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CURSO:
PLENITUD HUMANA E INTERGACIÓN EN DIOS

Profesor: Lic. Luis Martínez Servellón


Email: luisbmar704@gmail.com

TEMA 1: ¿QUÉ ES EL HOMBRE? EL SER HUMANO COMO PUNTO DE PARTIDA

El ser humano, único e irrepetible, ocupa un lugar sobresaliente en la creación


y se desarrolla en un proceso dinámico. El hombre es el único ser capaz de
reflexionar sobre sí mismo. Scheler (1928) afirma que «... es un ser suprasensible,
infinito y absoluto, en el mismo momento en que se convierte en hombre, mediante
la conciencia del mundo y de sí mismo y mediante la objetivación de su propia
naturaleza psicofísica» (p. 108-109).
Hoy en día se estudia al ser humano desde múltiples perspectivas. La
especialización a la que ha llegado el mundo de la ciencia y de la investigación, han
tenido en el hombre uno de los lugares privilegiados de estudio, sobre todo en el
siglo XX. Así, al hombre lo estudian ciencias como la biología, la sociología, la
psicología, la antropología cultural, la pedagogía, la etnología, la medicina, la
economía, etc.
Así mismo, la persona crece en familia, aprende en la escuela y se asocia más
tarde en grupos. Además, los cambios rápidos y profundos que experimenta en el
momento actual exigen del ser humano una constante adaptación bio-psico-socio-
histórico-espiritual.

1. El ser humano: ¿qué es? ¿quién es? y ¿para qué es?


Iniciamos este curso echando un vistazo a la antropología como fundamento y
base de la Espiritualidad, porque, tanto la espiritualidad como la antropología
poseen un objetivo común: al SER HUMANO en toda su existencia y en toda su
capacidad, en su conjunto y su unidad, desde todos los ámbitos hasta su
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interioridad, con la capacidad de relacionarse y crear las condiciones necesarias


para vivir en sociedad. Es por esto que la antropología se convierte en una
plataforma necesaria para la espiritualidad, porque no hay ningún espíritu que no
se encarne en la realidad humana. El mismo Dios se ha hecho carne, él es el hombre
perfecto.
Como primera aproximación, recurramos a la raíz del término “antropología”.
Viene del griego “antropos” = hombre y “logos” = conocimiento. Por tanto,
antropología es el conocimiento o estudio del hombre.
Nosotros intentaremos utilizar en vez del término ‘hombre’, el del “ser humano”,
porque en nuestra lengua engloba al hombre y a la mujer. Sin embargo, la palabra
“hombre” procede del latín: “humus” = tierra, que es una traducción del hebreo
“Adam-ah” = ‘hecho de tierra’, por ende, la mejor traducción en castellano del
término original sería ‘terraqueo’, ‘terrestre’ o ‘terrícola’. Aunque, preferimos utilizar
“ser humano”, cuando empleemos el término “hombre”, nos referiremos a su
sentido original, que engloba ambos sexos.
Pero no es la terminología la que nos interesa; nos interesa responder a la gran
interrogante de “¿QUE ES o QUIEN ES EL SER HUMANO?”. Esta interrogante se
vuelve “un problema” para una reflexión filosófica, pues no sabemos responder
acertadamente a ella, damos aproximaciones más no definiciones.
La reflexión sobre el hombre nos pone ante un hecho grandemente significativo:
él es el único ser que se pregunta acerca de sí mismo. Esto le lleva a verse
diferenciado y único en la existencia. Se da cuenta de lo grandioso que es y para lo
que fue creado, de lo que es capaz y de lo que no puede cambiar. Es un ser
maravillado de lo maravilloso de él, pero entre más ahonda menos abarca, se siente
desbordado por su tremenda profundidad. El ser humano, más que un problema,
para sí es “un Misterio profundo”.

