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CONCLUSIÓN
A manera de reflexión final, en términos generales, se deduce que, los deberes de protección
son integrados en la relación obligatoria por la buena fe, en atención a la posibilidad que tienen
el deudor y el acreedor de una relación obligatoria de dañar la esfera jurídica de su contraparte.
En efecto, pueden tener como titular tanto al deudor como al acreedor, quienes comparten el
interés de preservar su esfera de eventos lesivos. Por consiguiente, teniendo como premisa la
complejidad de la relación obligatoria, se desprende que, los deberes de protección constituyen
una situación jurídica subjetiva autónoma a los deberes de prestación, no sólo con respecto al
interés que buscan satisfacer, sino también a su contenido, fuente y titularidad. En ese sentido,
resultará evidente que, los deberes de protección, encontrarán su fuente, en aquellos contratos
cuya ejecución comporta la exposición de la persona o de las cosas de un contratante a riesgos
como consecuencia de la actividad del otro, configurándose bajo esta premisa entonces, la
aplicación la indemnización por daños y perjuicios correspondiente, entendida como aquella
acción que se le otorga al acreedor o a la víctima para exigir de parte de su deudor o bien del
causante de un daño, una cantidad de dinero equivalente a la utilidad o beneficio que a aquel le
hubiese reportado el cumplimento efectivo, íntegro y oportuno de la obligación instaurada entre
las partes o la reparación del mal causado a la víctima. En suma, a raíz de lo expuesto, los
deberes de protección, no solo formarán parte de los deberes legales emanados de la cláusula
general de la buena fe, sino del deber de protección de la dignidad de los sujetos.