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ALUMNA: Linares Ciriaco Nayeri Yohana

FACULTAD: Derecho y Ciencias Políticas

CURSO: Filosofía del derecho

DOCENTE: Castillo Montoya Nixon Javier

FECHA: 26/10/21

TEMA: Ensayo y resúmenes


CORRIENTES IUSNATURALISMO TEOLÓGICO IUSNATURALISMO RACIONALISTA POSITIVISMO JURÍDICO
➢ El derecho natural es parte del ➢ Suprime la referencia a la ley ➢ La apertura que experimentó el
orden eterno del universo, divina aun que veremos un caso iusnaturalismo al desarrollarse
originado en Dios y asequible a en el que esto no ocurre y una corriente laica o racional
la razón humana. Ningún sostiene que el “derecho natural permitió que, de la explicación
orden jurídico positivo es existiría aun cuando Dios no del derecho como algo de
obligatorio, si es contrario y no existiese”. acuerdo con la naturaleza del
concuerda con el derecho ➢ Para el iusnaturalismo laico o hombre.
natural. racional el derecho deriva de la ➢ Kelsen, sostiene que la
➢ De la filosofía medieval con su naturaleza humana no por ser característica de la pureza es un
particular relación con la hijo de Dios sino por su calidad principio de método, que consiste
teología. racional y social. Sin embargo, en buscar sólo un conocimiento
➢ Considera a la ley natural como ambas posturas reducen el orientado hacia el Derecho.
una participación de la ley derecho a un contenido ➢ La Teoría Pura, tiene por objeto
divina y habrá de expresarse intrínsecamente justo o natural, delimitar el conocimiento del
en la ley humana o positiva. ya que, para los iusnaturalistas, Derecho frente a la psicología,
➢ Exige que la ley positiva sea el derecho es un valor justo o sociología, ética.
CARACTERÍSTICAS
justa. natural. ➢ El Principio de imputación, es un
➢ San Agustín afirma “no parece ➢ Se originó en el iluminismo. La principio ordenador o de
que sea ley la que justa no ilustración afirmaba el poder conocimiento. Se utiliza en la
fuese”, y Tomás de Aquino ilimitado de la Razón para descripción del deber ser y para
ratifica: “ley injusta no es ley, gobernar el mundo de los distinguir al deber ser, del mundo
sino corrupción de ley”. hombres y dirigir sus vidas, no normativo o de los hechos.
➢ El contenido de la ley natural abjurando del pensamiento ➢ Lo fáctico o ser natural de un
son los primeros principios histórico. acto, no es lo que lo hace a tal
prácticos, como procurar el ➢ Fue origen de la Enciclopedia, y acto lícito o ilícito, sino su
bien y evitar el mal. fue antecedente inmediato de la significado jurídico objetivo. Este
➢ Sus máximos representantes Revolución francesa. significado jurídico objetivo, se
son los filósofos tomistas ➢ El derecho natural no es logra a través de una norma que
quienes creen que el origen del producto de Dios, sino de la lo prevé. De tal suerte que el acto
derecho natural es Dios y que naturaleza o de la razón puede ser explicado según la
las leyes positivas deben humana. Entre sus norma.
derivarse de éste. representantes están: Baruch
Spinoza; Samuel Pufendorf; Eric ➢ La norma funciona como un
Wolff; Emanuel Kant; Rudolf esquema de explicitación del
Stambler. Escuela neokantiana acto. La explicación de que el acto
ideas centrales de R. Stambler. tiene un acontecer natural,
➢ La sociedad cambia, el derecho también se fundamenta en un
hace lo mismo, es imposible esquema particular y diferente de
determinar el contenido del lo normativo.
derecho a través de una
concepción universalmente
válida.
➢ El error es que se confunde el
significado de explicación y
conocimiento del derecho,
porque en realidad lo que se
hace es valorarlo y
simultáneamente predicar sobe
la moral.
➢ Su argumentación posee una
fuerte carga emocional.
CORRIENTES POSITIVISMO JURÍDICO EXCLUYENTE REALISMO JURÍDICO NEOCONSTITUCIONALISMO
(IUSPOSITIVISMO METODOLÓGICO)
CARACTERÍSTICAS ➢ Es ampliamente conocido que ➢ Realismo jurídico se escribe de ➢ Siempre ha sido el fundamento
Herbert Hart consideraba que muchas formas. Llewellyn y principal del constitucionalismo
el positivismo jurídico se Frank señalaron que no existe moderno la preocupación por la
sostiene sobre tres tesis. una “Escuela de realistas” limitación del poder. Desde su
➢ En primer lugar, entendía que propiamente dicha, ellos se creación la noción de
para que el derecho exista encuentran relacionados sólo en constitución como fundamento
debe constatarse alguna forma sus negaciones, su escepticismo del Estado ha tenido por
de práctica social que y su curiosidad. finalidad servir de instrumento
determine las fuentes o ➢ Aun cuando la doctrina, de garantía de la libertad.
criterios últimos de validez del normalmente, no contempla un ➢ La constitución, al mismo tiempo
sistema jurídico. A esta tesis se realismo jurídico alemán en en que crea y atribuye
le conoce como tesis de las sentido, lo cierto es que previo a competencia a las instituciones y
fuentes sociales del derecho. su desarrollo en otras latitudes, al poder estatal puede también
➢ Para Hart tanto la existencia ya algunos juristas alemanes limitar tal poder.
del derecho como el último habían anticipado los principios ➢ Respecto a esta concepción
criterio de validez jurídica fundamentales del realismo moderna de constitucionalismo,
derivan de la práctica de los jurídico al exponer el Derecho posible decir que el
jueces y tribunales consistente como acción. neoconstitucionalismo presenta
en aceptar una regla de ➢ El realismo norteamericano es los mismos objetivos de
reconocimiento. muy probablemente la vertiente garantizar la libertad de los
➢ En segundo lugar, Hart más conocida del realismo ciudadanos y limitar el poder. Sin
sostenía la denominada tesis jurídico. Su mérito radica no embargo, ya no comparte con la
de la separación conceptual solamente en el hecho de haber teoría moderna el culto a la ley,
entre derecho y moral según la contado con una gran cantidad el cuál fue irrecuperablemente
cual, pese a la existencia de de juristas sumamente abalado delante de la
numerosas e importantes esclarecidos, sino que sus ideas manipulación de la voluntad de
conexiones entre el derecho y han ejercido hasta el día de hoy las mayorías por los regímenes
la moral, dichas conexiones no una enorme influencia en todo totalitarios característicos de la
son necesarias, ni lógica ni el sistema jurídico mitad del siglo XX.
conceptualmente. norteamericano. Fue el juez ➢ En suma, el
Oliver Wendell Holmes quien neoconstitucionalismo como
➢ En efecto, no es abrió ese camino, con su ideología se presenta como el
necesariamente verdad que afirmación de que la vida del movimiento jurídico de oposición
las normas jurídicas, para ser- Derecho no es la lógica, sino la a la lógica del Estado
lo, satisfagan exigencias o experiencia, y es precisamente decimonónico, donde imperaba
criterios morales, dado que lo el estudio de esa experiencia el el legalismo, el culto a la ley y la
relevante desde el punto de que conduce a la esencia del concepción de una actividad
vista jurídico es una Derecho y su aplicación a los judicial autómata. Lo que parece
procedencia fáctica, es decir, casos concretos. claro en esta concepción
de una fuente social. ➢ El realismo jurídico escandinavo ideológica es su evidente
➢ La tercera y última de las tesis critica el idealismo preocupación por la justicia, por
positivistas, a juicio de Hart, es epistemológico y se basa en el los valores y por contenidos
la llamada tesis de la dualismo sujeto-objeto. materiales de los cuales el
discrecionalidad judicial. Sostiene que en el proceso derecho no se puede alejar para
Según ella, cuando se constate cognoscitivo el sujeto entra en que pueda ser reconocido como
la existencia de un caso no contacto con una realidad derecho.
previsto ni regulado por el distinta a la suya e identificable
derecho, esto es, cuando el con el mundo de la experiencia
derecho sea indeterminado e sensible, con la totalidad de los
incompleto, el juez pueda fenómenos inscritos en las
inhibir su jurisdicción. coordenadas espacio-
temporales.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