2. El misterio del ser humano


Misterio viene del griego “myein” = ‘cerrar la boca’, o sea, lo oculto, aquello
que no se habla, es algo que trasciende al intelecto humano y que inspira respeto.
El ser humano es un misterio porque es más de lo que pensamos y observamos. Si
lo miramos bien, advertimos que la pregunta por el sentido de la existencia humana
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es inquietante. Nos damos cuenta que nuestra vida no es algo prefabricado,


acabado, sino que es algo que estoy siendo y quiero ser, tarea cuyo actor
responsable soy yo mismo, por eso nos surge otra pregunta: ¿qué tengo que ser?
¿cuál es mi fin?
Este interrogante nos llega a las entrañas. No es un interrogante más entre otros.
No puedo ser un espectador desinteresado, pues es nuestra propia humanidad la
que está en juego.
Todos tenemos una antropología implícita, todos respondemos a la pregunta
¿quién eres? Y esa respuesta, sea como sea, ejercerá una influencia en nuestra vida,
en nuestro actuar, y en la relación con los demás: ¡reaccionamos según lo que
creemos que somos!
Ahora bien, la profundidad del misterio del ser humano solo se percibe en su
integridad a la luz del misterio del Verbo hecho Carne (Cfr. GS 22). Por esta razón,
la reflexión del curso pretenderá establecer esos sólidos fundamentos de nuestro
ser creatural, llamados a ser plenamente hijos en el Hijo, nuestra dignidad,
protagonismo en el mundo y responsabilidad de alcanzar el sentido de nuestra
existencia. Por consiguiente, el enfoque del curso es integral, reflexionaremos
sobre el hombre en su conjunto, en su totalidad.
La antropología teológica mira en profundidad el ser, su riqueza ontológica, sus
límites, sus más altas aspiraciones, su origen y el fin de su existencia; y así descubre
algo muy importante: el hombre es capaz de Dios. Dios no es una fantasía o un
agregado mental que le ponemos a la vida humana, sino que el mismo ser y la
misma estructura del hombre nos muestran una vocación trascendente, una
vocación que lanza al hombre más allá de sí mismo. Como nos recordará Juan de
la Cruz: «Al fin, para este fin de Amor fuimos creados…», «creados para la unión
con Dios», «Ser dioses por participación».

3. Diversas concepciones antropológicas. ¿Qué es el hombre?


Hay distintas antropologías porque hay distintas maneras de estudiar al ser
humano. No estamos exentos de una visión del ser humano que subyace en el
inconsciente colectivo y que nosotros mismo hemos ido adquiriendo a través de la
familia, la cultura y la sociedad. Casi todas las concepciones antropológicas tienen
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su raíz en la manera de concebir la relación entre la dimensión corporal y espiritual


del ser humano. ¿Qué son y cómo se relacionan? Veamos.

3.1.¿Dos realidades o una sola?


Uno de los elementos que destaca de inmediato cuando el hombre se
contempla a sí mismo es su carácter o dimensión corpórea. En ese sentido, el
hombre es un ser del mundo físico, material, situado en el tiempo y en el espacio,
sujeto a las leyes a que está sometido todo cuerpo. Además, es un organismo
biológico y, en cuanto tal, nace de otros seres vivos; cumple las funciones orgánicas
de nutrirse, crecer, alcanzar un determinado desarrollo; está llamado a reproducirse
con otros seres semejantes; está sujeto al desgaste, a las condiciones del medio, a
las variaciones del clima, y, finalmente, a la muerte y desintegración.
Tradicionalmente se le ha clasificado como perteneciente al reino animal,
precisamente porque comparte muchas características con los animales: comer,
beber, dormir, crecer, nacer, morir, sentir, moverse, actuar por instintos o impulsos,
etc.
Sin embargo, el ser humano posee también características que parecen
distanciarlo del mundo puramente físico y biológico: el pensar, el razonar con
conceptos abstractos, el poder transformar la naturaleza mediante la ciencia y la
técnica, el crear obras de arte admirables por su sublimidad, el tener conciencia de
sí, el actuar con libertad y poder decidir sus acciones racionalmente, el guiarse en
su actuar por determinados valores, el tener conciencia moral y juzgar sus acciones
en función del bien o el mal... Todo esto no se da en otros seres de la naturaleza,
por lo cual el hombre se ha considerado siempre superior a ellos, dotado de una
dignidad y un valor de los cuales carecen los demás seres. A esto le llamamos el
carácter o dimensión espiritual del ser humano.
Por tanto, la persona humana creada individualmente a imagen de Dios, es a la
vez corporal y espiritual, es alma y cuerpo. El alma, que además de dar vida al
cuerpo, es un principio de naturaleza espiritual, al cual se atribuyen las funciones
superiores que no tienen los otros seres, ni siquiera los animales superiores: la
inteligencia racional y la voluntad libre.
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Cuando hablamos de que el ser humano es “alma espiritual”, queremos decir


que, por gracia divina, el hombre tiene la capacidad de entrar en comunión con
Dios y esto lo diferencia del resto de los seres vivos.

