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Incienso de jazmín

Freddy Yance
Incienso de jazmín
Incienso de jazmín

Freddy Yance
Colección Poesía para descargar
LP5 Editora

Edición al cuidado de Gladys Mendía


mendia.gladys@gmail.com
Foto de portada: Gladys Mendía
Santiago de Chile, 2019
a mi hermano
al color de sus ojos

Esclavos, no maldigamos la vida


A. Rimbaud

Amar es combatir, es abrir puertas


O. Paz
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INT. TARDE. CATEDRAL DE ESCUQUE

NORIKO fotografía exquisitamente las ventanas que dan a la montaña como un rostro

caído y tímido entre los antiguos maderos del marco, y junto a la luz las pequeñas palomas

que han entrado a acompañarla

son salmos tangibles y tiernos de mañanas que añora como una amistad perdida.
Solo sé pensar en NORIKO semidesnuda, echada junto a mí sobre un colchón de mantas y

retazos de goma espuma.

Su cuerpo, me digo, es grueso como un roble, y blando como la luz.

Cada porción de su piel es divina como su alma.

En la noche mis dedos la miran mientras la

desvisten, y la cubren de besos, y la arropan antes de que empiece a temblar.

Su calor en mis manos es dulce estrella que protejo como el tesoro más valioso de mi vida.

Y le entrego mi pasión de joven que escribe poemas

mientras Ella se baña frente a mí.

Esta noche, pienso, sentiré su sexo en mi boca como una naranja de fuego que mastico.
NORIKO toma fotografías, y su alma

de niña y azucena

queda grabada como una esencia en sus imágenes.

Cada cosa retratada es el reflejo de su espíritu en el mundo.

Su forma de hablar, por ejemplo, son estos altares

donde su aliento transformado en cántico es devoción con certeza en lo pacífico.


YO escapo de la trampa del tiempo al escribir

esta escena

con elegancia y cariño

para que algún día más allá de los días NORIKO, en otra lengua, reviva el candor de estas

llamas negras, jóvenes y enamoradas –que son mi corazón desnudo–.


En el cielo todo es azul, y calma.

En NORIKO también, me digo, y llego hasta sus ojos

como nacer en la luz.


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INT. NOCHE. METRO

NORIKO y YO quedamos en palabras de amor.

Puedo vislumbrar en sus ojos,

tristes e intranquilos, todas las estrellas de esta noche.

Virgen lagrimal de colibrí y girasol.


Ahora vamos a lo hondo de las sombras.

Tenemos miedo, pero no hay marcha atrás.

Hemos escapado de casa

–que es nuestro lugar en el mundo– para abordar la vida con

naturalidad y encanto.

Confiamos en que nuestras palabras podrán evitar el disparo.

El viaje es hacia el sueño, hacia el golpe del mar, o de la nieve.

Nos mueve el deseo del mundo.

Experimentar las sensaciones donde reconoceríamos nuestro ser.

Y grabar la lección de la luz y la tiniebla en nuestros cuerpos como una nueva constelación

en el cielo de abril.
No queremos ser tristes.

El vacío de nuestras horas es magnolia desesperada, y la noche

–pared de agua– nos ofrenda las

voces que necesitamos para aprender de nuestra obra.

Noches frenéticas como anotaciones de S. Reich sobre las espaldas de una sinfonía dulce

como tu ausencia

convertida en poema de escenas –como cuadros de Hopper– para un cinema a

cielo abierto, donde jóvenes en autos de los 70’s lleguen a acariciarse como tigres que

finalmente han obedecido su carne.


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EXT. MEDIODÍA. ORILLAS DEL MAR

Es larga y blanca la arena como el follaje de una nube.

NORIKO y YO estamos solos en esta playa baldía, corriendo en la orilla como dos

corceles.

Pensar en la noche es calamidad, ahora que hemos llegado a este mar de rostros que

cambian, y se nos agota la comida, y la voluntad de trabajar para conseguirla ya no puede

florecer en nosotros.

Hace un sol Nro. 72, y no hay un árbol que nos permita echarnos a

morir con menos vergüenza que andar por este erial de sal y silencio.
NORIKO es una poeta noruega que hallé vendiendo pulseras de amatista y cuarzo rosado.

