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1. Problema terminológico.
la indemnización de los daños derivados del incumplimiento total o parcial o del retardo en el
cumplimiento de la obligación contractual. Ambas acciones están sujetas en nuestra tradición jurídica a
requisitos de procedencia diferentes entre sí, pues la primera tiene por objeto hacer valer directamente un
derecho que nace del contrato, mientras la segunda es propiamente una acción de responsabilidad en
sentido estricto, cuyo éxito depende de requisitos diferentes y más estrictos” (BARROS (2007) pp. 726 y
727).
4
CÁRDENAS y REVECO (2018) pp. 17-30.
5
Téngase presente que algunos autores distinguen entre obligaciones de medio, de resultado y de
garantía. En las primeras el deudor se exoneraría de responsabilidad probando que ha empleado la
diligencia debida; en las segundas se exoneraría solamente si prueba caso fortuito o fuerza mayor; en las
terceras respondería siempre que se concretase el riesgo que ha asumido, aunque ello sea así por un caso
fortuito o fuerza mayor.
6
CÁRDENAS y REVECO (2018) p. 17.
7
BARROS (2007) p. 734.
8
BARROS (2008) pp. 406-409. En palabras de Barros, “la responsabilidad del deudor en sentido amplio es
correlativa al conjunto de los intereses protegidos del acreedor, que se muestra en las acciones y derechos
que se le conceden en caso de incumplimiento: a obtener en naturaleza la prestación de lo que se le debe;
a negarse a cumplir mientras la contraparte no lo hace; a que el contrato termine o quede sin efecto y se le
restituya lo entregado; a ser indemnizado de los daños que le ha provocado el incumplimiento el
incumplimiento; a que el precio sea reducido por defectos o parcialidad de la prestación recibida”
(BARROS (2008) p. 407).
insatisfacción del interés del acreedor9.
1. Perspectiva tradicional.
1.1. Fundamentación.
2. Perspectiva contemporánea.
2.1. Fundamentación.
Según parte de la doctrina (De la Maza, Vidal Olivares, Pizarro Wilson, entre
otros), un adecuado sistema de remedios debe atender al problema de satisfacción o
insatisfacción de los intereses que persigue el acreedor en el cumplimiento de un
21
PIZARRO (2008a) pp. 397 y 398.
22
PIZARRO (2008a) p. 397. En el mismo sentido, BARROS (2008) pp. 406 y 410.
23
En referencia al concurso entre el régimen general de remedios y el régimen de los vicios redhibitorios,
sosteniendo que este concurso se resuelve por aplicación del criterio de especialidad, quedando
desplazado el régimen general y siendo el de los vicios redhibitorios el único aplicable, CÁRDENAS y
REVECO (2018) p. 70.
contrato. Conforme a esta perspectiva, la víctima del incumplimiento es el acreedor y,
consistentemente, los remedios que establece la ley deben tender al resarcimiento de los
efectos negativos que implica el incumplimiento para la víctima24.
En esta línea, con miras a fundamentar la procedencia de distintos remedios ante
el incumplimiento, Patricia López distingue entre dos intereses que persigue el acreedor
en todo contrato: el interés originario, esto es, el interés específico que persigue en el
cumplimiento del programa prestacional; y el interés de indemnidad, en el sentido de
que, además de perseguir un interés específico, tiene la legítima expectativa de que no
se genere a su respecto ningún menoscabo o perjuicio. Este segundo interés se genera en
el momento mismo del incumplimiento y, conforme con la visión de la autora, deriva
del interés originario25.
El primer interés dice directa relación con la pretensión de cumplimiento, en
tanto que el segundo podría comprender la operatividad de diversos remedios
contractuales.
Con todo, como hemos dicho previamente, parte de la doctrina contemporánea
estima que, si bien es relevante considerar el interés del acreedor, no puede sostenerse
que el incumplimiento se configura por su mera insatisfacción. En este sentido, ha de
recordarse que en las obligaciones de medio el deudor no está comprometido a
satisfacer el interés originario del acreedor, sino solamente a observar un determinado
estándar de diligencia, de manera que, conforme entiende la doctrina dominante, no
basta con la mera insatisfacción para predicar la existencia del incumplimiento, siendo
necesario que exista culpa (así Cárdenas, Tapia, entre otros). Asimismo, en las
obligaciones de resultado, la concurrencia de un caso fortuito ciertamente frustrará el
interés del acreedor, mas, en tal caso, no puede sostenerse que el deudor haya
incumplido, pues tal caso fortuito, en tanto hecho externo, imprevisible e irresistible que
impide la ejecución de la prestación, suspende la exigibilidad de la obligación -si tiene
efectos transitorios- o derechamente la extingue -si tiene efectos permanentes-,
liberando, en cualquier caso, de responsabilidad al deudor. De esta manera, según esta
parte de la doctrina, es necesario matizar el enfoque de satisfacción e insatisfacción de
intereses, cuidándose de no confundir insatisfacción y cumplimiento.
1. Fundamentación.
26
LÓPEZ (2012) pp. 18-20.
27
LÓPEZ (2012) pp. 20-30.
28
DE LA MAZA (2012) pp. 639-659.
29
CÁRDENAS y REVECO (2018) p. 70.
incumplimiento. Domínguez Águila señala que, ante el incumplimiento de un contrato,
el acreedor no debe mantener un estado de pasividad tal que los perjuicios puedan
agravarse más de lo necesario. Pesa sobre él el deber de observar un estándar de
diligencia que le permita adoptar todas las medidas necesarias para paliar los efectos
negativos del incumplimiento. Por supuesto que el costo de dichas medidas debe ser
soportado en definitiva por el deudor incumplidor, pero pesa sobre el acreedor víctima
el deber de llevarlas a cabo.
Respecto a la doctrina de los actos propios, se dice que, si el acreedor manifiesta,
de una manera inequívoca, su intención de hacerse valer de un determinado remedio
contractual, desplegando en consecuencia el deudor determinadas actividades tendientes
a satisfacer el interés que el acreedor persigue mediante ese remedio, no podría con
posterioridad desconocer su opción e invocar la procedencia de un remedio distinto al
inicialmente escogido.
Por su parte, la idea del abuso del derecho impide al acreedor escoger un
remedio por incumplimiento que lesione el interés contractual del deudor, causándole
un daño injustificado, o que persiga una finalidad o interés distintos a los reconocidos
por nuestro ordenamiento jurídico.
Puede apreciarse que ambas limitaciones extrínsecas o, al menos la relativa la
teoría de los actos propios, pueden reconducirse o fundamentarse en el deber de
observar la buena fe objetiva; deber que, como sabemos, encuentra aplicación durante
todo el íter contractual.
Por lo demás, establecer limitaciones al derecho de opción permite la
construcción de un sistema de remedios que permita un equilibrio entre los intereses del
deudor y el acreedor ante el incumplimiento contractual.
1. Concepto.
31
DE LA MAZA y VIDAL (2018) pp. 247-266.
32
En este mismo sentido, Barros sostiene que “en las obligaciones de medios la expectativa normativa del
acreedor se dirige a que el deudor realice los esfuerzos conducentes a obtener esos beneficios
perseguidos. En otras palabras, estos últimos no pertenecen al ámbito de responsabilidad del deudor. Por
lo mismo, el incumplimiento no puede ser definido como la insatisfacción del interés que el acreedor
perseguía por medio de la prestación del deudor” (BARROS (2008) p. 418).
33
Debemos hacer presente que recientemente los profesores De la Maza y Vidal han afirmado que
efectivamente la pérdida de la cosa por caso fortuito no configura un incumplimiento ( DE LA MAZA y
VIDAL (2018) pp. 266-269). No obstante, el debate se mantiene abierto con relación a la imposibilidad
absoluta, definitiva y sobreviniente de una obligación de hacer o no hacer.
34
CÁRDENAS y REVECO (2018) pp. 31-58.
Con todo, se debe tener presente que el artículo 1546 del Código Civil, en tanto
establece que los contratos deben ejecutarse de buena fe, impone para el acreedor el
deber de observar un correcto y leal comportamiento a la hora de hacer efectivos los
remedios que establece la ley. En efecto, el acreedor debe tener presente cuál es el
ámbito de protección que le brinda cada remedio contractual, sin que pueda elegir
aquellos que requieran una particular intensidad en el incumplimiento si en los hechos
el incumplimiento no alcanza dicha intensidad. La doctrina y jurisprudencia están
contestes en el hecho de que frente a incumplimientos de poca monta existen ciertos
remedios que no podrían hacerse valer, pues si así fuera se estaría actuando de mala fe.
De ahí que, más allá del incumplimiento, la buena fe juegue un rol moderador a la hora
de determinar cuáles son los remedios contractuales procedentes.
2. De la gravedad en el incumplimiento.
Tal como ya hemos sugerido en varias ocasiones, la falta de una noción unitaria
de incumplimiento en nuestro Código Civil genera que, ante la no ejecución o ejecución
tardía o imperfecta de la obligación, pueda cumplirse con el presupuesto de diversos
regímenes de tutela, surgiendo la cuestión de si ello configura un concurso de
acumulación alternativa o de ejercicio preferente según la especialidad del régimen 41.
Ello ocurre particularmente en el caso de los cumplimientos imperfectos, siendo
paradigmático el ejemplo de los vicios redhibitorios 42: si se estima que la presencia de
un vicio redhibitorio configura un incumplimiento43 -tesis que, si bien no compartimos,
es mayoritaria en Chile44-, surge enseguida la cuestión de si el comprador puede valerse
37
DE LA MAZA y VIDAL (2018) pp. 434 y 437-439, CÁRDENAS y REVECO (2018) pp. 345- 347.
38
VIDAL (2014b) pp. 273-275.
39
Se trata de incumplimientos contrarios a la buena fe contractual, DE LA MAZA y VIDAL (2018) pp. 439-
443, CÁRDENAS y REVECO (2018) pp. 348 y 349.
40
DE LA MAZA y VIDAL (2018) pp. 442 y 443, CÁRDENAS y REVECO (2018) pp. 343-345.
41
Un concurso de acciones, según explica LARENZ (LARENZ (1966) p. 188), puede ser de aplicación
acumulada (se pueden ejercer todas las acciones, sin que el ejercicio de una de ellas impida el ejercicio de
las demás), de acumulación alternativa (existe un derecho de opción, pues el ejercicio de una acción sería
incompatible con el ejercicio de las demás) o de ejercicio preferente según la especialidad de la acción
(no hay derecho de opción, pues el concurso se diluye desplazando la acción general por la acción
especial).
42
Art. 1858. Son vicios redhibitorios los que reúnen las calidades siguientes: 1a. Haber existido al tiempo
de la venta; 2a. Ser tales, que por ellos la cosa vendida no sirva para su uso natural, o sólo sirva
imperfectamente, de manera que sea de presumir que conociéndolos el comprador no la hubiera
comprado o la hubiera comprado a mucho menos precio; 3a. No haberlos manifestado el vendedor, y ser
tales que el comprador haya podido ignorarlos sin negligencia grave de su parte, o tales que el comprador
no haya podido fácilmente conocerlos en razón de su profesión u oficio.
43
Así lo entienden Íñigo De la Maza y Álvaro Vidal, quienes señalan expresamente “aun cuando
legislador califica constantemente la acción por vicios redhibitorios como una acción rescisoria, lo cierto
es que, verdaderamente, es una acción resolutoria especial y con una reglamentación diferente a la regla
general prevista en el artículo 1489 del Código sustantivo” (DE LA MAZA y VIDAL (2018) p. 309).
44
Con todo, existen opiniones diversas. Según Ferrante, la presencia de un vicio redhibitorio no es
propiamente un incumplimiento, sino el presupuesto de un régimen de garantía, régimen que confiere al
comprador determinados mecanismos de tutela (acción redhibitoria y acción de rebaja del precio) que se
pueden hacer efectivos en todo caso, sin que sea necesario culpa o dolo, y sin que siquiera el vendedor
pueda oponerse acreditando la concurrencia de un caso fortuito o fuerza mayor (FERRANTE (2016) p.
872). En este régimen, en consecuencia, el vendedor asume el riesgo completamente, sin que importe si
este se materializa por un caso fortuito.
de los remedios generales o solamente de los remedios contemplados en los artículos
1860 y 1861 (acción propiamente redhibitoria, acción de rebaja del precio y, en caso de
dolo o negligencia, indemnización de perjuicios). Al respecto, De la Maza y Vidal
estiman que, si se entrega la especie o cuerpo debido y este no sirve para su fin natural o
sirve imperfectamente, se cumple con el supuesto de hecho del régimen general y del
especial (de los vicios redhibitorios), configurándose a su juicio un concurso de
acumulación alternativa (el acreedor tendría la opción de valerse de los remedios que
desee, cualquiera sea el régimen en que estén contemplados, y siempre y cuando se
cumplan con las exigencias especiales del remedio elegido) 45. En contra, Cárdenas y
Reveco, en la misma línea que Alessandri, estiman que el concurso se resuelve por
aplicación del principio de especialidad, debiendo aplicarse únicamente el de los vicios
redhibitorios46.
Por su parte, Baraona sostiene que la acción redhibitoria, tal como señala el Código en el artículo 1860, es
rescisoria (BARAONA (2008)); para el autor el vicio redhibitorio, además de estar presente al momento de
la celebración del contrato (1858 N° 1), es un vicio que afecta a la cosa, la cual es un elemento de la
esencia específico del contrato de compraventa; siendo así, la acción redhibitoria no se fundamentaría en
una causa sobreviniente (incumplimiento), sino en una circunstancia ya presente al tiempo de la
celebración del contrato y que dice relación con su estructura interna. Por lo demás, habría, en palabras de
Baraona, una “lesión en el consentimiento del comprador”, lo que quedaría de manifiesto en el tenor de la
segunda parte del artículo 1858 N° 2, relativa a la gravedad subjetiva del vicio: “de manera que sea de
presumir que conociéndolos el comprador no la hubiera comprado o la hubiera comprado a mucho menos
precio”. Si se aceptase la visión del Jorge Baraona, no existiría realmente concurso entre la acción
resolutoria y la acción redhibitoria, pues cada acción exigiría un supuesto de hecho diverso, sin que pueda
subsumirse ninguno de ellos en el otro.
45
DE LA MAZA y VIDAL (2018) p. 256.
46
CÁRDENAS y REVECO (2018) p. 70.
Presentado el panorama actual en el desarrollo doctrinario de la responsabilidad
contractual, ahora toca el estudio del régimen general de remedios ante el
incumplimiento, esto es, el estudio de cada uno de los remedios que confiere la ley ante
un incumplimiento que no esté contemplado como presupuesto para la aplicación de un
régimen especial.
a) Pretensión de cumplimiento.
b) Indemnización de perjuicios.
c) Resolución por inejecución.
d) Excepción de contrato no cumplido.
A. PRETENSIÓN DE CUMPLIMIENTO.
c) Obligaciones de dar una especie o cuerpo cierto que está en poder del deudor: se
dirige a obtener la entrega de esa especie, o de una suma de dinero
representativa de su valor (art. 438 N° 2 CPC).
El artículo 1555 del Código Civil declara que “toda obligación de no hacer una
cosa se resuelve en la de indemnizar los perjuicios, si el deudor contraviene y no puede
deshacerse lo hecho.
Pudiendo destruirse la cosa hecha, y siendo su destrucción necesaria para el
objeto que se tuvo en mira al tiempo de celebrar el contrato, será el deudor obligado a
ella, o autorizado el acreedor para que la lleve a efecto a expensas del deudor.
Si dicho objeto puede obtenerse cumplidamente por otros medios, en este caso
será oído el deudor que se allane a prestarlo.
El acreedor quedará de todos modos indemne.”
47
CLARO (2013a) pp. 616 y 617.
Si decide demandar indemnización de perjuicios, entonces el remedio
contractual no será el cumplimiento forzado.
51
Para una visión general de esta función, Guzmán (2002) pp. 16 y 17; Boetsh (2015) pp. 93-97.
52
Vidal (2014a) p. 239.
53
Tratándose el tema desde un punto de vista comparado y dogmático, Bech (2010) pp. 29 y 30.
54
BIANCA (2012) p. 266.
2002 constituye una manifestación concreta de la supuesta regla general, pudiendo en
consecuencia construirse una regla analógica para toda obligación de hacer55.
Llegados a este punto, es pertinente tener presente que, más allá de la raigambre
o falta de ella que las modalidades de sustitución y reparación puedan tener en el
Código Civil, la ley N° 19.496, que establece normas de protección a los derechos de
los consumidores, las reconoce expresamente. En concreto, en caso de que la entrega de
una cosa defectuosa se enmarque en un contrato de consumo, los artículos 19 y 20
permiten al consumidor solicitar la sustitución -previa devolución de la cosa- o la
reparación -aunque esta última solamente en el caso de que el vicio sea de calidad-. A
mayor abundamiento, por aplicación del artículo noveno N° 2 de la ley 20.416 56, el
régimen de garantía contemplado en la ley N° 19.496 se extiende también, en favor de
las micro o pequeñas empresas, a los contratos que estas celebren en el marco de sus
actividades económicas57.
11. Efectos.
B. INDEMNIZACIÓN DE PERJUICIOS.
1. Introducción
En abono a esta postura se invocan los artículos 1672 y 1555, normas que
supuestamente demostrarían que la obligación es la misma, pero con un nuevo objeto68.
Por lo demás, entender que es la misma obligación resultaría útil, puesto que
todas las garantías de la obligación incumplida protegerían la indemnización, y a la vez
todo aquello que afectaba al vínculo de la obligación primitiva (por ejemplo, la nulidad)
afectaría igualmente a la obligación de indemnizar.
65
Baraona (1997) pp. 159-162.
66
López (2015) pp. 160 y 161, Cárdenas y Reveco (2018) p. 382.
67
CLARO (2013a) p. 637.
68
CLARO (2013a) pp.610 y 616.
69
En esta línea, BARROS (2007) pp. 727 y 728, CÁRDENAS y REVECO (2018) pp. 380-382, BARAONA
(1997) p. 158, BUSTAMANTE (2005) pp. 117 y 119.
Finalmente, si optamos por distinguir entre cumplimiento por equivalencia e
indemnización de perjuicios, debemos entender que el primer concepto se refiere a la
obligación originaria pero con un nuevo objeto, y el segundo a una nueva obligación,
cuya fuente se encuentra en un hecho ilícito, consistente en el incumplimiento70.
Los artículos 1672, 1678 y 1521 pueden dar cuenta de esta distinción.
70
BARAONA (1997) p. 158, BUSTAMANTE (2005) pp. 117 y 119.
71
En contra, algunos estiman que incluso en estos casos la indemnización de perjuicios no puede exigirse
de manera autónoma, sino que concurrentemente con la resolución del contrato (Vial (2003) p. 112). En
abono a esta postura se señala que la procedencia de la indemnización de perjuicios compensatorios
presupone la extinción del vínculo contractual, debiendo entonces demandarse principalmente la
resolución y, de forma concurrente, la indemnización de perjuicios. También se plantea la interrogante
sobre cuál es el modo que en definitiva extingue la obligación incumplida, y dado que la indemnización
de perjuicios no está contemplada en el artículo 1567, ésta va a estar supeditada a que se declare la
resolución, modo de extinguir que sí está contemplado en el número 9 del artículo 1567 (en este sentido,
Vial (2003) pp. 208 y 209, Polit (2016) pp. 765-771).
72
Alessandri, Somarriva y Vodanovic (2004) p. 259.
perjuicios y la resolución o el cumplimiento forzado. Los derechos principales serían
justamente la resolución o el cumplimiento forzado, alzándose incluso como
fundamentos o causas que habilitan para exigir la indemnización de perjuicios.
Según esta nueva doctrina, estas normas no pueden seguir interpretándose como
excepcionales y de interpretación restrictiva. Por el contrario, estas normas dan cuenta
de un principio de carácter general: el principio de reparación integral. Si el
cumplimiento forzado o la resolución no constituyen alternativas que permitan resarcir
efectivamente al acreedor (pues no satisfacen sus intereses), entonces no se puede
excluir el derecho a demandar indemnización de perjuicios de manera autónoma.
73
Por todos, López (2015) pp. 279-328. En forma más sintética y citando además legislación comparada
reciente, Cárdenas y Reveco (2018) pp. 382-395. Estos últimos autores, si bien manifiestan un tanto de
escepticismo, se inclinan por aceptar la posibilidad de pedir indemnización de forma autónoma cualquiera
sea la naturaleza de la obligación incumplida.
anterior. El artículo 157 del Código de Comercio se refiere a la compraventa de una
cantidad determinada de mercaderías. Si el comprador acepta una entrega parcial, la
venta se tiene consumada, pero el comprador podrá demandar el cumplimiento íntegro
de la obligación o la indemnización de los perjuicios que deriven del cumplimiento
imperfecto.
En una primera etapa, desarrollada desde el año 2007 hasta finales del 2012, la
Corte fue preparando las bases dogmáticas para sentar la procedencia de la
indemnización de perjuicios como un derecho autónomo y principal. Los fallos que se
pueden citar como representantes de esta etapa son, entre otros: Transportes Aeropuerto
Express Ltda. y Ladeco S.A., de 16 de agosto de 2007; Opazo Lamana con Inmuno
Médica Laboratorio Ltda., de 7 de diciembre de 2010; Asociación de Productores de
Huevos de Chile con Banco de Chile, de 31 de octubre de 2011; Toro Fuentealba con
Concha Sandoval, de 13 de junio de 2012; Reyes Valdivia con Escuela de Tripulantes y
Portuaria, de 10 de julio de 2012. Estos primeros fallos tendieron, por una parte, a
corroborar la procedencia independiente de la indemnización de perjuicios respecto al
incumplimiento de obligaciones de hacer, atendido el tenor del artículo 1553 Nº3 del
Código Civil; y, por la otra, a fundamentar la libre opción del acreedor, la reparación
integral y el carácter principal de la indemnización. No obstante, en la mayoría de los
casos, la Corte terminó por desestimar las acciones por no cumplirse los requisitos
propios de la indemnización de perjuicios.
74
En línea con su rechazo a la posibilidad de pedir autónomamente la indemnización de perjuicios, Polit
ha sostenido que en Zorín con Huachipato la Corte Suprema, aun cuando no lo explicite, concede una
indemnización moratoria que completa el cumplimiento imperfecto de Huachipato y que, por tanto, se
inserta en el pago (Polit (2016) pp. 765 y 766).
pueden citarse los fallos Fisco de Chile con Sociedad Ingeniería Construcción del Sur
S.A., de 20 de noviembre de 2012; Ampuero Asencio con Castillo Hernández, de 28 de
enero de 2013; Steffen Cáceres con Fundación Mi Casa, de 10 de septiembre de 2013;
Stange contra Ripley Puerto Montt, de 2 de octubre de 2013; Laboratorios de Control
Técnico LlayLlay Ltda. con Celestron Ltda., de 26 de noviembre de 2014.
Con todo, cabe señalar que, además de “Zorín con Huachipato”, no existe otra
sentencia que se pronuncie favorablemente sobre el punto tratándose de incumplimiento
de obligaciones de dar.
Por su parte, la indemnización moratoria es aquella que tiene por objeto reparar
al acreedor el perjuicio sufrido por el cumplimiento tardío de la obligación.
75
Polit (2016) p. 763.
76
Cárdenas y Reveco (2018) pp. 393-395.
77
Cárdenas y Reveco (2018) p. 394.
78
CLARO (2013a) p. 637.
o parcial necesariamente debe demandarse la indemnización compensatoria y ante un
cumplimiento tardío la indemnización moratoria. Según el autor, y en atención a lo
dispuesto en el artículo 1489, ello no sería efectivo; la indemnización de perjuicios
compensatoria se puede reclamar cuando el acreedor opte por solicitar la resolución del
contrato, pues en tal caso, y atendido que la resolución extingue el derecho para exigir
la prestación debida y la obligación de efectuarla, la indemnización compensatoria
reemplaza o sustituye la obligación extinguida. Por su parte, la indemnización de
perjuicios moratoria se puede reclamar cuando el acreedor demanda el cumplimiento de
la obligación, limitándose a la reparación de los daños sufridos por el acreedor por no
haberse efectuado el cumplimiento en tiempo oportuno79.
