Está en la página 1de 267

ANTROPOLOGÍA

delà ¡SCLAVITUD

SH

.aW

Claudes meillassoux

traducción de RAFAEL MOLINA

ANTROPOLOGÍA DE LA ESCLAVITUD

El vientre de hierro y dinero

por

CLAUDE MEILLASSOUX

ventuno editores

)*a

siglo veintiuno editores, sa de cv

CERRO DEL AGUA 248. DELEGACIÓN COYOACÁN. 04310 MÉXICO. D.F.

siglo veintiuno de españa editores, sa

CALLE PLAZA 5. 28043 MADRID. ESPAÑA

siglo veintiuno argentina editores siglo veintiuno editores de Colombia, sa

CARRERA 14 NÚM 80-44. BOGOTÁ. O.E . COLOMBIA

TRADUCIDO CON LA AYUDA DEL

MINISTERIO FRANCÉS ENCARGADO DE LA CULTURA

edición al cuidado de martí soler portada de carlos palleiro


primera edición en español, 1990 © siglo xxi editores, s. a. de c. v.

isbn 968-23-1605-7

prim original: anthropologie de l'esclavage

derecera edición en francés, 1988 © presses universitaires de france, parís

título original: anthropologie de l'esclavage

derechos reservados conforme a la ley

impreso y hecho en méxico / printed and made in mexico

ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN 11

CAPÍTULO INTRODUCTORIO: PARIENTES Y EXTRAÑOS 26

1. "Nacer y crecer juntos", 26; 2. Los parientes, 29; 3. Los extranjeros, 32; 4. La privación de
parentesco, 38; 5. Un sier-vo no hace la esclavitud, 41; 6. Los inmolados, 45; 7. Los
empeñados, 46

PRIMERA PARTE: EL VIENTRE. DIALÉCTICA DE LA ESCLAVITUD

CAPÍTULO PRIMERO: DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA ESCLAVITUD

EN EL ÁFRICA OCCIDENTAL 49

1. De los imperios a los comerciantes, 49; 2. De las ciuda¬des comerciales a las aristocracias
musulmanas, 62; 3. La esclavitud y la colonización francesa, 74

CAPÍTULO SEGUNDO: EXTRANEIDAD 77

1. Condicionamiento a la extraneidad, 77; 2. Constitución del espacio esclavista, 79; 3. Las


relaciones primarias de la esclavitud, 83

CAPÍTULO TERCERO: ESTERILIDAD 89

CAPÍTULO CUARTO: GANANCIAS Y ACUMULACIÓN 97

1. La esclavitud de subsistencia, 98; 2. Diferencia con la servidumbre, 101; 3. ¿Cuántos


esclavos? ¿Cuántos siervos?, 103; 4. Ventajas de la esclavitud, 105; 5. Condicionamientos y
costos de la esclavitud, 106; Anexo, 109

CAPÍTULO QUINTO: NO NACIDOS Y MUERTOS EN SUSPENSO 112

1. Desocialización, 114; 2. Despersonalización, 122; 3. Dese- xualización, 124; 4, Descivilización,


129

CAPÍTULO SEXTO: PROMOCIÓN DE ESCLAVOS 132


1. Esclavos de fatiga, 132; 2. Esclavos parceleros, 132; 3. Es¬clavos aparceros, 133; 4, Los
esclavos manumitidos, 134;

5. Liberación, 136; 6. Nacidos fuera del nacimiento, 138; 7. Siempre esclavos, 143; 8.
Enajenación, 144

CAPÍTULO SÉPTIMO: MESTIZOS HIJOS DE ESCLAVOS 148

TRANSICIÓN: DESQUITE DEL ANTIPARIENTE 157

SEGUNDA PARTE: EL HIERRO. LA ESCLAVITUD ARISTOCRATICA

A. LA ESCLAVITUD Y EL PODER 163

CAPÍTULO PRIMERO: LA LLEGADA DE LOS BANDIDOS 163

1. El rey y los bandidos, 164; 2. El rey-bandido, 168; 3. Los compañeros de la incursión, 175

CAPÍTULO SEGUNDO: EL GRAN TRABAJO DE LOS REYES 180

1. "Nuestro azadón es nuestro fusil", 180; 2. Los laca¬yos, 187

CAPÍTULO TERCERO: LA CORTE DIVINA 200

1. El dios sitiado, 201; 2. Los esclavos de confianza, 210; 3. Los eunucos, 213; 4. Cortesanas
buenas para todo, 217; 5. "Mosquito de rey es rey", 221

B. LA ECONOMIA GUERRERA 227

CAPÍTULO PRIMERO: CASOS 228

1. El soldado-labrador, 228; 2. La esclavitud de subsisten¬cia, 230; 3. El tributo de las "tribus"


del "askia", 233; 4. Plantaciones e impuestos, 237; 5. Subtrata guerrera, 240

CAPÍTULO SEGUNDO: ANÁLISIS 243

1. Ventajas económicas de la guerra de captura, 243; 2. ¿Por qué los sacrificios?, 246; 3. La
economía separada, 248; 4. La extorsión en nombre del padre, 250; 5. La tiranía militar, 253; 6.
De la tiranía militar a la servidumbre, 256

TERCERA PARTE: EL DINERO. LA ESCLAVITUD MERCANTIL

CAPÍTULO PRIMERO: EL PAÍS MERCANTIL

1. Ideologías mercantiles, 266; 2. Ciudades comerciales, 273; 3. Los Maraka, 282

CAPÍTULO SEGUNDO: EXTENSIÓN DE LA ESCLAVITUD ENTRE EL CAMPESINADO

1. Intensificación de las guerras de captura, 288; 2. La es¬clavitud entre los campesinos del
Sahel, 298

CAPÍTULO TERCERO: MODALIDADES DE EXPLOTACIÓN


1. La explotación totalitaria, 303; 2. La esclavitud de ren¬ta, 306

CAPÍTULO CUARTO: EL MERCADO INTERNO DE ESCLAVOS

CAPÍTULO QUINTO: ¿HAY QUE CRIARLOS O COMPRARLOS?

1. ¿Criarlos?, 320; 2. ¿Comprarlos?, 324; 3. Renta alimen¬taria y ganancia mercantil, 328; 4.


Competencias, 331; 5. Tasas de reproducción comparadas, 333; 6. Reproducción extrauterina,
337

CAPÍTULO SEXTO: DISOLUCIÓN DE LA ESCLAVITUD

CONCLUSIONES

GLOSARIO BIBLIOGRAFÍA ÍNDICE ONOMÁSTICO

ÍNDICE ANALÍTICO

aoo

INTRODUCCION

En el estado actual de la investigación, parecería que se percibe a la esclavitud menos como


sistema social que a través de la definición de esclavo. Si la conjunción de la semántica y del
derecho contribuye a la puntualización del fenómeno, no permite en cambio caracterizar a la
es-clavitud como institución. En las sociedades africanas, así como en las sociedades antiguas
(Vidal-Naquet, 1965-1967), los términos traducidos por "esclavo" pueden aplicarse también a
categorías más extensas, a veces a todos aque¬llos que están o han estado bajo algún tipo de
sujeción temporal o religiosa por parte de un abuelo, un sobera¬no, un protector, un filósofo,
etc. Significan generalmente vasallo, sometido, dependiente, sujeto, discípulo a veces. A la
inversa, la mayoría de las sociedades esclavistas po¬seen un vocabulario amplio que cubre
diversas condicio¬nes de servidumbre que ya no tienen equivalentes en nues¬tras lenguas y
que reflejamos uniformemente por "es¬clavo".

En términos de derecho, se describe al esclavo como un objeto de propiedad, por lo tanto


enajenable y sometido a su propietario.

Pero en la perspectiva de su explotación, la asimilación de un ser humano a un objeto, o


incluso a un animal, es una ficción contradictoria e insostenible. Si el esclavo fue¬ra en la
práctica tratado como tal, la esclavitud no ten-dría ninguna superioridad sobre el empleo de
instrumentos materiales o sobre la crianza de ganado. En la práctica, los esclavos no son
utilizados como objetos o animales a los cuales esta ficción ideológica procura disminuir. En
todas sus tareas —aun el acarreo—, se recurre a su ra¬zón aunque sea mínimamente, y su
productividad o su utilidad se acrecientan en proporción al recurso a su in¬teligencia. Una
buena administración del esclavo implica el reconocimiento, en grados diversos, de sus
capacidades de homo sapiens, con un deslizamiento constante hacia las nociones de
obediencia, de deber, que lo hace indiscer-nible, en términos escritos, de otras categorías de
depen-dientes. Las muchachas púberes, los menores, las esposas, los protegidos, los
jornaleros, etc., están, como el esclavo, sometidos al poder absoluto del jefe de familia. Puede
golpearlos, enajenarlos, hasta matarlos. La obligación de trabajar recae sobre todos aquellos,
libres o vasallos, que dependen de un amo, de un "patriarca", de un soberano. En cambio,
junto a ellos, hay esclavos que disfrutan de privilegios (fortuna, rango, función) que los colocan
en una posición aparentemente superior y de los cuales la gente se complace en decir que son
"parientes". Se libran del trabajo el lacayo, el confidente, el esclavo rico, que se benefician
indirectamente del trabajo de otros esclavos o incluso de hombres libres, o que ellos mismos
poseen esclavos. En el marco de la ficción del esclavo-objeto, como en la prolongación de lo
que antecede, el derecho reconoce al esclavo una relación institucional sólo con su amo. A esa
relación estrictamente individual es a la que se vincula la definición jurídica del esclavo.

En este caso el derecho ratifica y a la vez disimula las relaciones sociales orgánicas al
sancionarlas en las for¬mas más aptas para la preservación de las ventajas de aquellos para los
cuales fue concebido y enunciado. No podía ser pues la expresión objetiva de una realidad
so¬cial ni contener la explicación de la misma. Al expresar la relación esclavista como
individual, el derecho fija los límites dentro de los cuales desea ver ejercida la autori¬dad del
amo sobre el esclavo; la relación individual en¬mascara y neutraliza, en este caso, la relación
de clase. No es, según esta implicación, más que el reflejo de una con¬cepción personalizada,
individualizada de la autoridad que se apoya en la ideología patriarcal. Ahora bien, en el plano
individual al cual nos limita el derecho, la definición del esclavo, en virtud de esta referencia
ideológica implícita, se extiende necesariamente en algunos aspectos hasta el hombre o la
mujer libres. De ahí la infinidad aparente de condiciones individualizadas del esclavo, que
puede en¬contrar su explicación mediante el principio jurídico que contiene esta
indeterminación.

Incluso el criterio más pertinente y más abarcador, a saber el hecho de que el esclavo, sea cual
fuere su condi-ción, es siempre enajenable en derecho, está también im-pregnado de
vaguedad: otros que no son esclavos son enajenables; algunos esclavos no lo son de hecho.

La debilidad del enfoque jurídico radica en considerar la enajenabilidad como un atributo


inherente a los escla¬vos. La enajenabilidad sólo es significativa, sin embargo, en el marco de
las instituciones fiue permiten su realiza¬ción: la guerra de captura v el "mercado de esclavos",
es decir el conjunto de mecanismos v operaciones por los cuales una clase de individuos se
halla privada de perso¬nalidad social, transformada en ganado, vendida como mercancía y
explotada o utilizada de tal forma que per¬mita recuperar su costo, sea éste de captura o de
com¬pra. Pero la enajenación no representa el estado trascen¬dental del esclavo. Sólo
interviene si el esclavo no puede asumir, en la sociedad donde se encuentra y por alguna causa
determinada, tareas productivas o funcionales. La enajenación no es más que el efecto y la
afirmación de las operaciones de despersonalización que sufre el esclavo por medio de la
captura inicial. La enajenación extrema se manifiesta tanto en el ara de los "sacrificios" como
en los mercados, es decir tanto respecto de ritos religiosos como de transacciones
comerciales. En relación con esos marcos sociales institucionales —v no en su relación
in¬dividual con el amo— es que se afirma su estado.
En lo que respecta a este estudio, todas las sociedades africanas examinadas están vinculadas
directa o indirec-tamente con el mercado. Unas lo abastecen, otras se sur-ten de él. En última
instancia, la suerte vivida o potencial de los esclavos —es decir su estado— se sitúa necesaria-
mente en relación con el mercado, lo cual no significa que todos estén sometidos a él
directamente y en todo momen¬to. El mercado coloca a los esclavos, como clase social, en ese
marco general de determinación que da forma a su estado común en relación con el cual se
definen, en toda sociedad esclavista, las condiciones individuales, diversas y cambiantes, de
cada esclavo según sea su modo dé in¬serción. La relación individual con el amo no se explica
fuera de ese contexto.

La distinción entre el estado y la condición del ésclavo, que se inscribe en este proceso, es una
de las claves para la comprensión del problema. Ella gobierna el plan de esta obra, entre una
primera parte que engloba el conjun¬to del espacio económico esclavista y que da forma al
estado del esclavo y las dos otras partes consagradas a las formas políticas y económicas que
asume la esclavitud en los dos tipos principales de sociedad donde ésta opera en África: las
aristocracias militares y las sociedades mer¬cantiles.

A diferencia de este enfoque, Miers y Kopytoff (1977), en una importante obra colectiva sobre
la esclavitud africa¬na, proponen en su introducción una explicación genética de la esclavitud
que según yo llega al paroxismo del ju- ridicismo, del funcionalismo y del economismo.

Al considerar que lo que ellos llaman los "menores" (ni-ños, jóvenes, mujeres) están en una
posición de depen-dencia en la familia, y que, por otra parte, el sistema de parentesco permite
transferencias de dependencia, Miers y Kopytoff consideran a la esclavitud como la extensión
de ese doble fenómeno a los extranjeros. Por consiguien¬te, lo esencial de su argumentación
se sitúa en torno a lo que llaman el "continuo esclavitud-parentesco" y su teo¬ría de la
"transferencia de derechos sobre las personas". Descubren primero que en África la
"propiedad" tendría la cualidad particular de ser no un derecho sobre las co¬sas, sino un
conjunto de derechos sobre las cosas y las personas. A partir de ahí, descubren lo que creen
que es otra especificidad de la cultura africana, sin precisar a qué tipo de sociedad se refieren,
es decir el hecho de que "el concepto de derechos sobre las personas. . . y sus tran-sacciones . .
. constituyen uno de los elementos fundamen¬tales sobre los cuales se construyen los
sistemas de pa¬rentesco". Tales transacciones, escriben, "representan el aspecto formal del
concepto de relaciones de parentes¬co... La transaccionabilidad de esos derechos, en tanto
que artículos discretos y separados, es igualmente nota¬ble. Además, las transferencias de
esos derechos se hacen normalmente a cambio de bienes y dinero, y tales trans¬ferencias
pueden cubrir la totalidad de los derechos so¬bre una persona. Por consiguiente, fenómenos
tales como el parentesco, la adopción, la adquisición de esposas y niños están todos
inextricablemente vinculados con los intercambios que suponen equivalencias precisas en bie-
nes o en metálico." "... En consecuencia, decir que el hecho de que es 'propiedad' hace que
una persona sea esclava, es lo mismo que decir en efecto: 'un esclavo es una persona sobre la
cual se ejercen determinados dere¬chos'" (1977: 11). Esta teoría, piensan Miers y Kopytoff, es
capaz de sorprender al "occidental" que no puede ima¬ginar que los derechos puedan hacerse
pedazos, y que pue¬dan aplicarse tanto a individuos como a cosas. Lo que me sorprende
personalmente es que Miers y Kopytoff no vean que su explicación descansa en la aplicación
estricta de las nociones occidentales de derecho y de economía libe¬ral. En nuestra sociedad,
la propiedad es un conjunto de derechos, usus, fructus y abusus, que pueden muy bien ser
atribuidos por separado a partes o personas diferen¬tes. Además, en la sociedad doméstica,
no es de propiedad de lo que se trata, sino de patrimonio para el cual las re¬glas de trasmisión
son completamente diferentes. En la actualidad, ya no es posible seguir sosteniendo la tesis
materialista "vulgar" según la cual la dote es una "ad¬quisición de derechos" sobre hijos o
esposas "a cambio de un equivalente preciso en bienes o en metálico", o sea una compra. No
solamente olvidan Miers y Kopytoff que las transacciones matrimoniales pueden funcionar y
de hecho funcionan sin dote en numerosas sociedades africa¬nas, sino también que la noción
de equivalencia de indi¬viduos y bienes no es pertinente en las sociedades domés¬ticas. Lo
que sí es cierto en la teoría de Miers y Kopytoff es que las relaciones de parentesco son
manipuladas sin cesar. Lo falso es que lo sean a cambio de dinero, me¬diante operaciones de
compra. En las relaciones matrimo¬niales no hay otro equivalente a una mujer púber que otra
mujer púber, con la misma fecundidad potencial. El con¬cepto de dote no hace hijos. Cuando
los dos términos de una transacción son idénticos, los bienes intermedios (cuando los hay) no
tienen valor intrínseco ni pueden ser cambiados por sí mismos. Sólo cuando estos bienes
en¬tran en circuitos comerciales exteriores a la comunidad y se les produce para el
intercambio, entonces pueden ad¬quirir un valor intrínseco y comunicar su venalidad a los
circuitos matrimoniales teniendo como efecto la transfor¬mación de los individuos en
mercancías. El efecto de esta transformación no puede atribuirse al "parentesco". No hay
"continuo" entre los dos niveles, sino un cambio cua¬litativo. Miers y Kopytoff creen que los
"derechos sobre las personas" pasan al sistema esclavista, cuando lo que sucede es lo
contrario: es la venalidad de la esclavitud la que contamina y reifica las relaciones de
parentesco.