Ignora la pena.

Hablamos en inglés como punto medio entre un océano y otro, como una isla.

Suaves y largas son sus

piernas blanquísimas como anaranjadas y gruesas sus trenzas preciosas. Su rostro es

tranquilo como esta playa, y sus ojos

–óvalos de mirra encendida– son azules como las mariposas que nacen del sueño de

los ríos.
Inventamos la noche frente a una fogata.

Ella toca la guitarra y canta en noruego mirando profundamente mis ojos.

Senos ardientes y pequeños como piedras de cuarzo perfectas y

dulces en mis labios de su sudor sedientos, y del sabor del mar en su piel desnuda, en su

flor de témpano blando que se abre.


Sus palabras son dominantes como su rostro de placer

–estrellas en la arena– mientras aprieto su

cuello y lamo lentamente el sendero entre sus rosas de nieve, y su rosa madre.

¡Oh, entrada de la luz a tu cuerpo que tiembla!

Placentero vientre de playa

apagada donde me quedo dormido después del amor.


Somos felices descubriendo constelaciones

como un zéjel de agua en las alturas de nuestra frente.

Pasan estrellas fugaces, miles de aves tranquilas que desaparecen convertidas en tiempo.

Esta playa, NORIKO, este cielo, pueden ser un deseo.

Pero, no era evocar experiencias

–como acuarelas tangibles– de mi vida, sino las memorias que el mundo nos

negó rotundamente.
NORIKO, digo, la escritura

debe actuar en mí como el mar sobre el basalto, como el viento en el desierto.

En este momento todo se trata de huir hacia mis ojos

–inmensidad brillante– de la infancia y recobrar el día

donde nació el dolor en mi sangre, y en la sangre de los míos.

Y posar ese instante en mis manos negras y preciosas como un ave que acaricio con

ternura.
Pero me pierdo en el regreso a los barcos.

Sangres de muchas tierras me atajan, y multiplican la agonía.

Fantasmas de galeras bañadas en enverdecidos bronces me

inundan el ojo de temblor y zozobra. Y escucho inentendibles pisadas que corren

desesperadamente hacia mi corazón. Palpo manos impalpables como dedos que pierdo al

intentar salvarlos del mundo que huyen con miedo.


Nuestras raíces son los días que vendrán.

Estamos vivos, y poseemos esta noche el control y la esplendidez de nuestros cuerpos

enlazados irresistiblemente a la desnudez del otro, y el tiempo

–victoria del amor– nos sobra.

El amor destruye al tiempo como el mundo al

espíritu, y estamos juntos bajo este cielo que nos mira con asombro como si nuestros ojos

devolvieran la memoria a sus estrellas en esta orilla blanca e inmensa como una nube

dormida en tus espaldas.


Hemos abandonado el mundo al venir a esta bahía intocada

por la crueldad, donde cantas y bailas como sacerdotisa de Orión, alrededor de las llamas

que encendiste con tus manos, mientras fosforecemos en paz frente a un oleaje que respira.
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EXT. TARDE. ISLA DE ZAPARA

NORIKO y YO caminamos entre dunas de bronce.

Debussy es la sombra de estas nubes.

El viento nos golpea desde todas las direcciones, y el fuego que encendimos salvajemente

nos recuerda cuán lejos estamos del mundo.

Vemos una manada de mulas azabaches correr hacia el mar.

Estamos solos, junto a las olas.

Al borde del abismo, somos dos cuerpos negros que

tiemblan.

He traído duraznos y poemas, le digo.

He traído mis manos y mi amor, responde.

Caminamos sobre árboles secos, y nuestras huellas son vestigios de jóvenes que se aman.
Hemos abandonado el mundo, tranquilos.

Las casas, y edificios que dejamos atrás

–de camino al terminal de Santa Cruz de Mara–, no guardan

en nosotros ningún afecto. Los militares que nos detuvieron por nuestro color, tampoco.

NORIKO enrola y enciende el tabaco. Sus manos de vendedora de plátanos poseen la

dureza del paraíso.

Blandas son las cosas cuando Ella las toca.

Mi cara, por ejemplo, se vuelve agua en sus dedos que no saben de paz.
NORIKO ha trabajado desde niña.

