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La Sargento Matacho

Carlos Rodríguez
En el célebre libro El derecho de la guerra y el derecho de la paz (1625), Hugo Grotius
plantea una de las ideas políticas más influyentes de la racionalidad occidental para
justificar la guerra “La guerra nos llevará a la paz”. Esta idea ha impulsado a que las
naciones del mundo occidental crearan armisticios y tratados de paz por siglos. En el caso
de Colombia esta idea parece ilógica e irracional porque ninguna guerra nos ha llevado a
una paz duradera, y pese a que estamos en posconflicto, la guerra está transmutando en
otra, una difusa y polimorfa que asesina a líderes sindicales, y produce complejas bandas
criminales que toman la forma de ejércitos sin ideología.
La película La Sargento Matacho (2017) nos cuenta la historia del período conocido como
La Violencia (1948-1962), en la que personajes como Richard, Ave Negra, y Juan de la
Cruz Valera formaron caudillos y cuadrillas para defenderse de Los Chulavitas y de los
Pájaros. Esta película nos relata una violencia irracional que siempre ha estado en nuestra
historia, pero que nadie ha podido tematizar de la manera en que William González lo hace.
La película no es una representación del pasado, sino una producción de sentido del mismo
que nos narra el futuro del pasado. Por este motivo, la película innova en su manera de
contar la historia de la violencia, pues construye una retórica denotativa que sugiere mucho,
y que involucra al espectador a pensar.
La cinematografía sobre la violencia en Colombia siempre ha estado preocupada por contar
lo que verdaderamente sucedió de un hecho, o proponen la posibilidad de un cierre de la
violencia. Películas como El rio de tumbas (1964) de Julio Luzardo, Cóndores no entierran
todos los días (1984) de Francisco Norden, e incluso La sombra del caminante de Ciro
Guerra (2003) nos muestra eso. La Sargento Matacho se aleja de esta propuesta, y crea un
pastiche que conecta subtextos históricos de la guerra colombiana para verlos en contrastes
como nunca antes los habíamos visto. Póngale mucho cuidado en la película a la escena en
que el famoso bandolero Richard (Marlon Moreno), dice en medio de una intención de
armisticio de los cincuenta la frase “La patria por encima de los partidos” y justo después
de decir esto, Rosalba Velasco, La Sargento Matacho, asesina a mansalva a una madre con
su hijo. El texto no es de Richard sino de Benjamin Herrera, político liberal, y fue dicho en
1902 para concluir La Guerra de los Mil Días, pero ahora es reintroducido para significar la
imposibilidad de cierre definitivo de la violencia, el cual es nuestro presente actual, esto es
lo que yo llamo, el futuro del pasado. Vale rescatar que este montaje sobre la historia se
parece mucho al de la película Walker (1987) de Alex Cox, que narra el intervencionismo
norteamericano en Nicaragua del siglo diecinueve pero conectado con el presente del siglo
veinte, las Contras y el gobierno sandinista.
La película cuenta la historia de un exceso de violencia que sobrepasa a la racionalidad
política. Para hacer esto, William González pone como protagonista a una mujer, Rosalba
Velasco, que con rasgos psicóticos, alucinaciones, desvaríos, relata una historia en la que
no hay militancia, ni sentido de pertenencia a un proceso histórico, por tanto, no hay
modernidad, pues la violencia que ella ejerce ya no es un instrumento para conseguir la
política, desde este punto de vista, ya no hay sacrificio ni martirio para ser redentores del
oprimido ante el Estado. Para hacer esto posible, se hizo necesario un trabajo actoral muy
complejo, y esto fue lo que hizo Fabiana Medina, La Sargento Matacho, la fabulosa actriz
de esta película quien con gestos, miradas extraviadas, llantos, ceños fruncidos marca una
temporalidad distinta a la de los de los hombres de la guerra como Richard y Ave Negra. La
película es totalmente corporal, kinetésica, y se resiste a denotar completamente un mensaje
o un contenido nítido, le deja un espacio al espectador para imaginar, y formar sus propias
imágenes, y sus propias conclusiones. Fabiana con cada parte de su cuerpo expresa, subraya
una historia de la violencia que Colombia no ha entendido aún, que es irracional, que se
resiste a cumplir la tesis de Spinoza de que el fin de la violencia es devolver la institución a
lo colectivo. El trabajo actoral de Fabiana nos recuerda al impresionante rol de Catherine
Deneuve en Repulsión (1965) de Roman Polanski, o al de María Falconetti en La pasión de
Juana de Arco (1928) de Carl Dreyer.
Además de lo anterior, la película de William González La Sargento Matacho (2017) nos
cuenta la historia de la guerra en Colombia con recursos estéticos innovadores para nuestra
cinematografía, y con un montaje poético une planos de una belleza pictórica inimaginable,
por momentos casi pinturas al óleo de un Velázquez o de un Caravaggio. Antes de ver la
película, recuerde el cuadro de Velázquez Cristo en casa de Marta y María (1618) en el
que en un primer plano hay una doncella y una anciana trabajando en una cocina, y al fondo
en un segundo plano hay un recuadro pequeño en el que ocurre la escena principal, Jesús
hablando con Marta y María. Esta composición es utilizada en dos momentos de la película,
cuando el sargento de la policía está en el cuartel, y la cámara hace un deslizamiento para
poner la imagen de este en primer plano, y luego en un segundo hay una ventana en la que
se observa la escena de festividad del pueblo, y cuando Rosalba Velasco, ya como
bandolera, incursiona en una casa para robar comida y asesina al dueño de la casa, y luego
aparece en un segundo plano una madre aterrorizada acunando a su bebé. Esta belleza
poética es un recurso inteligente para desfamiliarizarnos con una narrativa colombiana que
cuenta la guerra con exceso de imágenes denotativas que cansan a nuestra retina, y
desconectan nuestros ojos de nuestro pensamiento sobre la violencia irracional de nuestra
guerra sin fin y sin fines.
En resumen, esta película está hecha para disfrutar cada gesto de Fabiana Medina, siga con
gusto cada uno de ellos, su riqueza gestual deleita, sus expresiones crean microesculturas
en movimiento que están hechas para contemplarlas. La película además presenta un nuevo
realismo sobre la violencia, uno que quiere que el espectador vuelva a razonar sobre esta,
pero ahora con delicados tejidos poéticos que connotan más que denotan la realidad
dolorosa de la violencia. Para el colombiano promedio, la guerra es un telón de fondo que
hace parte de la identidad, del tejido de la experiencia cotidiana, y el período conocido
como La Violencia (1948-1962) constituye un momento extraño, cada vez más lejano de
su presente. La película La Sargento Matacho pasará a la historia fílmica de este país por su
ingeniosa manera de desfamiliarizarnos con la historia de La Violencia, y nos reta a que nos
adueñemos de este pasado no como lo que verdaderamente sucedió en esa época, sino,
ahora parafraseando a Walter Benjamin, para apropiarnos de aquello que todavía relumbra
de ese instante de peligro en el que nos encontramos. El futuro del pasado.

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