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ANTE LA PANDEMIA:

“SER COMUNIDADES ORANTES


AL SERVICIO DEL REINO”

INTRODUCCION

1. TESTIGOS DE LA EXPERIENCIA DE DIOS

2. “UN DESEO EN TIEMPOS DE TRIBULACIÓN”

3. ANTE LA PANDEMIA: “CAMINAR EN LA PRESENCIA DEL DIOS VIVO”

4. VOLVER NUESTRA MIRADA A LA VIDA DE JESÚS

5. ILUMINACIÓN DESDE LA PALABRA DE TERESA DE JESÚS

6. EL CARMELO DESCALZO, NACE DE LA ORACIÓN Y TIENDE A LA ORACIÓN:

7. SER CARMELITA EN LO HUMANO Y CRISTIANO

8. LA ORACION QUE IMPULSA A LA MISIÓN

9. CONVOCADOS A VER EL MUNDO CON LOS OJOS DE CRISTO

10. LA URGENCIA DE ACTUAR DESDE EL AMOR

11. ILUMINAR NUESTRA VIDA ORANTE CON LA FUERZA DEL ESPÍRITU DEL SEÑOR

12. UNAS PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

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«Cuando yo veo almas muy diligentes a entender
la oración que tienen y muy encapotadas cuando
están en ella, que parece no se osan bullir ni
menear el pensamiento, porque no se les vaya un
poquito de gusto y devoción que han tenido,
háceme ver cuán poco entienden del camino por
donde se alcanza la unión y piensan que allí está
todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras
quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien
puedes dar algún alivio, no se te dé nada de
perder esa devoción y te compadezcas de ella…
ésta es la verdadera unión con su voluntad» (5
Moradas 3, 11)

«Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve


este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre
obras, obras» (7 Moradas 4, 6).

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INTRODUCCIÓN:

SER CARMELITAS DESCALZOS EN LA PANDEMIA


Una de las constantes que han marcado este tiempo pandémico ha sido comprender que “ La
debilidad, nos hace más humanos y ésta nos acerca más al Dios de Jesús”. Es un tiempo único para
iluminar a tanta fragilidad, a la inseguridad que hoy en nuestro ambiente vivimos y para que, como
carmelitas, hagamos presente nuestra fe en Jesús y el valor transformante que produce en nuestra
vida. Es el aporte que en su momento hicieron nuestros santos y que hoy nos toca aportar. Es lo que
nos pide la Iglesia y nuestros hermanos y hermanas.

Antes de la Pandemia, todo parecía funcionar, pero de repente se paralizó: Los fines de semana ya
no eran diferentes, sus días eran monótonos, la libertad, como la habíamos concebido hasta ahora,
carecía de sentido. Los planes inmediatos se desvanecían. Lo estamos viviendo y como creyentes
tenemos un testimonio y palabra que dar. Se nos brinda la ocasión de anunciar que en el “supuesto"
vacío actual, podemos encontrar una fuente de vida que es Jesús, que quiere entablar con nosotros
comunicación y salvación.

Nos estamos habituando a emitir mensajes, celebraciones, oraciones a través de un nuevo canal
online para nuestros parroquianos. La actualidad y los medios de comunicación nos están obligando
a un enfrentamiento, para estar a la altura de lo que ellos presentan, muchas veces quedando en la
superficialidad. La Iglesia, por medio de sus responsables, nos invitan a atrevernos a construir
contenidos que satisfagan esas inquietudes, abriendo espacios para la trascendencia.
Como carmelitas, tenemos una Palabra que dar. El testimonio de una vida contemplativa es nuestro
primer y fundamental servicio a la Iglesia y a la humanidad. La oración misma tiene el poder de
transformar el mundo y a los demás. Lo hace de modo escondido, sin que ni siquiera caigamos en la
cuenta de cómo ha acontecido. Nuestra oración cotidiana tiene una intención apostólica y eclesial, y
no sólo personal o privada, como nos recuerdan tantos ejemplos de la tradición bíblica y de la
historia del Carmelo: María, Elías, Teresa de Jesús, Teresa del Niño Jesús, etc.

