería haber oído discusiones procedentes de la biblioteca o del
salón. Al menos debería haber oído los susurros de las criadas que
trabajaban en el piso de arriba. En cambio, solo había silencio.
Se dirigió a las escaleras, pero se detuvo y se arrodilló junto a la
barandilla en la base de los escalones. Había algo en el suelo. Presionó la
punta de un dedo enguantado contra ello, y la punta del dedo salió cubierta
de sangre.
Un escalofrío de miedo le recorrió la espalda. Aunque siempre era
posible que se equivocara, ya estaba seguro de lo que había ocurrido aquí.
Se dirigió a la biblioteca y abrió la puerta con facilidad. Pensó que se había
preparado para lo que encontraría, pero estaba equivocado.
Sus mejores hombres, leales y fieles, yacían muertos por toda la
biblioteca. Brave Jackson estaba desplomado contra la pata de una mesa de
lectura cercana, con una pistola en la mano. Trevor había colapsado en un
asiento de ventana, con un cuchillo clavado en el pecho, aunque uno de sus
atacantes yacía muerto a sus pies.
El resto de los amigos de Avery estaban en posiciones similares. La
destrucción de la habitación hizo que en la mente de Avery se reprodujera
una tragedia sangrienta. Miró hacia la chimenea. Shengoe yacía a escasos
centímetros de ella, con un rastro de sangre que mostraba claramente que se
había arrastrado hacia el fuego mientras agonizaba. Avery jadeó
conmocionado cuando Shengoe se retorció, sus ojos medio vidriosos aún
mantenían una tenue luz en ellos.
—Shengoe, amigo mío. Lo siento mucho. . . —Avery se apresuró a
acercarse y se agachó junto a él, con la garganta cerrada mientras luchaba
por calmarse.
Tenía la mano extendida, con las puntas de los dedos cubiertas de
sangre apuntando a algo en el suelo. Las palabras habían sido dibujadas,
patrones, claramente por Shengoe con su propia sangre en el suelo.
Whitehall caerá. El resto estaba demasiado corrido para leerlo con
claridad.
—¿Qué está pasando? —preguntó Avery a Shengoe. Mientras
escuchaba la respuesta de Shengoe, examinó al hombre cuidadosamente,
evaluando sus múltiples heridas. No había nada que pudiera hacer para
salvarlo.
—El rey discurso… discurso… —Shengoe exhaló, y su último aliento
se desvaneció en un espeluznante estertor. Avery podría haber jurado que la
última palabra de Shengoe fue “zorro”. Pero, ¿qué podía significar eso?
Whitehall caerá… El discurso del rey… Zorro…
Aunque Whitehall ya no se utilizaba para el gobierno, el nombre seguía
representando a los cuerpos gobernantes de Inglaterra. La advertencia
sugería que el gobierno actual estaba en peligro. La cuestión era cómo. Solo
faltaba una semana para lo que fuera que se estaba planeando. Era cuando
el rey hablaría ante el Parlamento, especialmente ante la Cámara de los
Lores.
Avery podía impedir que el rey hablara, pero eso significaba que los
conspiradores volverían a esconderse en las sombras, y la próxima vez que
actuaran no tendrían ninguna advertencia. No, los riesgos eran demasiado
grandes. Ahora, tenía que encontrar una manera de detener esto.
Avery cerró los ojos de Shengoe con suave reverencia. El peso que
Avery llevaba sobre sus hombros se había multiplicado por diez.
Las brasas del fuego seguían ardiendo. Brillaban de un anaranjado
intenso, y los trozos blancos de madera carbonizada eran tan pálidos como
el hueso. Avery alcanzó el atizador y avivó el fuego, sin saber por qué lo
hacía, salvo quizás por costumbre. Un entumecimiento lo invadió al sentir
la pérdida de sus hombres de forma tan profunda que casi lo mató.
Pero la tragedia iba mucho más allá de la muerte de sus amigos; era la
muerte de todo aquello por lo que había trabajado como jefe de espías de
Inglaterra. Sus reformas y ambiciones para el Ministerio del Interior se
habían derrumbado de un tirón.
Hugo Waverly tenía que estar riéndose desde su tumba de agua. Aunque
la arrogancia y el ansia de venganza de Waverly le habían costado la vida,
no habían dejado a la nación en un estado tan vulnerable como el que tenía
ahora. La ironía era que solo Avery y los asesinos lo sabrían. Mientras que
sus espías e informantes menores seguirían en su sitio, estos hombres
habían sido las piezas clave que mantenían unida su recién reconstruida red.
No podía imaginar cómo iba a reconstituirla ahora, ni en quién podía
confiar.
No era de extrañar que Waverly mantuviera a sus hombres a distancia.
Cada hombre en esta sala esta noche había sido un amigo, y todos estaban
muertos. ¿Y a quién más podía culpar de ello sino a sí mismo?
El mensaje urgente de Shengoe aún resonaba en la mente de Avery.
Había advertido que Arthur Thistlewood estaba siendo coaccionado por
alguien para actuar con violencia. Hasta ahora, Thistlewood y sus hombres
habían sido hombres de palabra y poco más. Quienquiera que los hubiera
empujado a esto tenía que ser el responsable de lo ocurrido esta noche.
Avery tenía que proteger a Whitehall, o el terrible sacrificio de sus amigos
habría sido en vano.
Volvió a girar el atizador en el fuego. El reflejo de la chimenea de
mármol blanco era como un cristal pulido. Una sombra en movimiento
parpadeó en ese reflejo. Avery tuvo un segundo para girar, levantando el
atizador como si fuera una espada, listo para defenderse cuando una
cuchilla se arqueó hacia él.
El choque de metal y hierro provocó chispas. Un hombre brutalmente
alto con ojos oscuros lo fulminaba con la mirada desde el otro lado de sus
armas cruzadas. Avery retrocedió de un salto y golpeó con el atizador el
pecho del hombre. El hombre se apartó a duras penas antes de volver a
blandir su espada.
Como un hombre poseído, Avery luchó contra él hasta que el viejo
atizador se rompió bajo el ataque del otro hombre. Antes de que éste
pudiera recuperar el equilibrio, Avery empujó una de las estanterías para
que cayera sobre él. El hombre gritó cuando la pesada estantería de roble
llena de libros lo aplastó.
Jadeando con fuerza, Avery se acercó al hombre que yacía
semienterrado y gimiendo de agonía. Por la forma en que su rostro se
tornaba rojo-azulado, Avery supuso que el hombre estaba siendo asfixiado
por el peso de la estantería.
—¿Para quién trabajas? —exigió Avery.
El hombre sacudió la cabeza con un gesto obstinado en sus rasgos
mientras se retorcía, intentando liberarse.
—¿Quién? —gruñó Avery.
El hombre volvió a sacudir la cabeza, todavía intentando liberar su
brazo. Avery vio demasiado tarde la pistola que el hombre sacó antes de
disparar. Un dolor agudo le golpeó el hombro mientras caía al suelo. Ejerció
presión sobre la herida y levantó la cara hacia el hombre. Unos ojos sin vida
se encontraron con los suyos, y la pistola cayó unos centímetros al suelo.
La cabeza de Avery cayó hacia atrás y respiró profundamente por la
nariz mientras luchaba contra el dolor. Estaba solo. Sus hombres más leales
habían muerto. No tenía más remedio que buscar ayuda en otra parte.
Necesitaba que Adam Beaumont volviera a Londres.
—¿Avery? —una voz femenina atravesó sus pensamientos. Luchó por
incorporarse, justo cuando escuchó a la mujer gritar.
Caroline Beaumont se arrodilló a su lado y lo levantó, pero su mirada se
centró rápidamente en los cuerpos de sus hombres.
—Lady Caroline… ¿por qué estás aquí? —preguntó, el dolor aún le
dificultaba pensar.
—Te vi en la calle y deseaba hablar contigo sobre Adam y Letty… y
oh… Avery, ¿qué ha pasado? —chilló, con los ojos desorbitados por el
terror.
Avery sacudió la cabeza. Lo último que necesitaba hacer era involucrar
a Lady Caroline en este asunto, o contarle el peligro al que pronto tendría
que enfrentarse su hermano. Ya había sufrido bastante cuando había perdido
a Lord Wilhelm.
—No puedo…
—Lo harás. Vamos, déjame asistirte —Caroline le pasó un brazo por la
cintura y lo ayudó a levantarse—. Necesitas un médico.
Avery permitió que ella lo ayudara. Dios sabía que lo necesitaba.
Ella tenía un carruaje esperando fuera, y uno de los lacayos que la
acompañaban saltó del carruaje para ayudarlos.
—¿Tiene un caballo cerca? —preguntó ella.
—Nunca monto. Es demasiado fácil que me vean si lo hago —se
desplomó en un asiento del interior del carruaje. Caroline le dijo a su
conductor que los llevara a casa.
—No, a la tuya no. A la de mi hermano —insistió Avery. Necesitaría la
ayuda de Lucien ahora más que nunca. Horatia y su hermana estaban en
Brighton, y se habían llevado al pequeño hijo de Horatia y Lucien. No
habría peligro. Lucien podría ofrecerle a Caroline protección si la
necesitaban, y quizás más.
—Muy bien —Caroline le dio al conductor la nueva dirección y luego
cerró la puerta del carruaje. Ejerció presión sobre el hombro de Avery con
un pañuelo que había sacado de su chaleco—. Avery, cuéntame lo que ha
pasado.
Las manos le temblaban mientras intentaba mantener la calma. Estaba
perdiendo sangre. Los párpados le pesaban demasiado para mantenerlos
abiertos. Caroline lo abofeteó. Con fuerza. A pesar de la magnitud de todo
lo que estaba ocurriendo a su alrededor, Avery se las arregló para sentirse
ofendido por esto, y la miró con asombro.
—Habla —dijo Caroline con firmeza—. Te ayudará a mantenerte
despierto.
—Uno de mis hombres me envió un mensaje urgente. Se había
infiltrado en un grupo de hombres que tramaban una traición. Llegué tarde a
la reunión.
—Y ellos fueron los que… —la voz de Caroline se suavizó.
—Sí. Lamento que haya tenido que ver eso, milady —Avery volvió a
cerrar los ojos, pero ahora corría menos peligro de quedarse dormido.
—¿Crees que tu hombre fue descubierto y seguido?
Asintió.
—Es la explicación obvia. Antes de que llegaras, luché contra un
hombre que se había quedado atrás. Ellos sabían que llegaría.
—¿Sabes lo que los hombres están planeando?
—Atacar el Parlamento el día que el rey haga su discurso ante la
Cámara de los Lores.
—¿Qué tipo de ataque? —presionó Caroline.
—Whitehall caerá… El discurso del Rey… Zorro… —Avery repitió las
últimas pistas de Shengoe—. Eso es todo lo que sé.
—¿Zorro? —los ojos de Caroline se entrecerraron—. ¿Como el animal?
Avery se puso a pensar en las posibles interpretaciones.
—No lo sé. ¿Un zorro en el gallinero, quizás? ¿Un infiltrado? ¿Un
asesino? Pero ellos no solamente están tras el rey. Whitehall caerá. . . Los
zorros escarban. . . ¿Un túnel? —sacudió la cabeza, habiendo llegado a un
callejón sin salida.
De repente, Caroline jadeó.
—Túnel. ¿No crees que él debió referirse a Guy Fawkes? ¿F-A-W-K-E-
S? El complot de la pólvora.
Los ojos de Avery se abrieron de par en par. ¿Podría ser? Consideró las
posibilidades y luego maldijo.
—Sí, debe ser eso.
—¿Cómo es ese poema? —le preguntó ella.

