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Antología de la poesía macabra española e hispanoamericana

En mi opinión, hablar sobre la poesía es un tema un poco más complejo que los
relacionados con la prosa y la narrativa. De ninguna manera intento ser un cretino de primera
con mi argumento, pues mi intención no es coronar con laureles a un género mientras que al
otro le pongo lacerantes espinas. Lo más recomendable, supongo, es darle su lugar a cada
cosa para poder disfrutarlas por lo que realmente son. Sin embargo, creo que eso será
complicado porque últimamente existe una muy mala concepción de ambos contextos, y por
supuesto que yo no soy ninguna autoridad para hacer este tipo de declaraciones tan atrevidas.
Aun así, y como suelo decir a menudo, me temo que nuestra sociedad es una que «puede
leer» y que al mismo tiempo «no sabe leer».

Uno de los factores que más han dañado la imagen de la poesía es la creencia popular
sobre que los versos son únicamente un conjunto de palabras delicadas, rítmicas, hermosas y
que la gente que los lee son personas sensibles y frágiles. Si para ustedes eso es la poesía, o si
en algún momento lo pensaron, ¡muchas felicidades! Esta modalidad de lectura no es para
ustedes.

Por supuesto que ya veo venir varios comentarios de condición insultante tras lo que
acabo de decir. Si alguno de ustedes quiere interpretarlo así, entonces no puedo hacer nada.
Son libres de decirme todas las groserías que transiten por su mente, aunque les aseguro que
eso no va a servir para nada porque lo mismo que yo he dicho también lo declaró Manuel
José Othón en sus Poemas rústicos. En palabras textuales del escritor, el precepto se reduce a
que…

El artista debe ser sincero hasta la ingenuidad. No debemos expresar nada que no hayamos
visto, sentido o pensado a través de ajenos temperamentos, pues si tal hacemos, ya no será
nuestro espíritu quien hable y mentiremos a los demás engañándonos a nosotros mismos.

¿Qué quiere decir esto? Que todo aquel que quiera desempeñar el oficio de escritor y
que se autoproclame a sí mismo un artista —dígase narrador, poeta o ensayista— antes tiene
que conocer o haber vivido el tema, según sea el caso, del que va a hablar; y si expresa algo
que ignora porque lo tomó prestado de otro entorno que no es el suyo, lo que conciba no se
sentirá auténtico y será una mentira para él y para su público. Por ende, existen muchos
párrafos y versos vacuos que se escuchan bien pero que no dicen absolutamente nada.

Gracias a esto es que me gusta muy poco la literatura contemporánea, pues es


bastante difícil encontrar una lectura que me deje satisfecho dado a que mucha de ésta no la
siento auténtica ni real. Y no estoy diciendo que no haya sus excepciones. Ahí tenemos a
Thomas Ligotti, por ejemplo. De hecho, les voy a recomendar un vídeo del canal de El Sur –
Taller Literario sobre dos libros de terror actual que su anfitrión nos invita a leer.

Espero que por fin comprendan un par de cosas que he dicho en anteriores reseñas
respecto al serio problema que tengo con todas esas novelas y cuentos que únicamente se
centran en contar una historia y nada más. Comprendo que se está transmitiendo una
sucesión de hechos mucho más estilizada que el de la tradición oral, y con base en esto, se
espera que el producto final esté más elaborado.

«Es genial conocer una obra, pero es todavía mejor conocer al autor». A partir de
aquí es que escritores de la talla de Blackwood, que describe parte de lo que aprendió en la
Golden Dawn; Sade, que habla sobre la Francia corrupta de su tiempo; Lovecraft, que es la
misma Providence hecha relatos; y Machen, enamorado de sus verdes prados y los dioses
paganos, nos permiten conocerlos por medio de las historias que nos están contando.
Recuerden que la literatura son pensamientos, sentimientos y deseos.

Pasando otra vez a la poesía, podríamos decir que su esencia se parece mucho a la de
la narrativa, aunque con ciertas variantes que la tornan un tanto más abstracta. Nuevamente,
recordemos que, según Othón, el poeta debe hablar sobre lo que conoce, por ejemplo, de una
secuencia de acontecimientos tal y como sucede en El paraíso perdido, que ya reseñé la
semana pasada; en cambio, y si así lo desea, también puede describir solamente aquellos
sonidos que escucha, aquellas imágenes que capta, aquellos olores que percibe y todas las
sensaciones que lo estremecen sin que exista un argumento de por medio. Es por eso que
quién degusta de la poesía también entiende las pinturas o las esculturas porque se deben de
interpretar de la misma forma que lo hizo su creador, y a su vez, hacer el esfuerzo de evocar
los sentimientos que él experimentó. Aunque claro, y a diferencia de las artes plásticas, para
la poesía no es necesario pararse en determinado sitio para efectos de la proporción, luz,
contraste, etcétera; basta con que sepamos un poco de la vida del escritor o del movimiento
cultural al que perteneció.