Es aquello a lo que en esta reflexión quiero invitarles: a redescubrir nuestro llamado y misión. El
primer elemento es el ser orantes, de allí derivará el resto. Es el impulsor de nuestro apostolado, y
que nos hace verdaderamente creíbles. Quien ha descubierto su vocación a la vida de oración como
seglar y va descubriendo la gran transformación de su ser, está preparado para realizar una misión
concreta en la Iglesia y en el mundo. Desarrollemos en qué puede consistir esa misión que debe
realizar el contemplativo carmelita descalzo seglar, que vive en el mundo.
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1. TESTIGOS DE LA EXPERIENCIA DE DIOS:

Partimos del descubrimiento de nuestra vocación y misión; de esos elementos esenciales de nuestro
carisma y cómo la oración es ese eje trasversal, que atraviesa toda nuestra vida (Constituciones 3;
9a).
Un primer elemento es el vivir en obsequio de Jesucristo, apoyándose en la imitación y el patrocinio
de la Santísima Virgen, cuya forma de vida constituye para el Carmelo un modelo de configuración a
Cristo. Buscamos la “misteriosa unión con Dios” por el camino de la contemplación y de la
actividad apostólica indisolublemente hermanadas al servicio de la Iglesia en medio de nuestra
seglaridad (Constituciones 18).
Damos importancia particular a la oración que, alimentada con la escucha de la Palabra de Dios y la
liturgia, nos conduce al trato de amistad con Dios, no sólo cuando oramos, sino cuando vivimos en
nuestro mundo. Esto nos compromete en esta vida de oración, que se ha de nutrir con la fe, la
esperanza y sobre todo con de la caridad para vivir en la presencia y el misterio de Dios vivo y
penetrando de celo apostólico la oración y la vida en un clima de fraternidad humana y cristiana
(Constituciones 20-24).
2- “UN DESEO EN TIEMPOS DE TRIBULACIÓN”:
El P. General Saverio Canistrà, con fecha 5 de marzo del presente año, ha dirigido un mensaje a
toda la Orden titulado “Un deseo en tiempos de tribulación”. Quiero invitarles a que lo leamos,
porque nos presenta la situación en la que estamos viviendo a consecuencia de la Pandemia, pero
nos advierte la necesidad de identificar el sentimiento que vivimos y de vivir la realidad que nos toca
vivir; junto a ello el aporte de nuestro Carmelo para vivir como carmelitas descalzos esta realidad.
Transcribo parte del mensaje del P. General:
Queridos hermanos y hermanas en el Carmelo: Lo que estamos experimentando más o menos
en todo el mundo desde hace algunas semanas se puede definir sin duda como una prueba. En
el Nuevo Testamento hay una palabra, thlîpsis, generalmente traducida como «tribulación», que
quizás nos ayuda a poner nombre a lo que estamos experimentando. Me refiero no solo a un
nombre científico o un nombre que expresa nuestra reacción inmediata, sino un nombre que
nos retorna a la historia de la salvación, a la verdad de un Dios que ha hablado a los hombres,
que se ha hecho hombre y que sigue caminando con los hijos de los hombres. El riesgo,
efectivamente, es afrontar este momento, tan serio e importante, ya sea prescindiendo por
completo de la fe o, por el contrario, recurriendo a una religiosidad que tiene poco que ver con
el Dios revelado en Jesucristo.
Es igualmente normal que, como creyentes, recurramos a Dios orando por los enfermos, por
quienes los ayudan, por los muchos fallecidos, por los científicos dedicados a la búsqueda de
una vacuna, por todos aquellos que están en condiciones de pobreza debido a la crisis
económica. Sin embargo, hay un nivel más profundo, que tiene que ver con una lectura
creyente de la historia, con la presencia de Dios en medio de las tribulaciones y las pruebas de
la humanidad. Es un nivel en el que quizás preferimos no entrar y permanecer en silencio. El
silencio es oro cuando es el espacio para la reflexión, para una búsqueda interior, para
escuchar en profundidad.
Sin embargo, no Io es cuando es consecuencia de una inercia del espíritu y un bloqueo del
pensamiento, cuando nos limitamos a ingerir dosis masivas de información, sin asimilarlas,
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evaluarlas y procesarlas. Si nos preocupamos solo por la emergencia sanitaria y la
consecuente crisis económica, «¿qué estamos haciendo de extraordinario? ¿No lo hacen esto
también los paganos?». Para empezar, una tribulación no es algo bueno, no es una gracia. Hay
una fuerza de muerte que actúa en todas las formas de tribulación y esta fuerza nos pone a
prueba, nos empuja a la tentación situándose entre nosotros y Cristo, entre nuestra humanidad
débil y herida y la fuerza de su vida resucitada.
La sombra de muerte que el poder de la tribulación proyecta sobre cada uno de nosotros es tal
que oscurece la visión de aquel que está más allá. Nos mantendríamos separados de la luz y la
vida si en esa misma sombra, en esa misma muerte no hubiera un rastro, una presencia de la
vida. La tribulación, de hecho, es siempre para el cristiano el lugar por el que Cristo pasó, o
más bien por el que Cristo sigue pasando y nos conduce hacia la luz de la Pascua. Pero
también decimos otra cosa, más difícil de aceptar y, sobre todo, de vivir y testificar, a saber, que
el encuentro con la vida resucitada supone siempre atravesar el mal y la muerte.
En la thlîpsis hay un movimiento hacia adelante, como si en un cierto momento la historia diera
un salto, una aceleración hacia el futuro. Es particularmente difícil no poder celebrar la
Eucaristía con los fieles, escuchar confesiones, impartir la unción de los enfermos, celebrar el
funeral de los muchos fallecidos, acompañar a las familias. Estamos llamados a dar un paso
atrás y dejar espacio a médicos, enfermeros y voluntarios, que son los verdaderos héroes de
esta pandemia del Tercer Milenio. Hay quienes lo piensan y hablan de decadencia y de
subordinación de la Iglesia a las autoridades civiles.
La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará
nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica.
Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por un mandato político y no flirtea con la
izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y
la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas.
La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil
porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad
envalentonada. Quizás forma parte también de este proceso la tribulación que hoy nos asedia y
nos encierra, y frente a la cual nos sentimos totalmente impotentes. La limitación de los
desplazamientos no impide en absoluto este movimiento hacia el futuro, al contrario, podría
promoverlo y estimularlo. Esperar llena no de objetos, sino del sujeto amado nuestro espacio
vacío de él.
3. ANTE LA PANDEMIA: “CAMINAR EN LA PRESENCIA DEL DIOS VIVO”

