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1Ensayo sobre capítulo III de la obra de Hans Küng

José Eduardo Hernández Esparza.


Octubre 2020.

Instituto Religioso Clerical Discípulos de Jesús.


Teodicea
Capítulo III
Contra racionalismo, racionalidad

Ludwig Wittgenstein fue un soldado voluntario y oficial en la Primera Guerra Mundial.


Durante ese tiempo cae en mano de los italianos y decide terminar su obra llamada Tractatus
lógico-philosophicus, el cual se propone analizar la estructura lógica del lenguaje. Este tratado
puede resumirse en dos proposiciones: la primera dice que “lo que se puede decir en general,
se puede decir claramente”1 (Kung, H. 1979, p.142). Con esta afirmación, Wittgenstein va
más allá que Descartes buscando ideas claras y distintas, o mejor dicho aún, busca el
verdadero método de la filosofía al cual tendría que ser éste:

No decir más de lo que se puede decir, o sea, enunciados científico-naturales, o sea algo
que nada tiene que ver con la filosofía, y después, siempre que otro quiera que ver con la
filosofía, y después, siempre que otro quiera decir algo metafísico, demostrarle que no ha
dado en sus enunciados sentido alguno a ciertos signos. (Ibid)

Ciertamente esta postura no puede hacerle frente al argumento ontológico de San


Anselmo porque de entrada Wittgenstein ya se está cerrando a tomar la vía metafísica para
explicar la realidad, y, además, San Anselmo se mueve principalmente sobre el mundo de las
ideas bajo la expresión pensar para demostrar no solo explícitamente a Dios (Canals, F,
1992), sino que también con este argumento podría demostrarse aquello no científicamente
comprobable. Sin embargo, la rigurosa postura de Wittgenstein se limita a estudiar aquello
que se escapa de la realidad sensible.

La segunda proposición se enuncia como sigue: “De lo que no se puede hablar, se debe
callar”2 (Ibid, p. 143). Estas afirmaciones de Wittgenstein parecen sumamente ateas y cerradas
hacia la metafísica. Sin embargo, lo que realmente quiere decir es: “Nosotros sentimos que
incluso cuando todas las posibles preguntas científicas han sido contestadas, los problemas de
nuestra vida no han sido tocados siquiera. Entonces, por supuesto, ya no quedan más
preguntas; y justamente esa es la respuesta” (Ibid).

1
Tractatus, prólogo, en Schritten I, 9.
2
Ibid
Desde el punto de vista religioso, podría tratarse esta postura de agnosticismo. Es decir,
mantenerse en la incertidumbre si existen las realidades metafísicas, en sentido último, de
Dios. Ahora bien, desde el punto de vista puramente de la metafísica, ésta queda hecha a un
lado porque precisamente trata sobre asunto extra-materiales, o bien, de asuntos que escapan
a los sentidos y a las investigaciones del hombre, pero que, sin embargo, son reales. Puede
decirse que Wittgenstein se tapa los ojos ante estos temas y se concentra solamente en lo
puramente científico, solo aquello que es demostrable. Eso es lo que importa.

Se habla, por tanto, de lo indecible, aquello de lo que no se habla. Y según Wittgenstein


esto incluye el sentido y el valor del mundo, lo ético, la vida y la supervivencia, y, por último,
es también Dios cuando dice: “Dios no se manifiesta en el mundo” 3 (Ibid). Caso contrario dirá
Santo Tomás en sus 5 vías del conocimiento, las cuales consisten en partir de lo real físico
concreto para remitir a lo metafísico-real, y, por ende, Dios. Sin embargo, la insistencia en
este autor se concibe cerrada ante toda noción ontológica, y, por tanto, evade a Dios y los
ángeles, niega la posibilidad de constatarlos.

