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AGENTINO
RESUMEN UNIDAD 1 (parte 1)
SARMIENTO, “La educación popular (1849)”
Instrucción pública
La instrucción pública, que tiene por objeto preparar las nuevas generaciones en masa para el uso
de la inteligencia individual, por el conocimiento, aunque rudimental de las ciencias y hechos
necesarios para formar la razón, es una institución puramente moderna, nacida de las disensiones
del cristianismo y convertida en derecho por el espíritu democrático de la asociación actual.
Cada progreso en las instituciones ha tenido a este objeto primordial, y que la libertad adquirida
en unos países, era construido poderosamente a preparar a las naciones en masa para el uso de
los derechos que hoy no pertenecen ya a tal o cual clase de la sociedad, sino simplemente a la
condición de hombre. Hay más todavía: los derechos políticos, esto es, la acción individual
aplicada al gobierno de la sociedad, se han anticipado a la preparación intelectual que el uso de
tales derechos supone.
Hasta no hace un año, podría decirse que existían entre los pueblos civilizados dos derechos civiles
distintos:
Uno se refería a la propiedad
Otro a la persona, aquella como garante de la inteligencia de la otra.
De este principio imprescriptible hoy nace la obligación de todo gobierno de proveer de
educación a las generaciones venideras, ya que no puede compeler a todos los individuos de la
presente a recibir la preparación intelectual que supone el ejercicio de los derechos que les están
atribuidos. La condición social de los hombres depende de muchas veces de las circunstancias
ajenas de la voluntad. Un padre no puede ser responsable de la educación de sus hijos.
El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e
intelectual de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el
aumenta estas fuerzas de producción, de acción y de dirección. Hay además objetos de previsión
que tener en vista al ocuparse de la educación pública, y es que las masas están menos dispuestas
al respeto de las vidas y de las propiedades a medida que su razón y sus sentimientos morales
están menos dispuestas al respecto de las vidas y de las propiedades a medida que su razón y sus
sentimientos morales están menos cultivados. Si todas estas consideraciones que no hago más
que apuntar no fuesen suficientes para formar convencimientos profundos, téngase presente,
además, que los estados sudamericanos pertenecen a una raza que figura en una última línea
entre los pueblos civilizados.
La industria emigra de unas naciones a otras con los individuos que se expatrian buscando en
suelo extraño mayores ventajas. Un crecido número de emigrantes de otras naciones que no sean
la española, la única que no es análoga en atraso intelectual e incapacidad industrial, traerá por
consecuencia forzosa la sustitución de una sociedad por otra, haciendo lentamente descender a
las últimas condiciones de la sociedad, a los que no se hallen preparados por la educación de su
capacidad intelectual e industrial, la impulsión de progreso y la transformación que experimentará
la sociedad.
Todas las colonizaciones que en estos tres últimos siglos han hecho las naciones europeas han
arrollado delante de sí a los salvajes que poblaban la tierra que venían a ocupar. Los ingleses,
franceses y holandeses en Norteamérica no establecieron mancomunidad ninguna con los
aborígenes y, cuando con el lapso del tiempo sus descendientes fueron llamados a formar los
estados independientes, se encontraron compuestos de las razas europeas puras, con sus
tradiciones de civilización cristiana y europea intactas, con su ahínco de progreso y su capacidad
de desenvolvimiento, aún más pronunciado si cabe que entre sus padres, o la madre patria.
Debido a esta general capacidad de todos los individuos que componen la nueva nación, una vez
que quedaban abandonados a sí mismos y dueños de sus propios destinos, los pueblos
descendientes de las naciones que colonizaron el norte de América han marchado de progreso en
progreso hasta ser hoy la admiración de los pueblos mismo de Europa, a quienes han dejado muy
atrás en la aplicación todos los principios, de todos los descubrimientos y de todos las máquinas,
como auxiliares del trabajo, que ha revelado o aplicado la ciencia humana en todos los países
civilizados.
De muy distinto modo procedió la colonización española en el resto de América. Acaso por
encontrarlas más dóciles, a las razas indígenas, incorporó en su seno a los salvajes; dejando para
los tiempos futuros una progenie bastarda, rebelde a la cultura y sin aquellas tradiciones de
ciencia, arte e industria que hacen que los deportados a la Nueva Holanda reproduzcan la riqueza,
la libertad y la industria inglesa en un corto número de años. No es posible decir cómo se
transmite de padre a hijos la aptitud intelectual, la moralidad y la capacidad industrial, aun en
aquellos hombres que carecen de toda instrucción ordenadamente adquirida: pero es un hecho
fatal que los hijos sigan las tradiciones de sus padres, y que el cambio de civilización, de instintos y
de ideas no se hagan sino por cambio de raza.
Hay tradiciones de raza que obran todavía poderosamente sobre nosotros y perpetúan los males
de que creíamos habernos librado por sólo el acto de desligarnos de España. Todos los gobiernos
americanos han propendido desde los principios de su existencia a ostentar su fuerza y su brillo en
el número de soldados de que pueden disponer. Estado ha habido que ha organizado por primera
vez ejércitos superiores a sus fuerzas cuando no quedaban ni presuntos, ni posibles enemigos que
combatir. Gran necesidad es por cierto la existencia de los ejércitos para pueblos habituados a no
sentir otros estímulos de orden que la coerción; la infancia de los gobiernos requiere también
quizás esta ostentación de fuerza que halaga aun a aquellos mismos sobre quienes su existencia
gravita.
No es del todo probado que sin ejércitos permanentes, o siendo estos menos numerosos, el
orden no se habría conservado en cada Estado, o que habrían habido ni más ni menos revueltas, a
las que los ejércitos y los militares sin destino dan siempre pábulo y estímulo; pero es muy seguro
que no educando a las generaciones nuevas, todos los defectos de que nuestra organización actual
adolece continuarán existiendo y, tomando proporciones más colosales, a medida que la vida
política desenvuelve mayores estímulos de acción, sin que se mejore en un ápice la situación
moral y racional de los espíritus. Se gastan en unos estados más, en otros menos de 2 millones de
pesos anuales en pertrechos de guerra y personal del ejército.
¿Cuánto se gasta anualmente en la educación pública que ha de disciplinar el personal de la
nación, para que produzca en orden, industria y riqueza lo que jamás pueden producir los
ejércitos?
Las fuerzas productivas de una nación dependen menos de la feracidad del suelo que de la
capacidad general de los habitantes. Todos estamos de acuerdo sobre la ineptitud industrial de
nuestras masas, producida por la falta de tradiciones de trabajo, y de la adquisición de muchas de
aquellas prácticas, implementos y útiles de industria que no son sino la aplicación de las verdades
matemáticas o los principios de la mecánica, y que están generalizados entre las otras naciones. La
instrucción derramada con tenacidad, con profusión, con generalidad entre la clase trabajadora
sólo puede obviar a la insuperable dificultad que a los progresos de la industria oponen la
incapacidad natural de nuestras gentes.
ALBERDI, “Las bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina.
