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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SANTIAGO DEL ESTERO

Escuela para la Innovación Educativa


Trabajo Práctico Clase Nº 1

FECHA: 14 de abril de 2020

MATERIA: Pedagogía

PROFESOR: MARCIA SANTI DE AGÜERO

Modalidad: Individual o Grupal (hasta tres integrantes).


Cada integrante debe subir el Trabajo Práctico.

Criterios de Evaluación:

 Se evaluará el nivel de conceptualización fundamentada en sus respuestas, y


uso de vocabulario técnico.

 Creatividad y originalidad en sus propuestas.

APELLIDO Y NOMBRE: Ezequiel José Biondi


DNI 28.418.483

 Consignas de trabajo:

1. Fundamente su postura luego de la lectura del módulo: Unidad 1 y enuncie una


conclusión, en relación con la lectura del siguiente texto y el documental
pedagógico de dicha experiencia.

En la lectura del texto “La maestra de las maravillas” Revista Monitor


http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/monitor/monitor/monitor_2004_n1.pdf

2. A su criterio ¿cuáles son los desafíos pedagógicos que debe enfrentar hoy la
escuela? Enuncie dos y seleccione una imagen o viñeta para ejemplicar.
1.-

En la revista El Monitor (Nº1, V época, octubre 2004) aparece una entrevista a


Leticia Cossettini sobre el proyecto “Escuela serena” en el que trabajó con su
hermana Olga en Entre Ríos a partir de la década del 30. Allí, al ingresar al living de
su casa, comenta que figuras de chala que lo adornan son hecha por ella misma: las
hace y las deja a su ritmo, escapan a su forma y van por su camino… y brillan. La
entrevistadora pregunta entonces:

¿Metáfora de lo que significa enseñar, esto es, contribuir a la dar forma a alguien para
que después ese alguien a su propio ritmo, brille con su luz, se escape de la forma
preestablecida?

Excelente analogía de la tarea docente. La educación es una experiencia de


transformación. ¿Cuántas veces ha aparecido esta palabra a lo largo de esta clase?
Aparece referida al sujeto de la educación, aparece referida al conocimiento a
enseñar, aparece referida a la práctica de enseñar, aparece referida a la escuela,
aparece referida a la realidad, aparece referida a las relaciones sociales. Sí, la
educación es transformación, principalmente del educando, pero también de todo el
entorno.

La educación es una transformación que gira en torno al conocimiento. Éste es el


motor de la transformación que opera. El conocimiento no es una realidad limitada
que pueda ser categorizada bajo un aspecto, es multiforme y se manifiesta de
formas diversas. No hay conocimiento solo en el ámbito escolar, también lo hay
afuera. Eso que Milner llama “saberes rebeldes”. Ambos operan la transformación.

En este sentido, parece interesante comentar el proyecto “Escuela Serena”. En un


ámbito completamente distinto al aula cliché, al modelo tradicional, aparece junto al
saber escolar al saber rebelde. El conocimiento experimental y científico, la
matemática, la geografía, la historia, la lengua y la literatura, no solo junto al arte, la
música, la pintura, también junto a una enseñanza de vida, que al decir de sus
antiguos alumnos es un amor por la belleza, una sensibilidad para vivir lo cotidiano,
una enseñanza para amar y observar la naturaleza, para contemplar. Una excelente
preparación, no para un nivel posterior de estudios, sino para vivir su vida
plenamente y con felicidad.

Todos los hombres buscamos ser felices. Es un anhelo profundo de nuestra


interioridad. Es una necesidad, pero también es un trabajo, un esfuerzo, un
crecimiento. La verdadera educación es la que nos conduce a una felicidad plena.

Aquí surgen las preguntas: ¿puede el modelo tradicional de escolarización hacer


esto posible? Algunos dirán que no. Otros dirán que sí. La cuestión es compleja y no
parece prudente descartar una respuesta o aceptarla sin distinciones y con
simplificaciones que no hacen justicia a la realidad.