➢ Fernández García, E. (1996). El iusnaturalismo. https://e-


archivo.uc3m.es/bitstream/handle/10016/8345/iusnaturalismo_fernandez_1996.p
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➢ Guamán Chacha, Klever Aníbal, Hernández Ramos, Eduardo Luciano, & Lloay
Sánchez, Stalin Israel. (2020). El positivismo y el positivismo jurídico. Revista
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➢ Guastini, Riccardo. (2020). El realismo jurídico como teoría positivista del
derecho. Isonomía
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➢ Marcone, J. (2005). Hobbes: entre el iusnaturalismo y el
iuspositivismo. Andamios.
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➢ Núñez Vaquero, Álvaro. (2018). Realismo jurídico y conceptos
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97532018000200237
RESÚMENES: LECTURAS

1.- INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO

CAPÍTULO 1: DERECHO Y MORAL

El derecho siempre ha sido estudiado por un lado por los juristas y por otro lado, por los
filósofos, que investigan lo que debería prescribir según el derecho natural o la moral.
Durante el siglo XIX, con la crisis del derecho natural, se ha desarrollado una tercera labor
jurídica, la llamada teoría del derecho, que se encarga de estudiar el concepto y otras
palabras cruciales para la comprensión del derecho, de forma que este no puede
prescindir de la cuestión referente a la vinculación entre Derecho y moral, los cuales son
conceptos presentes en la filosofía, iusnaturalista y neoconstitucionalista.

1.1.- Después de Auschwitz:

Los filósofos iusnaturalistas de la Grecia Antigua hablaban de un derecho indistinto de la


justicia o de la moral, hasta los teóricos positivistas de los últimos siglos hablan de un
derecho solo positivo. Frente al choque cultural del descubrimiento de los campos de
exterminio nazi, juristas y filósofos asumieron, sobre la relación derecho-moral, las cuatro
posiciones siguientes:

1.1.1.- Después de Auschwitz renació el iusnaturalismo:

Dicho de otra manera: desde la codificación, al menos para los juristas, no se tuvo otro
derecho más que el positivo, produciendo legislación general o especial. Cuando lo
códigos comenzaron a envejecer, el derecho natural empezó a ser retomado, recibiendo
el nombre de neoiusnaturalismo. La principal resurrección se dio después de Auschwitz,
por lo cual lo podemos llamar neoiusnaturalismo posguerra.

1.1.2.- Ante la crisis del positivismo jurídico:

Los autores positivistas respondieron distinguiendo los diferentes sentidos de


“iusnaturalismo” y “positivismo”. Todos los iusnaturalistas habrían compartido la tesis de
la conexión necesaria entre el derecho y la moral: el derecho positivo no es ni siquiera
derecho si no es moralmente justo. Por otro lado, todos los positivistas habrían compartido
la tesis de la separabilidad, donde el derecho positivo y la moral están contingentemente
conectados, pero siempre serían distinguibles. El iusnaturalismo y el positivismo son
tradiciones de pensamiento heterogéneas, gracias a sus distinciones y al rechazo común
de que el derecho debe ser siempre obedecido, el positivismo ha superado el callejón sin
salida al que lo habían empujado las críticas neoiusnaturalistas.

1.1.3.- Después de Auschwitz, el positivismo ha sido criticado principalmente por el


realismo jurídico:

Siendo que el positivismo metodológico radical, que reprocha al positivismo el no haber


abandonado completamente la ideología de la obediencia al derecho. Los realistas tienen
posiciones más radicalmente anti-iusnaturalistas que el positivismo acerca no solo de la
relación derecho-moral sino también de la concepción de los juicios de valor y la
interpretación. Cualquiera que sea la consistencia de estas críticas, el realismo se acreditó
como la teoría del derecho destinada a suplantar al positivismo.

1.1.4.- Pocas décadas después de Auschwitz:

Se ha desarrollado el neoconstitucionalismo: familia de teorías y filosofía que comparten


al menos un objeto de investigación y una actitud normativa. Respecto al primero,
podemos decir que es el derecho del llamado Estado Constitucional típica de Estados
Unidos que ha terminado por imponerse en Europa y Latinoamérica después de la
Segunda Guerra Mundial. Con respecto a la actitud normativa, consiste en la
reivindicación de la justicia de constituciones y principios que garantizan los derechos
humanos (Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948). El
constitucionalismo post-Auschwitz, de todas maneras, inspira la formulación de filosofías
del derecho que sostienen la conexión del derecho y la moral a través de los principios
constitucionales.

2.- CAPÍTULO 51: FILOSOFÍA DEL DERECHO CONSTITUCIONAL: PERSPECTIVA


CONTINENTAL

III. El neoconstitucionalismo europeo: algunos de sus rasgos fundamentales como


realidad y teoría jurídica

Por neoconstitucionalismo denominamos, en primer término, el proceso y el producto de


las profundas transformaciones que experimentan progresivamente los ordenamientos
jurídicos de los países europeos desde desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros
días por efecto de su gradual constitucionalización. Siguiendo parcialmente criterios ya
propuestos por otros autores podemos considerar al neoconstitucionalismo como un
proceso histórico, como una teoría o Concepción acerca de la realidad jurídica y como
una postura doctrinaria e institucional acerca de la misión de los jueces que los jueces
están llamados ahí en realizar en una democracia constitucional.

1.- El proceso de constitucionalización de los ordenamientos jurídicos europeos

Es como una nueva fase del proceso histórico del constitucionalismo europeo que tuvo
comienzos a fines del siglo XVIII con características propias y diferenciales respecto a las
etapas anteriores punto De ahí el nombre de neoconstitucionalismo o constitucionalismo
contemporáneo con que se lo identifica. En todos estos casos se advierte la creciente
importancia que van adquiriendo su sistema político en la Constitución como norma
jurídica y los tribunales constitucionales como órganos que velan por asegurar su
vigencia, en especial mediante la tutela y el progresivo desarrollo de los Derechos
Humanos. El neoconstitucionalismo tiene un carácter parcial en relación al
constitucionalismo considerado como totalidad le interesa principalmente una parte de la
problemática constitucional la relacionado con la protección de los Derechos Humanos.
La constitución del ordenamiento jurídico como el núcleo del neoconstitucionalismo es
una realidad compleja que tiene aspectos diferenciales en cada uno de los países de
acuerdo con su tradición jurídica y constitucional previa su sistema jurídico y la naturaleza
y función institucional que se asignan a sus respectivos poderes judiciales y tribunales
constitucionales.

En el paradigma neoconstitucionalista, la Constitución pasa a ser considerada como una


orden o sistema educativo de valores llamado a informar todo el sistema jurídico y político
del estado.

2.- El neoconstitucionalismo como teoría jurídica

El neoconstitucionalismo también puede ser visto como la teoría jurídica que describe
explica justifica comprenden las consecuencias y alienta el proceso de transformación del
ordenamiento jurídico antes descrito. Con el neoconstitucionalismo se da un cambio
importante en el concepto de derecho en la teoría de la interpretación y en la metodología
jurídica. La Constitución, su contenido, sus principios y valores, y su función jurídica y
política; y no la ley formal en sufrido deber ser pasan a hacer el centro de la reflexión
jurídica de la teoría general del derecho del neoconstitucionalismo

3.- El neoconstitucionalismo y la emisión de los jueces en la democracia


constitucional
El neoconstitucionalismo puede ser también visto como la doctrina o ideología institucional
que considera muy positivo el fenómeno que hemos escrito y lo y lo promueve
activamente. especialmente alentando modelo de poder judicial activista que tu tele los
Derechos Humanos para lograr su plan de vigencia práctica. La nueva visión del
ordenamiento jurídico reclama una nueva postura institucional por parte de los integrantes
de las magistraturas judiciales.

El neoconstitucionalismo, constitucionalismo de posguerra o constitucionalismo


contemporáneo, como una realidad jurídica vigente en nuestros días enmarca la filosofía
del derecho constitucional actual de modo especial si se lo considera desde una
perspectiva continental. En segundo lugar, la preferencia kelseniana por una visión
dinámica de la normatividad supone que las normas jurídicas tienen su origen en hechos
empíricamente verificables, en actos de voluntad humana, son normas positivas. El
análisis de estas dos tesis pone de relieve que una explicación positivista de la presencia
y operatividad en el sistema jurídico de criterios de validez de naturaleza material tiene
que afirmar que esos criterios no valen por sí mismos, sino por haber sido juridificados; y
que su influencia en la determinación de la validez jurídica tampoco depende del juicio
que nos merezca la opción moral que traducen. Pues bien, la tesis de la «autorregulación»
es exponente del carácter institucionalizado del orden jurídico que, en las coordenadas
teóricas del positivismo jurídico, suele considerarse el rasgo central que singulariza al
Derecho frente a otros fenómenos normativos.