3.2. El peligro de una antropología dualista: Cuerpo + Alma = hombre.


Estas dos profundas realidades que conforman nuestra existencia humana,
algunos las perciben simplemente como dos realidades completamente distintas y
contrapuestas una con la otra. Esta forma de pensar es lo que llamamos
reduccionismo antropológico, implica concebir al hombre como dotado de dos
principios constitutivos: uno, el cuerpo, que lo liga justamente al mundo material y
biológico (principio material); y otro, el alma.
El problema del dualismo está en concebir estas dos dimensiones de la persona
como dos cosas opuestas, es decir dos realidades contrarias en lucha, o una más
importante en detrimento de otra. Por ejemplo, creer que el cuerpo, la carne es
pecado, por tanto, hay que mortificarla porque está en contra del alma, la cual hay
que salvar. Esta manera de entender al ser humano ha estado presente durante
muchos siglos en la concepción cristiana, por influjo del maniqueísmo1.

3.3. El peligro de una antropología exclusionista: espíritu o materia (monismo)


a) Únicamente el alma: espiritualismo
A lo largo de la historia muchos han identificado al ser humano con el alma y,
en consecuencia, desvalorizan el cuerpo pues lo consideran como un agregado
accidental o como una prisión para el alma, que sería el verdadero ser del hombre.
A esto llamamos visión espiritualista del hombre2.

1 Maniqueísmo: Secta religiosa fundada por un persa llamado Mani (o Manes) (c. 215-275),
considerado por sus seguidores como divinamente inspirado. Los Maniqueos creen que el espíritu
del hombre es de dios, pero el cuerpo del hombre es del demonio. En el hombre, el espíritu o luz
se encuentra cautivo por causa de la materia corporal; por lo tanto, creen que es necesario practicar
un estricto ascetismo para iniciar el proceso de liberación de la luz atrapada. Desprecian por eso la
materia, incluido al cuerpo.
2 Según esta visión en el hombre hay un principio inmaterial, metafísico, irreductible a la materia,
que es el alma espiritual. De ahí que el hombre es un ser compuesto de dos elementos o sustancias:
alma y cuerpo, que sólo de manera transitoria están unidos. Esta doctrina, en sus extremos,
considera que el verdadero ser del hombre es precisamente su alma espiritual, de tal manera que
el cuerpo resulta accesorio.
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Los espiritualistas subrayan con fuerza la discontinuidad del ser humano


respecto al mundo material y animal, como consecuencia encontramos una
desvalorización de la dimensión corpórea. En Platón, por ejemplo, se nota un
rechazo del cuerpo y sus apetencias, Él lo mira como algo más bien malo y
pecaminoso, en lucha con el alma; Descartes, aunque no es tan negativo en juzgar
al cuerpo, lo considera como "cosa" extensa, de un modo puramente objetivo,
contraponiéndolo al alma, que sería el yo o sujeto3.

b) Únicamente la materia (cuerpo): materialismo


Otros pensadores, llamados materialistas4, especialmente en los últimos tres
siglos, fuertemente influidos por las investigaciones científicas y por la teoría de la
evolución, han visto al hombre más integrado al mundo material y biológico,
llegando a negar toda diferencia esencial entre el hombre y los demás seres de la
naturaleza, es decir, el ser humano sería simplemente un animal un poco más
evolucionado, pero nada más.
Para estos pensadores no tiene objeto hablar de un alma espiritual, pues todo
se explicaría como resultado de la evolución biológica. El peligro de pensar así, es
que con facilidad se sostiene luego que un embrión humano, un feto no es más