La teoría de los derechos sobre las personas reintrodu¬ce una vez más los principios de la
economía clásica con-servadora en situaciones históricas con las que concuerda menos aún
que con nuestro periodo contemporáneo. Miers y Kopytoff ven "las raíces de la institución
servil en la necesidad de esposas, de hijos, en el deseo de ampliar su grupo... de tener clientes,
servidores, séquito" (p. 67). Esa necesidad crece con el "deseo infinito de absorber más bienes
de consumo. . . exactamente de la misma ma¬nera que en nuestra sociedad de consumo
moderna" (!). Esas necesidades y esos deseos se satisfacen, tal como Adam Smith nos lo
enseñara, gracias a la "propensión humana al trueque y al intercambio" (p. 67).

¡Difícilmente se puede ir más lejos que Miers y Kopytoff en la interpretación de los fenómenos
sociales a través de motivaciones económicas! ¿Por qué entonces, en tales condiciones,
algunas poblaciones querrían "vender" a sus hijos? Si suponemos que el deseo de la gente es
"ampliar su grupo", ¿cómo es posible que la mayoría esté dispuesta a enajenar a sus
dependientes, por lo mismo a empobre¬cerse de manera absoluta en beneficio de una
pequeña fracción? ¿Y dónde encontraremos tales ejemplos? Es cierto que, bajo los efectos del
hambre, vemos a padres obligados a vender a sus hijos, pero esto acontece en un contexto
donde la venalidad es activa gracias a los efectos directos e indirectos del comercio. En el seno
de la eco¬nomía doméstica de origen, nada, como ya dijimos, puede compensar a un ser
humano como productor o reproduc¬tor, excepto otro ser humano idéntico. Si la "propensión
al trueque" es el motor de los intercambios, sólo permi¬tiría el trueque de un hombre por un
hombre o de una mujer por una mujer. ¿Cómo explicaría esto la acumu¬lación de seres
humanos en beneficio de algunos? ¿A cambio de qué "riqueza" se estaría tentado de separarse
voluntariamente de la riqueza por excelencia? La venta de un pariente no es ni "tradicional" ni
compatible con la organización del parentesco.

Esta debilidad del enfoque de Miers y Kopytoff conduce a la asimilación de la esclavitud al


parentesco, cuando las dos instituciones son rigurosamente antinómicas. Si, por extensión
estrictamente ideológica del parentesco, el escla¬vo se asimila a veces a una especie de hijo
menor perpe¬tuo para confinarlo a las obligaciones de un dependiente según las nociones
familiares de moralidad, nunca adquie¬re sus prerrogativas esenciales: aquellas que están
rela¬cionadas con el derecho de paternidad. Su calidad de no pariente proviene de la
especificidad de la explotación esclavista y de su modo de reproducción. La ceguera con
respecto a este punto no permite reconocer los contornos de la esclavitud. Ahora bien, la
esclavitud es la que per¬mite que exista, por oposición, el estado de libre. El hom¬bre libre se
define sólo en relación con ella. La sociedad se metamorfosea por el hecho mismo de la
introducción de esclavos en su seno. Sé convierte en una sociedad de cla¬ses, si no lo era ya,
Se instauran nuevas reglas y las an¬tiguas persisten sólo en la perspectiva de la perpetuación
de la dominación por parte de las clases libres y de su reproducción como tales. Presentar la
esclavitud como la extensión del parentesco es exactamente lo mismo que reconocer la
legitimidad de la vieja idea paternalista que siempre ha servido de caución moral a la
esclavitud. Es caer en las trampas de la ideología apologética según la cual el esclavista
pretende hacer pasar a sus explotados por hijos muy queridos.

Aunque Miers y Kopytoff recurren ampliamente al eco- nomismo y al materialismo ingenuo


para intepretar la servidumbre y sus transformaciones, ¡proclaman que "no es necesario
apelar a la razón de ser económica para ex-plicar la existencia de la esclavitud"! Lo que quieren
decir, quizá, es que los esclavos no son empleados necesariamen-te como productores, lo cual
es cierto. Sin embargo, la dimensión económica de la esclavitud no se detiene en la utilización
productiva de los esclavos, ni en la ganan¬cia que se pueda extraer de ellos. Los esclavos, sea
cual fuere el empleo que se haga de ellos, son importados a un costo, el de la guerra o el de los
bienes de exportación. Poner a trabajar a los esclavos implica una elección entre la
reproducción mercantil o la natural. Los esclavos que no son asignados al trabajo agrícola
deben ser alimenta¬dos, lo cual, con un bajo nivel de productividad, repre¬senta un problema
doméstico difícil de resolver. Implica —¡suponiendo que los amos no trabajen para sus propios
esclavos!— la explotación de otra fracción de hombres li¬bres o de otros esclavos; implica por
lo tanto la existencia de instituciones capaces de extraer su plusproducto y de transferirlo.
Cuando son destinados a actividades políti¬cas o de guerra, los esclavos participan en la
instalación de la clase política, y actúan como medios de su domi¬nación económica, lo cual es
tanto más necesario cuanto que aquélla se hace cargo de los esclavos ociosos.

En la sociedad mercantil, la condición de los esclavos, manipulables a voluntad, cambia todavía


más por su rela-ción (y la de sus productos) con el mercado, por la ar-ticulación de su
producción alimentaria a la ganancia, por su intrusión como medio de producción sustraído a
la economía general, por la naturaleza del producto que per-mite su renovación, etc. Al no
considerar el aspecto prác-tico de la gestión esclavista, Miers y Kopytoff permanecen ciegos a
sus implicaciones económicas. Parece evidente que, sin decirlo explícitamente, estos autores
pensaron que al descartar la "razón de ser económica de la escla-vitud" descartan de ésta
asimismo la interpretación "mar- xista", creyendo como muchos que el materialismo histó-rico
se reduce a esta causalidad economizante que ellos mismos practican, aparentemente sin
saberlo.

¿Qué nos aportan pues el materialismo histórico y par-ticularmente Marx y Engels sobre la
esclavitud?

Las contribuciones de estos dos autores son de calidad variable, según las obras. Las
condiciones de aparición de la esclavitud fueron desarrolladas principalmente por En-gels
(1867/1954: 145-163). Surgiría ésta (a partir de la disolución del orden gentilicio) como
resultado de tres grandes divisiones del trabajo:

a] La división entre agricultura y pastoralismo, la cual suscita intercambios regulares; la


aparición de la mone¬da; el aumento de la producción y de la productividad del trabajo. Al ser
mayor la suma del trabajo, exige un número creciente de productores, proporcionados por la
guerra.

b] La separación entre artesanado y agricultura. El va¬lor de la fuerza de trabajo aumenta


y se introduce a los hombres mismos en los intercambios como objetos de in-tercambio. La
esclavitud se convierte en una componente esencial del sistema social y la guerra en una rama
de in-dustria permanente.

c] La separación entre la ciudad y el campo, la cual favorece el desarrollo de una clase


mercantil, la acumu-lación diferencial de la riqueza y su concentración en ma-nos de una clase
que acapara los productores aumentando el número de esclavos: la esclavitud se convierte en
la forma dominante de la producción.

Pero Marx, y menos que Engels, no se ocupa de la es-clavitud en sí misma, la evoca siempre
por comparación con otros modos de producción. Para comprender el al¬cance de sus ideas
sobre esta institución, hay que distin¬guir lo que escribe en las Formen y en El capital.

En las Formen, Marx asocia casi siempre la esclavitud con la servidumbre. Hace observaciones
más sugerentes que operatorias, y a menudo confusas. Ve la esclavitud ya sea como
"desarrollo posterior de la propiedad basada en la organización tribal", ya sea como el
resultado de la extensión de la familia en la cual está latente la esclavitud (ibid.: 90-91). La
esclavitud tendría como punto de par¬tida unas veces la apropiación de las subsistencias, otras
veces la conquista (ibid.: 82). Marx no se decide entre un posible desarrollo endógeno de la
esclavitud o su apari¬ción histórica por contacto entre civilizaciones. No des¬prende el vínculo
orgánico que relaciona la clase de los esclavos con la de los amos, a pesar de una observación
pertinente (ibid.: 85) sobre la naturaleza histórica de la individualización de las relaciones
sociales; no distingue con claridad entre la subordinación que se anuda entre parientes en las
relaciones de producción agrícola y aque- lias que emanan de la captura. Si bien algunas
observa¬ciones permiten comprender mejor la confusión "jurídi¬ca" entre súbditos,
dependientes familiares y esclavos (ibid.: 71), no resuelven el problema de la especificidad de
la relación esclavista.

Las observaciones contenidas en El capital (Marx, [1867] 1975), no obstante ser menos
compactas y no consti¬tuir un corpus teórico susceptible de situar de una vez por todas a la
esclavitud entre los modos de producción, están impregnadas de un rigor que no poseen las
que encon-tramos en las Formen. Marx distingue en esta obra, en líneas generales, dos formas
de esclavitud: la primera es denominada patriarcal: la propiedad sobre un individuo puede no
ser más que un "accidente" y el trabajo del es-clavo, en todo caso, está orientado a la
producción directa de subsistencia (El capital, ni, 6: 424), por lo tanto de valor de uso. Bajo la
acción del comercio, con el desarro¬llo del capital mercantil, el esclavo patriarcal puede
de¬sembocar en un sistema orientado hacia la producción de plusvalor en el cual el esclavo es
sometido a una explota¬ción cada vez más feroz, a medida que se desarrolla el valor de
cambio (i, 1: 283). A esta esclavitud productora de valor de cambio es a la que se refiere Marx
con más frecuencia.

A pesar de que Marx asocia todavía a menudo en El ca-pital la esclavitud con la "servidumbre",
caracteriza la primera por el hecho de que exige un desembolso inicial de dinero que él asimila
a un capital fijo (n, 5: 584-585). La ganancia obtenida por el- propietario la considera ya sea
como el interés de ese capital adelantado, ya sea como un plusvalor anticipado y capitalizado,
ya sea como una ganancia (cuando dominan las concepciones capitalistas), ya sea como una
renta. "Sea cual fuere el nombre que se le dé, el plusproducto disponible del que se ha
apropiado es aquí«, la forma normal" (ni, 8: 1023). Pero el adelanto del capital fijo invertido en
la compra del esclavo obliga al propietario a disponer de un capital nuevo para inver¬tirlo en
su explotación. Se comprende que se plantea en¬tonces necesariamente una elección entre la
compra de un mayor número de esclavos, o la de medios de producción que aumentarán su
productividad. En el primer caso (re-lacionado con la esclavitud antigua) el número de
escla¬vos puede ser considerable, hasta dieciocho veces más que el de los hombres libres,
comprueba Engels (1884: 111). Las relaciones entre amos y esclavos "aparecen como re¬sortes
directos del proceso de producción" y excluirían además la cosificación de las relaciones de
producción (El capital, ni, 8: 1057). En virtud de la desigualdad de esas relaciones sociales,
señala Marx a propósito de Aristóte¬les, la esclavitud oscurece la equivalencia de los
traba¬jos, en consecuencia la expresión del valor en la mente humana (ibid., i, 1: 73 5.).

Cuando, como en la esclavitud americana, el trabajo del esclavo está mediatizado por
inversiones, cuya debilidad apunta no obstante Marx, el dominio sobre los hombres tiende a
realizarse de nuevo a través del dominio sobre las cosas (Engels, 1884: 208). El plustrabajo del
esclavo aumenta desde que "el trabajo esclavo y de la prestación personal servil" entra al
mercado, desde que se trata de obtener esclavos; no bienes de uso, sino excedente (El capital,
i, 1: 283). Gracias al comercio de esclavos, éstos pueden remplazarse con facilidad por
"criaderos extran-jeros de negros", cuya duración de vida tiene menos im-portancia que su
productividad (ibid.: 321). Marx toca el problema de la reproducción al subrayar que en
Estados Unidos el crecimiento natural es insuficiente y que el co-mercio de esclavos es
necesario para enfrentar las nece-sidades del mercado (ibid., II, 5: 585). Engels observaba
igualmente que de los esclavos de Roma sólo se repro¬ducía una pequeña parte y que el
aporte colosal de escla¬vos que se efectuaba a través de la guerra era la condición previa de la
gran propiedad latifundista (1884: 200). Las guerras continuas de unos germanos contra otros,
al igual que las de los sajones y normandos, tenían igualmente el propósito de abastecer los
mercados de esclavos. La esclavitud romana desaparece por otra parte con la de¬cadencia del
comercio y de las ciudades para dar lugar al colonato y a la servidumbre (ibid.: 138; 1877: 362).
Al referirse a los esclavos de la Antigüedad y a los europeos, agreguemos que Marx, y sobre
todo Engels, comprueban el papel social que algunos esclavos son capaces de desem¬peñar —
por el hecho de que no pertenecen a ninguna gens— en tanto que esclavos favoritos con
acceso a las riquezas, a los honores, a los rangos elevados y que cons¬tituyen entre los francos
y los germanos el germen de una nueva nobleza. Nobleza igualmente asociada sin duda a esas
corporaciones militares que hacen la guerra por cuen¬ta propia, guerras de rapiña que
abastecen los mercados de esclavos.

A pesar de la ausencia de un estudio sistemático del fe-nómeno esclavista, muchas de esas


reflexiones son perti-nentes todavía, aunque deben ser corregidas en algunos aspectos.

La esclavitud conocida como "patriarcal" no puede ser asimilada —en virtud de su "carácter
accidental"— a una relación de clases y no termina por sí mi^a en un siste¬ma de producción
esclavista. No se trata, desde mi punto de vista, de una esclavitud propiamente dicha, sino de
fe-nómenos puntuales de servidumbre.

La distinción entre esclavitud de subsistencia, produc-tora de una renta alimenticia, y


esclavitud generadora de ganancias debe conservarse pero no siempre como exclu- yentes una
respecto de la otra. Si la esclavitud de sub-sistencia domina la esclavitud militar y
administrativa en las sociedades aristocráticas y militares, persiste como base indispensable
para la formación de la ganancia en la esclavitud mercantil.

Marx y Engels consideran que la condición económica general para el surgimiento de la


esclavitud es un creci-miento de la productividad tal que la fuerza de trabajo esté en capacidad
de proveer más de lo necesario para la subsistencia del productor. Pero, en cualquier
socie¬dad, los adultos producen siempre por encima de sus ne-cesidades individuales para
alimentar a las generaciones jóvenes. Precisamente de la parte dedicada a la reproduc-ción se
apodera el esclavista al arrancar al adulto de su medio, al hacerlo producir para él y al
remplazarlo al final de su vida útil por otro esclavo. La esclavitud es así el único modo de
explotación que permite apoderarse del plusproducto humano, independientemente de
cualquier incremento en la productividad del trabajo más allá de la simple reproducción. La
servidumbre en cambio exige una producción superior, puesto que el siervo debe asegurar por
lo menos su reproducción simple y la subsistencia de sus amos.

