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Resumen Administrativo. 1er Parcial.

Funciones del Estado. Concepto. Criterios

La separación de los poderes reconoce, en general, su origen en Francia, a raíz de la obra de Montesquieu “El espíritu
de las leyes” (1748). Parte del reconocimiento de que todo órgano que ejerce poder tiene naturalmente a abusar de él,
por lo cual se hace necesario instaurar un sistema de frenos y contrapesos sobre la base de la asignación de porciones
de poder estatal a diferentes órganos (Ejecutivo, Legislativo y Judicial).
A parte de la función gubernativa, las funciones del Estado pueden clasificarse en: administrativa (actividad permanente,
concreta, práctica e inmediata); legislativa (actividad que consiste en el dictado de normas generales obligatorias) y
jurisdiccional (actividad que se traduce en la decisión de controversias con fuerza de verdad legal). Las tres funciones
deben perseguir, primordialmente, en su orientación teleológica, la realización del bien común, ya sea en forma inmediata
o mediata. Cada uno de los órganos entre los que se distribuye el poder estatal tiene asignada una de las funciones

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señaladas sin que ello obste a la acumulación.

a) Criterio subjetivo u orgánico de la función administrativa.


Dentro de esta corriente se hallan las tendencias que consideran a la función administrativa como toda o la mayor parte
de la actividad que realiza el Poder Ejecutivo y los órganos y sujetos que actúan en su esfera. La doctrina actualmente
partidaria de la concepción subjetiva considera que la función administrativa constituye un sector o una zona de la
actividad que despliega el Poder Ejecutivo. En tal sentido, hay quienes incluyen dentro del concepto de Administración

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actividades que materialmente no son administrativas (actividad reglamentaria y actividad jurisdiccional), aun cuando
reconocen, al propio tiempo, que la Administración no constituye la única actividad que ejerce el Poder Ejecutivo, pues
también tiene atribuida la función de gobierno.
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b) Criterio objetivo o material de la función administrativa.
Las concepciones que fundan la noción de función administrativa en el criterio material tienen en común el
reconocimiento de las actividades materialmente administrativas no sólo del Poder Ejecutivo, sino también de los
Órganos Legislativo y Judicial.
Los partidarios de ésta concepción objetiva completan la noción con la referencia al aspecto teleológico que debe
perseguir la función administrativa: según algunos, la atención de los intereses públicos que asume en los propios fines,
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y, según otros, la satisfacción de las “necesidades” colectivas o de interés público.


En consecuencia, la función administrativa, en sentido material, puede ser considerada como aquella actividad que en
forma inmediata, permanente, concreta, práctica y normalmente espontánea, desarrollan los órganos estatales para
alcanzar el bien común, conforme a regímenes jurídicos de derecho público.
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Es posible conciliar la existencia de los poderes implícitos con la llamada “zona de reserva de la Administración”,
circunscripta esta última a la regulación de ciertas materias y situaciones que deben considerarse inherentes y
consustanciales a la funciones que tiene adjudicadas el Poder Ejecutivo como “jefe supremo de la Nación, jefe del
gobierno y responsable político de la administración general del país” (art. 99, inc. 1°, de la Const. Nac.). Entre las
materias susceptibles de ser reguladas por reglamentos autónomos se encuentran las reglas de organización


administrativa y las atinentes a los recursos administrativos, en cuanto no alteren los límites de la potestad reglamentaria,
que son precisamente aquellas materias que pertenecen a la reserva de la ley (v.gr., reglamentación de los derechos
individuales de propiedad y de libertad).
A su vez, existe un conjunto de facultades reservadas al Poder Judicial que la Administración no puede invadir, por
principio. En tal situación se encuentra la potestad genérica de los jueces de resolver controversias con fuerza de verdad
legal y la consecuente prerrogativa de afectar, limitar, modificar o extinguir los derechos de propiedad y de libertad y
ordenar, respecto de ellos, el empleo de la coacción sobre los bienes y las personas.