¡R ECORDAD , RECORDAD !
El cinco de noviembre,
La traición y el complot de la pólvora;
No conozco ninguna razón
Por la que la traición de la pólvora
deba ser olvidada.
Guy Fawkes y sus compañeros
urdieron el plan,
para volar al Rey y al Parlamento
Todos arriba vivos.
Sesenta barriles, colocados abajo,
para demostrar el derrocamiento de la vieja Inglaterra.
Pero, por la Providencia, lo atraparon,
¡con una linterna oscura, encendiendo una cerilla!
Un traidor a la Corona, por su acción,
No hay misericordia del Parlamento de ninguna facción,
Su justo fin debe ser sombrío…

L A VOZ DE C AROLINE TERMINÓ EN UN SUSURRO . M IRÓ A A VERY .


—¿Pretenden volar el Parlamento?
—Es la única forma en que una pequeña banda podría matar al rey y a
los lores al mismo tiempo, pero ¿cómo?
—¿Hay túneles debajo de Westminster?
—Sin duda, pero estarían asegurados, patrullados, incluso acordonados.
—¿Tal vez hay un zorro en el gallinero después de todo? —sugirió
Caroline.
—Así que debemos asumir que ellos tienen acceso, a pesar de todo —
Avery hablaba más para sí mismo que para ella.
—¿Sabes de alguien que pueda tener los planos arquitectónicos de
Westminster?
—En realidad, sí —dijo Avery cuando el carruaje se detuvo frente a la
casa de Lucien—. Mi hermano. Le gusta la arquitectura y sé que tiene una
copia de los planos.
—¿El mismo hermano a cuya casa acabamos de llegar? —Caroline se
enderezó cuando su lacayo abrió la puerta del carruaje y la ayudó a salir. A
continuación, ella y el lacayo sujetaron a Avery a ambos lados para
ayudarlo a subir los escalones de la casa de Lucien. Cuando el mayordomo
respondió, echó un vistazo a Avery y chilló.
El mayordomo gritó hacia las escaleras:
—¡Milord, venga rápido! —luego llamó a uno de los lacayos de Lucien
para que fuera a buscar al médico.
—¿Qué pasa? —Lucien apareció en lo alto de la escalera cerca de allí.
—Buenas noches, hermano —Avery se rio.
El rostro de Lucien palideció.
—¿Avery? ¿Qué demonios? —Lucien se reunió con ellos al pie de la
escalera y liberó a Caroline de su carga—. Sígueme —instó Lucien al
lacayo que sostenía el otro lado de Avery. Medio cargaron a Avery hasta el
salón y lo tumbaron en un sofá. Pero justo cuando Lucien empezó a hacer
preguntas, Avery perdió la consciencia.

C AROLINE LE DIO UNA FUERTE BOFETADA A A VERY CUANDO SE


desmayó. Lucien la miró sorprendido.
—¿Qué? ¡Ya ha funcionado antes! —protestó ella—. Y no tenemos
tiempo para cortesías —por desgracia, esta vez no funcionó.
—¿Tiene sales aromáticas? —le preguntó Lucien.
—Milord, ¿parezco de las que se desmayan? —ella intentó no
ofenderse, pero la insinuación la irritó.
—Mis disculpas —musitó Lucien y le indicó a su mayordomo que
trajera algunas—. Lady Caroline, ¿qué le ha pasado a mi hermano?
Caroline explicó que había estado atravesando Grosvenor Square
cuando vio a Avery pasar junto a ella en la otra dirección. Había estado
queriendo hablar con él sobre Adam y sobre qué más podían hacer para
atrapar a los espías que perseguían a Letty y a su hermano, así que decidió
dar la vuelta para esperarlo. Su carruaje regresó por donde había llegado, y
ella había adivinado que la única casa de ciudad que no conocía era aquella
en la que él había entrado. Su suposición había sido acertada. Pero al cabo
de un rato, le había preocupado que tal vez él no volviera a salir, y su asunto
era urgente, así que había decidido llamar a la puerta. Pero cuando nadie
respondió a la puerta, se había dado cuenta de que estaba ligeramente
abierta. Todo su instinto le había advertido que tuviera cuidado al entrar en
la casa en busca de Avery.
Ella le explicó la horrible escena que había encontrado, los hombres
asesinados y Avery herido en el suelo. Lo contó todo con calma, pero
cuando percibió sus manos temblorosas y cubiertas de sangre, se dio cuenta
de lo agotador que había sido para ella todo aquello, y se hundió en la silla
más cercana.
—Le dije cientos de veces que conseguiría que lo mataran —Lucien
miraba fijamente a su hermano con la mirada perdida.
—Tiene nueve vidas —dijo Caroline—. Nunca he visto a un hombre
con tanta suerte como él.
—Bueno, algún día puede que se le acabe —Lucien guardó silencio
mientras llegaba el médico.
Tiempo después, el médico había terminado y Avery estaba vendado. La
bala había sido extraída y yacía en un lío de paños ensangrentados en un
recipiente. Solo entonces Caroline y Lucien respiraron juntos de alivio.
—Milord… ¿Su hermano mencionó que usted podría poseer los planos
arquitectónicos de Westminster?
Lucien se volvió hacia ella.
—Los tengo. ¿Por qué los necesitas?
—Porque… —Caroline se retorció las manos en el vestido—. Los
hombres que atacaron a su hermano planean volar el Parlamento, como Guy
Fawkes.
—¿Guy Fawkes? Maldita sea —Lucien miró hacia el cielo—. ¿Qué
tontos son estos?
—Unos peligrosos que se tomaron muy en serio el matar a todos los
hombres que trabajaban con Avery.
—¿Qué hay de tu hermano? ¿Morrey todavía está en Chilgrave? —
preguntó Lucien.
—No, se fue a Escocia para mantener a Letty a salvo. Están en el
castillo del tío Tyburn, cerca de Inverness.
—Oh, sí. Ese sí es un lugar seguro. Casi no pudimos sacar a la esposa
de Ashton Lennox del castillo de su familia en Escocia. Prácticamente
tuvimos que asaltarlo para poder conversar —Lucien estaba intentando
bromear con ella, pero no se sentía en absoluto de humor para reír.
—Debemos enviar a alguien para que traiga a Adam de regreso. Por
mucho que yo no quiera que él corra peligro, lo necesitaremos. Avery no
puede hacer esto solo.
—No estará solo —replicó Lucien con seriedad—. Enviaré a alguien al
norte inmediatamente.
Caroline asintió.
—Si usted puede traer los planos arquitectónicos de Westminster, yo
vigilaré a su hermano.
Lucien se puso de pie y Caroline ocupó su lugar en el borde del sofá.
—Usted le ha salvado la vida —dijo Lucien en voz baja—. Le debo un
gran favor, Lady Caroline. Dígalo, y lo que sea será suyo.
Caroline sonrió.
—Gracias, milord, pero lo que deseo no puede dármelo.
Cuando se quedó a solas con Avery, extendió la mano para coger la
suya. Si tan solo alguien hubiera podido salvar a John. Adam había llegado
demasiado tarde, y ese momento lo había convertido en un espía también.
Era solo cuestión de tiempo que la suerte de su hermano se agotara. Tanto
Adam como Avery eran hombres viviendo en un tiempo limitado.
CAPÍTULO 15

E l jinete llegó justo después del amanecer en un caballo


agotado, llevando un mensaje urgente. Adam y Letty estaban en
el salón con Tyburn cuando uno de los lacayos de éste entró
corriendo.
—¿Qué pasa, muchacho? —los tres presentes en el salón se pusieron de
pie.
—Un mensajero, milord. De Inglaterra. Dice que tiene un mensaje
urgente para Lord Morrey.
Un abismo se formó en el estómago de Adam mientras él y Tyburn
salían de la habitación para hablar con el mensajero. El hombre de pie en la
entrada parecía cansado de viajar.
—Soy Lord Morrey —le dijo Adam al joven.
—Milord, el señor Russell dijo que usted debía regresar a Londres de
inmediato —el joven lo miró con ojos temerosos.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Me dijo que le dijera que el cinco de noviembre no debería olvidarse
nunca. Eso fue todo lo que me dijo, eso y que usted fuera a la casa del
Marqués de Rochester una vez que llegara a Londres.
Adam frunció el ceño.
—¿El cinco de noviembre? —las implicaciones de aquello eran
ciertamente preocupantes.
Tyburn señaló hacia una puerta que conducía a las cocinas del castillo.
—Gracias, muchacho. ¿Por qué no vas a las cocinas y comes? Uno de
mis empleados te mostrará una habitación donde podrás descansar.
—Gracias, milord —el joven los dejó solos.
—Bueno, ¿qué significa el mensaje? —preguntó Tyburn.
—Recordad, recordad, el cinco de noviembre, la conspiración de la
pólvora y el complot… Es una referencia a cuando Guy Fawkes y sus
cómplices intentaron volar el Parlamento.
—Dios mío —dijo Tyburn mientras él y Adam intercambiaban miradas.
—Tengo que irme a Londres, ahora.
—Pero apenas has tenido tiempo de curarte —argumentó Tyburn.
Adam giró los hombros y se estremeció ante la piel tensa y llena de
cicatrices que tiraba de él, pero el dolor era más sordo que agudo.
—Avery me necesita. Si me convocó desde Escocia, entonces no le
queda nadie más —mientras hablaba, el pecho se le contrajo
repentinamente por el pánico. La Corte de las Sombras, algo debió haberles
ocurrido—. ¿Puedo usar tu caballo más rápido?
—Por supuesto. Pero…
—Y yo —dijo Letty—. ¿Puedes hacer que me ensillen el pequeño
castrado negro?
Ambos lores se volvieron para mirarla.
—No —dijo Tyburn en el mismo instante en que Adam dijo—:
Absolutamente no.
Letty levantó una mano en señal de silencio y evitó que ambos hombres
siguieran hablando con una mirada imperiosa.
—Esposo, habrías muerto si no fuera por mí y por el caballo que robé
de Crown and Thistle. Y tengo tanto derecho a defender a mi rey y a mi
país como cualquiera de vosotros.
—Pero, ¿qué hay de nuestro hijo? —argumentó Adam, con la esperanza
de utilizar esta táctica para que su esposa se mantuviera a salvo por segunda
vez.
—Mi menstruación llegó esta mañana, así que la única vida que
arriesgo es la mía.
Adam la atrajo hacia sus brazos.
—Y eso ya es algo demasiado valioso como para arriesgarlo.
Ella se empujó contra él, con un ceño feroz de rebeldía en su rostro.
—No me hablarás dulcemente y esperarás convencerme de que me
quede aquí. Si tú vas, yo voy. Es así de sencillo —se liberó de sus brazos y
subió corriendo las escaleras.
Adam, con los brazos vacíos, se quedó mirando tras ella.
—Por mucho que merezca protección, es una mujer que puede cuidar de
sí misma. Tal vez debería ir —Tyburn sonaba ahora más considerado.
—¿Y si ambos terminamos muertos? —gruñó Adam.
—Entonces al menos estáis juntos. Créeme, como hombre que perdió a
su esposa y no pudo seguirla a la tierra del más allá, diría que sobrevivir sin
ella fue lo más difícil que he tenido que hacer. Si no fuera por mis hijos…
—Tyburn se dio la vuelta, sin terminar la frase.
—Por favor, prepara nuestros caballos. Será mejor que me asegure de
que ella sepa que no podemos llevar nada con nosotros.
Adam se dirigió a la recámara que él y Letty compartían. Ella no estaba
allí. Un joven estaba inclinado sobre sus baúles.
—Tú, muchacho. ¿Has visto a Lady Morrey?
El chico se giró con una risita muy femenina.
—Perfecto, ni siquiera tú me has reconocido —Letty le sonrió
brillantemente por debajo del ala de su gorra.
—¿Cómo te has cambiado tan rápido? —preguntó Adam.
—Una mujer tiene que tener algunos secretos, ¿no? Ven, no tenemos
tiempo que perder —ella cogió su mano y lo condujo fuera de su alcoba.
Angus, Baird y Tyburn los recibieron al pie de la gran escalera, todos
vestidos para viajar.
—¿Tío?
Su tío sonrió.
—¿No pensaste que irías solo, muchacho?
—¿Pero qué pasa si no podéis…?
—¿Seguir el ritmo? Sí, podemos. Los caballos están listos.
Adam siguió a su tío y a sus primos al exterior. Cuatro caballos altos
habían sido ensillados, y el quinto era más bajo que los otros: un pequeño y
feroz caballo castrado negro que danzaban en torno a la expectativa. Letty
pasó corriendo junto a Adam hacia el pequeño caballo y le rodeó el cuello
con sus brazos.
—¿Ella va a montar esa pequeña criatura? —Preguntó Adam a Angus
mientras Letty se acercaba a la pequeña bestia negra.
—Esa pequeña criatura es la bestia que te salvó la vida. Casi se mata
corriendo entre esos caballos más grandes. Es rápido. Mientras te curabas
de tus heridas, Baird y yo nos ocupamos de él. Tiene la velocidad del
mismísimo diablo.
—Me alegro de que ella lo monte, entonces —Adam se acercó a su
esposa y la ayudó a subir a la silla de montar—. ¿Estás lista?
Ella asintió, y la mirada seria de su rostro hizo que su último argumento
para que se quedara en casa de Tyburn muriera en sus labios.
—Muy bien —dijo Adam mientras montaba su caballo. Miró a su
esposa, a su tío y a sus primos.
—¡Guíanos, muchacho! —ordenó Tyburn.
Adam clavó sus talones en los flancos del caballo. Cabalgaron como
uno solo hacia un futuro incierto.