La respuesta a esta realidad que nos toca vivir es de nuestra identidad carmelitano-teresiana y con
ojos de fe. El presente se nos presenta dando paso a la incertidumbre, ante el desconcierto. Como el
pueblo de Israel, la vida de fe se ha encontrado de repente sin las certezas del pasado de nuestras
seguridades. Comprendemos que el exilio, como lo vivió el pueblo de Israel, no es sólo un
acontecimiento externo, sino lleno de espacios y de contenidos personales que afligen nuestra
persona, la forma de ver los acontecimiento y la vida de los que nos rodean.

San Juan de la Cruz en su famoso poema de la Noche Oscura, en una de sus frases dice: «salí
de...», en medio de la noche, definen todo nuestro camino espiritual; el inevitable acontecer diario de
la vida, adentrarnos «por nuevos caminos no sabidos ni experimentados» para «ir a tierras no
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sabidas», nos abocan a esta misma realidad. Albergamos en nuestros corazones vínculos
espirituales y nostalgia de lo vivido. 

Se necesita tener una profunda fe, para afrontar los desafíos del tiempo presente. Las experiencias
nuevas hechas con discernimiento orante, lejos de hacer perder la identidad, nos llevarán a
conservarla en forma renovada. Se puede hablar, más que de cambios, de un cambio de época
caracterizado por ideologías que marcan comportamientos y formas de ver el mundo. En particular
--y queremos señalarlo con un poco de detenimiento-- se dan algunos fenómenos como la
secularización, la liberación, la globalización y la nueva ética.

La secularización trae consigo una transformación de la relación del ser humano con la
naturaleza, con los otros y con Dios. Es el fenómeno de la desacralización que afirma la legítima
autonomía de la persona, de la cultura y de la técnica. Esto puede originar algunos desequilibrios
entre la autonomía del ser humano y la pérdida del sentido de Dios, entre los valores religiosos y los
nuevos mitos e ídolos. Por otra parte, y como reacción opuesta, se constata con frecuencia en
diversas partes del mundo el fundamentalismo religioso que lleva consigo la negación de la libertad y
la autonomía de la persona, de la cultura y de la técnica, así como la persecución de las minorías
religiosas.

Otro fenómeno que no puede ignorarse es el de la liberación. Personas, grupos, pueblos y culturas


no quieren ser objetos en mano de aquellos que detentan el poder. Desean ser protagonistas en una
situación de igualdad, responsabilidad, participación y comunión. La toma de conciencia de la
dignidad de la persona humana impulsa a buscar caminos de realización de la misma, a través del
ejercicio de sus derechos fundamentales eficazmente reconocidos, tutelados y promovidos.

En este campo hay que insertar también el movimiento feminista que busca reconocer a la mujer el
espacio que le corresponde en la sociedad y en la Iglesia. También caracteriza el momento actual el
fenómeno de la globalización, tecnológica, económica, política, cultural. El mundo vive hoy un
proceso de unificación a causa de la creciente interdependencia en todos los ámbitos. Frente a
esto, la Iglesia, especialmente en sus documentos sociales, ha subrayado la dignidad de la persona
humana y la dimensión familiar de la humanidad.