A cambio el mundo le ha entregado un par de franelas rotas,

un jean, un tatuaje verde horrible, y un castellano a medias como una cayena que no abre.
NORIKO me pasa el tabaco y se queda callada mirando mis ojos.

Estamos en ropa interior, y nada le cubre los senos

grandes, sudados, y gordos como una cebolla

morada.

Sentados en la cima de

una duna, fumando, vemos pasar el sol. Y olvidamos el tema de los militares, y olvidamos

el mundo, y comenzamos a recordar nuestros cuerpos bellos y puros, mientras acaricio sus

piernas gruesas y lampiñas y áridas como esta isla donde toco sus muslos que se erizan.
NORIKO se ha quedado dormida en mis manos.

Hemos intentado hacer el amor, pero no se ha podido.

Al amanecer iremos juntos a conocer el mar.


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INT. MAÑANA. CABAÑAS DEL VALLE

NORIKO está en el baño. Acabamos de hacer el amor, y fue a lavarse.

Su espalda blanca y pecosa se aleja de mí, y sus nalgas,

redondas y enrojecidas, son el cielo de mis manos.

Afuera la niebla.
Me preparo un chocolate caliente, Ella está en la tina, y su cuerpo se desprende del fuego

de mi carne.

NORIKO trabaja en un banco, donde padece el agobio de atender a personas que detesta.

Y pertenece a ese tipo de familias que ya no deben preocuparse nunca más por el dinero.
Una blanca para un negro es ilegal, y lo es todo en el mundo,

le digo, desde la cocina, mientras leo las líneas que ha resaltado en el libro de las semejanzas

de E. Jabès.

NORIKO sale del baño, envuelta en una toalla blanca. Camina hacia mí. Acerca su pocillo

rosado, y le sirvo. Está muy dulce, dice, sonriendo, como tus palabras.

Y su risa es la preciosa soledad de este valle.

Y su risa es un caudal de mariposas que vienen.

Y su risa es el triunfo del amor en mi vida.


E. Satie nos dibuja la lluvia desde otra habitación, y es perfección oírla hablar de su infancia

como una aurora azul en sus labios bellísimos.

Afuera la niebla asciende enormes piedras azabaches.

Se cuela por las ventanas cerradas, colma la cabaña, hace del tiempo un ensueño de

blancura, tranquila y lenta, como las palabras de NORIKO en mi corazón.


Vamos a la tina, me dice, y la sigo.

Y está sentada en mí, con su espalda recostada en mi pecho. El agua le llega al borde

superior de los senos, y sus ojos se cierran, y sus manos aprietan –sin fuerza– mis muslos.

Su cabeza reposa en mi hombro como una luna, y su cabello huele a silencio y pasión.

El humo se desprende de la tina, y se mezcla

con esta niebla de ensueño que risueñamente se ha colado hasta aquí.

Y mis manos acarician su vientre, y estamos callados, descubriendo –bajo el agua– nuestra

desnudez.

You and me de Penny & the Quarters reduce el valle al

tacto, puro y encendido, de nuestras pieles que se unen como neblina y vapor en este baño

perfecto.
NORIKO ha olvidado

su trabajo como reconocer la felicidad

–de ser sin límites– en el afecto de un poeta negro que la abraza.

NORIKO ha olvidado

su apellido, y las responsabilidades otorgadas por ser hija de los emperadores de Maracaibo

como hablar conmigo de su infancia y la vez que llegó en camello hasta las pirámides.

NORIKO ha olvidado

y en su olvidar se ha encontrado como una mujer serena y tímida

–con la nariz enrojecida por el frío– sentada sobre las

piernas de un joven impuro que, al oído, le susurra,

una blanca para un negro lo es todo en el mundo.


Afuera la niebla se despeja, y el cielo, poco a poco, se hace visible a nuestro anhelo de

visitar el bosque.

De andar como dos gacelas tranquilas entre pinos que brillan y

cantan.
NORIKO prepara espagueti.

YO destapo dos cervezas y brindo con Ella por el precio pagado

–que fue resistir las sílabas potentes de la soga y el salto

al Lago, cuando nuestras vidas eran vacías

como un día sin amor– para conocernos.


La belleza de la muerte es enamorarse.
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INT. TARDE. AVIÓN

NORIKO tiene ojos azules y nada.

