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resultar un daño a las personas que participan de la actividad o reciben el servicio o a sus bienes; b) si, además,
puede prevenir ese daño de manera más fácil o económica que si lo hace el damnificado. Agregando en su art.
1669 los modos de liberación de la obligación tácita de seguridad. Salvo disposición legal o estipulación de
partes, quien está sujeto a la obligación tácita de seguridad se libera si prueba haber actuado con diligencia, a
cuyo fin debe haber adoptado las medidas de prevención razonablemente adecuadas, con lo cual el mismo lo
conceptualiza como una obligación tácita se corresponde a quien por su actividad o por el servicio que presta
obtiene un provecho y a la vez puede llegar a dañar. No obstante lo cual, no responde siempre, sino sólo si
puede prevenir el daño de una manera más fácil o económica que si lo hace el damnificado.
Redacción del Proyecto que mereció la crítica de Mosset Iturraspe, indicando, entre otras cosas, que al
carácter híbrido del instituto recogido, por alejarlo de las versiones conocidas, lo hace inútil. Y a la vez
compromete todo atisbo en el Proyecto de responsabilidad objetiva.
Es el caso, a su vez que también a este contrato se lo señala como un contrato de consumo, puesto que la ley
24.240 (Adla, LIII-D, 4125) se refiere a la prestación de servicios (art. 1° inc. 6) y el referido término
comprende tanto las obligaciones de hacer indeterminadas, como las determinadas (5) y, en tal marco si la
relación de consumo debe definirse de modo que abarque todas las situaciones en que el sujeto es protegido
antes, durante y después de contratar; cuando es dañado por un ilícito extracontractual, o cuando es sometido a
una práctica del mercado; cuando actúa individualmente o cuando lo hace individualmente. Siendo la relación
de consumo el elemento que decide el ámbito de aplicación del derecho del consumidor, debe comprender todas
las situaciones posibles, aparece claro que el artículo 5 de dicho estatuto, al establecer que las cosas y servicios
deben ser suministrados o prestados de forma tal que, utilizados en condiciones previsibles o normales de uso,
no presenten peligro alguno para la salud o integridad física de los consumidores o usuarios, consagra una
obligación de seguridad que antes de recibir cobijo en el mismo encontraba ya fundamento normativo en el art.
1198 del C. Civil, al consagrar el principio de la buena fe en los contratos, el que no sólo obliga al cumplimiento
de lo prometido sino también a todas las consecuencias implícitas o virtuales, amén de que para algún sector de
la doctrina dicho deber de seguridad constituye un principio jurídico superior, de igual jerarquía que el deber
general de no dañar, por lo que su aplicación no quedaba circunscripta a la materia contractual, sino que se sitúa
entre los principios generales que gobiernan todas las relaciones jurídicas y que obligan a un comportamiento de
colaboración en la preservación de la seguridad general entre contratantes y también respecto de no contratantes
(6).
No obstante ello, debemos también destacar que la tutela establecida por tal norma protege a los
consumidores de cualquier daño porque resultaría contradictorio establecer limitaciones en este campo cuando
nuestra Constitución Nacional, en su art. 42 refiere al derecho de los consumidores y usuarios de bienes y
servicios consagrando la protección de su salud, seguridad e intereses económicos.
Por ello, tal como lo indica Trigo Represas, desde el momento en que el organizador ofrece a un público
indeterminada la celebración de un contrato de espectáculo, no sólo asume la obligación de su simple ejecución,
sino que se compromete también a adoptar todas las precauciones necesarias para que el desarrollo del
espectáculo se efectúe sin peligro para los asistentes, por cuanto no es imprevisible su imprudencia o temeridad,
ya que su propio entusiasmo puede hacerles incurrir a veces en riesgos que una adecuada instalación preventiva
podría evitar o disminuir. Y dicho deber de seguridad, que es de resultado, obliga antes, durante y después de
concluido el espectáculo a que los asistentes no sufran daños en su persona o en sus bienes, o sea, que se
prolonga durante todo el tiempo desde el ingreso del espectador al estadio y hasta su posterior egreso. Razón
por la cual a la víctima le bastará con probar el daño sufrido y la relación de causalidad, pero no tendrá
necesidad de acreditar la culpa del organizador ya que esta última estará presumida por el sólo hecho del
incumplimiento contractual, exteriorizado en el hecho de haber sufrido el espectador un perjuicio durante la
realización del evento deportivo, y como consecuencia o derivación del desarrollo mismo (7).