Es importante también no olvidar la época en la que vivió el buen Wittgenstein, donde el


racionalismo estaba en su auge máximo y por esa vía y por el riguroso método científico se
buscaba la respuesta a toda interrogante del hombre. Una de estas manifestaciones es el
famoso Círculo de Viena, fundado en 1922 por Moritz Schlick, que junto con otros filósofos,
matemáticos y científicos publican un manifiesto que se llama Concepción científica del
mundo. El Círculo de Viena. Según este documento, solo los enunciados de la matemática y
la lógica pueden ser enunciados con sentido por ser enunciados puramente formales sin
contenido empírico.

Por tanto, dentro de esta época, “la filosofía se reduce a lógica y análisis lingüístico, la
metafísica está definitivamente superada, la teología es declarada por principio absurda, sin
sentido” (Ibid, p. 146). En la filosofía se dio un giro hacia el lenguaje, la matemática y las
ciencias naturales han alcanzado un nivel de absoluto. Se convirtieron en los nuevos dogmas.
Toda esta nueva corriente de pensamiento y estilo de vida persigue un análisis de la realidad
total con la ayuda de la relación lógico-matemática sobre bases empíricas. Por ejemplo, la
manzana que le cayó a Newton cuando estaba recostado en un árbol se denominaría como la

3
Tractatus, 6. 432, en Schritten I, 81.
base empírica, que es una vivencia personal psicológica con elementos propios. Lo que esta
corriente racionalista busca es explicar ese fenómeno de la manzana mediante un estudio
riguroso para poder obtener conocimientos objetivos científico-racionales de aquella
experiencia. En fin, se busca constituir fórmulas lógico-matemáticas de una experiencia
particular, todo se desea explicar bajo el lente racional y científico. A largo término el
objetivo es este: “reconstruir racionalmente todos los posibles enunciados de la ciencia sobre
la realidad empírica dentro de una ciencia unitaria, universal, lógicamente trabada” (Ibid, p.
147). Esta idea llevó más adelante a que el hombre tuviera una concepción mecanicista del
mundo y de sí mismo, olvidó su trascendencia, su ser, su sentido, su fin. Y estas cuestiones
solo puede responderlas la metafísica y la religión. Es, por tanto, necesario que no se
desvincule la espiritualidad y cientificidad del hombre, porque espiritualidad sin cientificidad
se cae en un fanatismo y se vive en un continuo desánimo del mundo físico concreto. Por otra
parte, cientificidad sin espiritualidad deja al hombre con una visión corta de la vida,
reduciéndolo al aquí y el ahora, sin pensar en su alma, su futuro, su más profunda identidad y
trascendencia a la cual está llamado.

Siguiendo con la visión mecanicista del mundo, Rudolf Carnap, filósofo y representante
más significativo del Círculo de Viena, reduce la filosofía a la pura lógica y análisis
lingüístico y exige que hay que “proscribir de la filosofía la metafísica entera, porque sus tesis
no se pueden justificar racionalmente” (Ibid, p. 148). Aquí se deja de lado el ser y se analiza
el lenguaje y la lógica de éste simplemente.

Esto tiene serias consecuencias para la fe religiosa. Carnap, al final de su obra titulada
Estructura lógica del mundo, hace una propuesta unificadora sobre la fe y la ciencia: dice que
solo la ciencia racional tiene conocimiento y acerca de la fe dice que: “en la medida en que no
es un simple tener por verdadero, la fe no puede, lo mismo que la intuición irracional,
llamarse conocimiento” (Ibid, p. 184). La fe se concibe como algo mágico, como un estado de
ánimo y, por tanto, no se contradice con la ciencia. Sin embargo, bien es sabido que no
solamente la fe y la ciencia no se contradicen, sino también se complementan. La fe llega a
aquellos campos donde la ciencia no puede llegar por más que quisiera. Existen sucesos reales
que escapan a los ojos de la lógica y la ciencia, y ello puede solamente atribuirse a una
realidad metafísica, a Dios.
Referencias Bibliográficas

Canals, F.. (1992). Historia de la Filosofía Medieval. Barcelona: Herder.

Kung, H.. (1979). Contra racionalismo, racionalidad. En ¿Existe Dios?(141-148). Madrid:


Ediciones Cristiandad.

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