T ARDARON TRES DÍAS EN LLEGAR A L ONDRES Y A LA CASA DEL


Marqués de Rochester. Letty había estado allí una vez, poco después de que
Horatia se casara con el marqués. No debería haberle sorprendido que se
reunieran allí; después de todo, Lucien era el hermano mayor de Avery.
Adam se apresuró a subir las escaleras y llamó a la puerta de la casa. Un
mayordomo mayor los recibió.
—Hemos venido a ver a Lord Rochester.
—Ah, sí. Adelante —el mayordomo dio un paso atrás para que todos
entraran—. El consejo de guerra los está esperando.
—¿Consejo de guerra? —musitó Angus a Baird, quien se encogió de
hombros.
—Estamos en Inglaterra —dijo Baird, como si eso lo explicara todo.
—Por aquí —el mayordomo los condujo hacia la biblioteca.
Letty y Adam entraron primero, y vieron a un grupo de hombres
apiñados alrededor de una mesa. Ella los reconoció cuando se giraron para
ver quién había llegado. Lucien, el Marqués de Rochester. Junto con
Godric, el Duque de Essex; Cedric, el Vizconde Sheridan; Charles
Humphrey, el Conde de Lonsdale; Ashton, el Barón de Lennox; y Jonathan
St. Laurent.
El alivio casi abrumó a Letty. Estos hombres eran conocidos en ciertos
círculos como la Liga de los Pícaros, y sus hazañas se estaban convirtiendo
rápidamente en materia de leyendas. Si había hombres capaces de rivalizar
con los espías de Avery, eran éstos. Se apartaron para revelar a Avery, cuyo
brazo izquierdo reposaba en un cabestrillo.
—Bienvenidos a la lucha, caballeros —dijo Avery con una sonrisa
irónica. Luego su mirada se desvió hacia Letty—. Milady —la saludó
respetuosamente con un asentimiento de cabeza.
—Espero que no os importe, pero mi tío Tyburn y sus hijos, Baird y
Angus, han insistido en acompañarme.
Hubo rápidos saludos antes de que Adam y Letty se unieran a los
hombres alrededor de la mesa de lectura.
—Adam, seré breve. Arthur Thistlewood y sus hombres están
planeando destruir la Cámara de los Lores mientras están en sesión para el
discurso del rey. Tenemos poco tiempo para situarnos en los túneles bajo
Westminster e impedir que se enciendan los barriles de pólvora.
Letty estudió las páginas de los planos arquitectónicos colocados sobre
la mesa y dio un paso atrás para permitir que Tyburn y sus hijos los vieran.
Notó que Caroline estaba sentada junto a la chimenea, lejos de los hombres.
—¿Caroline? —se unió a su cuñada junto al fuego. Caroline apartó la
mirada de las llamas para mirar a Letty. Jadeó.
—¿Letty? ¿Qué estás haciendo aquí?
—He regresado con Adam. No podía dejarlo venir solo. ¿Y tú?
Caroline atrajo a Letty a una silla a su lado y luego le contó todo lo que
había sucedido en la casa de Grosvenor Square.
—¿Muertos? ¿Todos ellos?
—Hasta el último hombre. Me temo que lo que he visto me ha dejado
aturdida —cogió la mano de Letty entre las suyas—. Estos son hombres
desesperados y peligrosos, Letty. Que Dios nos ayude a todos si tienen
éxito.
Letty enroscó sus dedos alrededor de los de Caroline y los estrujó
ligeramente.
—Pero tú salvaste al señor Russell.
Ella asintió, con esa mirada distante de nuevo en su rostro.
—Y, sin embargo, todos podemos morir esta noche.
—Entonces deberías quedarte aquí —dijo Letty.
—¿Te quedas o irás con ellos? —desafió Caroline.
—Iré —admitió Letty.
—Entonces yo también.
—Debemos quedarnos juntas, entonces —Letty y Caroline se volvieron
para escuchar a los hombres mientras elaboraban sus planes.
—Necesitaremos dos o tres hombres en cada una de las esquinas. Solo
puedo suponer que ahí es donde los hombres de Thistlewood colocarán los
barriles y las cargas. Accederemos a los túneles a través de puertas
subterráneas. Cada hombre debe estar preparado para forzar la cerradura si
no puede entrar, pero una vez que os acerquéis a las esquinas, no usad una
pistola. Un disparo errante podría causar lo mismo que necesitamos evitar
—Avery miró alrededor a los hombres que estaban cerca de él—. La
mayoría de vosotros estáis casados, y algunos son padres. Ningún hombre
será juzgado si decide quedarse atrás. Hay otras formas en las que podéis
ayudar, en caso de que fallemos.
Este pronunciamiento fue recibido con un silencio sepulcral.
Avery se aclaró la garganta.
—Muy bien. La esquina norte será cubierta por Essex, Rochester y
Sheridan. La esquina sur, Lonsdale, Angus y Tyburn. En la esquina este
estarán Lennox, St. Laurent y Baird. En la esquina oeste estaremos Adam y
yo. Buena suerte a todos. ¡Y que Dios salve al rey!
—¡Dios salve al rey! —rugieron los demás en respuesta.
Letty cogió una pistola y un cuchillo delgado de una mesa cercana que
había sido cubierta con armas. Cuando vio que Adam se metía una cuchilla
en la bota, ella hizo lo mismo con la suya. Todavía llevaba los pantalones y
el chaleco de un muchacho, y el pelo recogido en la nuca. Podía correr sin
el estorbo de las faldas. Lo último que quería era ser un estorbo para Adam
en un momento de crisis.
Salieron de la casa de Lord Rochester, y los grupos asignados partieron
a caballo.
Aunque no necesitarían salir de la ciudad, el viaje pareció eterno. El
corazón de Letty latió con fuerza cuando ella, Adam, Avery y Caroline
llegaron por fin al lugar donde podían acceder a los túneles. Westminster
estaba a poca distancia de donde se encontraban ahora, apiñados en la
creciente penumbra.
Letty no pudo evitar pensar en el rey George en algún lugar del edificio,
con toda la Cámara de los Lores esperando pacientemente su discurso.
Muchos morirían si fallaban, y la anarquía no tardaría en llegar. La
importancia de lo que ella y los demás estaban a punto de hacer la hizo
temblar.
Adam comprobó la puerta que atravesaba la boca del túnel, la cual
formaba una caverna negra delante de ellos. Parecía no tener fin más allá de
los barrotes de hierro de la puerta. Mientras Adam abría la puerta,
compartió una mirada seria con Avery.
—¿Qué pasa? —susurró Letty.
—La puerta no estaba cerrada. Los hombres de Thistlewood ya están
abajo. Debemos guardar silencio. Todos, permaneced cerca —Avery
encendió una pequeña linterna y luego asintió a Adam—. Yo sostendré la
linterna para que puedas ver delante de ti.
Adam asintió y se dirigió primero a la oscuridad, con una pistola en una
mano y un cuchillo en la otra. Avery lo siguió, luego Letty y Caroline.
Era espeluznante descender a la oscuridad con solo una débil linterna
para iluminar el camino. Agua fluía a lo largo del suelo del túnel mientras
subían por una pendiente que se adentraba en las profundidades del Palacio
de Westminster. El sonido del agua sobre piedras en algún lugar cercano
resonaba con tanta fuerza que a Letty le provocó dolor de cabeza.
Letty miraba con frecuencia hacia atrás para ver cómo estaba Caroline
detrás de ella. Su cuñada estaba pálida y callada, con una piel casi luminosa
en la penumbra. Caroline estaba aún más silenciosa que el resto. Algo
pesaba en su mente, y por mucho que Letty deseara hablar con ella de ello,
no se atrevió.
Adam comenzó a moverse más rápidamente, y el resto lo siguió.
—No debemos estar muy lejos —susurró Avery cuando llegaron al
cuarto cruce de túneles. De repente, un débil sonido llegó hasta ellos por los
túneles desde el norte. Disparos, un grito, y luego silencio.
—Oh, Dios —respiró Letty—. Ha empezado. ¿Debemos ir y…?
—No podemos detenernos —dijo Avery—. Debemos confiar en los
demás. Ellos están solos por un tiempo. Debemos asegurarnos de que los
hombres de Thistlewood sean detenidos en nuestra esquina.
Los espeluznantes sonidos de la lucha lejana comenzaron de nuevo.
Continuaron avanzando por el oscuro túnel, como un mal sueño. Después
de otro minuto, apareció la luz de un farol lejano. Avery bajó su linterna
para que pudieran acercarse sigilosamente a quienquiera que estuviera al
acecho en la oscuridad.
—¿Estás listo? —preguntó Avery a Adam en voz tan baja que Letty casi
no lo oyó. A medida que la luz frente a ellos se hacía más brillante, Letty
vio la silueta de su esposo con mayor claridad. Era mitad sombra, mitad
hombre, con un poder que irradiaba de él. Era como si la oscuridad que
guardaba en su interior se hubiera manifestado, la parte de él que ella había
vislumbrado la noche en que la había salvado a ella y a Lady Edwards.
Tres hombres empujaban varios barriles cerca unos de otros. Había
mechas al frente del grupo de barriles, y un hombre estaba atando el
conjunto de mechas para facilitar el encendido de todo a la vez. Parecía que
los hombres no habían oído los ruidos que ellos habían escuchado antes,
pues no parecían preocupados por el hecho de que su complot hubiera sido
descubierto.
Avery se movió, poniéndose directamente delante de Letty y Caroline,
bloqueando a los hombre frente a ellos. Letty permaneció detrás de él, pero
sacó el cuchillo de su bota y esperó. Haría lo que fuera necesario.