(1853)
XIII – La educación no es la instrucción
Belgrano, Egaña y Rivadavia comprendieron desde su tiempo que sólo por medio de la educación
conseguiría algún día estos pueblos hacerse merecedores de la forma de gobierno que la
necesidad les impulso anticipadamente. Pero ellos confundieron la educación con la instrucción, el
género con la especie. Solo se instruye a los seres racionales. La ocasión célebre en que un
profundo pensador, M. Troplog, hizo sensible esta diferencia cuando la discusión sobre la libertad
de la enseñanza en Francia. Aquel error condujo a otro: el de desatender la educación que se
opera por la acción espontánea de las cosas, la educación que se hace por el ejemplo de una
vida más civilizada que la nuestra; educación fecunda, que Rousseau comprendió en toda su
importancia y llamó educación de las cosas.
“¿de qué modo se promueve y fomenta la cultura de los grandes Estados europeos?” Por la
instrucción, principalmente: luego éste debe ser nuestro punto de partida. Ellos no vieron que
nuestros pueblos nacientes estaban en el caso de hacerse, de formarse, antes de instruirse, y que,
si la instrucción es el medio de cultura de los pueblos ya desenvueltos, la educación por medio de
las cosas es el medio de instrucción que más conviene a pueblos que empiezan a crearse. En
cuanto a la instrucción que se dio a nuestro pueblo, jamás fue adecuada a sus necesidades. La
instrucción primaria dada al pueblo más bien fue perniciosa. ¿de qué sirvió al hombre del pueblo
el saber leer? De motivo para verse ingerido como instrumento en la gestión de la vida política,
que no conocía; para instruirse en el veneno de la prensa electoral, que contamina y destruye en
vez de ilustrar; para leer insultos, injurias, sofismas y proclamas de incendio, lo único que pica y
estimula su curiosidad inculta y grosera.
La instrucción superior en nuestras Repúblicas no fue menos estéril e inadecuada a nuestras
necesidades. Los ensayos de Rivadavia, en la instrucción secundaria, tenían el defecto de que las
ciencias morales y fisiológicas eran preferidas a las ciencias prácticas y de aplicación, que son las
que deben ponernos en aptitud de vencer esta naturaleza selvática que nos domina por todas
partes, siendo la principal misión de nuestra cultura actual el convertirla y vencerla. El principal
establecimiento se llamó colegio de ciencias morales.
No pretendo que la moral deba ser olvidada. Sé que sin ella la industria es imposible; pero los
hechos prueban que se llega a la moral más presto por el camino de los hábitos laboriosos y
productivos de esas nociones honestas, que no por la instrucción abstracta. Estos países necesitan
más de ingenieros, de geólogos y naturalistas, que de abogados y teólogos.
La instrucción, para ser fecunda, ha de contraerse a ciencias y artes de aplicación, a cosas
prácticas, a lenguas vivas, a conocimientos de utilidad material e inmediata. El idioma inglés, como
idioma de la libertad, de la industria y del orden, debe ser aún más obligatorio que el latín; no
debiera darse diploma ni título universitario al joven que no lo hable y escriba. Esa sola innovación
obraría un cambio fundamental en la educación de la juventud.
El plan de instrucción debe multiplicar las escuelas de comercio y de la industria, fundándolas en
pueblos mercantiles. Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello ser
instruida en la artes y ciencias auxiliares de la industria. A este fin debe propenderse a sacar a
nuestra juventud de las ciudades mediterráneas, donde subsiste el antiguo régimen con sus
hábitos de ociosidad, presunción y disipación, y atraerla a los pueblos litorales, para que se inspire
de la Europa, que viene a nuestro suelo, y de los instintos de la vida moderna. Los pueblos
litorales, por el hecho de serlo, son liceos más instructivos que nuestras pretenciosas
universidades. La industria es el único medio de encaminar la juventud al orden.
La industria es el calmante por excelencia, conduce por el bienestar y por la riqueza al orden. La
instrucción en América debe encaminar sus propósitos a la industria. La industria es el gran medio
de moralización. Facilitando los medios de vivir, previene el delito, hijo las más veces de la miseria
y del ocio.
España no ha pecado nunca por impía; pero no le ha bastado eso para escapar de la pobreza, de la
corrupción y del despotismo. La religión, base de toda sociedad, debe ser entre nosotros ramo de
educación, no de instrucción. Prácticas y no ideas religiosas es lo que necesitamos. América del sur
no necesita del cristianismo de gaceta, de exhibición y de la parada. Necesita de la religión el
hecho, no la poesía; y ese hecho vendrá por la educación práctica, no por la prédica estéril y
verbosa. En cuanto a la mujer, artífice modesto y poderoso, que hace las costumbres privadas y
públicas, organiza la familia, prepara el ciudadano y echa las bases del Estado, su instrucción no
debe ser brillante. La mujer debe brillar con el brillo de honor, de la dignidad, de la modestia de su
vida. Sus destinos son serios; no ha venido al mundo para ornar el salón, sino para hermosear la
sociedad fecunda del hogar.
XIV – Acción civilizadora de Europa en las Repúblicas de Sudamérica.
Las Repúblicas de la América del Sur son producto y testimonio vivo de la acción de Europa en
América. Lo que llamamos América independientemente no es más que Europa establecida en
América; y nuestra revolución no es otra cosa que la desmembración de un poder europeo en dos
mitades, que hoy se manejan por sí mismas.
Todo en la civilización de nuestro suelo es europeo; la América misma es un descubrimiento
europeo. Todas nuestras ciudades importantes recibieron nombres europeos de sus fundadores
extranjeros. Nosotros, los que nos llamamos americanos, no somos otra cosa que europeos
nacidos en América. El indígena nos hace justicia; nos llama españoles hasta el día. No conozco
persona distinguida de nuestra sociedad que lleve apellido pehuenche o araucano. El idioma que
hablamos es de Europa. Para humillación de los que reniegan de su influencia, tienen que
maldecirla en la lengua extranjera. El idioma español lleva su nombre consigo. Nuestra religión
cristiana ha sido traída a América por los extranjeros. A no ser por Europa, hoy América estaría
adorando al sol, a los árboles, a las bestias, quemando hombres en sacrificio y no conocería el
matrimonio. Nuestras leyes antiguas y vigentes fueron dadas por reyes extranjeros, y a favor de
ellos tenemos hasta hoy códigos civiles, de comercio y criminales. Nuestras leyes patrias son
copias de leyes extranjeras. Nuestro régimen administrativo en hacienda, impuestos, rentas, etc.,
es casi hoy la obra de Europa.
En América todo lo que no es europeo es bárbaro:
No hay más división que ésta:
1. El indígena, es decir, el salvaje
2. El europeo, es decir, nosotros, los que hemos nacido en América y hablamos español, los
que creemos en Jesucristo y no en Pillán (dios de los indígenas)
La única subdivisión que admite el hombre americano español es un hombre del litoral y hombre
de tierra adentro o mediterráneo. El primero es fruto de la acción civilizadora de la Europa este
siglo, que se ejerce por el comercio y por la inmigración, en los pueblos de la costa. El otro es obra
de la Europa del siglo XVI, de la Europa del tiempo de la conquista, que se conserva intacto como
en un recipiente en los pueblos interiores de nuestro continente, donde lo colocó España, con el
objeto de que se conservase así.
Con la revolución americana acabó de la Europa española en este continente; pero tomó su lugar
la acción de la Europa anglosajona y francesa. Los americanos de hoy somos europeos que hemos
cambiado de maestros: a la iniciativa española ha sucedido la inglesa y francesa. Pero siempre es
Europa la obrera de nuestra civilización. El medio de acción ha cambiado, pero el producto es el
mismo.