3.- SOBRE EL IUSPOSITIVISMO Y LOS CRITERIOS DE VALIDEZ JURÍDICA

I. LA TESIS DE LA EXCLUSIVIDAD DE LOS CRITERIOS FORMALES DE VALIDEZ

Es común considerar la caracterización del sistema jurídico como un orden normativo de


tipo dinámico, propuesta por Kelsen, como exponente de la asunción de una concepción
de la validez jurídica exclusivamente formal. En cambio, en un sistema dinámico una
norma será válida si ha sido creada de la forma establecida por una norma superior, por
una voluntad autorizada y a través del procedimiento arbitrado al efecto, y, en última
instancia, de la forma establecida por la norma fundante básica. El calificado como
positivismo «excluyente» parece adherirse a esta comprensión estrictamente formal de la
validez jurídica 10. En efecto, en línea de principio, lo que los defensores de este
planteamiento parecen «excluir», frente a la tesis que se imputa a la versión incluyente,
es que la validez de las normas jurídicas pueda estar condicionada al respeto de un criterio
material entendido en términos de corrección moral 11, al considerar esta afirmación
incompatible con las tesis básicas del positivismo jurídico e incapaz de describir
adecuadamente la realidad del funcionamiento de los sistemas jurídicos. De esta forma,
el planteamiento excluyente parece presuponer la existencia de un compromiso necesario
entre el positivismo jurídico y la afirmación de la exclusividad de los criterios de validez
formal o, dicho de otro modo, entre la consideración del Derecho como un sistema
puramente dinámico y su comprensión en clave positivista.
En primer lugar, la dinamicidad del orden jurídico se relaciona en la teoría de Kelsen con
el carácter estrictamente formal de la norma fundamental, consecuencia directa de la
asunción de la tesis positivista que defiende la separación conceptual entre el Derecho y
la moral. La naturaleza formal de la norma fundamental permite admitir la validez de
cualquier orden jurídico eficaz, independientemente de la bondad moral de sus contenidos
y le impide ofrecer un patrón de valoración o de justificación ético-política al Derecho
positivo, cumpliendo escrupulosamente con la exigencia de neutralidad axiológica del
conocimiento científico. Ninguna de estas afirmaciones, que, a mi modo de ver, sintetizan
la esencia de la tesis de la separación, resulta incompatible con la presencia de criterios
materiales de validez en el sistema jurídico. En efecto, la tesis de la separación debe ser
entendida en términos de independencia del Derecho respecto de la moral correcta y no
respecto de cualquier moral, sino de su incorporación en normas superiores. En tercer
lugar, Kelsen identifica la condición dinámica del sistema jurídico con la capacidad que
atribuye al Derecho para regular su propia producción 29. De nuevo en este contexto, la
condición dinámica se considera expresión de la visión del sistema jurídico
específicamente asumida por el positivismo, frente a la comprensión de la idea de sistema
propia del iusnaturalismo. Así, se afirma que ambas teorías reconstruyen en términos
diferentes la unidad del sistema.
La exigencia de generalidad de las normas y la nota de la plenitud permiten justificar la
imprescindible concurrencia en el sistema jurídico de reglas sustantivas, esto es, de
normas con contenidos materiales generales que predeterminan materialmente el
contenido de las normas individuales dictadas por los jueces y autoridades
administrativas. Esa determinación material, necesariamente presente en la relación entre
las normas generales y las decisiones judiciales, puede hacer su aparición en cualquier
escalón de la pirámide jurídica, también en el escalón constitucional, cuando, como
sucede en los ordenamientos de nuestra órbita cultural, los textos constitucionales
integran contenidos sustantivos.

Ahora bien, la discrecionalidad a la que hace referencia el positivismo, a pesar de ser una
discrecionalidad fuerte, no es una discrecional total, sino limitada que presupone, por
ende, la relativa determinación del Derecho. De cualquier forma, la comprensión del
Derecho como un sistema normativo orientado al logro del control social exige asumir este
rasgo. En relación con esta consideración, interesa adelantar que afirmar la absoluta
indeterminación del Derecho desmentiría la plausibilidad teórica y la importancia práctica
de los criterios sistemáticos de validez materiales y formales en la medida en que no
permitiría enjuiciar la validez de las normas en relación con su compatibilidad con los
contenidos de las normas superiores, pero tampoco respecto de la autoridad de los
sujetos que las emiten y el procedimiento de producción. En todo caso, la capacidad
operativa de los criterios materiales para condicionar la validez de las decisiones jurídicas
y la compatibilidad de ese condicionamiento con las premisas positivistas depende de un
modo básico de la concepción de la interpretación jurídica que se maneje y, en concreto,
de la posición que se adopte en torno al problema de la determinación del Derecho. El
rasgo de la relativa determinación del Derecho puede fundamentarse en términos
plenamente compatibles con el positivismo jurídico recurriendo a la noción de significado
literal y a los rasgos que lo caracterizan.

En todo caso, la cuestión decisiva en la justificación de la tesis del carácter mixto del
sistema jurídico, y en la demostración de su compatibilidad con el iuspositivismo, radica
en la interpretación de las palabras «morales» incluidas en las normas constitucionales.
Pues bien, esas palabras morales son también palabras y, por tal razón, poseen,
exactamente igual que otros términos, un significado literal que tampoco puede ser
absolutamente indeterminado.

En resumen, desde la concepción del Derecho como sistema mixto que aquí se maneja,
la exigencia de compatibilidad como criterio de validez material se reduce a la no
trasgresión del significado literal que las normas superiores necesariamente poseen. La
elección discrecional entre las opciones que no se enfrentan a este límite es imputable a
la creatividad del intérprete, responde a consideraciones extrajurídicas y su validez
depende, únicamente, de la competencia del órgano que escoge.

II. LA TESIS DE LA SUPERIORIDAD DE LOS CRITERIOS FORMALES DE VALIDEZ

Las reflexiones precedentes han permitido justificar la presencia en el sistema jurídico de


criterios de validez de índole material en términos que pueden ser asumidos por el
iuspositivismo. De cualquier modo, y como al comienzo se advirtió, los planteamientos
positivistas que admiten esta presencia se caracterizan por afirmar la prevalencia de los
criterios formales de validez. La primera razón que se aduce como determinante de la
primacía de las dimensiones formales consiste en que los criterios materiales de validez,
esta primera proyección de la tesis de la superioridad de los criterios formales, que resulta
difícilmente cuestionable sin terminar rebasando los esquemas de un planteamiento
positivista, ha sido asumida por la idea de sistema mixto que aquí se defiende. La segunda
razón que se esgrime para justificar la prevalencia de los criterios formales de validez se
sitúa en el ámbito de la teoría de la invalidez jurídica, centrándose en el problema de las
normas materialmente irregulares, y considera que una adecuada descripción del
funcionamiento del Derecho, exige admitir que, al final, lo único relevante en la
determinación de la (in)validez jurídica son las decisiones de los órganos competentes.

La tesis de la superioridad de los criterios formales de validez parte de la consideración


de que el modo en el que en el mundo jurídico se trata de asegurar el respeto a los criterios
sustantivos de validez consiste, precisamente, en conferir un poder. Desde esta premisa,
se afirma que la vulneración de los contenidos de las normas superiores sólo tiene
consecuencias para la (in)validez jurídica cuando es constatada y en el sentido en que lo
es por un órgano con competencia a través del procedimiento adecuado, de tal manera
que los criterios materiales de validez quedarían subordinados a los criterios formales.