3 De esta concepción dualista ha derivado una cierta espiritualidad en el cristianismo que ha visto
al cuerpo como fuente de pecado, en particular en lo que se refiere a la sexualidad, con lo que se
ha tendido a ver el sexo como malo o pecaminoso. De ahí la necesidad de "mortificar" el cuerpo
con sus apetitos y tendencias. Hoy en día, en cambio, se tiende a dar un juicio más equilibrado.
4 Una de sus más difundidas expresiones la encontramos en el francés Jacques Monod (+ 1976),
premio Nobel de Fisiología y Medicina. Expone su teoría acerca del origen del cosmos y del hombre
en su célebre obra El azar y la necesidad (1970), donde defiende que el mundo, y el hombre en
particular, no son fruto de una evolución entendida en forma teleológica, como se ha creído. Es
decir, no es que el surgimiento de la vida y del hombre sean resultado de un proyecto creador, que,
de las formas más primitivas de la materia, fue desarrollándose según un plan preconcebido hasta
desembocar en el hombre como su fruto más preciado. Al contrario, en el origen de todo está la
materia y ésta no es guiada por ninguna finalidad preestablecida. La vida brotó por accidente, una
entre millones de posibilidades. Lo que guía el proceso de la evolución es el azar, la suerte, las
coincidencias accidentales.
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que un pedazo de carne que se puede desechar si estorba, la eutanasia podría ser
un derecho humano, etc.
Indistintamente en donde se ponga la acentuación, el resultado de estas
cosmovisiones exclusionistas es la presentación de antropologías reduccionistas. Y
los reduccionismos son explicaciones parciales.
* Desde los enunciados de Lammetrie -«el hombre no es más que una
máquina»; «no hay más alma que el cerebro»- hasta las más recientes, que
consideran al hombre como un animal biológicamente algo más sofisticado que el
resto (Wilson), mediatizado esencialmente -y no sólo influenciado- por su entorno
sociocultural o económico (Marx), o por sus pulsiones afectivas-sexuales (Freud).
* O bien, el extremo opuesto, el discurso “religioso” que sostiene: «lo que
importa es salvar el alma», «A la Iglesia y los curas les compete solo la salvación de
las almas, no las realidades terrenas como el problema de la minería, la
problemática económica o política, etc».
Debajo de estas sentencias, subyacen una concepción pobre y limitada del ser
humano: ya sea espiritualista, que niega la dimensión temporal de la realidad
mundana, ya sea un materialismo biologista, que niega la dimensión trascendente
de la persona humana. En conclusión, los reduccionismos dan una imagen falsa del
hombre, una imagen empobrecida.

c) Nuevas propuestas filosóficas: El Personalismo


Dentro de esta nueva escuela de pensamiento encontramos el Personalismo
cristiano. En él se concibe al hombre como una unidad de cuerpo y alma. Son dos
co-principios, que no existen en sí separadamente. La unidad de alma y cuerpo no
es algo accidental: es el hombre el que piensa, no es el alma sola; no es el cuerpo
el que siente, sino todo el hombre. El personalismo afirma que el hombre ha de
interpretarse como la unión del alma y cuerpo. En esta corriente encontramos a
Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, Gabriel Marcel, Karol Wojtyla.
Bajo esta forma de concebir al ser humano está la doctrina bíblica, que a
continuación abordaremos.
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4. La concepción antropológica en pensamiento hebreo


Antes de abordar quién es el ser humano en la fe del Antiguo Testamento,
conviene precisar qué entiende la tradición bíblica por hombre. Examinar los
términos más importantes del vocabulario antropológico hebreo es el objetivo de
este apartado.
Desde ya afirmamos que en la tradición hebrea predomina una visión sintética
y totalitaria del ser humano, el hombre es visto como una unidad. Las partes
designan al todo.

