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Las competencias de las Comunidades Autónomas.

I. El concepto de competencia.
a. Conceptos a partir de los cuales se realiza la distribución territorial del
poder.
i. Materia: cualquier realidad sobre la que puede recaer una
determinada actividad o función pública.
ii. Función: potestades públicas que cabe ejercitar sobre una misma
materia.
iii. Competencia:
1. Círculo de intereses que define la capacidad de actuación
de cada ente.
2. Titularidad de una determinada función o potestad pública.
b. Necesidad de acotar jurídicamente las materias. Técnicas:
i. División material del sector (p. ej. Bases y coordinación general de
la sanidad, art. 149.1.16ª).
ii. División del sector según un criterio territorial (p. ej. Ferrocarriles
que transcurran por el territorio de más de una CA, art. 149.1.21ª).
iii. División en función del interés (p. ej. Aeropuertos de interés
general, art. 149.1.20ª).
c. Las materias objeto de distribución competencial.
i. El carácter no exhaustivo de las listas: el problema de las reservas
tácitas (atribución a un órgano concreto de un ente territorial:
tácitamente se atribuye la competencia a ese ente) y las reservas
implícitas.
ii. Nociones intrínsecas. La indagación del significado de las fórmulas
constitucionales “no puede plantearse a partir de datos extrínsecos,
sino, en cuanto sea posible, a partir sólo de nociones intrínsecas a
la propia Constitución” (STC 35/1982).
II. Las reglas de distribución de competencias: artículos 148 y 149 CE.
a. Principio de asunción estatutaria (inicialmente, materias del art. 148;
pasados 5 años desde la aprobación del Estatuto, todo aquello que
no esté expresamente reservado al Estado). Las CCAA del art. 151
podían asumir desde el principio todo lo no expresamente
reservado al Estado.
b. La asunción estatutaria se realiza dentro del marco constitucional.
Asimismo, “las marcas competenciales que la CE establece no agotan su
virtualidad en el momento de aprobación de los Estatutos de Autonomía,
sino que continuarán siendo preceptos operativos en el momento de
realizar la interpretación de los preceptos de éstos” (STC 18/1982).
c. Competencias no asumidas por las CCAA: cláusula residual a favor del
Estado (art. 149.3 CE).
d. Atribución extraestatutaria de competencias:
i. Leyes sectoriales (ej. LOTC, tras la reforma de 2007).
ii. Leyes de transferencia y delegación (art. 150 CE).
III. La significación de las competencias exclusivas del Estado en el sistema
autonómico.
a. El sentido constitucional de las competencias exclusivas del Estado:
necesarias, permanentes, inseparables.
b. Las competencias exclusivas del Estado como competencias superiores y
ordenadas a asegurar y mantener la unidad última del sistema.
c. El soporte del art. 149.1 CE en la cláusula de indivisibilidad de la Nación
española del art. 2 CE.
d. Significación de las competencias del art. 149.1:

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i. Atributos directos de la soberanía.
ii. Instrumentos de integración y homogeneización social y jurídica.
iii. Formulación de regulaciones básicas (STC 25/1981: estatus
jurídico-constitucional unitario para todos los españoles).
IV. El régimen de la distribución competencial.
a. Distribución competencial basada en el binomio funciones normativas y
funciones ejecutivas. Posibilidades.
i. Materias reservadas íntegramente a la competencia estatal.
ii. Materias reservadas íntegramente a la competencia de las
respectivas CCAA.
iii. Materias en que Estado y CCAA se reparten las funciones públicas
sobre las mismas.
b. Tipología de las competencias.
i. Competencias exclusivas: aquellas en las que se atribuyen a un
ente todas las funciones públicas (normativas y ejecutivas) sobre
una materia.
1. Íntegras: sobre una materia en su integridad (ej. Art.
149.1.4ª CE).
2. Posibilidad de que la atribución se haga respecto de una
materia previamente acotada, ya sea en virtud del interés
(ej. aeropuertos de interés general, art. 149.1.20ª CE;
aeropuertos, art. 140.1 EAC) o de la afectación territorial (ej.
obras públicas “cuya realización afecte a más de una
Comunidad Autónoma”, art. 149.1.24ª CE).
ii. Competencias compartidas (1): supuestos en que ambas instancias
políticas tienen atribuidas funciones de la misma naturaleza sobre
una materia. Constituyen supuestos en que la competencia
normativa estatal no agota la regulación de la respectiva materia.
1. Concurren los dos centros territoriales de poder (estatal y
autonómico) para la regulación global de la misma materia.
La STC de 23/12/1982 señaló que: “la regulación final es
siempre resultado de la actividad concurrente del Estado y
de las CCAA”.
2. Idea esencial de la normación básica: establece una política
global (dentro de la cual caben una diversidad de
regulaciones). Las bases integran un común denominador
normativo por existir un interés general. STC 147/1991 (FJ
4): “La definición de las bases, en el ámbito de la legislación
compartida, tiene por objeto crear un marco normativo
unitario, de aplicación a todo el territorio nacional, dentro del
cual las Comunidades Autónomas dispongan de un margen
de actuación que les permita, mediante la competencia de
desarrollo legislativo, establecer los ordenamientos
complementarios que satisfagan sus peculiares intereses;
por ello, en principio, debe entenderse que excede de lo
básico toda aquella ordenación que, por su minuciosidad y
detalle, no deja espacio alguno a la competencia
autonómica de desarrollo legislativo, produciéndose, en tal
caso, por regla general, un resultado de vulneración
competencial que priva a lo presentado como básico de su
condición de tal”.
a. La regulación básica estatal es una regulación
nacional unitaria. A partir de ella, cada CA
establecerá las peculiaridades que le convengan.
b. El Estado no puede agotar la regulación de la
materia.