Ésta, «a pesar de estar desfigurada por el pecado, el odio y la violencia, está llamada por Dios para
ser una sola familia». Por ello el concepto de la individualidad de la persona debe ser completado
con los de solidaridad y responsabilidad común, especialmente en relación a los pobres. La
globalización actual es una nueva manifestación del encuentro de los pueblos, que trae consigo
esperanzas y temores, posibilidades y peligros. Una ética que relega Dios y la religión al ámbito
privado. Se hace urgente una ética fundada en la dignidad de la persona humana creada por Dios, el
único absoluto.

Al mismo tiempo, la Orden, hoy más que nunca, se comprende como un movimiento espiritual dentro
de la Iglesia por los numerosos testimonios y doctrina de nuestros beatos, santos y
doctores. Formamos así una familia universal integrada por religiosos, monjas y laicos, todos en
camino hacia la nueva humanidad. Teniendo en cuenta los desafíos culturales dados por una
situación de exilio y esperanza, por un mundo en cambio y en permanente transformación, por una
nueva situación en la Iglesia, que afectan nuestro carisma, debemos volver sobre los aspectos
fundamentales de nuestra vida.

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4. VOLVER NUESTRA MIRADA A LA VIDA DE JESUS

Cristo es el centro de la vida y de la experiencia cristianas, y es a Él al que debemos mirar, es fuente


permanente de inspiración en nuestro seguimiento. Él, Hijo de Dios, se encarna para revelarnos el
designio del Padre y para comunicarnos una nueva vida, la verdad de Dios y la nuestra, Dios que se
nos comunica, nosotros que somos hijos, llamados a la unión con él. Volver a los valores esenciales
del evangelio significa, ante todo, acercarnos a Cristo a través del Nuevo Testamento y abrirnos a la
acción del Espíritu. En Cristo Dios nos ha revelado todo.

Para cada generación, Jesús aparece como el que revela el designio último de Dios sobre el ser
humano y sobre el mundo. Jesús es el evangelio viviente. «¡Bendito sea tal libro que deja imprimido
lo que se ha de leer y hacer de manera que no se puede olvidar!». Toda la existencia de Jesús, todo
acto humano de Jesús es revelador-liberador, proclamación de la Buena Noticia de Dios.

«Ungido con el Espíritu», «pasó haciendo el bien». De este modo Él es el libro abierto en el que
todos podemos inspirarnos para orientar nuestra existencia humana, cristiana y de vida seglar. La
lectura atenta de los evangelios y su meditación en la oración nos permite captar los rasgos
fundamentales de Jesús. Él encuentra la fuerza en la comunión con el Padre-Abbá y enseña a sus
discípulos a orar al Padre con la confianza de los hijos.

La oración es la marca de la vida de Jesús. Ora por Pedro, pasa noches en oración, bendice el


pan, participa en las romerías, peregrinaciones. Suscita la voluntad de orar, que lleva a los apóstoles
a pedirle «enséñanos a orar». Jesús es una persona que vive para los demás.

Jesús permanece fiel en el cumplimiento de la voluntad del Padre, a quien se abre confiado en la
oración, hasta la muerte. En el momento de la crucifixión sus discípulos lo abandonan y Dios
aparentemente calla. Del evento pascual nace la fe de la comunidad cristiana que reconoce en la
palabra y la historia de Jesús la revelación definitiva de Dios. Esta fe se expresará en el seguimiento
de Jesús, que es una vida conforme a su palabra e iluminada por su Espíritu.

5. ILUMINACIÓN DESDE LA PALABRA DE TERESA DE JESÚS

Para la Santa Madre la oración es una fuerza comprometedora. Por lo mismo que el hombre
experimenta a Dios, un Dios "comprometido", que ha optado por la persona. Sin oración, el cristiano
pierde su alma y se vacía de contenido. "Sepan que el tiempo que estuve sin oración era mucho más
perdida mi vida"(Vida 19, 11). 

Además, la oración proyecta a la evangelización y construcción de la comunidad de los creyentes. La


Iglesia es orante. Orar, y consagrar toda una vida a la oración, no es ausentarse de la Iglesia ni de la
humanidad. Por eso, una iglesia y un cristiano conscientes y comprometidos con su vocación
tendrán que hacer de la oración-amistad la puerta y el camino de su voluntad y el propósito de estar
en el mundo.