Y es precisamente eso, el movimiento cultural de los artistas, uno de los pilares


fundamentales que es necesario entender para quedar maravillados con la peculiar Antología
de la poesía macabra española e hispanoamericana; un título que suena llamativo y que no
es sólo una plegaria a la cruel deidad de la mercadotecnia.

Su compilador, Joaquín Palacios Albiñana, reúne a varios poetas que viven en la


delgada frontera del romanticismo y del modernismo; de hecho, Jesús Palacios, el
prologuista, los encasilla en éste último, sin olvidar que también nos dice que la verdadera
fuente de la literatura de terror en castellano, a diferencia de la inglesa, reside en la poesía y
no en la narrativa. Lo del modernismo me hace pensar precisamente en el propio Goya, que
no fue escritor, pero que su variedad de estilos se vislumbra en su rico legado ocasionando
una especie de analogía.

Si me concentro en la situación de mi país, que es México, podría decirles el motivo


por el que esto sucede. El año pasado, mientras estaba haciendo el anteproyecto que tenía
planeado presentar para ingresar a la Maestría de Letras Hispánicas (y que no pude llevar a
cabo porque la situación de La pandemia me orilló a concentrarme más en conservar mi
trabajo para llevar comida a la mesa) me enteré que la literatura de terror mexicana está
sesgada en varios estilos y que no tenemos, al menos no uno decente, un escritor que se haya
dedicado o se dedique a escribir sobre temas de ultratumba debido a la serie de conflictos en
los que el país se ha visto envuelto desde su fundación; y que por ende, sus escasos
representantes se hayan enfocado más en hablar sobre política bruta para crear una identidad
patriótica. Con «variedad de estilos» me refiero a que lo espantoso se encuentra distribuido
ya sea en narrativa, ensayo o poesía. De hecho, si investigan a profundidad, podrán darse
cuenta que personajes históricos como Justo Sierra o costumbristas de la talla de Manuel de
Payno —que trató la figura del Diablo en una de sus novelas— tuvieron un romance más o
menos directo con lo fantástico y lo espeluznante.

Antología de la poesía macabra española e hispanoamericana fue publicada en el


año 2001 por Valdemar. Pertenece a la colección de El club de Diógenes, y a su vez, a una
ramificación de esta misma línea que se dedica a imprimir literatura española. Curiosamente,
los colores de El club de Diógenes indican la naturaleza de sus diferentes producciones: serie
amarilla para literatura española, serie roja para literatura policiaca y noir (nuh-waár), serie
azul para literatura en general y serie negra para literatura fantástica, de terror y gótica. Es de
los pocos ejemplares de Valdemar, al menos de los que tengo, que ostenta solapas.

Anteriormente dije que el prólogo fue hecho por Jesús Palacios; una persona con un
conocimiento sorprendente sobre la materia y que he nombrado en muchos otros vídeos. No
obstante, el antólogo en sí mismo juega un papel mucho más importante, debido a que la
labor que realizó no es para nada sencilla y que se hace constatar en la bibliografía, en el
índice onomástico y en el índice de los autores por cada país, siendo España, México y
Argentina las naciones que más contenido aportan. Por supuesto que una de las cosas que
más disfruté fueron los dos poemas del mismo Joaquín Palacios, que como dice el
prologuista, no entiendo el motivo por el que no los incluyó en su libro, dado a que tienen un
buen nivel. Hasta cierto punto lo entiendo porque es como si yo hiciera una antología de
cuentos de terror y añadiera uno de mis relatos. Sería incómodo y algo soberbio.

Estos dos poemas, más allá de ser una carta de amor entre los «dos Palacios», nos dan
un pequeño entremés de lo que será el contenido de la antología. En Los herederos, Joaquín
nos describe una escena funeraria que parte desde el entierro del difunto hasta el
comportamiento ruin y avaro de sus herederos (por eso lleva ese nombre) describiéndonos
esa sensación de vileza e hipocresía que los protagonistas tienen para con su difunto. Por otro
lado, en Grita la lechuza, se evoca a una de estas aves místicas volando en medio de la
noche, al mismo tiempo que en sus moradas decadentes, sus residentes se resguardan con
temor mientras cuentan historias espectrales. Los perros ladran sin parar, a la vez que el ulular
revive a los fantasmas de la tierra.
Si prestaron atención, se darán cuenta que, más que intentar hondar en un argumento,
ambos poemas intentan recrear una escena como si de un cuadro se tratase, vuelvo a insistir.
De hecho, el truco está en que, mientras vamos pasando los versos, debemos utilizar la
imaginación para traducir esas palabras en una imagen similar a la de los extensos murales.
Es por eso que en algunos poemarios se incluyen ilustraciones a manera de apoyo. No crean
que los Cantos de Maldoror tiene la participación de Santiago Caruso únicamente porque
embellece el contenido. ¡Por supuesto que no! Ello sirve para darle más énfasis al texto, y
hasta cierto modo, para hacerlo un poco más digerible. Recordemos que la mayoría de las
cosas que aprendemos son visuales.