Para poseerla debí entregar mi cuerpo a las estrellas

–que en el cielo ocupan la posición de mi padre–.

Y poseerla es acompañarla. Amanecer

juntos hablando.
NORIKO nada, y su cuerpo en la piscina es un dios que me bendice.

Habitamos el mundo como escribir un

poema, y ese aire de libertad exquisita nos impide perder tiempo. El sueño es ejecutado con

placidez y encanto en la magnificencia del encuentro entre una mujer blanca de clase alta y

un joven poeta negro.


Estamos tirados en el frío de la cerámica, y NORIKO me mira con sus

azules, y acaricio sus suaves castaños, y suena al fondo Magic Ways de T. Yamashita, y

nuestra desnudez es fuego como primavera sudada de amor.


NORIKO nada y sus piernas, gruesas y cortas, son un cisne furioso que me salva.

Jueves de whisky y cigarrillos importados, donde la veo zambullirse elegantemente en la

piscina.

Yo quiero estar arriba.

Respirar. Yo quiero el aire fresco, las cervezas, y estar tranquila junto a ti.

Yo deseo estas tardes

donde me observas nadar con delicadeza, y tu piel me anhela como una flor que ama.

Y estoy a tu lado, sosegada, y soy invencible en tu pecho.

NORIKO me habla y su voz

–enredadera de luz que calma– deshace en mí las ataduras del

conjuro de amar como nadie este sol que me condena a vivir con los ojos cerrados.
Anochece y volvemos al apartamento. Está cansada y mira las calles derrumbarse ante Ella.

Llegamos, y entra inmediatamente al cuarto. Acostado en la cama la veo desnudarse sin

premura, y su cuerpo

es el paraíso que me espera esta noche.


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EXT. MEDIODÍA. JARDÍN DE PIEDRAS

NORIKO, mi novia en silla de ruedas resplandece tranquila en los pasillos de madera de un

templo taoísta donde hemos venido a conocer la lluvia.

Su corazón es suave como sus manos que salvan mi rostro cuando lo acarician.

Y toda Ella sufre una agonía que le impide hablar.


Nos hemos detenido al final del corredor.

El silencio es un acorde de N. Yoshimura como el cielo de este mediodía, donde acabamos

de comer, y estoy sentado en el suelo junto a Ella.

Su mano derecha enrolla mis cabellos, mientras vemos

pájaros pequeños y blancos entrar y salir de los círculos de flores como relámpagos, o

niños.
Nos tranquiliza la ausencia del mundo en nuestras palabras como adoración al cuerpo que

el temor a la aurora de nuestros ojos no ha logrado erradicar, y son rosas desnudas que

perdemos como otoños de aguas que brillan

solas e infinitas, al fondo de las cosas.


Toca el cielo mi nombre cuando llueve.

Y debo aceptar los pequeños exilios

–los cotidianos– que retiran

de mi piel, profunda y amarilla, la impotencia del río de florecer en la nieve.

Corre mi cuerpo, lejos de mí, natural, mientras yo, indefensa, gozo en tu pecho que me

cubre completa.

Me ausento del mundo, y el paraíso

–soledad contigo– es claro y puro como este jardín.

Gracias, mariposas, por venir a nosotros cuando furiosos y tranquilos decidimos

deshacernos de todo: centro, borde, y luz; con el sueño delicioso de abrazarnos sin fin en la

sutil reconciliación del sol y las tinieblas, septiembre del matrimonio.


Olerte

ha sido hacer el amor, y mis manos han inventado en tu espalda flores que arden hacia

dentro.

Flores como ríos que te cruzan.

Flores como años que recobras.

Flores como música a tu nombre hundiéndose en el mío.


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EXT. TARDE. MONTES URALES

NORIKO y YO miramos el declive del sol sobre campos rebosantes de verde.

Estamos sentados en la colina, al pie de un roble, enorme y precioso. Tengo una campana

de oro atada a mi cintura. Las ovejas comen hierba en la distancia. Nubes como el mar han

cruzado nuestros ojos esta tarde, donde hemos decidido ser el comienzo.
NORIKO está acostada en la hierba y su cabeza descansa en mis muslos. La miro. Su

cabello amarillo y enredado corro con mis manos para descubrir su frente blanca, rosada,

como una flor de cuarzo.