Descubre Teresa en esa realidad que le tocó vivir, una llamada de Dios para actuar, y convoca a sus
hijas de la comunidad de san José de Ávila a unirse en esa misión urgente, imprimiendo un sentido
apostólico en su vida. Hablará de "ímpetus grandes de aprovechar almas” (Vida 32, 6), y está
dispuesta a todo, a morir mil muertes "por salvar una sola alma de tan gravísimos tormentos” (Vida
32, 6). Teresa señala cómo la oración lleva a un compromiso activo:

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«Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando
están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento, porque no se les vaya un
poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde
se alcanzan la unión y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el
Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa
devoción y te compadezcas de ella… ésta es la verdadera unión con su voluntad» (5 Moradas 3, 11)

«Para esto es la oración, hijas mías, de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre
obras, obras» (7 Moradas 4, 6).

«Torno a decir, que para esto es menester no poner nuestro fundamento sólo en rezar y contemplar;
porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas siempre, os quedaréis enanas»(7 Moradas 4,
10).

La oración tiene un contenido, una finalidad eclesial, aunque sea hecha en silencio por el


orante. Precisamente Santa Teresa, pone en marcha una «reforma» en la Orden del Carmen con el
propósito de «servir» a Dios ayudando a la Iglesia con su oración y la de sus hijas. «Para que todas
ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y predicadores y letrados que la
defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío». (Camino de Perfección –códice
del Escorial- 1, 2; ver, además, Camino de Perfección –códice de Valladolid- 1, 1-2; 3, 2-6;
Fundaciones 1; Vida, 32, 6 y 9).

El encuentro con un misionero, el P. Maldonado, despierta en Teresa su vocación más genuina, la


que había tenido siempre, que ella llamará vocación de almas: “Clamaba a nuestro Señor,
suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio… y que
pudiese mi oración, algo, ya que yo no era para más. Había gran envidia a los que podían por amor
de nuestro Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes. Y así me acaece que cuando en
las vidas de los santos leemos que convirtieron almas, mucho más devoción me hace y más ternura
y más envidia que todos los martirios que padecen, por ser esta la inclinación que nuestro Señor me
ha dado, pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos
mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer” (Fundaciones, 1, 7)

6. EL CARMELO DESCALZO, NACE DE LA ORACIÓN Y TIENDE A LA ORACIÓN:

El Papa Benedicto XVI, escribió una carta a monseñor Jesús García Burillo, obispo de  Ávila, con
ocasión del 450 aniversario del monasterio de San José. Un evento importante porque marcó el
inicio de la reforma que emprendió Santa Teresa de Jesús…En la carta, el Papa define a Santa
Teresa de Ávila como una mujer «enamorada del Señor que sólo quiso agradarlo en todo» y destaca
que con su reforma del Carmelo «quería propiciar una forma de vida que favoreciera el encuentro
personal con el Señor». «El Monasterio de San José de Ávila, nace precisamente con el fin de que
sus hijas tengan las mejores condiciones para hallar a Dios y entablar una relación profunda e
íntima con Él».

“Resplendens Stella”: «Una estrella que diese de sí gran resplandor» (Libro de la Vida 32,11). Con
estas palabras, el Señor animó a Santa Teresa de Jesús para la fundación en Ávila del monasterio
de San José, inicio de la reforma del Carmelo; una luz segura para descubrir que por Cristo llega al
hombre la verdadera renovación de su vida. Enamorada del Señor, esta preclara mujer no ansió sino
agradarlo en todo. En efecto, un santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en la
excelencia de sus cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su
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alma, actúe a través de su persona, sea Él el verdadero protagonista de todas sus acciones y
deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio.

Esto solo es posible para quien tiene una intensa vida de oración y ésta consiste, en palabras de la
Santa abulense, en «tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama»
(Libro de la Vida 8,5). La reforma del Carmelo, nace de la oración y tiende a la oración. Al promover
un retorno radical a la Regla primitiva, Santa Teresa de Jesús quería propiciar una forma de vida que
favoreciera el encuentro personal con el Señor, para lo cual es necesario «ponerse en soledad y
mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped» (Camino de perfección 28,2). El
monasterio de San José nace precisamente con el fin de que sus hijas tengan las mejores
condiciones para hallar a Dios y entablar una relación profunda e íntima con Él.