4.- LA RELEVANCIA DE LA FILOSOFÍA MORAL PARA EL DERECHO

I. LAS RELACIONES ENTRE EL DERECHO Y LA MORAL

Como es sabido, la diferencia central entre las dos grandes concepciones sobre el
derecho, iusnaturalismo y positivismo, gira en torno a las relaciones entre derecho y moral.
El iusnaturalismo presenta el derecho como intrínsecamente ligado a la moral. Sea en su
versión racionalista o en otras de corte teológico, la afirmación respecto al vínculo
indisoluble entre normas jurídicas y principios, valores o normas morales va acompañada
de una concepción cognoscitivista, a menudo realista, sobre la moral. El positivismo
jurídico, por su parte, niega esta conexión entre derecho y moral, y afirma que para definir
el derecho no necesitamos involucrar apreciaciones sobre la calidad moral de las normas
jurídicas. No haría falta mostrar, por tanto, la plausibilidad de ninguna teoría metaética. El
positivismo conceptual asume una posición clara sobre cómo definir el derecho en
relación a elementos descriptivos o empíricos y sin hacer valoraciones sobre el contenido
sustantivo de las normas. Superado entonces este primer ámbito de encuentro entre
derecho y moral, podemos ver ahora las relaciones que persisten incluso si asumimos la
tesis positivista sobre el concepto de derecho. Veremos que a medida que avanzamos en
la definición de los elementos que forman ese conjunto llamado derecho, principalmente
en la medida en que avanzamos en la definición de la norma jurídica, su validez, carácter
obligatorio, legitimación y legitimidad, ese concepto que en principio aislamos de su
entorno axiológico comienza a verse cada vez más involucrado con connotaciones
valorativas. Ante todo, tal vez convenga decir que la influencia de la tesis del positivismo
respecto de la separación entre el derecho y la moral, ha hecho que a veces se olvide
que, incluso si aceptamos tal tesis, se trata de una tesis conceptual que en nada afecta a
las múltiples relaciones que existen entre el derecho y la moral en otros ámbitos. Esto ha
hecho que de ser una tesis conceptual se haya transformado a veces en una tesis
normativa desvirtuando su validez teórica y su eficacia metodológica. Puede también
entenderse que el positivismo ideológico está basado en la idea de que existiría un solo
principio moral que deberíamos atender al enfrentarnos con el derecho y tal principio sería
el que ordena hacer todo aquello que el derecho prescribe como obligatorio. En cualquier
caso, el positivismo ideológico me parece un ejemplo extremo de cómo se ha desvirtuado
la tesis de la separación conceptual, contribuyendo así a alimentar posturas que en vez
de intentar detectar y explicar la complejidad de las relaciones entre derecho y moral, han
preferido simplificar la realidad apelando a un positivismo simplista y capaz de distorsionar
el ámbito de lo jurídico. Sumadas a estas consideraciones, las últimas aportaciones al
debate en torno a la naturaleza de las normas jurídicas han acentuado aún más la
relevancia de la filosofía moral para el derecho en la medida en que se ha puesto de
manifiesto una vez más la estrecha vinculación entre normas morales y normas jurídicas.
Entre tales aportaciones una de las más influyentes ha sido la perspectiva introducida por
R. Dworkin al señalar la existencia dentro del sistema jurídico de los principios, es decir,
de un tipo de normas cuyo contenido es enteramente de índole moral y cuya incorporación
se efectúa a menudo a través de canales indirectos, difusos, en mayor concordancia con
la forma en que aceptamos las normas morales.

Entre el positivismo hartiano y el postpositivismo dworkiniano, se han presentado


numerosos y variados intentos de reformulación del positivismo jurídico. Entre las
versiones más debatidas de un positivismo capaz de dar cuenta de los principios o normas
morales presentes en el derecho, cabe citar distintas versiones del positivismo revisitado,
como el incorporacionista y el incluyente.

II. POSITIVISMO JURÍDICO Y FILOSOFÍA MORAL

Los mencionados ámbitos de relaciones entre el derecho y la moral actualizan la


relevancia de la filosofía moral para el derecho. En el ámbito de la definición del derecho,
las nuevas formulaciones del positivismo proponen repensar el concepto de derecho a
partir de sus remisiones a la moral, introduciendo así en el seno del derecho el
razonamiento en torno a valores. Como el positivismo incorporacionista, también el
positivismo incluyente admitiría la inclusión de criterios morales en la regla de
reconocimiento no solo en la medida en que ésta sirva para determinar la existencia de
las normas jurídicas, sino también para determinar su contenido. Kramer ubica el
nacimiento del incorporacionismo en algunos trabajos de P. Soper, así como en el propio
Hart, aunque tal vez haya sido Coleman quien le dio su configuración más acabada y
presente en el debate actual. La diferencia entre positivismo incluyente e incorporacionista
la podemos plantear ahora del siguiente modo. Siguiendo a Shapiro y Kramer, podemos
afirmar que mientras el primer tipo de positivismo admite que la inclusión de principios
morales a través de la regla de reconocimiento podría hacer que los mismos pasaran a
constituir una condición necesaria para la identificación de las normas jurídicas.

Todo esto, parece claro ahora, nos llevaría muy lejos de la tesis de la separación entre el
derecho y la moral, y parecería no solo reafirmar las relaciones entre derecho y moral,
sino apuntar que dichas relaciones tienen lugar incluso en el ámbito del concepto mismo
de derecho: identificar qué es el derecho, cuáles son las normas del sistema, cuál es el
derecho válido, es una tarea que no puede llevarse a cabo sin ese componente de valor
que formaría parte de la regla de reconocimiento. Esto no quiere decir que la tesis de la
separación no se conserve en algún sentido. Se conserva en lo que Coleman denomina
la tesis negativa del positivismo jurídico: puede existir un sistema jurídico que no contenga
en su regla de reconocimiento elementos morales para la determinación de las normas
válidas del sistema.

III. LA OBJETIVIDAD MORAL Y EL DERECHO

Las conexiones entre el derecho y la moral que se ponen de manifiesto a través de los
temas que se han señalado en el apartado anterior nos plantean un interrogante ulterior:
si el derecho tiene tantos y tan fuertes vínculos con la moral, entonces será relevante
determinar cuáles son los fundamentos últimos de los valores que intervienen en el
derecho. En otras palabras, no puede ser indiferente para el derecho la pregunta sobre la
fundamentación de la moral y la posibilidad de afirmar el valor de verdad de los
enunciados de valor. Como señala Waldron (1999), quienes se oponen al positivismo
normativo, debe realizarse sin apelar a juicios morales independientes– suelen reforzar
su perspectiva con la apelación al realismo moral o la tesis según la cual los juicios de
valor pueden ser clasificados como verdaderos o falsos independientemente de las
creencias o percepciones subjetivas de quien los emite.

En definitiva, para comprender el alcance de la conexión del derecho con la objetividad


moral tenemos que definir mejor la objetividad. Ésta podría estar relacionada no con la
existencia de una única respuesta correcta frente a los conflictos, sino con respuestas que
cumplan con determinados requisitos formales o sustantivos, pero que no necesariamente
tendrían que conducir a la respuesta única. En este sentido la objetividad sería una
propiedad gradual de los enunciados morales, que se podría alcanzar en mayor o menor
medida, y que en cualquier caso requeriría de la interpretación y la argumentación moral.
La objetividad se presenta, así como una de las herramientas relevantes para perfeccionar
la argumentación jurídica y moral. Si podemos esperar algún avance en este terreno solo
se alcanzará a través de nociones que puedan captar la complejidad de los fenómenos
jurídicos allí donde ellos se cruzan con la moral.

5.- LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA Y EL PARADIGMA CONSTITUCIONALISTA

I. SOBRE EL CONCEPTO DE INTERPRETACIÓN JURÍDICA

Es común aceptar la necesidad e importancia de la interpretación en el Derecho. Sin


embargo, este punto de partida compartido no es, ni mucho menos, garantía de que exista
una caracterización unánime sobre la interpretación jurídica. El primer problema para
alcanzar dicha caracterización consiste en que bajo este rótulo se hace referencia a
fenómenos muy distintos entre sí. En ocasiones las diferencias se encuentran en la
configuración de la naturaleza de la actividad interpretativa, en otras ocasiones las
discrepancias se refieren más bien al tipo de entidades que se consideran como objetos
posibles de la interpretación en general, o de la interpretación jurídica en particular. El
segundo problema, íntimamente relacionado con el anterior, radica en que la elección de
una u otra caracterización conceptual de la interpretación jurídica depende, en gran
medida, de cuáles son los intereses y perspectivas adoptados en el estudio del Derecho.
Es decir, no se trata única ni prioritariamente de discrepancias motivadas por cuestiones
teóricas, sino también por cuestiones prácticas, y en este sentido creo que los distintos
enfoques o perspectivas de estudio del Derecho, así como la ideología jurídica de la que
se parta son las responsables de gran parte de estas discrepancias. La multiplicidad de
sentidos de la expresión «interpretación jurídica» viene generada en gran medida por las
ambigüedades que afectan a los dos términos que la componen.