Philippe Meirieu, en el discurso que dio en el Ministerio de Educación de la


República Argentina, el 30 de octubre de 2013, nos recordaba que tenemos que
evitar dos ilusiones en torno a la libertad del niño: la primera que el niño es
espontáneamente libre y, la segunda, que automáticamente al cumplir la mayoría de
edad adquiere (se transforma en libre).
La libertad exige la renuncia a la salida fácil, a elegir sin pensar, sin conocer, sin
indagar. Por eso el niño tiene que aprender a hacer elecciones. Y a medida que se
desarrolle se ampliará su capacidad de elección. Para Meirieu esto exige una
disciplina equilibrada, él lo llama una pedagogía de la elección. Enseñar a analizar
las opciones, y no basar el comportamiento en el entusiasmo superficial y en la
velocidad de elegir.

Por eso, cuando se habla de los cambios que hay que realizar en el ámbito
educativo, no hay que olvidar el objetivo de la educación: queremos transformar las
personas para que, a través de sus elecciones libres basada en el conocimiento, se
transformen en hombres felices.

Este proceso de transformación que sucede en el alumno, requiere de un ámbito


que es más personal que físico y se extiende en el tiempo por del tiempo escolar. Es
un trabajo artesanal. ¿De quién? De un maestro y de un aprendiz. Un guía y un
guiado. El guía es necesario, no hay tecnología (una aplicación, un robot, una
computadora, una inteligencia artificial, etc.) que lo pueda suplir. El artesano maneja
un conocimiento y técnica; y la transmite. Pero en educación no es primordialmente
una transmisión de un saber-cómo-hacer, sino de un saber-cómo-vivir.

El ejemplo de “Escuela Serena” debe ser un faro que ilumina, sus alumnos hoy nos
dicen “aprendí a vivir”, “aprendí a disfrutar la vida”, “aprendí a ser feliz”. En un
mundo donde hay una profunda crisis del sentido de la vida, no podemos dejar de
preguntarnos, no ya por el modelo de escuela tradicional, si no por el modelo que
buscamos hoy en nuestro día a día, en la creatividad que desarrollamos en nuestra
tarea docente diaria, si contribuimos a la búsqueda real y profunda de la felicidad de
nuestros alumnos.

No podemos permanecer anclados en la pregunta de cómo debe ser el aula,


tenemos que transformar el aula que hoy tenemos en espacios de transformación
verdadera. Entrar en diálogo con los alumnos no es meramente conocer sus
ilusiones y deseos, es hacerlos entrar a ellos mismos en diálogo con el conocimiento
y con la cultura. No es con el docente con quien tienen que dialogar, es con la
historia, con la geografía, con la literatura, con matemática, con la música, con el
arte, con la química, etc., con las que deben entrar en diálogo, por la mediación del
docente. El docente es el que crea el “espacio” para ese diálogo, para sacarlos del
encierro donde quedan atrapados en sus ignorancias, falsas conceptualizaciones,
caprichos, elecciones superficiales, etc. Es ayudarlos a tensar la cuerda de su
instrumento para que emita su sonido propio. La cuerda de un instrumento si no está
tensa no suena, y a medida que se tensa encuentra su sonido más perfecto, en una
armonía de sonidos, entre otras cuerdas que tienen también su sonoro brillo.

Este ámbito de aprendizaje, de diálogo, de comunión no se circunscribe al aula, ni a


la institución escolar. Es superior, y es inmaterial. Hoy ayudados por la tecnología
que nos acerca cuando estamos distantes. El planteo hoy no puede ser si el aula
sirve o no sirve. Hay que hacer planteos más profundos, pensar el “aula” desde este
ámbito de aprendizaje sin límites físicos ni temporales.

Ciertamente somos seres limitados, no podemos abarcarlo todo, no podemos estar


en todos lados, etc. Hay imposiciones de la naturaleza y hay imposiciones de la
sociedad. Hay normas que cumplir. Y nos preguntamos si lo que el Estado pide hoy
a través del currículum, eso que llamamos “cerco cognitivo”, nos delimita para actuar
hoy y actuar mañana.