Siguiendo esta visión, Polit añade que, conforme con el tenor del artículo 1591
inciso segundo80, la indemnización moratoria forma parte del pago81. Además, según su
opinión -que en este punto se aparta sustantivamente de la Vial 82-, la resolución con
indemnización de perjuicios compensatoria únicamente procedería ante el
incumplimiento total, a diferencia de la indemnización moratoria que procedería ante el
cumplimiento imperfecto y ante el cumplimiento tardío83.
No es necesario que el incumplimiento sea grave 84, mas debe ser voluntario. Si
operara caso fortuito o fuerza mayor, no habría responsabilidad. Esta exigencia tiene
relación con la imputabilidad del incumplimiento 85. Sin embargo, incluso cuando el
incumplimiento es voluntario pueden distinguirse varios casos.
b) El deudor puede dejar de cumplir por un acuerdo con el acreedor, esto es,
aceptando éste el incumplimiento, por lo cual no hay responsabilidad ulterior para el
deudor; así ocurrirá si opera una remisión, una transacción o una novación. En este
último caso, el deudor no cumple la obligación que tenía, pero ello es porque pasa a ser
reemplazada por una nueva. En estricto rigor, en todos estos casos la obligación
originaria se ha extinguido, de modo tal que no es siquiera posible hablar de
incumplimiento.
2.2.1. Generalidades.
Por perjuicio o daño puede entenderse todo detrimento, menoscabo o lesión que
sufre alguien tanto en su persona como en sus bienes. Desde un punto de vista más
técnico, el daño es toda lesión a un interés patrimonial o extrapatrimonial.
Atendiendo a la naturaleza del bien lesionado, los daños reparables han sido
clasificados tradicionalmente en dos grandes categorías: daños materiales o
patrimoniales y daños morales o extrapatrimoniales.
Por su parte, son morales aquellos que, sin afectar el patrimonio del acreedor,
lesionan intereses extrapatrimoniales.
Antiguamente, se decía que daño moral es aquel que afecta los atributos o
facultades morales o espirituales de la persona; el sufrimiento que experimenta una
persona por una herida, la muerte de una persona querida, una ofensa a su dignidad u
honor, la destrucción de una cosa de afección; un dolor, pesar, angustia o molestia
psíquica que sufre una persona a consecuencia del hecho ilícito; un hecho externo que
afecta la integridad física o moral del individuo.
Desde hace varios años la doctrina viene señalando que hay en este trato
discriminatorio una grave inconsistencia. Así, entre otros, Fernando Fueyo, Leslie
Tomasello Hart. Pero la jurisprudencia se había mantenido invariable y sólo recién a
partir de la década de los 90 empieza a cambiar.
a) En primer lugar, la ya explicada, que faltaba una norma como la del 2329
aplicable a la responsabilidad extracontractual.
b) En seguida, que el artículo 1556 establece que la indemnización de perjuicios
comprende el daño emergente y lucro cesante, conceptos éstos de claro contenido
patrimonial.
c) Que es difícil su prueba y avaluación.
d) Además, se señalaba que el interés perseguido por el acreedor en un contrato
es necesariamente patrimonial, por lo que no podría alegar luego, ante el
incumplimiento, la lesión a intereses extrapatrimoniales.
En efecto, si falta una regla expresa, el vacío ha de ser colmado por el juez en
conformidad al artículo 24, recurriendo a los principios generales del derecho y a la
equidad natural. Además, si bien el artículo 1556 no se refiere al daño extrapatrimonial,
tampoco rechaza que pueda ser reparado. Finalmente, es inconsistente sostener que el
daño extrapatrimonial no deba repararse en función de las dificultades probatorias y de
avaluación, pues en materia extracontractual el problema es el mismo y sí se admite su
reparación.
En todo caso, cabe señalar que el artículo 1556 no es un buen argumento para
acoger el daño moral, pues esa disposición se tomó del Código de Napoléon y en
especial de Pothier que sólo autorizaban la indemnización por daños patrimoniales. La
reparación del daño moral no fue siquiera planteada por Pothier, quien, por lo demás,
entendía “por daños y perjuicios la pérdida que uno ha sufrido y las ganancias que ha
dejado de hacer”. Sin embargo, sobre la base del artículo 1149 del Código Civil
francés, que es una disposición semejante a nuestro artículo 1556, la jurisprudencia
francesa viene aceptando desde hace mucho tiempo la indemnización del daño moral en
materia contractual.
Si bien hoy en día se acepta la reparación del daño moral en materia contractual,
de todas formas debe tenerse presente que éste sólo será reparado en la medida que
constituya un daño previsible al momento de la celebración del contrato. En efecto,
conforme al artículo 1558, a falta de dolo, sólo deben repararse los perjuicios que hayan
debido preverse.
No es fácil la prueba del lucro cesante. Por la misma razón, se debe apreciar la
prueba con mayor liberalidad. Gatica, en este sentido, ha sostenido que: “el lucro
cesante, a diferencia del daño emergente, es difícil de establecer, por su carácter
esencialmente eventual, que lo transforma en un principio jurídico lleno de vaguedades
e incertidumbres”. Y agrega que “por la misma razón el legislador ha prescindido de
dictar normas al respecto, dejando entregada a la prudencia del tribunal la sana
aplicación de los hechos de la causa”.
Los perjuicios que se indemnizan son los que provienen del incumplimiento.
Con más claridad todavía, la necesidad de relación causal se deriva del artículo
1558 en cuanto establece que en caso de incumplimiento con dolo el deudor “es
responsable de todos los perjuicios que fueron una consecuencia inmediata o directa de
no haberse cumplido la obligación de haberse demorado su cumplimiento”.
Con todo, conviene tener presente que cierto sector de la doctrina (Baraona,
Peñailillo, Pizarro Wilson, Shopf) entiende que la responsabilidad por incumplimiento
de obligaciones de resultado es estricta. Para estos autores, solamente la responsabilidad
por incumplimiento de obligación de medios sería por culpa o dolo. Con todo, cabe
destacar que, en opinión de Baraona y Peñailillo, la ausencia de culpa nunca basta para
que el deudor se exonere de responsabilidad. Según estos autores, si se examinan
detenidamente las reglas que disciplinan la indemnización -artículos 1556, 1557, 1558 y
1559-, se puede advertir que ninguna de ellas exige culpa. Por el contrario, el artículo
1558 inciso segundo precisa que el deudor se libera de responsabilidad solo en el caso
de que la mora se deba a caso fortuito o fuerza mayor 86. En este orden, la prueba de la
diligencia a que se refiere el artículo 1547 haría alusión a la diligencia integradora, esto
es, aquella que forma parte y es indisociable de la prestación, cualquiera sea la
naturaleza de la obligación (sea de medios, sea de resultado). En este sentido, al menos
en lo que atañe a las obligaciones de medios, la prueba de diligencia equivaldría a la
prueba del cumplimiento de la obligación, descartándose la responsabilidad por falta de
incumplimiento y no por ausencia de culpa. En consecuencia, constatado el
incumplimiento, la única causal que realmente liberaría de responsabilidad sería el caso
fortuito, pues es este el único que tiene la virtud de descartar una infracción a la
86
Baraona (1997) pp. 171 y 172, Peñailillo (2009) pp. 338 y 339
diligencia promotora87.
2.4.1.1. Concepto
El dolo está definido en el artículo 44 del Código Civil, como “la intención
positiva de inferir injuria a la persona o propiedad de otro”. Este concepto es
precisamente el aplicable a la indemnización de perjuicios.
87
Baraona (1997) pp. 166-169, 171 y 172, Peñailillo (2009) pp. 341-344
88
De la Maza y Vidal (2018) pp. 619 y 620. Brantt (2010) p. 220.
89
Barros (2008) p. 415.
90
Barros (2008) pp. 415-417.
91
Cárdenas y Reveco (2018) pp. 396 y 397.
Tal concepto ha sido criticado por la doctrina. En este sentido, Pablo Rodríguez
y Fernando Fueyo estiman que de entender que solo hay dolo cuando existe una
intención maliciosa, hace casi imposible su prueba, agregando que en la vida real, salvo
que se trate de una personalidad perversa, el deudor no deja de cumplir sólo por
perjudicar al acreedor, sino para conseguir un provecho o ganancia, aún a costa del
perjuicio del acreedor, a quien no desea exclusivamente perjudicar, pero acepta hacerlo
en función de sus intereses. En razón de lo anterior, la doctrina moderna, trasladando
conceptos propios del derecho penal, distingue entre el “dolo directo”, consistente en la
intención de dañar definida en el art. 44, del “dolo eventual”, consistente en la conducta
de quien, si bien no tuvo intención de causar daño, pudo representarse que su actuar sí
podía producirlo.
Conforme con el artículo 1459, “el dolo no se presume, sino en los casos
especialmente previstos por la ley. En los demás deberá probarse”. La doctrina es
unánime a la hora de sostener que esta regla, si bien está establecida al tratar el dolo
como vicio del consentimiento, es de aplicación general. A mayor abundamiento, dado
que la buena fe se presume ex artículo 707, la mala fe debe probarse y analógicamente
el dolo también.
El dolo se puede probar por cualquier medio probatorio, sin que rijan las
limitaciones que para la prueba de testigos establecen los artículos 1708 y siguientes.
2. Se ha entendido también que, si son varios los deudores que incumplen con dolo, su
responsabilidad sería solidaria, de acuerdo con lo previsto en el artículo 2317 inciso
segundo. Si bien esta regla está ubicada en la responsabilidad extracontractual, se
piensa por algunos que, a fin de que el inciso segundo no sea una reiteración inútil
del primero, es de alcance general.
Parte de la doctrina añade como efecto del dolo la relajación del estándar de diligencia
que debe observar el deudor cuando la especie o cuerpo debida ha sido ofrecida al
acreedor y éste se encuentra en mora de recibirla: en este caso, conforme establece el
artículo 1680, el deudor sólo responderá por la destrucción de la cosa en caso de que se
le pueda imputar dolo o culpa grave. Con todo, como es evidente, éste no es
propiamente un efecto del dolo, sino un efecto de la mora del acreedor.
2.4.2.1. Concepto.
Sea que se estime que existe una sola culpa o que la culpa contractual y
extracontractual son diferentes, lo cierto es que se pueden apreciar en ellas algunas
diferencias importantes:
Dice esta norma: “La ley distingue tres especies de culpa o descuido. Culpa grave,
negligencia grave, culpa lata, es la que consiste en no manejar los negocios ajenos con
aquel cuidado que aun las personas negligentes y de poca prudencia suelen emplear en
sus negocios propios. Esta culpa en materias civiles equivale al dolo”.
“Culpa leve, descuido leve, descuido ligero, es la falta de aquella diligencia y cuidado
que los hombres emplean ordinariamente en sus negocios propios. Culpa o descuido,
sin otra calificación, significa culpa o descuido leve. Esta especie de culpa se opone a
la diligencia o cuidado ordinario o mediano”.
“El que debe administrar un negocio como un buen padre de familia es responsable de
esta especie de culpa”.
“Culpa o descuido levísimo es la falta de aquella esmerada diligencia que un hombre
juicioso emplea en la administración de sus negocios importantes. Esta especie de
culpa se opone a la suma diligencia o cuidado”.
Criticando esta doctrina, Somarriva aduce tres razones para sustentar que la
culpa grave debe probarse: a) el art. 44 no hace distinciones, sino que equipara en una
forma absoluta ambos conceptos; b) la norma viene de Pothier, que le daba a la
asimilación un alcance amplio; y c) atendidos los graves efectos que derivan de la culpa
grave (y, sobre todo, la agravación de la responsabilidad ex artículo 1558), no parece
lógico presumir la culpa grave contractual en circunstancias que ni el dolo ni la mala fe
se presumen por expresa disposición del legislador”. En la misma línea de Somarriva,
Rodríguez añade que si la culpa grave se presumiera y los efectos de la misma fueran
los que corresponden al dolo, ello implicaría que sería más gravoso para el deudor
incumplir una obligación con culpa grave que incumplirla con dolo, conclusión que es
absurda y que debe ser rechazada.
La primera regla que debe aplicarse es que el deudor responde de la culpa a que
se haya obligado. Ello porque, esta es una materia, en que las partes, en virtud del
principio de la autonomía de la voluntad, pueden alterar las reglas de responsabilidad
establecidas en la ley, con algunas limitaciones. Así lo señala el inciso final del artículo
1547: “Todo lo cual, sin embargo, se entiende sin perjuicio de las disposiciones
especiales de las leyes, y de las estipulaciones expresas de las partes”.
Si las partes nada han acordado entra a operar lo dispuesto en el artículo 1547,
según el cual, para saber de qué culpa responde el deudor debe distinguirse según el
contrato de que se trate, siendo la responsabilidad del deudor mayor en aquellos casos
en que él es el único beneficiado y menor, cuando el principal beneficiado es el
acreedor. Señala esta disposición: “El deudor no es responsable sino de la culpa lata en
aquellos contratos que por su naturaleza sólo son útiles al acreedor; es responsable de la
leve en los contratos que se hacen para beneficio recíproco de las partes; y de la
levísima, en los contratos en que el deudor es el único que reporta beneficio” (inciso 1º).
Nótese que el que sólo responde hasta de culpa grave, es el que tiene menos
responsabilidad, pues está obligado a emplear únicamente aquel cuidado que aun las
personas negligentes y de poca prudencia suelen emplear en sus negocios propios. El
que no emplea este cuidado mínimo tiene una conducta tan descuidada que la ley la
asimila al dolo (“Esta culpa en materia civiles equivale al dolo”, artículo 44 inciso
primero, parte final).
La regla general es que se responda de culpa leve. Así ocurre con el que
administra bienes ajenos, ej. el padre de familia (artículo 250), el tutor o curador
(artículo 391); el mandatario (artículo 2129); el agente oficioso (artículo 2288); el
albacea (artículo 1299); el partidor (artículo 1329). También responde de esta culpa el
que tiene una cosa sujeta a plazo o a condición (artículos 758 inciso segundo,
propietario fiduciario; 787, usufructuario; 818 usuario y habitador).
2.4.2.6.1. Generalidades.
Si bien los incisos finales de los artículos 1547 y 1558 permiten establecer
cláusulas que modifican la responsabilidad de las partes, lo cierto es que en doctrina se
discute bastante acerca de sus límites.
La doctrina contemporánea, de manera cada vez más clara, entiende que los
plazos de prescripción representan equilibrios de orden público, por lo que las cláusulas
que los modifican son nulas absolutamente por objeto ilícito.
92
En una opinión que compartimos, Momberg señala que la asunción de todo caso fortuito solo produce
efectos en lo que atañe a la pérdida de la especie, pues existe regla expresa que lo permite (artículo 1673).
No obstante, en lo que atañe a otras hipótesis de caso fortuito, que no digan relación con pérdida o
deterioro de una especie, no es lícita la asunción, pues, por principio, el deudor no debe responder de
aquellos perjuicios que no resultan previsibles al momento de la celebración del contrato ( MOMBERG
(2010b) pp. 55 y 56). A mayor abundamiento, si el contrato es por adhesión y se impone la asunción de
todo caso fortuito al adherente, no debiese caber ninguna duda respecto de la abusividad de tal cláusula -
pues implica la introducción de un desequilibrio normativo importante en perjuicio de aquel- y su
consecuente nulidad, la que se fundará en los artículos 16 letra g) y 16 A de la ley 19.496 cuando el
adherente tenga la calidad de consumidor, micro o pequeña empresa (ex artículo noveno N° 2 de la ley
20.416), o en su objeto ilícito por contravenir el orden público y las buenas costumbres ( ex artículo 1682
CC) cuando el adherente no tenga ninguna de las calidades antes referidas. Sobre este tema, CAMPOS
(2019) pp. 303-319).
Con todo, a fin de solucionar el punto debiese atenderse al equilibrio o
desequilibrio de poder entre las partes. Es un error fatal suponer que el deudor es la
parte débil del contrato. Si se considera, por ejemplo, un contrato de adhesión bilateral,
en que ambas partes, predisponente y adherente, se obligan recíprocamente, se observa
con claridad que el proveedor, respecto de la obligación de la que es deudor, no es la
parte débil. Una cláusula que restrinja el plazo de prescripción en desmedro del
consumidor atentaría contra el orden público de protección implementado por la ley
19.496, que resulta aplicable tanto en los contratos por adhesión cuyos adherentes sean
consumidores como en aquellos cuyos adherentes sean micro o pequeñas empresas.
En cuanto a las cláusulas que alteran las reglas del onus probandi,
particularmente en lo que dicen relación con la prueba de la diligencia, también hay
opiniones divididas. Hay quienes consideran que dichas reglas son de orden público, por
lo que habría objeto ilícito en su modificación. La mayoría de los autores, no obstante,
les reconocen validez amparados en el inciso final del artículo 1547, toda vez que las
partes podrían pretender modificar justamente la regla contenida en el inciso tercero. En
segundo lugar, el argumento del orden público lo consideran débil, porque en la práctica
estará comprometido el mero interés particular del acreedor; si éste puede eximir al
deudor de la culpa leve o levísima, con mayor razón podrá tomar sobre sí el peso de la
prueba, lo que es menos grave que lo anterior.
Joel González propone que los límites de estas cláusulas los constituyen el dolo,
el daño a las personas, la ley y las obligaciones esenciales.
Porque la persona está fuera del comercio humano no se puede disponer de ella,
ni aun con su consentimiento. La conveniencia pública, exige que así sea. La sociedad
tiene un interés manifiesto en proteger la integridad física y la vida de sus miembros.
Este tipo de cláusulas serían contrarias al orden público y a la moral. Son, así, inválidas
las cláusulas de limitación o exoneración de responsabilidad por daños ocasionados a
las personas (muerte o lesiones).
c) La ley:
d) Obligaciones esenciales
Como otro límite, aunque arduamente discutido en Francia, se señala que una
cláusula que limita la responsabilidad del deudor en razón de un incumplimiento a su
"obligación esencial" no podría aplicarse, por privar de causa a la parte contra la cual se
hace valer. En otras palabras, una cláusula de irresponsabilidad debiera ser repudiada
cuando apunta a una obligación esencial. Larroumet en este sentido. Así también lo ha
entendido la Corte Suprema, rechazando la validez de estas cláusulas sobre la base del
artículo 1444; las partes solamente podrían disponer de las cosas que son de la
naturaleza y accidentales, no de la esencia, puesto que en tal caso se desnaturalizaría el
contrato en cuestión. Si el deudor es irresponsable respecto a una obligación de la
esencia, no puede afirmarse que ésta exista, ni tampoco en rigor el contrato que
pretendió celebrarse.
El problema que presentan las obligaciones esenciales como límite a las cláusulas en
estudio es determinar cuál o cuáles obligaciones revisten este carácter en un contrato en
particular. En algunos casos esa será una tarea sencilla, pero en otros claramente será un
asunto de suyo complejo. Además, esta posición no distingue correctamente entre el
derecho al cumplimiento forzado y la responsabilidad.
2.4.2.8. Culpa del deudor por el hecho de personas que dependen de él.
Los artículos 1679 inciso primero y 1590 inciso tercero hacen responsable al
deudor por el hecho de terceros que dependen de él. La primera de estas normas expresa
que “en el hecho o culpa del deudor se comprende el hecho o culpa de las personas por
quienes fuere responsable”; y la segunda, reitera la misma idea.
Este último caso ha sido objeto de un estudio acucioso por parte de Alcalde. El
derecho que tiene el acreedor a exigir la cesión de la acción que el deudor tenga en
contra del tercero se conoce como commodum representationis. Alcalde ha entendido
que esta institución constituye una hipótesis de pago. En efecto, la acción contra el
tercero cedida por el deudor es un accesorio de la cosa, pues tiene por objeto justamente
el restablecimiento de su valor; la finalidad es que el acreedor tenga derecho a todo el
valor del activo que representa su crédito.
2.5.1.1. Concepto.
El artículo 45 lo define diciendo que “se llama fuerza mayor o caso fortuito el
imprevisto a que no es posible resistir, como un naufragio, un terremoto, el
apresamiento de enemigos, los actos de autoridad ejercidos por un funcionario público,
etc”.
Desde un punto de vista dogmático, la expresión caso fortuito suele reservarse a
hechos de la naturaleza (como un terremoto), mientras que la expresión fuerza mayor a
hechos de una persona (como un acto de autoridad). No obstante, según fluye de la
definición legal, las expresiones caso fortuito y fuerza mayor son sinónimas en nuestro
sistema jurídico. Por tal razón, se sujetan a los mismos requisitos y efectos, siendo
indiferente cuál sea el origen del hecho93.
93
ALESSANDRI (1988) pp. 80 y 81, CLARO (2013a) p. 473, TAPIA (2019) pp. 38 y 39, FUEYO (2004) pp.
397 y 398, ABELIUK (2014b) pp. 968 y 969, VIAL (2003) p. 225. Llama la atención que Ramos, sin
perjuicio de reconocer la sinonimia legal de las expresiones, señale luego, sin apoyo bibliográfico, que
“generalmente se afirma que en la fuerza mayor el hecho imprevisto, imposible de resistir, proviene de un
hecho de la naturaleza, como un terremoto o una inundación, en cambio, en el caso fortuito proviene de
Se ha señalado que la definición es incompleta por faltarle el requisito de la
exterioridad -también llamado inimputabilidad-, que es indispensable si se considera
que nuestro Código sigue el sistema de la responsabilidad por culpa. No obstante, en un
planteamiento cuanto menos curioso, la doctrina sostiene que esta omisión sería suplida
por el artículo 1547, que en su inciso segundo dispone que “el deudor no es responsable
del caso fortuito, a menos que (...) haya sobrevenido por su culpa”94.
En derecho comparado, cabe mencionar que, luego de que entrara en vigor la
ordenanza de 10 de febrero de 2016, el artículo 1218 del Código Civil francés
incorpora, por primera vez en este cuerpo legal, una conceptualización de fuerza mayor,
que, en todo caso, resulta solo aplicable en materia contractual 95. Según ella, existe
fuerza mayor en materia contractual cuando un suceso que escapa al control del deudor,
que no podía ser razonablemente previsto al momento de la suscripción del contrato, y
cuyos efectos no pueden ser evitados por medidas apropiadas, impide la ejecución de la
obligación del deudor. El inciso segundo del referido artículo precisa los efectos que se
siguen del impedimento: si el impedimento es temporal, la ejecución de la obligación se
suspende a menos que el retardo que de ello pueda resultar justifique la resolución del
contrato; si, en cambio, el impedimento es definitivo, el contrato se resuelve de pleno
derecho y las partes son liberadas de sus obligaciones en los términos previstos en los
artículos 135196 y 1351-197.
El texto actual del Código Civil francés está relativamente en línea con la
regulación que de la imposibilidad sobreviniente existe en diversos instrumentos de
un hecho del hombre, como sería un acto de autoridad” (RAMOS (2008) p. 265).
94
TAPIA (2019) p. 47, FUEYO (2004) p. 399, ABELIUK (2014b) pp. 970 y 971, RAMOS (2008) p. 265,
MEZA (2007) pp. 121 y 122, ALCALDE (2018) p. 545
95
Article 1218. Il y a force majeure en matière contractuelle lorsqu'un événement échappant au contrôle
du débiteur, qui ne pouvait être raisonnablement prévu lors de la conclusion du contrat et dont les effets
ne peuvent être évités par des mesures appropriées, empêche l'exécution de son obligation par le débiteur.