Pasemos ahora a analizar el segundo término de la expresión «interpretación jurídica»,


para intentar aclarar cuál es el particular objeto de este tipo de interpretación. El punto de
partida para la mayoría de las teorías de la interpretación jurídica radica en la
consideración del Derecho como un fenómeno lingüístico (el Derecho opera
necesariamente a partir de la comunicación de una serie de pautas de comportamiento),
lo cual no tiene por qué implicar que todo el Derecho pueda ser reducido a lenguaje, ni
siquiera el que las normas puedan ser identificadas con su mera formulación lingüística,
pero sí que el atender al aspecto lingüístico de este fenómeno resulta de gran importancia
para una adecuada comprensión del mismo. Sin embargo, ante la pregunta acerca de qué
es lo que se interpreta en la interpretación jurídica nos encontramos con que la respuesta
no es, ni mucho menos, ni unívoca ni clara. Las respuestas más recurrentes consideran
que el objeto de esta interpretación es, o bien las disposiciones jurídicas (o algunas
expresiones contenidas en las mismas), o bien las «normas jurídicas», o bien el
«Derecho»; pero ninguna de estas tres respuestas parece estar exenta de dificultades.

Cuando se habla de «interpretación de la ley» (o de cualquier otro documento jurídico),


se hace referencia a la interpretación como atribución de significado a un ente, en este
caso a un documento o conjunto de documentos que se considera que expresa normas
jurídicas. Es en este sentido en el que, por ejemplo, se contrapone en ocasiones la
interpretación de la ley (atribución de significado a un documento normativo dado) a su
integración (como individualización de una nueva norma). Otras veces a lo que se
contrapone la expresión «interpretación de la ley» (entendiendo «ley» en sentido amplio)
es a la interpretación del Derecho no escrito. En esta línea nos encontramos con que,
para muchos autores, el objeto de la interpretación jurídica viene constituido únicamente
por las normas legisladas, aquéllas que gozan de una formulación dotada de autoridad
que es precisamente la que debe ser interpretada. Para otros, en cambio, también son
objeto de interpretación las otras fuentes del Derecho: las de origen judicial (los
precedentes o la jurisprudencia) y la costumbre. Sin embargo, los problemas que se
plantean en cada uno de estos dos casos para extenderles a ellos la caracterización
estándar de la interpretación jurídica no son homogéneos.

Por otro lado, la expresión «interpretación del Derecho» haría referencia a la operación
de encontrar la regulación jurídica para un determinado comportamiento o conflicto. Esta
operación ha sido concebida históricamente de dos modos distintos: teniendo como objeto
la entidad Derecho, en cuyo caso se trata de dar un «sentido jurídico», una respuesta
desde el Derecho, al comportamiento o al conflicto que se intenta resolver; o teniendo
como objeto los documentos que constituyen las fuentes de conocimiento del Derecho.
Sin embargo, este segundo sentido de «interpretación del Derecho» vendría a coincidir
con lo que hemos denominado «interpretación de la ley», al menos si se considera que
es precisamente la ley el documento fundamental para el conocimiento del Derecho.
Centrémonos por tanto en el otro sentido de «interpretación del Derecho». Aquí nos
encontramos con una actividad más compleja que la mera atribución de significado a un
(o unos) documento(s) de las leyes; se incluyen además las actividades de
individualización de un segmento del discurso legislativo, la atribución a este segmento
de significado, la resolución de antinomias, la integración de la ley, etc.

De estos dos distintos sentidos de «interpretación jurídica», es precisamente en el primero


en el que se han fijado la mayoría de los autores que se han ocupado de esta cuestión
desde una perspectiva conceptual. Éste es también –creo– el uso más extendido de la
expresión «interpretación jurídica», al menos en la considerada cultura jurídica
continental. Pero creo que conviene llamar la atención sobre el hecho de que en la práctica
nos encontramos con que las distintas actividades implicadas por cada uno de estos
sentidos de interpretación se encuentran íntimamente ligadas. Por supuesto, el segundo
sentido, al ser más amplio, implica siempre llevar a cabo las actividades interpretativas en
el primer sentido; pero también nos encontramos con la relación inversa. En el ámbito
jurídico, la actividad de interpretar una expresión implica siempre determinar cuál es su
significado a la luz del ordenamiento jurídico; las decisiones adoptadas por cualquier
instancia jurídica deben presentarse como justificadas jurídicamente, lo que supone que
sean acordes con «el Derecho». Para ello habrá, por tanto, que tener en cuenta
ponderaciones entre normas, construcciones sistemáticas, etc., lo que implicará llevar a
cabo actividades incluidas en el segundo sentido de «interpretación».

II. EL PARADIGMA CONSTITUCIONALISTA

Es usual distinguir entre el «Estado constitucional» en cuanto fenómeno histórico (y que


haría referencia a un determinado modelo de organización jurídica y política) y el
«constitucionalismo» en cuanto teoría que pretende dar cuenta de dicho fenómeno. Nadie
niega, como fenómeno histórico, el proceso de constitucionalización de los Derechos
contemporáneos, las divergencias vienen más bien a la hora de valorar ese fenómeno
como positivo o negativo, y de considerar si para dar cuenta de los Derechos
«constitucionalizados» es necesario revisar el paradigma teórico «positivista» que se
fraguó en torno a la idea de imperio de la ley Aguiló Regla, (2008: 13).

Un primer rasgo a destacar sería la importancia otorgada a los principios como ingrediente
necesario para comprender la estructura y el funcionamiento de un sistema jurídico,
considerando además ambos tipos de normas no tanto desde la perspectiva de su
estructura lógica, sino a partir del papel que juegan en el razonamiento práctico, de modo
que a las clásicas relaciones lógicas entre las normas se le incorporan relaciones de
justificación. Ligado a ello, la validez pasa a ser entendida en términos sustantivos y no
meramente formales: para ser válida, una norma debe respetar los principios y derechos
establecidos en la Constitución. En segundo lugar, señalaría la consideración del Derecho
como una realidad dinámica, y que consiste no tanto en una serie de normas o de
enunciados de diverso tipo, cuanto en una práctica social compleja que incluye, además
de normas, procedimientos, valores, acciones, agentes, etc. Como consecuencia, la
distinción entre lenguaje descriptivo y prescriptivo se debilita, a la vez que se reivindica el
carácter práctico de la teoría y de la ciencia del Derecho, las cuales no pueden reducirse
ya a discursos meramente descriptivos. En tercer lugar, este nuevo paradigma se
caracterizaría por una tendencia hacia la integración entre las diversas esferas de la razón
práctica: el Derecho, la moral y la política. Lo que por un lado implica la difuminación de
las fronteras entre el Derecho y el no Derecho y, con ello, la defensa de algún tipo de
pluralismo jurídico y, por otro, la tesis de que entre el Derecho y la moral existe una
conexión no sólo en cuanto, al contenido, sino de tipo conceptual o intrínseco; incluso
aunque se piense que la identificación del Derecho se hace mediante algún criterio como
el de la regla de reconocimiento hartiana, esa regla incorporaría criterios sustantivos de
tipo moral y, además, la aceptación de la misma tendría necesariamente un carácter
moral. Por último, el nuevo paradigma destaca la necesidad de tratar de justificar
racionalmente las decisiones, como característica esencial de una sociedad democrática.
En conexión con ello, este nuevo paradigma asume la existencia de criterios objetivos
(como podrían ser el principio de universalidad o el de coherencia o integridad) que
otorgan carácter racional a la práctica de la justificación de las decisiones, aunque ello no
implique necesariamente la aceptación de la tesis de que existe siempre una respuesta
correcta para cada caso.