La debilidad del razonamiento proviene, en Marx y En- gels, de la confusión reiterada que
hacen entre esclavitud y servidumbre, confusión que afecta también la argumen-tación sobre
el problema del valor y sobre la relación entre esclavitud y parentesco.

En cambio, como lo sugiere Engels, es posible que las relaciones entre los grandes nómadas y
los agricultores sedentarios hayan favorecido la esclavitud. Los nómadas criadores se
encuentran en una situación de dependencia económica respecto de los agricultores
sedentarios que producen los bienes de subsistencia que necesitan, y a la vez de dominación
logística y guerrera, dado su dominio de la energía animal. Esta energía —gracias a la cual los
rebaños se alimentan por sí mismos al desplazarse— pro-vee además medios de transporte
utilizados para el co-mercio de larga distancia o se ofrece como servicio a cam-bio de
productos agrícolas. Ofrece, en forma de cabalga¬duras rápidas, medios de rapiña y rapto
eficaces. No to¬dos los criadores se dedican al pillaje, pero los grandes nómadas, mejor
montados y en contacto con otros pue¬blos sedentarios de allende el desierto, pueden
combinar rapiñas y raptos, y transportar el exceso del botín hasta clientes lejanos.
El contacto entre pastores y sedentarios ofrece la opor-tunidad de la servidumbre, y el
nomadismo, su logística. No explica todavía la demanda de esclavos por parte de las
poblaciones clientes, es decir la "génesis" de la escla¬vitud.

La causa lejana de ese modo de explotación y de los enfrentamientos que suscita entre los
pueblos se explica probablemente por un proceso histórico que abarca mu¬chos siglos. La
esclavitud es un periodo de la historia universal que ha afectado a todos los continentes, a
ve¬ces de manera simultánea, o bien sucesiva. Su "génesis" es la suma de todo lo que
aconteció durante un tiempo indeterminado en varios lugares. La trata africana de es¬clavos
hacia el Maghreb, luego en Europa, origen de la esclavitud en el África negra, no hizo más que
tomar el re¬levo de las tratas que existían desde hacía siglos en Asia, en el continente europeo
y alrededor del Mediterráneo. Los eslavos proporcionaron su contingente de eslavos, los
esclavones, de esclavos; nuestros antepasados los galos vendían regularmente a sus cautivos
de Inglaterra a los romanos, los viquingos capturaban y vendían esclavos a lo largo de sus
cabotajes. Los piratas musulmanes y cris¬tianos se capturaban mutuamente... La esclavitud
había comenzado desde hacía mucho tiempo y sería preciso, para explicarla en África, explicar
su aparición en el continente euroasiático. Sin embargo, es paradójicamente en África, último
continente que hubo dado lugar a la trata, donde aún se busca una explicación original de la
esclavitud, a partir del desarrollo endógeno de sociedades todavía sos¬pechosas de
primitivismo y aislamiento y, por lo tanto, la¬boratorios de fantasmas tardíos.

No es posible reconstruir en estas páginas la historia de la aparición de la esclavitud en el


mundo. Esta obra no es una teoría general de la esclavitud, sino un ensayo teórico sobre esta
institución a partir de mis conocimien¬tos sobre una porción de África. Pero la historia de la
esclavitud en África se muestra indispensable para captar la significación de los hechos que la
acompañan: la his¬toria es la que pone en evidencia la especificidad del modo de reproducción
esclavista, le da sentido a la economía guerrera y aporta el medio para interpretar algunas de
las formas de poder. Muestra que el fenómeno esclavista se inscribe en un complejo social y
político de un alcance geográfico considerable. La dimensión antropológica sólo tiene
significación en ese contexto, el cual remite a su vez a la economía y a la demografía del
conjunto de los pue¬blos implicados: los que han sufrido los raptos y los que se han
beneficiado con ellos. Esta perspectiva propor¬ciona a una investigación sobre la esclavitud
una dimen¬sión que se expande sin cesar y de la cual no he delimi¬tado en esta obra toda su
extensión.

En las regiones del África occidental donde trabajé, la esclavitud sigue todavía al alcance de la
memoria. No se presenta allí en todas sus variantes conocidas. Persiste pues la tentación
permanente de extraer datos de otros lugares. Cedí a ella en algunas referencias pero me
guar¬dé de dejarme llevar por un comparativismo silvestre. El presente estudio me mostró
sobradamente que la noción de esclavitud cubría una diversidad de situaciones harto amplia
para no olfatear, en la Antigüedad o en las Améri- cas por ejemplo, una tal heterogeneidad. Si
la esclavitud, definida con precisión, posee rasgos universales, es nece-sario todavía que esta
definición, objeto en gran medida de la presente investigación, sea aceptada, para que la
discusión se entable a fondo. Renuncié pues a hacer aquí una crítica de las obras clásicas que
tratan de la esclavi¬tud en otras épocas y regiones: por una parte, porque los criterios
discriminantes utilizados por los autores no son los mismos que yo utilizo; por otra parte,
porque, al no estar en mi terreno, no podría identificar bien mis acuerdos y desacuerdos.

En muchos puntos de argumentación, la presente obra remite a trabajos anteriores de los


cuales retomé, para la claridad de la exposición, algunos razonamientos. Sin em-bargo, para
aligerar la demostración, incluyo también en un anexo un glosario alfabético de las nociones y
concep¬tos utilizados en el cuerpo del texto. Este ejercicio me mostró cuán fácil es ir a la
deriva con respecto del propio vocabulario y me obligó a retomar varias veces este tra¬bajo
para ajustarlo a esta exigencia de coherencia. No por ello estoy más seguro de haberlo
logrado.

Quiero recordar por último que este libro es la conti-nuación de un trabajo emprendido a
partir de una obra colectiva y que las contribuciones particularmente ricas de mis colegas
nutrieron en lo esencial la información que poseo y la reflexión que me hago.

CAPÍTULO INTRODUCTORIO

PARIENTES Y EXTRAÑOS

1. "NACER Y CRECER JUNTOS"

A partir de un análisis semántico, É. Benveniste, en su pe-netrante y magistral obra (1969),


descubre "los orígenes sociales del concepto de 'libre' ". "El sentido original —es-cribe— no es,
como estaríamos tentados de imaginar, 'li-berado de algo', es el de pertenencia a un tronco
étnico designado por una metáfora de crecimiento vegetal. Esta pertenencia confiere un
privilegio que el extranjero y el esclavo no conocen" (1969, i: 324). Los hombres libres (los
francos, los ingenuos, los gentiles) son los que "han nacido y se han desarrollado
conjuntamente" (ibid.: 323/ las cursivas son mías). El extranjero es a contrario el que no se ha
desarrollado en el medio social donde se encuen¬tra, que no ha crecido en los
entrelazamientos de las re¬laciones sociales y económicas que sitúan a un hombre respecto de
todos los demás.

Ahora bien, este descubrimiento de Benveniste concuer¬da exactamente con el análisis del
desarrollo de la comu¬nidad agrícola doméstica en su doble proceso de produc¬ción y de
reproducción y del lugar que adquiere en ella el individuo (varón) por su doble pertenencia a
los ciclos productivos y reproductivos. Los Maninka, en términos casi idénticos a los de
Benveniste, dicen en efecto, para hablar de sus congéneres, de aquellos con los cuales uno
puede identificarse: "ka wolo nyoronka, ka mo nyoron- ka": "nacer juntos, madurar juntos". No
es la "consan¬guinidad" la que se expresa así, sino la "congeneración",

1 Saliu Balde traduce muy justamente por "croit" [cría, incre¬mento del rebaño] el término
Beyguure, el cual designa la familia extensa entre los Fula del Fuuta Jaalo. La asociación de los
ciclos productivos y reproductivos se manifiesta también por la asimi¬lación de la
descendencia a la comida como lo comprueba Jaulin entre los Sara (1971: 242), o P. Weil
(1970) entre los Mande donde "simbólicamente la asociación [de las mujeres] trata la
produc¬ción de la comida y la de los niños como una y la misma cosa".

el crecimiento conjunto y relativo de los individuos los unos respecto de los demás.
Como traté de demostrarlo en otra parte (1975c [1977], i, 1 y 3), en la comunidad doméstica la
organización social se configura alrededor de condicionamientos vinculados con el uso agrícola
de la tierra como medio de trabajo: el trabajo invertido en la tierra da lugar a una producción
diferida que impone a los miembros de la comunidad permanecer solidarios, no sólo durante
la estación muer¬ta, sino también de un ciclo agrícola al otro, ya que la sub¬sistencia
producida durante un ciclo es necesaria para la reproducción de la energía-trabajo aplicada a
la produc¬ción del ciclo siguiente. Se contraen así entre miembros productivds e
improductivos en el aspecto social, entre productores de diferentes edades en el aspecto del
traba¬jo, relaciones vitalicias y de anterioridad generacional in-cesantemente renovadas, por
las cuales las generaciones sucesivas aseguran sus futuros.

"Se cava el pozo de hoy para la sed de mañana", dicen los Maninka. Este encadenamiento de
las generaciones se expresa también con el dicho mossi: "Alguien se ocupó de ti hasta que
crecieron tus dientes, ocúpate de él cuando sus dientes se caigan" (según J.-M. Kohler, 1972:
49). Es lo que en términos más elegantes enuncia laboriosamente Aristóteles: "Si tienen hijos
[es] para obtener de ellos una ventaja pues todo el trabajo que pasan en la plenitud de sus
fuerzas para criar a sus hijos, desprovistos toda¬vía de vigor, lo recuperan al volverse estos
últimos a su vez fuertes, mientras aquellos sienten la impotencia de la vejez" (Las económicas
[1958], p. 22). Al ignorar la socie¬dad de autosubsistencia los intercambios comerciales, su
producto no tiene salida sino dentro de sí misma y circula de acuerdo con un sistema
redistributivo que asegura la satisfacción de las necesidades del conjunto de la comu-nidad a
partir de la producción de sus miembros activos.

La sociedad doméstica no es una sociedad de clases. Las relaciones de producción se


establecen desde luego entre miembros productivos e improductivos, como en cualquier
modo de producción, pero, a diferencia de las sociedades de clases, la calidad de productivo e
improductivo sólo se relaciona con las capacidades físicas e intelectuales y no con la
pertenencia social. En la sociedad doméstica, los miembros productivos son todos aquellos
adultos con ca-pacidad de trabajar; los improductivos son los niños, los ancianos y los
incapaces. La contribución de cada uno, durante toda su vida, no depende del rango, sino de la
relación entre la duración de su vida activa y la duración de su vida improductiva. Al igual que
para los otros bie¬nes en ese tipo de sociedad, el intercambio que rige la dis¬tribución del
plusproducto es gratuito pero diferido (Mei- llassoux, 1975c [1977], i, 3-4). En un sistema
patrilineal, la reproducción demográfica y social de la comunidad pro-ductiva exige la apertura
de ésta hacia otras células se-mejantes a ella para proceder a una distribución y a una
asignación de las mujeres púberes. La anterioridad del in-dividuo varón en el ciclo
reproductivo corresponde nor¬malmente al orden de acceso a las esposas, por lo tanto al
rango de mayor o de menor en el ciclo reproductivo. La paternidad social instala a los
individuos en ese ciclo re¬productivo y establece su concordancia con el ciclo pro¬ductivo,
tanto el anterior como el posterior, por el hecho de que el crecimiento de los descendientes
incumbe a las capacidades de reproducción de los "padres" nutricios y se inscribe pues en el
ciclo productivo de estos últimos. En la comunidad doméstica, ambos ciclos están
estrechamente ligados, cerrados en sí mismos, pero subordinados el uno del otro. El rango y la
posición se expresan por el paren-tesco, expresión codificada de ese desarrollo conjunto y
relativo de los hombres entre sí, congruente con la evo¬lución vitalicia de cada quien en el
doble ciclo de la pro¬ducción material y de la reproducción humana. Sistema cerrado, pues, en
principio, en el cual sólo se penetra por el nacimiento o por su equivalente, la adopción.

Así, el cierre de la comunidad en torno a los hombres que han crecido conjuntamente en su
seno —vale decir en torno a los congéneres (en el sentido muy preciso del término)— es la
condición lejana e inmanente de una po-sible relación esclavista debida a la distinción latente
que ella permite establecer orgánicamente entre ingenuo y ex-tranjero. El individuo que no se
ha formado en ese doble ciclo productivo y reproductivo sería pues el extranjero. Se opondría
sobre tal base al ingenuo: aquel que nació y creció en la comunidad.

El fundamento económico de la referida distinción en¬tre ingenuos y extranjeros permite


aclarar una de las con-diciones objetivas de la aparición de la explotación del trabajo en las
sociedades domésticas. Cabe notar aquí, para evitar cualquier confusión ulterior, que el
funcio¬namiento de la comunidad doméstica sólo engendra la distinción entre ingenuo y
extranjero. La relación de ex¬plotación a la cual puede servir de punto de partida sólo lo es
realmente en el marco doméstico. Sólo puede evolu¬cionar hacia la esclavitud cuando
cambian y desaparecen al mismo tiempo las condiciones de existencia de la eco¬nomía
doméstica por su inserción en el mercado.

2. LOS PARIENTES

La productividad del trabajo agrícola de subsistencia rige las capacidades de reproducción y de


crecimiento demo¬gráfico de la sociedad.

La existencia física de una sociedad y su perpetuación exigen una productividad mínima capaz
de asegurar por lo menos la renovación de las generaciones, es decir la reproducción simple (1
por 1) de los productores. Cada trabajador activo debe ser capaz de proporcionar un plus-
producto 3 alimentario susceptible de alimentar a un sus-tituto hasta la edad de la producción,
habida cuenta de la mortalidad por edad. El crecimiento demográfico exige

es ingenua en su comunidad de origen, pero extranjera en tanto que esposa en la comunidad


de su esposo.

3 El plusproducto individual vitalicio de un adulto activo equi¬vale a la diferencia entre su


producción agrícola alimentaria y su consumo durante la duración de su vida activa, o sea:

fjB — aB.

La repartición social del plusproducto individual se descompo¬ne así:

SB = Xi + « B + 2 «C.

X2

El concepto de plusproducto no tiene nada en común con el término excedente empleado


generalmente, sin precisar con qué duración (el año, o la duración de vida activa) se relaciona,
si comprende o no las cantidades necesarias para la reproducción además un almacenamiento
de alimentos para reducir la tasa de mortalidad en los años de escasez o hambruna. La
productividad determina pues la proporción de individuos que pueden ser alimentados con la
producción de los demás.

Ahora bien, la productividad agrícola alimentaria, en el África subsahariana, ha seguido


limitada hasta nuestros días por el empleo de técnicas manuales que sólo pueden recurrir a
instrumentos de trabajo individuales, con ex-clusión de medios sociales de producción. En
términos generales, la agricultura de subsistencia se ha quedado en el estadio del azadón.

En la economía doméstica de autosubsistencia, la to-talidad del plusproducto (una vez


deducido el manteni-miento de los posproductivos) se reinvierte en la repro-ducción de la
comunidad, reproducción del ciclo agrícola (semillas, reservas), reproducción de los futuros
produc-tores.

En una economía con una productividad débil y una mortalidad alta, el plusproducto sólo
permite un creci-miento demográfico limitado. Cualquier disminución del plusproducto
disponible afecta las capacidades de repro-ducción de la sociedad. De ahí la atención prestada
al problema de la renovación de las generaciones y la rela¬ción estrecha que se establece
entre el proceso de repro¬ducción y las estructuras sociales.

La transferencia del plusproducto de un individuo hacia sus mayores o hacia su descendencia


representa el con-tenido material de las relaciones de filiación. Mientras un adulto activo
permanezca soltero, su plusproducto corres-ponderá a sus mayores. Desde que se casa y es
"padre de

demográfica y la tasa de ésta, si se deducen de él las semillas y las reservas y, en ese caso,
durante cuántos años, etcétera.