II. Concepto de obligación de seguridad
Jorge Mayo, citando a Mazzeaud - Tunc y a Honorat, nos dice que es la obligación de restituir al otro
contratante, o sus bienes, sanos y salvos a la expiración del contrato, o más precisamente, la obligación
accesoria, en virtud de la cual el deudor debe, además de la pretensión prevista en el contrato velar que no
recaiga ningún daño a la persona o eventualmente a los bienes de su cocontratante. Ferreira, por su parte, afirma
que es aquella en virtud de la cual una de las partes en el contrato se comprometen a devolver al otro contratante
ya sea en su persona o sus bienes sanos y salvos a la expiración del contrato, pudiendo ser asumida tal
obligación en forma expresa por las partes, impuesta por la ley, o bien surgir tácitamente del contenido del
contrato, a través de su interpretación en base al principio de buena fe.
Señalándonos Mayo como caracteres de la misma los siguientes:
1. Accesoriedad: lo que presupone la existencia de una obligación principal a cuya suerte está ligada.
Posición que no compartimos, desde que participamos del criterio antes expuesto de Stiglitz y Vázquez
Ferreyra, al igual que Compagnucci de Caso, cuando nos refiere que la obligación de seguridad se agrega al
nexo vinculatorio agregando la savia necesaria que hace funcionar a la fides como elemento integrativo y
correctivo del contenido contractual.
2. Tácita: es decir que no resulta inserta expresamente en el acuerdo negocial, pero se infiere del mismo a
través de su interpretación en base al principio de la buena fe.
3. Relativa a las personas y a las cosas: esta característica es discutida en su alcance, pues algunos extienden
esta obligación a las personas y las cosas mientras que otros la limitan a las personas, lo que nos parece más
adecuado por el sentido que se le ha otorgado a la misma.
4. Que la obligación principal no sea aleatoria para el deudor: ya que sería ilógico considerar en tal caso una
obligación accesoria de seguridad; recordemos que según el art. 2051 del CC "Los contratos serán aleatorios
cuando sus ventajas o pérdidas para ambas partes contratantes o solamente para una de ellas dependan de un
acontecimiento incierto".
5. La obligación principal no debe consistir en atender o cuidar a la persona del acreedor: Señala Le
Tourneau, acertadamente, que si la obligación principal recae sobre la persona del cocontratante en cuanto a su
cuidado y atención, los daños corporales que la misma sufra acarrearán la responsabilidad contractual, sin
necesidad de recurrir a la figura de la obligación tácita de seguridad.
6. Que la persona sobre la que recae la obligación de seguridad carezca de iniciativa a manifestar o de
cooperación a prestar: quedando librada a la actuación del deudor y sus instrumentos, esto supone que el campo
principal, sino el único, en el que aparecerá esta obligación es el de los contratos de adhesión, es decir aquellos
en los que una de las partes no participa en la confección de las cláusulas contractuales.
7. Resulta su vigencia del principio general de la buena fe: como pauta reguladora de la relación contractual.
Su sostén normativo resulta de la preceptiva del art 1198 del CC el que coloca a este principio en las tres etapas
esenciales del iter contractual, celebración, interpretación y ejecución. Bien decía Busso que "igualmente la
buena fe puede imponer en ciertos casos al deudor deberes secundarios" y entre ellos menciona a las
obligaciones implícitas que acceden al cumplimiento de una obligación, entre las que menciona expresamente a
las obligaciones de seguridad.