III. MODELOS DE INTERPRETACIÓN JURÍDICA

La cuestión que ahora nos queda por abordar es precisamente la de cómo se debe
interpretar en el Derecho, o, dicho de otro modo, cómo entender el papel de los clásicos
instrumentos o métodos interpretativos. Existen dos grandes teorías prescriptivas a
propósito de la interpretación jurídica. Me refiero a la clásica contraposición entre las
teorías subjetivistas y las objetivistas, que hoy se presenta –por influencia de la teoría de
Dworkin– como contraposición entre teorías intencionalistas y constructivistas. Los
intencionalistas sostienen que interpretar consiste básicamente en descubrir los motivos
o las intenciones de un autor (el modelo interpretativo que aquí estaría operando sería el
conversacional: donde al interpretar se trata de averiguar la intención del hablante, qué
nos quiere decir). Por el contrario, los constructivistas sostienen que interpretar, en el
contexto de una práctica social como el Derecho, consiste en mostrar el objeto
interpretado bajo su mejor perspectiva.
De este modo podría concluirse que los textos legislados (y lo mismo podría decirse
respecto a las otras fuentes del Derecho) sólo pertenecen al Derecho en su estado
preinterpretativo, mientras que la realidad del Derecho se encontraría en el proceso
interpretativo y postinterpretativo. El Derecho desde la perspectiva postinterpretativa, es
concebido fundamentalmente como un mecanismo de resolución de conflictos, cuyo
principal problema es cómo reconstruir los distintos materiales jurídicos (provenientes de
una diversidad de autoridades) para buscar una solución jurídica al caso. Su objetivo no
es abordar el Derecho en su totalidad, sino exclusivamente la reconstrucción que del
mismo se hace a partir del planteamiento de un determinado caso concreto problemático.

6.- REFLEXIONES SOBRE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO

I. REFLEXIONES SOBRE LO QUE ES LA FILOSOFÍA DEL DERECHO

Intentar responder a la primera cuestión es, de alguna manera, empeñarse en un trabajo


que se sabe que hay que realizar, que hasta cierto punto es posible entender que se
pueden producir avances, pero que, finalmente, no va a poder ser coronado con el éxito.
Y es que no resulta posible determinar la esencia de la Filosofía del Derecho. Como
advirtiera ya hace tiempo Norberto Bobbio: «Buscar una definición de filosofía del Derecho
es una inútil pérdida de tiempo» 3. Una consideración que se corresponde con la
tradicional falta de consenso que caracteriza a la doctrina al intentar dar una respuesta a
la cuestión de qué es la Filosofía del Derecho. De hecho, es precisamente sobre la
imposibilidad (o al menos dificultad aparentemente insuperable) de conseguir una
delimitación clara y concreta de lo que habría de constituir una supuesta esencia de la
Filosofía del Derecho sobre lo que sí que podemos encontrar ese consenso en la doctrina.

En ese sentido, creo que una forma simple, y a la vez fructífera, de investigar sobre el
sentido de la Filosofía del Derecho es partir de un muy elemental análisis etimológico del
término Filosofía del Derecho. Es decir, que si de lo que se trata es de saber de qué
estamos hablando cuando hablamos de Filosofía del Derecho, podemos apreciar, por una
parte, que la división del término en las dos palabras que lo componen nos ofrece un buen
medio de acercarnos a ese conocimiento, y, por otra, que la unión de ambas palabras
puede tener una explicación que nos aporte nueva luz sobre su significado. De esta
manera, si atendemos a la división del término en las palabras que lo componen, creo que
habría que entender que la primera palabra designa un método de estudio, reflexión y
conocimiento, y la segunda designa el objeto propio de ese estudio, reflexión y
conocimiento. Conforme a ello, lo que podemos colegir en primera instancia es que de lo
que estamos hablando cuando hablamos de Filosofía del Derecho es de una determinada
manera de estudiar, reflexionar o conocer, un determinado objeto, una determinada
materia, el Derecho, lo jurídico. Pero aquí entiendo que se nos abren, al menos, dos
cuestiones diferentes, aunque estrechamente unidas entre ellas, que no han de tener una
única respuesta si atendemos a lo que dice la doctrina, y que tienen como base los propios
límites de esta aproximación al concepto de Filosofía del Derecho.

A. Respecto al método filosófico de estudio, reflexión y conocimiento

Para responder a la cuestión de si el método de estudio, reflexión y conocimiento que


hace el filósofo del Derecho es el filosófico, hay que responder, a su vez, a dos cuestiones
diferentes, ¿qué se quiere decir con método de reflexión y conocimiento filosófico?, y: ¿es
sólo ese método filosófico el que ha de valer para definir la actividad propia de los filósofos
del Derecho? Responder a la cuestión de qué se quiere decir cuando hablamos de método
de estudio, reflexión y conocimiento filosófico, supone determinar si cuando hablamos de
ese método nos estamos refiriendo al propio de una determinada concepción o corriente
filosófica o, por el contrario, al propio de una forma de reflexionar, de un tipo de actitud
con la que nos enfrentamos a la adquisición de conocimiento, que podemos denominar
como filosófica. Sin dejar de ser ambas afirmaciones ciertas en alguna medida, será la
segunda idea la que mejor nos servirá para entender lo que es la actividad propia de la
Filosofía del Derecho.

De esta manera, entiendo que la idea que mejor explica el sentido de la Filosofía del
Derecho es que con ella hacemos referencia a una cierta forma de estudiar, reflexionar y
conocer, que responde a lo que es posible entender como una actitud filosófica a la hora
de enfrentarnos a los problemas que plantea el conocimiento de la realidad. Una actitud
que, lógicamente, constituye un denominador común a las distintas corrientes filosóficas.
Es claro que éste no puede ser el momento de debatir sobre lo que es o significa la
Filosofía como forma de conocimiento (sobre lo que también hay un debate doctrinal
inacabado por inacabable), pero creo que resulta acertada y conveniente la consabida
caracterización que al respecto ofrecía el filósofo Gustavo Bueno al entender que «La
Filosofía es una forma de totalización racional crítica universal (…) una totalización
trascendental». Y así, adaptando esos elementos para caracterizar a la Filosofía del
Derecho, cabría entender ésta como un tipo de reflexión, un saber, totalizador,
trascendental, racional y crítico.

Creo que esas características, si bien no dan una definición acabada de la Filosofía del
Derecho, sí nos ponen en la senda correcta para entender de qué tipo de reflexión
estamos hablando cuando hablamos de Filosofía del Derecho y nos permite distinguir,
pues, la actividad del filósofo del Derecho de cualquier otra actividad, como la que se
elabora estrictamente desde el ámbito científico, que tenga también al Derecho como
objeto de la misma. De esta manera, como reflexión totalizadora, la reflexión de la
Filosofía del Derecho no se correspondería con la que se pudiese realizar desde un
determinado tipo de saber, sino que ha de ser lo más abarcadora posible, a fin de poder
ofrecer sus respuestas con la mayor amplitud de miras, con una aproximación realizada
desde distintos ámbitos del saber, entre los que adquiere especial importancia la política,
la moral, la historia o la sociología.

Con la idea de que se ha de producir una reflexión trascendental, cabe entender que las
reflexiones filosóficas también han de «trascender» el objeto sobre el que se reflexiona,
estando en estrecha conexión con las otras características. Así, señalaba Elías Díaz que
«La Filosofía del Derecho en cuanto saber trascendental, expresaría, por tanto, la
totalización crítica de esa realidad jurídica de carácter empírico (Derecho vigente y
Derecho eficaz), así como de las ciencias que sobre ella trabajan (principalmente Ciencia
del Derecho y Sociología del Derecho)». En cuanto al elemento de la racionalidad, es
importante diferenciar la reflexión racional filosófica del tipo de reflexión propio de la
racionalidad científica. En el ámbito filosófico, no se trata de que exista una racionalidad
que busque la verdad racionalmente indiscutible de los problemas que se plantea. La
reflexión filosófica siempre ha de realizarse en un terreno en buena medida marcado por
la incertidumbre.

Por último, como reflexión crítica, nos encontramos con el elemento clave para determinar
la actitud con la que el filósofo del Derecho ha de afrontar los problemas a los que
pretende dar respuesta. La Filosofía del Derecho o es crítica o no existe como tal Filosofía.
La actitud crítica exige un estado de permanente enjuiciamiento de la realidad, del objeto
de conocimiento y de los propios postulados de los que se parten y de las propias
conclusiones a las que se llega. Es esa actitud crítica la que impide que se pueda dar
algún conocimiento como presupuesto indiscutido o como verdad incontrovertible, y la
que impele a dejar nuestros criterios lo más libres posibles de prejuicios a la hora de
afrontar una cuestión, a ser capaces de abandonar una teoría o un postulado si
encontramos nuevos elementos que racionalmente nos llevan a determinar su invalidez,
sin por ello condenarlos a su exclusión definitiva.