Fuentes. La Constitución.
La primacía de la Constitución Nacional comprende según su artículo 31 no sólo los principios y normas constitucionales
sino también los tratados y las leyes dictadas por el Congreso como consecuencia de las facultades que le atribuye la ley
suprema.
Del régimen que instruye la Constitución surgen una serie de principios y reglas que configuran la base del derecho
administrativo, entre los que cabe mencionar:

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a) Personalidad jurídica del Estado. La concepción del Estado como persona jurídica, se encuentra implícitamente
reconocida en el artículo 35 de la Constitución Nacional. En ese carácter, ejerce potestades y derechos, contrae
obligaciones, impone deberes y cargas, etc. Refuerza esta interpretación la referencia que se formula a la Nación
en el título primero de la segunda parte de la Constitución, ya que al reglar la actividad de los organismos de la
Nación, reconoce como presupuesto que esos órganos integran un sujeto de derecho con personalidad jurídica.
b) Las funciones, potestades y cometidos del Poder Ejecutivo. El artículo 99 de la Constitución Nacional, al
prescribir las funciones, potestades y cometidos del Poder Ejecutivo, configura una de las fuentes más ricas del
derecho administrativo. De esta norma derivan, entre otras, las siguientes normas y principios:
1. La jefatura suprema de la Nación y la jefatura del Gobierno del cual depende la Administración general del
país (cuyo responsable político es el Poder Ejecutivo) y la llamada zona de reserva de la Administración (art.
99, inc. 1°, de la CN);
2. La potestad para dictar reglamentos de ejecución (art. 99, inc. 2°, de la CN);

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3. Competencia para dictar actos institucionales (art. 99, inc. 4°, de la CN).
c) Las relaciones de Presidente con el Jefe de Gabinete, sus ministros y la competencia de ellos (arts. 100 a 107 de
la CN).
d) Los derechos y garantías de los particulares frente al Estado (arts. 14, 16, 17, 19 y 28 de la CN).

La Ley.
En su sentido material, se entiende por ley todo acto o norma jurídica que crea, modifica o extingue un derecho de

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carácter general y obligatorio, mientras que, de acuerdo al criterio formal, la ley consiste en el acto emanado del Órgano
Legislativo, conforme a un procedimiento prestablecido.
Para la primera de las concepciones, la raíz objetiva o material del acto que es producto de la función legislativa se
encuentra tanto en las leyes emanadas del Congreso como en los reglamentos que dicta el Poder Ejecutivo.
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De ese modo, los caracteres esenciales de la ley están constituidos por la generalidad y la obligatoriedad.
La generalidad de la ley consiste en la circunstancia de regular mediante normas jurídicas situaciones abstractas,
impersonales y objetivas, que se aplican o pueden aplicarse a toda la comunidad, un sector o conjunto de individuos.
Por su parte, la obligatoriedad o imperatividad destaca un carácter que hace al cumplimiento de las prescripciones de la
ley, en cuanto el Estado posee el poder de asegurar que ellas se cumplan, inclusive apelando a la coacción.
En nuestro ordenamiento constitucional, el Congreso, ejerciendo su competencia para dictar actos con forma de ley,
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sanciona también actos de alcance o privilegios (at. 75, inc. 9, 18 y 20). En tal sentido, se ha sostenido que la falta de
generalidad no constituye un obstáculo para calificar a tales actos como leyes en virtud de que, si bien la generalidad
sería un carácter natural de la ley, no hace a su esencia.
En nuestro ordenamiento positivo las leyes se clasifican en:
a) Leyes nacionales, dictadas por el Congreso Nacional. A su vez:
1) Leyes locales, que rigen sólo en el ámbito de la Capital Federal (art. 75, inc. 30);
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2) Leyes de derecho común, cuya aplicación se halla a cargo de los jueces locales y nacionales (art. 75, inc. 12)
3) Leyes federales, que regulan materias de ese carácter atribuidas al Congreso por la Constitución Nacional,
cuya aplicación compete a los jueces federales (art. 75, en sus demás inc.)
b) Leyes provinciales, que dictan las legislaturas de cada provincia sobre materias que les atribuyen las respectivas


constituciones y cuya aplicación compete a los jueces provinciales.


El procedimiento del dictado de leyes consta de varias etapas: iniciativa, discusión, sanción, promulgación y publicación.
La promulgación de las leyes que tiene a su cargo el Poder Ejecutivo puede ser expresa o tácita.
En cuanto a los requisitos de publicidad se establece que las leyes no son obligatorias sino después de su publicación, y
desde el día que determinen. Si no determinan tiempo, serán obligatorias después de los ocho días siguientes al de su
publicación oficial.