Si l'empêchement est temporaire, l'exécution de l'obligation est suspendue à moins que le retard qui en
résulterait ne justifie la résolution du contrat. Si l'empêchement est définitif, le contrat est résolu de plein
droit et les parties sont libérées de leurs obligations dans les conditions prévues aux articles 1351 et 1351-
1.
96
Article 1351. L'impossibilité d'exécuter la prestation libère le débiteur à due concurrence lorsqu'elle
procède d'un cas de force majeure et qu'elle est définitive, à moins qu'il n'ait convenu de s'en charger ou
qu'il ait été préalablement mis en demeure.
Traducción libre: La imposibilidad de ejecutar la prestación libera al deudor en la debida proporción
cuando procede de un caso de fuerza mayor y es definitiva, a menos que lo haya asumido o haya sido
advertido previamente.
97
Article 1351-1. Lorsque l'impossibilité d'exécuter résulte de la perte de la chose due, le débiteur mis en
demeure est néanmoins libéré s'il prouve que la perte se serait pareillement produite si l'obligation avait
été exécutée.
Il est cependant tenu de céder à son créancier les droits et actions attachés à la chose.
Traducción libre: Cuando la imposibilidad de ejecutar resulte de la pérdida de la cosa adeudada, el deudor
que ha sido advertido queda liberado si demuestra que la pérdida habría ocurrido igualmente si se hubiera
cumplido la obligación.
Sin embargo, está obligado a ceder a su acreedor los derechos y acciones vinculados a la cosa.
derecho uniforme (artículos 7.1.7 Principios UNIDROIT 98, 8:108 PECL99, III.-3:104
DCFR100 y 90 PLDC101). También está relativamente en línea con el artículo 79 CISG 102,
cuyo modelo ciertamente ha influido en los referidos instrumentos 103. Una diferencia
importante que logra advertirse entre la regulación francesa y la contenida en la CISG y
la mayoría de los instrumentos de derecho uniforme mencionados es que en la primera
el impedimento no solo debe ser irresistible, sino también imprevisible, mientras que en
la segunda basta con que sea irresistible 104. Asimismo, en la segunda se establece
expresamente el deber del deudor de dar noticia al acreedor acerca de la imposibilidad
de cumplimiento105.
98
Artículo 7.1.7 (Fuerza mayor)
(1) El incumplimiento de una parte se excusa si esa parte prueba que el incumplimiento fue debido a un
impedimento ajeno a su control y que, al momento de celebrarse el contrato, no cabía razonablemente
esperar, haberlo tenido en cuenta, o haber evitado o superado sus consecuencias.
(2) Cuando el impedimento es sólo temporal, la excusa tiene efecto durante un período de tiempo que sea
razonable en función del impacto del impedimento en el cumplimiento del contrato.
(3) La parte incumplidora debe notificar a la otra parte acerca del impedimento y su impacto en su aptitud
para cumplir. Si la notificación no es recibida por la otra parte en un plazo razonable a partir de que la
parte incumplidora supo o debió saber del impedimento, esta parte será responsable de indemnizar los
daños y perjuicios causados por la falta de recepción.
(4) Nada de lo dispuesto en este artículo impide a una parte ejercitar el derecho a resolver el contrato,
suspender su cumplimiento o a reclamar intereses por el dinero debido.
99
Artículo 8:108: Exoneración por imposibilidad en el cumplimiento
(1) Una parte queda liberada de su deber de cumplimiento si prueba que no puede proceder al
cumplimiento de su obligación por un impedimento que queda fuera de su control y que no se puede
pretender de manera razonable que hubiera debido tenerse en cuenta dicho impedimento en el momento
de la conclusión del contrato o que la parte hubiera debido evitar o superar dicho impedimento o sus
consecuencias.
(2) Cuando el impedimento sea tan sólo temporal, la exoneración prevista en este artículo produce sus
efectos durante el tiempo en el que persista el impedimento. Sin embargo, si el retraso se tradujera en un
incumplimiento esencial, el acreedor puede tratarlo en tal sentido.
(3) La parte que incumple debe asegurarse de que, en un plazo razonable desde que supo o hubiera debido
enterarse de dichas circunstancias, la otra parte recibe una comunicación de la existencia del impedimento
y de sus efectos sobre la capacidad de la parte para cumplir su obligación. La otra parte tiene derecho a
una indemnización por daños y perjuicios por las pérdidas que pudieran resultar de no recibir esa
comunicación.
100
III. – 3:104: Excuse due to an impediment
(1) A debtor’s non-performance of an obligation is excused if it is due to an impediment beyond the
debtor’s control and if the debtor could not reasonably be expected to have avoided or overcome the
impediment or its consequences.
(2) Where the obligation arose out of a contract or other juridical act, nonperformance is not excused if
the debtor could reasonably be expected to have taken the impediment into account at the time when the
obligation was incurred.
(3) Where the excusing impediment is only temporary the excuse has effect for the period during which
the impediment exists. However, if the delay amounts to a fundamental non-performance, the creditor
may treat it as such.
(4) Where the excusing impediment is permanent the obligation is extinguished.
Any reciprocal obligation is also extinguished. In the case of contractual obligations any restitutionary
effects of extinction are regulated by the rules in Chapter 3, Section 5, Sub-section 4 (Restitution) with
appropriate adaptations.
(5) The debtor has a duty to ensure that notice of the impediment and of its effect on the ability to perform
reaches the creditor within a reasonable time after the debtor knew or could reasonably be expected to
have known of these circumstances. The creditor is entitled to damages for any loss resulting from the
non-receipt of such notice.
101
Artículo 90. Imposibilidad total o parcial de cumplimiento
(1) La imposibilidad sobreviniente total y definitiva para cumplir una obligación contractual, causada por
caso fortuito, extingue la obligación y libera al deudor. En tal caso, el acreedor puede optar por resolver el
2.5.1.2. Elementos del caso fortuito
2.5.1.2.1. Imprevisibilidad.
108
Entre otros, autores que siguen un criterio absolutista son Vodanovic, quien sostiene que es necesario
el hecho no haya podido ser previsto por las partes (ALESSANDRI et al (2004) p. 280); Vial, quien sostiene
literalmente que “el acontecimiento debe ser imprevisto, lo que significa que no es posible que el deudor
lo conozca o prevea de antemano o con anticipación” (VIAL (2003) p. 225); y Ruz, quien señala que “algo
imprevisible es aquello que no era posible conocer con anticipación” (RUZ (2011) p. 293);
109
RDJ, T. 60, sec. 1°, p. 59.
110
GARCÍA (2002) pp. 167 y 168, BRANTT (2010) p. 127, TAPIA (2019) pp. 54 y 56.
111
Corte Suprema, 21 de enero de 2019, rol N° 40166-2017. Este criterio ya había sido reflejado en
previamente en: Corte Suprema, sentencia de 17 de enero de 2018, rol N° 5094-2017; y Corte Suprema,
sentencia de 19 de noviembre de 2013, rol N° 2296-2013. Todas citadas en TAPIA (2019) p. 55.
112
ALESSANDRI (1988) p. 81, CLARO (2013a) p. 473, RAMOS (2008) p. 266, FUEYO (2004) p. 401, MEZA
(2007) pp. 121 y 122, ABELIUK (2014b) p. 971, ALCALDE (2018) p. 539, CORRAL (2010) p. 135,
COUTASSE e ITURRA (1958) pp. 14 y 47.
113
GARCÍA (2002) pp. 168 y 169, BRANTT (2010) pp. 160, TAPIA (2019) pp. 57-59 y 85-87, DE LA MAZA
y VIDAL (2018) pp. 622 y 623. Corral critica esta aproximación sosteniendo que examinar la
imprevisibilidad e irresistibilidad a la luz del estándar de diligencia que resulta exigible según el contrato
desfigura el caso fortuito, confundiéndola con la ausencia de culpa. Añade el autor que “aunque un
deudor responda de culpa grave no puede cruzarse de brazos y dejar que sobrevenga un caso fortuito que
frustre el interés del acreedor solo por el hecho de que las medidas para evitar su acaecimiento
corresponden al cuidado propio del deudor que responde de una culpa leve” (CORRAL (2010) p. 135).
114
Enfatizando también que la apreciación, si bien abstracta, considera las circunstancias concretas, y
añadiendo que el análisis se realiza según el estándar de diligencia debido, ALCALDE (2018) pp. 535, 554-
559. De manera previa, poniendo de relieve la consideración de las circunstancias concurrentes, FUEYO
La fijación de la época de celebración del contrato como el punto de referencia
temporal para examinar la previsibilidad o imprevisibilidad de un riesgo implica que el
deudor debe comenzar a desplegar desde ese mismísimo momento la diligencia que le
resulta exigible según el contrato, previendo los riesgos que pueden impedir el
cumplimiento de sus obligaciones. A mayor abundamiento, el cumplimiento de tal
deber de previsión permite al deudor anticipar ciertos riesgos que, siendo probables y
concretos, pueden impedir el cumplimiento de alguna obligación, siendo justamente el
momento de la celebración del contrato la oportunidad de acordar con el acreedor una
regulación específica respecto de esos riesgos. Consistentemente, si nada dice, se
entiende que asume los riesgos que, según el estándar de diligencia que corresponda,
resultan previsibles a esa época para el cumplimiento de sus respectivas obligaciones 115.
Según Brantt, un riesgo es imprevisible cuando, según el estándar de diligencia
debida -diligencia promotora, en el esquema de la autora-, no se debe anticipar como un
riesgo probable y concreto. La anticipación del riesgo, esto es, su representación mental,
presupone conocimiento de los riesgos inherentes a la prestación; a mayor estándar de
diligencia exigible, de mayor intensidad es el deber de conocer estos riesgos y, por
tanto, de informarse de la realidad. Luego, el riesgo es probable cuando ocurre con
cierta frecuencia; a mayor estándar de diligencia exigible, se deben prever riesgos de
menor frecuencia. Finalmente, el riesgo es concreto cuando el deudor puede
prefigurarse sus características y materialización; a mayor estándar de diligencia
exigible, de mayor intensidad es el deber de prefigurar las características de los riesgos.
La exigencia de concreción puede llevar a considerar imprevisible un riesgo que tenga
contornos desproporcionados o difíciles de prefigurar (como un terremoto de
elevadísima magnitud)116.
Por su parte, Tapia también estima que la probabilidad del suceso cobra
particular relevancia para efectos de examinar su previsibilidad o imprevisibilidad.
Ahondando en ello, el autor sostiene que para calificar un suceso como improbable es
necesario considerar: a) el carácter profesional o no profesional del deudor, pues un
profesional debe tener un conocimiento más elevado de los riesgos propios de su
actividad; b) el grado de probabilidad de ocurrencia, pues no será previsible un suceso
cuya probabilidad de ocurrencia, si bien existente, no es seria y de cierta frecuencia; y c)
la mayor o menor concreción del evento, esto es, la posibilidad de prefigurar sus
características y contornos materiales117.
En una dirección similar a la de los autores precitados (aunque ciertamente
menos técnica), la Corte Suprema, en la ya referida sentencia de 21 de enero de 2019,
señala que la exigencia de imprevisibilidad supone un examen de: a) normalidad y
frecuencia; b) probabilidad de realización; y c) carácter excepcional y sorpresivo 118.
Tal como señala Fueyo, en un país como el nuestro, en que los movimientos
sísmicos están dotados de cierta frecuencia, se torna inconsistente decir que un
movimiento de mediana intensidad es un hecho imprevisible 119. No obstante, como
señala Tapia, “los terremotos tienen en Chile una probabilidad de ocurrencia que varía
según su magnitud y la zona específica en cuestión, variables que la sismología ha ido
precisando”120. De ahí que, ya sea por su falta de concreción, ya sea por su falta de
(2004) p. 402.
115
BRANTT (2010) pp. 136-141, TAPIA (2019) pp. 85-87. En el mismo sentido, ALCALDE (2018) pp. 538 y
539.
116
BRANTT (2010) pp. 126-135.
117
TAPIA (2019) pp. 65-85.
118
Corte Suprema, 21 de enero de 2019, rol N° 40166-2017, cons. 23.
119
FUEYO (2004) p. 402.
120
TAPIA (2019) p. 75.
frecuencia, un terremoto de inusitada magnitud o uno en una zona de escasos
movimientos sísmicos sí podría ser considerado un evento imprevisible a la luz del
estándar de diligencia debida según el contrato.
Sin embargo, a propósito de los varios casos de responsabilidad extracontractual
que se suscitaron como consecuencia del terremoto y posterior tsunami de febrero de
2010, existe jurisprudencia contradictoria. Por un lado, varios fallos han estimado
imprevisible el terremoto, pero previsible el posterior tsunami y sus consecuencias 121;
por el otro, algunos fallos, sobre la base de las características geográficos del país, han
estimado previsible inclusive el terremoto, previsibilidad que se vería refrendada por la
existencia de normas técnicas de construcción y de órganos públicos especializados que
cumplen funciones de especial importancia ante este tipo de contingencias 122.
2.5.1.2.2. Irresistibilidad.
129
CORRAL (2010) p. 135. Previamente, en el mismo sentido, COUTASSE e ITURRA (1958) pp. 166-168
130
Claro, al referirse a la exigencia de irresistibilidad, señala que esta consiste en “que el deudor, a pesar
de su diligencia, no haya podido evitarlo” (CLARO (2013a) p. 474)
131
FUEYO (2004) p. 404.
132
GARCÍA (2002) p. 168, BRANTT (2010) pp. 151-159, TAPIA (2019) pp. 93-97, DE LA MAZA y VIDAL
(2018) pp. 622 y 623. Como viéramos, Corral critica esta aproximación sosteniendo que examinar la
imprevisibilidad e irresistibilidad a la luz del estándar de diligencia que resulta exigible según el contrato
desfigura el caso fortuito, confundiéndola con la ausencia de culpa. Añade el autor que “aunque un
deudor responda de culpa grave no puede cruzarse de brazos y dejar que sobrevenga un caso fortuito que
frustre el interés del acreedor solo por el hecho de que las medidas para evitar su acaecimiento
corresponden al cuidado propio del deudor que responde de una culpa leve” (CORRAL (2010) p. 135).
133
Corte Suprema, 21 de enero de 2008, rol N° 5055-2006, considerando octavo.
134
Enfatizando también que la apreciación, si bien abstracta, considera las circunstancias concretas, y
añadiendo que el análisis se realiza según el estándar de diligencia que corresponda según el contrato,
ALCALDE (2018) pp. 535, 554-559.
135
GARCÍA (2002) pp. 170 y 171.
136
TAPIA (2019) pp. 99-116.
refiriéndose el examen de superabilidad o insuperabilidad a la extensión de sus
efectos137.
Brantt, por su parte, señala que el requisito de irresistibilidad se agota en el de
insuperabilidad, pues la inevitabilidad no sería sino una consecuencia de la
imprevisibilidad, en cuanto, si el suceso no ha debido ser previsto, es evidente que
tampoco se ha debido adoptar medidas de prevención a su respecto. La insuperabilidad,
en cambio, constituiría realmente una exigencia diversa a la imprevisibilidad,
conectándose con el deber de diligencia -diligencia promotora, en la nomenclatura de la
autora- que debe observar el deudor en orden a sobreponerse de las circunstancias -
incluso imprevisibles- que obstaculicen el cumplimiento de la obligación. En este orden,
el deber del deudor de superar el evento implicaría dos cosas: primero, que, acaecido el
evento, el deudor, desplegando la diligencia promotora que corresponda según el
contrato, adopte las medidas necesarias para impedir que se vea afectado el
cumplimiento de su obligación (no se trata de evitar el hecho, sino de impedir que este
produzca el incumplimiento); segundo, que, si las medidas adoptadas, pese a ser las
debidas según la diligencia promotora, no impiden que el incumplimiento se produzca,
se adopten las medidas exigibles para sobreponerse y cumplir tan pronto sea posible. El
deber de superar los obstáculos al cumplimiento, en las dos dimensiones antes referidas,
puede redundar en un incremento del contenido de la prestación y hacerla más onerosa
de lo previsto. Ello, sin embargo, se determinaría y justificaría por la diligencia
promotora, que resguarda, en la medida en que resulta exigible según el contrato, la
satisfacción del interés del acreedor138.
En opinión de Tapia, si se prescindiera de la inevitabilidad, el examen de
irresistibilidad solo se concentraría en la insuperabilidad de los efectos del evento,
desconociéndose el deber de adoptar medidas adecuadas para impedir hechos que
resultan previsibles139. Sin perjuicio de ello, el autor admite que la evitabilidad está
íntimamente vinculada con la previsibilidad, pues el deber de adoptar medidas para
evitar un hecho emana justamente de su previsión140.
En nuestra opinión, tal como sostiene Brantt, la irresistibilidad se refiere a la
insuperabilidad de las consecuencias del hecho. Lo estimamos así pues solo bajo este
esquema cobra sentido que el deudor no solo deba superar las consecuencias de eventos
previsibles, sino también de eventos imprevisibles, demarcándose adecuadamente los
requisitos de imprevisibilidad e irresistibilidad. A mayor abundamiento, también de la
mano de Brantt, estimamos que la insuperabilidad es necesaria para que se configure el
caso fortuito. Si, pese a observar la diligencia debida, no resulta posible cumplir,
entonces, según esa misma diligencia, han de adoptarse las medidas que permitan
cumplir en el futuro. Solo así, y si la insuperabilidad subsiste, el incumplimiento actual
estará justificado por un caso fortuito, suspendiéndose la exigibilidad de la obligación y
quedando exonerado el deudor de indemnizar los perjuicios que el incumplimiento
cause al acreedor.
La jurisprudencia ha reconocido a la insuperabilidad como un elemento propio
del caso fortuito, necesario para su configuración. Así, en sentencia de 10 de noviembre
de 2016, a propósito de una demanda de responsabilidad contractual por la pérdida de
mercaderías (hamburguesas) que quedaron sin refrigeración a consecuencia del corte de
electricidad posterior al terremoto y tsunami de febrero de 2010, la Corte Suprema
estima que “aun en el evento de haber contado con un sistema alternativo que generase
137
TAPIA (2019) p. 108.
138
BRANTT (2010) pp. 145-159.
139
TAPIA (2019) p. 104
140
TAPIA (2019) pp. 106 y 107.
electricidad con prescindencia del sistema interconectado central, el que también se vio
afectado, el ingreso para adoptar cualquier medida de mitigación solo se pudo efectuar
en un primer turno el 28 de febrero, el que tuvo por finalidad limpiar el lugar y despejar
los accesos, habilitándose los generadores autónomos a la parte vital del puerto apenas
se pudo. Lo expuesto claramente da cuenta de un hecho imprevisible e irresistible y que
libera al deudor de su responsabilidad contractual” (cons. 8) 141. En el mismo sentido se
manifestó la Corte en sentencia de 21 de enero de 2008, en que señala que, ante la
inevitabilidad del hecho, “surgirá entonces el problema de clarificar en qué ocasiones el
deudor será responsable o, más precisamente, cuándo estará obligado a salvar los
aludidos efectos. Esta situación se deberá transparentar atendiendo al grado de
diligencia y cuidado que le imponía la obligación” (cons. 8)142.
En cuanto al momento que se toma como punto de referencia temporal para
examinar la irresistibilidad, cabe hacer una distinción. Si se estima que solo debe
atenderse a la insuperabilidad, el punto de referencia será el momento en que ocurre el
suceso. Si, en cambio, se estima que la irresistibilidad se compone de inevitabilidad del
hecho e insuperabilidad de sus consecuencias, habría que hacer una nueva distinción: la
inevitabilidad del hecho toma como punto de referencia el momento de la celebración
del contrato; por su parte, la insuperabilidad -o irresistibilidad en sentido estricto-
considera como punto de referencia el momento en que ocurre el suceso143.
2.5.1.2.3. Exterioridad.
141
Corte Suprema, 10 de noviembre de 2016, rol N° 35563-2016.
142
Corte Suprema, 21 de enero de 2008, rol N° 5055-2006, considerando octavo.
143
TAPIA (2019) p. 116.
144
TAPIA (2019) p. 118.
145
ALESSANDRI (1988) p. 81, CLARO (2013a) pp. 473 y 474, FUEYO (2004) pp. 399-401, RAMOS (2008)
p. 265, ABELIUK (2014b) pp. 970 y 971, MEZA (2007) p. 121, RUZ (2011) p. 293, ALCALDE (2018) pp.
545 y 546. Tapia también termina inclinándose por esta posición (TAPIA (2019) pp. 121 y 122). Por su
parte, Corral, si bien señala que la exterioridad se cumple cuando el hecho es ajeno a la conducta del
deudor y a los riesgos típicos que ha asumido en el contrato, también concluye que lo determinante es que
el hecho sea extraño o exterior a la voluntad del deudor (CORRAL (2010) p. 138).
146
Corte Suprema, 9 de septiembre de 1992 (RDJ, T. 89, N°3, sec. 5°, p. 254); Corte Suprema, 19 de
junio de 2013, rol N° 3725-2002.
perspectiva, no es necesario que el hecho sea materialmente externo a la persona del
deudor. Basta con que esté fuera de su control; así, por ejemplo, una enfermedad grave
sobreviniente, en la medida en que impida cumplir, satisface la exigencia de
exterioridad, pues tal enfermedad no resulta razonablemente imputable a un hecho o
culpa del deudor147. En este orden, la exterioridad se examinaría a la luz del estándar de
diligencia debida según el contrato, tal como acontece respecto de la imprevisibilidad y
la irresistibilidad148.
Desde una perspectiva alternativa -aunque de efectos prácticos idénticos o
similares-, Baraona estima que la exterioridad exige que la causa del impedimento sea
un hecho exterior a la conducta del agente, esto es, un hecho que interrumpa la relación
causal entre la conducta del agente y el resultado149.
Según Brantt, la exterioridad consiste en una exigencia de ajenidad del hecho al
ámbito de riesgos asumidos por el deudor según el contrato. En opinión de la autora -
que en este punto se aleja de la visión de Tapia-, la exterioridad ha de apreciarse con
total desaprensión del estándar de diligencia que corresponda al deudor, a diferencia de
lo que ocurre con la imprevisibilidad y la irresistibilidad, respecto de las cuales, como
viéramos previamente, el mentado estándar cobra importancia y sirve como criterio de
valoración150.
147
TAPIA (2019) pp. 121 y 122.
148
ALCALDE (2018) pp. 558 y 559.
149
BARAONA (1997) p. 175
150
BRANTT (2010) pp. 73-107.
151
BRANTT (2010) pp. 197-202. Cabe referir que la improcedencia del modo de extinguir tampoco es
absoluta: en la medida en que se produzca la pérdida de todos los individuos del género, la obligación sí
se extinguirá (ALESSANDRI (1998) p. 468, PEÑAILILLO (2006) pp. 234 y 235, BRANTT (2010) p. 201, RUZ
(2011) p. 477. Asimismo, a propósito de las obligaciones de género precisado o limitado, CLARO (2013b)
pp. 498 y 499, MEZA (2007) pp. 225 y 226, ABELIUK (2014a) p. 451, ABELIUK (2014b) p. 1383.
152
RODRÍGUEZ (2003) pp. 188 y 189.
2.5.1.4. Caso fortuito y obligaciones de medio y resultado.
156
ALESSANDRI (|988) pp. 81-85, CLARO (2013a) pp. 473-475, MEZA (2007) pp. 121-123, VIAL (2003)
pp. 225-228, RUZ (2011) pp. 292-296.
157
FUEYO (2004) p. 397.
158
BARAONA (1997) p. 175
159
CORRAL (2010) pp. 131 y 132.
160
PIZARRO (2005) pp. 120 y 121, PIZARRO (2010) pp. 166 y 167
161
Tapia señala que “como sea, en ambos casos se termina con la liberación de la obligación de pagar la
indemnización de perjuicios” (TAPIA (2019) p. 16).
162
En esta inconsistencia incurre, por ejemplo, VIAL (2003) pp. 227 y 228,
163
BRANTT (2010) pp. 212-217.
