Está en la página 1de 3

26 de Noviembre de 2013. A un siglo de su fallecimiento.

Nota de Opinión, publicada en el Diario 24, el 28 de Noviembre de 2013

Eduardo Wilde: Homenaje a un “Maldito”

Retrato de Juventud de Eduardo Wilde Portada de su tesis de graduación como Médico

Por Daniel Enrique Yépez *

Alguna vez deberíamos preguntarnos porque la superestructura cultural dominante y los


representantes más destacados de la historiografía liberal-oligárquica, se empeñaron en
relegar a la penumbra de la historia, el singular perfil político e intelectual de Eduardo
Wilde.
Su imagen se asoció al estereotipo de escritor costumbrista de la Generación del `80, de
personalidad aguda, desinhibida y ocurrente que, con humor ácido y sostenido vigor,
embestía contra la acartonada pomposidad de la Iglesia oficial y sus acólitos.
Perteneciente al grupo de los prosistas fragmentarios, según la curiosa calificación
literaria de Ricardo Rojas y de Jorge Luis Borges, no legó ninguna grande oeuvre a la
posteridad y sólo acreditó en su acervo relatos breves, cuentos, cuadros cotidianos,
crónicas biográficas, descripciones viajeras, sátiras sociales y políticas y un incansable y
poco difundido trabajo periodístico.
Esta intencionada proyección hacia lo breve, podría encontrar explicación si fijamos la
mirada fuera del fenómeno literario, reconociendo que la especialización en el oficio
poético, dramático o narrativo formó parte del quehacer cotidiano de la época y era
nutriente de la acción política. Notables contemporáneos suyos como Domingo F.
Sarmiento, Bartolomé Mitre o José Hernández, para citar algunos, simultáneamente
fueron políticos, parlamentarios, periodistas y escritores. Y ninguno de ellos estuvo
exento del terrible juego de las armas, en un país sacudido por las guerras civiles.

1
Aunque tal pluralidad pueda reconocérsele a Sarmiento o Mitre, póstumos intereses
sectoriales y manipulaciones ideológicas han pretendido negársela a José Hernández.
Así su figura quedó tergiversada, al ocultarse por supresión la coherente unidad entre su
acción política y nuestro poema emblemático. Algo semejante ocurrió con Eduardo
Wilde.
Quizás su incansable lucha contra la plutocracia mitrista, que se remonta a su vida de
estudiante, joven militante alsinista y agudo editorialista de los periódicos Tribuna
Nacional, La República, La Revista Argentina y El Diario; más la certera irreverencia
de sus juicios a personajes encumbrados de la oligarquía porteña y del clero, le valieron
una tenaz persecución y un deliberado ocultamiento de su obra.
Pero existe otro Wilde detrás de esta manipulación. Además de ese gran escritor,
encontramos a un intelectual brillante, autor de una relevante tesis sobre El Hipo,
premiada con medalla de oro cuando obtuvo su título de Doctor en Medicina. A ello se
sumó su condición médico sanitarista, periodista y político lúcido, públicamente
identificado con los desfavorecidos de la sociedad. Para muestra basta rememorar un
editorial suyo titulado Los Descamisados (1874), escrito en La República y su
compromiso cotidiano con la higiene y la salud pública de los sectores más vulnerables
de la comunidad, actuando como médico heroico cuando las epidemias de cólera y
fiebre amarilla asolaron Buenos Aires.
Rompiendo el perfil borroso que se le impuso, la figura incontrastable de Faustino
Wilde, su primer y negado nombre, emerge portando una identidad personal y político-
intelectual forjada en sus años juveniles. Matriz de la que no renegaría jamás. Época de
intensa actividad en el Colegio de Concepción del Uruguay, bajo la tutela de maestros
inolvidables que lo introdujeron en el conocimiento de las ideologías, teorías y técnicas
más avanzadas de la época. Entre los más relevantes se destacan el Rector, Dr. Alberto
Larroque, un vasco francés llegado al país en 1842, licenciado en Derecho y Cánones,
demócrata, republicano, laico, positivista y liberal, a quien acompañó un grupo de
profesores de destacadas especialidades como el inglés Jorge Clark que le enseñó los
secretos de la Economía Mercantil; el erudito ruso Estanislao Folkran que le dictó
Geografía y Cosmografía, junto al francés Alejo Peyret y los doctores Alfredo Du
Pasquier, a cargo de Historia y Luis Lavergne, el matemático de la Escuela Central de
París.
Como acertadamente escribió Norberto Acerbi (1999) respecto a su formación, “La
enseñanza responde a un criterio humanista integral, pues al tiempo de forjar la mente
y la conciencia del alumno, se lo educa en tareas manuales, música y canto, y ejercicios
militares. Los lazos de amistad y compañerismo, y los sentimientos de solidaridad
humana, de democracia activa, de noble emulación en el estudio y en el
perfeccionamiento intelectual y moral, forman la “psicología del colegio”, que sus
alumnos nunca abandonarán...”.
De esta juvenilia inolvidable surgió la simiente de una conciencia nacional totalizadora
que se consolidaría décadas más tarde a través de su militancia política y de su práctica
profesional, expresada también en los nombres de sus condiscípulos: Julio A. Roca,
Onésimo Leguizamón, Olegario Victor Andrade, Wenceslao Pacheco, Victorino de la
Plaza, Federico Ibarguren, Valentín Virasoro, Miguel Cané, Carlos Pellegrini, Martín
Ruiz Moreno, Tiburcio Vanegas, Lucas Córdoba, Ventura Ruiz de los Llanos, Roque
Pérez, entre otros, muchos de los cuales fueron destacados actores del proyecto político
que -años más tarde- pusiera en marcha el roquismo.
Integrando esa generación singular egresó del colegio entrerriano, convencido de que la
razón era el factor decisivo para la construcción de un discurso científico materialista y
pragmático, fundamento propulsor del progreso cultural de la humanidad. En este