¡3 producción anual de un activo;

a consumo anual de un individuo;

A duración del periodo preproductivo de los jóvenes;

B duración de la vida activa de un productor;

C duración del periodo posproductivo;

xt número de niños (preproductivos) que un productor alimen¬ta durante su vida activa;

x2 número de descendientes que comparten el mantenimiento de sus mayores (los


posproductivos) así como de los incapaces (Meillassoux, 1975c [1977]).

familia", su vínculo con su descendencia se actualizará en su contribución al crecimiento de


ésta. Si fuera necesaria la explotación de los más jóvenes por parte de los mayo¬res, sólo sería
posible si se limita la descendencia de los primeros o, mejor aún, si se prolonga
indefinidamente su estado de solteros. Una explotación del trabajo reali¬zada por medio del
celibato de los jóvenes sólo puede te¬ner un alcance económico limitado al tiempo que pone
en tela de juicio los fundamentos de la reproducción fí¬sica, estructural e ideológica de la
comunidad doméstica. El "valor" de las subsistencias, en una economía sin in-tercambios, sólo
se realiza mediante la inversión interna en la formación y mantenimiento de los futuros
produc-tores. Si la explotación va acompañada de una "falla en el nacer", tendrá un efecto
negativo inmediato. Además, al hombre a quien se le niega una esposa, es decir el medio de su
reproducción social, se le niega la posibilidad de invertir su producto en sus dependientes, los
cuales, por su trabajo futuro, lo liberarán a su vez de la dependencia en la cual se encuentra
respecto de sus mayores y le otor¬garán, en su momento, el rango de mayor. No se le trata
pues como a un pariente. Se le excluye de las prerrogati¬vas asociadas con esa posición.

Dicha privación sólo puede ejercerse en relación con los jóvenes cuyos vínculos parentales son
débiles o nulos, es decir, con respecto a los individuos que, en una socie¬dad doméstica que
funcione según sus normas, son ex-cepcionales. Para que estos parientes pobres constituyan
una clase social explotada, sería preciso que su pluspro- ducto global fuese suficientemente
constante para asegu¬rar la reproducción continua y regular de la clase explo¬tadora. Ahora
bien, su reclutamiento, dado que es aleato¬rio, dado que no procede del funcionamiento
orgánico de la sociedad sino de su disfuncionamiento, no puede ase¬gurar tal continuidad.

De hecho, la asimilación social de los parientes pobres se enfrenta a dificultades tales que,
entre los Dogon, los bastardos que habrían podido engrosar esta clase de ex-plotados eran con
preferencia vendidos como esclavos a los traficantes. D. Paulme refiere (1940: 433-434) que la
prohibición de la trata de esclavos por la colonización, lejos de suscitar una esclavitud interna,
provocó un au¬mento de los infanticidios y de los abortos. La explotación sólo podría cobrar
un carácter sistemático y continuo si se atribuyera arbitrariamente a una fracción de los
miem¬bros de la comunidad una posición negativa en cuanto al acceso a las esposas, es decir,
¡si se constituyera una "cla¬se" de solteros! Al estar consagrada al celibato, esta clase sólo
podría reproducirse institucionalmente. No procede¬ría del matrimonio "creador de posición".
Sus miembros no habrían "nacido". La distinción entre productivos e improductivos no se
realizaría ya según el criterio de ca-pacidad en el trabajo sino según la pertenencia social. Si
existe pues en la comunidad doméstica la posibilidad de colocar a los parientes pobres en una
situación de ser-vidumbre individual y puntual, la probabilidad de una esclavitud sui generis y
sistemática, surgida del funcio-namiento de la sociedad doméstica librada a sus propias leyes,
aparece como una hipótesis poco fundamentada. Seguir tal razonamiento mostrará en efecto
que el escla¬vo es en primer lugar, como lo presiente Benveniste, el extranjero por excelencia,
o bien el extranjero absoluto.

3. LOS EXTRANJEROS

Si bien parece difícil, en el marco doméstico, transformar a los parientes en una clase esclava,
el solo hecho, para un individuo, de no haber nacido en la comunidad domés¬tica no es
tampoco suficiente para hacer de él el extranjero absoluto que permitiría su sujeción y su
explotación, pero esto es lo que muestran las modalidades de inserción de individuos no
emparentados en las sociedades domés¬ticas.

En efecto, el cierre de la comunidad doméstica sobre sí misma no puede ser total. Sabemos
que los azares de la re¬producción natural en las unidades demográficas pequeñas no
permiten mantener en todo momento una proporción eficaz entre productores e
improductivos. Esta exigencia práctica es la que conduce a una necesaria manipulación de las
relaciones sociales con el fin de ejercer una gestión de la reproducción que no puede
entregarse, como en nuestras sociedades muy pobladas, a la ley de los gran¬des números. La
comunidad se ve entonces inducida a recurrir a un reclutamiento exterior para reconstituir sus
efectivos y sus estructuras, en el terreno de las estrategias guerreras, matrimoniales o
políticas. Por tales razones, la comunidad no está nunca absolutamente cerrada. Debe ser
capaz de abrirse a pesar de su constitución. Las necesi¬dades de su reproducción la conducen
pues a concebir, junto a las instituciones matrimoniales, modos de inser¬ción del extranjero,
distintos según se trate de un hombre o de una mujer.

La inserción de una mujer en una comunidad aumenta proporcionalmente sus capacidades de


reproducción. Un individuo varón, en cambio, no acrecienta más que débil-mente, o no lo hace
en absoluto, esas capacidades, puesto que bastaría con unos cuantos hombres o aun con uno
solo, para fecundar la totalidad de las mujeres púberes de una comunidad. Podemos estimar
en efecto que un hombre adulto podría fecundar de manera continua entre 15 y 30 mujeres.
Esta relación no es pues favorable a los hombres en el aspecto de la estricta reproducción,
puesto que más del 90% de ellos (si la tasa sexual fuera equiva¬lente) serían inútiles en el
cumplimiento natural de esta función. Para que la totalidad de los hombres sea admi¬tida, es
menester que sean aceptados y reconocidos con- vencionatmente o institucionalmente como
reproductores y que sea otorgado a cada uno un lugar correspondiente mediante un acceso
reglamentado a las mujeres. No es como reproductor "natural" que cada hombre ocupa su
lu¬gar en el sistema social, sino en cuanto reproductor so¬cial, convencionalmente reconocido
como tal.

En las sociedades parentales domésticas, la fecundidad potencial de las mujeres es así


mediatizada socialmente por el hombre cuya inserción social a título de reproduc¬tor se
acompaña de un atributo específicamente masculi¬no: el de crear las relaciones de filiación.
Las capacidades puntuales de inseminación del hombre sólo tienen efectos sociales en el
marco estricto y legitimado de las relaciones matrimoniales reconocidas. Legitimación que, en
definiti-va, sustituye al acto de fecundación, ya que el vínculo conyugal es en la sociedad
patrilineal suficiente para que el esposo sea reconocido como padre de los hijos de su esposa.
En la sociedad matrilineal, es independientemente de toda capacidad de fecundación natural
que el hombre establece una filiación con los hijos de su hermana. A pe-sar de que la mujer es
la productora irremplazable de la descendencia, está desposeída de las calidades jurídicas que
le permitirían socializarla. Por este hecho, al ser su progenie, en cierto modo, una aportación
bruta a la co-munidad, la calidad social de la misma importa poco en lo que concierne al
establecimiento de las relaciones de filiación. Sólo es decisiva la del esposo o la del hermano.
En la sociedad doméstica, se valorará más entonces el nacimiento de un niño (legítimo) que el
de una niña, ya que sólo el primero es capaz de atraer o retener la des¬cendencia de una
mujer en la comunidad.

Ahora bien, los extranjeros varones que no están situa-dos en esas relaciones de parentesco
no aportan nada des-de el punto de vista de la reproducción física o social que no pueda
realizarlo un hombre perteneciente a la comu¬nidad. No es pues a priori en tanto que puro
genitor que el hombre extranjero, introducido en la comunidad, puede ser apreciado ya que
esta función puede ser desempeñada por cualquier otro varón de la comunidad. El hombre
extranjero sólo puede desempeñar esta función reproduc¬tora si está también, por su parte,
emparentado, si es aceptado como "padre social", vale decir si recibe de sus anfitriones la
capacidad formal de reproducir o de exten¬der las estructuras —más bien que los efectivos—
de la comunidad que lo acogió. Ahora bien, la descendencia del hombre extranjero sólo le
corresponderá a esta última en dos circunstancias: si se casa con una muchacha de la
comunidad a la que se le adjudicará la descendencia a falta de una familia paterna, o bien si, al
ser adoptado, el hombre se casa con una muchacha de una comunidad afín. La primera
solución —dar una hija en matrimonio a un extranjero— es practicada con mucha frecuencia.
Permite la integración de éste sin equívoco en la comu¬nidad de recepción, pues así se
constituyen relaciones de afinidad a partir de las cuales se establecen todas las de¬más
relaciones, particularmente las que definen el acceso del recién llegado a la tierra nutricia y
que regulan la trasmisión de la descendencia de la esposa. En un caso como éste, la
introducción del extranjero será más fácil si ha participado algún tiempo en el ciclo productivo;
si al haber sido introducido joven, creció con sus hermanos adoptivos, o si, al haber sido
capturado como prisionero de guerra, ha sido retenido en la comunidad en sustitu¬ción de un
guerrero desaparecido del cual asumirá a la larga su personalidad social (cf. Héritier, 1975; P.-
P. Rey, 1975).

La inserción del extranjero mediante su matrimonio con una muchacha de la comunidad


encierra la ventaja para el decano de mantener exclusivamente bajo su autoridad a una
esposa, a un dependiente varón y a toda su descen-dencia durante la primera generación.
Tiene en cambio la desventaja de privar a la comunidad de una esposa como contraparte de la
muchacha que fue otorgada al ex¬tranjero, a expensas además de un joven. En otros
térmi¬nos, el extranjero usurpa el lugar de un joven núbil en el ciclo reproductivo sin haber
necesariamente participa¬do por igual en el ciclo productivo.

Para que —otra solución para la integración— el ex-tranjero acogido en un grupo pueda tener
acceso a una mujer de otra comunidad (es decir para que pueda ca¬sarse como un menor
afiliado), es preciso que su paren¬tesco con la comunidad de recepción sea establecido de
antemano: es preciso que sea adoptado. Ahora bien, esta adopción sólo será aceptada por los
jóvenes ingenuos de la comunidad si el matrimonio del adoptado refuerza el linaje sin privar a
sus "hermanos" adoptivos de las es¬posas a las que la comunidad tiene derecho en el ciclo
general de circulación de mujeres. La introducción del ex¬tranjero en el ciclo reproductivo
adviene pues preferente¬mente cuando el número de jóvenes núbiles de la comu¬nidad es
comparativamente débil o bien si el equilibrio de los sexos o la relación entre productores e
improductivos no es satisfactorio.

En todos los casos, el extranjero es socializado por los lazos de parentesco que contrae con los
demás miembros de la comunidad, ya sea como menor (si está casado con una muchacha de
un clan aliado), ya sea como afín (si se casa con una muchacha del clan de recepción). Esos
lazos le permiten el acceso progresivo, a él y a su descendencia, a las prerrogativas que
conforman a la persona social, en particular a las relaciones de paternidad. La familia que
constituye está prometida a la posteridad; sólo carece de los lazos atávicos que su
descendencia está llamada a con-quistar con el tiempo.

Sin embargo, la inserción del extranjero varón en la comunidad en tanto que reproductor
social es, como vi¬mos, de oportunidad y alcance limitados. Aunque necesa¬rio a veces para
restablecer ciertos equilibrios, ese modo de integración no atañe generalmente sino a un
número restringido de hombres, aun cuando tales casos sean ejem-plares. No se trata de un
proceso regular capaz de proce¬der a la renovación constante de un grupo extranjero, ni por
otra parte concebido con este propósito.

La inserción de una mujer púber ofrece más ventajas y es más simple. Es sabido que se
practica más natural-mente en esas sociedades el rapto de mujeres que la cap-tura de
hombres. Cuando el rapto no es seguido de algún arreglo que lo regularice mediante un
matrimonio, la mu-jer raptada, sustraída a su medio de origen, privada del arbitraje que
permitiría la intervención de su familia, sin derecho sobre su descendencia, destinada por
añadidura a la producción agrícola y a las tareas domésticas, la mu¬jer raptada, digo, aparece
como la prefiguración del es¬clavo. Sea cual fuere el sistema de filiación de la sociedad en la
cual la mujer raptada es introducida, se atribuye su descendencia a la familia del hombre con
el que está ca-sada. Es así como se introducen elementos de patrifilia- ción en las sociedades
matrilineales.

En todos los sistemas de filiación, la descendencia deri-vada de la unión con un extranjero,


hombre o mujer, es¬tará siempre socialmente debilitada en la medida en que sólo
pertenecerá a un linaje, si se toma en cuenta que la pertenencia a dos linajes es un elemento
esencial de civi-lización (es decir de inserción en la sociedad "civil"). Por su doble pertenencia
parental, el ingenuo puede en efecto hacer intervenir a un pariente materno contra una deci-
sión paterna, o a la inversa. Éste es un recurso bastante frecuente de los jóvenes cuando se
enfrentan a un matri-monio indeseado o cuando han cometido alguna falta, por ejemplo. La
pertenencia a dos linajes permite pues a los individuos recurrir a arbitrajes que constituyen en
esas

sociedades una forma de la justicia civil. La pertenencia a un único linaje constituirá en cambio
un peso sobre el hijo del extranjero o de la extranjera casado(a) con un(a) ingenuo(a). Al no
tener el mismo recurso que la descen-dencia libre que posee una ascendencia doble, la del ex-
tranjero(a) estará menos protegida y será más fácilmente víctima de vejaciones e injusticias.

Entre los Bamana, los Maninka, los Fulbe, los Soninke, y entre otras poblaciones patrilineales
vecinas, el fadenya (llamado así en bamana) expresa rivalidad entre herma¬nos carnales, pero
no uterinos (o sea del mismo padre, pero de madres diferentes). Para distinguirse y rivalizar
entre ellos, cada cual se apoya en los méritos de su linaje materno. El hijo del extranjero o la
extranjera no tiene esta posibilidad de afirmarse. Está en una situación cer¬cana a la del
"bastardo" (desprovisto éste de parentesco paterno) y por esta razón es objeto de un
desprecio cruel las más de las veces. Inversamente, los hijos de padres del mismo clan, con el
mismo patronímico, son objeto de con¬sideración entre los Soninke, los Wolof, etc., y son
de¬signados con un término particular (niyame entre los So¬ninke).

Por lo general, en las sociedades domésticas no escla-vistas, a medida que se suceden las
generaciones, la pro- fundización del linaje restablece la descendencia de ori¬gen extranjero
en una situación comparable a la de los hijos de otras familias cuya profundidad genealógica
rara¬mente excede cinco generaciones. Al cabo de este periodo, se realiza la reabsorción,
como se atestigua en numerosas poblaciones.
Así el extranjero, hombre o mujer, introducido en la co-munidad doméstica a título de
reproductor social, no re-produce su posición original de extranjero. Su descenden-cia está
constituida por ingenuos no obstante estar debi-litada durante un tiempo por falta de
ascendencia materna o paterna. Mediante ese procedimiento de amalgama, los extranjeros no
se reproducen por lo tanto en la sociedad doméstica como cuerpo social distinto.

4. LA PRIVACIÓN DE PARENTESCO

Ocurre también que los hombres de origen extranjero (es decir que no pertenecén al conjunto
matrimonial al cual adhiere la comunidad) sean introducidos sin ser acepta¬dos como yernos o
como afines. Su inserción plantea en¬tonces algunas dificultades en cuanto al reparto de su
producción material y eventualmente humana, dificulta¬des que demuestran la
incompatibilidad de la economía doméstica y de la esclavitud al tiempo que revelan las
condiciones de aparición de esta última.

Los hombres que no se benefician con la acogida en una comunidad doméstica son por lo
general los que, al no tener ninguna relación de parentesco, de afinidad o de vecindad, son
objeto de captura. Guerras vecinales" cau¬tiverio de vagabundos o de viajeros sorprendidos
en los alrededores de la aldea, recuperación de hambrientos en tiempos de hambruna,
introducen así en la comunidad a individuos susceptibles de quedarse en ella como
"extran¬jeros".