Santa Teresa propuso un nuevo estilo de ser carmelita en un mundo también nuevo. Aquellos fueron
«tiempos recios» (Libro de la Vida 33,5). Y en ellos, al decir de esta Maestra del espíritu, «son
menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (ibíd. 15,5). E insistía con elocuencia:
«Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el
suelo. No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios asuntos de poca importancia» (Camino
de perfección 1,5). ¿No nos resulta familiar, en la coyuntura que vivimos, una reflexión tan luminosa
e interpelante, hecha hace más de cuatro siglos por la Santa mística que nos compromete en la
actualidad como carmelitas?

El fin último de la Reforma teresiana y de la creación de nuevos monasterios, en medio de un mundo


escaso de valores espirituales, era abrigar con la oración el quehacer apostólico; proponer un modo
de vida evangélica que fuera modelo para quien buscaba un camino de perfección, desde la
convicción de que toda auténtica reforma personal y eclesial pasa por reproducir cada vez mejor en
nosotros la «forma» de Cristo cf. Gal 4,19). No fue otro el empeño de la Santa ni el de sus hijas.
Tampoco fue otro el de sus hijos carmelitas, que no trataban sino de «ir muy adelante en todas las
virtudes» (Libro de la Vida 31,18). En este sentido, Teresa escribe: «Precia más [nuestro Señor] un
alma que por nuestra industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los
servicios que le podemos hacer» (Libro de las Fundaciones 1,7).

Santa Teresa nos enseña igualmente que junto con este proceso de humanización se da un proceso
de divinización. También a nosotros nos define lo divino y lo humano junto. Toda la ascética
teresiana busca la liberación y el potenciamiento de lo humano, el embellecimiento de la persona, a
fin de que podamos ser transformados en signos e instrumentos del hombre-Dios y el Dios-hombre:
"mientras más santas, más conversables con sus hermanas ... Ser afables y agradar y contentar a
las personas que tratemos" (Camino de Perfección 41,7).
Teresa nos comunica su gozoso descubrimiento de Dios y de sus exigencias que llegan al nudo de
nuestras relaciones humanas. Según ella, la humanización de Dios (su Encarnación), nos abre el
camino y hace posible la nuestra, que se continúa en la humanización de todas las estructuras,
siempre al servicio de la persona, como nos recuerda el Vaticano II: "el principio, el sujeto y el fin de
todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana"(Gaudium et spes 25). En este
aligeramiento de las estructuras se comprometió a fondo Teresa en su proyecto renovador del
Carmelo.
El camino y expresión vivencial -más tarde también doctrinal- de estas experiencias divinas fue la
oración, trato de amistad (45). Es el "medio" y "lugar" por excelencia de su experiencia de Dios.
Santa Teresa subraya la importancia del encuentro con el Señor en el silencio y en la soledad,

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aunque, ya en la plenitud de su unión con Dios, escribe "que entre los pucheros anda
Dios"(Fundaciones 5, 8), y que se comunica por muchos caminos (6 Moradas 8,1). No sólo en los
"rincones"(Fundaciones 5,16).
La oración será el centro y eje de su mensaje espiritual. Entendida como amistad, se extiende a toda
la existencia y lleva a ser amigos de Dios. Por eso, cuando presenta su pedagogía de la oración
insiste en el ser: "qué tales habremos de ser"(Camino de Perfección Valladolid 4, 1). Y habla de la
recreación del ser (amor fraterno, desasimiento, humildad = verdad) como "cosas necesarias para
los que pretenden llevar camino de oración"(Camino de Perfección 4,3).

7. EL SER CARMELITA EN LO HUMANO Y CRISTIANO:

Ser carmelita descalzo es un modo concreto de vivir la condición humana y la identidad cristiana. El
carisma teresiano contiene una visión particular de lo que significa ser hombre o mujer, que no es
diversa de la que propone el Evangelio. Estamos convencidos de que la visión teresiana del hombre
demuestra su particular actualidad ante la búsqueda de sentido y de felicidad de la humanidad de
hoy.
Nos encontramos en un mundo globalizado, que tiene como característica el cambio constante, un
mundo que ha sido definido como líquido, e incluso como gaseoso, donde todo es volátil, provisional
y efímero. Se han dado grandes progresos en la aceptación del valor y de la dignidad de las
personas humanas. Si bien ha crecido la conciencia de formar parte de una sola familia humana,
persisten las diferencias sociales y económicas, la falta de solidaridad, la explotación.