La terminología antropológica hebrea


Desde el punto de vista de la cultura hebrea, el hombre es visto en su unidad.
El ser humano es considerado como una unidad de fuerza vital a través de la cual
está en relación con Dios, con los prójimos y con el ambiente circundante.
La Biblia considera al ser humano de modo sintético, y lo presenta como un ser
múltiple en la unidad, de aquí que las afirmaciones antropológicas se refieren tanto
a cada una de las partes cuanto a todo el ser humano en su conjunto. La idea que
la cultura hebrea se hace del hombre, se refleja en tres términos: basar, nefes y
ruah. Ninguno de estos términos tiene una equivalencia precisa en las lenguas
occidentales.
4.1. Basar
Significa originariamente la carne de cualquier ser vivo, hombre o animal. De ahí
pasa a designar al mismo ser viviente en su totalidad. Su significado se aproxima al
que en las lenguas modernas tiene el cuerpo.
Basar se emplea, además, frecuentemente, como designación del hombre
entero (Sal 56, 5.12). Dado que se aplica también a los animales, su atribución al
hombre subraya el sustrato biológico común a éste y a los demás seres vivientes.
En el uso del término hay dos notas características:
• Basar puede significar el parentesco, el hecho de que la carne del otro
es también la carne propia en cierta medida: Gn 2,23-24; Gn 37,27; Is 58,7
Se utiliza, por tanto, para hablar de la solidaridad, de comunión.
• En segundo lugar, sugiere también el aspecto de debilidad del
hombre (debilidad física y moral), fragilidad y caducidad inherentes a la
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condición humana (Gn 6,12; Is 40,6; Sal 78,39: «Se acordaba de que ellos
eran carne, un soplo que se va y no vuelve más». Carne en el Antiguo
Testamento no es fuente de mal, sino simplemente manifiesta al hombre
como un ser limitado ontológicamente, manifestado en sus características
biológicas.

4.2. Nefesh
Es la noción central de la antropología israelita. Primeramente, significó la
garganta y por analogía, la respiración (aliento = 2 Sam 16,14; 1 Re 17,21s). De ahí
toma el sentido de principio-vital o vida. En fin, designa al propio ser viviente en
general y más particularmente al hombre.
La nefesh es el centro vital inmanente al ser humano; con este término se puede
significar lo que hoy llamaríamos la personalidad. Así se dice que Israel «conoce la
nefesh del extranjero» (cfr Ex 23,9), esto es su psicología. Ahora bien, la nefesh
hebrea no es una entidad puramente espiritual (como la psyché platónica) sino que
está afectada por un permanente coeficiente de corporeidad. El pueblo hambriento
se lamenta de tener la nefesh «seca» (Nm 11,6). No es extraño que basar y nefesh
se utilicen indistintamente para denotar al hombre entero, funcionando como
sinónimos. La pareja basar-nefesh nos remite a partes de la estructura humana que
se sumarían para dar como resultado el hombre entero. Ambos términos son una
expresión que engloba lo humano: todo el hombre es basar; todo el hombre es
nefesh5.
En otras palabras: el hombre es unidad psico-somática, cuerpo animado y/o alma
encarnada. El hombre es una realidad compleja, pero a la vez, unitaria en su
concreta plasmación psico-orgánica.

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Al nefesh se le pueden atribuir las sensaciones orgánicas del hombre, y de los órganos corporales
se predican operaciones psíquicas: las entrañas se estremecen (Ct 5,4: “Mi amado metió la mano
por la hendidura; y por él se estremecieron mis entrañas”; Pr 23, 16: “Y exultaron mis riñones al
decir tus labios cosas rectas”).
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4.3. Ruah
El término significa primeramente brisa, viento; consiguientemente significará la
respiración o incluso la vitalidad. Pero en la mayoría de los casos se usa para
denotar el espíritu de Yahvé; en algunos casos, la comunicación que de ese espíritu
hace Yahvé al hombre. El concepto expresa una nueva dimensión del hombre: la
de su apertura a Dios, la capacidad de entrar en diálogo y comunión con Él.
El hombre, en cuanto nefesh o basar, está consagrado a la caducidad, pero no
es una entidad clausurada sobre sí. Es también verticalmente abierta, capaz de
sostener una relación dinámica con Dios, quien por el otorgamiento del ruah,
posibilita el trascenderse de la nativa condición carnal por la participación del don
divino.

