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Introducción al Modelo Cognitivo

Dr. Leonardo Medrano & Dra. Luciana Moretti

Introducción
Este modelo plantea esencialmente que la atención e interpretación de eventos influyen
en nuestras emociones y comportamientos. De esta manera, la duración y frecuencia de
una emoción va a depender en gran medida de la atención e interpretación que
realicemos de diferentes estímulos. Asimismo, las acciones que llevemos a cabo van a
depender en gran medida de nuestros juicios cognitivos, y no sólo de los factores
contextuales involucrados.
Los procesos cognitivos son los responsables en la etiología y mantenimiento de
diversos trastornos psicológicos. De esta manera, algunos patrones cognitivos pueden
hacer que emociones normales y saludables como estar triste o sentir miedo se vuelvan
muy intensas y crónicas, afectando la calidad de vida de las personas, su funcionalidad y
sus relaciones sociales. Por ejemplo, tener miedo de cometer un error frente a otra
persona o sentirme triste en una situación de exclusión social, son emociones naturales
y saludables. Sin embargo, procesos cognitivos tales como catastrofizar (“seguro que si
me equivoco todos van a pensar que soy un idiota”), autoinculparse (“me dejan de lado
porque no soy deseable”), pueden hacer que esa emoción saludable adquiera una
intensidad y duración que afecte negativamente nuestro bienestar. Sumado a ello, los
estados emocionales intensos favorecen la aparición de pensamientos polarizados y
disfuncionales, generando un patrón de mantenimiento que puede derivar en un
trastorno emocional (para conocer con mayor detalle el proceso por el cual un estado
emocional favorece la aparición de procesos cognitivos disfuncionales ver Medrano,

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Flores-Kanter, Moretti & Pereno, 2016 o Flores-Kanter, García-Batista, Moretti &
Medrano, 2019).

Cognición: Cognición:
Emoción: aumento Emoción: aumento
pensamientos pensamientos
del miedo de la tristeza
catastróficos negativos

Figura 1: Ejemplos de interacción cognición y emoción

Por otra parte, los procesos cognitivos también pueden contribuir a que desarrollemos
patrones de comportamientos disfuncionales. Por ejemplo, es probable que al
catastrofizar una situación de examen (“seguro que el profesor me pregunta algo que
no sé y desapruebo el examen”), las personas tengan una conducta evasiva. El hecho de
evitar situaciones de examen de forma sistemática impide tener experiencias de éxito
que aumenten la confianza, lo cual provoca un refuerzo de las preocupaciones y
pensamientos catastróficos. Asimismo, puedo ocurrir que pensamientos negativos
sobre uno mismo (por ejemplo, “no sirvo para nada… soy un inútil”), generen un estado
de ánimo negativo que lleven a una reducción de la actividad. El hecho de no realizar
actividades reforzantes puede llevar a que se refuerzan las creencias de incapacidad y
poca valía personal. Nuevamente, se observa cómo se inicia un patrón de
mantenimiento de procesos disfuncionales que pueden deteriorar significativamente el
bienestar y la funcionalidad de las personas.

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Cognición: Cognición: baja
Conducta:
pensamientos de confianza y Conducta:
reducción de la
incapacidad y poca pensamientos evitación
actividad
valía personal catastróficos

Figura 2. Ejemplo de interacción cognición y conducta

Como puede observarse, los procesos cognitivos tienen un rol central al momento de
explicar nuestras emociones y conductas frente a la ocurrencia de eventos (tanto
externos como internos). Tal como se expone en la figura 3, frente a la ocurrencia de un
evento (situación estresante, sensación corporal, un recuerdo, por ejemplo), los seres
humanos realizamos una interpretación cognitiva que genera una reacción emocional y
una acción conductual. A su vez, nuestras reacciones emocionales pueden favorecer la
aparición de ciertos pensamientos y nuestras acciones pueden llevar a reforzar ciertas
creencias generando patrones de mantenimiento que en algunos casos pueden ser
disfuncionales.

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Eventos

Conducta Cognición

Emoción

Figura 3. Prinicipales elementos del Modelo Cognitivo-Conductual (adaptado de Wright,


Brown, Thase & Basco, 2017).