Las guerras vecinales situadas en el seno de una misma área matrimonial no pueden desde
luego ser asimiladas a guerras de captura como las llevadas a cabo por los esta¬dos militares o
por las bandas de saqueadores. En la guerra vecinal los combates sólo involucran a un número
limitado de individuos. Los muertos, poco numerosos, son objeto de compensación. Los
prisioneros son detenidos como rehenes para pedir rescate o para remplazar a un hombre
muerto en combate; sólo son conservados los hombres cuyas familias rehúsan la redención.
Estos últi¬mos son los susceptibles de volverse "extranjeros" y se¬guir siéndolo. Pero de
ninguna manera este tipo de guerra contribuye a abastecer regularmente de extranjeros a la
comunidad. En cuanto al cautiverio, sólo afecta a indivi¬duos aislados, perdidos
accidentalmente en las tierras del conjunto doméstico y cuya pertenencia social está
dema¬siado lejos para que sean reclamados. Entre esos errantes se perdona a veces (como
entre los Samo [Héritier, 1975]) a los comerciantes, a los morabitos y a todos los que, en virtud
de su función, aseguran una relación pacífica con el exterior. Finalmente, puede suceder que la
comunidad se provea de un individuo por intercambio, de manera ocasional, sin que esta
transacción sea la expresión de re¬laciones comerciales orgánicas, en consecuencia sin
alte¬rar las características de la economía doméstica.

Al no contribuir la guerra vecinal, ni el cautiverio ni el intercambio, a un abastecimiento regular


y continuo de cautivos, la aportación de extranjeros permanece alea¬toria y de naturaleza más
accidental que organizada. Al no estar asegurada regularmente la reproducción del
ex¬tranjero soltero, su producción tampoco lo está y no per¬mite liberar definitivamente del
trabajo a una clase estabi¬lizada de amos. Este conjunto de individuos, extranjeros o cautivos,
cuando no son reabsorbidos en la sociedad de ingenuos, no representa pues por lo general
sino un efec¬tivo débil. Mantenidos en relaciones inorgánicas en el nivel social, o bien
individual, no constituyen una clase social.
Si el extranjero no es introducido en el ciclo reproduc¬tivo sino solamente en la producción, no
es resocializado en la sociedad de acogimiento puesto que no contrae nin¬gún lazo de
parentesco. Por este mismo hecho, como vi¬mos, se encuentra de golpe en la situación
objetiva de explotado. ¿Es por ello esclavo en una sociedad domés¬tica?

Varios autores (Rey, 1975; Olivier de Sardan, 1975) con-sideran que esta situación
correspondería a la de un "me-nor permanente" destinado, junto con los demás miem¬bros de
la comunidad, a las tareas productivas en las cuales participa al igual que los demás,
consumiendo del mismo plato y beneficiándose como todos los miembros de la comunidad, y
en función de sus necesidades indivi¬duales del producto común.

La noción de "menor permanente", sin embargo, es con-tradictoria a priori pues la vocación


social del "menor" en la comunidad doméstica es la de volverse mayor, por lo menos en
relación con sus propios descendientes. Ser man¬tenido permanentemente en la condición de
"menor" es ser sustraído al ciclo reproductivo, por lo tanto privado de los atributos de la
persona social, y, en consecuencia, es no pertenecer a la clase de los "hombres", de los
"parien¬tes". En efecto, económicamente, el pariente afiliado es el que, al ser introducido en
el ciclo productivo, se en¬cuentra a la vez en la posición de deudor por las subsis¬tencias que
le permitieron crecer, y acreedor de las que provee a los futuros productores y a los
posproductores. Si no tiene acceso a una esposa y a una descendencia, su producto no se le
devolverá, y por ello no es ni un pariente afiliado, ni un hombre libre, ni por lo tanto un
"menor".

En esta economía doméstica, donde las condiciones de producción son tales que excluyen la
ganancia individual, donde la superposición de tareas no permite identificar la parte producida
por cada cual, donde el tiempo de tra¬bajo se mide a escala de la vida y donde, sobre todo,
sólo hay acceso a la tierra por inserción en la totalidad de las relaciones domésticas, sólo la
limitación del crecimiento genésico y ta asignación social del incremento humano pueden
hacer aparecer un plusproducto bruto.

Así, al contrario de lo que parece, si nos basamos úni-camente en la observación de las


condiciones de trabajo del "cautivo" doméstico que son aparentemente semejan¬tes a las de
todos los demás miembros de la comunidad, éste es explotado a conciencia, puesto que hay
limitación —a través del acceso a las esposas y a las reglas de atri¬bución de la paternidad—
de su reproducción física y social.

Descubrimos aquí, en estado latente, una característica que aparecerá en todas las formas de
esclavitud, un rasgo que constituye su misma esencia: la incapacidad social del esclavo para
reproducirse socialmente, vale decir la incapacidad jurídica para ser "pariente". Esta
incapaci¬dad, condición orgánica virtual de la explotación del tra¬bajador en la economía
doméstica, convierte pues a la esclavitud en la antítesis del parentesco y en el medio legal de
la puesta en estado de subordinación del esclavo en todas las formas de esclavismo, incluso
cuando el es¬clavo no es explotado como trabajador productivo. Pero, a diferencia de lo que
se observa en la sociedad domésti¬ca, esta condición es, en la economía esclavista, la de una
clase reproducida por medios institucionales y no la de algunos individuos explotados
ocasionalmente.
5. UN SIERVO NO HACE LA ESCLAVITUD

Si podemos considerar que el extranjero soltero —o frus-trado de su descendencia eventual—


está en la situación objetiva del esclavo, la sociedad de acogida no puede por ello ser
considerada de golpe como "esclavista".

En las condiciones históricas de existencia de la comu-nidad doméstica, la explotación del


extranjero o del cau¬tivo proviene más de las capacidades restringidas de la comunidad para
integrarlo socialmente como reproduc¬tor genético o social, que de una voluntad para
emplearlo como productor. La explotación que se lleva a cabo, sin embargo, lo vimos más
arriba, no es directamente percep¬tible. Los mecanismos de la producción y la circulación no
hacen aparecer físicamente un plusproducto separado. Al no tener más salida que la propia
comunidad, el pro¬ducto comunitario al cual contribuye el cautivo se distri¬buye de acuerdo
con las normas prevalecientes: a cada cual según sus necesidades. A falta de una salida fuera
de la comunidad, el plusproducto de la explotación no sirve ni para liberarlo de tributos
eventuales ni para producir un valor de cambio.

Esos cautivos no podrían tampoco servir para liberar del trabajo productivo a una clase
explotadora. Si en efec¬to la explotación no es renovada sistemáticamente y no suscita una
categoría de individuos mantenida institucio- nalmente (de hecho o de derecho) en una
relación de

ha dado nacimiento", en oposición con rimbe (el ingenuo) que vendría de rim: "dar
nacimiento". Gaden (según Labouret, 1955) ve en rim-ay-be, plural de dim-á-dyo, la raíz dim:
"ser puro de toda mancha", lo cual no contradice a Riesman puesto que según Ba y Daget
(1962: nota p. 66) rim viene de rimde: "engendrar"; r imdude: "ser puro, ser nacido". No son
nacidos los rimaybí; son puros, nobles (y nacidos) los rimbe.

subordinación, no se puede considerar como un sistema. Sólo hay esclavitud, como modo de
explotación, si se cons-tituye una clase distinta de individuos, dependiente de un mismo
estado social y renovándose de manera continua e institucional, de tal suerte que al estar
aseguradas las funciones que desempeña esta clase de manera permanen¬te, las relaciones de
explotación y la clase explotadora que se beneficia de ellas se reconstituye también regular y
con¬tinuamente. Ahora bien, ya hemos visto que las condicio¬nes de una renovación
constante de extranjeros solteros en la sociedad doméstica son incompatibles con su
cons¬titución. La reproducción de esclavos por incremento ge¬nésico se enfrenta a
imposibilidades orgánicas y prácticas. Imposibilidad orgánica por el hecho de que, para ser
explotado, se coloca al "extranjero" en la incapacidad de reproducirse socialmente en tanto
que categoría social distinta; imposibilidad práctica también pues dicha re¬producción supone,
demográficamente, un efectivo míni¬mo de siervos muy superior a los efectivos habituales de
cada comunidad doméstica. Ésta no podría reunirlos y so¬meterlos sin modificar
profundamente, si no es que radi¬calmente, sus estructuras.

Al margen de la acogida, del cautiverio o de la guerra vecinal, los cuales son incapaces de
proveer un suministro continuo de personal servil, los otros medios de renovarlo son las
razzias permanentes, la guerra periódica organi-zada o la compra regular: medios que están
todos fuera del alcance de una economía de autosubsistencia y que sólo podrían pues
instaurarse —digámoslo una vez más— por su metamorfosis en otra forma de sociedad, en
con¬diciones históricas diferentes.

A falta pues de poder integrar al extranjero cautivo en un marco institucional durable y


renovable, su intrusión suscita dificultades de asimilación sobre las cuales dan testimonio
ciertas prácticas socioculturales. Tal es el caso samo relatado por Françoise Héritier (1975).
Los Samo son una población fragmentaria del actual Alto Volta, que vi¬ven en aldeas
autónomas y son ampliamente endógamos. Como muchas poblaciones semejantes, los Samo
libraban frecuentemente guerras vecinales. Éstas, no obstante, no daban lugar a capturas. No
se hacían prisioneros y los heridos eran rematados. Cuando los Samo atrapaban a un caballero
mossi que venía a saquearlps, lo emascula¬ban y le daban muerte. Si en ocasiones se
constituían en comandos para ir a capturar algunas víctimas, no era para conservarlas, sino
para intercambiárselas a los mercade-res juta por cauríes, cuyo uso era esencialmente presti-
gioso.

Aunque situados en una zona de trata esclavista, aun¬que visitados por comerciantes que
disfrutan ante ellos de inmunidades, los Samo no compraban esclavos. Los extranjeros
introducidos en las comunidades samo pro-venían sobre todo del cautiverio de individuos
errantes, en particular de mujeres y niños echados de su aldea debido al hambre. Ahora bien,
la inserción de esos extranjeros en la comunidad se hace por intermedio de un personaje muy
particular, el lamutyiri (amo de la lluvia), cuya fun¬ción parece ser la de polarizar sobre él, a fin
de neutrali¬zarlas, las situaciones incompatibles con el funcionamien¬to de las relaciones
domésticas. En este caso, las reglas bastante complejas de inserción del extranjero son tales
que ningún linaje, ni siquiera el del lamutyiri, está en capacidad de sacar ventaja para adquirir
influencia sobre los demás. El producto del trabajo del cautivo es reinte¬grado en los circuitos
sociales y nunca se utiliza en la producción de mercancías destinadas al mercado exterior. En
cuanto a su descendencia, diversas prohibiciones im¬piden que ella favorezca el incremento
del linaje del la¬mutyiri o de algún otro. Parecería pues evidente que, en¬tre los Samo, las
preocupaciones tendientes a preservar los marcos socioculturales son más importantes que las
preocupaciones relativas a la explotación y que las insti-tuciones arriba mencionadas apuntan
a neutralizar los efectos económicos y sociales de la inserción de un ex-tranjero.

En lo que concierne al caso de las poblaciones descritas por P.-P. Rey (1975), a pesar del hecho
de que han sido sometidas a la fuerte presión de la trata de esclavos ejer-cida en las costas de
África ecuatorial, los cambios sufri¬dos se inscriben en el marco de las relaciones domésti¬cas.
En esas poblaciones, aquel que, expulsado fuera de su linaje, es acogido por otra comunidad
no puede ser destinado a la producción más que si se le integra como "menor": sus tareas, sus
funciones, su participación en el trabajo y en el producto comunes no se distinguen de Ja de
los demás miembros de la comunidad. Más que de un vasallaje, se trata de una transferencia
de la filiación. Pero la diferencia primordial entre ese dependiente (llamado mutere) y el
menor es que el mutere puede ser vendido en los circuitos de la trata, lo cual estaba prohibido
den¬tro de su linaje original. En cambio, si lo conserva el linaje receptor y se casa, si se le
autoriza a convertirse en padre de familia al mismo título que los otros menores de la
co¬munidad, no se le somete objetivamente a explotación. Es pues con sobrada razón que Rey
comprueba que, en ese tipo de sociedad, la esclavitud no puede desarrollarse.
Si las sociedades descritas por Rey se transforman, no es por la constitución de nuevas
relaciones de produc¬ción, sino por la desviación de las reglas consuetudinarias bajo el efecto
de la trata, la cual permite a través de dos operaciones sucesivas (una transferencia de
dependencia que crea al mutere, luego la venta de éste por el linaje que lo recibe)
metamorfosear a los menores de producto¬res en mercancías, y a los mayores de
administradores en traficantes vergonzantes.

Por último, el caso vecino de los Kukuya (Bonnafé, 1975) revela un proceso doble: por una
parte, la integra¬ción de extranjeros (sobre todo mujeres) a título de re- productores(as) en los
linajes subordinados donde domi¬nan las relaciones domésticas; por otra parte, la
consti¬tución de esos linajes como grupo explotado por los lina¬jes dominantes. Estos últimos,
en efecto, se dedican a la venta de productos en el mercado para adquirir cautivos a cambio.
Esos extranjeros, los kibaki, no sólo son despo¬seídos de una fracción de su producto, sino
desposeídos igualmente (y lógicamente) de sus prerrogativas de "pa¬dre" en provecho del
amo (p. 551). En un contexto de trata, ciertas características de la esclavitud se afirman aquí
más claramente en la fracción dominante constituida en clase en relación con los linajes a ella
subordinados.

6. LOS INMOLADOS

En numerosos casos, la introducción del extranjero mascu¬lino en la comunidad doméstica, la


imposibilidad de ase¬gurar su reproducción continua incitan moderadamente a conservarlo.
Ahora bien, si no se le asigna al cautivo ningún empleo, ni en la reproducción social ni en la
pro¬ducción, no es entonces más que un objeto desprovisto de toda función activa, asimilable
acaso, debido a las cir¬cunstancias gloriosas de la captura, a un bien de presti¬gio. Como otros
bienes semejantes, podrá ser destruido (inmolado), por ejemplo en ocasión de funerales o de
ce¬remonias religiosas.

Las inmolaciones, bastante frecuentes en ese tipo de so¬ciedad fragmentaria, afectaban


preferentemente a los hom¬bres extranjeros, que a las estructuras comunitarias tanto les
cuesta absorber. Su eliminación, incluso cuando esta¬ban en edad de trabajar, no constituía
un "sacrificio" en el sentido de una renuncia. No debe sorprender que la inmolación de los
hombres capturados sea más frecuente que la de las mujeres, puesto que el valor social y eco-
nómico de éstas, como procreadoras, no está subordina¬do a difíciles procesos de integración.
Las inmolaciones de mujeres, cuando se llevan a cabo, están siempre asociadas a invocaciones
raras y esenciales, la instalación de una aldea, por ejemplo: una joven virgen y púber es
ofrecida para destacar bien el sacrificio —el de una reproductora— que representa su muerte,
y por la misma razón, una in-genua más que una extranjera o una cautiva. Su ejecución
implicaba una pérdida verdadera, una renuncia a su pos-teridad y a las relaciones de filiación a
las que su matri-monio babría dado lugar, un "sacrificio" en el sentido pleno del término.

7. LOS EMPEÑADOS

Se tienen informes de la existencia en varias sociedades africanas de individuos entregados por


sus familias en prenda a un deudor que puede emplearlo sin retribución hasta que sea saldada
la deuda. Algunos ven en esto una forma de esclavitud, si no es que su origen. Observemos en
primer lugar que esta institución no me parece que sea inherente a la sociedad doméstica. La
deuda supone una jerarquización de los linajes fundada en el enriqueci-miento, por ende la
disolución de los principios de igual¬dad y de solidaridad entre las familias, que sólo puede
proceder de una contaminación por la economía mercan¬til, si no es que se deba a la propia
esclavitud. Lejos de ser el origen de esta última, el empeño podría ser un co¬rolario de la
economía mercantil. Dicho esto, el empeña¬do, aunque esté sometido, no pierde nunca su
calidad de pariente, ni ninguna de las prerrogativas asociadas a ella. Vive con su familia, y su
condición, a diferencia del esta¬do del esclavo, es reversible puesto que está ligada, en
principio, a la extinción de la deuda.