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c. Con las normas de las dos procedencias ha de
constituirse un mismo sistema normativo.
d. Concreción: reserva constitucional de norma
complementaria autonómica.
e. La existencia de materias que precisan un
tratamiento jurídico uniforme supone que las
autoridades estatales deben ser competentes para
establecer un común denominador y para ejercer
funciones de tipo ejecutivo, que permanecen
centralizadas y que por ello son “básicas”.
3. El concepto de bases como concepto horizontal del Estado.
La reserva al Estado de “bases” de una materia puede
extenderse tanto a funciones legislativas como ejecutivas
respecto a una materia determinada
4. El TC ha elaborado unos requisitos formales que deben
reunir las normas básicas estatales:
a. Para evitar que la regulación del Estado agote la
materia, y por tanto deje vacía de contenida la
competencia autonómica, el TC ha elaborado “el
principio de preferencia de Ley que rige esta
materia -no confundible con el de reserva de Ley,
incompatible con el aspecto material que interviene
en la conformación del concepto de lo básico-, en
virtud del cual corresponde, siempre que así sea
posible definir lo básico a la norma emanada del
poder legislativo del Estado, que es la que mejor
garantiza la generalidad y estabilidad de las reglas
básicas y, por consiguiente, el respeto debido a las
competencias autonómicas de desarrollo” (STC
147/1991, FJ 4).
i. En principio serán las Cortes Generales,
mediante ley, las que deberán establecer lo
que haya de entenderse por básico.
Excepcionalmente el Gobierno podrá regular
por Decreto aspectos básicos de una
materia.
ii. La propia ley básica ha de definirse como
tal: ella misma ha de declarar expresamente
el alcance básico de todos o parte de sus
preceptos (a semejanza de lo que ocurre
con las Leyes orgánicas). No obstante, para
que una regulación sea básica no es
suficiente con que el legislador le atribuya
ese carácter.
iii. Competencias compartidas (2): ambas instancias territoriales
comparten funciones sobre una materia, si bien dichas funciones
presentan naturaleza diferente.
1. Corresponde al Estado la función normativa sobre una
materia, pudiendo las CCAA asumir funciones ejecutivas
sobre la misma.
2. El término legislación equivale a normación sustantiva
(incluye no sólo las normas con rango de Ley, sino también
los Reglamentos de desarrollo de los mandatos legales).
3. Los reglamentos organizatorios son parte de la función
ejecutiva, por lo que pueden corresponder a las CCAA. En
estos casos, las facultades propias de la función ejecutiva