Con la última reforma constitucional, a pesar de que se consagra como regla general la prohibición al Poder Ejecutivo de
dictar disposiciones de carácter legislativo (art. 99, inc. 3°), se configura la reserva legal en dos sentidos. El primero, al
prohibirse la delegación legislativa en el Ejecutivo, salvo respecto de materias determinadas de administración o
emergencia pública, con plazo fijado para su ejercicio y dentro de las bases que el Congreso establezca (art. 76). En otro
sentido, más preciso, configura la técnica de la reserva legal respecto de ciertas materias que no pueden ser objeto de la
potestad reglamentaria de necesidad y urgencia, tales como las normas que regulan la materia penal, tributaria, electoral
o régimen de los partidos políticos (art. 99, inc. 3°). Existen también ciertos derechos que, por estar garantizados por ley,
pertenecen a la zona de reserva legal y como tal se encuentran excluidos de la potestad reglamentaria de necesidad y

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urgencia (v.gr. la privación del derecho de propiedad por expropiación por causa de utilidad pública, art. 17) y la
reglamentación de derecho individuales (art. 14).

Decreto-Ley
En épocas de anormalidad constitucional, el Poder Ejecutivo dicta actos obligatorios de alcance general, sobre materias
que deben ser reguladas por ley formal. En la realidad histórica de nuestro país el instrumento “Decreto-Ley” se ha
limitado al proveniente del Poder Ejecutivo de facto, distinguiéndolos tanto de los reglamentos delegados como de los
reglamentos de necesidad y urgencia. El dictado de los “Decretos-Leyes” se ha justificado en orden a la necesidad de
asegurar la vida del Estado y su validez ha sido reconocida por la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, continuando su vigencia aún después de instalado el gobierno de iure, sin exigirse para ello la ratificación
expresa del Poder Legislativo.

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El Reglamento
El acto unilateral que emite un órgano de la Administración Pública, creador de normas jurídicas generales y obligatorias,
que regula, por tanto, situaciones objetivas e impersonales, recibe la denominación de reglamento.
En nuestro concepto, la actividad reglamentaria es una actividad materialmente legislativa o normativa, ya que se trata
del dictado de normas jurídicas de carácter general y obligatorias por parte de órganos administrativos que actúan dentro
de la esfera de su competencia normativa.
Para la Ley Nacional de Procedimientos Administrativos el reglamento es un acto de alcance general, expresión que

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comprende a los meros actos de alcance general que no integran el ordenamiento jurídico.

Principales características:
• Constituyen o integran el ordenamiento jurídico.
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• Para que entren en vigencia deben ser publicados. Producen efectos a partir de su publicación oficial y desde el
día en que ellos determinen; si no designan tiempo, producirán efecto después de los ocho días computados
desde el día siguiente de su publicación oficial. En este aspecto, se asemejan a las leyes y difieren de los actos
administrativos que deben ser objeto de notificación y de las instrucciones, circulares o reglamentos internos de
la Administración, que no requieren ser publicados.
• Pueden ser derogados total o parcialmente por la Administración en cualquier momento, no rigiendo el principio
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de estabilidad del acto administrativo.


• Están sujetos a los mismos principios que la ley en cuanto al principio de la irretroactividad.
• Tienen un régimen de protección jurisdiccional propio. Si bien no modifican situaciones subjetivas sino hasta que
son aplicados mediante un acto partículas, la L.N.P.A. hace posible su impugnación judicial en dos supuestos: 1)
cuando un interesado a quien el acto afecte o pueda afectar en forma cierta e inminente en sus derechos
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subjetivos haya formulado reclamo ante la autoridad que lo dictó con resultado negativo. 2) cuando el acto
general se hubiera aplicado y contra tales actos se hubieran agotado sin éxito las instancias administrativas. De
otra parte, el R.N.L.P.A. faculta a los particulares a impugnar por medio de recursos administrativos los actos de
alcance general – reglamentos – a los que la autoridad hubiera dado o comenzado a dar aplicación.
• Dado que el reglamento contiene normas de carácter general y el acto administrativo normas individuales o


concretas existe un orden de prelación que determina que el acto administrativo deba ser dictado conforme a las
normas generales que contiene el Reglamento, lo que deriva del principio de legalidad de la actividad
administrativa. En realidad, la Administración está impedida de modificar o no cumplir el reglamento cuando dicta
un acto particular, a fin de tutelar la igualdad de tratamiento entre los administrados, principio éste de origen
constitucional que sólo puede ser reglamentado por ley en sentido formal.