Así, la esclavitud, en la medida en que implica relaciones de clase, sólo puede surgir: 1] por la
disyunción de los ciclos productivos y reproductivos que son el fundamento del parentesco,
por lo tanto por el surgimiento del extran¬jero absoluto, del no-pariente; 2] por la renovación
ince¬sante de esta categoría social excluida de las relaciones de reproducción parentales, por
lo tanto por la crea¬ción de aparatos que las sustituyen.

La esclavitud no es la prolongación del parentesco, como lo suponen ciertos autores (Miers y


Kopytoff, 1977). No encuentra su génesis en la sociedad doméstica, sino que es fuera de ésta
donde hay que buscar sus orígenes. Lejos de estar aisladas, esas sociedades han estado desde
hace siglos, y casi en todo el mundo, involucradas, de cerca o de lejos y a menudo de mala
gana, en conmocio¬nes planetarias y en particular en las revoluciones mer-cantiles. Si existe
una génesis de la esclavitud en África, es preciso buscarla en la escala de una historia que
desborda el continente.

PRIMERA PARTE

EL VIENTRE

DIALÉCTICA DE LA ESCLAVITUD

DIMENSIÓN HISTÓRICA

DE LA ESCLAVITUD EN EL ÁFRICA OCCIDENTAL

Un trabajo anterior nos sugirió la hipótesis según la cual las contradicciones internas de la
sociedad doméstica con¬ducían a una jerarquización de los linajes y a la domina-ción política
de unos sobre los otros más que a la apari¬ción de la esclavitud. La esclavitud se desarrolla en
África, como probablemente en todas partes, por el con¬tacto entre civilizaciones diferentes.
La historia de los pueblos y de sus encuentros desempeña en este fenómeno un papel
determinante. Limitándonos aquí al estudio his¬tórico de la zona sahelo-sudanesa,
comprobamos que la esclavitud se inscribe de golpe en un contexto interconti¬nental que
pone en juego a instituciones guerreras y co¬merciales que son las condiciones de su
existencia.

Geográficamente, me concentraré en la zona sahelo-su- danesa, donde el desarrollo de la


esclavitud es a la vez muy antiguo y buen ejemplo. De la historia de esta región, retendré lo
que me parece pertinente relativo al problema que nos ocupa (objeto y alcance de las guerras,
desarrollo de los intercambios, función de los estados). Es por refe¬rencia a esta región que
me esforzaré en caracterizar, bre-vemente, las condiciones objetivas del desarrollo en las
demás. Este procedimiento sumario y arbitrario no tiene más propósito que sugerir algunos
marcos sociohistóricos que permiten situar en una primera aproximación un exa¬men
diferencial de la evolución de la esclavitud en diver¬sas partes de África.

1. DE LOS IMPERIOS A LOS COMERCIANTES

Los testimonios escritos más antiguos, relacionados con la trata saheliana, remiten al Fezzan
(Maunv, 1961: 337) y datan del siglo vil. Pero desde el siglo ix, los efectos de este tráfico son
advertidos en África occidental. Al-Yaku- bi (872) menciona la exportación de esclavos
sudaneses (negros) a partir de Awdaghust y de Zawila, más al sur. "Se me ha informado —
agrega— que los rey.es de los su-daneses venden así sudaneses (negros) sin razón ni [por
motivo] de guerra."

Kawar, a quince días de camino de Zawila, cuenta con una población musulmana que proviene
de todas partes, pero en su mayoría es berberí, que asegura la trata de los sudaneses (en
Cuoq, 1975: 48-49). Este tráfico, aparente¬mente bien organizado ya, se centra en el siglo x en
Zawi¬la, situada por autores de la época "en las fronteras del Mahgreb... Es una ciudad
mediana con un extenso dis-trito limítrofe del territorio del Sudán" de donde provie¬nen los
esclavos "que se venden en los países del Islam [...]. Son de una raza de un color negro muy
puro" (al- Istakhri, año 951, en Cuoq, 1975: 65). De este mismo Sudán, localizado entre el
océano al oeste y el desierto al norte, también provienen la mayor parte de los eunu¬cos,
según Hudud al-Alam (982-983) (en Cuoq, 1975: 69): "los comerciantes de Egipto acuden a
esta región... y roban niños... los castran y los importan a Egipto donde los venden. Hay entre
los [sudaneses] gente que se roban los niños unos a otros para venderlos a los comerciantes
cuando éstos llegan allí" (ibid.: 70). Edrissi (hacia 1154) menciona varias veces que las
poblaciones del desierto y de los estados sudaneses (Barisa, Silla, Tekrur, Ghana, Ghiyaro)
reducen en cautiverio a los habitantes lam lam," "transportándolos a su propio país y
vendiéndolos a los comerciantes que allí llegan y que se los llevan a otras partes" (Edrissi, en
Mauny, 1961: 337). Los Lam Lam, precisa, "están siempre expuestos a las incursiones 7 de los
pueblos de los países vecinos que los reducen a cauti¬verio por medio de diversas artimañas y
se los llevan a su país para venderlos a los comerciantes por docenas; de allí sale actualmente
un número considerable, destinado al Maghreb occidental" (ibid.).

En otra parte, al-Idrisi (1154)8 explica cómo lo hacen los saqueadores de Ghiyaro: "Esos
pueblos montan ca¬mellos excelentes; se aprovisionan de agua, se desplazan de noche, llegan
de día, luego, después de haber cobrado su botín, regresan a su país con el número de
esclavos del Lam Lam que, con el permiso de Dios, les tocan en el reparto" (en Mauny, 1961:
337). Idrisi agrega que la ciudad de Tekrur es un mercado donde los moros inter¬cambian lana,
vidrio o cobre a cambio de esclavos y oro (en Cuoq, 1975: 129).

Esas exportaciones de esclavos se mencionan en mo-mentos diferentes de la historia del


Maghreb: al-Biruni hacia 1050, al-Zuhri, hacia 1154-1161, al-Sharishi, hacia 1223, Ibn Jaldún,
hacia 1375. En 1416, al-Makrisi señala todavía "que llegó una caravana del Takrur, para el
pere-grinaje [de La Meca] con 1 700 cabezas de esclavos, hom-bres y mujeres, y una gran
cantidad de oro" destinados a ser vendidos en el mismo lugar. Aun si esos autores repiten a
otros, no lo harían si los hechos mismos no se repitieran.

Los datos de la historia de la trata en esta región están todos presentes en esos cortos pasajes:
formación de es-tados militares, pillaje al sur del Sahara por parte de

«Nombre genérico dado, por los autores maghrebíes, a las po¬blaciones consideradas salvajes
del África tropical, entre las cua¬les se capturaba a los esclavos.

7 En esta cita y en las siguientes las cursivas son mías.

8 O Edrissi.

estados de población negra aparentemente particularis¬tas y paganos; organización de redes


comerciales que se extienden del Sudán al Maghreb.

¿Cuál era la extensión de esos estados? ¿Cuál era en esta perspectiva la función de la guerra,
de la cual se sabe, de acuerdo con esos testimonios, que era para ellos una actividad
constante?

En esa edad media africana, esos estados eran sobre todo instrumentos de abastecimiento de
esclavos. Desde el si-glo xi, Ghana (estado saheliano) disponía de ejércitos nu-merosos y de
caballería. El-Bekri (1068/1965: 332) pre-tende que el rey podía poner en campaña a 200 000
gue-rreros "de los cuales más de 40 000 van armados de arcos y flechas", además de su
caballería. "La gente de Ghana —escribe al-Zuhri (1154-1161)— incursiona en el país de los
Barbara, de los Amima y se apodera de los habitan¬tes como se hacía en otros tiempos, en los
tiempos en que ellos mismos eran paganos... Los habitantes de Ghana tos pillan todos tos
años" (Cuoq, 1975: 120). También en otros lugares la guerra es continua y considerada san¬ta:
"El rey de Silla (situado en el valle del Senegal) le hace siempre la guerra a los negros que están
sumidos en la infidelidad" (El-Bekri: 324). Se pone a este respecto como rival del Ghana, al
igual que el rey de Ambara, quien, de víctima, se convierte en predador. Los Beni-Lem- tuna
hacen la guerra santa combatiendo a los negros (El- Bekri: 311). El papel desempeñado por los
almorávides en el siglo xi en el abastecimiento de los mercados de esclavos no se ha dicho
explícitamente, pero varias indi¬caciones permiten pensar que no se trataba, para esos
hombres santos, de una actividad desdeñada: Yaya ben Umar, guerrero de Ibn Yasin, se alió
con los Lemtuna para atacar a una tribu berberí no musulmana. "Los Lemtuna los pillaron,
tomaron cautivos que se repartie¬ron entre ellos, después de haber entregado a su emir una
quinta parte del botín" (relatado por Ibn Idhari, mucho más tarde, en el siglo xv; en Cuoq,
1975: 223). Cuando el saqueo de Awdaghost (1054-1055), la ciudad contaba con millares de
esclavos y los almorávides se apoderaron de todo lo que allí se encontraba (El-Bekri: 317), sin
que se haya hecho mención de alguna emancipación de los captu¬rados. Sabemos también
que Ibn Yasin tomaba el tercio de los bienes de los que se aliaban con él, bienes de los cua¬les
se puede suponer que incluían numerosos esclavos.

En el siglo xiv, el testimonio de Al-Omari sobre el Malli es parecido al de El-Bekri sobre el


Ghana: el ejército de Malli cuenta con "100 000 hombres", de los cuales "10 000 son
caballeros" (pp. 66-67) y sus soberanos "hacen cons-tantemente la guerra santa y expediciones
continuas con¬tra los negros paganos" (al-Omari: 81). Según el Tarikh es-Soudan (TES: 20) "el
rey de Melli conquistó el Sonxai, Timbuktu, Zagha, Mima, Baghena y los alrededores de esta
comarca hasta el océano". Sólo la ciudad comercial de Jenne logra resistir esos golpes
repetidos. La trata de esclavos es con toda certeza desde esta época una de las mayores
actividades y uno de los recursos principales de las formaciones políticas y militares situadas
en la zona sahelosudanesa: Tekrur, Ghana, Malli, Ghiroy, Silla. En los siglos siguientes, la guerra
no deja de ser un rasgo permanente de la historia del Sonxai. El chi (soberano) Suleyman Dama
"pasó todo su reinado en expediciones guerreras" (TES: 85). Soni Ali "estuvo ocupado en expe-
diciones guerreras y conquistas de países" (TES: 104). Conquistó el Bara, el Senhaja Nunu,
Timbuktú, Jenne, el país de Kunta, el Bergu y el Gurma (TES: 104-105), sin mencionar sus
altercados con los Mossi, sobre los cuales volveremos (Rouch, 1953: 182). El askia Mohamed
con-quistó el Bagana, el Aír (Tarikh el-Fettach, TEF: 135), el Kingi (TEF: 145), el Kusata (TEF:
214). El soberano Mo¬hamed Benkan tenía tanta afición por las expediciones guerreras que, se
dice, llegaba a agotarle la paciencia a la gente del Sonxai. Las crónicas desgranan así, hasta la
desaparición de los askia, la lista interminable de las

expediciones y las guerras (Rouch, 1953: 195).

Los cronistas no siempre precisan las causas y el desen¬lace de esas guerras. Idrisi informa sin
embargo que con¬tribuían al abastecimiento de esclavos. Las crónicas dan cuenta del botín,
pero no siempre se conoce la composi-ción del mismo. Cuando ésta es mencionada, los
esclavos constan en casi todos los casos. Según Rouch (1953: 182- 183), algunas guerras de
Soni Ali contra el Dendi o los Twareg "no tenían otros propósitos sino los de proveer de
soldados al Songhay". Algunas informaciones son más precisas: en 1501, el askia, en el curso
de una campaña contra el Malí, se provee de cautivos (Rouch, 1953: 195). En 1558, el askia
Daud hace "una incursión victoriosa en el Malí durante la cual hizo numerosos esclavos..."
in¬cluyendo a la hija del rey (C. Monteil, 1932/1971: 43). Los habitantes de las tres
aglomeraciones tienen "origen en los restos del botín recogido en el país de los Móssi por El-
Hadj". Otros provienen, por aldeas enteras, de las ex¬pediciones del askia Mohamed en el
lejano Kusata (TEF: 214). Luego de una incursión del askia Ismael en el Gurma (una región que
atrae sin cesar los ataques de los Sonxai), "tal fue el botín que un esclavo se vendió entonces
en 300 cauríes en Kagho" (TES: 157). En 1550, el askia Daud trae de Baxana un gran número de
cantores y cantoras mabi1* (TES: 60).

Luego de la invasión marroquí, la cual contribuye a desagregar las estructuras políticas del
Sonxai, la seguri-dad interna desaparece, la gente "se devora mutuamente" de manera tal que
se comienza ahora a esclavizar a "los hombres libres" (TES: 223), lo cual inquieta de manera
considerable al cronista. Los Bambara se apoderan de las mujeres sonxai, el caíd Mansur vence
al askia Nuh y re-duce a todos los Sonxai que lo acompañan a cautiverio, "hombres, mujeres,
jóvenes y viejos, cantores y canto¬ras". Hacia 1591-1592, "...marchando sobre los Zaghrani
que vivían en Yaroua, el caíd Mami se abalanzó sobre ellos, mató a sus hombres y se llevó a sus
mujeres y a sus niños como cautivos a Tumbuctú, donde fueron vendidos por un precio que
variaba entre los 200 y los 400 cauríes" (TES: 243). En Chenenku, los marroquíes "apresan a un
gran número de personas, hombres y mujeres, juriscon¬sultos y grandes devotos". Pero si uno
de los vencedores suelta a sus prisioneros, el otro los vende (TES: 275).
Los países de procedencia de los esclavos —Wangara, Kaniaga, Bitu, Malí, Jafunu (TES: 174),
etc.— al igual que los patronímicos de las poblaciones traídas o some¬tidas al Sonxai dan
prueba de una prodigiosa mezcolanza. Desde el siglo xi, en efecto, esas guerras se caracterizan
por tener cada vez más alcance. Las distancias no parecen detener a los ejércitos que operan
generalmente a 1 000 km o más de su base. Los efectivos militares calculados por los primeros
cronistas alcanzan a menudo, ya lo vi¬mos, la centena de millares de hombres. Cuentan con
ca¬ballería, aunque la mayoría esté compuesta de soldados de infantería. Tenemos pocas
informaciones sobre la or¬ganización y la táctica de esos ejércitos. Es preciso avan¬zar en este
punto algunas hipótesis. En primer lugar, no todas las guerras eran de la misma naturaleza. En
el siglo xvin y en el xix, Mungo Park y los Bambara (Bazin, 1975; Meillassoux-Niare, 1963)
distinguían dos tipos de empresas armadas: una consistía en correrías ejecutadas por un
número restringido de individuos; la otra, en ca-balgadas en las cuales participaban un gran
número de soldados. En ambos casos, los objetivos eran la captura de esclavos. Es preciso
distinguir también, pienso, entre las batallas que eran la expresión sangrienta de ajustes de
cuenta entre reinos, ejércitos contra ejércitos, rivali¬dades por el dominio de ciertos cotos o el
control de ciudades comerciales, batallas que no estaban despro¬vistas de cierto formalismo, y
las grandes expediciones dirigidas en contra de las poblaciones campesinas, que arrastraban a
millares de hombres al pillaje de algunas comarcas lejanas y durante las cuales no se daba
cuar¬tel. Desde que la captura exigió desplazamientos largos, las capacidades de los reinos
para movilizar numerosos efectivos, para organizar, avituallar sus tropas son las que
establecieron, tanto sin duda como el uso del corcel de batalla, su verdadera superioridad
sobre las poblaciones "paganas y rurales".