Es innegable que como sociedad tiene que haber un acuerdo sobre qué es lo más
importante, qué conocimientos transmitir, qué capacidades y habilidades desarrollar
para poder vivir en este presente y en el futuro inmediato. Y de nuevo aparecen
preguntas opuestas: ¿hay que seguir enseñando lo mismo? ¿hay que enseñar
cosas nuevas? Y no existen respuestas únicas, ni sería justo realizarlas.

Si la mirada del aprendizaje y del conocimiento es meramente instrumental y


mercantil, la respuesta simple sería: hay que actualizar los conocimientos, hay que
preparar para los trabajos del futuro. ¿Y cuáles son los trabajos futuros? ¿Qué
garantiza que lo que hoy aseguramos como un trabajo seguro mañana lo sea? La
experiencia actual, de un mundo en crisis, con incertidumbre sobre cómo será
nuestro futuro, nos tiene que poner en alerta.

Por eso, hay que insistir, la transformación que busca la educación es profunda al
nivel de las elecciones, la libertad y la felicidad. Por lo tanto, el “cerco cognitivo” no
puede encerrar a las personas en una forma de conocimiento, sino que le tiene que
abrir la puerta al conocimiento, a la capacidad de elegir, que son los que conducen a
la felicidad.

2.-

El primer desafío a enfrentar es la transformación personal del alumno. Considero a


esta transformación como un proceso que surge de interior del alumno hacia afuera.
Este proceso es alimentado por sus propios intereses innatos y por los
descubrimientos que realiza en su camino educacional. Forma parte de la tarea de
su entorno ayudarlo a descubrir tanto sus propios intereses genuinos (a veces
ocultados por entusiasmos superficiales, ignorancia, la rapidez con la que se vive y
se elige hoy desde una comida hasta una pareja).

Desde el interior, el proceso crece, se exterioriza, se desarrolla, y toma prestado de


lo externo, en movimiento de adentro hacia afuera. Desde el exterior debe recibir
una ayuda que le permita ahondar en criterios de elección a través del conocimiento,
en un marco de disciplina y de cuidado para sentir contención, y un soporte afectivo
para encausar los afectos. Si el proceso surge de adentro hacia afuera y es ayudado
convenientemente para tomar sus decisiones a medida que crece, esta persona
podrá ganar en libertad y evitará ser manipulado o formar masas como un rebaño.

En el ámbito educacional la tarea no debe transformarse en una forma de


dominación. Es un peligro real y próximo a la tarea docente. La cercanía con el
alumno, y también las buenas intenciones, pueden llevar a querer imponer miradas,
visiones, interpretaciones, o también verdades y realidades para las que el alumno
no está preparado todavía. Puede ser una forma de controlar lo que sabe o debe
saber.

Las herramientas que tiene el educador en su tarea son la cultura y la palabra.


Como dice Meirieu es mediante la cultura que se puede salir del caos interno que
habita al niño y al adolescente. Lo mismo encontramos, sin formulación
especulativa, en el la “Escuela Serena”: los conciertos de música, el coro de pájaros,
la pintura con acuarelas, las excursiones por el parque, los cuentos, las charlas bajo
la sombra de un árbol, etc.

Meirieu sostiene que esto se da a través de la construcción del aspecto simbólico.


Sin esta herramienta que hay que ayudar a adquirir al alumno, no se alcanza un
proceso genuino de transformación. En oposición a esto nos encontramos con un
espectáculo obsceno –dice él– donde se muestra todo, se habla de todo, impidiendo
el desarrollo del pensamiento. No hay tranquilidad para el pensamiento. No hay
discernimiento. La prisa y el apuro condicionan el pensamiento, y éste la elección.