Clases de reglamentos:
a) Reglamentos ejecutivos o de ejecución: Son los que dicta el Poder Ejecutivo (art. 99, inc. 2°) en ejercicio de
facultades normativas propias, para asegurar o facilitar la aplicación o ejecución de las leyes, llevando o
regulando detalles necesarios para un mejor cumplimiento de las leyes y de las finalidades que se propuso el
legislador. La Constitución establece que corresponde al Presidente de la Nación expedir las instrucciones y
reglamentos que sean necesarios para la ejecución de las leyes de la Nación, cuidando de no alterar su espíritu
con excepciones reglamentarias.
b) Reglamentos autónomos o independientes: Esta clase de reglamentos se halla constituida por aquellas normas
generales que dicta el Poder Ejecutivo y, en general, la Administración sobre materias que pertenecen a su zona

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de reserva. En su dictado, el gobierno y la Administración no aplican una ley, sino que directamente interpretan y
aplican la Constitución. Como ejemplos típicos de reglamentos autónomos pueden mencionarse: el decreto
7520/44 que reglamentó el recurso jerárquico; el decreto 1429/72 sobre régimen de licencias para los agentes
públicos e incluso puede sostenerse que el decreto 1753/72 de Procedimiento Administrativos constituyó un
reglamentos autónomo, por cuanto se refiere a materias que son claramente de competencia del Poder
Ejecutivo.
c) Reglamentos delegados: Se trata de normas generales dictadas por la Administración en base a una
autorización o habilitación del Poder Legislativo, regulando materias de competencia del legislador. Los
reglamentos delegados se diferencian de los decretos-leyes por la existencia de una ley formal que autoriza su
emisión. Como la facultad para dictarlos no emana de la potestad reglamentaria sino de la habilitación legal, se
trata de una actividad de carácter excepcional de la Administración, conteniendo normas sobre materias que, si
bien deben ser reguladas por la ley, el Congreso ha decidido que lo sean por la Administración. La delegación

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legislativa debe ser siempre expresa y especial, estableciéndose para cada caso y no en forma genérica, a fin de
permitir su acotamiento por medio de límites materiales. La doctrina diferencia tres formas o clases de
delegación: 1) Delegación recepticia: se configura cuando las normas reglamentarias adquieren el rango formal
de la lay. Así en los casos en que por ley se autoriza a la Administración a realizar textos ordenados de leyes,
efectuando ciertas correcciones gramaticales o de sintaxis a fin de lograr un mejor ordenamiento de las
disposiciones. Los textos así ordenados se consideran leyes en sentido formal. 2) Delegación o remisión
normativa: es la delegación más usual; se da cuando la ley autoriza o habilita al Poder Ejecutivo o a sus órganos

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o entes a dictar normas en determinadas materias y con ciertos límites. 3) Deslegalización de materias: se trata
de una técnica por la cual ciertas materias que se encuentran reguladas por ley pasan por virtud de una ley a ser
regidas por normas emanadas de la Administración. Implica una degradación de esas materias e incluso de las
leyes que la regulaban, ya que en general se autoriza que sean modificadas o derogadas por esta clase de
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reglamentos. Tal es el caso de las materias cuya regulación las leyes orgánicas municipales o las
constitucionales provinciales encomiendan al Concejo Deliberante o Sala de Representantes de los municipios;
las ordenanzas que en consecuencia se dictan no son leyes en sentido formal, pero en general poseen un
contenido legislativo que ha sido “degradado”.
En la reforma constitucional de 1994 se parte de una fórmula genérica que prohíbe la delegación legislativa en el
Poder Ejecutivo y se declara la caducidad, a los cinco años, de toda la delegación delegada preexistente que no
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contenga plazo establecido para su ejercicio. No obstante, se prescribe se admisión constitucional con respecto a
dos materias determinadas: a) de administración y b) de emergencia pública. La situación de emergencia pública
requiere que se produzca una gravísima situación de emergencia pública susceptible de afectar la subsistencia
del Estado y que ella sea reconocida y declarada por el Congreso (v.gr. declaración de guerra, situación
económica de aguda hiperinflación).
La validez constitucional de la delegación estará siempre subordinada a que se fije un plazo para su ejercicio y
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se establezcan las bases de la delegación.