Es tiempo de reconocer esta ley de nuestro progreso americano, y volver a llamar en socorro de
nuestra cultura incompleta a esa Europa, que hemos combatido y vencido por las armas en los
campos de batalla, pero que estamos lejos de vencer en los campos del pensamiento y de la
industria.
Los reyes de España nos enseñaron a odiar bajo el nombre de extranjero a todo aquel que no era
español. Los libertadores de 1810, a su vez, nos enseñaron a detestar bajo el nombre de europeo a
todo el que no había nacido en América. La cuestión de guerra se estableció en estos términos:
Europa y América, el viejo mundo y el mundo de Colón. Aquel odio se llamó lealtad y este
patriotismo.
La prensa, la instrucción, la historia, preparadas para el pueblo, deben trabajar para destruir las
preocupaciones contra el extranjerismo, por ser obstáculo que lucha de frente con el progreso de
este continente. La aversión al extranjero es barbarie en otras naciones; en la de América del Sur
es algo más, es causa de ruina y de disolución de la sociedad de tipo español. La prensa de
iniciación y propaganda del verdadero espíritu de progreso debe preguntar a los hombres de
nuestro pueblo si se consideran de raza indígena, si se tienen por indios pampas o pehuenches de
origen, si creen descendientes de salvajes y gentiles, y no de las razas extranjeras que trajeron la
religión de Jesucristo y la civilización de Europa a este continente, en otro tiempo para de gentiles.
Recordemos a nuestro pueblo que la patria no es el suelo. Tenemos suelo hace 3 siglos, y sólo
tenemos patria desde 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización
organizados en el suelo nativo, bajo su enseñanza y en su nombre. Europa, pues, nos ha traído la
patria, si agregamos que nos trajo hasta la población, que constituye el personal y el cuerpo de la
patria. Las nociones de patriotismo, el artificio de una causa puramente americana de que se
valieron como medio de guerra conveniente a aquel tiempo, los dominan y poseen todavía.
Después de haber representado una necesidad real y grande de la América de aquel tiempo,
desconocen hoy hasta cierto punto las nuevas exigencias de este continente. La gloria militar, que
absorbió su vida, los preocupa todavía más que el progreso.
XV – De la inmigración como medio de progreso y de cultura para la América del Sur. Medios de
fomentar la inmigración.
¿Cómo, en qué forma vendrá en lo futuro el espíritu vivificante de la civilización europea a nuestro
suelo? Como vino en todas las épocas: Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de la
industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envíe.
Si queremos ver agrandados nuestros Estados en corto tiempo, no hay progreso considerable;
todo es mezquino y pequeño. Naciones de medio millón de habitantes, pueden serlo por su
territorio; por su población serán provincias, aldeas; y todas sus cosas llevarán siempre el sello
mezquino de provincia.
Aviso importante a los hombres de Estado sudamericanos: las escuelas primarias, los liceos, las
universidades, son pobrísimos medios de adelanto sin las grandes empresas de producción, hijas
de las grandes porciones de hombres.
La población es la medida exacta de la capacidad de nuestros gobiernos. El ministro de Estado que
no duplica el censo de estos pueblos cada 10 años, ha perdido su tiempo en bagatelas y
nimiedades.
Medios de fomentar la inmigración
Tratados extranjeros: Firmar tratados con el extranjero en que dé garantías de que sus
derechos naturales de propiedad, de libertad civil, de seguridad, de adquisición y de
tránsito, les serán respetados. Esos tratados serán la más bella parte de la Constitución; la
parte exterior, que es llave del progreso de estos países, llamados a recibir su
acrecentamiento de fuera. Para que esa rama del derecho público sea inviolable y
duradera, firmar tratados por término indefinido o prolongadísimo. No tema encadenarse
al orden y a la cultura.
El temor a los tratados es resabio de la primera época guerrera de nuestra revolución: es un
principio viejo y pasado de tiempo, o una imitación indiscreta y mal traída de la política exterior
que Washington aconsejaba a los Estados Unidos en circunstancias y por motivos del todo
diferentes de los que nos cercan.
Consignar los derechos y garantías civiles, que ellas otorgan a sus habitantes, en tratados de
amistad, de comercio y de navegación con el extranjero. Manteniendo, haciendo él mantener los
tratados, no hará sino mantener nuestra Constitución. Cuantas más garantías des al extranjero,
mayores derechos asegurados tendrá nuestro país.
Tratar con todas las naciones, no con algunas, conceder a todas las mismas garantías, para que
ninguna pueda subyugar, y para que las unas sirvan de obstáculo contra las aspiraciones de las
otras.
Plan de inmigración: La inmigración espontánea es la verdadera y grande inmigración.
Nuestros gobiernos deben proveerla, no haciéndose ellos empresarios, no por mezquinas
concesiones de terreno habitables por osos, en contratos falaces y usurarios, más dañinos
a la población que al poblador, no por puñaditos de hombres, por arreglillos propios para
hacer el negocio de algún especulador influyente; eso es la mentira, la farsa de la
inmigración fecunda; sino por el sistema grande, largo y desinteresado, que ha hecho
nacer a California en 4 años por la libertad prodigada, por franquicias que hagan olvidar su
condición, al extranjero, persuadiéndolo de que habita su patria; facilitando, sin medida ni
regla, todas las miras legítimas, todas las tendencias útiles.
Tolerancia religiosa: Si quieres pobladores morales y religiosos, no fomentes al ateísmo.
Si quieres familias que formen las costumbres privadas, respetar su altar a cada creencia.
El dilema es fatal: o católica exclusivamente y despoblada; o poblada y próspera, y
tolerante en materia de religión.Esto es verdadero a la letra: excluir los cultos disidentes
de la América del Sur, es excluir a los ingleses, a los alemanes, a los suizos, a los
norteamericanos, que no son católicos; es decir, a los pobladores de que más necesita
este continente. Traerlos sin su culto es traerlos sin el agente que los hace ser lo que son;
a que vivan sin religión, a que se hagan ateos.
Inmigración mediterránea: Hasta aquí la inmigración europea ha quedado en los pueblos
de la costa, y de ahí la superioridad litoral de América, en cultura, sobre los pueblos de
tierra adentro. Al nuevo régimen le toca invertir el sistema colonial, y sacar al interior de
su antigua clausura, desbaratando por una legislación contraria y reaccionaria de la de
Indias el espíritu de reserva y se exclusión que había formado ésta en nuestras
costumbres.
Pero el medio más eficaz de elevar la capacidad y cultura de nuestros pueblos de situación
mediterránea a la altura y capacidad de las ciudades marítimas es aproximarlos a la costa, por
decirlo así, mediante un sistema de vías de transporte grande y liberal, que los ponga al
alcance de la acción civilizar de Europa.
Ferrocarriles: El ferrocarril es el medio de dar vuelta al derecho lo que la España
colonizadora colocó al revés en este continente. Para sus miras de aislamiento y
monopolio, fue sabio ese sistema; para las nuestras de expansión y libertad comercial, es
funesto. Es preciso traer las capitales a las costas, o bien llevar el litoral al interior del
continente. El ferrocarril y el telégrafo eléctrico, que son la supresión del espacio, obran
este portento mejor que todos los potentados de la tierra. El ferrocarril innova, reforma y
cambia las cosas más difíciles, sin decretos ni asonadas. El hará la unidad de la República
Argentina mejor que todos los congresos.Sin el ferrocarril no tendría unidad política en
países donde la distancia hace imposible la acción del poder central. Traer el litoral hasta
esos parajes por el ferrocarril, o viceversa; colocar esos extremos a 3 días de distancia, por
lo menos. Tampoco podrán llevar hasta el interior de nuestros países la acción europea
por medio de sus inmigraciones, que hoy regeneran nuestras costas, sino por vehículos
tan poderosos como los ferrocarriles.