A DAM SE CALMÓ , SU RESPIRACIÓN ERA TAN LENTA QUE SÓLO INHALÓ


cinco veces en un minuto. Necesitaba ser invisible.
Soy niebla. Soy la luz de la luna. Soy el humo de una vela consumida.
Soy la sombra que no se ve, solo se siente…
Por ahora, solo Adam se adentraría en la luz mientras los demás
permanecían a salvo en la oscuridad detrás de él.
Los tres hombres estaban ocupados colocando las mechas alrededor de
los barriles y no lo vieron cuando entró en su círculo. Adam lanzó su pistola
al aire y la cogió por el cañón mientras se precipitaba hacia ellos. El primer
hombre giró para enfrentarse a Adam, y éste lo derribó con un golpe de la
culata de su pistola, y luego atacó al segundo hombre con su espada. El
tercer hombre se lanzó sobre él y se estrellaron contra la pared del túnel.
Adam gruñó y los hizo girar para inmovilizar al otro hombre. El hombre dio
un puñetazo en la mandíbula de Adam, pero éste estampó su propio puño en
el vientre del hombre, haciendo que se doblara.
Alguien lanzó un brazo alrededor del cuello de Adam, tirando de él
hacia atrás, estrangulándolo. Adam empujó con fuerza hacia atrás, sintiendo
el satisfactorio crujido de las costillas del asaltante al impactar contra la
pared del túnel.
Avery apareció en su línea de visión con un cuchillo en su mano ilesa
mientras atacaba a uno de los otros hombres. Letty y Caroline se agacharon
alrededor de las figuras enfrentadas, y Adam las vio intentando liberar las
espoletas alrededor de los barriles. Adam derribó a otro de los hombres
clavando la espada en su pecho. El hombre se desplomó a sus pies cuando
la sacó.
—¿Estás bien, Morrey? —preguntó Avery. Estaba de pie, sujetando con
una mano su hombro entablillado. Los otros hombres con los que habían
estado luchado estaban muertos.
Adam asintió y limpió la espada.
Avery miró hacia los túneles oscuros.
—¿Puedes encargarte de las cosas aquí? Tengo que ver cómo están los
demás.
—Lo tenemos controlado.
Avery se desvaneció en las sombras, y entonces Adam se volvió hacia
su hermana y Letty, quienes estaban a medio camino de quitar las espoletas
de los barriles.
—Puedo terminar eso —Adam intentó apartar a las damas de los
peligrosos explosivos—. ¿Por qué no volvéis las dos por donde hemos
venido? Es un camino recto hasta la puerta exterior.
—En realidad, prefiero ir tras Avery —dijo Caroline.
—Y yo deseo quedarme contigo —le informó Letty.
Adam cogió la cara de Letty y le robó un rápido beso mientras la
sostenía cerca, pero quería que ella y su hermana estuvieran lo más lejos
posible de esos malditos túneles.
Se giró para hablar con Caroline, pero encontró el túnel vacío. Su
hermana había ido tras Avery.
—Joder.
—Ella estará bien, Adam. Avery la protegerá —declaró Letty con tanta
confianza que él casi le creyó.
—Entonces te acompañaré de regreso a la entrada.
Letty dudó.
—Bien, pero solo después de que nos hayamos ocupado de las
espoletas… —dejó de hablar y su rostro palideció repentinamente al ver
aparentemente algo detrás de Adam.
Los vellos de la nuca de Adam se levantaron al sentir algo en el oscuro
túnel detrás de él.
—Ha pasado mucho tiempo, viejo amigo —dijo la voz.
Esa voz. Adam se giró, procurando que sus movimientos fueran lentos.
La débil luz del farol junto a los barriles iluminaba la forma de un hombre
muerto volviendo a la vida. El corazón de Adam sufrió una sacudida.
—¿J… John? —miró el rostro de su amigo—. No… no es posible.
Por un momento, creyó ver algún tipo de empatía en el rostro del
hombre, pero pronto fue reemplazada por una oscura astucia que Adam
nunca había visto antes.
—Y, sin embargo, aquí estoy —John tenía una pistola en la mano.
—¿Eres tú el que está detrás de esto? ¿Thistlewood se estaba reuniendo
contigo? —adivinó Adam.
—Sí —dijo el hombre.
John miró fijamente a Adam con una intensidad que lo hizo sentirse
enfermo. No se trataba de su amigo, sino de alguien con el rostro de John.
—Él y sus hombres simplemente necesitaban un empujón para hacer lo
que se necesitaba hacer.
—Durante dos años te he llorado, John. Eras un hermano para mí. ¿Y
ahora haces esto? —Adam apenas podía pensar más allá de la traición que
sentía en este momento. ¡John está vivo! Pero John era el hombre que
estaba intentando destruir el gobierno de Inglaterra. Era algo que ni siquiera
sus peores pesadillas podrían haber conjurado. Gracias a Dios que Caroline
ya se había ido. Ella no podría haber soportado esto.
—Pasaste años vengando tus propios demonios, Adam —había dolor en
la furia de la respuesta de John—. Pasé años espiando a hombres que no
habrían hecho ningún daño real, y luego tuve que traicionarlos. Murieron
hombres inocentes. Demasiados.
—¿Crees que esta es la respuesta? ¿Quemar todo? —Adam mantenía a
Letty detrás de él y fuera de la línea de fuego directa de John, dado que éste
seguía con la pistola apuntando hacia ellos.
—¿No crees que hay gente dispuesta a proponer una forma mejor?
Podríamos tener un nuevo gobierno, uno mejor. Uno que sirva al pueblo y
no al contrario.
—Ellos nunca tendrían la oportunidad. Siempre has entendido la
naturaleza humana mejor que nadie. No quedaría más que la anarquía en su
lugar.
—Mejor anarquía que tiranía.
—Sabes que eso no es cierto. La anarquía perjudica a los que tienen
menos poder. Las multitudes que salen a la calle solo dañarán realmente a
los indefensos: los niños, las mujeres, la gente cuya vida depende de cierta
regularidad y seguridad. Los comerciantes que gestionan sus negocios y que
alimentan y visten a los demás: a esos es a los que harías daño. ¿Verías todo
quemado para castigar a los que están más arriba de ti?
—Esos mismos hombres mantienen a todos los hombres sometidos
simplemente porque no nacieron con el nombre correcto, o porque no
tienen suficiente dinero para merecer ser notados. Ellos merecen ser
castigados.
—Eres un tonto si crees que lo que estás haciendo solucionará algo —la
rabia crecía en el interior de Adam como una tormenta que se avecinaba,
con el viento dibujando nubes negras en una violencia que, una vez
desatada, destrozaría todo a su paso. ¿Cómo se atrevía John a traicionarlo a
él, a su rey y a su país? Las manos de Adam se cerraron en un puño.
Todavía sostenía su cuchillo, pero era inútil contra la pistola—. Me uní al
Ministerio del Interior para vengarte, John, para encontrar a tus asesinos.
Todo lo que hice fue por una mentira.
—Siempre tan condenadamente noble. Ahora sabes cómo me sentí,
Adam. Bueno, ya no tienes que cargar con tu peso. Maté a los agentes
franceses que me perseguían hace tiempo. Era la manera perfecta de
desaparecer.
—¿Y los hombres de Avery? Mataste hasta el último de ellos. Eran
inocentes.
—¿Inocentes? —John se rio—. Eran herramientas para la Corona,
como tú. Sus vidas no importan.
Adam respiró firmemente.
—Todas las vidas importan, desde los niños de la calle hasta los espías
que perecieron en la casa de Grosvenor Square.
—No estamos de acuerdo, entonces —John miró de repente a Letty, y
su pistola se dirigió hacia ella—. Desgraciadamente, debo terminar con esto
rápidamente.
—No. Deja que mi esposa se vaya. Ella no es parte de esto.
—¿No es parte de esto? Es una de las mejores espías que he visto en
años. No puedo permitir que ninguno de los dos quede libre —la voz de
John era tan fría, tan dura, que Adam se preguntó si había imaginado al
John que alguna vez había amado como a un hermano. ¿Había sido ese
hombre alguna vez real?
—Tonto, ella no es una maldita espía. Todo fue un error aquella noche
en el baile de Lady Allerton.
Adam creyó ver una breve sorpresa en los ojos de John.
—¿Por qué te casaste con ella, entonces, si no es para que pudiera
continuar su espionaje con un guardián a cuestas?
—Para protegerla. Porque yo la deseaba como a ninguna otra mujer.
Deberías recordar cómo es eso. ¿O acaso nunca amaste a mi hermana en
absoluto?
John se estremeció ante la mención de Caroline. Por un instante, Adam
vio a su amigo, no a este monstruo.
—Por favor, John, deja que mi esposa se vaya. Ella no podrá
encontrarte ni hacer nada que se interponga en tu camino. Es inofensiva.
Letty se acercó a Adam, entrelazó sus dedos con los de él y se apoyó en
su hombro.
—No me iré. Me quedaré hasta el final, sea cual sea.
El corazón de Adam se fracturó. Había tenido razón desde el principio
sobre su mujer, sobre su valentía y su lealtad. Adam le estrujó la mano antes
de apartarla de él.
—Y por eso debes irte.
La voz de John se tranquilizó.
—Eras un buen amigo para mí, Adam. No quería que las cosas
terminaran así. Te uniste al bando equivocado, pero tu corazón estaba en el
lugar correcto. Tienes tu oportunidad de irte, Lady Morrey. Vete antes de
que cambie de opinión.
—Vete, Letty —le ordenó Adam.
Su esposa levantó la barbilla y se mantuvo firme.
—Has fracasado, lo sabes.
—¿Te refieres a la pólvora? Tal vez. La marea aún puede cambiar una
vez que yo haya terminado aquí.
—No, has cometido un error aún más grave.
—¿Y cuál es?
Letty se acercó a Adam, cogiendo una vez más su mano entre las suyas,
uniendo su destino al de él.
—Olvidas que todavía hay hombres y mujeres nobles en este mundo.
Aquellos que creen en la bondad del hombre, no en su maldad. Aunque
tengas éxito esta noche, no puedes ganar.
—Puedo y lo haré —John apuntó el arma a Adam—. Es hora de
terminar esto.
Un disparo resonó en el túnel, y Adam atrajo a Letty hacia sus brazos,
protegiéndola de lo que pudiera venir. La abrazó con fuerza, esperando
sentir cómo la muerte lo alejaba de ella.
John jadeó y gimió. Adam abrió los ojos para ver a John caer de
rodillas. Detrás de ellos, a unos metros de distancia, en la oscuridad, estaba
Caroline, con una pistola en la mano. Ella miraba fijamente a John con
terror e incredulidad. La pistola cayó al suelo mientras ella se apresuraba a
coger a John antes de que cayera de espaldas. Caroline acunó su cabeza en
su regazo.
—¿Caro? ¿Qué estás haciendo aquí? —musitó John. El odio en sus
rasgos se desvaneció mientras la miraba.
—Te has olvidado de mí, John. De mi amor —susurró Caroline.
A Adam se le hizo un nudo en la garganta. Abrazó a Letty mientras veía
a su amigo respirar entrecortadamente.
—Nunca me he olvidado —respiró John—. Siempre estuviste conmigo.
Quería un mundo mejor para ti —la sinceridad en su voz era innegable.
Caroline resolló y se limpió los ojos con el puño cerrado.
—El amor y el odio no pueden convivir en igual medida. En algún
momento, me dejaste ir para aferrarte a otra cosa. Pero yo me aferré a ti,
John. Incluso después de la muerte de nuestra hija,
John tosió, la sangre cubrió sus labios.
—¿Hija?
—Sí. Cuando me enteré de que habías muerto, me alteré, y ella vino al
mundo demasiado pronto.
—¿Cómo era ella? —preguntó John.
—Era hermosa, con tu pelo rubio y mis ojos. La llamé Elizabeth en
honor a mi madre —Caroline acarició con las puntas de los dedos la frente
de John como si intentara suavizar sus preocupaciones—. Desearía que
hubieras podido verla. La habrías adorado.
—Nuestra hija… —dijo John con dificultad.
Adam sintió que sus propios pulmones se contraían como si no pudiera
respirar. Le habría dado a John su propio aliento una vez.
—Ahora debo dejarte ir —le dijo Caroline a John, con una voz llena de
ternura para un hombre que los había herido a ambos tan profundamente.
Adam nunca entendería cómo ella había conseguido manejarlo. El amor
era una cosa extraña y maravillosa, pero ahora mismo era un dolor
inimaginable. Caroline había dejado que el amor gobernara su corazón,
incluso ante la traición de John. Ella era mejor persona que él. Él no podía
perdonar a John, no como Caroline.
—Caro . . . —el cuerpo de John se sacudía a medida que la muerte
empezaba a invadirlo.
—Ve a buscar a nuestra hija. Ella te necesita ahora —Caroline inclinó
su cabeza hacia la de John y presionó sus labios sobre su frente mientras él
exhalaba y se quedaba quieto.
Adam y Letty permanecieron inmóviles durante un largo momento.
Adam miró el cuerpo sin vida de John. Lo había perdido de nuevo. El dolor
que había esperado desterrar solo se había profundizado, como el desgarro
de una cicatriz. Caroline comenzó a sollozar, meciendo el cuerpo de John
en su regazo. El dolor de su hermana hizo que Adam entrara en acción. Se
arrodilló junto a ella y le tocó el hombro.
—Shh, Caroline, se ha acabado.
Ella finalmente soltó a John y se levantó. Adam alzó en brazos a su
hermana y Letty llevó la linterna. Comenzaron a caminar fuera de los
túneles oscuros hacia la luz de la luna para encontrar a Avery y a los demás.
EPÍLOGO