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corresponde a las CCAA, si bien el Estado puede retener
una parte residual de la función ejecutiva, que consiste en
la Alta Inspección. Así, “la alta inspección recae sobre la
correcta interpretación de las normas estatales, así como
de las que emanan de las asambleas comunitarias, en su
indispensable interrelación Así entendida, la alta inspección
constituye una competencia estatal de vigilancia, pero no un
control genérico e indeterminado que implique dependencia
jerárquica de las Comunidades Autónomas respecto a la
Administración del Estado, sino un instrumento de
verificación o fiscalización que puede llevar en su caso a
instar la actuación de los controles constitucionalmente
establecidos en relación con las Comunidades Autónomas,
pero no a sustituirlos convirtiendo a dicha alta inspección en
un nuevo y autónomo mecanismo directo de control” (STC
32/1981, FJ 2).
iv. Competencias indistintas: supuestos en que se produce una
concurrencia perfecta de funciones (ej. Art. 149.2 CE).
V. La modificación extraestatutaria de las competencias.
a. El supuesto del art. 150.1 CE: El Estado puede ampliar unilateralmente el
ámbito competencial de las CCAA.
i. Atribución a las CCAA de potestades legislativas en el marco de
una ley estatal.
ii. Características de las leyes marco:
iii. Realizada por las Cortes mediante ley ordinaria.
iv. Posibilidad de extenderlo a los Reglamentos ejecutivos.
v. Las Cortes fijan los principios, bases y directrices.
vi. Las Cortes fijan la modalidad del control. Vid. arts. 167 y 153 del
Reglamento del Congreso de los Diputados.
b. El supuesto del art. 150.2 CE: Ampliación competencial mediante
delegación o transferencia.
i. Se refiere a todo tipo de facultades estatales: normativas y
ejecutivas.
ii. Acompañada por la transferencia de medios financieros.
iii. Sometida a reserva de ley orgánica (no cabe la delegación en un
Estatuto, por su rigidez).
iv. La ley orgánica determinará las formas de control que se reserva el
Estado. Vid. arts. 153 del Reglamento del Congreso de los
Diputados y 22.5 de la Ley orgánica del Consejo de Estado.
VI. Las leyes de armonización. Art. 150.3 CE.

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Sobre el orden de distribución de competencias.

STC 25/1981, de 14 de julio, FJ 3:

La autonomía se reconoce a los entes territoriales enumerados en aquel artículo para la


«gestión de sus propios intereses», lo cual exige que se dote a cada Ente de «todas las
competencias propias y exclusivas que sean necesarias para satisfacer el interés
respectivo». En el caso de las Comunidades Autónomas, que, como recuerda la
mencionada Sentencia, gozan de una autonomía cualitativamente superior a la
administrativa que corresponde a los entes locales, ya que se añaden potestades
legislativas y gubernamentales que la configuran como autonomía de naturaleza política,
cualquiera que sea el ámbito autonómico, éste queda fijado por el Estatuto, en el que se
articulan las competencias asumidas por la Comunidad Autónoma dentro del marco
establecido en la Constitución (art. 147.1); de tal suerte que la competencia sobre las
materias que no se hayan asumido por los Estatutos de Autonomía corresponderá al
Estado, cuyas normas prevalecerán, en caso de conflictos, sobre las de las Comunidades
Autónomas en todo lo que no esté atribuido a la exclusiva competencia de éstas (art.
149.3).

En la misma línea, el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones, que lleva


como corolario la solidaridad entre todas ellas, se da sobre la base de la unidad nacional
(art. 2). Dicha autonomía queda vinculada, para cada una de las entidades territoriales,
como ya se ha señalado, a la gestión de sus respectivos intereses (art. 137); principio éste
que figura significativamente a la cabeza de los «principios generales» que informan la
organización territorial del Estado, que en los capítulos siguientes se regula en los niveles
de la Administración local y de las Comunidades Autónomas. Aunque las Comunidades
Autónomas no son ni pueden ser ajenas al interés general del Estado, la defensa
específica de éste es atribuida por la Constitución al Gobierno (arts. 97, 155), llamado
asimismo prioritariamente a velar por la efectiva realización del principio de solidaridad (art.
138), junto a las Cortes Generales (art. 158.2). Sin dejar, como es obvio, de participar en la
vida general del Estado, cuyo ordenamiento jurídico reconoce y ampara sus Estatutos
como parte integrante de su ordenamiento jurídico (art. 147.1 ), las Comunidades
Autónomas, como corporaciones públicas de base territorial y de naturaleza política, tienen
como esfera y límite de su actividad en cuanto tales los intereses que les son propios,
mientras que la tutela de los intereses públicos generales compete por definición a los
órganos estatales.