El reglamento delegado se encuentra sometido al control parlamentario que a posteriori está habilitada a ejercer
la Comisión Bicameral Permanente del Congreso (art. 100, inc. 12).
d) Reglamentos de necesidad o urgencia: Su validez constitucional encuentra apoyo expreso en el artículo 99,


inciso 3° de la CN. Este precepto después de prohibir al Poder Ejecutivo en ningún caso emitir disposiciones de
carácter legislativo, bajo pena de nulidad absoluta e insanable, a continuación lo faculta, en rigor, a emitirlas,
cuando se produzcan “circunstancias excepcionales” que “… hicieran imposible seguir los trámites previstos por
esta Constitución para la sanción de las leyes y no se trate de normas que regulen materia penal, tributaria,
electoral o el régimen de los partidos políticos”. Se produce una ampliación de la competencia del Poder
Ejecutivo para emitir reglamentos de necesidad y urgencia, aunque sometidos, a partir de la Constitución
reformada, a una serie de requisitos formales de aprobación. Las razones que justifican el dictado de un
reglamento de esta especie (necesidad y urgencia) deben existir, simultáneamente, en una situación que se
caracteriza por: a) Una necesidad que coloque al gobernante ante la decisión extrema de emitir normas para
superar una grave crisis o situación que afecte la subsistencia y continuidad del Estado; o de grave riesgo social;
b) Una proporción adecuada entre la finalidad perseguida y las medidas que prescribe el reglamento, y c) La
premura con que deben dictarse las normas para evitar o prevenir graves riesgos comunitarios. La norma
excepcional de habilitación está dirigida exclusivamente al Poder Ejecutivo. Es, por su naturaleza, una facultad
privativa e indelegable, que requiere el cumplimiento de dos pasos procesales previos: a) que la decisión de
dictarlos se adopte en acuerdo general de ministros y b) que el respectivo decreto sea refrendado por todos los

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ministros que intervienen en el acuerdo juntamente con el jefe de gabinete (art. 99, inc. 3ª). A su vez, a posteriori
de su dictado, el perfeccionamiento de la sanción de los reglamentos de necesidad y urgencia por el Poder
Ejecutivo demanda la observancia de los siguientes requisitos: a) sometimiento de la medida – por parte del Jefe
de Gabinete y dentro del plazo de diez días – a la Comisión Bicameral Permanente; b) elevación del despacho
de esta última Comisión al plenario de cada Cámara (dentro del plazo de diez días) para el inmediato tratamiento
por las Cámaras. Se admite la ratificación tácita si el Congreso no se pronunciare a condición de que no se
alteren los criterios fundamentales de la política legislativa.

Administración Activa – Organización: La Competencia. La Jerarquía (concepto, control jerárquico).


En el orden de la organización administrativa se aprecia esa analogía que posee la idea de Administración Pública,
puesto que puede referirse – siempre en su acepción orgánica o subjetiva – ya sea al conjunto de órganos que encabeza
el Poder Ejecutivo, o bien, añadiendo a ese concepto restrictivo las entidades jurídicamente descentralizadas. La primera

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idea considera de la Administración Pública como la Administración Centralizada que, no obstante carecer de
personalidad jurídica propia, representa por lo común orgánicamente al Estado, persona pública estatal perfecta y
soberana aun cuando es posible que los actos administrativos de los otros órganos en que se divide el poder, a través de
la actuación de sus agentes, también trasunten la representación del Estado. La articulación de esta concepción sobre la
Administración Pública se completa con el cuadro de las entidades descentralizadas, con personalidad jurídica también
de carácter público y estatal, pero propia separada de la persona pública Estado, a la cual la unen, sin embargo, lazos de
tutela y de garantía de sus actos frente a los particulares o administrados. Por eso, la competencia, que es la aptitud

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legal que le permite actuar a una persona jurídica estatal en el ámbito inter-subjetivo, surge tanto de las esferas de
atribuciones de los órganos como de las facultades que tengan atribuidas los sujetos, con personalidad jurídica
diferenciada, especialmente a través de las leyes que organizan su creación.
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Teoría del Órgano: Se basa en la inexistencia de la relación jurídica de representación entre uno y otro en virtud de que
ambos son expresión de una misma realidad que es la persona jurídica. Dicha teoría intenta explicar la existencia
material del Estado, dado que el órgano deriva de la propia constitución de la persona jurídica, integrando su estructura.
De ese modo, cuando actúa el órgano es como si actuara la propia persona jurídica, no existiendo vínculos de
representación entre ambos. El órgano no actúa en base a un vínculo exterior con la persona jurídica estatal sino que la
integra, formando parte de la organización, generándose una relación de tipo institucional, que emana de la propia
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organización y constitución del Estado o de la persona jurídica pública estatal.