Para ilustrar este sistema imaginemos el caso de José, una persona que padece ataques
de pánico. Luego de subir una escalera, José se siente agitado y tiene un ritmo cardíaco
acelerado. Frente a este evento José comienza a pensar: “Que me está pasando! No
estoy respirando normalmente”. Este pensamiento genera una emoción de miedo y una
reacción fisiológica asociada que aumenta su ritmo cardíaco. El aumento en su ritmo
cardíaco lleva a reforzar el pensamiento catastrófico: “Me estoy sintiendo cada vez
peor! Me está por dar un infarto!”. En ese momento José comienza a pedir ayuda de
forma desesperada.

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Evento: ritmo
cardíaco
acelerado

Cognición: «Qué
Conducta: pedir me esta
ayuda pasando?!ME está
dando un infarto!»

Emoción: miedo
y taquicardia

Figura 4. Ejemplo Modelo Cognitivo-Conductual con un patrón de mantenimiento entre


cognición y emoción

O imaginemos el caso de Carolina, una paciente con ansiedad social. Ella fue invitada a
una fiesta, pero cuando se acerca la hora de ir comienza a pensar: “No voy a saber que
decir… nadie va a querer conversar conmigo… soy muy aburrida”. Estos pensamientos
le generan tanta ansiedad que prefiere no ir a la fiesta. Estas conductas de evitación
refuerzan sus creencias de incapacidad social.

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Evento: ir a
una fiesta

Conducta: no ir Cognición: «No voy


a la fiesta a saber qué decir,
(evitación) soy aburrida»

Emoción:
ansiedad

Figura 5. Ejemplo Modelo Cognitivo-Conductual con un patrón de mantenimiento entre


cognición y conducta

Como puede observarse, estos patrones de mantenimiento que se generan entre


nuestras cogniciones, emociones y conductas pueden ser muy variados. Sin embargo,
aún patrones de mantenimiento muy simples pueden afectar nuestro bienestar,
relaciones sociales y funcionalidad. De hecho, muchos problemas de salud como los
trastornos de ansiedad o del estado de ánimo se explican sobre la base de este tipo de
dinámicas. Ahora bien, si el hecho de tener este tipo de pensamientos puede deteriorar
nuestra salud, entonces, ¿por qué los tenemos? ¿Acaso las personas eligen
voluntariamente tener este tipo de pensamientos? ¿No podemos simplemente
cambiarlos? ¿Por qué no nos limitamos a pensar otra cosa? Para responder a estas
preguntas y entender cómo gestionar estos procesos cognitivos, es indispensable
conocer el papel de los procesos cognitivos automáticos.

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¿Por qué pensamos cosas que no nos ayudan? El papel de los
procesos cognitivos automáticos
La terapia cognitivo-conductual (TCC), a diferencia de otros modelos, propone la
necesidad de diferenciar diferentes tipos de pensamientos y procesos cognitivos. De
hecho, un gran cúmulo de hallazgos en el campo de las neurociencia avala la existencia
de diferentes sistemas de procesamiento de la información. En términos amplios
existirían al menos dos sistemas de procesamiento de información: uno automático y
otro elaborativo (Clore y Ortony, 2000). El sistema automático se caracterizaría por ser
automático, preconsciente, consumir escasos recursos atencionales, ser rápido y difícil
de regular. Un segundo sistema de procesamiento denominado elaborativo se
caracteriza por ser voluntario, totalmente consciente, consumir altos recursos
atencionales y ser lento. Este sistema implica el manejo y la elaboración consciente de
la información, permite realizar un procesamiento más racional y complejo de la misma.
La disposición de dichos sistemas en nuestro cerebro provoca que los procesos
cognitivos automáticos sean más rápidos, intensos y difíciles de regular dado que se
ubican a un nivel subcortical (entre las estructura cerebrales involucradas se destacan la
amigdala, y la corteza pre-frontal ventral). Por el contrario, el sistema elaborativo se
asienta en estructuras corticales (principalmente áreas que involucran una activación
fronto-parietal, y regiones como la corteza prefrontal dorsolateral), permitiendo una
activación más voluntaria que implica un mayor esfuerzo en términos metabólicos.

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Figura 6. Regiones cerebrales involucradas en procesos automáticos (áreas
subcorticales) y procesos elaborativos (áreas corticales). Imagen adaptada de Flores-
Kanter y Medrano (2020).