T res semanas después

L A N AVIDAD EN C HILGRAVE FUE TODO LO QUE L ETTY HABÍA ESPERADO


que fuera. El castillo estaba lleno de amigos y familiares. Los lacayos
habían colgado libremente ramas de muérdago por todo el castillo, para
gran desaprobación del señor Sturges, ya que no solo Adam aprovechaba el
muérdago, sino también los miembros del personal. El verdor cubría todas
las superficies y se enroscaba alrededor de cada barandilla y poste.
Dondequiera que Letty se volviera, había luz y risas.
No podía creer que habían pasado tres semanas desde la salvación del
rey y del Parlamento. Había sido un pequeño milagro que Avery y la Liga
de los Pícaros hubieran salido ilesos, aparte de algunos golpes y
magulladuras durante las riñas en los túneles con los hombres de Lord
Wilhelm. Todos habían tenido una suerte increíble, lo que significaba que
esta Navidad era aún más importante de celebrar.
Una vez que el rey se había enterado de lo sucedido aquella noche,
todos los implicados habían sido llevados a Carlton House para una
audiencia privada en la que el rey George les había expresado su eterna
gratitud.
Pero no todos habían salido indemnes de aquellos oscuros
acontecimientos. Caroline se había vuelto más retraída que nunca, y Avery
también se había distanciado. Ellos, más que nadie, habían perdido mucho
en los últimos meses.
En el salón de baile de Chilgrave, Angus se inclinó ante Letty.
—¿Milady? ¿Me concede este baile? —le ofreció una reverencia cortés,
y ella aceptó con una risita. Era fácil olvidar lo ocurrido con John cuando
Angus y Baird estaban cerca para bromear con ella.
El salón de baile de Chilgrave estaba lleno de parejas en fila para bailar.
Los músicos contratados tocaban una animada melodía. Ella bailó en
círculos con Angus hasta que Baird la capturó para el siguiente baile salvaje
y movido. Los dos escoceses habían pedido una giga, en lugar de otro de
los números tranquilos que los músicos habían estado tocando para los
invitados, y esto los puso ahora en el camino de los otros bailarines.
—¡Oye! ¡Cuidado! —ladró Lucien cuando Baird le pisó los pies. Su
mujer, Horatia, se rio y guio a su marido fuera de peligro. Cuando el baile
se detuvo para un breve descanso, a Letty le dolían los pies. No había visto
a Adam durante la mayor parte de la noche y, a medida que la fiesta se iba
apagando, empezó a preocuparse. Adam había estado distante las últimas
semanas. Había estado callado, retraído, comiendo poco y hablando menos.
Lo encontró en la terraza, mirando los jardines del patio.
—Adam, ¿estás bien? —ella temblaba por el frío invernal mientras se
paraba a su lado.
Él no respondió inmediatamente. Parecía que le costaba hablar.
—No puedo dejar de pensar en esa noche. Todo este tiempo, John
estaba vivo… Me convertí en alguien que no quería ser para vengarlo, y
luego me convertí en su enemigo.
—Lo que pasó no fue tu culpa. No podías saber lo que él tramaba.
—Pero, ¿por qué no lo vi? ¿Por qué no lo supe? —Adam miró hacia
ella, y entonces se arrimó a él, rodeando su cintura con un brazo—. Y si yo
lo hubiera sabido, tal vez podría haberlo desviado de su oscuro camino. Tal
vez…
—No podrías haberlo obligado a hacer nada que él no deseara —dijo
Letty con calma—. Él eligió su propio camino.
Adam cogió aire y lo soltó lentamente.
—Desearía que me hubieras conocido. Antes…
—¿Antes de qué?
—Antes de convertirme en lo que soy ahora. No soy mejor que John.
Se volvió hacia él.
—Te equivocas… eres mejor. ¿Las cosas que haces? Siempre te ha
motivado ayudar a los demás, no hacerles daño. El hombre junto al que
estuve parada en los túneles, ofreciendo su vida para salvar la mía, ese es el
hombre que amo. Eres un buen hombre —ella se puso de puntillas y bajó la
cabeza de Adam para darle un beso. Él comenzó a devolverle el beso
lentamente, pero ella podía sentir el dolor y la culpa en su beso—. Adam —
susurró ella contra su boca.
Él rodeó su cintura con los brazos y presionó su frente contra la de ella.
—¿Sí?
—Debes salir de esta oscuridad. ¿Lo entiendes? No solo por mí, sino
por él.
—¿Por quién? —preguntó confundido.
Ella enroscó los dedos alrededor de una de sus muñecas y le bajó la
mano hasta su vientre.
—Por él.
—Por él… —sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Quieres decir…?
Ella sonrió a su marido.
—Sí, y he estado soñando que es un niño.
La música del interior todavía se oía allí donde ellos estaban, y Adam la
cogió en brazos y la hizo girar allí mismo, en el balcón nevado.
—Niño o niña, no importa, es nuestro —se rio, y las líneas de tristeza en
su rostro comenzaron a desvanecerse un poco.
—¿Te gusta tu regalo de Navidad?
Él se rio.
—Lo adoro, y a ti también. Deberíamos celebrarlo, inmediatamente.
Letty soltó una risita mientras él la llevaba de regreso al salón de baile
con un brazo protector sobre sus hombros. Los invitados estaban tan
cautivados con los festejos que ninguno se dio cuenta de que el señor y la
señora de Chilgrave subían sigilosamente las escaleras.
Letty volvió a reírse cuando su marido cerró la puerta de su dormitorio
y la aseguró.
—¿Por qué ha sido eso? No tengo intención de huir, a menos que
quieras perseguirme.
—Angus tiene una manera de aparecer donde no debe en los peores
momentos —explicó—. Ahora, ¿has dicho algo sobre una persecución?
Letty lo hizo correr mucho por la habitación antes de que la tuviera de
espaldas en la cama. Se inclinó hacia ella y la besó, tomándose su tiempo
para hacer su magia sobre ella.
Letty sujetó los bordes de su camisa cuando él intentó apartarse.
—Milord, cómo me provoca.
—¿Oh? No deseas que yo… —se inclinó hacia ella y le susurró al oído,
suscitando sugerencias perversas.
—Oh, realmente insisto en que lo hagas —dijo ella con un suspiro de
anhelo.
Él se rio y bajó por su cuerpo, quitándole y aflojándole la ropa mientras
lo hacía.
—Pensé que lo harías.
Letty separó los muslos y echó la cabeza hacia atrás cuando la boca de
Adam se dirigió a su monte. La torturó hasta que ella jadeó y le rogó que la
llenara. Cuando finalmente cumplió su deseo, se aferraron el uno al otro, su
amor y su excitación por el futuro los empujaron hacia la brillante estrella
de su liberación.
Hicieron el amor con dulzura, aunque sin perder la intensidad de las
otras veces. Después, Letty se acomodó contra él, con la cabeza metida en
el hueco de sus brazos.
Adam deslizó una mano a lo largo de su espalda.
—No te merezco.
Ella apoyó la barbilla en su pecho para mirarlo.
—Te equivocas.
—¿Lo estoy?
Ella asintió.
—Muy equivocado. Me mereces y todo lo bueno que está por venir.
Sus ojos centellearon.
—¿Es así?
—Lo es.
—Muy bien. No voy a discutir contigo, señora esposa.
Ella se acercó unos centímetros y lo besó, suave y dulcemente y con
todo su corazón.
—Eso sería sabio.

C AROLINE VIO CÓMO EMPEZABA A NEVAR DESDE EL BALCÓN DE SU


habitación en Chilgrave, la cual estaba justo encima del salón de baile. La
música subía desde abajo, pero el calor de la temporada navideña no llegaba
hasta ella.
Durante dos años había creído que John se había ido. Todo eso había
sido una mentira. Sacó el pequeño trozo de plata del bolsillo de su capa y lo
sostuvo a la luz de la luna: un gemelo con una moneda antigua como cara.
Le había regalado el par a John poco antes de que muriera. Había
encontrado este gemelo en el suelo junto a Avery cuando lo había
encontrado herido en aquella casa de Grosvenor Square.
De alguna manera, entonces había sabido la terrible verdad: que John no
estaba muerto. Pero no había querido afrontarla. Ella había tenido la
intención de ir tras Avery en aquel túnel, pero algo la había hecho
retroceder. Lo había visto, había oído su voz y, antes de que pudiera pensar,
ella misma estaba levantando su arma. Y cuando John había amenazado a
su hermano y a Letty, ella había hecho lo que tenía que hacer, a un gran
costo.
Caroline cerró los ojos y arrojó el gemelo al jardín. Estaba harta del
amor, harta de los sueños de un futuro con hijos y un marido cariñoso. John
había destrozado esa ilusión. Tal vez, de alguna manera perversa, ella
debería agradecérselo.
—¿Lady Caroline? —la voz de Avery la llamó suavemente. Estaba de
pie en la puerta que conducía al interior de su dormitorio.
—Señor Russell —saludó ella—. ¿Por qué no está con los demás?
Salió a la terraza con ella.
—Me voy en breve. Quería despedirme.
—¿Oh?
—Sí, me necesitan de vuelta en Londres. Hay mucho por reconstruir, y
no será fácil —se apoyó en la barandilla de piedra, quitando una pizca de
nieve de la cornisa—. También tengo una pista sobre la mujer que fue vista
con Lord Wilhelm y sus rebeldes.
—¿Había una mujer con él? —un nuevo dolor apuñaló el pecho de
Caroline. Él había dicho que la había llevado en su corazón todo este
tiempo y, sin embargo, tenía otra mujer a su lado.
—Sí, creemos que era tanto su amante como una espía que trabajaba
como su mano izquierda. Ella fue la encargada de perseguir a Letty, y
condujo a Wilhelm hasta mis hombres.
Caroline se ciñó la capa con fuerza mientras se apartaba de la barandilla
del balcón.
—Avery… —pronunció su nombre, preparándose.
—¿Sí, milady? —él buscó en su rostro.
—No cometas el error de John, ni el de Adam. No persigas la venganza
para siempre. No te traerá la paz que buscas.
Él inclinó la cabeza sin hacer ningún comentario y la dejó sola. Caroline
se volvió hacia el patio nevado, deseando poder sentir algo, cualquier cosa,
aparte del entumecimiento de su corazón roto.
Estaba congelada, congelada para siempre.

