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La ambigüedad del falso documental

Hombre de celuloide

El Feral (o El pequeño salvaje, como le llamó Truffaut en 1970) apela a ese espacio en el ser humano en
que se unen arte y psicoanálisis, ese sitio en la psique de donde nace el horror, eso que Freud llamaba
“ominoso” o “siniestro” en 1919. Los ferales son, además, el tema de la ópera prima de Andrés Kaiser,
director y guionista mexicano que en Feral (recién estrenada por Cinemex) ha conseguido ponerse a la
altura de todos los que han pensado en torno a este tema. Moviéndose entre los polos del arte y el
psicoanálisis Kaiser consigue utilizar acertadamente las convenciones del falso documental. Ahora bien, la
reflexiona en torno al arte trasciende el punto de vista formal. La película está bien filmada, cuenta con
excelentes actuaciones y los recursos lucen en el diseño de producción, pero además el trabajo de autor
propicia la reflexión en torno a la importancia del habla, eso que, según dicen, nos distingue del resto de la
creación. Felipe de Jesús es un antiguo monje con inclinaciones homosexuales. Vivió en carne propia la
fallida revolución de Gregorio Lemercier, monje benedictino que trató de mezclar, en un convento de
Morelos, cristianismo y psicoanálisis. Falló. Todos sus monjes abandonaron los hábitos. El caso real de
Lemercier se mezcla con la ficción de este atormentado monje que ha decidido irse a vivir a un pueblo de
Oaxaca donde, casualmente, paseando por el bosque, encuentra a los niños salvajes que dan nombre a la
película. ¿Quiénes son estos niños? ¿Por qué han crecido hasta los diez años sin haber recibido ningún tipo
de cuidado o afecto? ¿Por qué vagan por el bosque? La película ofrece pistas. Nos introduce incluso en una
cueva en que, al modo de la famosa caverna de Platón, los pequeños fueron encadenados. Hasta que el
primero escapó. Ahora, al modo de Sócrates, Felipe de Jesús quiere ser la guía, la luz que ilumine a estos
niños. Enseñarles la verdad del mundo para que ellos puedan hablar. La cuestión está claro, en lo que se
entiende por “salvaje” pues en su inocencia estos niños son quienes enfrentan a Felipe de Jesús con sus
propios demonios y una fe débil, más construida en torno al miedo al diablo que no en torno al amor a
Dios. Además, está el pueblo que comienza a murmurar: ¿qué hace este hombre viviendo con esos tres
niños de aspecto extraño que han salido quién sabe de dónde? Conforme crece el chisme en el pueblo se
gesta el horror, lo siniestro de lo que hablaba Freud en 1919. Porque el feral, nos queda claro, es la sombra
del hombre “civilizado”, es el ser humano mirando su desnudez, encontrándose frágil, cruel y habitado,
sobre todo, por deseos que no quiere reconocer. Se trata de un tema que a lo largo de toda la película se
materializa en el fuego que juega un papel doble en esta ficción. Por una parte, asombra a uno de los niños
y nos conduce hacia lo que, adivinamos, terminará por ser el clímax de la película, pero es también símbolo
de las pasiones sexuales. Este mismo niño que ama los cerillos y el fuego, se deja acariciar la cara por la
otra niña feral durante una escena que resulta al mismo tiempo inquietante y tierna. Otra vez la
ambigüedad. El gran logro de Kaiser en su primera película es haber conseguido navegar en el difícil
terreno de lo ambiguo y salir bien librado. Porque es ambiguo el falso documental, es ambiguo el
protagonista de esta película, es ambiguo el significado del fuego y del mismo feral. Y este es el logro: que
de la ambigüedad emana lo sinestro. El horror.

Feral. Andrés Káiser. México. 2018.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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