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Los autorretratos de Lapid

Hombre de celuloide

El año pasado La rodilla de Ahed (disponible en Mubi) ganó el Premio del jurado en el Festival de Cannes.
Su creador, Nadav Lapid, es un artista audiovisual cuyas obras resultan difíciles de olvidar. La maestra de
parvulario, por ejemplo (que no debe confundirse con la adaptación estadounidense) nos introdujo en la
existencia de un poeta de cinco años que lanza profecías que saben a Lorca o a Salomón. El mismo Lapid
escribió y dirigió Sinónimos, historia de un chico israelí que, habiendo terminado el servicio militar, viaja a
París para aprender el idioma. En Francia atesora palabras con la voluptuosidad de Lord Byron; las repite
una y otra vez, se deja sorprender por su música, por su sonoridad. La rodilla de Ahed es la tercera parte de
esta autobiografía de Lapid el poeta. El niño que enamoró a su maestra, el soldado decepcionado de
Occidente se retrata como artista audiovisual. “Y” (así se llama el personaje) es director de cine. Se
encuentra trabajando en un proyecto de videoarte que quiere denunciar la respuesta israelí a un video viral
en el que una muchachita de apenas metro sesenta y cinco de altura se enfrenta con un soldado armado
hasta los dientes. La chica es Ahed Tamimi y el video resulta tan simbólico que recientemente se quiso
decir (falsamente) que Tamimi era ucraniana y que en la escena estaba enfrentando a un soldado ruso. La
conmoción de Lapid ante el video trasciende lo que sucede a cuadro para moverse hacia la sociedad
israelita que todos estos años ha discutido en torno a la reacción del soldado, pero invisibilizando a la niña.
La historia de La rodilla de Ahed elabora en la vida de un director de cine que debe abandonar
momentáneamente su proyecto y viajar hasta el desierto de Aravá para presentar una de sus obras. Ahí se
encuentra con una burócrata que le pide que limite sus comentarios, es decir, lo censura. Con una
extraordinaria contención de recursos, La rodilla de Ahed es una obra que construye eficientemente a un
moderno profeta bíblico, esto es, un hombre que con palabras encadenadas de modo insólito pretende
señalar todo lo que está mal. El amor a la patria y el amor a la madre son otros dos hilos dramáticos con los
que este extraordinario director entreteje un pequeño drama que se une a la amplia tradición de cine de
izquierda israelí. Y es que, como se sabe, en este país la izquierda se define sobre todo por una mayor
empatía hacia la nación palestina mientras que la derecha está convencida de que el conflicto sólo puede
darse si el derecho de Israel prevalece sobre el derecho palestino. Películas como The Bubble de Eytan Fox
(en el 2006) Y Vals con Bashir dirigida en 2008 por Ari Folman critican de modo tan ácido como La
rodilla de Ahed un nacionalismo que hoy por hoy llega a extremos que los israelitas, habiendo sido
víctimas del Holocausto, difícilmente se pueden permitir. Como el profeta Jonás, Lapid termina siendo
despreciado por el pueblo en que predica la necesidad de conversión; el director y guionista denuncia en
esta obra la hipocresía, la censura y una decadencia que trasciende las fronteras de Israel y, como vimos en
Sinónimos, se extiende a todas las democracias occidentales. Las que prefieren “narrativas” y no hechos,
las que invisibilizan a activistas como Tamimi o el mismo Lapid al tiempo que ofrecen aplausos grabados a
los héroes que han decidido inventar. Buscando ser un vidente en el sentido de Rimbaud, Lapid alza la voz
y dice lo que muy pocos quieren escuchar.

La rodilla de Ahed. Nadav Lapid. Israel. 2021.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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