164
En este extremo, cabe transparentar que adherimos a la tesis de que el incumplimiento debe predicarse
respecto de la obligación, no del contrato. En el mismo sentido, CÁRDENAS y REVECO (2018) p. 35.
2.5.1.6. Efectos del caso fortuito.
1. Liberación de responsabilidad.
Este efecto está consignado en el inciso segundo del artículo 1547 (“el deudor no
es responsable del caso fortuito”) y en el inciso segundo del artículo 1558 (“La mora
producida por fuerza mayor o caso fortuito no da lugar a indemnización de
perjuicios”)168. Evidentemente, la exoneración de responsabilidad se mantiene mientras
aquel subsista169.
En derecho comparado, tanto el artículo 79 (5) CISG como los artículos 7.1.7 (4)
Principios UNIDROIT, 8:108 (2) PECL, III.-3:104 (3) DCFR y 90 (1) PLDC
consideran la hipótesis en que el impedimento temporal constituye un incumplimiento
grave, reconociéndose al acreedor la facultad de resolver el contrato. Con la reciente
reforma al Código Civil francés mediante la ordenanza de 10 de febrero de 2016, el
artículo 1218 inciso segundo del mentado Código también reconoce tal opción al
acreedor en caso de que el retraso en el cumplimiento lo justifique.
En el caso del derecho nacional, no existe una disposición que permita
expresamente solicitar la resolución del contrato ante un impedimento temporal 181. No
obstante, a la luz de las mismas razones vertidas previamente, es posible fundar tal
posibilidad. Conforme con el artículo 1558 inciso segundo CC, el caso fortuito no
implica un desconocimiento de la mora, sino una liberación de responsabilidad.
Además, el CC solo atribuye al caso fortuito el efecto de exonerar de responsabilidad,
sin especificar nada respecto de otros remedios182. Siendo así, si existe mora, existe
incumplimiento, de modo que, en la medida en que este sea grave, es posible pedir la
resolución (ex artículo 1489 CC)183.
No es óbice a la anterior conclusión el hecho de que el artículo 1550 CC, en
relación con la imposibilidad absoluta y definitiva de ejecutar una prestación de dar una
especie, especifique que, por regla general, tal riesgo lo asume el acreedor, debiendo
cumplir igualmente con su obligación. En rigor, esa regla solo opera cuando el
impedimento provocado por el caso fortuito es definitivo y se refiere específicamente a
una obligación de dar una especie 184. Si el impedimento es temporal, existirá igualmente
incumplimiento y, si este es grave, resulta posible pedir la resolución del contrato (ex
artículo 1489). Prueba de ello está en el artículo 1926 inciso segundo, que faculta
expresamente al arrendatario para pedir la terminación del contrato ante un
incumplimiento grave y fortuito de la obligación de entrega por parte del arrendador185.
1. Extinción de la obligación.
192
BRANTT (2010) pp. 178 y 179.
193
BRANTT (2010) p. 184.
194
BRANTT (2010) pp. 181-183.
195
Sobre la relación entre la expiración de un plazo esencial y la configuración de un incumplimiento
definitivo, BARAONA (2009) pp. 372-375.
196
En este extremo, cabe transparentar que adherimos a la tesis de que el incumplimiento debe predicarse
respecto de la obligación, no del contrato. En el mismo sentido, CÁRDENAS y REVECO (2018) p. 35. En
contra, De la Maza y Vidal, acaso por la noción amplia que sustentan del incumplimiento -que, según
ellos, tratándose de contratos que establecen obligaciones que no sean de especie, se predica respecto del
contrato como unidad y no tanto respecto de la obligación (DE LA MAZA y VIDAL (2018) pp. 254-259)-,
sostienen que el impedimento definitivo sí configura un incumplimiento. En sus palabras, “cualquiera sea
el suceso y sus consecuencias (temporal o definitivas respecto del cumplimento) existe un
incumplimiento del contrato. En este supuesto, la noción de incumplimiento contractual es neutra, al no
depender de la imputabilidad del deudor. Y si se afirma que hay que incumplimiento, ha de dilucidarse las
consecuencias que produce respecto del deudor afectado por el caso fortuito y del acreedor” ( DE LA
MAZA y VIDAL (2020) s/p, disponible en: https://idealex.press/opinion/columnas/algunas-ideas-para-la-
discusion-del-caso-fortuito/)
2. Aplicación de la teoría de los riesgos en los contratos bilaterales.
197
Como señala Laurent, el antiguo artículo 1138 del Code “después de haber dicho que los riesgos de la
cosa son de cuenta del acreedor, agrega que los riesgos son de cargo del deudor si está en mora; sin
embargo, la mora del deudor no impide que el acreedor sea propietario; he ahí, pues, un caso en que la
cosa no perece para su propietario. Si la cosa perece, ya para el deudor, ya para el acreedor, aunque el
acreedor sea siempre el propietario, se sigue que la cuestión de los riesgos es independiente de la cuestión
de propiedad y que debe decidirse por los principios que rigen las obligaciones” (citado en CLARO
(2013a) p. 606). En contra, consignando los tres criterios como posibles soluciones para los riesgos del
contrato, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 654-657.
198
Dans les contrats ayant pour objet l'aliénation de la propriété ou la cession d'un autre droit, le transfert
s'opère lors de la conclusion du contrat.
Ce transfert peut être différé par la volonté des parties, la nature des choses ou par l'effet de la loi.
Le transfert de propriété emporte transfert des risques de la chose. Toutefois le débiteur de l'obligation de
délivrer en retrouve la charge à compter de sa mise en demeure, conformément à l'article 1344-2 et sous
réserve des règles prévues à l'article 1351-1.
199
ALCALDE (2008) p. 143.
terminación200.
En los instrumentos de derecho uniforme destacan los PECL. En particular,
conforme con el artículo 9:303 (4), si existe una prestación ha devenido absoluta y
definitivamente imposible por causa no imputable, el contrato quedará automáticamente
resuelto, sin necesidad de comunicación alguna y desde el momento en que la
imposibilidad se configure. La misma regla se contempla en el artículo III.-3:104 (4)
DCFR.
Por su parte, los PLDC contemplan una solución similar a la alemana. En
conformidad con el artículo 90 (1), “la imposibilidad sobreviniente total y definitiva
para cumplir una obligación contractual, causada por caso fortuito, extingue la
obligación y libera al deudor. En tal caso, el acreedor puede optar por resolver el
contrato o reclamar la cesión de los derechos y acciones que, en razón de la
imposibilidad, el deudor detenta contra un tercero”. A mayor abundamiento, conforme
con el artículo 90 (2), “si la imposibilidad es parcial o temporal, el acreedor puede
suspender la contraprestación o reducirla en una proporción equivalente, salvo si, como
consecuencia de la imposibilidad, se ve privado de aquello que podía sustancialmente
esperar al tiempo de celebrarse el contrato. En este último supuesto rige la opción
prevista en el punto (1)”.
En los demás instrumentos de derecho uniforme, dado que la imposibilidad
absoluta y definitiva no es más una hipótesis de imposibilidad de cumplimiento, se
permite al acreedor pedir la resolución (artículos 7.1.7 (4) Principios UNIDROIT y 79
(5) CISG). En este sentido, la imposibilidad absoluta y definitiva no elimina la
existencia del incumplimiento, permitiendo al acreedor pedir la resolución con tal que el
incumplimiento sea esencial.
Por lo demás, también en el derecho francés actualmente puede plantearse que la
regla general es que el riesgo sea asumido por el deudor, pues el inciso segundo del
referido artículo 1218 precisa que si, por mor una hipótesis de fuerza mayor, se
configura un impedimento definitivo, el contrato se resuelve de pleno derecho y las
partes son liberadas de sus obligaciones en los términos previstos en los artículos 1351
y 1351-1. En efecto, el artículo 1196, que tiene un ámbito de aplicación más delimitado
(los contratos traslaticios), se alza como una excepción al artículo 1218201.
En el caso nacional, como es sabido, nuestro Código Civil no contempla una
disposición que resuelva de manera general, cualquiera sea la naturaleza de las
obligaciones implicadas, quién, en el marco de un contrato bilateral, ha de soportar el
riesgo de imposibilidad sobrevenida, absoluta, definitiva y no imputable de alguna de
las prestaciones202.
Fiel a su modelo y siguiendo la misma solución existente en el derecho romano
y en el otrora artículo 1138 del Code (actual artículo 1196), el Código solo soluciona el
caso en que la obligación que se ha hecho imposible definitivamente es de especie,
consignando, en su artículo 1550, que el riesgo ha de ser soportado por el acreedor (res
perit creditori), salvo que el deudor esté constituido en mora o se haya comprometido a
entregar la misma cosa a dos o más personas 203. En lo que atañe a la compraventa, el
200
CABRILLAC (2016) pp. 142-144.
201
CABRILLAC (2016) p. 146.
202
Como es sabido, las condiciones de aplicación de la teoría de los riesgos son: a) existencia de un
contrato bilateral; b) que el contrato esté en curso, es decir, que existan obligaciones pendientes de
cumplimiento; c) la configuración de una imposibilidad sobrevenida, absoluta, definitiva y no imputable
(LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 651-653).
203
Para una síntesis de la historia de la regla y de sus posibles justificaciones, CLARO (2013a) pp. 600-
606, ELORRIAGA (2013) pp. 289-294, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 657-660, HENRÍQUEZ (2012) pp.
564-567. Como es sabido, se suele reprochar a Bello que habría copiado irreflexivamente el antiguo
artículo 1820 dispone que el riesgo de pérdida ha de ser soportado por el comprador,
salvo el caso de que la venta esté sujeta a una condición suspensiva y la pérdida se
produzca mientras la condición esté pendiente, pues entonces el riesgo será soportado
por el vendedor. En rigor, la excepción consignada en el artículo 1820 no es propia de la
compraventa, pudiendo aplicarse, por mor artículo 1486 inciso primero 204, a todas las
hipótesis que resulten comprendidas en el ámbito de aplicación del artículo 1550.
En suma, tratándose de hipótesis comprendidas en los artículos 1550 y 1820, la
regla general, difícilmente conciliable con la buena fe contractual 205, con la
interdependencia de las obligaciones206 y con la causa207, es que el acreedor de la
obligación extinguida por pérdida de la cosa tendrá que cumplir igualmente con la
obligación de que es deudor (res perit creditori). Ese es el sentido preciso de que asuma
el riesgo208.
La misma regla se contempla respecto de los riesgos relativos al deterioro
fortuito de la especie debida, los que, por mor de los artículos 1590 inciso tercero y
1486 inciso segundo, son también asumidos por el acreedor209.
Un posible fundamento de esta regla, en todo caso insatisfactorio, proviene del
derecho romano y se encuentra en el hecho de que el acreedor, tanto como se ve
afectado por las pérdidas y deterioros fortuitos, se ve beneficiado por los aumentos y
mejoras, teniendo incluso derecho a los frutos pendientes una vez que se hace exigible
la prestación. El principio es que las ventajas derivadas de aumentos y mejoras debe
disfrutarlas quien corre con los riesgos210. Otras posibles explicaciones, también
provenientes del derecho romano y también insatisfactorias -en el sentido de que no
dotan a la regla de justicia- son la independencia de las obligaciones una vez celebrado
el contrato, el carácter real que en principio tenía el contrato de compraventa y la
artículo 1138 del Code. Se afirma que en el sistema francés la regla está justificada, pues el título
convierte inmediatamente en dueño al acreedor, siendo consistente que sea él quien asuma el riesgo de
pérdida mientras la entrega esté todavía pendiente, habida cuenta de la antiquísima máxima res perit
domino (ALESSANDRI (1988) p. 249, MEZA (2007) p. 131, RAMOS (2008) p. 270, RUZ (2011) pp. 310 y
311). Esta crítica, en rigor, es infundada y falsa en un doble sentido. Primero, porque la regla consignada
en el artículo 1550, según afirman algunos de los mismos críticos (ALESSANDRI (1988) p. 249, MEZA
(2007) p. 131), proviene del derecho romano, en que, pese a distinguirse entre título y modo, se estimó
que, en el contrato de compraventa, el riesgo debía ser asumido por el comprador (CLARO (2013a) pp.
600 y 601, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 659 y 660). A mayor abundamiento, es indiscutible que Bello
conoció la solución romana, sobre si se tiene a la vista que en su obra “Instituciones de derecho romano”
da cuenta de ella (HENRÍQUEZ (2012) pp. 564 y 565). Segundo, porque, si acaso resulta injusto que el
riesgo sea asumido por el acreedor, la regla sería tan injusta en Chile como en Francia, siendo irrelevante,
desde un punto de vista práctico, que en Chile el acreedor no haya adquirido el dominio y en Francia sí,
pues en ambos casos no recibiría nada y tendría que cumplir igualmente con su obligación (LÓPEZ y
ELORRIAGA (2017) pp. 680 y 681). Por lo demás, en estricto rigor, la cuestión de los riesgos en el marco
de un contrato bilateral es siempre independiente del efecto real o personal que este pueda tener.
Poniendo de relieve estos últimos puntos, CLARO (2013a) p. 606, VIAL (2003) p. 124.
204
Según buena parte de la doctrina, el artículo 1486 inciso primero contendría una excepción al artículo
1550, atribuyendo el riesgo al deudor en caso de que su obligación esté sujeta a una condición suspensiva
y la especie se pierda estando pendiente la condición (ALESSANDRI (1988) p. 250, RAMOS (2008) p. 272,
VIAL (2003) p. 129, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 666-668). En contra, ABELIUK (2014b) pp. 1397 y
1398, para quien el artículo 1486 solo pretende brindar una solución al problema de la responsabilidad del
deudor condicional.
205
CLARO (2013a) p. 601.
206
ALESSANDRI (1988) p. 248, ELORRIAGA (2013) p. 296, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 660 y 661.
207
ELORRIAGA (2013) pp. 296 y 297.
208
ALESSANDRI (1988) p. 247. Se trata, en definitiva, de un riesgo del contrato, no de la cosa (LÓPEZ y
ELORRIAGA (2017) pp. 648 y 649).
209
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 657 y 658.
210
HENRÍQUEZ (2012) pp. 567-569. Para una crítica a este fundamento, ELORRIAGA (2013) pp. 294-298.
influencia de reglas especiales a propósito de las ventas de bienes fiscales (en que el
riesgo lo soportaba siempre el comprador a fin de resguardar el interés fiscal), la
influencia de las ventas de comercio marítimo (en que el vendedor quedaba libre de los
riesgos de naufragio una vez entregada la cosa en el puerto de embarque), la influencia
de la venta de vinos (en que el comprador soportaba los riesgos de deterioro por ser
estos de ordinaria ocurrencia), entre otros211.
La regla, en todo caso, y según estima la doctrina, podría ser alterada por
estipulación de las partes212. El artículo 142 del Código de Comercio consagra
expresamente tal posibilidad para la compraventa mercantil. En este sentido, ya sea en
un contrato civil o mercantil, de atribuirse el riesgo de pérdida fortuita al deudor, la
obligación recíproca también se extinguirá y el contrato se entenderá resuelto de pleno
derecho213.
En nuestra opinión, conviene tener presente que al menos una de las excepciones
contempladas en el artículo 1550, a saber, la relativa a que la pérdida se produzca
estando en mora el deudor, no implica que el riesgo sea asumido por el deudor, es decir,
no implica que ambas obligaciones se extingan y el contrato se resuelva de pleno
derecho. En rigor, a la luz del artículo 1672, si la especie se pierde durante la mora del
deudor, la obligación no se extinguirá, sino que cambiará de objeto, debiéndose ahora el
precio de la especie, más indemnización de perjuicios, si fuere el caso (HACER
CITAS)). En consecuencia, en esta hipótesis particular, no cobrará aplicación la teoría
de los riesgos. En este sentido, el artículo 1550, al referirse al caso en que la pérdida se
produce durante la mora del deudor, no está refiriendo una hipótesis en que rija una
regla res perit debitori, sino que está excluyendo la referida hipótesis de su ámbito de
aplicación214.
En lo que respecta a la otra excepción, esto es, el caso en que el deudor se haya
comprometido a entregar la misma cosa a dos o más personas, cobra pleno sentido la
imposición de la regla res perit debitori, implicando esta que la obligación recíproca se
extingue. La justificación no reside realmente en sancionar la mala fe del deudor, sino
en evitar que este, no pudiendo entregar la especie a ninguno de sus acreedores (por
haberse perdido fortuitamente), esté habilitado para exigirles las contraprestaciones, lo
que generaría un evidente enriquecimiento injusto215.
Más allá de los artículos 1550 y 1820, el artículo 1996 inciso segundo impone la
misma regla general antes referida (res perit creditori) para el caso en que el contrato
para la confección de una obra material se concibe como venta, lo que sucede cuando es
211
ELORRIAGA (2013) pp. 291-293.
212
ALESSANDRI (1988) p. 250, CLARO (2013a) p. 600, ABELIUK (2014b) p. 1396, RAMOS (2008) p. 272,
VIAL (2003) p. 129, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) p. 664, DE LA MAZA y VIDAL (2018) p. 267.
213
Como señala Claro, si se extingue la obligación recíproca, “habría que decir que la imposibilidad
fortuita de la obligación de dar la cosa ha puesto término al contrato, puesto que todas las obligaciones
nacidas de él se han extinguido” (CLARO (2013a) p. 600). Con todo, el mismo autor postula que, de
asumir convencionalmente el riesgo de la pérdida el deudor, ello implica que deberá el valor de la
especie, sin poder exigir al acreedor el cumplimiento de la obligación recíproca (CLARO (2013a) p. 607).
En nuestra opinión, el prestigioso jurista confunde en este extremo la cuestión de los riesgos en un
contrato bilateral (que presupone la extinción de la obligación de especie cuando esta se ha perdido) con
una mera asunción del riesgo de la pérdida fortuita de la cosa (que evita el efecto de extinción de la
obligación, dando lugar a la perpetuatio obligationis).
214
En contra, algunos autores sostienen que en esta hipótesis el deudor se mantiene obligado (al precio
más indemnización de perjuicios) y el acreedor resulta liberado. Esa sería la consecuencia que debiese
extraerse de que el riesgo sea asumido por el deudor (VIAL (2003) pp. 125-128, LÓPEZ y ELORRIAGA
(2017) p. 662). Nos parece que esta interpretación quebranta absolutamente el sinalagma propio de todo
contrato bilateral y asume criterios punitivos ajenos al derecho civil.
215
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 663 y 664.
el mismo artífice el que suministra la materia. En todo caso, en esta hipótesis particular,
para que se entienda celebrada la compraventa y el riesgo sea asumido por el comprador
(quien encargó la obra) es necesario que este haya dado su aprobación a la obra o se
constituya en mora de declarar si aprueba o no; antes de cualquiera de estas dos
circunstancias, el riesgo es asumido por el vendedor (artífice). Se trata, en suma, de una
compraventa condicional, aplicándose la misma lógica contenida en el artículo 1820,
que también atribuye el riesgo al vendedor cuando la especie perece estando pendiente
la condición216.
Otras disposiciones que también imponen la regla res perit creditori son los
artículos 2084 inciso primero (riesgo de pérdida del aporte en propiedad en la
sociedad)217, 1821 incisos primero y segundo (riesgo de las cosas que suelen venderse a
peso, cuenta o medida)218 y 1823 (riesgo de las cosas que se venden o suelen venderse a
prueba)219. El artículo 142 del Código de Comercio también contempla la misma
solución y el artículo 143 contempla varias hipótesis en que se reproducen las
soluciones dadas por el Código Civil.
En suma, en los casos antes revisados, se impone siempre la regla res perit
creditori, conforme con la cual, una vez perfeccionado el contrato, los riesgos a que está
sujeta la prestación se trasladan al acreedor220.
En el caso de que la materia sea suministrada por quien encargó la obra, la
distribución del riesgo cambia. El artículo 2000 inciso segundo establece que el riesgo
216
En contra, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 665 y 666, estiman que el artículo 1996 inciso segundo
constituye una excepción al artículo 1550, en cuanto, mientras no exista aprobación o mora de quien
encargó la obra, el riesgo es de cargo del artífice (res perit debitori). En nuestra opinión, ello no es
efectivo. La regla es consistente con los artículos 1550 y 1820, pues la atribución del riesgo al artífice
mientras no exista aprobación se sustenta en que el contrato se mira jurídicamente como una venta
condicional (ex artículo 1996 inciso primero). En este sentido, una vez cumplida la condición y, por tanto,
perfeccionado realmente el contrato, se impone la regla res perit creditori. Estando pendiente la
condición, no hay realmente contrato y, por ende, más que imponerse la regla res perit debitori, se
impone la regla res perit domino. Los mismos autores vislumbran esta explicación (LÓPEZ y ELORRIAGA
(2017) p. 666, nota al pie N° 1153).
217
Una interpretación diversa sustentan LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 669 y 670, quienes asumen que la
disposición asume la premisa de que el aporte ya se ha realizado y que, por tanto, la regla impuesta es res
perit domino, pues el riesgo es asumido por la propietaria de la especie, es decir, la sociedad. No obstante,
sin descartar que tal interpretación es plausible, lo determinante es que el socio podrá participar
igualmente en la distribución de beneficios, pudiendo exigir los pagos que corresponda a la sociedad,
circunstancia que, en nuestra opinión, demuestra que la regla impuesta no es sino res perit creditori.
Además, la norma dice expresamente “si se aporta la propiedad, el peligro de la cosa pertenece a la
sociedad según las reglas generales, y la sociedad queda exenta de la obligación de restituirla en especie”.
La alusión a las “reglas generales” no debe entenderse sino a las reglas establecidas en el artículo 1550.
La aclaración de que la sociedad no debe restituir la cosa en especie no obsta a su derecho a participar en
los beneficios de la sociedad. A mayor abundamiento, no existe ninguna razón de texto para estimar que
el artículo 2084 inciso primero asume la premisa de que el aporte ya fue enterado. Por el contrario, si el
aporte está todavía pendiente y se hace imposible por caso fortuito, debiese regir justamente el artículo
2084, que no distingue, y que se remite a las reglas generales.
218
Respecto de la hipótesis regulada en el inciso segundo se discute si el ajuste del precio y el peso,
cuenta o medida de las cosas vendidas constituyen condiciones de las que pende el perfeccionamiento del
contrato, condiciones de las que pende el nacimiento de la obligación del vendedor, o condiciones de las
que pende simplemente la imposición de la regla res perit creditori. Como sea, está claro que la solución,
al igual que la contemplada en el inciso primero, es consistente con los artículos 1550 y 1820 (LÓPEZ y
ELORRIAGA (2017) pp. 673 y 674).
219
Se trate de una venta condicional o de una hipótesis en que no existe contrato siquiera condicional
antes de la declaración de agrado, lo cierto es que se aplica la misma lógica de los artículos 1550 y 1820.
La única particularidad que podría presentarse es que el comprador ya tenga la cosa en su poder al
momento en que manifiesta que le agrada (LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 674 y 675).
220
Enunciando la regla res perit creditori en el sentido referido, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) p. 655
de que perezca la materia suministrada por el que ordenó la obra será asumido por este,
permitiendo al artífice exigir el precio o salario con tal que se configure cualquiera de
los siguientes casos: a) que la obra haya sido reconocida y aprobada por quien la
encargó; b) que quien encargó la obra esté en mora de reconocerla y aprobarla; c) que la
cosa construida perezca por vicio de la materia suministrada por el que encargó la obra,
salvo que el vicio sea de aquellos que el artífice por su oficio haya debido conocer o
que, conociéndolo, no haya dado aviso oportuno. Fuera de estos casos (que, en todo
caso, son bastante comprensivos), el riesgo lo asume el artífice, es decir, rige la regla
res perit debitori221.