Franquicias, privilegios: Proteger al mismo tiempo empresas particulares para la
construcción de ferrocarriles. Esta América necesita de capitales tanto como de población.
El inmigrante sin dinero es un soldado sin armas. Hacer que inmigren los pesos en estos
países de riqueza futura y pobreza actual. Pero el peso es un inmigrado que exige muchas
concesiones y privilegios. Dárselos, porque el capital es el brazo izquierdo del progreso de
estos países. Es el secreto de que se valieron los EE. UU y Holanda para dar impulso
mágico a su industria y comercio. Las leyes de Indias para civilizar este continente, como
en la Edad Media por la propaganda religiosa, colmaban de privilegios a los conventos,
como medio de fomentar el establecimiento de estas guardias avanzadas de la civilización
de aquella época.
Navegación interior: Los grandes ríos, esos caminos que andan son otro medio de internar
la acción civilizadora de Europa por la imaginación de sus habitantes en lo interior de
nuestro continente. Pero los ríos que no se navegan son como si no existieran. Hacerlos
del dominio exclusivo de nuestras banderas indigentes y pobres es como tenerlo sin
navegación. Proclamar la libertad de sus aguas. Y para que sea permanente, para que la
mano inestable de nuestros gobiernos no derogue hoy lo que acordó ayer, firmar tratados
perpetuos de libre navegación.
Nuevos destinos de la América mediterránea: Si quiere que el comercio pueble nuestros
desiertos, no maten el tráfico con las aduanas interiores. Si una sola aduana está de más,
¿qué diremos de 14 aduanas? La aduana es la prohibición; es un impuesto que debería
borrarse de las rentas sudamericanas. Es un impuesto que gravita sobre la civilización y el
progreso de estos países, cuyos elementos vienen de fuera. Se debiera ensayar su
supresión absoluta por 20 años, y acudir al empréstito para llenar el déficit. Eso sería
gastar, en la libertad, que fecunda, un poco de lo que hemos gastado en la guerra, que
esteriliza. No teman tampoco que la nacionalidad se comprometa por la acumulación de
extranjeros, ni que desaparezca el tipo nacional. No teman la confusión de razas y de
lenguas. El emigrado es como el colono; deja la madre patria por la patria de su adopción.
Desde la mitad del siglo XVI la América interior y mediterránea ha sido un sagrario impenetrable
para la Europa no peninsular. Han llegado los tiempos de su franquicia absoluta y general. En 300
años no ha ocurrido período más solemne para el mundo de Colón.
La Europa del momento no viene a tirar cañonazos a esclavos. Aspira sólo a quemar carbón de
piedra en lo alto de los ríos, que hoy sólo corren para los peces. Abrir sus puertas de par en par a
la entrada majestuosa del mundo, sin discutir si es por concesión o por derecho; y para prevenir
cuestiones, abrirlas antes de discutir.
Fernández, M.del Carmen, “Colegio Nacional y Escuela Normal: la construcción de una identidad
ciudadana diferenciada”
Introducción
La noción de ciudadanía como problema moderno, surge en el escenario de las grandes
revoluciones burguesas y acompaña al desarrollo del capitalismo industrial. El sujeto titular de
derechos no es la familia, ni el clan, sino el individuo fundamentándose el status de ciudadano en
la reivindicación burguesa de la libertad individual frente al Estado.
Existe una relación directa entre la noción moderna de ciudadanía y la creación del Estado-Nación
en la medida en que esta nueva comunidad política supone una pertenencia y una lealtad
diferentes en relación a organizaciones políticas anteriores.
La ciudadanía encierra la idea de inclusión universal y de igualdad en el ejercicio del poder político,
mediante una simple fórmula: un hombre, un voto.
Los súbditos comenzaron a percibirse a si mismos como pertenecientes a una comunidad política y
más adelante como sujetos-políticos, como ciudadanos
Para explicar el proceso de extensión de la ciudadanía, resulta necesario examinar y distinguir los
derechos que la conforman. Thomas Marshall, (sociólogo británico) considera que la ciudadanía es
una institución creciente desde el siglo XVIII y que el desarrollo de cada uno de los derechos fue un
eslabón en dirección a los demás.
Marshall reconoce tres tipos de derechos:
-derechos civiles
-derechos políticos
-derechos sociales
Los primeros se abren paso en Inglaterra en el siglo XVIII y en un principio fueron llamados
libertades, en la medida que pretendían restringir al poder del Estado y defender al individuo de
los abusos de ese poder. La libertad negativa fue entendida como una esfera de acción individual
que limitaba el ámbito de intervención estatal.
Los derechos políticos comprenden el derecho al sufragio y el derechos a ocupar cargos públicos.
La revolución francesa, estableció un sistema de representación mediante la creación de una
asamblea nacional unificada de legisladores, cuya unidad básica de representación fue el
ciudadano individual.
También fue a partir de la Revolución Francesa que comenzó a gestarse la idea de una identidad
colectiva basada en la igualdad política. La misma fue la expresión de un hecho de pertenencia
social y se vinculó a la construcción de una nación. La soberanía se expresó en el pueblo como
sujeto colectivo, a diferencia de la mera individualidad del ciudadano propietario.
El concepto de autonomía de la voluntad cobró una importancia central en la construcción de
sujetos jurídicos válidos tanto para detentar derechos civiles como políticos. El derecho al sufragio
puede ser considerado como una consecuencia de la capacidad civil que se prolonga en el terreno
político. Por ello quedaron excluidos por ser considerados dependientes: los menores, los
alienados e interdictos, los monjes de clausura, los sirviente y las mujeres. Esta situación permitió
la diferenciación entre ciudadanos activos, que cumplían con todos los atributos, y ciudadanos
pasivos, quienes seguían siendo considerados miembros de la nación.
El proceso de ampliación y extensión de la ciudadanía política asumió marcadas diferencias en los
distintos países de acuerdo a los valores dominantes y a las estructuras sociales culminando de
alguna manera con la promulgación del sufragio universal. La paulatina democratización se
produjo tanto por el reclamo de mayor participación por parte de la sociedad, como porque los
Estados creyeron conveniente concederla.
Lo expuesto hasta aquí indica que existe una interdependencia entre derechos civiles y derechos
políticos. La misma se establece en primer lugar, a partir de considerar que la mejor garantía de
protección de los primeros, contra los límites que se les quiera imponer, es la participación en la
formación de leyes. En segundo lugar, la posibilidad de influir en la toma de decisiones colectivas
mediante el ejercicio de los derechos políticos, sólo es posible si los individuos gozan de los
derechos civiles.
Ciudadanía y formación del Estado Nacional
Su organización requirió de mecanismo para ejercer el control e imponer un mando efectivo sobre
un territorio y una población en nombre de un interés superior legitimando ideológicamente.
Dos grandes conjuntos de problemas definieron las formas iniciales del Estado, así como su
evolutivo posterior.