Al desarrollase el pensamiento simbólico a través de la ciencia y la cultura, el


alumno puede entenderse y entender el mundo. En la medida que entiende el
mundo y entiende lo que es él puede decidir libremente qué hacer con su vida.

Esta tarea también puede derivar en una mera transmisión de conocimiento, aún con
un genuino interés por el aprendizaje del alumno. Es una mutilación de una parte del
proceso. Es impedir un desarrollo completo. Es deshumanizar la educación. Veo dos
peligros en esta situación. El primero, el rechazo al conocimiento, al aprendizaje, y el
alejamiento de la escuela; quedándose meramente con los “saberes rebeldes”, que
en algún momento pueden ser también la “universidad de la calle”, como se llama a
la experiencia de la vida. El segundo, una parcialización de la compresión de lo que
es el estudio y un ensimismamiento que aísla de la realidad humana. En ambos, el
crecimiento que abre a la libertad se ve limitado y, por lo tanto, la felicidad no puede
ser alcanzada plenamente.

La humanización de la educación está unida íntimamente con la palabra y la


hospitalidad. El docente tiene que ser alguien cercano, capaz de recibir al otro
aceptándolo por ser quien es y cómo es. La cercanía está manifestada en la palabra
oportuna, cercana, sincera; en el consejo y también en la admonición. Y esto me
permite entrar en el segundo desafío: la disciplina.

El acompañamiento exterior que hace el docente del proceso de transformación


tiene un sentido negativo, al menos visto en la apariencia. Y es la necesidad de
generar una disciplina. En las etapas tempranas del proceso educacional la
disciplina se manifiesta como una imposición. Hay una necesidad por generar una
contención que ordene externamente al niño y encauce sus energías. No es un
control autómata, no es una supresión de la libertad o las capacidades del niño, es
una conducción.

Conducción nos evoca a “conducto” y éstos son los medios que transportan fluidos.
Un fluido es algo amorfo, porque toma la forma del recipiente que lo contiene; y es
susceptible de derramarse y perderse. La imagen puede ayudar a comprender la
forma en la que hay que acompañar el crecimiento en las primeras etapas. Se trata
de un medio de contener el crecimiento mientras se van formando los mecanismos
internos de elección.

En cuanto el niño crece en su capacidad de comprensión es necesaria la


significación de las pautas que la disciplina va generando. La buena disciplina
produce un orden interior y un orden exterior. Permite el pensamiento simbólico y las
relaciones interpersonales. Si falta disciplina hay caos, que puede ser interior y/o
exterior. Sin un orden es difícil conseguir la cooperación y el intercambio que
necesita una sociedad de personas para mantenerse organizada en un objetivo
común. La compresión de las pautas por parte del alumno genera una sinergia en la
conducta que ayuda al sostenimiento de la disciplina. En la “Escuela Serena”,
contaban sus antiguos alumnos, que cuando alguno rompía esa disciplina convenida
para realizar las tareas, el propio sentido del trabajo que tenían los alumnos hacía
que estos pudieran reflexionar sobre su conducta.

En un momento posterior del crecimiento, el docente puede dialogar con el alumno


desde otro nivel las pautas disciplinares, acordar formas de convivencia, sanciones y
premios. Llegar a esto es posible si se recorre un camino de maduración junto con el
alumno. Y es un desafío, también para el docente, en cuanto no ejerce un rol de
dominio e imposición, sino que se desempeña como un conductor, un armador de
juego y de relaciones.

La imagen es de un campo donde se deposita material radiactivo. Está cerrado, sus


rejas tienen cadenas y un candado para impedir la circulación. El cartel avisa del
peligro y que es un área controlada. El material radiactivo surge de los procesos de
transformación atómica de algunas sustancias utilizadas para generar energía.

Un aula donde la tarea docente no acompaña los procesos de transformación, si no


que se impone, es un área de control. Es un área de peligro. Es un área cerrada. Es
un área encadenada. Es un área donde puede haber una disciplina, pero es una
disciplina rígida, estéril, incapaz de generar vida plena.

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