La explicación del artículo 2000, al menos en lo que atañe a los casos en que se
reconoce al artífice el derecho a exigir el precio o salario, reside en que su inciso
primero, al disponer que la pérdida de la materia recae sobre su dueño, consagra la regla
res perit domino, siendo quien encarga la obra quien debe soportar la pérdida del
material que ha suministrado222. Con todo, la solución contemplada en la regla tercera
del inciso segundo no constituye una concreción de la máxima res perit dominio (pues
la regla tercera no se refiere al perecimiento de la materia, sino de la cosa construida),
sino, derechamente, la atribución del riesgo al acreedor (res perit creditori). Su
justificación particular estriba en el hecho de que el perecimiento de la cosa construida
se debe a la mala calidad de la materia que él mismo suministró.
Ya en una línea diversa, el Código Civil se ocupa de brindar una solución para el
caso del contrato de arrendamiento de cosa. En concreto, conforme con el artículo 1950
N° 1, si se destruye totalmente la cosa arrendada, termina el contrato. Así, el artículo
1996 inciso segundo se distancia de los artículos 1550 y 1820, atribuyendo el riesgo de
la pérdida al arrendador, quien, en consecuencia, no podrá seguir exigiendo el pago de
la renta (res perit debitori)223.
En lo que atañe a las obligaciones de género, ya hemos referido que el artículo
1510 establece que “la pérdida de algunas cosas del género no extingue la obligación”,
de modo que, estando muy delimitada la configuración de la imposibilidad sobrevenida,
el Código no contempla una regla que determine quién ha de soportar el improbable
riesgo de imposibilidad224. En este sentido, el artículo 1510 no hace más que atribuir al
deudor el riesgo de pérdida de los individuos que posea del género, aclarando que no se
extingue la obligación (al menos no mientras existan otros individuos del género)225.
Por lo demás, el Código no contempla una solución general para los casos en
que la obligación que se extingue por imposibilidad definitiva es de hacer o no hacer.
Así, por ejemplo, a propósito del contrato para la confección de una obra material, el
artículo 2000 nada dice respecto al caso en que la obra se torne absoluta y
definitivamente imposible por caso fortuito, sin que en ello haya desempeñado papel
alguno la mala calidad de la materia suministrada por quien encargó la obra. Nada se
señala tampoco respecto del mandato y de los contratos de prestación de servicios.
Según estima la doctrina, en tales casos no cabe aplicar el artículo 1550 -que,
221
ABELIUK (2014b) p. 1397.
222
ALESSANDRI (1998) p. 249 y 250.
223
Desde una perspectiva diversa -aunque, para este caso, de resultados prácticos idénticos, López y
Elorriaga estiman que la disposición es una concreción de la regla res perit domino (LÓPEZ y ELORRIAGA
(2017) p. 664).
224
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) p. 671, ABELIUK (2014b) p. 1399.
225
BRANTT (2010) pp. 197-202. Cabe referir que la improcedencia del modo de extinguir tampoco es
absoluta: en la medida en que se produzca la pérdida de todos los individuos del género, la obligación sí
se extinguirá (ALESSANDRI (1998) p. 468, PEÑAILILLO (2006) pp. 234 y 235, BRANTT (2010) p. 201, RUZ
(2011) p. 477. Asimismo, a propósito de las obligaciones de género precisado o limitado, CLARO (2013b)
pp. 498 y 499, MEZA (2007) pp. 225 y 226, ABELIUK (2014a) p. 451, ABELIUK (2014b) p. 1383.
por sus condiciones de aplicación, solo operaría tratándose de compraventas o permutas
no condicionales de especies o cuerpos ciertos 226-, debiendo entenderse que el riesgo
debe asumido por el deudor (res perit debitori)227. La consecuencia de ello es que el
contrato se entendería extinguido de pleno derecho 228, pues, como dice Claro, si se
extingue la obligación recíproca, “habría que decir que la imposibilidad fortuita de la
obligación de dar la cosa ha puesto término al contrato, puesto que todas las
obligaciones nacidas de él se han extinguido” 229. En este sentido, el mismo Claro, con su
sempiterna sabiduría, afirma que “en una obligación de hacer, en que el acreedor ha
estipulado la ejecución de una obra, es indiscutible que ha subordinado el pago a la
entrega de la obra contratada; y si esta se ha hecho imposible nada deberá: el contrato
quedará disuelto por la sola imposibilidad del deudor de la obra de ejecutarla”230.
Desde una perspectiva diversa, podría entenderse que la imposibilidad
sobrevenida, pese a extinguir la obligación, igualmente configura un caso de
incumplimiento, quedando habilitado el acreedor para solicitar la resolución del
contrato231. Ciertamente, en los casos en que la propia ley reconoce como derecho
potestativo la facultad de terminar unilateralmente del contrato (como ocurre en el
mandato y en los contratos de prestación de servicios, ex artículos 2118 y 2163 N° 3), la
tesis recién referida no resulta particularmente problemática. No obstante, fuera de estos
casos, habría que asumir que la obligación que se ha hecho imposible está incumplida,
de modo que su acreedor puede, a la luz del artículo 1489, pedir la resolución. Con todo,
si se asume que el cumplimiento o incumplimiento se debe predicar respecto de las
obligaciones232, y que aquella que se ha hecho imposible definitivamente está
extinguida, no es consistente plantear la existencia de un incumplimiento. En este orden,
el artículo 1545, que consagra la fuerza obligatoria de los contratos, apoyaría una
solución análoga a la contemplada en el artículo 1550. En nuestra opinión, la cuestión
puede ser solucionada entendiendo que la imposibilidad sobrevenida configura una
hipótesis de frustración del fin del contrato, configurándose una hipótesis de resolución
en los términos que precisaremos cuando tratemos esta institución. De esta manera se
evita la aplicación de una regla análoga al artículo 1550, que ciertamente no constituye
una solución que se avenga con la interdependencia de las obligaciones ni con el
equilibrio contractual, además de apartarse de la regla existente en derecho
comparado233.
1. Cuando el caso fortuito sobreviene por culpa del deudor. Así lo señala el
artículo 1547 inciso segundo, y aplican este principio los artículos 1590 inciso primero
y 1672 inciso segundo. En verdad, si el hecho proviene por culpa del deudor, resulta
226
ALESSANDRI (1988) pp. 245, 246 y 249, RAMOS (2008) p. 271.
227
ALESSANDRI (1988) p. 249, ABELIUK (2014b) p. 1400, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 661 y 662, DE
LA MAZA y VIDAL (2018) p. 267.
228
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) p. 682.
229
CLARO (2013a) p. 600.
230
CLARO (2013a) p. 600.
231
DE LA MAZA y VIDAL (2020) s/p, disponible en: https://idealex.press/opinion/columnas/algunas-ideas-
para-la-discusion-del-caso-fortuito/ En contra, aunque por razones que no compartimos (la necesidad de
un incumplimiento imputable a culpa o dolo, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) p. 682).
232
CÁRDENAS y REVECO (2018) p. 35.
233
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 660, 661, 677-682.
impropio hablar de caso fortuito, pues el hecho le sería imputable.
2. Cuando sobreviene durante la mora del deudor. Así lo dice el artículo 1547
inciso segundo, y lo reiteran los artículos 1672 y 1590 inciso primero.
Esta excepción no rige si el caso fortuito igualmente hubiere sobrevenido si el
acreedor hubiere tenido en su poder la cosa debida; artículos 1547 inciso segundo, 1590
inciso primero y 1672 inciso segundo.
3. Cuando se ha convenido que el deudor responda del caso fortuito. Ello puede
establecerse en virtud del principio de la autonomía de la voluntad y de lo dicho en los
artículos 1547 inciso final, 1558 inciso final y 1673.
4. Cuando la ley, de acuerdo con el artículo 1547 inciso final, pone el caso
fortuito de cargo del deudor. Así ocurre, por ejemplo, respecto del que ha hurtado o
robado una cosa (artículo 1676). Algunos autores mencionan el caso contemplado para
el colono (arrendatario de predio rústico) en el artículo 1983 inciso primero, en cuanto
“no tendrá derecho para pedir rebaja del precio o renta, alegando casos fortuitos
extraordinarios, que han deteriorado o destruido la cosecha”. No obstante, en esta última
hipótesis el caso fortuito no opera ni como modo de extinguir ni como causal de
exoneración de responsabilidad; la norma simplemente excluye la posibilidad de
revisión del contenido del contrato por la concurrencia de circunstancias imprevistas.
Los artículos 1547 inciso tercero y 1674 establecen que incumbe la prueba del
caso fortuito al que lo alega. Estas disposiciones constituyen una aplicación de la regla
general de onus probandi contemplada en el artículo 1698, según la cual corresponde la
prueba de la extinción de una obligación al que alega esta circunstancia.
Antes de que la ley 20.667 reformara al título VIII, libro II, del Código de
Comercio, denominado “del contrato de seguro”, constituía una excepción a la regla de
que el caso fortuito debe probarse el anterior artículo 539 del Código de Comercio: “el
siniestro se presume ocurrido por caso fortuito, pero el asegurador puede acreditar que
ha sido causado por un accidente que no le constituye responsable de sus consecuencias,
según la convención o la ley”.
La ley 20.667 perfecciona la regla, disponiendo que el siniestro se presume
ocurrido por un evento que hace responsable al asegurador. En efecto, el actual artículo
531 dispone: “Presunción de cobertura y excepciones. El siniestro se presume ocurrido
por un evento que hace responsable al asegurador. El asegurador puede acreditar que el
siniestro ha sido causado por un hecho que no lo constituye en responsable de sus
consecuencias, según el contrato o la ley”. De esta manera, no es relevante que el
siniestro constituya para el asegurado un caso fortuito; basta con que se enmarque en la
cobertura pactada (de hecho, conforme al artículo 570, en el caso del seguro de
responsabilidad civil, “el asegurador se obliga a indemnizar los daños y perjuicios
causados a terceros, de los cuales sea civilmente responsable el asegurado”, por lo que
mal podría presumirse que el siniestro en estos casos ocurre por un caso fortuito).
241
ABELIUK (2014b) pp. 979 y 980.
242
VIAL (2003) pp. 225, 227 y 228.
243
CORRAL (2010) pp. 131 y 132.
244
Por todos, GARCÍA (2002) pp. 158-165.
245
BARROS (2008) pp. 416-419, TAPIA (2019) pp. 134 y 135, CÁRDENAS y REVECO (2018) p. 397.
siendo estricta la responsabilidad del deudor246.
En una visión diversa -a la que nosotros adherimos-, autores como García,
Brantt, De la Maza y Vidal estiman que la diligencia que debe probar el deudor de una
obligación de medio para quedar exonerado es la diligencia promotora, esto es, la
diligencia que impone la adopción de las medidas tendientes a superar los obstáculos
que hagan peligrar la satisfacción del interés del acreedor; si se prueba que se ha
observado este estándar de diligencia, que es externo al estándar de diligencia
integrador o propio de la prestación (cuya inobservancia deberá probar el acreedor para
efectos de que se configure el incumplimiento), no se incurrirá en una hipótesis de
ausencia de culpa, sino de caso fortuito, en tanto han concurrido circunstancias
imprevistas e imposibles de resistir que exceden el nivel de diligencia que impone el
deber de promoción247.
Por último, cabe reiterar que, si se rechazara la distinción entre diligencia
integradora y diligencia promotora, siendo una sola la diligencia debida, resultaría
inconsistente plantear que el deudor, conforme con su deber de diligencia, tiene el deber
de superar los obstáculos imprevisibles y, a la vez, sostener que, si la obligación es de
medios, basta con que se exonere probando su diligencia. Si la diligencia debida le
impone prever y resistir, no se aprecia cómo podría estimarse probada la diligencia con
el solo hecho de prever.
Por ejemplo, si el del capitán del barco que, en peligro de naufragar, lanza al mar
las mercaderías que transporta: ¿debe responder?
Sin embargo, el caso planteado por la norma precitada podría explicarse en tanto
el comodatario responde hasta de culpa levísima, por lo que no es posible desprender
conclusiones generales. Por lo demás, el riesgo de destrucción de una cosa propia no
necesariamente implica un mal mayor que la destrucción de la cosa que se tiene a título
de comodato. Para que el estado de necesidad opere como causal de exoneración el mal
mayor que se pretende evitar debiese referirse a intereses más caros que el mero deseo
de conservar una cosa propia.
2.5.5.1. Prevención.
269
EBERS (2016) pp. 38 y 39.
270
ALBIEZ (2002) pp. 1194 y 1195.
271
CARRASCO (2017) p. 980.
272
DE LA MAZA (2011) pp. 315 y 316, MOMBERG (2010a) pp. 54-56.
273
CABRILLAC (2016) p. 122.
adaptación274.
El artículo 1195 del Code sigue la línea de los instrumentos de derecho uniforme
recién referidos, estableciendo que la parte afectada puede solicitar a la otra la
renegociación de los términos del contrato, manteniéndose el contrato en los mismos
términos durante la renegociación. Luego, en caso de rechazo o fracaso de la
renegociación, las partes pueden acordar la terminación del contrato, en la fecha y bajo
las condiciones que determinen, o pedirle al juez que lo adapte. En ausencia de un
acuerdo dentro de un tiempo razonable, el juez puede, a solicitud de una parte, revisar el
contrato o declarar su extinción en la fecha y en las condiciones que fije.
También el legislador argentino sigue una solución acorde a los instrumentos de
derecho uniforme. En particular, conforme con el artículo 1091 del Nuevo Código Civil
y Comercial de la Nación, la parte afectada por un cambio imprevisible y extraordinario
de circunstancias tiene derecho a plantear extrajudicialmente, o pedir ante un juez, por
acción o como excepción, la terminación total o parcial del contrato, o su adecuación.
Antes de revisar los requisitos para que opere la teoría de la imprevisión, las
bases normativas para una eventual aplicación de la teoría en Chile y las modalidades
que, conforme a ellas, podría adoptar, cabe mencionar que, salvo algunas sentencias
aisladas y algunos proyectos de ley 275, hasta ahora no ha existido voluntad legislativa
para su positivización ni jurisprudencial para su construcción y desarrollo sobre la base
de reglas y principios contemplados en el Código Civil. Como puede apreciarse, esta
pasividad contrasta con la evolución existente en derecho comparado. Según Momberg,
una posible explicación de esta actitud de reticencia, al menos en lo que atañe a la
actividad legislativa, está en la histórica desconfianza que el legislador chileno muestra
hacia la actividad de los jueces 276. A ello cabe añadir el claro conservadurismo que se
aprecia en la jurisprudencia civil, que no se ha caracterizado por la construcción y
desarrollo de instituciones que tiendan a resguardar el equilibrio contractual 277.
Obviamente, atendida la situación que vivimos a propósito del brote de COVID-
19, quizá no sea tan iluso esperar que el legislador o la jurisprudencia muestren al fin
algo de interés por el equilibrio contractual. De hecho, como veremos, existe un reciente
proyecto que pretende incorporar la solución francesa a nuestro Código Civil278.
290
PEÑAILILLO (2000) pp. 230 y 231.
291
Momberg se manifiesta en el similar sentido, precisando, no obstante, que a su juicio la teoría cobra
utilidad a propósito de obligaciones contractuales y de obligaciones con fuente en la declaración
unilateral de voluntad del deudor (MOMBERG (2010b) pp. 60 y 61).
292
Peñailillo sostiene que debe admitirse tanto la revisión como la resolución, reconociendo, no obstante,
que, por mor del principio de conservación de los contratos, la resolución debiese reservarse para casos
extremos y operar sin retroactividad (PEÑAILILLO (2000) p. 225).
293
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 319-344.
294
MOMBERG (2010a) pp. 56 y 57.
295
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 323 y 324, ABELIUK (2014b) p. 991, RAMOS (2008) p. 278, CORRAL
(2010) p. 246, DE LA MAZA (2011) pp. 299 y 300, CAPRILE (2007) p. 198.
acogerían la teoría de la imprevisión son: el artículo 1496, que admite la caducidad del
plazo por causas sobrevinientes; el artículo 2180, a propósito del comodato, en cuanto
autoriza para pedir la restitución anticipada de la cosa prestada si surge para el
comodante una necesidad imprevista y urgente; el artículo 2227, que, en el marco del
depósito, permite que el depositario restituya anticipadamente la cosa si esta peligra o le
causa perjuicios; el artículo 2348 N° 3, que reconoce al acreedor el derecho de exigir
fianza al deudor cuya ausencia del territorio nacional se tema y que carezca de bienes
suficientes para la seguridad de la obligación 296. En nuestra opinión, salvo el caso del
artículo 2227, ninguna de las restantes disposiciones refleja realmente un indicio de
revisión o terminación por excesiva onerosidad sobreviniente, pues no dan cuenta de
prestaciones cuyo valor haya aumentado o disminuido excesivamente a consecuencia de
circunstancias imprevistas. Por lo demás, la caducidad legal del plazo se establece
justamente para evitar que el valor de la prestación debida se vea disminuido297.
En la vereda contraria, existen disposiciones que rechazan expresamente la
posibilidad de revisión. En esta línea, el mismo artículo 2003, ahora en su regla 1ª,
dispone que “el empresario no podrá pedir aumento de precio, a pretexto de haber
encarecido los jornales o los materiales, o de haberse hecho agregaciones o
modificaciones en el plan primitivo”. En el mismo sentido, el artículo 1983 inciso
primero, a propósito del arrendamiento de predios rústicos, dispone que “el colono no
tendrá derecho para pedir rebaja del precio o renta, alegando casos fortuitos
extraordinarios, que han deteriorado o destruido la cosecha”298.
Así las cosas, el problema que subsiste es el relativo a aquellas situaciones
respecto de las que no existe una regla especial. Al respecto, algunos autores, si bien
manifiestan que una eventual introducción legal de la figura resultaría conveniente -en
la medida en que sus requisitos de aplicación sean exigentes, de modo que su aplicación
sea excepcional-, sostienen que no existen bases suficientes para su admisión en Chile,
debiendo regir, a falta de una regla expresa, la intangibilidad de los contratos (ex
artículo 1545), todo ello con el fin de que no se merme la seguridad jurídica y la
estabilidad del tráfico299. En esta línea, se dice que, si el Código permite la revisión en
ciertos casos, es justamente porque la regla general es la intangibilidad mientras no se
configure una imposibilidad absoluta300. Por su parte, la jurisprudencia, de manera
previa a 2006, sin haberse pronunciado específicamente sobre la teoría de la
imprevisión, había manifestado un respeto irrestricto por la intangibilidad de los
contratos, añadiendo que los tribunales no están dotados de facultades expresas para
revisar el contenido de contratos en curso, de modo que, si lo hacen, infringen el
artículo 1545. Señera en este sentido es sentencia de 10 de enero de 1925, de la Corte
Suprema301.
296
Refiriendo estos ejemplos, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) p. 324, ABELIUK (2014b) pp. 990 y 991,
RAMOS (2008) p. 278, PEÑAILILLO (2000) p. 232, nota al pie N° 51.
297
El mismo Abeliuk reconoce esto (ABELIUK (2014b) p. 991).
298
ABELIUK (2014b) pp. 990 y 991.
299
DE LA MAZA (1933) pp. 73-158, ABELIUK (2014b) p. 992, MEZA (2007) p. 129, BARCIA (2004) pp.
161-163. Por su parte, Ramos, siguiendo a De la Maza (Lorenzo), señala que, si bien existen varias
interpretaciones que pretenden fundar la aplicabilidad de la teoría de la imprevisión, todas son poco
aceptables (RAMOS (2008) p. 279).
300
CORRAL (2010) p. 252. En contra de este argumento, estimando que los preceptos que permiten la
revisión dan cuenta del espíritu general que existe respecto a la materia, ALCALDE (2007) p. 362.
301
Corte Suprema, 10 de enero de 1925 (G.T. 1925, primer semestre, p. 23; RDJ, tomo 23, sec. 1°, p.
423). Posteriormente, reforzando este entendimiento rígido de la fuerza obligatoria de los contratos, RDJ,
tomo 7, sec. 1°, p. 342; RDJ, tomo 9, sec. 1°, p. 33; RDJ, tomo 20, sec. 1°, p. 257; RDJ, tomo 22, sec. 1°,
p. 655; RDJ, tomo 23, sec. 1°, p. 318; RDJ, tomo 23, sec. 1°, p. 318; RDJ, tomo 23, sec. 1°, p. 387; RDJ,
tomo 32, sec. 1°, p. 43; RDJ, tomo 41, sec. 1°, p. 144; y RDJ, tomo 41, sec. 1°, p. 396. En el último
No obstante, son varios los autores que estiman que en nuestro ordenamiento
jurídico existen bases normativas suficientes para hacer procedente la revisión por
excesiva onerosidad sobreviniente302. Entre estos, hay quienes promueven, además, una
introducción legal de la figura 303 y otros que estiman que es mejor mantener la
regulación actual, de modo que la aplicación de la teoría sea algo excepcional 304.
En general, dejando de lado la equidad y la función integradora que esta,
conforme con el artículo 170 N° 5 del Código de Procedimiento Civil, podría cumplir
ante el vacío existente en nuestro Código Civil 305, pueden distinguirse siete
aproximaciones para fundar la aplicabilidad de la teoría de la imprevisión 306, las que
pueden o no resultar compatibles entre sí:
A la luz del artículo 1560 CC, que establece que “conocida claramente la
intención de los contratantes, debe estarse a ella más que a lo literal de las palabras”,
cabe presumir que los términos han sido pactados por las partes teniendo a la vista las
circunstancias presentes al momento de la celebración del contrato. Por ende, si, a
consecuencia de circunstancias sobrevinientes, imprevisibles y ajenas a la esfera de
riesgos asumida por cada parte, se configura una excesiva onerosidad para alguna de
ellas, el juez debe adaptar los términos del contrato, teniendo a la vista lo que las partes
tiempo, destaca Corte Suprema, 9 de septiembre de 2009, rol N° 2651-2008. La sentencia rechaza la
aplicación de la teoría de la imprevisión basándose para ello en las razones que al respecto otorga
Abeliuk.
302
FUEYO (2009) p. 780, LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 332-335, DÖRR (1985) pp. 264-270,
PEÑAILILLO (2000) pp. 232-235, MOMBERG (2008) p. 657, ALCALDE (2007) p. 362. Peñailillo sostiene
que debe admitirse tanto la revisión como la resolución, reconociendo, no obstante, que, por mor del
principio de conservación de los contratos, la resolución debiese reservarse para casos extremos y operar
sin retroactividad (PEÑAILILLO (2000) p. 225).
303
PEÑAILILLO (2000) pp. 232, 234 y 235. Momberg, por su parte, señala que la existencia de una
regulación expresa permitiría zanjar aquellos aspectos que resultan problemáticos, como el ámbito de
aplicación de la teoría, los requisitos para que opere y sus efectos. De esta manera, una regulación expresa
generaría mayor seguridad jurídica, pues se evitaría la existencia de fallos que, sobre la base de los textos
actualmente vigentes, puedan arribar a soluciones disímiles o contradictorias (MOMBERG (2010b) pp. 33,
37 y 43).
304
FUEYO (2009) pp. 780 y 781, ILLANES y DÖRR (2000) pp. 221-231.
305
DÖRR (1985) pp. 269 y 270. En un sentido similar, ALCALDE (2007) pp. 362 y 363, aunque este autor
funda la función integradora de la equidad en el artículo 24 del CC, siendo que esta última disposición, en
rigor, solo consagra su función de auxiliar en la interpretación de enunciados normativos.
En contra de acudir a la equidad, Barcia afirma que esta se construye sobre una noción de justicia
distributiva, inadecuada para solucionar los problemas de imprevisión, que requieren ser rectificados con
criterios de justicia conmutativa (BARCIA (2004) p. 161).
306
López y Elorriaga distinguen entre tres posturas mal fundadas y tres bien fundadas. Estarían mal
fundadas la que justifica la revisión judicial en la cláusula rebus sic stantibus, la que la justifica en la
proscripción del enriquecimiento sin causa y la que la justifica en la proscripción del abuso del derecho.