Esas guerras se alimentaban a sí mismas, creaban las condiciones de su desarrollo al contribuir


en la evolución de las tácticas y los armamentos. La simple emboscada o el rezzou o incursión,
primitivamente suficientes para capturar esclavos en poblaciones mal defendidas, suscitó
entre éstas métodos de defensa más eficaces,16 la cons-trucción de fortificaciones y la
instalación de organiza-ciones militares capaces de respuesta. Esta escalada de los medios de
defensa alentó el surgimiento de otras aris-tocracias guerreras que tenían por función
defender las comunidades aldeanas vulnerables, y en seguida atacar y capturar a su vez. En
consecuencia, las expediciones mi-litares se realizan cada vez más lejos hacia poblaciones mal
protegidas todavía, o son cada vez más poderosas hacia las más cercanas y mejor defendidas.
Esos ejércitos nutridos, compuestos en su mayoría por soldados de in-fantería mal armados,
sin duda no conocían la disciplina.17 Sus desplazamientos se parecían quizá más a un éxodo,
devastando las aldeas que encontraban a su paso, que a un movimiento ordenado. Las batallas
no eran probable¬mente más que una suma de combates singulares. Esas tropas, a pesar de
sus efectivos, no eran sin embargo de una gran eficacia ante militares aguerridos, como lo
de¬muestra el enfrentamiento de los ejércitos del Sonxai con las tropas marroquíes en 1591
(TES: 219-220).18 La or¬ganización militar de éstas y el uso de armas de fuego 19 los eximían
sin duda, desde el siglo xvi, de emplear tantos efectivos: el número de soldados marroquíes
que con¬quistaron el Sonxai no sobrepasó los 3 000 (TES: 217).

por comarcas cálidas como las del Gurma (TES: 426). Véase tam¬bién sobre ese punto C.
Aubin-Sugy, 1975, cap. ix; McCall, 1967; Daumas, 1858, y Law, 1975.
16 El hábitat telem y los tata bamana o malinke dan testimonio de ello para una época
más reciente (Meillassoux, 1966).

17 C. Aubin-Sugy (1975, cap. ix) supone que la utilización de es¬clavos en la caballería


contribuyó a una organización más disci¬plinada de los ejércitos.

18 "En un abrir y cerrar de ojos, las tropas del askia fueron derrotadas." Así se resume la
batalla que opuso los 30 000 solda¬dos y caballeros del askia a los 1 000 invasores marroquíes.

19 Sobre la eficacia relativa de las armas de fuego, véase los nú¬meros especiales del
Journal of African History, vol. xii, núms. 2 y 4, 1971.

Los reinos mosi, situados en la sabana, al sur de los es¬tados antes citados que los separan del
Sahara, se forman en una coyuntura diferente. En varias ocasiones, los ejér¬citos mosi tratan
de abrirse paso hacia el norte y hacia el mercado sahariano de esclavos: invasión de Timbuktú
en 1337, de Walata en 1480, quizá antes, en 1447 (Person, 1958: 46, en Izard, 1970: 51), del
Masina en 1465 (Izard, 1970). En cada una de esas tentativas, se enfrentan a los estados
sahelianos y sobre todo al Sonxai (Izard, 1970: 34-70). Al fracaso de esas tentativas siguen
represalias por parte de los soberanos de este estado. El askia Mohamed organiza la guerra
santa en 1498 contra los Mosi, "llevándose a sus niños como cautivos" (TES: 121-122). Aislados
de la salida hacia el Sahara, víctimas de guerras predadoras, los Mosi se repliegan sobre sí
mismos y se constituyen en podero¬sos estados pero con vocación sobre todo defensiva.

En su función protectora de las poblaciones contra la captura por los sahelianos, la aristocracia
militar mosi realiza una integración social y política excepcional de las poblaciones. No sufre el
empuje concurrente de los comerciantes y del Islam. Los naba nunca serán musul-manes, y no
tienen el pretexto de la guerra santa. Las guerras exteriores, luego de los intentos de
penetración hacia el norte, no tienen la envergadura de las empren-didas por sus vecinos
septentrionales. En vez de gravitar alrededor de las necesidades de exportación, la esclavitud
tiende a concentrarse alrededor de la corona. La demanda de la corte acentúa su carácter
aristocrático y polariza sil desarrollo. Los esclavos reales de los que habla Izard (1973) son los
descendientes de capturas hechas en oca¬sión de una lejana expedición en el Bamana.

No es sino de manera tardía, en el siglo xix, que el naba Baogho o Baongo (1855-1894) (Izard,
1970: 353), vigésimo-sexto sucesor de la dinastía, tuvo "la idea de vender las capturas de
guerra" (Delobsom, 1933: 85). An¬tes que él, no obstante, unos guerreros mosi se habían ya
asociado con unos bandidos sonxai para proveer a la de-manda (Héritier, 1971). No es sino en
el siglo xix, pues, cuando el reino mosi aparece como proveedor de esclavos en provecho de la
trata europea.

La oportuna conversión de los príncipes sahelianos al is-lamismo —conversión que no afectó al


mismo tiempo al conjunto de la población— les otorgaba una justificación moral para combatir
y avasallar a los "paganos". Los morabitos musulmanes, de los cuales se conoce su estre-cha
asociación con el comercio, tenían interés en incitar a los soberanos a abastecer así el mercado
de esclavos.

Esas actividades de captura y el despliegue militar per-manente que engendran explican mejor
que la explotación y el comercio del oro la constitución de estados aristocrá-ticos y guerreros.
Desde luego, no se trata de desdeñar la importancia de los recursos auríferos para los estados
que controlaban su circulación y que, al permitir la com¬pra de caballos y otros bienes,
consolidaban la fuerza y el prestigio de los príncipes (Levtzion, 1973: 115-116; Kaba, 1981).
Pero el comercio del oro no explica la natu¬raleza de los estados medievales. Se conocen los
fracasos de las tentativas militares de los soberanos del Malí para apoderarse de las minas de
oro: desde que se emplea la fuerza, los mineros abandonan los placeres y la producción se
detiene a falta de productores (al-Omari: 58, 70). El enorme aparato de guerra no está
adaptado a la puesta en ejecución de actividades productivas permanentes, or¬ganizadas, ni a
su control. El oro se extraía con mucha frecuencia, en el Bure, el Bambuk y en Tambura, no por
esclavos pertenecientes al soberano, sino por poblaciones independientes. Los pacíficos
comerciantes que mante¬nían el contacto con esos buscadores de oro eran más aptos para
preservar las condiciones sociales de la pro¬ducción que los guerreros destructores. Los
guerreros y los bandoleros, en cambio, son eficaces cuando el acapa¬ramiento de bienes y
hombres se realiza mediante la des¬trucción de los grupos que los producen, vale decir por el
pillaje y el rapto.

La grandeza y la ruina de los "imperios" sudaneses y el desplazamiento de oeste a este de las


grandes forma¬ciones políticas —desplazamiento atribuido generalmente al agotamiento de
las regiones auríferas que habrían he¬cho sucesivamente su fortuna—2* se explican
igualmente, si no es que mejor, por un doble fenómeno: por una par¬te, por el
despoblamiento debido a la fuga de las pobla¬ciones sometidas a rezzous; por otra parte, por
la con¬quista y la "civilización" progresiva de las poblaciones paganas que permanecieron en
sus lugares. En el primer caso, hay un agotamiento de la materia humana; en el segundo caso,
agotamiento de la materia social apta para proveer esclavos en gran número. En efecto, la
expansión militar llega a su término con la ampliación progresiva de los territorios sometidos,
por la transformación de los terrenos de rezzou en zonas administradas, es decir con un
avasallamiento político de las poblaciones, las cuales, de extranjeras, por lo tanto aptas para
ser capturadas, se vuelven súbditas, por lo tanto aptas para ser explotadas.28 Además, las
guerras en esta región son acompañadas siempre por la extensión de un comercio organizado
y profesional, por la infiltración y la implantación de co¬merciantes islamizados —circunstancia
que no se encon¬trará en las regiones más meridionales. La propagación simultánea de la
conquista militar, de la administración estatal, del comercio y del Islam favorece la civilización
de las poblaciones sometidas, en consecuencia su incor¬poración estatutaria como súbditos de
las formaciones políticas. Al hacer esto, la fuente de los esclavos se seca. La conquista
territorial abre en efecto dos vías: el estado modifica su modo de explotación y renuncia,
parcial o completamente, al rapto de sus "súbditos" en provecho de la explotación de su
trabajo o del acaparamiento de su producto —el productor adquiere entonces generalmen¬te
una posición "civilizada" que lo protege contra la cap¬tura por su propio soberano, al igual que
contra la de los soberanos extranjeros; o bien el soberano persiste en extraer materia humana
de los habitantes de los te¬rritorios ocupados, pero renuncia a justificar su autori¬dad civil
sobre ellos y ve su poder flaquear.

Ahora bien, la característica de los estados fuertes es generalmente la de proteger a sus


súbditos de la servi-dumbre. Así ocurría con el Mosi. El Tarikh es-Soudan da cuenta para los
Sonxai de la elaboración de un estatuto para proteger al hombre libre de la servidumbre y
prever la redención de quienes fueran indebidamente avasalla¬dos. Con respecto a las clases
inferiores, el askia Moha- med había establecido un compromiso: sólo a determina¬das
"tribus" se les podía capturar a sus niños para ser intercambiados por caballos.

Esta zona sahelosudanesa, que dio abrigo a los grandes estados proveedores de esclavos con
destino al Medite-rráneo y el Sahara, sometida durante mucho tiempo a las guerras, a las
conquistas y al comercio, fue también el lugar privilegiado del desarrollo de una esclavitud
afri¬cana. El-Bekri menciona brevemente su existencia en el siglo xi. En el xiv, Ibn Battuta la
observa en los estados sudaneses y en particular en el Malí. Allí ve esclavos de ambos sexos,
niños y adultos, sobre todo servidores del palacio (Battuta: 53, 62), soldados reales (ibid.: 53) y
concubinas (ibid.: 59). Algunos son empleados como por¬tadores (ibid.: 46), otros en las minas
de cobre (ibid.: 76). Son objeto de castigos corporales (ibid.: 63) y pueden ser obsequiados
como gratificación (ibid.: 64). Algunas menciones dan cuenta de un comercio de esclavos que
involucra a mujeres y a muchachos (ibid.: 76) y de la trata transahariana (600 muchachas
llevadas en carava¬na a través del desierto [ibid.: 78]). Se sabe también que la corte del Malí
contenía a algunos esclavos turcos de calidad (al-Omari: 66).

Los Tarikh el-Fettach y es-Soudan dan informaciones más precisas sobre las formas de
esclavitud dominantes en el reino de Gao. En el siglo xvi, la esclavitud descrita por los Tarikh
se refiere esencialmente a la corte, a su abastecimiento sostenido, por una parte, y a su
adminis-tración, por la otra. Los documentos dan cuenta de escla¬vos aposentados
organizados e incorporados en plantacio¬nes para la producción de subsistencias destinadas a
la satisfacción de las necesidades del rey, de su séquito, de su ejército, así como a las de los
"pobres". Los esclavos de la corte parecen constituir un cuerpo muy abundante. Algunas
cautivas son destinadas a la reproducción del clan: todos los askia, salvo uno, son hijos de
concubinas.

El rey se abastece en regiones lejanas, pero no se hace ninguna descripción de la trata.


Sabemos de manera indi-recta que unos comerciantes la practican en Gao (TEF: 191 5.). Para el
rey (cuando comercia) los cautivos, más que productores, son en primer lugar objetos de
transac¬ción. Según el manuscrito C del TEF (p. 109), el askia disponía de los niños de tres
"tribus" para cambiarlos por caballos. Se le asigna igualmente mucha importancia a las
gratificaciones en esclavos, a veces acompañadas de do-taciones de tierra, debidas a la
generosidad de un rey muy creyente, por lo tanto muy estimado por los autores de crónicas.

Así la fase de dominación de los estados medievales del Sahel correspondería a la constitución
y a la dominación de una clase aristocrática edificada sobre la guerra de rapiña.

Los testimonios describen una esclavitud ligada a esas formas aristocráticas de la sociedad:
esclavitud palaciega, militar, aposentada, destinada al cuidado de la clase do-minante y a la
reproducción de sus medios de domina¬ción: la guerra y la administración de la guerra.

Aunque el producto de las capturas sea destinado a la venta, sería falso considerar que las
estructuras y el des-tino de esta clase militar descansan en el comercio. Su actividad principal
es la guerra; la guerra da forma a la organización social y a los modos de dominación de la
aristocracia, así como a la naturaleza de la esclavitud que se constituye alrededor de ella. A
diferencia de los comerciantes, en efecto, los aristócratas saqueadores no venden para
comprar otros productos destinados a la ven¬ta. Su intervención en el comercio se limita la
mayoría de las veces a la compra de bienes de uso. No son de ninguna manera intermediarios
en el circuito de las mer¬cancías. La aristocracia africana, como la mayoría de sus homologas,
consideraba que era rebajarse el librarse a actividades venales. No hacía más que transformar
me-diante la captura a individuos libres en mercancías. Los comerciantes son quienes toman a
su cargo los produc¬tos, y viven y se benefician del comercio y se organizan socialmente en
función de esta actividad.

2. DE LAS CIUDADES COMERCIALES A LAS ARISTOCRACIAS MUSULMANAS

Paralelamente a la edificación de los imperios (y aunque las fuentes escritas lo mencionen


menos) se desarrolla en efecto una economía mercantil. En todo el Sahel se señala la presencia
de comerciantes, de mercados, de ciudades o barrios poblados de comerciantes, de redes
organizadas, de circuitos comerciales, de "monedas" (cauríes, piezas de cobre o mercancías-
patrón) (El-Bekri; al-Omari: 75; Bat- tuta: 72; Bovill, 1968; Mauny, 1961; M. Johnson, 1970).
Organización que no se explica solamente por el impulso del comercio del oro. Ese comercio
mercantil se instala y penetra en todas partes, sigue el progreso de los ejércitos y en ocasiones
se les adelanta.80

80 El mismo proceso se comprueba en el siglo xix en Adamawa (Burnham, 1980: 51 s.).

El surgimiento de ciudades sahelianas y saharianas (de¬pendientes casi por completo de un


abastecimiento exte¬rior), el desarrollo del Islam y del vestido (C. Monteil, 1927), el
enriquecimiento de los nómadas transportadores crean una demanda creciente por los
productos del traba¬jo agrícola y artesanal sudanés. El dura (mijo) consumido en Awdaghost
se importa del Sudán. Timbuktú, según el Tarikh es-Soudan (p. 36), es desde sus orígenes un
alma¬cén de granos. Jenne es sobre todo un gran mercado de subsistencias (pescado, mijo,
cebolla, arroz, hojas de bao-bab, condimentos) y de productos artesanales, algodón, tejidos de
algodón y de lana (kasse), destinados a los mercados septentrionales (misión 1965, EU 8). Los
víveres almacenados en la ciudad le permiten resistir "siete años siete meses siete días", dice
el TES (p. 26) [es decir, mu¬cho tiempo], el sitio de Soni Alí.

Confinados primero en las ciudades saharianas, luego sahelianas, o en los barrios comerciales
de las capitales, los comerciantes, protegidos ideológicamente por el Is¬lam, se dispersan, se
instalan más lejos hacia el sur, se implantan en las aldeas bajo la protección de los sobera¬nos
locales. La civilización islamosaheliana gana así la sabana y hace que las poblaciones penetren
en un tejido social y político cada vez más complejo. El ritmo de pro¬gresión de los
comerciantes, de las ciudades y de los mer¬cados hacia la sabana no es bien conocido. Mauny
estima que se remonta al siglo xiv y que en 1500 el comercio interregional dentro del oeste
africano está bien instalado a grandes rasgos (Mauny, 1961: 389). Wadane y Singetti datan del
siglo xv (Mauny, ibid.: 430). En el siglo xvi se establecen las ciudades fronterizas, Walata, luego
Timbuk¬tú, Jenne, Gao, entre otras, y sus actividades no cesan a pesar de la ocupación
marroquí de 1590. La implanta¬ción puntual de familias comerciantes islamizadas no pue¬de
confundirse sin embargo con la islamización de las poblaciones, la cual fue a menudo más
tardía. Esta lenta y progresiva instalación de los comerciantes se acompaña del
establecimiento de redes comerciales organizadas, sus-trato de una eventual organización
política.
Los estados, al apoyarse en una organización militar que permite la comercialización del
esclavo-mercancía, se benefician con la existencia del comercio. Pero éste no está en sus
manos. La venta de los cautivos, la importa¬ción de caballos (procedentes durante mucho
tiempo de Africa del Norte [Doutressoule, 1940; McCall, 1967]) y de los bienes de prestigio
dependen de la organización de los comerciantes. Éstos se erigen así en una clase asociada a la
clase militar, pero también que compite con ella y tiende a socavarle el poder. El desarrollo del
comercio, al que se asocia con la prosperidad de los estados, puede también ser la causa de su
pérdida si éstos no logran ejer¬cer el control político de aquél.

