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El relato «Tren de la mañana» de Thomas Bernhard tiene un narrador de tipo

homodiegético, específicamente autodegético al estar contando su punto de vista


(«Sentados en el tren de la mañana, miramos por la ventanilla»). Como puede verse está
narrado en la primera persona del presente de indicativo, por lo que el o la protagonista
narran sus propias vivencias según van ocurriendo.

TREN DE LA MAÑANA

Sentados en el tren de la mañana, miran por la ventanilla precisamente cuando pasan


por el barranco al que, hace quince años, cayó el grupo de colegiales con el que iban de
excursión a la cascada, y piensan en que ellos se salvaron, pero los otros, sin embargo,
están muertos para siempre. La profesora que llevaba a su grupo a la cascada se ahorcó
inmediatamente después de la sentencia de la Audiencia de Salzburgo, que fue de ocho
años de prisión. Cuando el tren pasa por ese sitio, oyen, con los gritos del grupo, sus
propios gritos. Por un brevísimo instante, con el ruido blanco del tren deslizándose
sobre las vías y el lamento del viento que asciende por el barranco, tienen la certeza de
que están sintiendo lo mismo que sintieron los otros pocos segundos antes del final:
absolutamente nada.

En cuanto a la ampliación de la historia, en los aspectos formales, he intentado mantener


las oraciones largas como en el texto original. También he tenido en cuenta para elegir
el rumbo de la ampliación el hecho de que a pesar de ser un narrador autodiegético
(como se ha comentado antes), el o la narradora parece conocer los pensamientos de sus
acompañantes como si se tratara de una misma mente. A nivel narrativo, la estructura es
más compleja de lo que parece: en el presente las acciones que se llevan a cabo son
simples, están viajando en tren y observando el paisaje, mientras que los eventos del
pasado son horribles y traumáticos. El final del relato resulta en un cambio radical de la
actitud de las acciones del presente: «oyen, con los gritos del grupo, sus propios gritos».
Los males del pasado rompen la actitud anodina irrumpiendo en el presente. En mi
ampliación he tratado de llevar un poco más allá la explicación del porqué de los gritos,
precisamente la actitud funesta de los niños, adoptada seguramente por todos ellos al
mismo tiempo, que se suma al ambiente ya taciturno de por sí, provoca que todos ellos
caigan en la paranoia colectiva de estar reviviendo, de alguna manera macabra, los
últimos instantes de sus compañeros, y por eso gritan. Por último, para mantener la
estructura final del original, que cierra con unas pocas palabras rotundas, «sus propios
gritos» he decidido mantener un efecto parecido en mi propio final con, «absolutamente
nada».

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