Por su parte, estarían bien fundadas la que la justifica en reglas de responsabilidad contractual, la que la
justifica en la buena fe objetiva y la que la justifica en el método de la libre investigación del juez (LÓPEZ
y ELORRIAGA (2017) pp. 326-335). En nuestra opinión, la última postura no merece siquiera un
tratamiento especial, pues se trata de un método no jurídico que, por sí solo, no sirve para fundar
normativamente la revisión de un contrato en curso. Con todo, los referidos autores sugieren que este
método puede servir como una herramienta al juez que se encuentra en la disyuntiva de revisar o no el
contenido del contrato a la luz de las exigencias de la buena fe. El método, en general, consiste en
verificar si la revisión es moralmente justa y luego, en caso afirmativo, si es económicamente útil. La
primera verificación es sencilla y normalmente justifica la revisión; la segunda, en cambio, no es tan
simple, debiéndose tener a la vista que la revisión de un contrato puede generar un efecto en cadena en
determinados mercados (LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 334 y 335).
habrían querido de haber considerado estas nuevas circunstancias.
Como explica Accatino, en rigor, si se asumiera una concepción voluntarista del
contrato, no podría estimarse que, ante un cambio sobrevenido e imprevisible de las
circunstancias, la distribución de riesgos pactada resulte obligatoria. En un escenario
así, los términos del contrato nada dirían acerca de cuál es la distribución de riesgos que
habrá de regir entre las partes, justificándose, en consecuencia, que el juez intervenga,
reconstruyendo, hasta donde sea posible, la voluntad de las partes307.
Criticando esta aproximación, Abeliuk señala que “esta tesis olvida que el
precepto habla de la intención de las partes, de ambas, y la del acreedor es
evidentemente que se cumpla su obligación” 308. Evidentemente, la crítica del referido
autor es débil y simplista, pues la tesis no propone prescindir del interés del acreedor ni
de su voluntad, sino reconstruir la voluntad probable de ambas partes de haber
considerado las circunstancias sobrevinientes.
Más allá de la crítica recién descrita, algunos autores, que llegan a afirmar que
esta tesis “es un franco absurdo”, señalan que la cláusula es artificial y fantasiosa, pues,
si de verdad las partes hubiesen vislumbrado la regla rebus sic stantibus y hubiesen
deseado la revisión ante un cambio de circunstancias, la habrían estipulado
expresamente309.
Parece un poco exagerado que una tesis cuyas bases más remotas están en el
derecho romano, que cuenta con contribuciones de juristas medievales como Bartolo y
Baldo y que durante bastante tiempo gozó de prestigio 310, sea catalogada en Chile como
un “franco absurdo”. A mayor abundamiento, varias de las otras bases normativas que
se proponen para aplicar la teoría reconducen a la construcción de la regla rebus sic
stantibus311, pues el quid de la excesiva onerosidad sobrevenida consiste en que el
cambio imprevisible de circunstancias genera un escenario diverso a aquel que las
partes proyectaron y en conformidad al cual distribuyeron riesgos en el contrato. En
consecuencia, la revisión o terminación se justifica justamente en que lo pactado rige
mientras no exista un cambio sobrevenido e imprevisible de circunstancias que prive o
altere significativamente el sentido de la distribución de riesgos pactada. Por lo demás,
esta es la tesis que, en relación con las exigencias de la buena fe, tiene todavía
aplicación en la jurisprudencia española312.
En general, conforme con esta tesis, si bien el acreedor tiene derecho a exigir el
cumplimiento de la prestación, incurriría en un ejercicio abusivo del mismo si han
concurrido circunstancias imprevisibles a la época del contrato que han tornado
excesivamente oneroso el cumplimiento para el deudor. Su derecho, en consecuencia,
no sería absoluto y, por ende, no podría ejercerlo de manera arbitraria.
Entre nosotros, Alcalde, si bien sugiere que la noción de abuso del derecho es
equívoca (pues el derecho existe en la medida en que el interés esté jurídicamente
protegido), señala que el acreedor que exija el cumplimiento de una prestación que ha
devenido excesivamente onerosa a consecuencia de un cambio sobrevenido e
imprevisible de circunstancias, estaría “abusando de su derecho” -o, en rigor,
307
ACCATINO (2015) pp. 50 y 51. En el mismo sentido, PEREIRA (2016) pp. 127-135.
308
ABELIUK (2014b) p. 992.
309
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) pp. 326 y 327.
310
DÖRR (1985) pp. 254 y 255.
311
FUEYO (2009) pp. 761 y 762, RIVERA (2015) pp. 38-45.
312
CARRASCO (2017) pp. 980-984, FENOY (2011) pp. 1520 y 1521.
apartándose de su interés jurídico protegido-, justificándose la revisión313.
Se replica esta tesis en el sentido de que el efecto propio del abuso del derecho
es la obligación de indemnizar perjuicios, lo que según cierto sector de la doctrina
importa una hipótesis de responsabilidad extracontractual, que mal podría fundar la
revisión de un contrato314.
Si bien podría discutirse que el abuso del derecho necesariamente genere una
hipótesis de responsabilidad extracontractual (excluyéndose su pertinencia en materia
contractual), lo cierto es que resulta una noción demasiado vaga para justificar por sí
sola la revisión de un contrato.
d) Desaparición de la causa.
313
ALCALDE (2007) pp. 369-371.
314
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) p. 331
315
LÓPEZ y ELORRIAGA (2017) p. 329, ABELIUK (2014b) p. 987, CORRAL (2010) p. 244, CAPRILE (2007)
p. 196.
316
ALCALDE (2007) p. 369.
317
BRANTT (2010) p. 220, DE LA MAZA y VIDAL (2018) pp. 619 y 620.
318
DÖRR (1985) pp. 265 y 266, RIVERA (2012) pp. 85-93, LYON (2017) pp. 175-180.
y que, por tanto, solo desempeña un rol relevante al momento de su celebración 319. En
opinión de Peñailillo, que se declara simpatizante de la escuela neocausalista, el
problema no es el recién referido, sino que la falta de causa, conforme con las reglas
vigentes, se sanciona con nulidad, operando esta con efecto retroactivo; ello puede
resultar inadecuado para los problemas de imprevisión, pues estos debiesen solucionarse
en primer lugar con la revisión y solo en casos extremos con la terminación (no
nulidad), que, en todo caso, no debiese operar con efecto retroactivo320.
e) La buena fe contractual.
327
PEÑAILILLO (2000) pp. 232 y 233, BOETSCH (2015) pp. 83 y 84, MOMBERG (2011) p. 94, VIAL (2020)
s/p, disponible en: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/05/11/78673/Proyecto-de-ley-para-dar-
reconocimiento-positivo-a-la-imprevision-en-el-Codigo-Civil.aspx
328
DÖRR (1985) pp. 266 y 267. Corral se manifiesta en contra de esta tesis, señalando que la
conmutatividad debe estar presente al momento de la celebración del contrato, quedando entregada a la
voluntad de las partes. Añade que ni siquiera la lesión, que es un problema de conmutatividad coetáneo a
la celebración del contrato, da lugar a la ineficacia, salvo los casos excepcionales y expresamente
establecidos en la ley (CORRAL (2010) pp. 244 y 252).
329
PEÑAILILLO (2000) pp. 233 y 234.
330
PEREIRA (2016) p. 131.
331
PEREIRA (2016) p. 134.
deudor. En opinión de Rodríguez, el deudor únicamente contrae un deber de conducta
tipificada por la ley. Este deber se refiere a un comportamiento diligente, que es lo
único que puede exigirle el acreedor. En este sentido, la obligatoriedad del contrato se
satisface con la observancia de este deber de conducta, sin que el acreedor pueda exigir
en cualquier caso la ejecución de la prestación332.
A mayor abundamiento, sobre la base del artículo 1558, la regla general es que
el deudor responda únicamente de los perjuicios previstos. Si existe un cambio
sobrevenido e imprevisible de las circunstancias presentes al momento de la celebración
del contrato, tornándose excesivamente onerosa la ejecución de una prestación, no
podría el acreedor exigir su cumplimiento en estos términos, pues estaría forzando al
deudor a responder de perjuicios imprevisibles.
Según López y Elorriaga, la tesis que acabamos de exponer fundaría bien la
imprevisión333. En lo que atañe al artículo 1558, Abeliuk replica que la referida
disposición regula los perjuicios de que responde el deudor y no los que este puede
experimentar por el pago de su obligación 334. En similar sentido, nos parece que
proponer el artículo 1558 como una base normativa para la aplicación de la teoría de la
imprevisión presupone una inadecuada delimitación de las nociones obligación y
responsabilidad contractual. Lo mismo cabe señalar respecto al artículo 1547. Ambas
son reglas de responsabilidad, no de cumplimiento 335. Como hemos reseñado
previamente, la responsabilidad contractual en sentido técnico, esto es, la obligación de
indemnizar los perjuicios derivados de un incumplimiento imputable, es una obligación
diversa a la incumplida, de modo que sus reglas no pueden servir de base para moderar
el rigor de esta última336.
340
MOMBERG (2010a) pp. 57 y 58, MOMBERG (2011) pp. 88 y 89. En similar sentido, DE LA MAZA (2011)
pp. 316 y 317.
341
DE LA MAZA (2011) p. 316.
342
Así se resolvió en algunas ocasiones por tribunales franceses y belgas, sobre la base de disposiciones
similares a las nuestras. Al respecto, CABRILLAC (2016) pp. 118 y 119. Entre nosotros, DE LA MAZA
(2011) p. 317, MOMBERG (2011) p. 89.
343
MOMBERG (2010a) pp. 59-61.
344
CABRILLAC (2016) pp. 121 y 122.
345
MOMBERG (2010a) pp. 61 y 62, DE LA MAZA (2011) pp. 317 y 318.
346
MOMBERG (2010a) p. 45, MOMBERG (2011) pp. 85-104, DE LA MAZA (2011) pp. 313-320, MOMBERG
y VIDAL (2018) pp. 12 y 13.
347
CAPRILE (2007) p. 213.
mínimo que, sin implicar una ejecución íntegra de la obligación, dé cuenta de un
verdadero ánimo de cumplir348. El artículo 84 (2) PLDC establece que la renegociación
no suspende la ejecución del contrato, salvo cuando ésta cause perjuicios irreparables
para la parte afectada.
En lo que respecta a la segunda etapa, cuyo protagonista es el juez, el principio
de conservación de los contratos exige cierta preferencia por la adaptación 349. Ahora
bien, si bien no existen límites claros a la adaptación (pues los principios de buena fe y
equilibrio contractual no aportan demasiadas luces al respecto), es claro que el juez no
debiese adaptar los términos del contrato conforme con su propia visión de lo que es
justo, sino más bien intentar una reconstrucción de la voluntad que probablemente
habrían manifestado las partes de haber podido prever el cambio de circunstancias 350. En
este sentido, el juez, sobre la base la distribución de riegos pactada, debe determinar
cuál es la medida de onerosidad de la prestación que no resulta excesiva,
imponiéndosela, como es obvio, a la parte afectada. En cuanto al exceso, las partes no
ser necesariamente deben soportarlo por mitades, sino que el juez ha de considerar la
distribución de riesgos pactada y, sobre esa base, proyectar cómo habría sido distribuido
el riesgo imprevisible en caso de que las partes lo hubiesen podido prever351.
Finalmente, en lo que respecta a la terminación, que, por mor del principio de
conservación de los contratos, debe reservarse a los casos en que el fin del contrato se
frustra o en que no es posible restablecer el equilibrio 352, la tendencia en derecho
comparado, reflejada en los instrumentos de derecho uniforme y en el Code, es
conceder al juez la posibilidad de dotar a la terminación de la medida de retroactividad
que sea indispensable para una solución equitativa. En consecuencia, ya no existe un
rechazo absoluto a la retroactividad353.
Como hemos visto, una de las principales razones para rechazar la revisión
judicial por excesiva onerosidad sobreviniente es la inseguridad jurídica y la
inestabilidad del tráfico que su aplicación indiscriminada podría generar. A mayor
abundamiento, si las partes de un contrato supieran que existe la posibilidad de que este
sea revisado judicialmente, alguna de ellas, sin estar realmente afectada por una
excesiva onerosidad, podría alegar un cambio sobrevenido e imprevisible de
circunstancias con el solo ánimo de abstenerse de la ejecución de su prestación o de
lograr una moderación de su rigor. En este orden, se sostiene que, ante un escenario de
crisis económica o social, son los poderes ejecutivo y legislativo los llamados a
ponderar las circunstancias y dictar las normas administrativas y legales que sean
adecuadas.
No obstante, la experiencia comparada es prueba suficiente de que la revisión
judicial por excesiva onerosidad no ha llevado a colapso a los sistemas jurídicos que la
reconocen legal o jurisprudencialmente y que los jueces han sabido ejercerla con
moderación y racionalidad354. En este sentido, un eventual aumento de la litigiosidad ha
348
MOMBERG (2010a) p. 59, MOMBERG (2011) p. 89. En el mismo sentido, DE LA MAZA (2011) p. 317.
349
PEÑAILILLO (2000) p. 225, DE LA MAZA (2011) p. 318, MOMBERG (2010a) p. 63.
350
DE LA MAZA (2011) p. 319.
351
MOMBERG (2011) pp. 97-99. Esta es la solución adoptada por el artículo 84 (3) PLDC.
352
PEÑAILILLO (2000) p. 225, CAPRILE (2007) p. 211, DE LA MAZA (2011) p. 320, MOMBERG (2011) p.
100, MOMBERG y VIDAL (2018) p. 13.
353
MOMBERG (2010a) p. 63. En relación con los instrumentos de derecho uniforme, DE LA MAZA (2011)
p. 319.
354
CAPRILE (2007) p. 194, MOMBERG (2011) p. 96.
de ser frenado mediante la construcción de una jurisprudencia clara y uniforme en
cuanto a los requisitos de procedencia, que resguarde el carácter excepcional de la
revisión y la legitime como un mecanismo extraordinario para una situación especial 355.
Además, si las partes saben que el contrato puede ser revisado judicialmente ante un
cambio sobrevenido e imprevisible de circunstancias, aumenta la probabilidad de que
renegocien su contenido y logren una adaptación, en lugar de mostrar inclemencia
respecto de la excesiva onerosidad, judicializar el conflicto y quedar a la espera de una
solución incierta356.
Cabe añadir que el reconocimiento de la revisión judicial no ha sido la causa de
crisis económicas o sociales, sino una inevitable consecuencia de las dificultades que las
referidas crisis imponen a los contratantes para cumplir en los términos pactados 357. En
este escenario, la revisión es justamente la que permite salvar el negocio y satisfacer, en
la medida legítima y debida, las expectativas de las partes. En este sentido, como afirma
Caprile, “lejos de constituir una fuente de inseguridad, la revisión se presenta bajo los
atavíos seductores de un factor de salvaguardia de un contrato amenazado de
desaparecer”358.
364
En concreto, la Constructora demandó en juicio ordinario al Servicio de Vivienda y Urbanismo
Metropolitano, para que se declarara que este último debía pagar a aquella los mayores costos en que
incurrió para la ejecución de un contrato de construcción de viviendas a suma alzada, en razón de que
tales costos se encarecieron excesivamente por circunstancias imprevisibles al momento de la
contratación.
365
Corte de Apelaciones de Santiago, 14 de noviembre de 2006, rol N° 6812-2001, considerandos 8° a
14°.
366
Corte de Apelaciones de Santiago, 14 de noviembre de 2006, rol N° 6812-2001, considerando 15°.
367
Corte de Apelaciones de Santiago, 14 de noviembre de 2006, rol N° 6812-2001, considerando 16°.
368
Al respecto, para una revisión más profunda del caso, MOMBERG (2008) pp. 650-657.
369
La pérdida del equilibrio del contrato es justamente una de las hipótesis en que el cambio de
circunstancias altera la base del negocio (DÖRR (1985) p. 258).
peligro de degenerar el contrato y convertirlo en otro distinto, justificándose entonces, a
la luz de la propio principio del pacta sunt servanda, la revisión de sus términos370. A
mayor abundamiento, la reconciliación entre la fuerza obligatoria del contrato y la
revisión por excesiva onerosidad sobreviniente, que la Corte sustenta en la propia
autonomía de las partes, si bien parece un certero fundamento -muy cercano, obiter
dictum, a la regla rebus sic stantibus-, podría haber sido mejor desarrollado, precisando
que la función de la revisión es justamente reconstruir cuál habría sido el acuerdo entre
las partes -y la distribución de riesgos asociada- de haber podido prever el cambio
sobrevenido de circunstancias371.
En lo que atañe a la otra sentencia que hemos referido, también dictada a
propósito de un contrato de construcción, la Corte de San Miguel, al igual que la Corte
de Santiago, partió de la base de que el principio pacta sunt servanda obliga a las partes
a cumplir sus prestaciones, resultando, en consecuencia, imperativo determinar cuál es
el alcance de estas. Acometiendo tal tarea, la Corte de San Miguel reprodujo los mismos
razonamientos vertidos por la Corte de Santiago372. Como señalan López y Elorriaga, el
caso no versaba tanto sobre un cambio sobrevenido e imprevisible de las circunstancias,
sino más bien sobre modificaciones en el proyecto y el precio final respecto de las
cuales discrepaban las partes373.
386
MOMBERG (2010b) pp. 53-58. En el mismo sentido, en lo que respecta a la irrenunciabilidad,
PEÑAILILLO (2000) p. 227.
387
A modo de ejemplo, a propósito de la típica estipulación en los contratos de mutuo hipotecario
mediante la que se dispone que la enajenación del inmueble hipotecado permitirá al mutuante la
aceleración del crédito, la Corte Suprema, en una sentencia dictada el año 2015, sostiene que “el artículo
2415 solo impide entrabar el derecho del propietario a enajenar el inmueble, pero no prohíbe que las
partes, en virtud de la autonomía de la voluntad, convengan que la enajenación del bien raíz hipotecado,
genere la aceleración de los dividendos no devengados del mutuo o dicho de otra forma, la exigibilidad
anticipada, por la caducidad convencional del plazo, pues los contratantes son libres para estipular que
ciertos hechos, futuros e inciertos, provoquen o puedan provocar la extinción anticipada del plazo” (Corte
Suprema, 21 de abril de 2015, rol Nº 823-2015). Este mismo razonamiento ha sido reiterado por la Corte
Suprema en sentencia de 24 de septiembre de 2018 (Corte Suprema, 24 de septiembre de 2018, rol Nº
6544-2018). Como es evidente, no resulta muy excelso el criterio sustentado por la Corte, la cual justifica
–a propósito de contratos por adhesión celebrados entre proveedores y consumidores– la eficacia de una
cláusula de dudosa licitud en la libertad de configuración interna –que, en rigor, no es ejercida por el
adherente cuando las cláusulas no han sido negociadas individualmente-. A mayor abundamiento, el
acreedor hipotecario cuenta con el derecho de persecución que le reconoce el artículo 2428, de modo que
la enajenación del inmueble por parte del mutuario ningún perjuicio puede generarle. Sobre este tema,
precisándose por qué el acreedor no sufre perjuicio alguno, CAMPOS (2016) pp. 91-119.
Para una crítica a los sesgos que se aprecian en la jurisprudencia civil, CAMPOS (2019) pp. 226-229.
388
BANFI (2006) pp. 29-38, LYON (2017) pp. 171 y 172, PEÑAILILLO (2000) p. 224, DÖRR (1985) p. 266,
CORRAL (2010) p. 241, MOLINARI (2019) pp. 447-461.
389
MOLINARI (2019) p. 455.
coronación de Eduardo VII, habida cuenta de dicha ceremonia había sido suspendida390.
En general, según la jurisprudencia inglesa, entre los hechos que pueden dar
lugar a la frustración, cabe señalar los siguientes: a) alguna modificación legal que haya
tornado ilícito el contrato; b) la cancelación del evento que fue motivo para la
celebración del contrato (coronation cases); c) el retardo en el cumplimiento de
obligaciones con plazo esencial; y d) el fallecimiento o incapacidad sobreviniente de
una las partes en un contrato de prestación de servicios personales intuito personae391.
Si bien ambas comparten el presupuesto de una alteración sobrevenida de
circunstancias, una diferencia importante entre la teoría de la imprevisión y la teoría de
la frustración del fin del contrato reside en que la primera puede conducir a la
renegociación, revisión o terminación del contrato, mientras que la segunda conduce
necesariamente a su terminación392. A mayor abundamiento, en el esquema de la teoría
de la imprevisión, el cambio sobrevenido de circunstancias no frustra el interés del
deudor, sino que torna excesivamente onerosa su prestación393.
Con todo, la cuestión no es clara en doctrina. Así, por una parte, se ha sostenido
que la teoría de la imprevisión no es más que una concreción particular de la teoría de la
frustración del fin del contrato, pues la excesiva onerosidad sobrevenida hace incurrir en
pérdidas al deudor, frustrando su interés en el contrato 394; y, por otra, se han
comprendido los supuestos de frustración en una conceptualización amplia de la
imprevisión395.
En nuestra opinión, las teorías deben distinguirse, pues, en el marco de la
primera, la satisfacción del interés de la parte afectada se puede salvaguardar (mediante
una renegociación o, en su caso, una revisión judicial), mientras que, en el marco de la
segunda, su interés ya se encuentra definitivamente frustrado, perdiendo sentido tanto la
renegociación como la adaptación 396. En esta línea, los PLDC conceden un tratamiento
diferenciado a las referidas instituciones en sus artículos 84 y 85. Como viéramos, el
artículo 84, para el caso de excesiva onerosidad sobreviniente, contempla un deber de
renegociación y luego, en caso de fracaso o reticencia a negociar, un derecho a solicitar
la adaptación o terminación judicial. En cambio, el artículo 85, que se titula “de la
frustración de la causa del contrato”, dispone que la frustración definitiva de la causa
por un cambio de las circunstancias existentes al tiempo de la perfección del contrato,
imprevisible y que supera el riesgo asumido por la parte, permite a esta solicitar la
terminación del contrato. La distinción también se plantea en los artículos 1090
(frustración del fin del contrato) y 1091 (teoría de la imprevisión) del Nuevo Código
Civil y Comercial de la Nación.
La teoría de la frustración del fin del contrato, que en el common law se vincula
con la consideration397, presenta, en el marco del derecho continental, una clara cercanía
con la causa, postulándose a esta, y, en particular, al artículo 1467 inciso primero (en
cuanto dispone que no puede haber una obligación sin una causa real y lícita), como la
390
DÖRR (1985) p. 261, CORRAL (2010) p. 241, MOLINARI (2019) pp. 451-453.
391
BANFI (2006) pp. 36 y 37.
392
BANFI (2006) p. 38, MOMBERG (2011) p. 99, MOLINARI (2019) p. 461. En el caso estadounidense, pese
a contemplarse la opción de revisión tanto en los comentarios del Uniform Commercial Code como en los
del Restatement (2nd) of Contracts, en la jurisprudencia se impone como solución única la terminación
(MOMBERG (2010a) pp. 46 y 47, MOMBERG (2011) pp. 99 y 100).
393
MOLINARI (2019) pp. 460 y 461.
394
LYON (2017) pp. 172 y 173.
395
MOMBERG (2010b) pp. 49 y 50, CORRAL (2010) p. 242.
396
La misma delimitación parece plantear PEÑAILILLO (2000) p. 224.
397
MOLINARI (2019) pp. 451-453.
base normativa que podría darle cabida en el derecho chileno 398. Empero, no existe
claridad respecto de la sanción aplicable, pues la falta de causa conduce a la nulidad. Al
respecto, Molinari postula que la sanción adecuada es la resolución, pues la nulidad
presupone un negocio viciado por defectos concomitantes a su celebración, lo que no
ocurriría en el caso de la frustración, que, entre otras condiciones, presupone un contrato
válido399. En este orden, el contrato estaría sujeto a una condición resolutoria implícita
referida al caso de que se frustre el propósito que ha determinado su celebración. La
resolución, en todo caso, no operaría de pleno derecho, siendo necesario su declaración
judicial400.