1. El problema del orden, es decir, la necesidad de imponer un nuevo andamiaje de
relaciones sociales y políticas, con el objetivo de regular el funcionamiento de la
sociedad y el comportamiento de sus actores.
2. El problema del progreso, es decir, la implantación de relaciones económicas
capitalistas. La inserción del país en la economía mundial como productor de materias
primas agropecuarias al desarrollo de una infraestructura de transporte que hiciera
posible la exportación y de centro urbanos de servicios origino un rápido proceso de
modernización económica.
La instauración de un gobierno nacional en 1862 abrió una nueva etapa. El país contaba con una
Constitución que proporcionaba un esquema normativo imprescindible para la organización del
Estado, pero aún faltaba su implementación y materialización en algunos aspectos.
El autor señala que este proceso se llevó a cabo a través de distintas modalidades: represiva,
Cooptativa, material e ideológica.
1. Represiva: tuvo como finalidad la creación de una fuerza militar unificada y
distribuida por todo el país, con el objetivo de prevenir distintos levantamientos o
rebeliones que alteraran el orden.
2. Cooptativa: estuvo relacionada con la formación de alianzas y coaliciones entre las
distintas fuerzas políticas y fundamentalmente para conseguir el apoyo de los
gobiernos provinciales, a los efectos de consolidar un sistemas de dominación
impuesto en el orden nacional.
3. Material: se orientó a la localización en territorios provinciales de obras, servicios y
regulaciones por parte del gobierno nacional.
4. Ideológica: se refirió a la creación y difusión de valores y símbolos tendientes a
reforzar sentimientos de nacionalidad, buscando legitimar el orden establecido.
El colegio Nacional como dispositivo de ciudadanía plena
No fue casualidad que el colegio recibiera el nombre de “Nacional”, sin duda tenía destinado un
lugar importante en la consolidación de la nación.
La formación “general e integral” se fundamentó, por un lado, en la necesidad de que los alumnos
recibieran una formación completa para que dominaran todas las ramas del saber y por el otro, en
una psicología de las facultades preocupada por la ejercitación de cada una de ellas. La opción fue
una formación predominante intelectual.
Desde la creación del Colegio Nacional de Buenos Aires hasta bien entrando al siglo XX fueron
numerosos los pedidos de reforma de modo de orientar la enseñanza hacia contenidos
productivos. Sin embargo, no sólo que esto no se logró, sino que la orientación humanística fue en
aumento. Un plan de estudios que dedicaba la mayor carga horaria a la literatura, a los idiomas
extranjeros, a la historia y a la filosofía, no podía ser de gran atractivo para aquellos sectores que
poseían un capital social y cultural absolutamente ajenos.
Adriana Puiggrós coincide con la visión de Tedesco con respecto a la función política que los
grupos dirigentes asignaron a la educación, pero señala que la formación brindada por los Colegios
Nacionales, además de ser elitistas, estaba absolutamente desvinculada de la concreta situación
nacional y de su futuro desarrollo económico y político. La autora entiende que, al no formar una
clase dirigente comprometida con los intereses colectivos, lo que generó fue una cultura de la
especulación y el derroche, coincidente con una oligarquía que llevaba adelante un modelo
basado en la renta de la tierra, que requería poca mano de obra y muchos contactos con los
compradores europeos.
La Escuela Normal: un ámbito de ampliación de la ciudadanía
Para la creación de estas instituciones fue necesario buscar un modelo, dado que el país no
contaba con una tradición en ese sentido.
Dos fueron los modelos educativos que influyeron sobre el desarrollo del Normalismo en el país:
*El modelo institucional de una escuela normal francés para la formación docente
*La incorporación de docentes y materiales didácticos norteamericanos
La Escuela Normal, a diferencia del Colegio Nacional, contó con una orientación profesional
específica, no habilitando sus estudios al comienzo para ingresar a la Universidad. Desde el Estado
nacional se impulsó al proceso de expansión del Normalismo, cuyo carácter progresista se reflejó
en la implementación de la laicidad y la coeducación.
En una primera etapa, entre 1870 y 1892, se crearon 34 Escuelas Normales en capitales de
provincias y ciudades importantes. En un segundo periodo, entre 1894 y 1910, en pequeñas
ciudades, rurales y regionales.
En cuanto a la feminización, la mujer llegó a desempeñarse en un espacio público, las escuelas,
como una prolongación de su trabajo doméstico en el ámbito privado y porque contaba con
“condiciones naturales” para la formación de las nuevas generaciones: el cuidado de los
sentimientos, los afectos y las emociones, la guarda de las tradiciones, la bondad propia de la
maternidad, la entrega desinteresada, la virtud patriótica.
De esta manera, la mujer por encarnar una “vocación docente” natural, se convirtió en el sujeto
histórico más apropiado para ejercer una profesión caracterizada por una fuerte contenido
misional. En este sentido, es válido señalar la articulación que se produjo entre la feminización del
magisterio del magisterio, la vocación por la enseñanza y el cuidado de los niños característica de
las mujeres y la baja remuneración de la labor docente.
Las Escuelas Normales formaron maestros al mismo tiempo que intentaron lograr el
reconocimiento social y educando de una nueva profesión vinculada con el oficio de enseñar. El
Normalismo, caracterizado como un movimiento liberal, laico con influencia del positivismo y
cientificismo puede ser considerado como uno de los discursos pedagogos más influyentes dentro
del ámbito educativo y cultural del país.
El proyecto normalista fue una estrategia educacional profundamente política. Significó una
ampliación no sólo cultural, sino también social y política, al incorporar sujetos hasta entonces
excluidos de la enseñanza secundaria, en tanto fueron los sectores provenientes de las capas
medias de la población y las mujeres quienes constituyeron su alumnado. En relación con la
formación ciudadana es posible pensarla en una doble dirección: los maestros como sujetos
ciudadanos y como transmisores de valores y ciudades ciudadanas.
Maestros para el sistema de educación pública. La fundación de escuelas normales en argentina. Flavia
Fiorucci.
EXPANSIÓN DEL NORMALISMO: FUNDACION DE LAS ESUCELAS NORMALES ENTRE 1870-1930.
En Argentina, la necesidad de contar con maestros formados surgió junto con el sistema educativo
público. Dicha demanda estaba íntimamente ligada al proceso de consolidación estatal y
conformación de la ciudadanía al que se dedicó de lleno el Estado argentino luego de que se
lograra la integración territorial. La creación del Consejo Nacional de Educación (CNE) en 1881 y la
sanción de la ley 1420 en 1884 abrieron el camino hacia la institucionalización de un sistema
público de educación centralizado. La ley ratificaba la laicidad, “la dirección y administración” de
todo el sistema de las escuelas. El CNE tenía la jurisdicción directa sobre la capital federal y los
territorios nacionales. Sus habitantes no gozaban de los mismos derechos políticos que el resto de
la población porque no podían participar en las elecciones de autoridades nacionales, ni votar por
sus gobernantes, salvo a las autoridades municipales. La educación en las provincias, cuyos
habitantes si elegían a sus gobernadores, quedaba a cargo de las administraciones locales.
La instauración de un cuerpo de inspectores que dependía directamente del CNE y del Poder
Ejecutivo Nacional también constituyo un vehículo que permitió a la nación fiscalizar los sistemas
provinciales.
