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Maquiavelo y la política moderna.

Antonio Leal

Nicolás Maquiavelo inaugura, con El Príncipe y Los Discursos sobre Tito Livio, la Ciencia y la
Filosofía Política moderna y lo hace en abierta confrontación con el pensamiento teológico
medieval. La operación teórica que cumple Maquiavelo es aquella de delinear las características
específicas y técnicas de una nueva política que se expresa en la formación de un Estado laico
desvinculado de la religión y de la ética. Por tanto, Estados dotados de autonomía y vida propia y
donde la política juega el rol de sostener y conservar el poder.

El objeto de la investigación y de la elaboración de Maquiavelo ya no es más, como en la


especulación clásica, sobre el tipo óptimo de Estado capaz de realizar la vida virtuosa, sino hacia el
estudio de un Estado que tiene un dinamismo naturalístico y hacia el método del funcionamiento
de este.

La reflexión de Maquiavelo “y el fin justifica los medios” no es una amoralidad o una falta de ética,
es nada menos que la ética de los fines que ha acompañado la historia de la política prácticamente
hasta fines del siglo XX. Todas las revoluciones, pasando por la Francesa y la Rusa, como toda la
política de los grandes megarelatos ideológicos estuvo inspirada en la ética maquiavélica de los
fines. Si el fin era virtuoso, los medios eran secundarios. Hoy, esa visión es imperdonable y la
humanidad ha avanzado hacia una sociedad de derechos y de límites que hace que el fin y los
medios que se utilizan importan y que ambos deben ser virtuosos. Por virtuoso, significativo, que
resulte un fin, los medios deben ser éticos porque de lo contrario contamina irremediablemente el
fin. Pero la ética de los fines de Maquiavelo estuvo presente en la historia posterior de la política
por siglos”.

La política para Maquiavelo es, por tanto, una técnica de acceso y control del poder, con lo cual
nace efectivamente la política en sentido estricto. El mayor aporte de Maquiavelo a la política,
como lo subraya Gennaro Sasso, es su exclusividad, su autonomía, dado que “ es la primera
realidad de la vida humana, el único fin, que usándolo también como medio, el hombre necesita
perseguir con el sacrificio, si es necesario, de su propia alma” . La política para Maquiavelo es “
superiorem non recognoscens”. Esta concepción de Maquiavelo será un punto de no retorno para
la política y la filosofía moderna.

Por eso muestra al gobernante: “el arte de conquistar el poder”, al que identifica como el Estado.
Es este arte la política del gobernante, y ha de estar exento de toda norma. El bien común radica
en el poder y en la fuerza del Estado, y no es subordinable en ningún caso a fines particulares, por
muy sublimes que se consideren. El Estado, en Maquiavelo, es el gran articulador de las relaciones
sociales para garantizar que los hombres vivan en libertad a través de sus leyes. De esta forma, se
logra el bien común, y todo lo que atente contra él puede ser rechazado, siendo cualquier medio
lícito.
La innovación que representa “El Príncipe” reside en que es una reflexión teórica que indaga
rigurosamente la realidad tal como es y no como, moralísima e idealmente, nos pensamos,
imaginamos o creemos que debería ser. Los problemas que enfrenta Maquiavelo no son
problemas abstractos que se ponen en el plano de las categorías universales de la moral y la
religión sino problemas unidos a la solución de una situación política concreta.

El Estado, es la única fuerza sobre la que apoyarse, y el hombre, malvado por naturaleza, sin
ninguna virtud sobre la que alzarse, se reduce a ser “ciudadano”, un simple “animal político” a
decir de Aristóteles, al cual se puede juzgar por su grado de sociabilidad y por sus virtudes cívicas.
La obra de Maquiavelo es una teoría del Estado, es decir de las formas de organización que
permiten al hombre, venciendo su egoísmo instintivo, vivir en sociedad, vivir sin que “el bueno
pueda ser aplastado por el malo”. De ahí su insistencia en el término “virtud” ya que le da un
nuevo significado con una nueva carga moral

Maquiavelo, resalta al mismo tiempo la diferencia entre tirano y príncipe, considerando tirano al
que gobierna en beneficio propio y Príncipe el que lo hace buscando los intereses del Estado y de
la colectividad. Por eso aconseja la violencia, la crueldad, pero solo cuando sean necesarias y en la
medida en la que sean necesarias.