8. Que el respeto a la persona humana y la necesidad de protección del consumidor: que es el más débil
justifican la extensión que le acuerda el deber de seguridad.
Observa Genevieve Viney conforme lo destaca Compagnucci de Caso, que en Francia se produce un
movimiento jurisprudencial favorable a su reconocimiento, habiéndose así dado una enorme extensión a las
obligaciones de seguridad, en ciertos contratos en los que el incumplimiento afecta a las personas o a ciertos
bienes. Y dentro de su dominio se encuentran las obligaciones derivadas del contrato de transporte, en el
contrato médico, el que liga a pacientes con clínicas, cuando se confía a un menor a establecimientos de
enseñanza o colonia de vacaciones. Y con menos notoriedad lo evidencia en los contratos en los que el objeto
principal consiste en lograr una mera distracción del cliente, pero la jurisprudencia lo ha impuesto a las
organizaciones de reuniones deportivas o de atracciones a quienes explotaban juegos forains, salas de
espectáculos, de un parque zoológico o de diversiones , etc. También ha sido contemplado el supuesto de casos
que ligan a clientes con una compañía de gas, en la explotación de restaurantes, de un café, etc. En consecuencia
con ello, hoy nos toca analizar la obligación de seguridad que asume el empresario u organizador del
espectáculo deportivo.
III. Contrato de espectáculo público
El contrato de espectáculo es aquel mediante el cual una parte, denominada el empresario, se obliga a hacer
una obra intelectual, que consiste en un espectáculo, en las condiciones ofrecidas, a la otra parte, denominada
espectador, que se obliga a pagar un precio por ello. En la estructura típica del vínculo se destaca la obligación
de presentar una obra intelectual que se define como espectáculo y que puede consistir en una obra
cinematográfica, teatral, conferencias, juegos deportivos, circences, etc. (8).
En tal línea se alude que entre el empresario organizador del espectáculo y los concurrentes voluntarios que
pagan un precio en dinero para adquirir el derecho a la entrada y presencia del evento se genera un contrato
innominado o atípico denominado de espectáculo público; tratándose de un contrato bilateral, conmutativo,
oneroso y de los calificados como de uso y disfrute (9).
La Corte Suprema de Justicia por su parte expresó que: "Entre el organizador del juego y el espectador se
celebra un contrato innominado que ha sido llamado "de espectáculo público"; por el cual aquel se compromete
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implícitamente a que nadie sufra daño a causa de ese hecho; es la cláusula de incolumidad -deber de seguridad-
que se entiende incorporada tácitamente a todo contrato en el que la suerte de la persona de uno de los
contratantes, que satisface una prestación, queda confiada a la otra parte"(10).
IV. La responsabilidad del organizador por daños sufridos por los espectadores
Concordamos con Mosset Iturraspe, que como el empresario o promotor controla el ámbito o lugar del
espectáculo, debe proveer el estado de las instalaciones, la ubicación de los espectadores y, por sobre todo, los
eventuales riesgos de la función los propios y específicos, y que pueden estar o no pactados, lo que se concreta
en el deber de mantener en el mismo estado en que ingresan, estado de salud o de integridad psicofísica.
Empero, el control de los espectáculos públicos, precisamente por esa índole de públicos, abiertos a cientos de
miles de personas, por la experiencia de años de realización, y por ser muchas veces el lugar elegido para otros
quehaceres non sanctos, como el tráfico de drogas, la prostitución, la alcoholización, etc, es compartido con el
Estado en el ejercicio de la denominada "policía de espectáculos". Estado Nacional, Provincial o Municipal,
según los ámbitos. El Estado es el encargado de habilitar el local, de controlar su capacidad receptiva, el número
de personas que pueden ingresar, la aireación, la circulación, los riesgos previsibles, en una palabra. De ahí la
responsabilidad que suele atribuirse al Estado en casos de accidentes que muestran fallas en los controles
indicados (11).