Se promulgo la Ley 4874, conocida como Ley Laínez. Esta permitió a la nación la fundación de
escuelas nacionales en las provincias que así lo solicitaran. Con esta ley, que afianzaba los
aspectos más centralistas del sistema, quedo organizado legalmente el sistema educativo
argentino.
La ley 1420 era taxativa al respecto: eran los maestros normalistas quienes debían estar a cargo de
la enseñanza primaria. Es decir, desde jun principio se había estipulado como horizonte que
quienes impartieran la instrucción primaria debían poseer habilidades, conocimientos y destrezas
certificadas por un título común.
El Estado respondió a la demanda de maestros que el crecimiento del sistema público implicaba
creando profusamente escuelas normales en distintos lugares del país. En las tres décadas
subsiguientes a la sanción de la ley de educación común, el Estado argentino fundo 81 escuelas
normales en diversos lugares. En ese lapso es posible reconocer dos épocas particularmente
prodigas: en los años inmediatos posteriores a la aprobación de la ley 1420, cuando se abrieron
establecimientos en las capitales provinciales y luego, alrededor del centenario, cuando se
fundaron escuelas en lugares as remotos, especialmente en los territorios nacionales o pueblos
vinculados a la campaña rural.
En 1920-en los 36 años trascurridos desde la promulgación de la ley de educación común- el
Estado argentino había fundado un centenar de escuelas normales en el país.
Mientras que la burocracia educativa y sus agentes asentados en Buenos Aires presumieron de los
objetivos alcanzados, el balance de quienes estuvieron al frente de las primeras instituciones
normalistas se inscribió en términos más ambiguos. La visión positiva del proceso se trasluce
claramente al hojear el volumen que el Consejo Nacional de Educación edito al celebrase los 50
años de la promulgación de la ley 1420 en 1938. En dicho hecho se identifica como un logro que
desde 1912 no se había designado ni un solo maestro sin título normal para las escuelas comunes
de la capital federal y que el número de educadores sin título se había reducido notoriamente en
el resto del país.
El incremento de docentes con título normal fue notable, aunque en los primeros momentos no
pudo acompañar en forma paralela el crecimiento de las escuelas.
Hacia 1930, las escuelas normales habían expedido un total de cincuenta mil títulos entre
profesores y maestros normalistas. La diferencia era tan marcada. Que en 1929 el número de
alumnos del magisterio de un solo año superaba el número de inscriptos totales en toda la década
de 1890.
El crecimiento en el magisterio había sido tan exponencial que a partir de 1923 observamos en las
memorias del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública mencionado un nuevo problema: la
excesiva formación de maestros. Incluso comparada con otras experiencias juzgadas exitosas, la
cifra de escuelas normales creada destacaba bastante.
La apertura de escuelas normales en lugares periféricos tuvo efectos concretos en los territorios
nacionales. Si en 1890 había 3 docentes con diplomas locales, en 1920 había 1,063 maestros
normales sobre 1,545. La fundación de escuelas normales en distintas regiones indica que, si bien
el proyecto era afín a los impulsos centralistas del Estado nacional, en la práctica se estructuro con
una matriz federal y muy democrática en lo referente al acceso. Esta fue una política que se llevó
adelante por principio y por necesidad.
El primer inspector general de Escuelas de Territorios y Colonias, Raúl Díaz, quien impulso la
creación de escuelas normales en los territorios nacionales, consideraba que la enseñanza
impartida por estas debía adecuarse a las necesidades del contexto. Por eso mismo sugería la
ventaja de contar con un magisterio local.
La conformidad de la heterogeneidad se advirtió cuando se catalogó a algunos de los
establecimientos que surgieron entre 1909-1910, como escuelas normales rurales, las cuales
tenían un plan de estudio más corto, de solo 2 años, mientras que el resto de 4. El acortamiento
de los estudios, como ocurrió en 1887, cuando se había reducido el plan de estudios de 5 a 4 años,
revelaba la urgencia de la burocracia estatal por contar rápidamente con maestros titulados. La
heterogeneidad en la formación impartida en las distintas escuelas normales también se deduce
del cálculo del costo medio por alumnos.
La colonización no produjo una distribución equitativa de las tierras públicas sino el pasaje de
propiedades fiscales en un escaso número.
En lo que hace específicamente a la educación, la distorsión consistió en que no se la desarrollo
con un criterio pragmático sino manteniendo las notas más características de la enseñanza
tradicional: enciclopedismo como predominio de las materias humanísticas.
El desarrollo de la educación en este marco cumplió, más que una función económica, una función
política. En la medida que difundiera masivamente ciertos principios, contribuiría con eficacia en la
tarea de eliminación de los focos de resistencia al gobierno central que permanecía,
especialmente, en el interior del país.
Existen serias dificultades para presentar datos cuantificados sobre el contenido de los libros de
lectura, ya que un análisis de ese tipo solo podría hacerse sobre la consulta de serie completas y
representativas, a las cuales no es posible acceder fácilmente.
Pero la función política de la enseñanza tuvo todavía un significado más: a través de ella se tendió
a formar un tipo de hombre apto para cumplir papeles políticos, excluyendo otros objetivos, tales
como el de formar un hombre apto para las actividades productivas. Al fijar de esta manera su
objetivo, la enseñanza se convirtió en patrimonio de una elite, porque el personal político que
admite cualquier sistema, y más un sistema oligárquico como el de entonces, es necesariamente
reducido.
Pero lo que unifica, además, a todo pensamiento educativo de la época dentro de la categoría de
oligárquico es que aun los intentos di versificadores- pragmáticos tuvieron ese carácter. Si la
función de los colegios nacionales y la universidad era formar una elite directiva, la función de la
fragmentación del sistema en varias escuelas profesionales especializadas era la de dejar de esa
elite directiva a otros núcleos en ascenso.
Este fenómeno fue claramente visible en la Argentina después de 1890, cuando hizo crisis el
sistema y algunos sectores de la oligarquía advirtieron que, si la única alternativa educacional que
se ofrecía a los sectores medios en ascenso era la alternativa tradicional, estos comenzarían a
reclamar su participación en el poder.
En un país como el nuestro, donde la diversificación del sistema educativo no respondía en esa
época a los requerimientos del desarrollo económico, el sentido político que persiguen intentos de
esa naturaleza es claramente visible. Esto explica porque esos intentos provinieron siempre de los
sectores oligárquicos y por qué, complementariamente, los sectores medios en ascenso se
opusieron a ellos defendiendo la vigencia del sistema tradicional.
El enciclopedismo
existe un consenso generalizado en cuanto a ubicar el decreto de creación de colegios nacionales
en varias capitales de provincias, elaborado por el gobierno del General Mitre en 1863, como la
fecha de iniciación en el país de una enseñanza media con caracteres más o menos definidos. El
sentido de esta creación fue explícitamente político.
Con este criterio, elitista, se fueron creando colegios nacionales en casi todas las capitales de
provincias.
El desarrollo de los colegios nacionales y los esfuerzos que ello implico, ocasionaron las críticas de
algunos sectores. Sarmiento reclamo insistentemente por la prioridad de la enseñanza primaria,
sobre cualquier otro nivel. Pero lo que también preocupaba era que ese desarrollo se hacía sobre
la base de una enseñanza humanista clasista, que resultaba meramente preparatoria para la
universidad.