B. Respecto al Derecho como objeto de estudio, reflexión y conocimiento

En cuanto al Derecho como la materia propia del estudio, reflexión y conocimiento


realizado por la Filosofía del Derecho, señalaba antes la necesidad de matizar esta idea.
Y es que no es cierto de que el objeto del estudio, reflexión y conocimiento propio de la
Filosofía del Derecho se pueda circunscribir netamente al Derecho, ni siquiera a la
experiencia jurídica. Estas consideraciones permiten entender por qué las reflexiones que
se realizan por los filósofos del Derecho pueden ser de lo más variadas, pues de lo más
variadas son las cuestiones que tienen el conocimiento del Derecho como origen, como
medio o como fin. Y es por ello que no hay más que ver la ingente bibliografía que se ha
producido en las últimas décadas por filósofos del Derecho para poder observar lo variado
de los temas y de los enfoques. Un pluralismo que, en todo caso, me parece positivo, por
enriquecedor; ya que, efectivamente, son muchas las cuestiones que demandan
respuestas desde el ámbito de la Filosofía del Derecho, y sería improcedente e
injustificado que los filósofos del Derecho nos autolimitásemos en nuestra labor. No
obstante, es necesario advertir que esa pluralidad de temas y enfoques abordados desde
la Filosofía del Derecho no nos debe impedir entender que el Derecho, la experiencia y la
realidad jurídica, es el elemento común a todos ellos; aunque eso también supone
entender que, aun partiendo de posiciones positivistas, no puede limitarse el objeto de
reflexión, estudio y conocimiento de la Filosofía del Derecho a las normas jurídicas o al
sistema jurídico en su conjunto. Y no sólo es que las cuestiones a las que se puede dar
respuesta desde la Filosofía del Derecho responden a un abanico mucho más amplio,
sino que la propia comprensión del sistema jurídico o de los elementos que lo constituyen
sólo puede realizarse adecuadamente si es teniendo debidamente en cuenta otras
realidades como son, al menos, la realidad del poder y la de los valores.

En todo caso, si la actividad a realizar desde la Filosofía del Derecho tiene al conocimiento
del Derecho como origen, como medio o como fin, resulta necesario subrayar que esa
actividad del filósofo del Derecho no puede ser una actividad neutral en sus reflexiones,
estudios y conocimientos. Y no lo puede ser debido a las características propias del
Derecho, a la formación del filósofo del Derecho y a la relación que existe entre Ciencia
del Derecho y Filosofía del Derecho. Tres consideraciones que van necesariamente
unidas, en el sentido de que la imposible neutralidad de la actividad que se puede realizar
desde la Filosofía del Derecho se deriva de la imposible neutralidad de la Ciencia del
Derecho, que es debida, así mismo, a las características propias del Derecho y a la
imposible actitud neutral del científico del Derecho. De esta manera, aunque hay que partir
de que, frente a la Ciencia del Derecho, el estudio y la reflexión propios de la Filosofía del
Derecho no tratan de ser neutrales, sino que lo que se pretende es conseguir una
comprensión de la realidad y la experiencia jurídica, así como poder valorar críticamente
esa realidad; lo que aquí pretendo subrayar es que si no existe una neutralidad en la
actividad que realiza el científico para el estudio del Derecho, de ahí se ha de derivar,
necesariamente, que no es predicable la neutralidad de la actividad propia del Filósofo del
Derecho.

La Ciencia del Derecho estudia el Derecho positivo, es decir, lo que constituye el Derecho
para el positivismo, las normas, los principios, los subsistemas jurídicos e incluso el
sistema jurídico en su conjunto. Y con ese estudio, la Ciencia del Derecho pretende
conseguir un conocimiento objetivo y, por consiguiente, real del objeto que se estudia. Sin
embargo, la claridad teórica de esa pretendida función propia de la Ciencia del Derecho
no resulta tan evidente en la realidad. Y es que hay que replantearse si es posible realizar
ese estudio, reflexión y conocimiento neutral del Derecho o, dicho de otra manera, si el
científico del Derecho puede ser neutral respecto al Derecho que estudia y conoce en el
ejercicio de su actividad conforme a ese paradigma científico de la modernidad.

Como es sabido, desde el primer positivismo jurídico se pretendió defender esa actitud
del científico del Derecho, amparándose para ello en dogmas como la omnisciencia del
legislador y que el Derecho constituye un material pleno, coherente y claro. En este
sentido, se pretendía que el científico del Derecho (como el intérprete y el aplicador del
mismo) podía estudiar y conocer el Derecho en la misma medida en que los científicos de
otras ramas del saber podían estudiar y conocer las leyes que les fuesen propias. Sin
embargo, ya en el propio siglo, y con la revuelta contra el formalismo jurídico que se
produjo, esos dogmas se hicieron insostenibles, al menos lo fue intentar mantenerlos sin
matices, en el sentido riguroso que la perspectiva científica exigía.

Y digo que esa contingencia del Derecho es un aspecto clave a la hora de atender a la
posible neutralidad del científico y del filósofo del Derecho en el ejercicio de sus diferentes
actividades, porque es precisamente por ella por la que hay que abandonar
definitivamente la pretensión de neutralidad tanto del científico como, en consecuencia,
del filósofo del Derecho. Y es que, en este sentido, la neutralidad no depende de una
actitud que consciente o inconscientemente adopte el que pretenda realizar un estudio
sobre el Derecho al iniciar su actividad, sino que esa neutralidad quiebra precisamente
porque no existe una «verdad neutral» de lo que es el Derecho positivo, una verdad que
el científico o el filósofo del Derecho puedan, pues, estudiar o conocer.

En todo caso, y aun siendo conscientes de que finalmente resulta de imposible


consecución fáctica el objetivo que la Ciencia del Derecho tiene de conocer la verdad
objetiva y neutral sobre lo que es el Derecho que estudia; también me parece importante
resaltar que esa afirmación es plenamente compatible con la consideración de que ése
sigue siendo el objetivo pretendido por la Ciencia del Derecho. La trascendencia que tiene
el trabajo realizado por el científico del Derecho resulta palmaria si tenemos en cuenta
que el Derecho es el principal instrumento de control social en nuestras sociedades y
atendemos al uso que, por consiguiente, hace el poder político de él para hacer valer sus
criterios. Por eso, me parece esencial que la actividad del científico del Derecho se
caracterice por pretender realizar un estudio y reflexión, y obtener un conocimiento,
neutrales de la realidad del Derecho. Esa actitud supone que el científico del Derecho no
ha de poner su ciencia a disposición de una determinada ideología, como no ha de intentar
exponer lo que según sus investigaciones es el Derecho haciéndolo coincidir, cual nuevo
Procusto, con lo que para él debería ser el Derecho.

En este sentido, conviene tener presente, por una parte, que el Derecho no es un
instrumento, una técnica, neutral para conseguir determinados fines sociales, sino que
todo Derecho, como es bien sabido, responde necesariamente a unos determinados
valores, a una determinada ideología; y, por otra, que todo científico del Derecho
necesariamente ha recibido una formación jurídica que le hace tener unos valores, una
ideología, partir de ciertos principios, o incluso de simples postulados metodológicos,
adscritos a una determinada corriente de pensamiento. De esta manera, se ha de colegir
que el científico del Derecho no puede acercarse neutralmente al estudio, reflexión y
conocimiento del Derecho. Como antes señalaba, intentar hacerlo en la mayor medida
posible ha de ser un principio de acción consciente que el científico del Derecho ha de
asumir antes de realizar su labor, pero, aun así, ha de estar alerta por si las conclusiones
a las que llega son resultado, y en qué medida lo son, de sus propios valores y principios
preconcebidos.

C. La aportación de la Historia respecto al significado de la Filosofía del Derecho

Finalmente, conforme al plan antes apuntado, quedaría por observar si la unión de ambas
palabras, Filosofía y Derecho, puede tener una explicación que nos aporte nueva luz
sobre su significado. También aquí seré breve, partiendo de la valiosa aportación que
hiciese González Vicén en su conocido trabajo «La filosofía del Derecho como concepto
histórico». Conforme a las conclusiones de González Vicén, históricamente sólo se
empieza a hablar de Filosofía del Derecho a partir de finales del siglo, como reflejo del
cambio que se produjo respecto a la reflexión sobre el Derecho y su consideración como
concepto histórico. Y es que tanto el método como el objeto de reflexión propios del
positivismo se diferenciaban de una forma tan radical con los que eran propios del
iusnaturalismo, que hasta ese siglo había monopolizado la reflexión filosófica sobre el
Derecho en la cultura occidental, que resultaba lógico que se diferenciase incluso la forma
de referirse a las diferentes actividades, unos como iusnaturalismo o Derecho natural y
otro como Filosofía del Derecho.