Es que, como precisa Trigo Represas, todo contrato de espectáculo público importa por el organizador un
conjunto de deberes que surgen de reglamentaciones emanadas de la Administración Pública, las que se asientan
a su vez en el poder de policía estatal. Así, ante todo obligado a mantener y conservar el local donde tendrán
lugar los certámenes, en las condiciones reglamentarias de seguridad e higiene necesarios para evitar riesgos
(lato sensu) el espectador, estableciendo en tal sentido el art. 50 de la ley 24.192 (Adla, LIII-B, 1339), referido a
espectáculos deportivos, que el respectivo órgano de aplicación "tendrá a su cargo establecer la organización de
los espectáculos deportivos, con sujeción a las normas de seguridad que sugiriese la policía y las que hagan a las
edilicias y de infraestructura deportiva, que aprobare el municipio correspondiente, pudiendo ordenar, cuando el
organizador no haya dado cumplimiento de ello, la subsanación en plazo perentorio de los defectos observados
o la suspensión del espectáculo, e igualmente dispone según su art. 49: "la cláusula temporaria o definitiva de
los estados, cuando los mismos no ofrezcan seguridad para la vida o integridad física del público o para el
desarrollo normal del espectáculo sea por deficiencia de los locales o instalaciones, sea por falta de organización
para el control y vigilancia"(12).
V. Alcances de la responsabilidad
Si el accidente proviene de las cosas inanimadas que se encuentran en el lugar del espectáculo se trata de las
instalaciones, las paredes, tribunas, pisos, decorados, o bien de las cosas que se usan o emplean para el
espectáculo, instrumentos, animales, armas, pelotas, bochas. Tales cosas tienen un dueño cuya responsabilidad
es innegable cuando se muestra el nexo o relación entre la cosa y el daño, su vicio, defecto, mal estado, o ruina,
y pueden estar ocasionalmente en manos del empresario promotor, a título de guardián, en ese carácter también
responde (art. 1113, C. Civil), sin perjuicio de la acción de repetición contra el propietario, cuando no haya una
causación sólo atribuible al guardián, tal como el defecto de mantenimiento desde que ejerce la guardia.
Las víctimas pueden fundar su reclamación aún usando la vía contractual, en la tesis del riesgo pues las
cosas generalmente en estos supuestos adquieren el carácter de viciosas o por lo menos peligrosas (13).
Si el accidente por el contrario se origina en hechos de la persona, por la mano del hombre, debemos
distinguir según que esas personas sean dependientes del empresario o ajenas a él, o bien si se trata de daños
causados a los espectadores por otros espectadores. El primer supuesto es un caso de responsabilidad
obligacional indirecta donde el deudor principal de la obligación (entidad organizadora) debe responder por la
conducta culposa o dolosa de los terceros que colaboran con la ejecución del contrato de espectáculo. Mientras
que en el segundo supuesto, siendo que la interrupción del nexo causal debe ser inequívocamente extraña al
organizador también en este caso responde el organizador, porque no califica como tal los incidentes
provocados por asistentes al espectáculo (14).
VI. Extensión de la responsabilidad (grupo empresario, sponsor o patrocinador)
Se ha sostenido que el agrupamiento empresarial conforma una unidad, más allá de la diversidad de
sociedades que lo integren, ya que guarda una estrecha vinculación económica y funcional. Si bien desde la
apariencia extrema aparecen como independientes, internamente hay una actuación unitaria y organizada de
todo el grupo económico para alcanzar una finalidad en común y que bajo esta visión sistémica en que la
responsabilidad de las distintas empresas intervinientes en la organización del espectáculo debe ser analizada,
atendiendo no a la singularidad de las distintas relaciones jurídicas que se establecen, sino al marco relacional y
funcional donde estos se desenvuelven, es decir a la actividad empresarial del mismo y al interés económico que
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su ejercicio satisface. De donde si el énfasis es hoy colocado no en el acto singular sino en el negocio jurídico y
la actividad empresarial organizada, es decir, en la empresa entendida también como sistema, la responsabilidad
alcanzará en forma solidaria a todas las empresas integrantes de un mismo complejo económica (15), criterio
recogido por el art. 40 ley 24.999 (LA LVIII-C, 2929) que no hace más que consagrar la actividad económica en
si misma como factor de atribución de responsabilidad.