Sus ojos son verdes y brillan llenos de amor y sueños de irse. Su vientre

pálido y desnudo

luce un poco abultado. En él crece el símbolo de nuestra presencia.


Pertenecemos a ese instante sagrado

del día donde el sol ya se ha puesto, pero su espíritu aún ilumina el rostro de las cosas que

nos son comunes y amamos.

Los labios suaves, pequeños, y rojos de NORIKO que beso con lentitud y

dominio, su vientre

–manantial de plumas– que acaricio circularmente hasta llegar a su ombligo

que pulso para hacerla reír, y ríe.

Pero dura aún menos que el día ese instante, y vale

aún más que la vida, donde entramos a la noche, desnudos, para convertirnos en estrellas.
Nos hemos desvestido mutuamente.

Guían nuestro andar las luciérnagas

–sabiduría del fuego– entre arrabales

azules cubiertos de paja y polvo como ruinas de un tiempo que no pudo nacer.

Todo lo que existe está en guerra, y nosotros hemos resuelto no esperar el fantástico galope

de los cielos para acudir a la vida como el acontecimiento de abandonarlo todo.

Caminamos, tomados de la mano y felices, hacia nosotros.


El agua

–eternidad que transcurre– es el camino hacia los ojos del fuego.

Cada uno de nosotros combate una guerra de amor, donde la victoria es recobrar en

nuestra hondura las esencias que los otros absorben de nosotros cuando nos quemamos,

cuando nos hundimos en las llamas de los mil fuegos.

Vencer es transmitir nuestra sabiduría como una película prohibida en el cielo.

Y mi labor es acumular en líneas

–como mi lengua incendiando tu clítoris–

oasis que flotan como despertares al sueño eterno del amor.

Porque la luz canta en el interior del crisol donde

nuestra fuerza conduce la sangre hacia el verano, y no hay forma de evitar que ganemos.
El mundo no existe.

Existen seres como Líneas de un Libro infinito e inútil.

Existen raíces enlazadas como meñiques pueriles debajo de

la tierra, ardiendo en el vientre de nuestro ángel.


Nuestros pies son viento.

Tocan lo verde con mansedumbre y orgullo.

En nuestras manos brota el agua

–gorrión de violetas brillantes– como un gran día que nos devela el rostro.

Y todo nos es ofrendado de camino al sueño.

Y nos visten las flores de la noche.

Y echados en la hierba

–piel apacible y sabia– recibimos el amor de

la primavera como el comienzo de una edad sin fin

–que entregamos–.
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EXT. MEDIODÍA. AVENIDAS DE LUXEMBURGO

Ha nevado.

NORIKO vestida de rojo me acompaña por esta avenida alejada del ruido.

Estamos solos, deliciosamente solos.

Hace años no vemos el sol, ni lo extrañamos.

Únicamente las fuertes mariposas azules del invierno se levantan, y baten sus alas

cubiertas de sueños junto a nuestros ojos como un bosque que nace.


Caminamos sobre la nieve, y nuestros pasos

–palabras que son huellas– se graban en las ruinas de

una mente turbada y vacía como una utopía tangible.

Nuestro horizonte es una civilización desplomada tras nosotros como un futuro al cual

renunciamos para preservar

–corazón impecable del trueno– la exuberante tradición de tender

un puente entre las criaturas que amamos y no conocemos y la cosa sagrada y amarilla por

la cual despertamos y cumplimos la orden de no maldecir la vida.


Volamos

–hojas de abedul en otoño– en el viento que despide el olor de nuestra piel

insumisa y preciosa como los ojos de NORIKO ahora que hemos llegado a una cafetería, y

hemos ordenado sentados en una mesa pequeña y verde,

como el verano, le dije,

no, NEGRO, respondió, como la sangre,

y nos han servido, y tomamos pequeños sorbos, y la

fragancia del presente nos envuelve como un poema leído en voz alta.
La cafetería se atiende sola.

La iluminan neones de “OPEN” y bombillas amarillas y redondas como imaginaciones de

Van Gogh.

Pasa el tiempo sin nosotros.

Somos jóvenes, bellos, y estamos perdidos.