STC 42/1981, de 22 de diciembre, FJ 2:

Para solucionar la cuestión suscitada es necesario efectuar unas precisiones acerca de los
principios de la Constitución en orden al reparto de competencias, en la medida necesaria
para determinar el criterio a seguir en los supuestos en que, según la perspectiva que se
utilice, pueda llegarse a conclusiones contradictorias. Para lo cual es necesario recordar
que la Constitución distingue entre distintos niveles del interés general, en función de los
cuales han de atribuirse las respectivas competencias (arts. 150.3, 155.1 y 137, entre
otros). En concreto, la consecución del interés general de la Nación, en cuanto tal, y de los
de carácter supracomunitario, queda confiada a los órganos generales del Estado, lo que
se traduce en la atribución al mismo de una serie de competencias, entre las cuales se
encuentran las del art. 149.1 de la Constitución y, por otra parte, el interés general propio
de cada Comunidad se refleja asimismo en la asunción de una serie de competencias en
su respectivo Estatuto.

La técnica utilizada por la Constitución es compleja, dada la coincidencia sobre una misma
materia de intereses generales de diverso alcance, y dado que un mismo objeto es

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susceptible -generalmente e ser situado en diversos campos. De aquí que para solucionar
las cuestiones que puedan plantearse hay que partir del contenido inherente a cada
competencia y sólo si, aun aplicado este criterio, se sigue produciendo un
entrecruzamiento habrá que determinar la competencia que debe prevalecer.

STC 125/1982, de 20 de diciembre, FJ 1:

Las normas constitucionales y estatutarias relativas a la distribución de competencias


clasifican la realidad social en materias para ordenar aquella distribución. Los conceptos
de materias allí recogidos poseen, en ocasiones, un inevitable grado de indeterminación y
es frecuente que una materia, en concreto el turismo, tenga dimensiones clasificables
dentro de otro concepto material y encajables en otro título competencial. Así sucede con
la materia comercio exterior, atribuida con competencia exclusiva al Estado por el artículo
149.1.10 de la Constitución. La importancia de los ingresos que la actividad turística
proporciona a la economía nacional procedentes de la demanda exterior, convierten sin
duda al turismo en una de las partidas más significativas dentro de la balanza exterior. Por
consiguiente, la promoción exterior del turismo adquiere desde esta perspectiva una
dimensión que la sitúa dentro de la competencia estatal del art. 149.1.10 de la C. E. Pero
ello no debe llevarnos a una interpretación expansiva de este título que permitiera
absorber bajo él, como competencia estatal, cualquier medida que, dotada de una cierta
incidencia, por remota que fuera, en el comercio exterior turístico, produjera directamente
una reordenación de la actividad turística, vulnerando con ello las competencias
estatutarias. Una vez más, la posible concurrencia imperfecta de títulos obliga al intérprete
del bloque de la constitucionalidad y de la norma o normas constitutivas del objeto de un
conflicto, a una tarea de ponderación, difícilmente conceptualizable y, por fuerza,
casuística.

STC 31/2010, de 28 de junio, FJ 57:

En lo que hace específicamente a la distribución de competencias entre el Estado y las


Comunidades Autónomas, los Estatutos son las normas constitucionalmente habilitadas
para la asignación de competencias a las respectivas Comunidades Autónomas en el
marco de la Constitución. Lo que supone, no sólo que no puedan atribuir otras
competencias que no sean las que la Constitución permite que sean objeto de atribución
estatutaria, sino, ante todo, que la competencia en sí sólo pueda implicar las potestades
que la Constitución determine. El Estatuto puede atribuir una competencia legislativa sobre
determinada materia, pero qué haya de entenderse por «competencia» y qué potestades
comprenda la legislativa frente a la competencia de ejecución son presupuestos de la
definición misma del sistema en el que el Ordenamiento consiste y, por tanto, reservados a
la Norma primera que lo constituye. No es otro, al cabo, el sentido profundo de la
diferencia entre el poder constituyente y el constituido ya advertido en la STC 76/1983, de
5 de agosto. La descentralización del Ordenamiento encuentra un límite de principio en la
necesidad de que las competencias cuya titularidad corresponde al Estado central, que
pueden no ser finalmente las mismas en relación con cada una de las Comunidades
Autónomas —en razón de las distintas atribuciones competenciales verificadas en los
diferentes Estatutos de Autonomía—, consistan en facultades idénticas y se proyecten
sobre las mismas realidades materiales allí donde efectivamente correspondan al Estado
si no se quiere que éste termine reducido a la impotencia ante la necesidad de arbitrar
respecto de cada Comunidad Autónoma, no sólo competencias distintas, sino también
diversas maneras de ser competente.

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Alcance de la normación básica.