Ahora bien, más allá de las bondades o no de esta tesis, lo cierto es que la misma como nuevo factor de
atribución, requiere de una prueba acotada de los beneficios obtenidos por el grupo para hacerla operativa y, de
que el mismo haya participado en la organización del espectáculo o bien que el perjuicio se generó por las cosas
que suministrara, la Corte Suprema de Justicia de Mendoza, con voto de la Dra. Kemelmajer de Carlucci señaló:
no procede extender la responsabilidad por los daños sufridos por un dependiente durante un evento deportivo a
la empresa que patrocina al equipo en que aquel jugaba, a su vez su empleadora, con sustento en la teoría del
riesgo de empresa, pues a tal fin la actividad dentro de la cual se produce el daño debe formar parte de la
organización empresarial, lo cual no sucede en el caso.
Normalmente el sponsor o patrocinador no tiene ninguna participación en la organización del espectáculo en
sí mismo, es decir, no ejerce el control sobre él ni puede dar instrucciones sobre cómo realizarlo. Por tanto, si
sólo se limitó al uso de la imagen comercial a cambio de dinero, materiales, estructuras, etc., no puede serle
atribuida responsabilidad por los daños sufridos por terceros durante el evento deportivo o artístico, pues el
patrocinado no es un dependiente del patrocinador (16).
VII. Eximición de responsabilidad
Para la exención de la responsabilidad las entidades organizadoras deben demostrar que los daños fueron
consecuencia del obrar culposo de la propia víctima, el hecho de terceros por quienes no deben responder que
asumen el carácter de extraordinarios o imprevisibles, o bien el caso fortuito ajeno a la actividad. Aunque
debemos decir que la doctrina se inclina por rechazar la denominada aceptación del riesgo y del daño por
entender que quien concurre a espectáculos se considera libre y fuera de tales posibilidades. Y que de ninguna
manera asume peligros o acepta riesgos ciertos de dañosidad. "La imprudencia o temeridad del público
concurrente a las juntas deportivas no constituye un hecho imprevisible, dado su notorio entusiasmo por un
espectáculo de esa naturaleza"(17).
VIII. Conclusión
Si en la actualidad la responsabilidad por daños pretende cumplir una función de garantía resarcitoria sin
indagar como precisa Trigo Represas, la actitud subjetiva de quien causó el daño y, el daño injusto a una
víctima se constituye en el epicentro de un reordenamiento del sistema, al factor objetivo analizado es un
síntoma de este cambio; tanto porque es justo provocar el desplazamiento de las consecuencias económicas del
daño sufrido por una persona hacia otra; cuanto porque el transitado al reparar en la objetividad del deber de
reparar también surte eficazmente por tal vía, la búsqueda de la simplificación con el acceso formal de la
víctima a la justicia.
ZAVALA DE GONZALEZ, "Daños causados por el riesgo de la cosa y por una conducta riesgosa", LA LEY,
1983-D, 116; GARRIDO - ANDORNO, "El artículo 1113 del Código Civil", p. 412, Ed. Hammurabi, 1983.
(14) CSJN 20/3/94, "Diprisco", LA LEY, 1994-D, 429.
(15) WEINGARTEN, Celia, "Accidentes deportivos. Integración horizontal de empresas y beneficios mutuos.
Responsabilidad solidaria: grupos económicos accidentales", JA, 2001-III-550.
(16) "Villalba contra Angulo Hnos. y otro", CSJM 19/6/97, LA LEY, 1997-F, 28.
(17) BUSTAMANTE ALSINA, "Teoría general de la responsabilidad civil", p. 298, Ed. Abeledo Perrot.