Órganos activos: son aquellos que emiten y ejecutan los actos administrativos, es decir, ejercen la facultad de crear
situaciones jurídicas objetivas o subjetivas, respecto de los administrados aplicando las normas del ordenamiento
jurídico.
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Órganos consultivos: son aquellos cuya función se cumple a través de actos internos o inter-orgánicos de asesoramiento
a la administración activa. Se trata de órganos que carecen de facultades decisorias, expresándose a través de informes,
pareceres, o dictámenes que, por principio, no poseen fuerza vinculatoria.


Órganos de contralor: realizan una actividad de vigilancia o control sobre los actos que producen los órganos activos, el
cual puede ser previo (v.gr. la autorización) o practicarse a posteriori (v.gr. la aprobación).

Competencia y Jerarquía
La jerarquía se trata del principio que reduce a los órganos a una situación de unidad y reciprocidad en una entidad. Su
noción difiere de la de autarquía y de la autonomía, pues mientras éstas implican una relación entre sujetos, la jerarquía
constituye una relación entre órganos de una misma persona jurídica.
Se basa en la preexistencia de una serie de órganos, caracterizados por dos figuras típicas de toda organización: la
línea y el grado. La línea jerárquica se forma por el conjunto de órganos en sentido vertical, mientras que el grado es la
posición o situación jurídica que cada uno de los órganos ocupa en dicha línea.
Los principales efectos que se derivan de la relación jerárquica trasuntan para los órganos superiores el reconocimiento
de importantes facultades, tales como:
1) Dirigir e impulsar la actividad del órgano inferior, dictando normas de carácter interno, de organización o de
actuación y órdenes particulares.

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2) Vigilar y controlar la actividad de los órganos inferiores a través de diversos actos (ej.: pedidos de informes,
rendición de cuentas, inventarios, investigaciones, etc.) y del sistema de recursos administrativos.
3) Avocarse al dictado de los actos que corresponden a la competencia del órgano inferior.
4) Delegar la facultad de emitir determinados actos que correspondan a su competencia.
5) Resolver los conflictos inter-orgánicos de competencia que se suscitan entre órganos inferiores.
6) Designación de los funcionarios que ejerzan la titularidad de los órganos inferiores.

La competencia, en el plano de las organizaciones públicas estatales constituye el principio que predetermina, articula y
delimita la función administrativa que desarrollan los órganos y las entidades públicas del Estado con personalidad
jurídica.
El principio de objetivación de la competencia exige que la aptitud legal del ente o del órgano de la Administración se
base en una norma objetiva.

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Clases de competencia.
La clasificación de la competencia responde a la diferente manera como ella se atribuye y ejerce, teniendo una
significación especial en cuanto se vincula con los criterios que determinarán el grado de invalidez de un acto emitido en
violación de las reglas sobre competencia.
a) En razón de la materia: Rige, en esta cuestión, el principio de la especialidad que permite a los órganos y sujetos
estatales realizar todos aquellos actos que se encuentren vinculados a los fines que motivaron se creación, es

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decir, a sus cometidos específicos.
b) En razón del grado o jerarquía: Se denomina también “vertical” y se encuentra vinculada a la jerarquía. La
organización administrativa se integra generalmente en base a una estructura piramidal, en cuya cúspide se
ubica el órgano superior, constituyéndose además por un conjunto de escalones jerárquicos cuyo rango decrece
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a medida que se alejan del órgano superior. El grado es así la posición que cada órgano tiene en la estructura
jerárquica.
c) En razón del lugar o del territorio: Se refiere a la determinación de la competencia en base a circunscripciones
territoriales, que limitan geográficamente el campo de acción de los órganos y sujetos.
d) En razón del tiempo: Se relaciona con el período de duración de la competencia o del plazo o situación a partir
del cual ella corresponda prescribiéndose en la Constitución Nacional algunos supuestos, tal como surge del art.
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99, inc. 13, 16 y 19.


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