Los fallos en la regulación emocional y del comportamiento se explicarían en gran


medida en función de la dificultad para gestionar los procesos cognitivos automáticos.
Tal como señala Beck y Clark (1997), frente a un estímulo estresante o aversivo se
activan dos vías de procesamiento. La vía subcortical es más rápida y automática,
mientras que los procesos elaborativos asentados en estructuras corticales tendrían un
procesamiento más lento. Los procesos automáticos son procesos difíciles de regular y
en ocasiones impiden un procesamiento cognitivo más elaborado.
El hecho de que algunos procesos cognitivos sean automáticos permite responder
algunos interrogantes. Actualmente nos resulta comprensible porqué las personas
tienen estos pensamientos y porqué son tan difíciles de gestionar. Sin embargo,
persisten otros interrogantes: ¿por qué estos procesos automáticos se asocian a
pensamientos negativos o catastróficos? ¿Por qué las personas tenemos esta tendencia
a prestar más atención a estímulos negativos o tendemos a realizar interpretaciones
negativas? En este marco la psicología evolucionista brinda un marco para explicar esta

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tendencia en el sistema automático. Tal como señala Pinker (1997) nuestra mente ha
sido moldeada a partir de problemas que enfrentaron nuestros antepasados durante
miles de años. De esta forma, a lo largo de nuestra historia evolutiva hemos
desarrollado procesos cognitivos que nos permiten detectar amenazas y reaccionar en
consecuencia, aumentando así las probabilidades de seguridad y supervivencia del
organismo. Procesos como la catastrofización y la rumiación serían antiguos en términos
evolutivos, y por ello involucrarían fundamentalmente estructuras subcorticales del
cerebro, mientras que los procesos elaborativos más complejos se asentarían sobre
estructuras más modernas que involucran fundamentalmente la neo-corteza. Esta
disposición en el cerebro explicaría por qué algunos procesos cognitivos disfuncionales
para la regulación de emociones se activan de manera automática, y porqué resulta
difícil desactivarlos.
La existencia del sistema cognitivo automático se debe a que en algún momento resultó
una ventaja evolutiva para nuestra especie. Durante gran parte de nuestra historia
como especie transitamos por entornos muy peligrosos. Prestar más atención a
estímulos amenazantes o interpretar de forma catastrófica, son ejemplos de estrategias
cognitivas que permitieron a nuestra especie maximizar la seguridad y evitar situaciones
potencialmente peligrosas o displacenteras. No obstante, en la actualidad la activación
de este sistema puede ocurrir incluso en situaciones no amenazantes, y generar
patrones disfuncionales de comportamiento que afectan el bienestar y calidad de vida
de las personas. Para conocer con mayor claridad la manera en que podemos gestionar
el sistema automático, debemos interiorizarnos en su estructura.

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Estructura de los Procesos Cognitivos Automáticos: pensamientos
automáticos, creencias centrales e intermedias
Dentro de los procesos cognitivos automáticos Beck establece una jerarquía y diferencia
niveles de procesamiento automático. Concretamente, Beck diferencia tres niveles:
pensamientos automáticos, creencias centrales y creencias intermedias (también
denominadas por algunos autores como esquemas cognitivos). Según Beck, estos
niveles de procesamiento se caracterizan por ser automáticos, vale decir, por procesar
información de manera autónoma.
Los pensamientos automáticos no surgen de la deliberación consciente, son veloces,
breves, polarizados y suelen ser asumidos como ciertos sin ser sometidos a ningún tipo
de crítica. Estas características tienen un valor evolutivo alto, ya que en caso de
detectar una amenaza es importante tener una reacción rápida. Imaginemos que si el
pensamiento fuese lento, largo y analizado minuciosamente, nuestras reacciones serían
tardías y esto disminuiría nuestras chances de supervivencia. El problema es que estos
pensamientos son tan veloces y breves que las personas no suelen percatarse de ellos y
sólo toman conciencia de la emoción que surge de ellos. No obstante, es posible que las
personas aprendan a identificarlos por medio de la observación de sus cambios
afectivos. En este sentido, se espera que en el transcurso de la terapia las personas
aprendan a identificar sus pensamientos automáticos y evaluar su validez y utilidad.
Recordemos que la función primordial que tienen estos pensamientos es la de
garantizar nuestra supervivencia, por este motivo estos pensamientos tienden a
“sesgar” o aumentar el peligro real de un evento. Nuestro cerebro prefiere realizar una
interpretación errónea que maximice nuestra supervivencia, antes que correr el riesgo
de reaccionar tardíamente frente a un evento potencialmente peligroso.
De esta manera, podemos afirmar que los pensamientos automáticos constituyen la
reacción más superficial e inmediata de nuestro sistema cognitivo para interpretar

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eventos externos o internos. A partir de estos pensamientos experimentamos
reacciones emocionales y conductuales (figura 7). Este modelo es semejante al modelo
A-B-C propuesto por Ellis. De esta manera, frente a un acontecimiento (A), las
emociones y conductas de una persona (C) dependerán de las creencias o
interpretaciones que realicen de dicho evento (B). De esta forma, las reacciones
emocionales y conductuales dependerían más de nuestras interpretaciones que de los
acontecimientos que ocurren.