Pero es que, además, también es evidente que después del siglo XIX, por una parte, se
ha seguido realizando ese tipo de reflexión filosófica del Derecho desde corrientes
filosófico-jurídicas diferentes al positivismo, y, por otra, incluso ha perdido sentido hablar
de un positivismo enfrentado al iusnaturalismo, y no sólo porque hay posiciones teóricas
que tienden al sincretismo entre ellas, sino también porque nuestro actual panorama
doctrinal muestra una gran variedad de tipos de realizar esa reflexión teórica sobre el
Derecho que caben dentro del positivismo.

II. REFLEXIONES SOBRE LO QUE SE DEBE HACER DESDE LA FILOSOFÍA DEL


DERECHO

Hasta aquí he tratado de justificar que el campo de la Filosofía del Derecho es muy amplio,
abarcando una pluralidad de temas, que se pueden encontrar en lo que cabe considerar
como propio de la Teoría del Derecho, de la Teoría de la Ciencia del Derecho, así como
de la Teoría de la Justicia.

A. Sobre el compromiso como elemento caracterizador de la actividad iusfilosófica

Cuando afirmo que la actividad del filósofo del Derecho debe de estar también regida por
el compromiso, me refiero a una obligación que el filósofo del Derecho necesariamente
ha de adquirir respecto al resto de personas de la sociedad en la que vive y desarrolla su
trabajo, de manera que éste sea útil a aquéllas de la mejor forma posible. De esta manera,
se ha de comprender que la propia utilidad de la Filosofía del Derecho pasa por que el
filósofo del Derecho asuma que su labor ha de servir a las personas que conforman la
sociedad en la que vive y desarrolla su trabajo. Queda, pues, en las antípodas de mi
planteamiento que ese trabajo sea en servicio de una sociedad cerrada. Lo fundamental
son las personas, nunca han de prevalecer los supuestos valores identitarios de una
sociedad por encima de las personas, de las que componen esa sociedad ni tampoco de
las que no la conforman.

Al ser el Derecho, la realidad y la experiencia jurídica, el objeto de estudio y reflexión del


filósofo del Derecho, resulta inevitable que los análisis que éste realiza y las respuestas
que ofrezca afecten, en el plano teórico al menos, a algunos de los ámbitos más sensibles
de la sociedad, como son la moral, la política y el propio sistema jurídico. Ámbitos desde
los que se regula la sociedad y se pretende controlar y dirigir, de acuerdo a determinados
fines, el comportamiento de los individuos que la componen. Por eso, independientemente
de la trascendencia real que finalmente vaya a tener la actividad del filósofo del Derecho
en la sociedad en la que vive, aquél ha de tener una actitud de compromiso con dicha
sociedad. Pues el filósofo del Derecho no es un mero técnico que determina el
conocimiento de un material sólo indirectamente relacionado con la vida de sus
conciudadanos, de forma que le pudiera permitir realizar su labor alejado de la realidad
social, sino que, en un sentido diametralmente opuesto, sus investigaciones versan sobre
aspectos cruciales para los individuos de la sociedad (ya digo, independientemente de
que en la realidad su influencia pueda ser de mayor o menor importancia).

Todo lo cual no implica que la actividad del filósofo del Derecho tenga que estar
determinada por las exigencias prácticas inmediatas y momentáneas de la sociedad.
Precisamente la labor del filósofo del Derecho permite, y en alguna medida exige, que se
produzca un esfuerzo de abstracción, un alejamiento de los problemas más inmediatos,
para ocuparse de estudiar, reflexionar y comprender principios generales o nociones o
cuestiones trascendentes, que no tengan una aplicación práctica directa a las cuestiones
sociales más acuciantes. Sin embargo, el compromiso del filósofo del Derecho pasa
porque sea consciente, por una parte, de que sus estudios, reflexiones y conocimientos
no pueden nunca satisfacerse por sí mismos, no pueden nunca considerarse parte de un
simple juego intelectual o dialéctico, sino que siempre han de buscar ser útiles para la
sociedad, para mejorar la misma a través de la realidad y la experiencia jurídica; y, por
otra, de que sus estudios, reflexiones y conocimientos le colocan en una situación
privilegiada para poder afrontar la posibilidad de avanzar en la consecución de las
soluciones adecuadas a muchos problemas fundamentales para la sociedad y los
individuos que la componen.

En este sentido, puedo señalar que mi comprensión de ese compromiso a asumir desde
la Filosofía del Derecho supondría dar la máxima relevancia al estudio de lo que entiendo
que es el núcleo básico del contenido de Justicia de nuestras sociedades, que es
conseguir que el mayor número de personas posible desarrolle al máximo posible el plan
de vida que cada una de ellas individualmente se haya dado, lo que ha de permitir la
consecución del libre desarrollo de sus diferentes personalidades. Un objetivo que implica
el estudio de los derechos fundamentales como aquellos derechos que en una sociedad
se entiende que son los instrumentos político-jurídicos idóneos para conseguir dicho
objetivo básico; así como del Estado de Derecho, sobre todo en su hasta ahora mejor
configuración como Estado social y democrático de Derecho, como la estructura político-
jurídica que mejor permite configurar la sociedad, el Poder y el Derecho para la
consecución de dicho objetivo básico.

B. Sobre la relevancia de la actitud crítica del filósofo del Derecho y de la Teoría de


la Justicia

Señalaba al principio de este apartado que la actitud comprometida del filósofo del
Derecho ha de entenderse unida a la especial relevancia que tiene la actitud crítica del
filósofo del Derecho, por una parte, y al desarrollo de los temas propios de la Teoría de la
Justicia, por otra, veamos ahora esto un poco más detenidamente. Y lo primero que, en
ese sentido, ha de ser destacado es que es sólo a través del punto de vista crítico sobre
el Derecho que se pueden establecer unas bases teóricas sólidas que permitan avanzar
adecuadamente en la consecución de una sociedad que sea lo más justa posible. Sólo
desde un estudio, reflexión y conocimiento del Derecho que sea racional, totalizador,
trascendental y, sobre todo, crítico, se puede, no sólo comprender mejor lo que es el
Derecho, sino, lo que a mi parecer es mucho más importante, poder valorarlo y ofrecer
elementos racionales para su cambio de forma que se consiga la incorporación de las
mayores dimensiones de Justicia posible.

Por ello, la actitud comprometida del iusfilósofo se complementa necesariamente con su


actitud crítica, así como con su trabajo en el ámbito de la Teoría de la Justicia. De hecho,
es quizás esa caracterización de la actividad de los filósofos del Derecho por esa actitud
crítica una de las principales razones por las que la Teoría de la Justicia, ha adquirido
preponderancia respecto a las otras partes, en las últimas décadas, en nuestra doctrina.
Con ello quiero destacar la prevalencia de los estudios y reflexiones propios de la Teoría
de la Justicia. Pero esa prevalencia ha de ser entendida atendiendo, al menos, a su
necesaria correspondencia a las otras partes de la Filosofía del Derecho, a la importancia
de la Dogmática jurídica y a la cuestión de cuáles son los valores sobre los que se
reflexiona y estudia. Y, por último, hay que advertir de que, si bien cabe entender que
todas las aportaciones realizadas en el ámbito de los valores resultan de interés para el
filósofo del Derecho, esto no debe hacernos olvidar que al tener como fin determinar las
dimensiones valorativas que el Derecho debe de incorporar, necesariamente tenemos
que entender que se tiene que restringir el concepto de justicia al que nos estamos
refiriendo. Pues, en un sentido amplio, con dicho término se podría hacer referencia a
cualquier concepción del bien o a cualquier sistema de valores al que se quisiese.

Y así, de acuerdo con las premisas señaladas como constitutivas de la Filosofía del
Derecho, se ha de colegir que es cuando se mueve en el ámbito de la Teoría de la Justicia
cuando el filósofo del Derecho necesariamente necesita que su labor se vea caracterizada
por todos los elementos definitorios de su peculiar método de reflexión, estudio y
conocimiento, es decir, que sea racional, totalizadora, trascendental, crítica y
comprometida.

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