Sobre la legitimidad del poder, Maquiavelo es claro “ aquel que llega al ,principado con la ayuda de
los grandes se mantiene con más dificultad que aquel que llega con la ayuda del pueblo”, porque
el fin de los grandes es oprimir y el fin del pueblo es no ser oprimido y , por ello, recomienda al
príncipe la necesidad “de tener al pueblo como amigo, de lo contrario no tendrá remedio durante
la adversidad”.

El príncipe antes de ser gobernante ha sido hombre, y como todos los hombres es malvado,
egoísta, voluble, pero ha sabido, en el momento adecuado, adaptarse a la situación que le exige
erigirse como líder para dejar de ser un simple ciudadano. El hombre del pueblo es “libre” de
actuar en función a sus propias necesidades, y por eso puede ser juzgado por su grado de
sociabilidad y sus virtudes cívicas.

Sin embargo, dice Maquiavelo, el gobernante está atado a la moral pública que le exige una forma
de comportamiento muy estricta, de la cual no le está permitido salirse. Posiblemente en muchas
ocasiones, por ser también hombre, tenga la necesidad de transgredir sus propias leyes: ahí es
cuando surge el dilema, y es donde tiene que prevalecer el interés público al privado para no caer
en la tentación de anteponer sus prevalencias a las del pueblo.
Maquiavelo es categórico en afirmar que la persona que ha decidido tomar la iniciativa de llevar
un pueblo, debe saber a lo que se expone, a lo que tiene que renunciar para ser un buen
gobernante. Si no está dispuesto a ello no debería plantearse ningún dilema, y podría seguir
siendo un ciudadano más, un hombre común que lleva a cabo sus intereses sin intervenir en los
intereses de los demás. El Príncipe, el gobernante, es concebido por Maquiavelo como una víctima
de su posición, obligado a comportarse de determinadas maneras debido a la maldad de los
demás, dispuesto a condenarse con tal de cumplir con su deber y mantener en vida el Estado.

Esa moral cruel que le aconseja al príncipe está en función del bienestar de los hombres, que no es
posible sin la existencia de un estado ordenado y tranquilo, seguro de los enemigos externos y no
“desordenado” por los enemigos internos.

Maquiavelo es coherente con su idea de la autonomía de la política. Deja de lado las utopías
políticas, como la del idealismo platónico, para teorizar sobre un nuevo modelo de política más
realista y aplicable a los gobiernos de su época. Lo que son, no lo que debieran ser. Por ello, él
cree que un príncipe ha de ser “amado y temido” y alaba la virtud de los gobernantes que son
crueles con unos pocos y así mantienen el Estado, mientras que critica a los pueblos y príncipes
crédulos que son buenos y dejan que sus enemigos destruyan una parte de su patria, seguros de
que así la sed de conquista de sus enemigos se saciará. El bien del Estado no se subordina al bien
del individuo, y su fin se sitúa absolutamente por encima de todos los fines particulares por más
sublimes que se consideren.

Para Maquiavelo el poder, considerado como uno de los ámbitos de realización del espíritu
humano, y el fenómeno político visto como la expresión suprema de la existencia histórica, que
involucra todos los aspectos de la vida, es la concepción que subyace en su obra El Principe. Da
nacimiento, con ello, a la secularización del mundo y las cuestiones religiosas quedaban
restringidas al ámbito de la conciencia individual.

La ciencia renacentista despojó al hombre de su armadura teológica y le devolvió la voluntad de


organizar su existencia sin temores o esperanzas de compensación espiritual. El Estado también
empezaba a concebirse como un poder secular no ofrecido a los individuos por derecho divino
sino por intereses económicos, de clases o ambiciones personales. Fue esa gran mentalidad
renacentista la que permeó la obra de Maquiavelo y de la que derivó su concepción del poder y de
la política.

Maquiavelo no es ajeno a la moral y supo intuir, antes que sus propios contemporáneos, que era
imposible organizar un Estado en medio del derrumbe social de Italia. “La experiencia muestra
que las ciudades jamás han crecido en poder o en riqueza excepto cuando han sido libres”, dijo
Maquiavelo.
“El fin justifica los medios”, no es una sentencia carente de moral y ética como han pretendido
demostrar los críticos de Maquiavelo. Sencillamente es una reflexión en la que se reconoce que de
las mismas circunstancias que enfrenta el príncipe, él debe extraer las premisas necesarias para
desenvolverse en un mundo cambiante.

Con ello Maquiavelo demuestra que los hombres se miden con el mundo y actúan sobre él.
Premisa infalible que había olvidado la Edad Media.

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