2
sentido fue iluminista y positivista. Pero a diferencia de muchos intelectuales que
agacharon la testa encandilados por las luces foráneas, compenetró dicha postura con la
compleja realidad política de su país en formación, que inmediatamente lo convocó a la
lucha.
Como Eduardo Wilde, muchos de sus compañeros de generación fueron escépticos,
agnósticos o librepensadores, por ende rechazaron los dogmas esterilizadores del
conocimiento. Sin la fe religiosa que alentaba a sus contrincantes, trabajaron por hacer
realidad sus convicciones, no obstante saberlas apoyadas en verdades admitidas como
relativas y en criterios deliberadamente antidogmáticos. Escepticismo que, sin embargo,
no los esterilizó para la acción, pues fueron protagonistas insustituibles de la epopeya
del `80 y de la construcción de la Argentina Moderna. A esta generación y a la peculiar
inteligencia de Eduardo Wilde, le debemos la unidad política de la nación, la concreción
de un programa pedagógico-cultural inclusivo de las masas nativas y aluvionales, la
creación de un Estado gobernado y administrado por la sociedad civil y la implantación
de un paradigma educativo para ciudadanos libres e iguales, con una Escuela concebida
como espacio público de la sociedad, exento de discriminaciones y prejuicios raciales,
ideológicos, religiosos, políticos y culturales. Institución que surgía en consonancia con
la sanción de leyes laicas impulsoras de un inexorable proceso de secularización social
de las costumbres y transformación estructural de la sociedad argentina. En síntesis, le
debemos la organización de un país donde la movilidad social dejó de ser una utopía y
en el cual la educación pública generó la posibilidad cierta de romper los atavismos y
fatalismos de cuna y clase.
Evocar a este “maldito” en el centenario de su fallecimiento tiene un solo sentido: rendir
un breve pero legítimo homenaje a su obra política, parlamentaria, educativa y
diplomática, inequívocamente sintetizadas en la herencia cultural que nos legó.

San Miguel de Tucumán, 28 de Noviembre de 2013

* Licenciado en Pedagogía; Magíster en Ciencias Sociales, Orientación Historia; Doctor en Ciencias Sociales,
Orientación Historia de la Educación. Docente-Investigador de las Universidades Nacionales de Tucumán y Jujuy y
de la Escuela Normal J. B. Alberdi, de San Miguel de Tucumán.

También podría gustarte