La búsqueda de la felicidad, que es un deseo inscrito en el corazón de cada hombre y mujer, se


expresa con frecuencia de forma consumista y egocéntrica, y frecuentemente está centrado en el
bienestar material, el culto del cuerpo y la atención a la imagen « Pues pensar que hemos de entrar
en el cielo y no entrar en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos
a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino»(2Moradas 11) .
En este contexto, es iluminadora la propuesta antropológica de Teresa de Jesús, que parte de su
experiencia personal de la dignidad extraordinaria de la persona humana: “No hallo yo cosa con que
comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad” (1M 1,1). La dignidad humana no
depende ni de la belleza física ni del prestigio social, fundado en la riqueza, el poder o el origen
aristocrático; todo esto forma parte de la “negra honra” como diría la Santa Madre; uno de los ídolos
del tiempo de santa Teresa, al cual ella se niega a rendir pleitesía. La incomparable grandeza de la
persona humana deriva del hecho de haber sido creada por Dios y elegida por él como su morada.

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Una interioridad donde mora Dios: La intuición de Teresa de Jesús, es que la respuesta a los
deseos y a las necesidades más profundas del corazón humano se encuentra dentro de nosotros
mismos, en lo que ella construye para nuestro conocimiento y entender el «castillo interior» del
alma, en nuestra interioridad, que está habitada por el mismo Dios Uno y Trino. Es necesario volver
hacia nosotros mismos para descubrir las riquezas que están dentro de nosotros; en primer lugar, el
huésped que nos habita, el Dios del cual provenimos y hacia la cual vamos. Mirándonos en él es
posible entrar sin miedo en nosotros mismos y afrontar las oscuridades, las heridas, los conflictos
que forman parte de nuestra identidad.

Desgraciadamente, para los hermanos de nuestra sociedad, incluso de nuestras Iglesia, es posible,
e incluso habitual, pasar la vida fuera de nosotros mismos, en la exterioridad, en la apariencia y en la
superficialidad (términos que caracterizan bien la cultura de nuestro tiempo): “Hay muchas almas
que se están en la ronda del castillo (…), y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay
en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun qué piezas tiene”. (1M 1,5).

Vivir y testimoniar al hombre nuevo: Nosotros, los carmelitas descalzos, tenemos la responsabilidad
y la obligación de mostrar a la humanidad este tesoro que nos ha sido transmitido y que hemos
acogido. Sin embargo, para ser capaces de ello, nosotros mismos debemos hacer una experiencia
profunda de nuestra interioridad y de la unión con Dios, que nos transforma a imagen de Cristo, el
hombre nuevo (cfr. 2Cor 3,18). Una experiencia auténtica del Dios presente en nosotros nos impulsa
a reconocer la presencia de su Espíritu en las situaciones del mundo y nos llama a salir de nosotros
mismos para reconocer los signos de Dios en la historia.
8. LA ORACION QUE IMPULSA A LA MISIÓN

Para nosotros carmelitas descalzos la oración no es solo un cumplimiento, sino la realidad que debe
empapar nuestra vida, de modo que pueda decir en verdad, es como la respiración de mi alma.
Nuestro Maestro Jesús nos da ejemplo, nos enseña la importancia en su vida de la oración, como
parte de ser Hijo de Dios y de su misión. Por medio de ella se mantiene unido al Padre e intercede
por todos, por eso, contemplando a Jesús vemos claramente que, más importante que hablar de
Dios a los hombres, es hablar de los hombres a Dios.

En Jesucristo no existe separación entre oración y vida. El hecho sorprendente de que el Hijo de
Dios tenga necesidad vital de orar y viva en permanente oración nos descubre que para él orar no es
un quehacer más, sino el ambiente habitual de su existencia, la atmósfera en la que vive y actúa.

Nuestro primer llamado como carmelitas seglares es la misma oración, invitados por el Señor a « orar
siempre, sin desfallecer» (Lc 18,1). Oramos por encargo del Señor, no por gustos o sentimientos, es
nuestro llamado. Es darnos cuenta que encontrarme con el Señor, es la Misión primera que la Iglesia
me invita a realizar por los hermanos, no convirtiéndose en una actividad que otra, sino la actividad,
no solo una tarea, sino algo que compromete mi vida. Oración y misión no están separadas para
nosotros.
9. CONVOCADOS A VER EL MUNDO CON LOS OJOS DE CRISTO

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El Papa Francisco afirmó que Santa Teresa es sobre todo maestra de oración y esto fue en una
carta que escribe al superior general con motivo del quinto centenario del nacimiento de santa
Teresa de Jesús y nos dice:

PERSEVERANCIA: Santa Teresa estaba convencida del valor de la oración continua, aunque no


fuera siempre perfecta. La Santa nos pide que seamos perseverantes, fieles, incluso en medio de la
sequedad, de las dificultades personales o de las necesidades apremiantes que nos
reclaman. Teresa nos ha dejado un gran tesoro, lleno de propuestas concretas, caminos y métodos
para rezar, que, lejos de encerrarnos en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio
interior, nos hacen recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una auténtica escuela de
crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.