¡M UCHAS GRACIAS POR LEER E L C ONDE DE M ORREY ! P ASA LA


página para leer el prólogo y el primer capítulo de la siguiente
aventura de la serie La liga de los pícaros, La dama de Boudreaux.
L A DAMA DE BOUDREAUX
P RÓLO G O

Inglaterra, octubre de 1806


El chillido del viento contra los cristales de la ventana casi coincidía
con los lamentos de la joven en la cama. Su cuerpo se agitaba con agonía, y
gritó cuando una comadrona presionó con dos manos su vientre inflamado.
—Puje un poco más fuerte, milady —le instó Lucy, la comadrona.
La mujer en la cama se hundió contra las almohadas.
—No puedo.
—Puedes hacerlo, Albina. Puedes —Lucy sabía que no debería tomarse
libertades con la mujer, pero había traído a Albina al mundo y ahora traería
al hijo de Albina. Lucy presionó de nuevo el vientre de Albina, sintiendo
que el niño se movía por fin en una mejor posición—. Puje, mi señora.
¡Puje una vez más! —la animó.
Albina clavó los dedos en las sábanas. El sudor cubría su pálido rostro
mientras contraía su expresión en un gruñido antes de relajarse.
Lucy miró entre sus piernas abiertas.
—Veo su cabeza, querida. Estás muy cerca. Puje un poco más.
La cara de Albina tenía una mirada tan decidida que Lucy se sintió
momentáneamente sorprendida.
Albina pujó, con los dientes apretados, y Lucy se apresuró a coger al
niño saliendo del útero con un paño blanco. El bebé estaba tranquilo.
Demasiado tranquilo. Su cara tenía un tono azul aterrador. Lucy azotó el
trasero al bebé, lo tumbó en la cama y ejerció presión sobre su diminuto
pecho con el fin de estimular su corazón. Incluso separó sus pequeños
labios e intentó despejar sus vías respiratorias, pero fue en vano.
—Es un niño pequeño —dijo Lucy—. Pero… no creo que el pequeño lo
haya conseguido —empezó a dejar al bebé en la cama pero jadeó cuando
Albina se dobló casi al doble, pujando de nuevo—. ¿Otro? —Lucy se
apresuró a preparar un pañuelo nuevo mientras Albina empujaba de nuevo.
Pronto apareció un niño más pequeño, gimoteando y con un temperamento
feroz, luchando como un guerrero para mantenerse con vida. Los gritos de
este bebé eran fuertes y saludables.
—¿Él está bien? —preguntó Albina, mirando al bebé.
—Ella está muy sana —efectivamente, la niña gritaba con fuerza.
Albina alcanzó el tranquilo bulto que había en la cama a su lado.
—¿Y el niño?
Los ojos de Lucy ardían mientras sacudía la cabeza. Entregó el niño
muerto a Albina.
—Ponle un nombre. Un nombre fuerte y digno, querida. Uno lleno de
amor y que se lo lleve al cielo.
Albina sostuvo al bebé contra su pecho, las lágrimas corrían por sus
mejillas mientras acariciaba la fría cara del bebé y tocaba sus pequeños
dedos. Tan perfecto, pero ya se ha ido de esta vida.
—Andrew. Eres mi querido Andrew —besó la frente del niño y luego
permitió que Lucy lo colocara en un moisés preparado hasta que pudiera ser
enterrado.
—¿Y ella? —empujó a la niña, quien seguía llorando, a los brazos de su
madre—. Nómbrala también.
Albina miró a la niña, con tanto amor y dolor en su rostro que a Lucy se
le rompió el corazón.
—Philippa. Mi pequeña Philippa —la cabeza de Albina cayó contra las
almohadas—. Oh Lucy, estoy muy cansada. Cuida de los dos, por favor —
Albina sostuvo a la bebé y Lucy cogió a Philippa antes de que los brazos de
Albina cayeran sobre la cama. El sudor rociaba la frente de la nueva madre
y su piel pálida preocupaba mucho a Lucy. Muchas mujeres delicadas no
sobrevivían al parto, y el de Albina había sido doblemente difícil.
Lucy dio un salto al oír la puerta de la recámara abrirse de golpe.
Iluminado por la luz del fuego, Cornelius Selkirk, el Conde de Monmouth,
la miraba fijamente a ella y al bebé.
—¿Y bien? ¿Cómo está mi hijo? —preguntó, lanzando solo una breve
mirada a su enferma esposa.
Lucy asintió hacia el silencioso moisés.
—Se ha ido, milord.
—¿Ido? —su dura mirada se desplazó entre el moisés y el bebé que se
retorcía en los brazos de Lucy—. ¿Había dos? ¿Y ése? —señaló a Philippa,
quien había dejado de llorar y se había quedado muy quieta al oír la airada
voz masculina en la habitación.
—Milord, ésta es su hija, Philippa —Lucy no le ofreció el bebé. Sabía
que no debía hacerlo. Monmouth tenía un temperamento como ella nunca
había visto en un hombre.
—¡Maldición! ¿De qué le sirve a un hombre una hija? ¡Yo necesitaba un
hijo! —se volvió hacia Albina, quien ahora estaba blanca como el alabastro.
—Lo siento, milord. Su hijo nunca respiró —Lucy intentó alejar su
rabia de Albina.
Monmouth señaló con un dedo acusador a Philippa, acurrucada con
seguridad en los brazos de Lucy.
—¿Aún vive esa mocosa?
—Sí. Un bebé valiente y sano. Debería estar orgulloso de ella.
El rostro de Monmouth adquirió un aterrador tono rojizo.
—¿Orgulloso de tener otra hembra inútil aquí bajo mi techo? —volvió a
girar hacia Albina—. Por Dios, mujer, has fallado en tu único deber. No lo
toleraré. ¡No lo haré!
Cuando su esposa no respondió, se abalanzó sobre la cama, sacudiendo
sus hombros con violencia. Pero Albina estaba inmóvil, con los ojos
vidriosos y sin ver. Un charco de sangre entre sus muslos seguía
extendiéndose lenta y densamente. Se había desangrado.
El corazón de Lucy se rompió en su pecho. Albina se había ido. Pero tal
vez era una bondad en su propia forma horrible. El bruto de Lord
Monmouth nunca la había merecido, ni se merecía al niño que ella aún tenía
en sus brazos. Aunque al menos podría decirse que cuando se dio cuenta de
lo que le había ocurrido, alguna emoción distinta a la rabia lo atravesó,
aunque solo fuera por un momento.
—Muertos… Mi mujer y mi hijo, ambos muertos —miró con fría furia
a la pequeña Philippa—. Y esa criatura tiene la culpa —su mirada se dirigió
al fuego que ardía en la chimenea, y luego alrededor de la oscura
habitación. Lucy pudo ver una ráfaga de pensamientos asesinos cruzando su
rostro en rápida sucesión.
Cuando se volvió hacia ella, su corazón se estremeció de miedo ante lo
que él podría hacer.
—El molinero del pueblo. Le entregaste un hijo, ¿no es así? —preguntó
Monmouth.
—Sí, hace dos días —el parto había sido fácil. Un muchacho robusto
había nacido para el molinero, el señor Wilson y su esposa, Beth, sin
complicaciones. Beth era fuerte y sana como su hijo.
—Les llevarás un mensaje esta noche. Pagaré diez mil libras por su hijo.
Y tú les darás esa mocosa a cambio.
—Pero, milord, es su hija…
—Hazlo, o te juro que arrojaré a esa niña al fuego —Monmouth se
cernió sobre ella con una amenaza tan oscura en su rostro que Lucy no dudó
de que cumpliría la espantosa amenaza—. ¿Qué estás esperando? —siseó.
Sin dejar de sostener a la niña en sus brazos, Lucy huyó de la
habitación. En pocos minutos, estaba en el carruaje de Monmouth siendo
escoltada a la casa del molinero a dos millas de distancia. La noche era muy
fría, con corrientes de aire mortales y escalofríos despiadados que robarían
muchas vidas antes del amanecer. Afortunadamente, la tormenta que se
había desatado media hora antes había desaparecido, dejando un cielo
nocturno sin nubes cuando llegaron a la casa del molinero.
—Gracias, Joseph —dijo Lucy al conductor—. Por favor, espéreme —
llamó con fuerza a la puerta del molinero. Después de unos momentos, un
joven cansado respondió.
—¿Sí? —preguntó Wilson. Reconoció a Lucy, y sus ojos se abrieron de
par en par al ver el escudo Monmouth pintado en las puertas negras del
carruaje detrás de ella, a plena vista bajo la luz de la luna.
—¿Puedo entrar, señor Wilson?
—Sí, por supuesto —Wilson dio un paso atrás y la dejó pasar al interior
de la casa. Philippa, quien había estado seguramente arropada bajo su capa,
emitió ahora un gimoteo y Wilson se sobresaltó—. ¿Tienes un bebé? —él
miró a Philippa.
—Sí —dijo Lucy en voz baja.
Beth bajó de la pequeña escalera que llevaba al segundo piso de la casa.
—Beth, deberías volver a la cama —la reprendió Lucy con suavidad.
—Estoy bien, Lucy —Beth sonrió y se cerró la bata mientras se unía a
su marido.
—¿A qué viene todo esto ahora? —preguntó Wilson.
Ella intentó calmarse. Sus manos no parecían dejar de temblar. Todo lo
que podía ver era la mirada del conde mientras amenazaba con arrojar a
Philippa al fuego.
—He venido aquí con una misión de gran urgencia. La condesa de
Monmouth ha muerto al dar a luz gemelos esta noche. El primero, el hijo,
nació muerto. El segundo —meció a Philippa en sus brazos—, sobrevivió,
pero es una niña. El conde sabe que habéis dado a luz a un hijo. Tiene una
oferta para vosotros. Es una que os ruego que consideréis por el bien de la
niña en mis brazos.
—¿Qué clase de oferta? —Wilson y su esposa intercambiaron miradas
preocupadas.
—Diez mil libras si le entregáis a vuestro hijo para que lo críe como
propio.
—¿Qué? ¡No! —Wilson sacudió la cabeza.
—¡Esperad! —Lucy capturó su brazo—. Por favor, escuchad. Él
asesinará a esta bebé. Pero si tiene un niño para criar, uno que reemplace al
que ha perdido, ella se salvará. Pensad, por favor. Vuestro hijo podría ser
criado en una buena casa, convertirse en un conde, no pasar hambre ni frío
ni un día en su vida. Y a cambio, vosotros tendríais a esta niña para criarla
como propia y una pequeña fortuna para vivir. Podríais empezar una nueva
vida en Londres, tener todo lo que pudierais desear —apartó la manta de la
cara de Philippa—. Es una belleza. La hija de un conde, la nieta de un
duque.
Wilson y Beth se quedaron mirando a Philippa, ambos en silencio.
—No quiero regalar a mi bebé. Es mi pequeño Roddy —musitó Beth.
—¿Y si su señoría te deja ser la nodriza del pequeño? —Lucy esperaba
poder convencer al conde de eso al menos, dado que el niño necesitaría una
fuente de leche.
—Yo… —Beth volvió a mirar a Philippa—. ¿Él realmente la mataría?
¿Esta dulce criatura? —extendió los brazos, un instinto maternal demasiado
difícil de combatir. Lucy le entregó a la bebé.
—Él lo haría.
—¿Cómo sabríamos que nuestro hijo estaría a salvo con él? —preguntó
Wilson.
—Trabajé en la casa durante años. Monmouth adoraría a un hijo, pero
no ve ningún valor en una hija, solo una carga. Ella está en grave peligro.
—Oh, mira, Mason. Tiene hambre —Beth había dejado que Philippa
chupara la punta de su dedo índice, y Philippa se aferraba
desesperadamente, con sus pequeños labios de rosa buscando leche.
—Beth… —Wilson parecía desgarrado por la situación en la que había
sido puesto—. Es nuestro hijo.
Beth resolló.
—Lo sé, pero piensa en la gran vida que él podría tener. ¿No es así,
Lucy?
—Sí, una gran vida de hecho.
—No podemos ser comprados, ni siquiera por un hombre como
Monmouth —dijo Mason en voz baja—. No puede simplemente
intimidarnos para que renunciemos a nuestro hijo.
—Mason, no podemos dejar que él mate a esta niña —Beth abrazó a
Philippa de forma protectora.
Wilson suspiró, con los hombros caídos.
—Bien. Aceptamos, pero Beth tiene que amamantar a Roddy y se nos
debe permitir ver al niño una vez al año.
Lucy sabía que eso sería una negociación difícil. Pero encontraría una
manera, por el bien de Philippa.
—Tráeme al niño y lo llevaré a la casa de su señoría.
Wilson subió las escaleras y regresó cargando un pequeño bulto que se
retorcía. El hombre sostuvo a su hijo durante un largo momento, y Beth se
inclinó para besar la frente del niño.
—Te amamos, Roddy. Eso nunca cambiará. Por favor, perdónanos por
lo que hemos hecho, pero estarás seguro y cuidado —Beth le acarició las
mejillas, enderezó los hombros y estrechó más a la pequeña Philippa.
—Gracias, señor Wilson. Beth, esta noche has salvado una preciosa
vida. Por eso serás recompensada.
Lucy salió de la casa de campo y llevó al niño en brazos al carruaje que
la esperaba. Solo miró hacia atrás una vez, y vio la cara del molinero y su
esposa de pie en la puerta con su nueva hija.
Dos vidas arrebatadas del lugar que les correspondía en la vida, pero tal
vez era lo mejor para ambos. Lucy haría lo que pudiera para asegurarse de
que así fuera.
L A DAMA DE BOUDREAUX
CAPÍ T ULO UNO

