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CONTROL DE LECTURA
Jorge Iván López Bernal
El arte aparece como uno más de los placeres que forman parte del lujo
burgués. Siempre que se hace mención del mismo se hace en un contexto en el
que los participantes son amplios conocedores del tema, por lo que en cierta
medida el arte se plantea como algo que solo una minoría puede llegar a
apreciar plenamente. Específicamente hay un fragmento que sugiere esta
cuestión:
Es que yo no quiero decir, sino sugerir, y para que la sugestión se produzca
es preciso que el lector sea un artista. En imaginaciones desprovistas de
facultades de ese orden, ¿qué efecto producirá la obra de arte? Ninguno.
Fernández plantea que la única manera en que alguien pueda apreciar el arte
es si esa persona es un artista, lo que conlleva una serie de conocimientos y
una amplia sensibilidad que solo unos cuantos llegan a tener.
El erotismo podría entenderse como otra de las ventajas de la vida burguesa.
Fernández, como poeta, posee diversas facultades que le permiten cautivar a
las mujeres con las que se encuentra. Se vale de su poesía o de sus amplios
conocimientos para acortar las distancias con ellas y entrar en la atmósfera
erótica. Ese erotismo se encuentra en ocasiones acompañado del carácter
artístico, lo cual podría vincularse a la idea del arte como promotor del placer.
Este fragmento ilustra un momento en que Fernández intercambia versos con
una de las tantas mujeres que cautiva:
Hablábamos así, perdidos en la delicia de saborear la esencia de los versos y
de sentirnos cerca, sin que ella, la orgullosa de unos minutos antes, ni yo, el
respetuoso admirador que le había jurado que se iría sin besarle la punta de
los dedos, nos diéramos cuenta del vértigo que se estaba apoderando de
ambos. Sin saber cómo, estaba sentado en el sillón y la tenía sentada en las
rodillas. Uno de los piececitos colgaba sobre la alfombra. En encaje de seda
negra de la media transparentaba la blancura del pie angosto y largo y de la
pantorrilla de túrgida curva, descubierta por la falda negra donde lucía el
brillo mate de los azabaches. Le estaba besando la nuca, llena de vello
dorado, y sentía estremecerse bajo mis labios todos sus nervios. La manecita
fina que agarraba la mía hundía crispada
en mi carne las uñas sonrosadas y puntiagudas. En el silencio sólo oíamos las
palpitaciones de nuestras arterias.