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Triángulo amoroso en el imperio japonés

Hombre de celuloide

En El tambor de hojalata publicada en 1959, Günter Grass escribió: Todo un pueblo incauto creía en San
Nicolás. Pero San Nicolás era en realidad el hombre que encendía los faroles de gas. Con el mismo espíritu
de crítica a un país al que por otra parte ama tanto, el japonés Kiyoshi Kurosawa dirige La mujer del espía,
un filme que el año pasado ganó el León de plata por mejor dirección en el Festival de Cine de Venecia que
este año acaba de finalizar. Construida con base en la tradición occidental de Cine negro, La mujer del
espía tiene, claro, un elemento de thriller que sin embargo se ve trascendido tanto en el terreno narrativo
como en el formal. En el primer rubro la película pretende apuntar hacia la responsabilidad criminal de su
país en la guerra que Japón sostuvo contra China en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Satoko es
una joven mujer muy enamorada de su esposo Yusaku. Los dos viven una buena vida burguesa gracias a
una comercializadora de seda. Pero este negocio, conforme ha ido avanzando el fascismo en Japón, ha
caído bajo vigilancia militar. El encargado de avisar a Yusaku que “debe tener cuidado” es Tsumori, un
entusiasta del imperialismo de su país que, adivinamos, está enamorado de Satoko. En esta pequeña
sinopsis podemos advertir que, en efecto, la historia de espionaje es un pretexto para establecer este
triángulo amoroso que tiene, además, un carácter simbólico. Y es que Satoko, la hermosa burguesita del
Japón, la enamorada mujer que juega a hacer con su marido películas de espías (en un claro juego de
espejos que habría que analizar con mucho detalle en un texto más amplio) esta mujer simboliza a su país
en el sentido de que sabe, pero no quiere reconocer. Atrapada entre su marido, el empresario que viste y
come al modo occidental y un enamorado dispuesto a morir por el emperador, Satoko enloquece no tanto a
causa de los celos que le produce imaginar que su marido la engaña sino, más bien, por resistirse a ver eso
que sabe, pero se niega a pensar: que su país está cometiendo crímenes de guerra, que la vida de
comodidades y güisqui que está viviendo con su esposo tiene un costo político y un costo moral, que
ninguno de los dos hombres que la aman podrán hacerla feliz. Trasladado al terreno de lo real, este
triángulo apela no tanto a la generación que sufrió los estragos de la guerra sino, en forma más puntual, a
un pueblo que hoy por hoy vive anestesiado por el goce económico y que, asediado tanto por la tradición
como por la occidentalización, se niega a saber. Por otra parte, en el terreno formal La mujer del espía no
solo goza de unas actuaciones portentosas, la imagen tiene además un brillo que recuerda al cine negro de
la tradición hollywoodense. Una hermosura que nos coloca emocionalmente en algún sitio entre
Casablanca y El halcón maltés. Sin duda Kiyoshi Kurosawa merece el León de plata y ser reconocido como
uno de los autores más talentosos del Japón contemporáneo. Se trata de un director a quien hay que tener
presente. Se ha ido forjando su camino hacia el arte poco a poco, desde los comerciales y el soft porno
hasta este largometraje que demuestra que tiene los tamaños del gran narrador. Uno de esos directores que
consigue que su película refleje simbólicamente un momento importante en la historia del mundo y que
puede cuestionar el estado de las cosas utilizando para ello algo en apariencia banal: cine de espías
contextualizado en la Segunda Guerra Mundial.

La esposa del espía. Kiyoshi Kurosawa. Japón, 2020.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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