L ondres, octubre de 1826 - Veinte años después

—N O SE PARECE EN NADA A MÍ — REFUNFUÑÓ EL DUQUE DE S T .


Albans.
Beauregard Boudreaux miró al hombre mayor que estaba de pie a su
lado en el fondo del abarrotado salón de baile.
—¿Quién, Su Excelencia? —preguntó Beau.
—Roderick, mi nieto —Albans señaló a un joven de pelo rubio que
bailaba con una bonita chica. Beau miró entre los dos hombres, buscando
siquiera un indicio de parecido. Roderick tenía un rostro amable y unos
brillantes ojos marrones, pero carecía de cualquier parecido con el duque.
Albans, pese a sus sesenta y cinco años, seguía siendo un hombre en forma
con el pelo castaño oscuro y los ojos grises más claros que Beau había visto
en su vida.
—¿Tal vez se parece a la familia del padre? —Beau volvió a estudiar al
joven mientras hacía girar a su linda compañera.
—¿El Conde de Monmouth? No, tiene una coloración similar a la mía
—St. Albans cruzó los brazos sobre el pecho, con una extraña expresión
que profundizaba las arrugas alrededor de sus ojos y boca—. Mi hija, su
esposa, tampoco era rubia. Se parecía a mí.
—Parece ser un buen muchacho, Su Excelencia.
—Oh, sí. Es un chico encantador. Tiene un buen juicio, pero yo
desearía… —St. Albans no continuó su pensamiento. En su lugar, se dio la
vuelta para abandonar el salón de baile con una mirada de arrepentimiento
tan abierta que Beau se sintió obligado a perseguirlo.
Albans prácticamente había criado a Beau. De joven, Beau había
perdido a su padre en Francia, y él y su madre habían regresado a la casa de
la familia de ella en Inglaterra, una pequeña mansión vecina a la finca de St.
Albans. A los dieciséis años, él había empezado a escalar los cortos muros
empedrados que separaban las dos fincas y se había adentrado en los
jardines de St. Albans y luego en el lago, donde había conocido por primera
vez al duque.
Ahora, con treinta y seis años, sentía que el duque era un amigo, además
de un padre sustituto. Ver al duque afligido por el pasado también dejó a
Beau inquieto.
Albans recorrió la galería de cuadros de su casa, lejos de su salón de
baile, y se detuvo ante una hilera de éstos. Un sirviente que se encontraba
en el extremo opuesto del pasillo siguió a Beau y a St. Albans, encendiendo
las lámparas a su alrededor antes de retirarse discretamente.
Beau apoyó una mano en el hombro de St. Albans.
—¿Su Excelencia? ¿Está usted bien? —el anciano lo miró con una
sonrisa triste en el rostro.
—Lo siento, muchacho. Esta noche no soy una compañía adecuada.
Nunca debí haber organizado este maldito baile. Pensaba que podría
distraerme —las arrugas alrededor de sus ojos y boca se profundizaron
mientras miraba los retratos a su alrededor.
—¿Distraerse? —Beau no estaba seguro de seguir las palabras de su
amigo.
—Sí —Albans hizo girar el anillo de sello de su familia en el dedo
meñique mientras miraba fijamente un retrato escondido en una esquina de
la galería—. Es el aniversario, verás, de la muerte de mi dulce Albina. Su
madre, que en paz descanse, murió cuando Albina tenía solo seis años, y
Albina se convirtió en todo mi mundo. Luego la perdí a ella también.
—¿Albina murió hace veinte años? —Beau debió haber conocido a St.
Albans justo un año después de que el duque hubiera perdido a su única
hija.
—Quizá por eso me duele el corazón cuando miro a Roderick. No es
tanto a mí a quien deseo ver en él, sino a ella —señaló con una mano
temblorosa el cuadro de la esquina.
A Beau se le cortó la respiración al ver la figura pintada al óleo. La
mujer más hermosa que jamás había visto estaba sentada en un sofá, con un
libro en el regazo y la barbilla apoyada en la mano mientras se recostaba en
el brazo del sofá. Su piel pálida parecía brillar como el alabastro bajo la luz
de la luna. Cejas oscuras se arqueaban por encima de un par de ojos grises
traviesos y sorprendentes y una boca sensual hecha para los besos y los
comentarios ingeniosos. La moaré de seda de su vestido había sido pintada
con tal perfección que Beau pensó, tal vez medio enloquecido, que podía
alargar la mano y tocar la seda, no un simple lienzo pintado.
—Encantadora, ¿verdad? —dijo St. Albans.
—Más que encantadora —coincidió Beau. Como uno de los solteros
más deseados de Londres, había tenido las mejores amantes que un hombre
pudiera tener, pero todas palidecían en comparación con esta visión. Su
exquisito rostro habría hecho llorar de envidia a Helena de Troya.
—Ella te habría gustado, Beau —Albans sonrió, aunque sus ojos
seguían profundamente ensombrecidos por la pena.
—Imagino que sí, Su Excelencia.
—Era inteligente y divertida. Con un corazón muy grande. Y ese diablo
de Monmouth la robó y se la llevó a Gretna Green. Ella pensó que lo
amaba, pero aprendió demasiado tarde que él solo la quería por su
apariencia y estirpe. Ella no era una maldita bestia en Tattersall's. Era mi
hija.
Beau sintió que su viejo amigo estaba luchando con dolorosos demonios
del pasado y no tenía idea de cómo ayudar.
—Él no le impidió ver a su nieto, ¿verdad?
St. Albans negó con la cabeza.
—Él me deja ver al niño, pero pensé que incluso después de todos estos
años, vería algún pedacito de ella en él, pero no es así. Me estoy haciendo
viejo, Beau, y en esta época de la vida de un hombre, éste quiere ver alguna
parte de sí mismo viva. Me temo que no tendré eso.
—Lo siento, Su Excelencia. ¿Por qué no volvemos al baile?
—Adelante, muchacho. Ya es hora de que bailes con algunas jóvenes,
¿no es así?
Beau no quería decirle que no tenía ningún deseo de bailar con ninguna
de las jóvenes debutantes esta noche. De ver la esperanza ingenua en sus
ojos y a sus orgullosas madres mirando, esperando atraparlo en matrimonio.
No, ciertamente no quería eso. No era más que una farsa dolorosamente
artificial e insincera que heriría a las inocentes muchachas cuando se dieran
cuenta de que él nunca las casaría. Pero no podía decirle eso a St. Albans.
Sabía perfectamente que el duque deseaba que sentara cabeza y se casara.
—Si vas a retirarte por la noche, yo también lo haré.
St. Albans pareció sacudirse un poco el mal humor, volviéndose hacia
Beau.
—¿Verás a tu amante?
—Tal vez —dudó Beau.
—¿Cómo se llama ésta? —preguntó St. Albans con una ligera
desaprobación en su tono.
—Daniela.
—¿Daniela? ¿Es una cantante de ópera? ¿Una bailarina?
—Esta es una cantante de ópera. Fue la estrella de Italia el año pasado.
St. Albans enderezó los hombros.
—Muy bien. Volveré a bajar al baile, pero tú bailarás. ¿Entiendes?
Cinco bailes.
—Dos —replicó Beau.
—Tres, o te encontraré una novia esta noche —advirtió el duque. Beau
sabía que esa amenaza en particular estaba dentro del poder de St. Albans.
—Tres entonces, Su Excelencia —concedió.
St. Albans dio una palmada en el hombro de Beau.
—Vamos. Sabes que me divierte ver a todas esas damas caer a tus pies.
Eres demasiado apuesto para no hacer que al menos unas cuantas mujercitas
se desmayen esta noche.
Con un suspiro atribulado, Beau siguió a St. Albans de regreso al salón
de baile, pero no pudo olvidar a la mujer del retrato. Su sonrisa divertida era
como si el pintor la hubiera sorprendido en un momento de deleite secreto
por alguna broma. Parecía una mujer que vivió para amar.
Pero el amor era un juego de tontos, para hombres jóvenes con ramos de
flores y señoritas que no sabían lo que la vida les deparaba. Hacía tiempo
que Beau había decidido que no perdería a una mujer por culpa de la
muerte. Así que vivía en una residencia de soltero y mantenía a una amante
contenta en una pequeña suite de habitaciones. Lo haría durante todo el
tiempo que cualquier hombre pudiera, pero nunca se enamoraría. Nunca
quería soportar el dolor que tan claramente atormentaba a St. Albans, ni
tampoco deseaba infligir ese dolor a una esposa, si llegaba a morir como su
padre y la dejaba sola.
Beau vio a un amigo, Ashton Lennox, y a su esposa escocesa, Rosalind,
en el salón de baile. Tal vez podría robarle a Rosalind para uno de sus bailes
requeridos.
Ashton lo saludó con la cabeza. Beau dio un paso en su dirección, pero
estuvo a punto de pisar a una mujer regordeta que se había materializado
frente a ellos. Llevaba un colorido turbante adornado con una alta pluma de
avestruz y agitaba un abanico aún más emplumado delante de su cara. St.
Albans se paró junto al codo de Beau, arrinconándolo efectivamente para
que no pudiera esquivar a la mujer.
St. Albans se aclaró la garganta.
—Beauregard, te presento a la señora Hamlin. Señora Hamlin, este es
Beauregard Boudreaux. Su padre era un marqués francés.
—¿Aristocracia francesa? Oh bonjour, señor Boudreaux —hizo una
reverencia, con la cabeza baja, dejando que la larga pluma de avestruz de la
parte superior acariciara la parte delantera del chaleco verde botella de
Beau.
—Bonsoir, madame —corrigió él suavemente. La mujer se sonrojó y
agitó la mano por encima del hombro hacia una tímida criatura.
—Priscilla, ven aquí y conoce al señor Boudreaux —hizo un gesto
frenético para que la joven se uniera a ellos.
Beau mantuvo la paciencia a pesar de que lo único que deseaba era
correr por su vida. Había pasado por muchas presentaciones de este tipo y
siempre le recordaban por qué odiaba esos asuntos.
—Este es el señor Boudreaux —la señora Hamlin presentó a su hija a
Beau. Debía tener apenas dieciocho años, cara fresca, atractiva y un poco
tímida. El vestido de muselina rosa pálido que llevaba era llamativo y
realzaba el rubor de las mejillas de la chica.
—Un placer —él se inclinó respetuosamente sobre la mano trémula de
Priscilla—. Confío en que tu tarjeta esté abierta para el próximo baile.
La chica, de alguna manera, logró asentir asustada.
—Bien. ¿Vamos? —la condujo a la pista de baile, pero dirigió una
mirada de despedida a St. Albans que prometía represalias. El duque se
limitó a sonreír.
Una vez que Beau estuvo en el centro de la pista de baile, comenzó a
hablar con su nerviosa pareja.
—Señorita Hamlin, ahora es el momento en que las parejas entablan
conversación. ¿Le gustaría conversar?
—Yo… Sí.
—Excelente, ¿hablamos del clima? ¿O quizás de algo más interesante?
—Beau le guiñó un ojo a la chica mientras pasaban uno al lado del otro en
el baile.
Priscilla se sonrojó, pero cuando volvió a acercarse a él, estaba
sonriente y absorta en el momento.
—¿Algo interesante? ¿A qué se refiere?
—Bueno, qué tal esto. Dime cuál de estos machos jóvenes te gustaría
que se fijara en ti. Podemos arreglárnoslas para captar su atención si estás
dispuesta, querida —le haría un favor a la chica. Ella era dulce después de
todo y, claramente, estaba bastante asustada de un libertino experimentado
como él.
—¿Cuál es el macho que yo…? Oh, cielos —se mordió el labio y luego
lanzó una mirada al joven vizconde de pelo dorado, Rodrick Selkirk, el
amable nieto de St. Albans. El joven estaba bailando a unas cuantas parejas
de distancia. Era solo cuestión de tiempo en el baile que él y Selkirk
cambiaran brevemente de pareja.
—Muy bien. Observa y aprenda, señorita Hamlin.
—Cilla, por favor —la chica dijo tímidamente.
—¿No es Prissy? —bromeó él.
Sus ojos marrones brillaron.
—Desde luego que no. Ya desprecio mi nombre y ese apodo no es
mejor.
—Bien, entonces, Cilla. Empecemos. Dime qué cosas te gustan cuando
no estás bailando con los libertinos que harían que tu madre buscara sus
sales aromáticas.
Cilla se rio, encantada de su broma.
—Montar, ciertamente. Me gusta la carrera de obstáculos y mi caballo
es uno de los mejores saltadores de Londres.
—¿De verdad? Yo disfrutaría mucho viéndote avergonzar a los
caballeros en ese aspecto. Demasiados hombres creen que saben cómo
despejar un seto —él giró con ella y sus manos se entrelazaron mientras
giraban junto a las otras parejas del baile.
—Supongo que también lees, bordas almohadones, cantas, todo eso.
Ante esto, Cilla sacudió la cabeza.
—Me gusta leer, pero no tengo tiempo ni paciencia para lo demás.
Su honestidad encantó a Beau. La mayoría de las mujeres no se
atreverían a admitir que no dominaban esos talentos femeninos.
—Mi padre me deja ir a disparar cuando hacemos pequeñas fiestas en
casa.
—¿Eres una gran tiradora? —bromeó Beau, pero la chica asintió
emocionada.
—¡Lo soy, en efecto!
—Mi querida señorita Hamlin, ciertamente me has intrigado. Mira esto,
niña —cambió de lugar con Selkirk, bailando un momento con la otra joven
antes de que él y Selkirk se rodearan—. Maldito sea si no soy un hombre
afortunado. La señorita Hamlin es una compañera encantadora —el otro
hombre lanzó una mirada a Priscilla, quien miró atrevida pero brevemente a
Selkirk, y luego apartó la mirada, con el rostro todavía en pleno rubor.
—Es linda —musitó Selkirk, algo distraído por la señorita Hamlin
ahora.
—No solo es linda, la muchacha es bastante singular, no es un frívolo
trozo de muselina que simplemente ves. Es una excelente jinete, una
experta en carreras de obstáculos, si puedes creerlo, y su padre la lleva a
cazar. Es una gran tiradora, dice. ¿No sería muy bueno tener una esposa que
pudiera entretener a un hombre y acompañarlo en sus actividades?
Los ojos de Selkirk brillaban.
—¡Claro que sí! Yo no había pensado que una mujer pudiera disfrutar
de una vigorosa cabalgata o de una partida de caza. Qué cosa tan novedosa
—el joven miraba ahora a Cilla con una intensidad que hizo que Beau se
riera por dentro.
—Un hombre inteligente se apresuraría a tenerla antes de que alguien
más lo haga —confió Beau antes de reunirse con la señorita Hamlin para
terminar el baile—. Listo. Él está mirando —informó Beau a su pareja—.
Ahora, sonríeme como si acabaras de conquistar mi corazón.
La señorita Hamlin levantó la barbilla y le dedicó una sonrisa
sorprendentemente brillante. Cuando el baile terminó, Selkirk se inclinó
ante su pareja con respeto antes de dirigirse directamente a la señorita
Hamlin.
—¿Me permite una presentación?
Beau asintió.
—Por supuesto. Lord Selkirk, esta es la señorita Priscilla Hamlin.
—Encantado —el rostro abierto y honesto de Selkirk no ocultaba nada
mientras miraba a Priscilla con entusiasmo—. ¿Tiene algún baile libre?
—Sí, Lord Selkirk.
Y sin más, Beau se escabulló, sonriendo con suficiencia para sí mismo.
Solo tenía que soportar dos más para apaciguar a su amigo, pero pretendía
ser tan astuto al respecto que ninguna mujer se marcharía esta noche con
ningún plan de matrimonio para él. No se romperían corazones si él podía
evitarlo.
Sin embargo, un amorío era otro asunto. Sonrió a un par de jóvenes
viudas lujuriosas que lo observaban desde el borde de la pista de baile.
Quizá esta noche prometía más de lo que pensaba.