Pensamiento Emoción y
Evento
Automático Conducta

Figura 7. Esquema del Modelo Cognitivo. Nivel de procesamiento: Pensamientos


automáticos

Todo esto ocurre de forma automática y autónoma. Esto significa que frente a algunos
eventos experimentaremos pensamientos, emociones y conductas incluso sin desearlo.
Por ejemplo, supongamos que debo rendir un examen para el que me preparé
adecuadamente. A pesar de que sé que estudié y que en el pasado he aprobado
muchas materias, al acercarse la fecha del examen no podemos evitar que se dispare el
pensamiento automático de “voy a desaprobar” y sentimos miedo (emoción) y ganas de
no ir al examen (conducta de evitación).
Aunque todas las personas tenemos pensamientos automáticos, se ha observado que
pacientes con trastornos mentales tales como ansiedad o depresión experimentan una
mayor prevalencia de pensamientos disfuncionales. Incluso se observa que el contenido
de estos pensamientos determina en gran medida el tipo de trastorno experimentado.
Por ejemplo, se ha observado que las personas que padecen trastornos de ansiedad

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suelen tener pensamientos automáticos vinculados a predicciones de peligro, daño,
incontrolabilidad o incapacidad para afrontar una amenaza (por ejemplo: “seguro que si
me equivoco pierdo mi trabajo”, “si digo algo se van a reír de mi”, “el dolor de cabeza
que tengo debe ser porque tengo un tumor en mi cerebro”). Por otro lado, pacientes
con depresión suelen tener pensamientos automáticos con contenidos vinculados a la
desesperanza, poca valía personal y fracaso (por ejemplo: “no vale la pena intentarlo”,
“soy un fracasado”; “nadie se preocupa por mi”). Es importante señalar que el proceso
cognitivo es semejante en los diferentes trastornos, pero es el contenido de los
pensamiento lo que otorga especificidad.
Los psicólogos clínicos e investigadores comenzaron a preguntarse: ¿por qué frente a
un mismo evento en algunas personas se disparan ciertos pensamientos automáticos y
en otras no? Por ejemplo, frente a un dolor de cabeza algunos piensan: “debo estar
cansado, si me acuesto un momento se me va a pasar”, mientras que otros piensan
“debo tener un tumor en el cerebro, probablemente me muera”. Pero también es
importante preguntarse ¿por qué hay personas que incluso frente a diferentes eventos
realizan interpretaciones que van en la misma dirección? De hecho es muy común que
frente a eventos diferentes las personas realicen la misma interpretación. Imaginemos
el caso de un paciente con características paranoicas. No importa si la otra persona se
ríe o está seria, le ofrece ayuda o lo ignora, es amable u hostil, generalmente la
interpretación es la misma: “está tramando algo en contra mía…”. Para poder
responder a ambos interrogantes debemos adentrarnos en un nivel más profundo de
procesamiento: los esquemas cognitivos.
Los esquemas cognitivos hacen referencia a modelos o reglas básicas de procesamiento
de la información que subyacen al nivel más superficial de procesamiento automático,
es decir, los pensamientos automáticos. Los esquemas son patrones o reglas
persistentes de pensamiento que comienzan a formarse durante la infancia y que se
ven influenciadas tanto por factores genéticos como por las experiencias de vida, como

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por ejemplo el modelado de los padres, la educación formal e informal, la experiencias
con los pares, los traumas o las experiencias de éxito.
Para Segal (1988) los esquemas cognitivos son elementos organizados a partir de
experiencias pasadas que forman un cuerpo relativamente compacto y persistente
capaz de dirigir nuestras valoraciones y percepciones. Dicho de otra manera, los
esquemas cognitivos refieren al conjunto de creencias básicas que utiliza un individuo
para organizar su visión de si mismo, el mundo, los demás y el futuro. Este conjunto de
creencias básicas va influir en la manera en que procesamos e interpretamos los
eventos de la realidad. De esta manera, nuestros pensamientos automáticos se
desprenderán directamente de este conjunto de creencias básicas (Figura 8).