STC 69/1988, de 19 de abril, FJ 5:

Los arts. 148 y 149 de la Constitución, y los preceptos estatutarios de asunción de


competencias que los concretan en relación con cada Comunidad Autónoma establecen
un delicado sistema de distribución competencial, cuya equilibrada aplicación se hace
especialmente difícil en los supuestos en que las competencias legislativas autonómicas
entran en concurrencia con las que al Estado corresponden para definir el marco básico
dentro del cual deben aquéllas ejercitarse, pues la atribución al Estado de estas
competencias deja el sistema abierto en el sentido de que aun careciendo las normas
básicas estatales de efectos atributivos de competencias que pueda alterar el sistema
constitucional y estatutario, tiene por objeto delimitar, con alcance general, el espacio
normativo al que las CC.AA. deben circunscribirse cuando ejercitan en defensa de sus
intereses peculiares, las competencias propias que tengan en relación con la materia que
resulte delimitada por dichas normas básicas.

Esta concurrencia de competencias normativas hace que el sistema sólo quede cerrado
mediante la producción por el Estado de la ordenación que defina, en cada materia en la
que se ocasione dicha concurrencia, los contornos básicos delimitadores de las
competencias autonómicas, que quedan así configuradas por remisión al espacio que deja
la positividad básica estatal.

Dado que la definición de lo básico constituye una operación normativa de concreción de


lo básico, que corresponde realizar al legislador estatal sin alterar el orden constitucional y
estatutario de distribución de competencias y con observancia de las garantías de
certidumbre jurídica que sean necesarias para asegurar que las CC.AA. tengan posibilidad
normal de conocer cuál es el marco básico al que deben someter sus competencias,
resulta manifiesto que la función de defensa del sistema de distribución de competencias
que a este Tribunal confieren los arts. 161.1 c) de la Constitución y 59 de su Ley Orgánica
tiene que venir orientada por dos esenciales finalidades: procurar que la definición de lo
básico no quede a la libre disposición del Estado en evitación de que puedan dejarse sin
contenido o inconstitucionalmente cercenadas las competencias autonómicas y velar
porque el cierre del sistema no se mantenga en la ambigüedad permanente que supondría
reconocer al Estado facultad para oponer sorpresivamente a las Comunidades Autónomas
como norma básica, cualquier clase de precepto legal o reglamentario, al margen de cuál
sea su rango y estructura.

A la satisfacción de la primera de dichas finalidades responde el concepto material de


«norma básica», acuñado por la citada doctrina constitucional, conforme a la cual la
definición de lo básico por el legislador estatal no supone que deba aceptarse que, en
realidad, la norma tiene ese carácter, pues, en caso de ser impugnada, corresponde a este
Tribunal, como intérprete supremo de la Constitución, revisar la calificación hecha por el
legislador y decidir, en última instancia, si es materialmente básica por garantizar en todo
el Estado un común denominador normativo dirigido a asegurar, de manera unitaria y en
condiciones de igualdad, los intereses generales a partir del cual pueda cada Comunidad
Autónoma, en defensa de sus propios intereses, introducir las peculiaridades que estime
convenientes y oportunas, dentro del marco competencial que en la materia le asigne su
Estatuto.

A la segunda finalidad atiende el principio de Ley formal que la misma doctrina acoge en
razón a que sólo a través de este instrumento normativo se alcanzará, con las garantías
inherentes al procedimiento legislativo, una determinación cierta y establece de los

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ámbitos respectivos de ordenación de las materias en las que concurren y se articulan las
competencias básicas estatales y las legislativas y reglamentarias autonómicas, doctrina
que se proclama con la afirmación de que «las Cortes deberán establecer lo que haya de
entenderse por básico» -fundamentos jurídicos 5.° de la STC 32/1981 y 1.° de la STC
1/1982-, la cual expresa, de manera bien relevante, que la propia Ley puede y debe
declarar expresamente el alcance básico de la norma o, en su defecto, venir dotada de
una estructura que permita inferir, directa o indirectamente, pero sin especial dificultad, su
vocación o pretensión de básica.

Como excepción a dicho principio de Ley formal, la referida doctrina admite que el
Gobierno de la Nación pueda hacer uso de su potestad reglamentaria para regular por
Decreto alguno de los aspectos básicos de una materia, cuando resulten, por la naturaleza
de ésta, complemento necesario para garantizar el fin a que responde la competencia
estatal sobre las bases. Esta excepción, establecida principalmente para adecuar la
legislación preconstitucional a situaciones nuevas derivadas del orden constitucional, como
es la organización territorial del Estado, debe entenderse limitada al sentido que
corresponde a su naturaleza de dispensa excepcional de suficiencia de rango normativo,
pero no alcanza a la exigencia de que su carácter básico se declare expresamente en la
norma o se infiera de su estructura en la misma medida en que es ello aplicable a la Ley
pues lo contrario sería permitir que por la vía reglamentaria se introduzcan elementos de
confusión e incertidumbre, siendo que ello se deja negado en la Ley formal.