Como sea, atendido que en Chile predomina una visión estrecha de la causa, no
se vislumbra que en el próximo tiempo exista un reconocimiento por parte de los
tribunales de justicia.
Desde una perspectiva diversa, Corral sostiene que la frustración del fin del
contrato puede ser canalizada asumiendo que configura un error en una circunstancia
que fue determinante para la celebración del contrato y siempre que esta haya sido
conocida por la otra parte401. Nos parece que esta solución, que en derecho alemán
quedaría enmarcada en la teoría de la alteración de la base del negocio, solo es aplicable
a los casos en que se haya supuesto como cierta una circunstancia inexistente al
momento de la celebración del contrato. Si el problema es que ha un concurrido un
cambio sobrevenido de circunstancias, no resulta pertinente aplicar las reglas del error.
Por regla general la intervención del tercero es para el deudor un caso fortuito si
reúne los requisitos de imprevisibilidad e irresistibilidad. Por ello el artículo 1677, que
se cita como un caso de acción oblicua, establece que el acreedor puede exigir que el
deudor le ceda los derechos y acciones que tenga contra el hechor. Lo mismo dispone el
inciso final del art. 1590 para el caso de deterioros. (La doctrina más actual no cree que
éste sea un caso de acción oblicua, pues el acreedor, una vez que se le cedan los
derechos y acciones, los ejercería no sólo en interés propio, sino también a su propio
nombre).
398
DÖRR (1985) p. 266, LYON (2017) p. 175, MOLINARI (2019) pp. 454 y 455. Reconociendo también el
vínculo con la causa, PEÑAILILLO (2000) p. 224.
399
MOLINARI (2019) pp. 456-458.
400
MOLINARI (2019) p. 456.
401
CORRAL (2010) p. 252.
contratos en particular se comprenden varios casos: artículos 1925, 1926, 1929, 1941,
1947, inciso final; 2000, inciso segundo, 2014, 2015, inciso final; 2003, regla 3ª, 2242,
2243.
2.6. La mora.
2.6.1. Generalidades.
2.6.2. Concepto.
2.6.3. Requisitos.
407
ABELIUK (2014b) pp. 1000 y 1001.
408
BARAONA (1997) pp. 169-171, CONTARDO (2014b) pp. 101-103.
409
ALESSANDRI (1988) p. 100, FUEYO (2004) p. 441, ABELIUK (2014b) p. 1000, MEZA (2007) p. 133,
RUZ (2011) p. 305, VIAL (2003) p. 232.
410
ALESSANDRI (1988) pp. 102-104, CLARO (2013a) p. 667, ABELIUK (2014b) p. 1003, RAMOS (2008) pp.
281 y 282.
411
Al respecto, BARROS (2008) p. 422, texto y nota al pie N° 52, BARAONA (2009) pp. 382-384,
CONTARDO (2014b) pp. 96-103.
412
ALESSANDRI (1988) p. 101, MEZA (2007) pp. 133 y 134.
413
Si bien todos los autores clásicos están de acuerdo en que el incumplimiento recíproco impide la mora
(ALESSANDRI (1988) p. 109, CLARO (2013a) pp. 677, 691 y 692, FUEYO (2004) p. 460, MEZA (2007) p.
136), enuncian expresamente esta exigencia como un requisito para constituir en mora, ABELIUK (2014b)
p. 1001, RAMOS (2008) p. 281, VIAL (2003) pp. 233-237, ALCALDE (2018) p. 490.
sería cierta414. Nos parece que la formulación del pretendido requisito es un tanto
equívoca. En rigor, es la liquidez el requisito que el autor añade a la formulación
tradicional415.
Existen varios fallos que avalan la posición de Fueyo, particularmente a
propósito de obligaciones de dinero416. La razón, en general, consiste en que mal podría
estar en mora el deudor si no se sabe a ciencia cierta cuánto debe 417. Extremando el
punto, se ha resuelto que, si la suma de dinero a pagar se determina por sentencia
judicial, los intereses comienzan a devengarse solamente una vez que queda
ejecutoriada tal sentencia418. En nuestra opinión, este planteamiento debiese acotarse
únicamente a la indemnización de perjuicios pagadera en dinero, pues su monto se
determina en la sentencia (recién allí se avaluarán los perjuicios), siendo inconsistente
señalar que el deudor está en mora antes de que dicha sentencia quede firme o cause
ejecutoria. En lo que toca a las demás obligaciones de dinero, estando determinado el
capital, nos parece poco razonable tener que esperar a que la sentencia esté firme para
que comiencen a devengarse intereses. Ante un escenario de inflación económica, esta
postura se torna derechamente absurda, pudiendo provocar una merma muy importante
en el valor del crédito del acreedor419.
Desde una perspectiva más moderna, los requisitos para la constitución en mora
serían solo dos: a) el retardo; y b) la interpelación o certificación formal de que el
incumplimiento está causando perjuicios moratorios. En nuestra opinión, esta es la
visión que resulta adecuada.
A continuación, expondremos los requisitos según los postulados de la doctrina
tradicional, presentando las críticas que se han formulado al respecto.
429
BARROS (2008) p. 422, texto y nota al pie N° 52.
430
BARAONA (2009) pp. 376 y 377.
431
BARAONA (2009) pp. 382-384.
432
CLARO (2013a) pp. 646 y 647.
433
CONTARDO (2014b) pp. 96-107.
La interpelación es el acto por el cual el acreedor hace saber al deudor que su
retardo le causa perjuicios434.
En nuestro sistema, hay tres formas de interpelación, que están contenidas en el
artículo 1551, cuya letra señala: “El deudor está en mora, 1º Cuando no ha cumplido la
obligación dentro del término estipulado, salvo que la ley en casos especiales exija que
se requiera al deudor para constituirlo en mora; 2º Cuando la cosa no ha podido ser
dada o ejecutada sino dentro de cierto espacio de tiempo, y el deudor lo ha dejado pasar
sin darla o ejecutarla; 3º En los demás casos, cuando el deudor ha sido judicialmente
reconvenido por el acreedor”.
En atención a lo dispuesto en esta disposición, la interpelación se configura en
cualquiera de los tres casos mencionados, constituyendo la regla general, el
contemplado en el Nº 3435. La doctrina llama a la interpelación del Nº 1, contractual
expresa; a la del Nº 2, contractual tácita; y a la del Nº 3, judicial436.
c) Interpelación judicial.
Atendido el tenor literal del N° 3, y, en particular, la frase “en los demás casos”,
la interpelación judicial constituye la regla general en nuestro sistema 450. De esta
manera, no siendo aplicables los numerales 1 y 2, el deudor está estará en mora cuando
sea reconvenido judicialmente por el acreedor.
Según buena parte de la doctrina y jurisprudencia antigua, la exigencia de
reconvención judicial debe traducirse en una demanda, ya se pida en esta el
cumplimiento, la resolución o indemnización 451. A mayor abundamiento, en palabras de
Alessandri, “una simple notificación judicial, en que el acreedor le hiciere saber al
deudor que desea constituirlo en mora, sin deducir una acción en forma, tampoco
serviría para la constitución en mora, a juicio de la Corte Suprema, porque en
conformidad al N° 3 del artículo 1551, es necesario la reconvención judicial por medio
de una demanda”452. En contra, teniendo a la vista la función que desempeña la mora,
Claro critica esta doctrina jurisprudencial, sosteniendo no es necesario que exista una
demanda o una medida prejudicial, bastando la sola gestión judicial en que el acreedor
solicita que se notifique al deudor que su retraso está causándole perjuicios 453. En una
línea similar, Fueyo estima que “la reconvención importa la formulación de una gestión
específica, o bien una demanda judicial conforme a las normas procesales
pertinentes”454. Abeliuk, por su parte, en una visión más laxa que la de los autores antes
referidos, estima que cualquier actividad judicial que refleje la intención de reprochar el
retardo basta. En este sentido, el autor estima que incluso una gestión preparatoria de la
vía ejecutiva es suficiente, criticando una sentencia de la Corte Suprema que establece
lo contrario455.
Como se aprecia, buena parte de la doctrina y la jurisprudencia asumen que la
constitución en mora no solo es necesaria para la indemnización, sino también para la
resolución y para el cumplimiento. Esta tendencia evidentemente no se alinea con el
tenor expreso del artículo 1557, con la función que cumple la mora a propósito de la
indemnización ni con las funciones de los demás remedios contractuales. Como hemos
447
ALESSANDRI (1988) pp. 108 y 109, ABELIUK (2014b) p. 1008, RAMOS (2008) p. 284, FUEYO (2004) p.
452, MEZA (2007) p. 135, RUZ (2011) pp. 306 y 307.
448
CLARO (2013a) pp. 657 y 658, ALCALDE (2018) p. 489.
449
RDJ, tomo 12, sec. 1°, p. 483; RDJ, tomo 21, sec. 1° p. 651; RDJ, tomo 23, sec. 1°, p. 273.
450
ALESSANDRI (1988) p. 106, FUEYO (2004) p. 447, ABELIUK (2014b) p. 1005, RAMOS (2008) p. 282.
RDJ, tomo 41, sec. 1°, p. 159, MEZA (2007) p. 134, VIAL (2003) p. 237.
451
ALESSANDRI (1988) pp. 109 y 110, FUEYO (2004) p. 448, MEZA (2007) pp. 135 y 136, RUZ (2011) p.
307. A propósito de la demanda de cumplimiento como reconvención suficiente para constituir en mora,
Corte Suprema, 16 de octubre de 1908, RDJ, tomo 6, sec. 1°, p. 86; sobre la demanda de resolución como
reconvención suficiente para constituir en mora, Corte Suprema, 4 de agosto de 1931, RDJ, tomo 28, sec.
1°, p. 717; sobre la demanda de indemnización como reconvención suficiente para constituir en mora,
Corte Suprema, 19 de agosto de 1904, RDJ, tomo 28, sec. 1°, p. 53.
452
ALESSANDRI (1988) p. 110. En el mismo sentido, MEZA (2007) p. 136.
453
CLARO (2013a) p. 659.
454
FUEYO (2004) p. 447.
455
ABELIUK (2014b) pp. 1006 y 1007. La sentencia criticada es RDJ, tomo 9, sec. 1°, p. 79.
visto, la doctrina más contemporánea, en una posición que compartimos, acota la
necesidad de mora a la indemnización compensatoria, prescindiendo de ella para la
indemnización compensatoria y los demás remedios contractuales 456. A mayor
abundamiento, la Corte Suprema, en un fallo reciente, precisa que la mora no es
realmente un requisito de la resolución457.
Respecto al momento en que el deudor queda constituido en mora, la
jurisprudencia, en un principio, indicaba que la constitución tiene lugar al momento de
la contestación de la demanda458, sin perjuicio de que posteriormente se fuera
entendiendo que la constitución en mora se produce al momento de la notificación
válida de la demanda459. En general, la doctrina está de acuerdo con este último
criterio460.
La jurisprudencia ha estimado que para que el deudor quede constituido en
mora, la reconvención debe plantearse ante juez competente 461. En contra de este
criterio, Abeliuk y Ramos estiman que una reconvención ante tribunal incompetente es
suficiente pues refleja el reproche que el acreedor realiza respecto al retardo 462.
Concordamos con el criterio de estos autores, en la medida en que la reconvención sea
válidamente notificada al deudor. Conviene recordar que la mora es, ante todo, una
certificación formal de que el retardo está causando perjuicios; es evidente que tal
certificación debe ser conocida por el deudor, pues es a este sujeto a quien la
interpelación se dirige.
2.6.5.1 Concepto.
474
CONTARDO (2014b) pp. 111 y 112.
475
ALESSANDRI (1988) p. 111, CLARO (2013a) pp. 659 y 660.
476
FUEYO (2004) pp. 441 y 453.
477
ABELIUK (2014b) p. 1013.
478
FUEYO (2004) p. 457
En general, los requisitos son: a) que al deudor le sea lícito ejecutar la prestación
y además ello sea posible; b) que el ofrecimiento sea efectivo y conforme a la prestación
debida; y c) falta de aceptación del acreedor u omisión de su cooperación indispensable
para consumar el cumplimiento479.
El Código, en los artículos 1548, 1680 y 1827, contemplaría únicamente la
hipótesis de falta de aceptación de la especie debida. La falta de cooperación no está
expresamente considerada, aunque puede colegirse de algunas reglas relativas al pago,
como el artículo 1587, que señala que “el pago debe hacerse en el lugar designado por
la convención”; evidentemente, el acreedor tendrá que acudir a tal lugar al momento en
que el pago deba ser realizado. A mayor abundamiento, el deber de cooperación que
asume el acreedor puede derivar de la propia naturaleza de la prestación, como cuando
se encarga el pintado de paredes o la reparación de utensilios (el acreedor deberá
facilitar al deudor el acceso al lugar en que se deberá pintar o reparar) 480. Otro ejemplo
de falta de cooperación presentarse a propósito de la promesa, pues aquel que desea
cumplir y celebrar el contrato prometido debe contar con la colaboración de la otra
parte481.
Abeliuk señala que, además de la negativa para recibir y la falta de cooperación
necesaria para el cumplimiento, cabe distinguir la hipótesis de que el incumplimiento se
deba en todo o parte a dolo o culpa del acreedor482.
Los efectos que se producen con la mora del acreedor son los siguientes:
3. Avaluación de perjuicios.
489
Sin consignar fuentes, esta solución es referida por RAMOS (2008) p. 1016 y ABELIUK (2014b) p. 1016
como una solución propuesta en nuestra doctrina. A la fecha no hemos podido rastrear la autoría de tal
solución.
490
ALESSANDRI (1988) p. 111, CLARO (2013a) p. 660, FUEYO (2004) p. 458.
491
FUEYO (2004) p. 458.
492
ABELIUK (2014b) pp. 1016 y 1017.
493
ALESSANDRI (1988) p. 113, ABELIUK (2014b) p. 1017, RAMOS (2008) p. 288, MEZA (2007) p. 137,
RUZ (2011) p. 308.
494
CLARO (2013a) p. 661.
495
FUEYO (2004) p. 459.
496
Este efecto es añadido por RAMOS (2008) p. 288
Hay tres formas de avaluar los perjuicios: judicial, legal, y convencional.
Lo normal viene a ser la avaluación judicial, pues la legal, sólo procede respecto
de las obligaciones de dinero; y la convencional, supone un acuerdo de las partes que no
siempre se da.
3.1.1 Introducción.
Es la que hace el juez. Para ello, este debe pronunciarse sobre tres cuestiones:
c) En conformidad al art. 1558, si el deudor obró con dolo debe indemnizar tanto
los daños previstos e imprevistos; en caso contrario, solo debe indemnizar los previstos.
Sin perjuicio de las reglas legales indicadas, cabe indicar que las partes pueden
alterar las reglas sobre los perjuicios a indemnizar. Téngase en cuenta lo ya expuesto
respecto a las cláusulas modificatorias de responsabilidad.
497
ABELIUK (2014b) pp. 1001 y 1037, RAMOS (2008) p. 297.
498
RDJ, tomo 81, sec. 2°, p. 38.
499
FUEYO (2004) p. 473.
500
BARAONA (2009) p. 374.
501
CONTARDO (2014b) pp. 105-107.
502
ABELIUK (2014b) p. 1037.
503
CONTARDO (2014b) pp. 100, 103-107.
1. Es una regulación supletoria y excepcional. Supletoria porque rige solo a falta
de pacto entre las partes; excepcional porque se refiere solo al incumplimiento de las
obligaciones de dinero504.
1. Regla primera del artículo 1559. “Se siguen debiendo los intereses
convencionales, si se ha pactado un interés superior al legal, o empiezan a deberse los
intereses legales, en caso contrario; quedando, sin embargo, en su fuerza las
disposiciones especiales que autoricen el cobro de los intereses corrientes en ciertos
casos”.
Para entender esta regla es indispensable recordar los distintos tipos de interés:
legal, corriente, convencional. Hoy, en virtud del artículo 19 de la Ley Nº 18.010, debe
entenderse por interés legal el corriente.
2. Regla segunda del artículo 1559. “El acreedor no tiene necesidad de justificar
intereses cuando sólo cobra intereses; basta el hecho del retardo”.
4. Regla cuarta del artículo 1559. “La regla anterior se aplica a toda especie de
rentas, cánones y pensiones periódicas”.
3.3.1. Concepto.
Está definida en el artículo 1535: “La cláusula penal es aquella en que una
persona para asegurar el cumplimiento de una obligación se sujeta a una pena, que
consiste en dar o hacer algo en caso de no ejecutar o de retardar la obligación
principal”.
a) es convencional
b) anticipada.
a) Convencional:
Porque proviene del acuerdo de las partes. Ello significa que, si la pena se
establece unilateralmente, por ejemplo, si la fija el testador para el heredero que no
pague un legado, no estamos frente a una cláusula penal, a menos que fallecido el
causante, este heredero acepte la situación, con lo que según cierta doctrina pasa a ser
convencional. Por la misma razón tampoco puede establecerla la ley o el juez.
b) Anticipada:
Como la cláusula penal, según el artículo 1535, tiene por objeto asegurar el
cumplimiento de una obligación principal, tendría la condición de caución, toda vez que
el Código define en el artículo 46 la voz caución como “cualquiera obligación que se
contrae para la seguridad de una obligación propia o ajena”. Por lo demás, la cláusula
penal es concebida como caución por el artículo 1472, al lado de la fianza, hipoteca y
prenda.
Como sea, no debe perderse de vista que la cláusula penal por sí sola no asegura
el cumplimiento de la obligación principal, distanciándose del resto de las cauciones
personales, en que existe una afectación del patrimonio de terceras personas al
cumplimiento de la obligación principal. En realidad, la cláusula penal sólo sirve de
estímulo para que el deudor cumpla. La eficacia de la cláusula penal como caución
reside fundamentalmente en la coacción psicológica que la pena ejerce sobre el ánimo
del deudor, la cual naturalmente está en relación directa con la cuantía de la misma.
Así está dicho en la propia definición legal. Puede agregarse que la cláusula
penal nació en el Derecho Romano con una finalidad estrictamente sancionadora,
carácter que aún conserva.
Se asemeja también a las arras. En estas se da una cosa con el fin de constituir
una seguridad de la celebración o ejecución de un contrato, o como parte del precio o
señal de quedar convenidos (artículos 1803 a 1805). No obstante, se pueden apreciar
algunas diferencias importantes: las arras pueden garantizar la celebración o ejecución
de un contrato, mientras que la pena solo la ejecución (el cumplimiento de una
obligación). Además, en las arras hay una entrega actual de dinero u otra cosa, lo que no
ocurre en la cláusula penal en que la entrega -suponiendo que la cláusula penal
establezca la entrega de algo- solo se va a producir cuando se produzca el
incumplimiento.
3.3.6. Características.
1. Es consensual.
2. Es condicional.
3. Accesoria.
4. Puede garantizar una obligación civil o natural.
3.3.6.1. Consensual.
3.3.6.2. Condicional.
507
En el caso de la avaluación judicial, la doctrina en general acepta la posibilidad de que la
indemnización fijada por un juez no consista en la entrega de una suma de dinero.
3.3.6.3. Accesoria.
Esta característica proviene del hecho de ser una caución. De ello surgen varias
consecuencias importantes:
La verdad es que no hay ninguna excepción a la regla del inciso primero, pues lo
que está garantizando la cláusula penal es la obligación que asumió el promitente de que
el tercero acepte la obligación que se contrajo para él, o, dicho de otra manera, que
ratifique lo obrado por el promitente. Y justamente, este es un caso en que la cláusula
penal tiene clara utilidad.
El inciso final del artículo 1536 señala que “lo mismo sucederá -valdrá la pena-
cuando uno estipula con otro a favor de un tercero, y la persona con quien se estipula
se sujeta a una pena para el caso de no cumplir lo prometido”.
Tampoco constituye una excepción a la regla del inciso primero. Este es un caso
en que la cláusula penal presenta evidente utilidad, porque como en conformidad al
artículo 1449, el estipulante no puede exigir al promitente el cumplimiento de lo
acordado (cumplimiento que solo puede demandar el beneficiario), estipula esta
cláusula para poder compeler al promitente a que cumpla. Somarriva señala que
tampoco hay aquí nulidad de la obligación principal, sino que sencillamente el
promitente contrae dos obligaciones: con respecto al beneficiario, cumplir con lo
estipulado, y, con respecto al estipulante, pagar la pena en caso de incumplimiento”.
El artículo 1472, reconoce en forma expresa que pueda caucionar una obligación
natural. Dice “Las fianzas, hipotecas, prendas y cláusulas penales constituidas por
terceros para seguridad de estas obligaciones (naturales) valdrán”.
Cuando la cláusula penal está destinada a garantizar una obligación ajena, y esta
obligación principal se transforma en natural, algunos entienden que la obligación del
tercero tiene este mismo carácter (Meza Barros, De las Obligaciones, Nº 77, p. 50). Esta
opinión no es compartida por Gatica “porque la caución accede no a la obligación civil,
sino a la que ya es natural, y porque de otro modo ella no tendría sentido, ni el artículo
1470 del Código Civil le habría reconocido validez” (Gatica, ob. cit., Nº 280, p. 366).
La cláusula penal puede extinguirse por vía principal y por vía accesoria. Por vía
principal cuando se extingue no obstante mantenerse vigente la obligación principal
(por ejemplo, la cláusula penal es nula y la obligación principal, es válida, artículo 1536
inciso primero); y por vía accesoria, cuando desaparece como consecuencia de haberse
extinguido la obligación principal, en razón de su carácter accesorio.
Los artículos 1537 y 1543 regulan los derechos que tiene al acreedor ante el
incumplimiento de una obligación asegurada con cláusula penal.
Así lo señala la primera parte del artículo 1537: “antes de constituirse el deudor
en mora, no puede el acreedor demandar a su arbitrio la obligación principal o la
pena, sino sólo la obligación principal”.
La regla es que una vez constituido el deudor en mora, el acreedor tiene una
triple alternativa:
Son tres los casos en que el acreedor puede cobrar la pena y la obligación
principal:
a) Si la pena es moratoria.
c) En la transacción.
Dispone el artículo 2463: “si se ha estipulado una pena contra el que deja de
ejecutar la transacción, habría lugar a la pena, sin perjuicio de llevarse a efecto la
transacción en todas sus partes”.
Este caso excepcional está contemplado en la primera parte del artículo 1543:
“no podrá pedirse a la vez la pena y la indemnización de perjuicios, a menos de
haberse estipulado así expresamente”. También se exige en este caso que la
estipulación sea expresa.
No está resuelta esta situación en la ley. De acuerdo a las reglas generales, cada
acreedor sólo podrá demandar su cuota en la pena, salvo que la pena fuere de cosa
indivisible o hubiere solidaridad activa.
Según nos enseña Vial, la cláusula penal enorme es aquella que contempla una
pena desmesurada, lo que contribuye a que pierda su carácter indemnizatorio y
constituya una fuente de lucro o ganancia para el acreedor. La persona que se sujeta a la
pena en la cláusula penal enorme sufre una lesión, que consiste en el perjuicio que sufre
a raíz de la prestación excesivamente gravosa.
Esta materia está regulada en el artículo 1544, que distingue varias situaciones:
i. Una mayoritaria que estima que el alcance es que la pena no puede exceder del
doble de la obligación principal. Por ejemplo, si la obligación alcanza a 100; la pena no
puede ser de más de 200.
ii. Para otros, el sentido de la frase es que si la obligación principal es de 100, la
pena puede llegar hasta 300, pues alcanza al doble de la obligación principal más la
obligación principal.
La doctrina nacional está por la primera tesis, ya que así fluye del sentido común
y de una interpretación armónica de las disposiciones que se refieren a la lesión enorme
en contratos conmutativos en el Código Civil. En este sentido Alessandri, Somarriva,
Gatica, Claro Solar, Fueyo y Abeliuk.