Intuyo, sin embargo, una justicia

profunda e inexplicable entrelazada al hecho de estar vivos.

No la sé nombrar, la siento.

La siento cuando NORIKO se quema la lengua con el café, y se la enfrío con la mía.
Su tierra permanece en Ella como un ángel que la mira.

Viene de la arena, su espalda, nació en el desierto.

La he acariciado. He palpado en Ella tatuajes

como gajos de luz que me salvan del odio.

Porque humildes son los acordes que el viento ha dibujado en sus

edades.

Ojos alargados como cachos de luna

que vibran dulcemente cuando hacemos el amor.


Más allá del sexo no hay nada.

Del sexo con el ser por el cual daría la vida, o la memoria.

Del sexo con el ser cuya ausencia haría insoportable la alegría.

Queda, quizás, el tiempo como antesala al impacto.

Donde jóvenes malcriados aprenden a vivir a golpes, combatiendo,

en una sociedad empeñada en opacarlos hasta el aniquilamiento de todas sus ilusiones

pacíficas y violentas como un rosa de fuego.


Y paraíso es nombrar a este tiempo sexo: felicidad compartida; horas desgastando nuestros

cuerpos entrecruzados como la película de un sueño de amor del cual hemos despertado

juntos, y juntos hemos venido labrando todo este invierno que muere.
Sobrevivir no es importante.

Estamos juntos, y ha nevado, y sobrevivir no es importante cuando implica la disolución de

nuestras palabras.

Soy esclavo cuando me traiciono.

Y mejor es la muerte a vivir de un modo distinto a nuestro deseo.


NORIKO y YO nos hemos casado en la nieve, y la

nieve ha desaparecido como apertura de un día a la espera de nosotros.


70
INT. TARDE. APARTAMENTO

NORIKO y YO nos hemos casado en el fuego, y las llamas que hicieron de nuestras vidas

un infierno se transforman en flores para destruir lo falso.

Hemos nacido.
Combatimos

tomados de la mano un mundo levantado para destruir nuestra belleza

–poemas furiosos como sus tatuajes–

donde hemos regresado a Maracaibo a terminar los estudios de E. Schiele y M. Heidegger,

cuando la vida parece alejarse de este sitio.


Las tardes son tranquilas en este 8vo piso blanco y callado como las cortinas que abrimos

para recibir el marullo mientras tarareamos en nuestro pésimo inglés Story of an Artist, y

fumamos.
Confío en tu amor

–que es silencio desdoblado en orgasmos– como una forma de mantenerme

con vida, desarrollando mi obra, sin buscar, o esperar nada.

Tranquila en este apartamento que de

a poco hemos transformado en una fábrica de belleza.

Bailemos.
NORIKO ha colocado a sonar El escape de Los Mirlos, y

nos hemos levantado a bailar con los tragos de aguardiente en la mano.

Y estamos juntos, deliciosamente juntos, combatiendo.


Ha nevado, decimos, y nos casamos en la

nieve, y ahora bailamos frente al Lago, y aprendemos a vivir sin sernos infieles

–que es entrar al mar y no cerrar los ojos–

como mirar al sol cara a cara.


FREDDY YANCE (Maracaibo, Zulia 1996). Poeta. Fue publicado en el primer número
de la revista Insilio (2016) con un poema titulado Primer aplauso. Ganador del tercer lugar
en el 1er Festival de poesía del Zulia Cuento con vos, Poesía (2016) con el poema
Maracaibo en la noche. Ganador del segundo lugar en el 19º Concurso Nacional de Poesía
Joven Lydda Franco Farías (2016) con el poemario El mar y la montaña. Fue publicado en
la antología de joven poesía venezolana Amanecimos sobre la palabra (2017). Merecedor de
una mención por su libro de poesía El viento de la noche en el VI Premio Nacional
Universitario de Literatura Alfredo Armas Alfonzo (2017). En (2018) fue publicado en
POESÍA, en la revista Arquitrave y en la Revista Muu+. Ha publicado en Poesía para
descargar de LP5 el libro Incienso de Jazmín (2019).
Puedes encontrar más literatura y arte actual en:

www.lp5.cl
www.lp5editora.blogspot.com
www.lospoetasdelcinco.blogspot.com

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