STC 31/2010, FJ 60:

La previsión de que el Estado y las Comunidades Autónomas puedan compartir un ámbito


material determinado en el ejercicio de diferentes potestades y funciones es una de las
características típicas del modelo territorial del Estado autonómico. El concurso de dichas
potestades y funciones sobre una misma materia se ordena en la Constitución, en
términos de principio, bien atribuyendo al Estado central la competencia legislativa y
permitiendo la atribución a las Comunidades Autónomas de las competencias de
ejecución, bien confiando al primero el establecimiento de normas legales básicas y
haciendo posible que las Comunidades Autónomas desarrollen legislativamente dichas
bases y sean titulares de las correspondientes potestades de reglamentación y ejecución
de la legalidad desarrollada. Los arts. 111 y 112 EAC se atienen escrupulosamente a este
modelo, describiéndose en el primero de ambos preceptos el supuesto del concurso de
competencias arbitrado con arreglo al criterio bases/desarrollo. Nada hay que objetar, por
tanto, al art. 111 EAC en ese punto.

Sin embargo, el precepto no se atiene estrictamente al concepto constitucional de las


bases estatales, toda vez que las reduce a los «principios o mínimo común normativo»
fijados por el Estado «en normas con rango de Ley», cuando es lo cierto que, conforme a
nuestra jurisprudencia, siendo aquél el contenido que mejor se acomoda a la función
estructural y homogeneizadora de las bases y ésta la forma normativa que, por razones de
estabilidad y certeza, le resulta más adecuada (por todas, STC 69/1988, de 19 de abril, no
lo es menos que también es posible predicar el carácter básico de normas reglamentarias
y de actos de ejecución del Estado (STC 235/1999, de 16 de diciembre), y son factibles en
las bases un alcance diferente en función del subsector de la materia sobre la que se
proyecten e incluso sobre el territorio (SSTC 50/1990, de 6 de abril y 147/1991, de 4 de
julio, respectivamente). Y ello no como pura excepción al criterio que para el art. 111 EAC
constituye la regla de principio (base principial o de mínimo normativo, formalizada como
Ley), sino como elementos de la definición del contenido y alcance de la competencia
atribuida al Estado cuando éste es el titular de la potestad de dictar las bases de la
disciplina de una materia determinada.

El art. 111 EAC no se ajusta, por tanto, al cometido de la sistematización de las categorías
del régimen constitucional de distribución de competencias que, según tenemos repetido,

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puede desempeñar, sino que, elevando a regla esencial una sola de las variables
admitidas por este Tribunal en la definición del concepto de las bases estatales, termina
por definir el ámbito competencial del Estado. Si las bases son «principios» o «normación
mínima» no es asunto a dilucidar en un Estatuto, sino sólo en la Constitución, vale decir:
en la doctrina de este Tribunal que la interpreta. Ello es así, ante todo, por razones de
concepto. Pero, además, por razones de orden estructural y práctico. De un lado, porque
el concepto, el contenido y el alcance de las bases no pueden ser, como regla general,
distintos para cada Comunidad Autónoma, pues en otro caso el Estado tendría que dictar
uno u otro tipo de bases en función de lo dispuesto en cada Estatuto de Autonomía. De
otro, porque, siendo mudables las bases (STC 1/2003, de 16 de enero), también lo es, en
correspondencia inevitable, el ámbito disponible por la legislación de desarrollo, de manera
que la rigidez procedimental de un Estatuto lo convierte en norma inapropiada para
determinar con detalle el alcance de las potestades inherentes a esa legislación.

Como consecuencia de lo anterior, es inconstitucional, y por tanto nulo, el inciso «como


principios o mínimo común normativo en normas con rango de Ley, excepto en los
supuestos que se determinen de acuerdo con la Constitución y el presente Estatuto». Con
su supresión, el art. 111 EAC se limita a describir correctamente las facultades
comprendidas en la competencia de desarrollo de unas bases estatales cuyo contenido y
alcance serán siempre, y sólo, las que se desprenden de la Constitución interpretada por
este Tribunal.

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