T HOMAS W INTHROP , SÉPTIMO D UQUE DE S T . A LBANS , OBSERVABA A SU


joven protegido, Beauregard Boudreaux, moverse sin esfuerzo por la pista
de baile. Los ojos color whisky y el cabello oscuro del muchacho, junto con
sus apuestos rasgos, lo habían convertido en lo más destacado de la noche
para muchas jóvenes, pero estaba claro que ninguna estaba ganando su
corazón.
—Mi querido muchacho… —St. Albans exhaló como un aparte—. El
matrimonio es lo que necesitas, matrimonio con una buena mujer —pero
eso era más fácil de decir que de hacer. Sabía muy bien que Beau tenía la
intención de no casarse nunca. Al muchacho le aterrorizaba la idea. No era
de extrañar, ya que había perdido a su padre y su madre había tenido que
abandonar su hogar y su vida en Francia para venir a Inglaterra. La pobre
mujer nunca se había vuelto a casar, y el niño había crecido con pocos
amigos. Sin embargo, de alguna manera, el chico había terminado en la
puerta de Thomas.
En ese momento, Thomas había estado sumido en su propio dolor, pues
había perdido a su única hija recientemente. Había querido que el niño lo
dejara en paz, pero Beau no lo había hecho. Seguía saltando el muro que
separaba sus dos fincas, encontrando a Thomas y molestándolo con
preguntas, o a veces simplemente sentándose a su lado cerca del lago. A
pesar del deseo de Thomas de que lo dejaran solo, se había forjado una
improbable amistad, y Beau se había convertido en un hijo para Thomas.
Ahora todo lo que Thomas deseaba era ver al muchacho felizmente casado,
asentado y creando una casa llena de nietos sustitutos que pudieran visitar a
Thomas todos los días.
La señora Hamlin se acercó a Thomas.
—He estado hablando con algunos de sus invitados, Su Excelencia. ¿Es
cierto lo que dicen del señor Boudreaux?
—¿Qué es cierto, señora?
—Que es un maestro de la seducción. ¿Un libertino de la peor clase que
se ha acostado con la mitad de las cantantes más talentosas de Europa?
Thomas pensó su respuesta un largo momento y luego sonrió.
—Sí, es muy cierto.
La señora Hamlin jadeó aterrorizada.
—¡Santo cielo! ¡Y está bailando con mi hija!
—Tranquila, señora Hamlin. Mire, creo que, de hecho, él ha brindado
ayuda a su querida hija.
—¿Ayuda? —la pluma del turbante de la señora Hamlin temblaba
mientras estudiaba el salón de baile con una mirada crítica—. ¿Su nieto es
el que está hablando con mi Prissy?
—Así es… Así es.
Chico listo, pensó Thomas. De alguna manera, durante el baile, Beau
había transferido la atención del joven Roddy de su propia pareja hacia la
señorita Hamlin. En consecuencia, le dio a Beau la oportunidad de escapar
en el momento en que el baile terminó. Beau miró a Thomas con
satisfacción, pero éste levantó un par de dedos y gesticuló:
—Dos más.
Beau puso los ojos en blanco y cogió la mano de la fea del baile más
cercana. Por supuesto. Las feas del baile y los libertinos nunca se
mezclaban bien. A ella le aterrorizaría alguien como Beau: un hombre alto
y seguro de sí mismo en la plenitud de la vida, no un joven tonto que aún
estaba aprendiendo a bailar.
Cuando terminaron los dos bailes restantes, Beau llamó la atención de
Thomas al otro lado de la sala y le hizo una pequeña reverencia.
—Diablo descarado —musitó Thomas, pero no pudo resistirse a reírse
—. Encontraré la manera de verte bien y establecido este año, recuerda mis
palabras. Ya es hora de que tengas esposa.
La cuestión era, ¡¿cómo encontraría a la mujer afortunada que sería la
pareja perfecta de Beau Boudreaux?!
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