Proponía, en consecuencia, la supresión de materias no adecuadas a esos objetivos y su reemplazo
por otras del tipo de la química industrial, agricultora teórica y práctica, química aplicada, etc. Ese
mismo año, reclamos similares hacia el director del Colegio Nacional de Salta Eliseo Outes y el de
Concepción del Uruguay, Leguizamón, quien afirmaba la necesidad de incorporar al nuevo plan de
estudios cátedras como mecánica práctica, etc.
A pesar de todos estos pedidos, el programa sancionado respeto la tradición enciclopedista y la
consolido aún más. El nuevo plan no solo no preveía ninguna orientación productiva para la
enseñanza, sino que tampoco separaba los establecimientos de contenido humanista de los de
contenido científico. Establecía la escuela única, es decir, mantenía el latín como materia y
acentuaba el predominio de las materias humanísticas sobre las científicas.
A partir de 1876 y con una leve disminución en 1879, las materias humanísticas fueron creciendo
en importancia por sobre las científicas, las materias de contenido práctico llegaron a desaparecer
y los idiomas se mantuvieron constantes. Los colegios nacionales, con programas de este tipo, se
desarrollaron de forma desigual según las zonas del país.
Torcuato Di Tella señalo que en las provincias del interior del país la clase media proviene en casi
todos los casos desde varias generaciones de otros individuos de clase media o alta, en las
provincias del Litoral, en cambio, la clase media, menos numerosa en general, se compone de
individuos cuyos padres o por lo menos sus abuelos han sido campesinos de las zonas más
atrasadas de Europa.
Ahora bien, si ese crecimiento educativo no se realizó en función de exigencias económicas, la
pregunta que se plantea es: ¿en virtud de que exigencia se ha logrado? Nuestra respuesta está
orientada en el sentido de afirmar que ese crecimiento se realizó en función de necesidades
políticas que encontraron apoyo en factores muy importantes de la estructura social local, tales
como los indicados por Di Tella. Para satisfacer esa exigencia, el contenido de la enseñanza más
coherente con la función política era el enciclopedismo.
La carrera política y la participación en la vida política de la época era patrimonio casi exclusivo de
un sector de la población nativa. Los extranjeros, en su gran mayoría, se mantenían marginados de
estas actividades. Muy pocos se naturalizaban y no existían incentivos para que lo hicieran.
Es posible suponer que, en una zona como el Litoral con grandes porcentajes de población
inmigratoria dedicada a actividades económicas en expansión, no haya percibido la educación
como una vía de ascenso aconsejable, fenómeno que se mantuvo durante las primeras
generaciones de hijos de inmigrantes.
Lo más importante de este proceso es que las enseñanzas medias contribuyeron a formar un
sector de clase media con preparación y aspiraciones hacia el ejercicio de funciones políticas que,
en el contexto de un sistema oligárquico de poder, estaban reservadas exclusivamente a la
minoría. Esta clase política creció con más fuerza en el interior y en Buenos Aires.
El surgimiento del radicalismo y la revolución del 90 como hechos políticos principales, parecen
confirmar la hipótesis, al menos para Buenos Aires, donde la enseñanza media tuvo mayores
progresos. El interior, sin embargo, parece haber podido absorber con mayor facilidad las
aspiraciones de ese sector en tanto se mantuvo relativamente constante y se contaba con la salida
de la inmigración hacia otras zonas.
Al difundir en sectores relativamente amplios una enseñanza enciclopedista y humanista,
promovió la aparición de un grupo que presionaba para que la estructura política del sistema se
permeabilizara. Para impedir esto solo se le presentaban dos alternativas: la primera y más simple,
era frenar el progreso educacional. Desde un punto de vista ideológico, la elite de 1880 no podía
optar por una alternativa de este tipo. La convivencia de que el desarrollo educativo era garantía y
signo de progreso estaba muy arraigada, en la gran mayoría de los políticos de la época,
independientemente de su tendencia. La segunda salida: modernizar la orientación de la
enseñanza, diversificando los estudios medios hacia carrera técnico – profesionales. De esta forma
se canalizarían hacia otros sectores de actividad a un grupo amplio de posibles aspirantes al poder.
Esta salida se manifestó en dos ocasiones con posibilidades de realización. La primera, fue en la
década de 1890 – 1900, la segunda se produjo en 1915, cuando la oligarquía se decisión, por fin, a
llevar a cabo un proyecto de esta índole y estableció la escuela intermedia y la secundaria
especializada.
Existe un relativo consenso en el sentido de enfatizar el papel que el Estado jugo en el proceso de
desarrollo iniciado en la segunda mitad del siglo pasado. La participación del Estado en las
gestiones para la obtención de préstamos, la ampliación de tierras productivas disponibles, el
crecimiento del comercio exterior, etc., fue crucial para el desarrollo obtenido.
El peso político de los sectores rurales fue decisivo, fueron abogados y médicos quienes se
ocuparon de las tareas de gobierno. Los terratenientes permanecieron como grupo decisivo en
cuanto a la presión para orientar las decisiones, especialmente las de tipo económico.
Esta profesionalización de la actividad política permitió el desarrollo cada vez mayor de cierta
autonomía de la elite dirigente con respecto a los sectores sociales sobre los que se apoyaban,
autonomía que se acentuó significativamente por 2 características importantes de la vida política
argentina en esa época: 1 la concentración progresiva del poder y 2 la carencia de mecanismos
efectivos para lograr la participación de la población en la esfera de las decisiones.
1 La concentración del poder se dio tanto desde un punto de vista geográfico como humano.
Buenos Aires, sobre la base de su progreso económico que se diferencia del resto del país, acentuó
su predominio político. La federalización de la ciudad acentuó aún más ese predominio, al mismo
tiempo que otorgo fuentes importantes de poder al gobierno central. 2 La carencia de
mecanismos de participación de la población en la vida política permitió que esa concentración de
poder estuviera fuera de control, de tal manera que el Estado se convirtió en un organismo desde
donde se tenía acceso a decisiones importantes que, al no ser controladas, podían asumir
fácilmente el carácter de arbitrarias. Esta situación dio lugar a negociados escandalosos y a un
grado relevante de corrupción administrativa.
Los autores han llamado la atención sobre la paradoja de la coexistencia de formas oligárquicas de
gobierno con una ideología liberal. Pero la coexistencia de prácticas políticas oligárquicas dentro
de un marco liberal funciono como significativa fluidez como para pensar en una simple
“contradicción”.
Por su relación con los países dominantes, se impone a los productores un comportamiento
económico que se ajuste a los principios liberales, mientras que, en el plano interno, la necesidad
de mantener el control del poder para asegurar la estabilidad interna supone la exclusión de la
vida política de gran parte de la población.
Esta ambivalencia, característica de los países dependientes, explica además la duplicidad del
carácter de gran parte de las medidas internas que, con objetivos y funciones manifiestas de tipo
“democrático”, incorporaron mecanismo oligárquico. Puede resultar útil útil ubicar
conceptualmente la educación dentro de la esfera del poder.
La concentración del poder que tuvo lugar durante este periodo, supone la posesión por parte de
la elite dirigente del manejo del mecanismo de control social.
Los medios usados para lograr efectivamente ese control son de una gama muy variada, que va
desde la determinación de un curriculum hasta la selección de personal, o desde la difusión de
ciertos valores hasta impedir a sectores de la población el acceso a determinadas esferas del
conocimiento.