Esquemas
Cognitivos

Pensamiento
Evento Emoción y Conducta
Automático

Figura 8. Esquema del Modelo Cognitivo. Nivel de procesamiento: Esquemas cognitivos


y Pensamientos automáticos

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Dentro de las creencias que conforman los esquemas cognitivos, Beck (1995) diferencia
las creencias centrales y las creencias intermedias. Las creencias centrales son ideas
fundamentales y profundas que no se suelen expresar de forma consiente. Se
caracterizan por ser globales, rígidas y generales. A diferencia de los pensamientos
automáticos que son específicos de cada situación, las creencias centrales son genéricas
y persistentes. De esta forma, los pensamientos automáticos serían el producto
cognitivo que se genera al interpretar un evento, mientras que las creencias centrales
serían el marco a partir del cual se genera dicha interpretación. Imaginemos que una
persona fruto de su experiencia de vida ha desarrollado creencias centrales de
incompetencia. Estas creencias van a influir en la percepción e interpretación de
diferentes eventos (por ejemplo, rendir un examen o hablar en público), y esto se
expresa por medio de pensamientos automáticos específicos de la situación, que
inciden en sus emociones y conductas (Figura 9). De esta forma, las creencias centrales
permitirían explicar porque las personas no otorgamos la misma interpretación a los
eventos, o porque una misma persona interpreta eventos distintos de la misma manera.

Figura 8. Esquema del Modelo Cognitivo. Ejemplo creencias centrales y pensamientos


automáticos.
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Para Beck, las creencias centrales pueden agruparse en dos categorías: a) creencias de
desamparo, y b) creencias de incapacidad de ser amado. Fruto de nuestras experiencias
de vida (sobre todo durante la infancia) y a partir de la interacción con las otras
personas las personas pueden ir fortaleciendo determinado tipo de creencias. Es común
observar que algunos pacientes presentan creencias centrales en alguna de estas
categorías, y en ocasiones en ambas. Las creencias centrales de desamparo involucran
creencias vinculadas al desamparo personal (“soy vulnerable, soy débil, no puedo
defenderme”) y a la dificultad para obtener logros (“soy un inútil, incompetente, no
sirvo para nada, soy un fracasado”). Por otra parte, las creencias de incapacidad de ser
amado suelen incluir contenidos vinculados a la desvalorización personal, el sentirse
defectuoso, poco deseable o insuficientemente bueno como para ser amado.
Los esquemas cognitivos también se encuentran conformados por creencias
intermedias. Este tipo de creencias involucran reglas de funcionamiento y presunciones
sobre como deberíamos comportarnos y sentirnos. Estas creencias están íntimamente
vinculadas con las creencias centrales, y se desarrollan interactuando con ellas. De esta
forma una personas con creencias centrales de incompetencia, puede desarrollar
creencias intermedias como: “tengo que esforzarme mucho en todo lo que hago para
no equivocarme” o “no vale la pena que me esfuerce total seguro me saldrá mal”. Vale
la pena destacar que dos personas pueden tener la misma creencia central, pero
creencias intermedias muy distintas, lo cual repercutirá de diferente manera en su
comportamiento (ver ejemplo A y B de la figura 10). Que las creencias intermedias sean
de una manera u otra dependerá fundamentalmente de la experiencia de vida de cada
uno.

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Figura 10. Esquema del Modelo Cognitivo. Ejemplos de pacientes con creencias
centrales semejantes pero creencias intermedias diferentes.

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En nuestra práctica clínica habitualmente no explicamos a los pacientes los diferentes
tipos de creencias. Suele ser más beneficioso reconocer el concepto general de
esquema o creencias centrales, y explicar su impacto en nuestro comportamiento.
También es importante transmitir que estas creencias fueron aprendidas a partir de
nuestra interacción con el mundo y los demás, y que de la misma forma podemos
aprender y desarrollar nuevas creencias que sean más funcionales y saludables.
Como señala Beck (1995), en el curso habitual de una terapia usualmente comenzamos
trabajando con los pensamientos automáticos que son conocimientos más cercanos a la
conciencia. El terapeuta ayuda al paciente a reconocer, evaluar y re-estructurar estos
pensamientos, logrando una disminución de los síntomas. Posteriormente, el
tratamiento se centra en las creencias centrales e intermedias. Esto implica un trabajo
más profundo, pero previene el desarrollo de recaídas y un mantenimiento de los
cambios terapéuticos logrados.

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