Lo anterior me hace recordar el ejemplo de un cactus que me fue transmitido en una


ocasión. Recuerdo que me dijeron que en un poema podemos hablar de lo que queramos, de
un cactus incluso, por muy tonto que pueda sonar (pues teníamos una planta de esa clase en
ese momento). Lo más importante no es el cactus en sí mismo sino la manera en la que se
hace alusión a él. Y en el caso de los versos de Joaquín Palacios, lo importante no son ni el
acto funerario o la lechuza; es la forma en como se refiere a ellos. Seguramente se enteró de
algo similar para lo primero y tuvo la suerte de estar inmerso en un ecosistema tenebroso para
poder escribir lo segundo.

Por obviedad no me voy a detener a analizar poema tras poema porque se me va a ir


el tiempo y esa no es la intención. Lo importante es que ustedes empiecen a desarrollar esa
apreciación literaria y creo que este libro es un buen comienzo.

Entre los artistas que tal vez puedan sonarle más a un lector mexicano están Amado
Nervo, Rubén Darío, Horacio Quiroga, Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón y el
legendario José Guadalupe Posada.

«¿Pero que hace José Guadalupe Posada aquí? Se supone que el hacía grabados y
dibujos, no poemas», se dirán ustedes. Y es cierto. A Posada se le recuerda más, o al menos
en estos últimos años, por ser el creador de La Garbancera, quien a su vez inspiró a Diego
Rivera para dar vida a la Catrina que actualmente conocemos. No mentiré que yo mismo me
quedé impresionado cuando me lo topé en este libro; de hecho, la antología la compré porque
uno de los poemas de Manuel José Othón, el de Las brujas, que a su vez es un fragmento de
otro poema más largo denominado Noche rústica de Walpurgis, me lo encontré en el
compilado de Bienvenidos al Sabbath.

Como iba diciendo, en esta antología, aprendí que Posada bien podría ser un Edwar
Gorey de lo castellano porque sus geniales grabados, impresos en estas mismas páginas, eran
acompañados a menudo de pequeños versos, con la diferencia de que nuestro mexicano tira
más por la sátira y las referencias a la muerte —tan propias de nuestra cultura—
encarrilándolas hacia el contexto político de la época, burlándose especialmente de la alta
sociedad. Para entenderlo un poco mejor habrá que echarle, nuevamente, una mirada a La
Garbancera, quien no es más que una mofa hacia todos esos mexicanos que vendían
garbanza y que creían estar a la altura de la aristocracia francesa, cuando todos ellos eran
mucho más ñeros que el billete de 20 pesos que utilicé hoy por la mañana para ir a comprar
tortillas, chiles y frijoles para el desayuno.

Para terminar quisiera hablar, por cuarta o tercera vez, de Manuel José Othón; el
escritor por el que compré este libro a raíz de su poema Las brujas. Ya he dicho que tales
versos componen un texto mayor llamado Noche rústica de Walpurgis, y que a su vez forma
parte del poemario Poemas rústicos. Si bien ese libro puede que sea una mirada hacia los
bosques de San Luis Potosí, su provincia natal, por la alta referencia que hace hacia el campo
y a las montañas, cuando Othón se toma la libertad de describir las etapas nocturnas de aquel
verde y místico santuario, emplea un tono siniestro que yo mismo he experimentado cuando
he viajado de noche por las carreteras de Guanajuato tras mirar las colosales moles de tierra
que son todos los cerros de la sierra. Si igualmente quieren que analice Poemas rústicos para
el especial de Día de muertos, me lo pueden hacer saber en los comentarios. El libro está casi
regalado en el Fondo de Cultura Económica por la módica cantidad de 8 pesos, esto para
México.

Como conclusión diré que, pese a lo severo que fui al inicio de esta reseña, tengo que
entender que no a todos les interesa asimilar la literatura, y en especial la poesía, de la misma
forma en la que yo lo hago. Si trato de hacer válido este régimen de índole casi nacista,
entonces terminarán por sentirse abrumados y el factor recreativo del hábito de la lectura
acabará por desaparecer, además que todo ello implica luchar contracorriente con una
industria poderosa cuya derrama económica se basa más en la literatura vacía que en la
literatura artística porque es lo que pide el público, es lo que vende, es lo popular, es lo
simple; y a la gente le gusta lo simple. Por supuesto que también estoy consciente de que a
los «lectores de nicho» nos tratan de la misma forma, solamente que unos están en el grupo A
y otros en el grupo B porque a fin de cuentas se apela al consumismo. Pero no quiero
enredarme en un tema que probablemente sería mejor explicado en el canal de Esquizofrenia
Natural.

Lo que quiero decir es que, si mi perspectiva les ha parecido adecuada y quieren


seguirla, ¡estupendo! ¡Qué dicha! Y si no es así, créanme que no pasa absolutamente nada.
Solamente les pido que si van a difundir sus ideales entre sus semejantes, al menos háganlo
cuando estén completamente seguros de lo que van a hablar y siempre con evidencias en
mano, pues así evitamos la desinformación que hoy se vive.

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