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Hacia la primera década del presente siglo, la ciudad de Buenos Aires presentaba un
aspecto bien distinto de treinta años antes. Había perdido ya las características de “gran
aldea” para transformarse en una ciudad moderna y cosmopolita. La llegada masiva de los
inmigrantes impulsada en buena medida por las facilidades jurídicas que les otorgaba
nuestra Constitución y los incentivos materiales de una economía en rápido crecimiento,
contribuyó a provocar una rápida evolución de la sociedad porteña.
Las élites fueron poco a poco percibieron la necesidad de encauzar a través del estado estas
transformaciones que las inquietaban al mismo tiempo que comenzó a ver en el inmigrante
un elemento disgregador de la sociedad. A través de instituciones tales como la Ley de
Residencia de 1902, la Ley de Seguridad social de 1910, pero la percepción política que en
ciertas circunstancias se tenía de las mismas, no debe ser perdida de vista. La educación se
puede ver una paulatina concentración de sus resortes principales en manos del Estado.
El proyecto de Ramos Mejía
En 1908 se hacía cargo de la presidencia del Consejo Nacional de Educación el Dr. José
María Ramos Mejía. Su gestión por la intención de llevar a cabo esta nieta. La escuela se
fue convirtiendo en un ámbito donde por medio de una liturgia de irracionalidad
sistemáticamente organizada se intentaría la argentinización e incorporación no ya de los
inmigrantes, sino de sus hijos, en quienes Ramos Mejía depositaba en cierta medida las
esperanzas de la futura nacionalidad.
La meta era pues, sacar a los niños de la casa con el objeto de contrarrestar las “malas
influencias” que recibirían en ellas. Es por este periodo que se intensificó los controles
sobre el cumplimiento de la obligatoriedad escolar y esto se llevó a cabo por dos medios:
una campaña publicitaria llevada a cabo por medio de carteles y avisos con frases del tipo;
“ninguno niño debe faltar a la escuela”; o “La escuela es el fin primordial de todos”.
Lo que es realmente interesante es como esta campaña tuvo como contrapartida la creación
de nuevos mecanismos de introducción de lo público en el ámbito privado. Para llevarla a
cabo efectivamente era necesario dotar a los inspectores escolares de facultades policiales
para que, al igual que en los países más avanzados.
Lo físico y lo espiritual: las escuelas para niños débiles
El mejoramiento moral al que se hizo referencia, tuvo como contrapartida un intento de
mejorar a los niños también en el aspecto físico. Durante este periodo se reorganiza y
jerarquiza el cuerpo médico escolar, y se crean y vitalizan una serie de
institucionalizaciones con el objeto de aislar y clasificar a los niños con problemas y
excluirlos de esta manera del ámbito de la normalidad. Es así que se crean escuelas para
niños débiles, retardados, etc. Estableciéndose toda una taxonomía de la anormalidad que,
aunque meticulosa, no estaba exenta de contradicciones. Parten de la percepción del peligro
social que implicaría la existencia de esos marginados, ya que su debilidad los haría más
propensos caer en la inmortalidad.
De las escuelas especiales, tal vez las de niños débiles sean las más interesantes y me
referiré a ellas con algún detalle. La idea de estas escuelas estaba destinadas a niños que,
sin estar enfermos, eran constitucionales débiles y en ellas permanecían unos meses hasta
que podían reintegrarse a sus aulas normales. El régimen de estas escuelas se basaba
fundamentalmente en juegos al aire libre, buena alimentación, y moderado trabajo
intelectual.
Las escuelas nocturnas
A partir de 1909 en este caso la escuela y la educación se convierten en ámbito alternativo
a los de concurrencia “natural” de los sectores obreros: sindicatos, tabernas, etc., durante el
tiempo libre.
El objetivo declarado de las escuelas nocturnas era múltiple: brindar una instrucción
prácticas que sirviera al obrero para un perfeccionamiento en su desempeño laboral.
Además, se trataba de crear un ámbito alternativo de concurrencia para los sectores,
obreros.
La escuela nocturna se convertiría, así en un elemento de “profilaxis social” que serviría
“para sanear el ambiente moral en que muchos han embolado la inteligencia superior del
destino común.
De esta manera las escuelas nocturnas pueden ser vistas como parte del herramental con
que contaba el Estado para hacer frente a una situación vista como peligrosa para el orden
social establecido. Por un lado, estaban las medidas represivas que tendían a la exclusión:
ley de residencia, a partir de 1910 ley de seguridad social, etc. Pero, por otro lado, estaban
las medidas de captación que tendían a la integración, y nacionalización, dentro de las
cuales las escuelas nocturnas tuvieron un importante papel que cumplir:
“la escuela nocturna vendría a ser el amparo del orden social; de sus aulas, estoy seguro,
no ha de salir jamás el genio destructor del crimen insensato e injusto, sino inspiraciones
de bondad, honor, y trabajo.
La campaña a favor de la escuela nocturna se llevó a cabo sobre todo en fábricas.
Educación patriótica
En 1908, Ramos Mejía solicitó a los funcionarios del mismo: Navarro y Pizzurno, la
realización de un plan de educación patriótica, que le fue presentado al principio del mismo
año. El plan consistía básicamente en alusiones patrióticas que deberían realizarse en todas
las materias, en la veneración sistemática de los símbolos patrios, festejos, solemnes, etc.
La idea de la educación patriótica no era nueva y podemos decir que el verdadero mentor
de la misma fue el profesor Ernesto Bravio.
El 13 de junio de 1870, el presidente Sarmiento firmó el decreto de creación de la Escuela
Normal de Paraná, la primera de las que el Congreso había autorizado a fundar el año
anterior. Buena parte de los alumnos estaban becados, con lo que la Escuela Normal se
convertía en una alternativa cómoda para los jóvenes provenientes de los sectores menos
pudientes. Pero sobre todo el magisterio se convirtió en la alternativa “natural” para las
niñas. Para los hombres era una posibilidad de ingresar en el tranquilizador terreno que
implicaba el trabajo para el Estado.
Hasta 1887, Ernesto Bravio fue nombrado director general de Escuelas de Entre Ríos,
ejerció diversas cátedras en la Escuela Normal, colaborando además con diversos
periódicos de su provincia. En este cargo de director, donde reglamentó el funcionamiento
de las escuelas entrerrianas, la selección docente, etc. En 1889 renunció a la dirección
general por cuestiones políticas y volvió a ocupar sus cátedras, así como la regencia de la
escuela de aplicación, anexa a la Normal de Paraná.
En 1908, cuando la educación patriótica paso a ser la política oficial del Consejo Nacional
de Educación, Bravio fue nombrado Inspector General de las escuelas de Provincia
dependientes del Consejo, y al año siguiente fue ascendido a Inspector Técnico General de
escuelas de la Capital Federal donde el tema de la educación patriótica era más urgente.