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Los contratos tienen fuerza de ley entre las partes contratantes. Obligan tanto a lo que
se expresa en ellos, como a las consecuencias que la equidad, el uso o la ley hacen nacer
de la obligación, según la naturaleza de ésta.
La diferencia entre ésta y la extracontractual, para los efectos prácticos de la litis, es que
en la contractual basta demostrar el incumplimiento para que se presuma la culpa. El
daño cuyo resarcimiento se persigue, tiene como origen el incumplimiento del deber de
cuidado atribuible al que se imputa como responsable, con motivo de la relación
contractual por la cual su contraparte se compromete a hacer o dar, a cambio del pago
de un precio determinado.
No esta de más decir una vez más, aunque en la clase se haya repetido hasta el
cansancio, que debe mediar un vínculo causal entre la conducta -antijurídica y
culpable- y el daño. De manera que, frente a la verificación de
un comportamiento ilícito -doloso o culposo- atribuible a un sujeto (responsabilidad
subjetiva), causante del daño, surge la obligación de reparación.
Ello determina la diferencia entre responsabilidad directa e indirecta, dando lugar así, a
la regulación legal de la responsabilidad civil extracontractual subjetiva e indirecta, que
integra los conceptos de "culpa in eligiendo" y "culpa in vigilando". Asimismo, la
conducta puede ser comisiva u omisiva. Esta última aflora, por lo general, como
consecuencia de un proceder negligente del provocador del daño; sea, sin el concurso
de la diligencia debida.