URGENCIA DE LA ORACIÓN: Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a sus
hermanas que no gastasen el tiempo tratando «con Dios negocios de poca importancia» cuando
estaba «ardiendo el mundo». Como hizo entonces, también hoy la Santa nos abre nuevos
horizontes, nos convoca a una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo, para buscar lo
que Él busca y amar lo que Él ama. El testimonio de vida, como el de Santa Teresa, transparente la
alegría y la belleza de vivir el Evangelio y convoque a muchos jóvenes a seguir a Cristo de cerca.

EN FAMILIA: Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin una auténtica
vida comunitaria. Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas sobre el peligro de la
autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste «todo o gran parte en perder cuidado de
nosotros mismos y de nuestro regalo» y poner cuanto somos al servicio de los demás.
Para evitar este riesgo, la Santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la
humildad, que no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma, sino conocer cada uno lo
que puede y lo que Dios puede en él. La humildad teresiana está hecha de aceptación de sí
mismo, de conciencia de la propia dignidad, de audacia misionera, de agradecimiento y de abandono
en Dios. 

10. “LA URGENCIA DE ACTUAR DESDE EL AMOR”

El Papa Francisco señalaba «Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el
amor permanece», «el drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a
no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve.

La medida que nos plantea es que el amor y el camino del servicio es el que triunfa. Es el reto que
nos toca como carmelitas, y debemos de intentarlo en nuestro servicio fraterno y el apostolado
carmelitano. En este tiempo se nos han presentado los verdaderos héroes que salen a la luz en
estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para
servir a los demás. “Entre tantas cosas que pasan, el Señor quiere recordarnos la única que
permanecerá para siempre: el amor, porque ‘Dios es amor’ (1 Jn 4,8).

Porque la vida se mide desde el amor”. “Es cierto que puede costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar
a los demás, tanto en la familia como en la sociedad; puede parecer un Vía Crucis. Pero el camino
del servicio es el que triunfa, el que nos salvó́ y nos salva la vida”.

11. ILUMINAR NUESTRA VIDA ORANTE CON LA FUERZA DEL ESPÍRITU DEL SEÑOR

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La oración, vista desde Teresa de Jesús como un “trato de amistad con quien sabemos nos ama” (cf.
Vida 8, 5), no nos puede dejar indiferentes ante la realidad. La oración nos conduce a
comprometernos y vivir la vida con un compromiso hacia los demás. Así:

 Frente al pragmatismo, la oración nos hará caer en la cuenta de que el hombre está llamado a
cultivar su espíritu, para acoger el misterio y experimentar el gozo interior. No estamos solos,
que lo interior es fundamental, nuestro conocimiento personal, el discernimiento, ayudarán a
afrontar tantas seudo-promesas, exterioridades que deslumbran en la actualidad.

 Frente a la pura razón, la oración nos hará ver que la ciencia no puede responder a todos los
interrogantes que el hombre se plantea, como a todos sus anhelos. Que la felicidad no solo
son elementos racionales, sino que, desde el trato humano, desde la amistad con Dios y los
hermanos, obtendremos mucho. Tener los pies en la tierra desde la luz del Espíritu.

 Frente a una vida sin interior, la oración nos descubrirá que el ser humano necesita
adentrarse en su propio misterio y llegar al corazón de su vida, allí donde es total y
únicamente él mismo. Es lo que nos hace personas, nos diferencia de los demás y nos
unifica. El redescubrimiento que Dios está dentro de ti, que no estás solo…

 Frente a la falta de esperanza, la oración nos hará descubrir la belleza de la vida y la alegría
del encuentro con Jesús. Del Dios que nos ama, que no nos deja solo. El Dios paciente, que
quiere nuestro crecimiento y nos invita a dar lo mejor hacia los hermanos como lo hizo Jesús.

12. UNAS PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:

– Los hombres y mujeres de hoy, que parecen indiferentes ante la religión, ¿crees que necesitan de
Dios? ¿Cómo se les puede ayudar a descubrirlo?

– ¿Qué experiencia de Dios y qué rostro de Dios estamos comunicando? ¿Tiene que renovarse esa
experiencia y esa imagen de Dios? ¿Cómo?

– ¿Cómo podemos hacer nuestra oración más apostólica? ¿Cómo podemos hacer que nuestro
apostolado tenga más calado espiritual?

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