Si bien puede haber diferencias en la forma de ejercer la determinación, los efectos son en todos
los casos altamente significativos.
Para no establecer confusiones es preciso distinguir 2 esferas diferentes: a) La educación como
mecanismo y control y b) El control que se ejerce sobre la educación misma.
Esto es así porque en el marco de un régimen oligárquico con fuertes bases de sustentación en el
poder estatal, es válido suponer que se acentúen aquellos rasgos que tienden a darle el manejo de
los medios de control a la elite gobernante. Es posible pensar la discusión de aquella época en lo
relativo a este problema, como una discusión centrada en 3 modelos claves: 1. El control estatal,
2. El control privado, pero de carácter institucional, 3. El control popular de agrupaciones de
vecinos. Estos modelos no eran defendidos, en su forma pura, por nadie. El gobierno se impuso
una política que tendió a dar la mayor cantidad de control posible al estado, pero reconociendo,
teóricamente, el valor de la iniciativa privada, la Iglesia, por su parte, no pretendió el control total
sobre la enseñanza, pero quiso darle a esta su propio carácter; los defensores de la educación a
cargo de la iniciativa popular buscaron, por su parte, el apoyo del Estado, porque de otra manera
carecerían de los más elementales recursos de su trabajo.
UNIDAD 1 (parte 2)
Los maestros y su historial: los orígenes del magisterio argentino. ANDREA ALLIAUD.
PROYECTO EDUCATIVO OLIGARQUICO.
Educación patriótica
En 1908, Ramos Mejía solicitó a los funcionarios del mismo: Navarro y Pizzurno, la realización de
un plan de educación patriótica, que le fue presentado al principio del mismo año. El plan consistía
básicamente en alusiones patrióticas que deberían realizarse en todas las materias, en la
veneración sistemática de los símbolos patrios, festejos, solemnes, etc.
La idea de la educación patriótica no era nueva y podemos decir que el verdadero mentor de la
misma fue el profesor Ernesto Bravio.
El 13 de junio de 1870, el presidente Sarmiento firmó el decreto de creación de la Escuela Normal
de Paraná, la primera de las que el Congreso había autorizado a fundar el año anterior. Buena
parte de los alumnos estaban becados, con lo que la Escuela Normal se convertía en una
alternativa cómoda para los jóvenes provenientes de los sectores menos pudientes. Pero sobre
todo el magisterio se convirtió en la alternativa “natural” para las niñas. Para los hombres era una
posibilidad de ingresar en el tranquilizador terreno que implicaba el trabajo para el Estado.
Hasta 1887, Ernesto Bravio fue nombrado director general de Escuelas de Entre Ríos, ejerció
diversas cátedras en la Escuela Normal, colaborando además con diversos periódicos de su
provincia. En este cargo de director, donde reglamentó el funcionamiento de las escuelas
entrerrianas, la selección docente, etc. En 1889 renunció a la dirección general por cuestiones
políticas y volvió a ocupar sus cátedras, así como la regencia de la escuela de aplicación, anexa a la
Normal de Paraná.
En 1908, cuando la educación patriótica paso a ser la política oficial del Consejo Nacional de
Educación, Bravio fue nombrado Inspector General de las escuelas de Provincia dependientes del
Consejo, y al año siguiente fue ascendido a Inspector Técnico General de escuelas de la Capital
Federal donde el tema de la educación patriótica era más urgente.
Introducción
Los estudios sobre los aspectos superestructurales de la “década infame” no son abundantes: por
lo general, se ubican en un nivel de análisis descriptivo o adoptan el tono de la denuncia virulenta
materializa la crisis y la disolución de la hegemonía ejercida por la burguesía agraria argentina
durante casi un siglo.
Este fracaso se manifestó en dos aspectos fundamentales; por el primero de ellos, la oligarquía no
pudo ni detener ni reorientar el nivel y las formas en que ellas habían logrado insertarse en el
sistema educacional en la etapa anterior a la crisis. En este sentido, el período que nos ocupa
vuelve a presentar las mismas contradicciones que se planteaban con respecto al sistema
educativo antes de 1930.
El segundo de los aspectos de la crisis se refiere a las nuevas exigencias sociales planteadas por el
desarrollo de la industrialización sustitutiva y por los sectores sociales más dinámicamente
vinculados a ella: la clase obrera y la burguesía industrial. Ante las opciones abiertas por el
desarrollo de la industria, así como la oligarquía no podía asumir las consecuencias de la
ampliación del mercado interno y de la redistribución del ingreso, tampoco podía dar satisfacción
a las exigencias de mayor participación de los nuevos sectores promovidos por esas consecuencia.
En forma complementaria con los factores macrosociales de la crisis oligárquica en el ámbito de la
educación, es posible analizar algunos de los aspectos que se refieren específicamente al
funcionamiento interno del sistema.
La crisis de 1930
La crisis mundial por la que atravesó la economía capitalista en el año 1930 produjo un profunda
alteración en los moldes dentro de los cuales se venía desarrollando la actividad económica y el
conjunto de la vida social. La crisis del ’30 marcaría el fin del ciclo de “crecimiento hacia afuera”,
afuera basados en la exportación de productos agropecuarios e importación de productos
manufacturados y el comienzo de una nueva etapa con características, tanto a nivel de las
actividades productivas como de las instancias ideológicas e institucionales que las acompañaban,
significativamente diferentes.
La didáctica positivista
El interés de los educadores positivistas radicó en fundamentar la enseñanza sobre un
conocimiento basado científicamente en los principales aspectos de la psicología infantil. Al
respecto, vale la pena recordar los trabajos tan importantes para la época de Víctor Mercante,
Rodolfo Senet y otros educadores del momento.
El primero, que mantiene todavía su vigencia, es el que lleva la metodología de la enseñanza a
apoyarse en la psicología, principalmente en la psicología evolutiva y en la teoría del aprendizaje;
el segundo, en cambio es específico del positivismo y es el que le brinda la posibilidad de elaborar
una argumentación claramente conservadora sobre bases supuestamente científicas: la psicología
quedaba, a su vez, reducida a la biología.
En el marco de la subordinación a la psicología y a la biología, es posible apreciar tanto los rasgos
científicos como los rasgos ideológicos de la didáctica positivista. Con respecto al primer aspecto,
no corresponde discutir la validez del contenido de las proposiciones psicológicas y sus
consecuencias didácticas. Los pedagogos positivistas no fueron, en todo caso, más allá de lo que el
desarrollo de la ciencia en ese momento les permitía; en todo caso, la validez de su trabajo radicó
en que se movieran muy cerca de la frontera internacional del conocimiento.
El núcleo central de pedagogos positivistas de esta época se movió en estrecha articulación con los
establecimientos de formación de maestros por un lado y con las instancias de supervisión escolar
por el otro. De esta forma, se pudo establecer un grado de correspondencia relativamente fuerte
entre teoría educativa, formación docente y prácticas pedagógicas aplicadas en el aula, que
permitieron obtener un nivel de eficiencia relativamente satisfactorio.
Los pedagogos positivistas desarrollaron una concepción muy precisa de los rasgos que definían a
la capacidad de aprendizaje de la población escolar en virtud de su herencia genética y radical.
En síntesis, la desconfianza general acerca de las respuestas espontáneas orienta toda la postura
didáctica positivista. Esto no conduce a una propuesta totalmente pasiva sino a la regulación
detallada de los estímulos para la actividad.