Dice el artículo 1544 inciso tercero que en el caso del mutuo “se podrá rebajar
la pena en lo que exceda del máximum del interés que es permitido estipular”.
Respecto de estas obligaciones, el artículo 1544 inciso final establece que el juez
la moderará prudencialmente, cuando atendidas las circunstancias pareciere enorme.
2. Facultad resolutoria.
508
Cárdenas y Reveco (2018) p. 317.
Si bien la resolución encuentra como fundamento el incumplimiento, no es
aquella una consecuencia directa de este. En efecto, señalar que la resolución es un
efecto directo del incumplimiento supone que la primera opera de pleno derecho, lo que
ocurriría sólo excepcionalmente según cierto sector de la doctrina.
4.1. Concepto.
Debe tenerse presente que Patricia López entiende la frase “con indemnización
de perjuicios” no un sentido netamente semántico (como “con indemnización de
perjuicios concurrente”), sino como “o indemnización de perjuicios, en los casos que
sea procedente”. Esto en virtud del análisis lógico y sistemático que hace al artículo
1489 y de los demás argumentos que se ofrecen para afirmar que la indemnización de
perjuicios es un derecho principal.
a) Equidad: Es evidente la razón de equidad y justicia que hay en que si una de las
partes no cumple su obligación en un contrato bilateral, la otra pueda a su vez
desligarse del vínculo jurídico, dejando sin efecto el contrato.
509
Para un panorama general de la discusión, Cárdenas y Reveco (2018) pp.320-323.
En primer lugar, si efectivamente la calificamos como una condición, esta no
debiese ser resolutoria, sino suspensiva. En efecto, el inciso segundo del 1489 establece
un derecho de opción a favor del acreedor, consistente en la facultad de demandar el
cumplimiento forzado o la resolución del contrato, con indemnización de perjuicios. En
consecuencia, si entendemos que el incumplimiento es el hecho del cual pende el
nacimiento de este derecho de opción, la condición sería suspensiva y no resolutoria.
Por otro lado, no es cierto que el incumplimiento, por sí solo, genere el efecto de
extinguir el vínculo contractual y, con ello, las obligaciones que de este emanen. El
incumplimiento, según el artículo 1489 inciso 2, genera simplemente un derecho de
opción; el acreedor perfectamente podría querer perseverar en el contrato y, en
consecuencia, demandar el cumplimiento. Incluso más, como ya hemos visto, el
acreedor podría pretender demandar autónomamente la indemnización de perjuicios. De
ahí que la facultad de demandar la resolución no sea justamente más que eso: una
facultad resolutoria, esto es, un derecho potestativo o facultad de configuración jurídica
que permite a una de las partes extinguir el vínculo sin necesidad de contar con el
consentimiento de la otra510.
a) El propio tenor literal del artículo 1489, que habla de “contratos bilaterales”;
511
Cárdenas y Reveco (2018) pp. 317-319.
c) El fundamento de la condición resolutoria tácita radicaría, según algunos, en
la interdependencia de las prestaciones, lo que sólo puede ocurrir en los contratos
bilaterales.
Sin perjuicio de lo anterior, resulta pertinente revisar los fundamentos por los
cuales el profesor Vial estima que esta condición también opera en los contratos
unilaterales.
Este autor indica que la falta de una norma específica debe ser suplida por los
principios generales del derecho, y es principio del derecho el que el contratante
incumplidor (sea de un contrato unilateral o bilateral) contrae una responsabilidad que
se hace efectiva mediante la indemnización de perjuicios. De este modo, todo
contratante tiene derecho a que solicitar la indemnización de perjuicios compensatoria,
que reemplaza la obligación incumplida; pero para que pueda solicitarse tal
indemnización es indispensable que se extinga la obligación infringida, y precisamente
el modo de extinción de tal obligación es la resolución del contrato.
Asimismo, Abeliuk sostiene que no habrá culpa o dolo cuando haya operado un
caso fortuito o fuerza mayor, y dado que en este caso la obligación se extinguirá por
imposibilidad absoluta en la ejecución de la obra convenida o por pérdida de la cosa, no
será procedente la resolución. Esto se debe coordinar con el artículo 1567 Nº 9, que
contempla a la resolución como modo de extinguir. En consecuencia, si ya ha operado
la pérdida de la cosa o la imposibilidad absoluta en la ejecución de la obra convenida,
no será procedente demandar la resolución. El problema de la tesis de Abeliuk es que no
precisa que el caso fortuito o fuerza mayor solamente implicará la extinción de la
obligación cuando el hecho imprevisto, externo e irresistible torne total y
definitivamente imposible el cumplimiento, mas no cuando la imposibilidad sea
transitoria.
513
CONTARDO (2014b) pp. 94-96, 108-110.
514
CONTARDO (2014b) pp. 95 y 96.
515
Barros (2008) p. 421
516
Cárdenas y Reveco (2018) pp. 350-355.
517
Alessandri (2003) p. 272. En el mismo sentido, Meza (2007) p. 43.
518
En este sentido, entre otros, Barros (2008) pp. 422 y 423, López y Elorriaga (2017) p. 638, De la Maza
y Vidal (2018) pp. 430 y 431, Cárdenas y Reveco (2018) p. 341.
519
VIDAL (2014b) pp. 273-275.
Respecto a los criterios que permiten distinguir entre obligaciones relevantes
(cuyo incumplimiento será grave) e irrelevantes, nos remitimos a lo ya expuesto en la
introducción de estos apuntes.
En lo que atañe a nuestro sistema, y sin perjuicio del rol que a este respecto
pueda desempeñar la buena fe ex artículo 1546 del CC, no existe norma alguna que
permita al acreedor solicitar la resolución por incumplimiento previsible. Peñailillo
sostiene que a propósito de las causales de vencimiento anticipado ex artículo 1496 del
CC podría advertirse un indicio de resolución por incumplimiento previsible (pues
vencido anticipadamente el plazo, la obligación se haría exigible y ante el
incumplimiento, si el contrato es bilateral, el acreedor podría pedir la resolución), mas el
mismo autor reconoce que la falta de ejecución una vez vencido anticipadamente el
plazo convertiría el incumplimiento en actual523.
520
Véase, por ejemplo, artículos 72 CISG, 9:304 PECL y III.-3:504 DCFR. Para un panorama general,
Peñailillo (2012) pp. 53 y 54.
521
Artículo 72.2 CISG.
522
Artículos 9:304 PECL y III.-3:504 DCFR
523
Peñailillo (2012) p. 54.
incumplimiento recíproco. Ahora bien, si en la demanda se solicita la resolución e
indemnización de perjuicios, debe darse lugar a la resolución y rechazar la
indemnización de perjuicios, en atención a la coordinación que debe hacerse de los
artículos 1552 y 1557524.
524
Para una revisión de las distintas posturas, aunque sin decantarse claramente por ninguna posición,
Cárdenas y Reveco (2018) pp. 506-510.
525
Sobre este punto, aunque sin decantarse claramente por ninguna posición, Cárdenas y Reveco (2018)
pp. 355-357.
Si operara de pleno derecho, el acreedor no podría ejercer la opción que le da el
artículo 1489 inciso segundo de pedir el cumplimiento, puesto que tal obligación se
entendería extinguida.
Por otro lado, los costos relacionados con la defensa y representación de los
intereses del acreedor ante los tribunales de justicia, así como los que digan relación con
notificaciones, pericias, embargos, etc, también podrían contribuir a tornar ilusoria -o al
menos latamente diferida- la operatividad de los remedios que la ley ha establecido a
favor del acreedor.
Así tenemos que, por razones de necesidad imperiosa, el artículo 2180 N°2 del
Código Civil permite al comodante exigir la restitución anticipada de la cosa, poniendo
fin al contrato. En el mismo comodato, el artículo 2177 también permite exigir la
restitución inmediata de la cosa si ésta está siendo destinada a un fin distinto al
convenido; el fundamento, en este caso, obedece a que el comodante consintió en la
celebración del contrato con el ánimo de hacer una liberalidad, por lo que si la cosa no
se destina al fin convenido en el contrato, entonces éste pierde su razón de ser. A su vez,
arraigo en el Código Civil chileno (Peñailillo (2012) p. 34). En la misma línea, Barros sugiere que la
pretensión de justicia material que subyace al establecimiento de la necesidad de una sentencia judicial no
justifica los excesivos costos que asume el acreedor en la litigación (Barros (2008) pp. 423-425).
Reconociendo a la terminación unilateral y extrajudicial la virtud de reducir costos y contribuir a la
eficiencia, mas rechazando la posibilidad de que la figura encuentre arraigo en el Código Civil, Cárdenas
y Reveco (2018) pp. 328-330.
530
Pizarro (2016) pp. 14-18.
si el nuevo destino de la cosa la hace peligrar, el fundamento para exigir la restitución
inmediata es doble.
Para fundar esta propuesta, se compara el artículo 1489 de nuestro Código Civil
con el artículo 1184 del Código Civil francés.
531
Pizarro (2016) pp. 19 y 20.
532
Barros (2008) pp. 424 y 425.
como abusivo el ejercicio de la facultad del acreedor de poner fin unilateralmente al
contrato533.
3. Que se le conceda un plazo al deudor, pero no para que cumpla, sino para que las
partes puedan organizarse y precaver las consecuencias perniciosas que les pueda
generar la extinción del vínculo contractual534.
533
Pizarro (2016) pp. 21-23.
534
Pizarro (2016) pp. 23-26.
535
Pizarro (2016) p. 25.
536
Artículos 47.1, 49.1, 63.1, 64.1 CISG y 8:106.3 y 9:301.2 PECL.
537
Pizarro (2016) pp. 26 y 27.
Hugo Cárdenas y Ricardo Reveco rebaten los argumentos de Carlos Pizarro en
el siguiente sentido:
Al efecto, Vial estima que la acción resolutoria con que una de las partes
manifiesta su opción de desistirse del contrato y acogerse a los efectos de la condición
resolutoria tácita no podría enervarse por el cumplimiento de la obligación infringida,
salvo que esta sea la de pagar el precio en el contrato de compraventa, por aplicación
del artículo 1879.
538
Peñailillo (2012) p. 39. En el mismo sentido, Barros (2008) pp. 425 y 426.
precio en la compraventa tiene una justificación especial: proteger la circulación de los
bienes y evitar el efecto restitutorio que produce la resolución539.
Por otro lado, nada obsta a que ejercida una se pueda ejercer posteriormente la
otra si no se obtuvo; si el contratante diligente demanda el cumplimiento y no lo
obtiene, mantiene su opción para demandar la resolución. Así lo entiende la doctrina.
539
Peñailillo (2003) p. 425.
b) La condición resolutoria ordinaria opera de pleno derecho; la tácita requiere
de declaración judicial;
5. Pacto comisorio.
5.1. Concepto.
El pacto comisorio está tratado en el párrafo 10 del Titulo XXIII del Libro IV
del Código Civil, a propósito del contrato de compraventa por no cumplimiento de la
obligación de pagar el precio. Su concepto lo da el artículo 1877 en los siguientes
términos: “por el pacto comisorio se estipula expresamente que, no pagándose el
precio al tiempo convenido, se resolverá el contrato de compraventa. Entiéndese
siempre esta estipulación en el contrato de venta y cuando se expresa, toma el nombre
de pacto comisorio, y produce los efectos que van a indicarse”.
La doctrina ha establecido esta clasificación del pacto comisorio, que extrae del
artículo 1879: “Si se estipula que por no pagarse el precio al tiempo convenido, se
resuelva ipso facto el contrato de compraventa, el comprador podrá, sin embargo,
hacerlo subsistir, pagando el precio, lo más tarde en las veinticuatro hora
subsiguientes a la notificación judicial de la demanda”.
Los efectos del pacto comisorio en este caso están tratados en el artículo 1879:
“Si se estipula que por no pagarse el precio al tiempo convenido, se resuelva ipso facto
el contrato de compraventa, el comprador podrá, sin embargo, hacerlo subsistir,
pagando el precio, lo más tarde, en las veinticuatro horas subsiguientes a la
notificación judicial de la demanda”.
Como puede observarse, pese a que las partes convinieron que la compraventa se
resolviera de ipso facto, es decir, por el sólo hecho del incumplimiento, no ocurre de
esta forma, puesto que se otorga al comprador un plazo de 24 horas que se cuenta desde
la notificación de la demanda, para enervar la acción de resolución, pagando el precio
adeudado. En consecuencia, esta resolución no opera de pleno de derecho, sino que
requiere de una sentencia judicial que la declare.
Respecto al plazo para pagar, llamamos la atención que son 24 horas, que no es
lo mismo que un día, por cuanto por tratarse de un plazo de horas, se empieza a contar a
partir del momento mismo en que se notifica la demanda. Además, es un plazo fatal, por
lo que, conforme con el artículo 49 del Código Civil, cumplido caduca el derecho del
comprador para pagar, sin necesidad de acusar rebeldía.
En relación con los efectos del pacto comisorio calificado atípico, existe una
fuerte división en la doctrina.
Pizarro también adhiere a la tesis anterior señalando que, aun cuando parezca
más conveniente y funcional al interés del acreedor entender que la resolución derivada
de un pacto comisorio calificado atípico opera solamente una vez que aquel declara su
voluntad en ese sentido y se lo comunica al deudor, el pacto comisorio calificado atípico
se caracteriza justamente por operar de pleno derecho. Lo anterior no obsta, en su
opinión, a que pueda establecerse expresamente que la resolución operará previa
declaración de voluntad del acreedor comunicada al deudor, mas este pacto no
constituiría propiamente un pacto comisorio calificado atípico541.
Por lo tanto, el pacto comisorio calificado atípico debe entenderse como una
cláusula en virtud de la cual, ante el incumplimiento de una parte, la otra puede
acogerse ipso facto a los efectos de la resolución (notificando de ello al deudor), o
perseverar en el contrato, exigiendo el cumplimiento forzado.
540
Sentencia de la Corte Suprema, 29 de septiembre de 2016. Asunto rol N° 17061-2016; Sentencia de la
Corte Suprema, 27 de mayo 2014. Asunto rol N° 3407-2013.
541
Pizarro (2013) pp. 362-364.
542
Peña (sin año) pp. 18-20.
En esta misma línea, De la Maza y Vidal sostienen que el pacto comisorio
calificado atípico ha de entenderse como una modulación contractual del derecho de
opción contemplado en el artículo 1489, de forma tal que, si se mira a la resolución
como un remedio ante el incumplimiento, debe darse la opción al acreedor de renunciar
a ella (ex art. 12) y optar, si así lo prefiere, por el cumplimiento y/o la indemnización.
Esta conclusión estaría respaldada, además, por el artículo 1878 que, sin distinguir entre
pacto comisorio simple y calificado, precisa que el acreedor no queda privado de la
opción de pedir el cumplimiento543.
El artículo 1880, establece que “el pacto comisorio calificado prescribe al plazo
prefijado por las partes, si no pasare de cuatro años, contados desde la fecha del
contrato. Transcurridos estos cuatro años, prescribe necesariamente, sea que se haya
estipulado un plazo más largo o ninguno”.
La prescripción en esos casos se regula por los artículos 2514 inciso segundo y
2515, vale decir, prescribe en 5 años contados desde que la obligación se hace exigible.
Naturalmente, esta opinión no es compartida por quienes son partidarios de aplicar por
analogía las reglas de la compraventa;
6. Efectos de la resolución.
556
Peñailillo (2012) p. 48.
557
Peñailillo (2012) pp. 48 y 49.
558
Peñailillo (2012) pp. 50-52.
D. DE LA EXCEPCIÓN DE CONTRATO NO CUMPLIDO O EXCEPTIO NON
ADIMPLETI CONTRACTUS.
1. Generalidades.
559
CLARO (2013a) pp. 677, 691-694, FUEYO (2004) pp. 459 y 460.
La excepción de contrato no cumplido generalmente se estudia como un medio
de defensa a favor del contratante demandado. No obstante, también juega un rol
importante como remedio extrajudicial establecido a favor de cada contratante; si una
parte no cumple con sus obligaciones, la otra tampoco debe cumplir con la suyas,
teniendo derecho a suspender la ejecución de la prestación propia.
Si bien la expresión exceptio non adimpleti pareciera indicar un origen romano,
lo cierto es que esta institución aparece recién en la edad media, como un desarrollo
propio del derecho canónico. Su desarrollo se relaciona con el derecho de retención que
se reconoce al vendedor en caso de que el comprador no pague el precio; ante la falta de
pago, el vendedor puede retener la cosa y mantener la situación en un incumplimiento
recíproco.
Pothier reconoció este principio (todavía sobre la base de un derecho de
retención) a propósito de ciertos contratos especiales, tales como el arrendamiento, el
depósito y la compraventa. A diferencia del Código Civil francés, en nuestro sistema la
exceptio non adimpleti se configura como un principio general en los contratos
bilaterales, estando implícitamente consagrado en el artículo 1552 del CC.
2. Fundamento.
3. Ámbito de aplicación.
560
MEJÍAS (2013) pp. pp. 389-412. Según Contardo, la excepción de contrato no cumplido debe desligarse
por entero del artículo 1552. En su visión, el artículo 1552 es una disposición que tiene por objetivo
excluir la indemnización moratoria ante un incumplimiento recíproco; por ello impide la constitución en
mora. En cambio, la excepción de contrato no cumplido no guarda relación alguna con la mora,
requiriendo únicamente de un incumplimiento (CONTARDO (2014b) pp. 110 y 111). En nuestra opinión, el
planteamiento de Contardo no es realmente incompatible con el de Mejías. Esta última autora
sencillamente vislumbra un fundamento común a ambas instituciones, sin llegar a afirmar que la mora
desempeñe algún rol respecto de la referida excepción.
561
No obstante, Capitant y los neocausalistas plantean que la teoría de la causa debe entenderse como una
teoría aplicable durante todo el íter contractual, cobrando relevancia incluso durante la etapa de ejecución.
la demanda de indemnización de perjuicios. La única norma que exige mora como
requisito de procedencia es la contenida en el artículo 1557 y lo exige respecto de la
indemnización, mas no respecto del cumplimiento forzado y la resolución. En este
sentido Vidal, Alcalde, entre otros.
Respecto a este requisito, basta tener a la vista el tenor del artículo 1552, que
supone un contrato bilateral.
Con todo, un punto que interesa poner de relieve es la posibilidad de hacer valer
la excepción ante un incumplimiento grave previsible. Dicha posibilidad, que está
expresamente reconocida en instrumentos de derecho uniforme562, encuentra un indicio
en nuestro sistema a propósito del contrato de compraventa, concretamente en el
artículo 1826 inciso cuarto: “si después del contrato hubiere menguado
considerablemente la fortuna del comprador, de modo que el vendedor se halle en
peligro inminente de perder el precio, no se podrá exigir la entrega aunque se haya
estipulado plazo para el pago del precio, sino pagando, o asegurando el pago”. Dado
que la norma no distingue, el vendedor puede suspender la ejecución de la prestación de
que es deudor por el solo hecho de disminuir considerablemente la fortuna del
comprador, aun cuando la obligación del comprador no sea aun exigible.
Adicionalmente, según parte de la doctrina, habría otro indicio de suspensión de la
propia prestación por incumplimiento previsible en el artículo 1872 inciso segundo: “si
el comprador fuere turbado en la posesión de la cosa o probare que existe contra ella
una acción real de que el vendedor no le haya dado noticia antes de perfeccionarse el
contrato, podrá depositar el precio con autoridad de la justicia, y durará el depósito
hasta que el vendedor haga cesar la turbación o afiance las resultas del juicio”. Como
se aprecia, en este caso no hay realmente una suspensión de la prestación propia (pues
en realidad el precio se deposita con autoridad de la justicia), sin perjuicio de que no
pueda desconocerse que la medida contemplada constituye un mecanismo de tutela para
el comprador.
5. Efectos.
562
Artículo 9:304 PECL. Para un panorama general, Peñailillo (2012) pp. 55 y 56.
Por otra parte, si la parte requirente no está interesada en cumplir sus propias
obligaciones, podría solicitar judicialmente la resolución del contrato, toda vez que ésta
es procedente ante incumplimientos recíprocos.
Finalmente, si la parte requirente nada hace, contribuyendo a la suspensión de
los efectos de las obligaciones, se puede generar una especie de resciliación tácita.
Ahora bien, el problema será precisar cuál es el momento en que opera tal resciliación.
Al respecto, Rodríguez Grez postula que, si las partes mantienen una conducta pasiva,
desinteresándose por el cumplimiento de las obligaciones recíprocas, eventualmente
tendrá lugar la prescripción extintiva de las acciones, perdiendo eficacia el contrato; tal
es el momento en que podrá predicarse la resciliación.
Con todo, la tesis de la resciliación tácita ha sido resistida en doctrina –en razón
de su ambigüedad y falta de certeza- y no admitida por la jurisprudencia 563. Mientras no
opere la prescripción de las acciones –que, por lo demás, puede ser renunciada o
interrumpida-, es preferible entender que el contrato no se ha extinguido, sino que
únicamente se ha suspendido la exigibilidad de las obligaciones recíprocas, pudiendo
cualquiera de las partes solicitar la resolución. Por lo demás, si el efecto de la exeptio
non adimpleti contractus es suspender la exigibilidad de las obligaciones, sería
incorrecto sostener que sigue corriendo la prescripción. En opinión de Baraona, la
exigibilidad de la obligación de cada parte depende de que la otra esté llana a cumplir
con la suya; siendo así, la exigibilidad dependería de una conditio iuris, condición que,
de no cumplir en un plazo de 5 o de 10 años, caducaría, extinguiendo las
obligaciones564.
En nuestra opinión, ni la resciliación tácita ni la caducidad de una supuesta
conditio iuris son soluciones que encuentren respaldo normativo o que presten alguna
utilidad. Por lo demás, en lo que atañe a la última, habría cierta contradicción en el
razonamiento de Baraona: si el incumplimiento recíproco impide que exista
exigibilidad, y es esta exigibilidad la que pende de una pretendida conditio iuris, no se
aprecia por qué una eventual caducidad de esta implicaría la extinción de las
obligaciones. A mayor abundamiento, ni la tesis de la resciliación tácita ni la de la
caducidad confiere una solución adecuada a los casos en que, pese al incumplimiento
recíproco, han existido cumplimientos parciales previos o anticipos. En estas hipótesis
resulta justo restituir lo que se ha entregado (restitución que se logra como efecto de la
resolución). Piénsese en el caso –bastante frecuente en la práctica- en que, al momento
de la celebración de una promesa de compraventa, el promitente comprador ha
anticipado una parte del precio565; si llegado el día, las partes no celebran el contrato
prometido, configurándose entonces un incumplimiento recíproco, igualmente el
promitente comprador tendrá un legítimo interés en que se le restituya la parte del
precio anticipada566; en tal caso, a fin de satisfacer tal interés, debe permitirse el
563
Corte Suprema, sentencia de 4 de diciembre de 2013, recaída en causa rol 512-2003
564
BARAONA (2009) p. 382.
565
Técnicamente se está anticipando un pago parcial de una obligación que todavía no existe –pues la
obligación de pagar el precio es consecuencia de la compraventa, no de la promesa-. Cabe preguntarse si
este anticipo, bastante corriente en la práctica, podría mirarse como arras en función de lo establecido en
el artículo 1803, dando una parte del precio como “prenda de la celebración del contrato”. Sobre la
función y clases de arras véase “Las arras penitenciales en la tradición romanística del derecho civil
español”, Patricio Carvajal, Revista Chilena de Derecho, vol. 32 N°2, pp. 299-327.
566
La refutación de tal interés supondría la admisión de un enriquecimiento injustificado por parte del
promitente vendedor.
ejercicio de la facultad resolutoria, que procurará la pretendida tutela restitutoria (ex
artículo 1487).
6. Distinción entre incumplimiento recíproco e incumplimiento único.
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