4.4. Leb
Otro término es Leb, se traduce por corazón y es el concepto antropológico más
frecuente. El corazón (leb) es la interioridad buena de Dios (cf. Gn 6,56; 8,21; 17,17).
Es también la sede más honda de la experiencia humana, el lugar en el que se
asientan los afectos, los sentimientos, las pasiones de su vida. Indica: corazón como
órgano corporal (1 Sam 25,37); como sede de los sentimientos «Mi corazón exulta en
Yahvé» (Sal 13,6); como sede de los deseos (Sal 21,3).
La tradición más occidental ha tendido a contraponer el entendimiento y el
corazón, es decir, la racionalidad y el mundo de los sentimientos. Por el contrario,
en la Biblia el corazón sigue siendo la sede no sólo de los afectos, sino también de
las ideas y de los pensamientos. Para entender el sentido de corazón resulta
ejemplar la formulación de shemá: «Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón
[leb], con toda tu alma [nefesh], con todas tus fuerzas [me’od]». Estos son los tres
niveles o momentos básicos de la vida humana: el corazón que es la sede básica
de las decisiones, el alma o nefesh que expresa sus deseos y las fuerzas de la
voluntad que expresan su poder.

En síntesis, el hombre:
a) es basar en cuanto ser mundano, solidario de los demás seres, y
particularmente de sus semejantes. Un ser frágil y caduco.
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b) es nefesh en cuanto ser equipado con un dinamismo vital inmanente.


c) participa del ruah en cuanto es receptor del influjo carismático de
Dios, que lo pone a su servicio y lo llama a un destino salvífico.
De estas tres dimensiones la más importante es la tercera, en la que se plasma
la decisiva relación Dios-hombre. El ser humano vive literalmente de la llamada
divina y se mantiene en la existencia en la medida en que está a la escucha,
perseverante y atenta de la palabra divina. En este juego de escuchar y responder,
late el secreto del logro o malogro de la existencia humana, que es esencialmente
existencia dialógica. Según la Biblia, y a diferencia de otras religiones, no es el
hombre el que busca a Dios, sino Dios el que busca y alcanza al hombre para que
éste pueda finalmente dar con El. La Biblia nos ofrece el retrato de un ser cuya
única razón suficiente es el ser-para-Dios. Ahora bien, el fundamento radical de este
ser-para lo constituye el ser-desde, su unidad creatural.

5. Conclusiones
De la concepción unitaria del hombre se desprende una serie de conclusiones
para la espiritualidad cristiana, que señalamos a continuación:
✓ El hombre está llamado a la unidad personal, acabando con toda división
interna, o desintegración en la que muchas veces se encuentra. Esta unidad
tiene su modelo en Dios su creador, que es a la vez uno y trino.
✓ Existe una interdependencia entre la vida del espíritu y la vida corporal, que
no puede ser ignorada en la práctica de la vida cristiana. La persona humana
es sujeto único de acciones espirituales y corporales.
✓ El hombre no es un espíritu que mora en el cuerpo como en un lugar extraño,
ni el cuerpo es un sobreañadido a manera de apéndice, sino una dimensión
constitutiva fundamental del ser humano, a través del cual se hace presente
al mundo.
✓ La espiritualidad se interesa por el hombre entero, en su dimensión corporal
y espiritual y también en las situaciones concretas de la vida. Interesa la
persona entera: cuerpo y alma, corazón y consciencia, inteligencia y
voluntad; y las situaciones concretas: con su familia, y sociedad, con su
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geografía y su historia. Interesa el hombre como tal: el que se mueve en la


calle, se ocupa de su trabajo, de política o economía.
✓ Esta consideración unitaria del ser humano exige el desarrollo armónico de
los varios sectores: inteligencia, afecto, acción. El desarrollo unilateral da
origen a defectos graves: espiritualidad teórica o abstracta, o devocional, o
exteriorizante, hecha de activismo.
✓ Hay que acentuar simultáneamente los dos aspectos fundamentales, tanto
el espíritu como el sentido. Una tarea urgente de la espiritualidad es una
mayor atención a los valores humanos y corporales, en orden a la integración
en la vida espiritual.
✓ La unidad de cuerpo y alma, de los dos principios espiritual y material, pone
de manifiesto la historicidad y la mundanidad del hombre. La corporeidad
nos da la posibilidad de unirnos a los demás. Por otro lado, el ser humano
se va cuajando en el trato y en la comunidad con los otros. Por una parte, el
hombre está inmerso en el mundo; por otra, por su condición espiritual lo
trasciende.
✓ Hablar de fe significa tocar las raíces del ser humano, porque para ser
auténticamente hombres, como individuos y como comunidad, es necesario
creer en algo. Por lo que tal vez la raíz de la crisis esté en la pérdida de esta
visión de fondo.

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