Si la producción esclavista se desarrolla, como creemos nosotros, la esclavitud deja de ser el


privilegio de los soberanos y de los palacios. Se extiende en la población, ya que cada
comunidad es susceptible de convertirse en empleadora de esclavos cuyo producto vende en
los mer-cados. Lo que vemos pues traslucirse, en la medida en que se debilitan los imperios, es
un mosaico de jefaturas y de burgos comerciales de extensión variable, una difu¬sión de la
esclavitud productiva entre las comunidades campesinas, una sustitución del comercio de
productos por el comercio de hombres.

Los historiadores clásicos percibieron el desarrollo de una clase mercantil en esta región, pero
sobre todo De- lafosse (1913), así como el efecto de la dispersión de las poblaciones soninke
del Wagadu (antiguo Ghana), disper-sión que no habría prácticamente cesado desde la
conquis¬ta y destrucción de este estado por los almorávides en el siglo xi. Serían esos
"Soninke", todos con vocación co¬mercial, los cuales, independientemente de otras
circuns¬tancias, habrían difundido el comercio en el Sudán. Es un punto de vista bastante
primario de la historia, que con¬lleva por añadidura una confusión —la cual debemos
igualmente a Delafosse— entre Soninke y "Maraka". En realidad, tanto los maraka como los
juta (cuando así se designa a las familias dedicadas profesionalmente a los negocios) carecen
de un origen étnico particular. Además, la pertenencia étnica no es, de ninguna manera, deter-
minante. Si los negociantes son casi siempre de origen "extranjero", es por razones
socioeconómicas perfecta-mente explicables (Meillassoux, 1971: 32). La multiplica-ción de los
juta y los maraka, su diseminación y su in-fluencia creciente resultan del desarrollo de una
coyun¬tura económica y no de un accidente de la historia o de una predisposición innata de
ciertas "razas" al comercio.

Detrás de la organización política de los estados se cons-truye pues el poder de las ciudades y
burgos comerciales que tratarán, a todo lo largo de su historia, de escapar a las tutelas
imperiales, con éxitos duraderos a veces, como Jenne. El poder mercantil, apoyado en el Islam,
se inscri¬be así a manera de filigrana en el reverso del poder de las aristocracias guerreras,
listo eventualmente a susti¬tuirlo. El Wagadu (Ghana) se derrumba, el Malí se des¬morona,
mientras que las ciudades comerciales que se constituyeron en su órbita, Awdaghost, Walata,
Jara, Ti- shit, Wadan, les sobreviven y perpetúan sus actividades comerciales a lo largo de las
mismas rutas, prosperando menos quizá en lo sucesivo por la trata esclavista que por el
comercio de mercancías, producto del trabajo de los esclavos.

En el siglo xvi, la economía mercantil ha tomado ya forma. A la trata de esclavos hacia el norte
—trata cuya importancia es todavía difícil de estimar—, al comercio del oro, se agregó un
verdadero negocio de mercancías, que penetra en casi todo el Sahel, de productos del tra¬bajo
agrícola y artesanal, y que crea una demanda local de esclavos productores. El último imperio,
el de Gao, se disgregó bajo el efecto de la conquista marroquí: los pro-cónsules del sultán
pierden poco a poco su control sobre los pachás y los caí des colocados bajo su autoridad. Des-
centralización del poder que parece ser también el indicio del ocaso relativo de la venta de
esclavos en beneficio del comercio de mercancías y de la trata saheliana en prove-cho de una
trata subsahariana. Las formas de organiza¬ción política se transforman. A los poderes
centralizados los sustituyen unas veces federaciones de aldeas fortifica¬das, bajo la autoridad
de familias encargadas de organi¬zar su defensa (y que a veces ocupan el poder por
rota¬ción), otras veces señoríos dominados por una dinastía local que reina sobre un pequeño
número de aglomera¬ciones, o bien burgos comerciales que, para protegerse, se organizan en
milicias o contratan clanes mercenarios.

Las crónicas, que se han circunscrito sobre todo a las proezas militares de las aristocracias
guerreras, son poco explícitas sobre la historia de esas formaciones sociales que no se
entregan, como las precedentes, a las hazañas gloriosas. La ausencia de crónicas comparables
a los Ta- rikh, la discreción de los historiadores durante la primera mitad del siglo xvn son un
indicio del debilitamiento de las grandes aristocracias militares y del probable surgi¬miento, en
su lugar, de prosaicas sociedades burguesas, más dedicadas a la producción rutinaria que a las
haza–as guerreras.37

La existencia de esos burgos en el siglo xvn y el empleo de esclavos productores por parte de
sus habitantes jula o maraka se ven corroboradas en las tradiciones recogi¬das por C. Monteil
(1924: 20-21), en las regiones de Segu y el Karata: esas aldeas, consideradas maraka en zona
bamana, "se hacían notar por la holgura, la riqueza algu- ñas veces, lo cual les aseguraba una
suerte de preeminen¬cia sobre las dugu [aldeas] bambara: esta prosperidad descansaba en el
trabajo de una población servil que los Soninke habían adquirido por las prácticas
comercia¬les". Esas aldeas, según el mismo autor, habrían disfru¬tado de una gran
independencia política. La aparición de los comerciantes jula, según C. Monteil, dataría del
reinado de Soni Ali sobre el imperio sonxai. La impor¬tancia de Kong, ciudad comercial por
excelencia, que ocu¬pa en la sabana un lugar comparable a Jenne en la desem¬bocadura del
Níger, remontaría, si le creemos a Binger, al siglo xiv (n, 393), pero su independencia política a
1790. La trata europea va a dificultar, sin lograr detenerlo, este ascenso de los comerciantes y
ofrecerá a los guerre¬ros la ocasión de retomar su lugar en la escena política. El surgimiento
de Segú en tanto que formación política en medio de la sabana, a partir de mediados del siglo
xvn, se debe a esta coyuntura. La demanda de esclavos para la costa provoca inseguridad de
nuevo. Los aldeanos se raptan mutuamente mujeres y niños; se constituyen ban¬das; se
organizan federaciones de tegere (bandidos). Re¬latos bamana cuentan cómo los Kulibali, clan
guerrero del Kaarta y mercenarios de un burgo comercial, se adue¬ñan del poder en ocasión
de un conflicto con las auto¬ridades civiles (J. Bazin, comunicación verbal). El naci¬miento del
estado de Segu, bajo la autoridad de Biton Kulibali, está marcado por conflictos armados con
los burgos comerciales instalados en los alrededores (C. Mon¬teil, 1924: 44) y sobre todo con
la ciudad de Kong que en dos ocasiones ataca a Segu, aunque sin éxito (C. Monteil, 1924: 40-
44). Podemos concebir en efecto que el poder co¬mercial se inquiete ante el surgimiento de
una potencia rival, sobre todo si se funda en la guerra. Más tarde un modus vivendi
intervendrá entre Segu y algunas comuni¬dades comerciales, en particular las de los Maraka,
com¬plementos indispensables al funcionamiento de la econo¬mía militar (Bazin, 1972;
Roberís, 1978). La organización de Segu ilustra la formación de una "democracia militar"
constituida en sus inicios por jefes de bandas asociados, muy parecidos entre sí, quienes
designaban a uno de ellos como primus inter pares, otorgándole, empero, sólo un poder
limitado.

Entre esos guerreros bamana, al igual que entre los Ma- linke o entre los cazadores, se
practicaban dos modos de designación: la elección y el sorteo. En la época de Biton Kulibali, los
cabecillas de las incursiones bamana se ele-gían dejándolo a la suerte siendo considerado cada
gue¬rrero o bandido de igual valor. Esta fórmula igualitaria del poder no suprime sin embargo
las rivalidades entre guerreros, las cuales conducen muy pronto al predominio de uno de ellos,
el cual, al arrogarse un poder heredita¬rio, sustituye por medio de un golpe de Estado el orden
dinástico por elección. No todos esos barones, como tam¬poco el rey, son nobles. Su
reclutamiento deriva para mu¬chos de ellos de la captura. El botín es "el precio de su vida",
todos son "muertos en suspenso". "No tienen hi¬jos, sólo tienen cautivos." Esta condición de
guerreros, casi de viejos soldados, constituirá un peso para todos los ciudadanos de Segu, pues
ella es de hecho la condi¬ción de la ciudadanía, y ni siquiera los soberanos se libran de ella. La
vocación de Segu es pues la guerra y la captura de hombres. En una sola expedición, uno de los
soberanos de Segu trae tantos esclavos que recibe 10 000 tan sólo para él (Sauvageot, 1955:
135). La organización social refleja la organización militar. Las aldeas se pue¬blan gracias al
aporte de prisioneros que reconstituyen juntos seudoclanes (Bazin, 1972, 1975). Los lazos del
pa¬rentesco están en competencia con los de la camaradería de las armas. Segu es entonces
un gran proveedor de cautivos de los dos sexos. Unos son despachados hacia la costa de
Guinea o de Gambia a cambio de fusiles y mer¬cancías europeas; otros son vendidos a los
maraka, co¬merciantes y empleadores de esclavos, situados dentro del dominio del reino pero
preservando su autonomía (Ba- zin, ibid.] Roberts, 1978). Aquéllos producen mercancías y
subsistencias destinadas a la exportación o a la corte. El resto de los cautivos es conservado
por los soldados, ya sea para intercambiarlos, ya sea para trabajar la tie¬rra. Así, el botín
humano se divide en dos categorías que tienen cada una su mercado: los hombres son
destinados a la trata europea, las mujeres y los jóvenes a la trata interna, para una utilización
agrícola o doméstica o para ser vendidos a los maraka.

El recurso a los maraka, a la vez para dar salida a los esclavos y para obtener una parte de la
subsistencia, li¬mita sin embargo el empleo de esclavos agrícolas entre los Bamana de Segu
(los cautivos conservados por éstos son la mayoría de las veces alistados en el ejército y
asig¬nados al pillaje). Los guerreros de Segu no conservaban su predominio sino a través del
ejercicio periódico de la violencia. Da Monson, uno de los soberanos de Segu, es-timaba que
los maraka eran como las espigas de mijo que había que segar de vez en cuando para
permitirles reto¬ñar más tupidas.

Al contrario de los soberanos de los estados medievales y del Sonxai, los reyes bamana nunca
utilizaron el pre¬texto religioso para reducir a los hombres al cautiverio.

El estado de Masina, en cambio, el cual se constituye alrededor de 1818 como un aparato de


defensa contra los saqueos y agresiones bamana, se declara musulmán. El Masina, poblado
sobre todo por criadores de ganado, fue organizado bajo la tutela de jefes guerreros y rivales,
los ardo, cada uno de los cuales sólo tenía un área limitada de territorio débilmente
administrado. Las poblaciones eran por ese hecho presa de las incursiones reiteradas de las
tropas de Segu, a veces con la complicidad de los pro¬pios ardo. Para enfrentar la organización
militar de los Bamana, el Masina se confiere por su parte también una constitución, pero
teocrática: el gobierno, asumido por un colegio de morabitos reclutados por cooptación,
somete a los jefes militares a su autoridad civil, organiza la eco¬nomía y la protección de
manera eficaz, y bien pronto se vuelve capaz de conquistar y de hacerse de esclavos a su vez.
Esta construcción política es el refugio de una clase comercial que disfruta allí de una
protección sin prece¬dente en ningún estado sudanés: protección de las per¬sonas; se lleva a
cabo una guerra contra el Kaarta vecino para socorrer a un rico comerciante sometido a
exaccio¬nes (Ba y Daget, 1962: 173); protección de bienes: las mercancías son protegidas
legalmente, incluso contra las requisiciones del ejército en caso de guerra (ibid.: 46, 164). El
Masina sirve de punto de apoyo para sitiar ciu¬dades comerciales, como Jenne por ejemplo,
desembara¬zada por este medio de sus elementos animistas sonxai (ibid.: 151 5.), es decir
sustraída al poder militar y rival de los askia. Sheku Amadu y sus morabitos hacen sin
em¬bargo profesión de ascetas. Ellos mismos son extraños al comercio. Representan una clase
clerical que se afirma políticamente como la detentadora de una ideología po¬derosa y
coherente, y capaz de ofrecer, en este mundo económicamente transformado, una alternativa
a los po¬deres aristocráticos. En mayor medida que éstos, en efec¬to, respetan y acogen la
riqueza. Pero en este estado cle¬rical, las desigualdades sociales no han desaparecido. Las
castas y la esclavitud persisten por la voluntad declarada de Sheku Amadu, quien considera a
los hombres libres, a las personas de casta y a los esclavos como especies dife¬rentes, por lo
tanto no susceptibles de amalgamarse (Ba y Daget, 1962: 67). El documento principal que
poseemos sobre la esclavitud (Ba y Daget, 1962) aporta poca infor¬mación. A diferencia de los
estados centralizados y mili¬tares, habría habido una esclavitud de estado y una escla¬vitud
privada. Los prisioneros de guerra, que correspon¬dían al estado y que no practicaban el
islamismo, eran asignados a la producción agrícola en las tierras públicas hasta que su
conversión o su educación en la senda re¬ligiosa los emancipa y permite su integración
eventual en la sociedad. Ésa era al menos la doctrina, conforme con los preceptos del Islam
(ibid.: 67). No sabemos sin em¬bargo cuántos de ellos lo consiguen, y en qué medida el
equilibrio entre las capturas y las necesidades del estado permitía esta emancipación. Había
también esclavos pri-vados, los cuales, en principio, debían participar en las guerras como
soldados de infantería (ibid.: 151), excepto si sus amos pagaban el impuesto que afectaba a
todos los que se quedaban. Algunos esclavos eran asignados a las castas artesanales para
trabajar en la fabricación de armas. No tenemos otras indicaciones sobre sus activi¬dades.

Si el Masina representa una construcción política pro-ducto de la alianza del comercio y el


Islam, es evidente que la tempestad omariana que se desencadena en todo el Sudán a
mediados del siglo xix, en nombre del tijanismo, es menos una empresa religiosa que guerrera,
dedicada a la captura. A pesar de su religiosidad, El Haj Umar es ante todo un guerrero, que
utiliza desde luego los medios que le proporciona el Islam para aglutinar a sus talibe,13 pero
también para someterlos a una disciplina militar eficaz; que invoca, es cierto, la ortodoxia,
pero con el fin de transformar a todos los demás musulmanes en descreí¬dos y en presas
justificadas de sus ataques, con el fin de reducirlos al estado de muertos o de cautivos
legítimos; que usa desde luego la escritura árabe, pero lo mismo como instrumento de la
administración que como de cono-cimiento.
El Haj Umar ataca sin distingo a los Bambara paganos de Segu y a los piadosos dirigentes del
Masina, a los burgos musulmanes y a los señores bebedores de dolo.*5 El resultado más
evidente de su acción militar es la co-locación en el mercado de una cantidad considerable de
esclavos, mujeres y niños sobre todo. Los hombres, en lo sucesivo más difíciles de vender
desde la disminución de la trata atlántica, eran masacrados si no eran esclavos en ese
momento (véase infra, tercera parte, n).

Esas guerras, a las cuales se les confiere una interpre-tación ideológica (el "fanatismo", la
"guerra santa"), des-cansan en pretextos religiosos muy endebles: una cuenta de más o de
menos en el rosario; una posición de los brazos durante la oración preferida a otra. . . ¿Eran
tan desinteresadas? El resultado muestra perfectamente que de ningún modo era así, que
removieron, más que todas las otras guerras en el pasado, bienes y riquezas en can¬tidades
considerables, entre los que los esclavos ocuparon el primer lugar. Tuvieron como efecto el
proveer de es¬clavos productores a casi todas las poblaciones sahelia- ñas a expensas de los
pueblos que permanecían como más particularistas y menos protegidos.

Si esas guerras proveedoras de esclavos estallan con tal impetuosidad cuando la salida de ia
trata atlántica se cierra, es sin duda porque el desarrollo económico de la zona sudanesa era
capaz ya de ofrecer un mercado para una mercancía tan abundante. La esclavitud productiva,
la esclavitud comercial se encontraba en un grado tal de su desarrollo que atizaba ese tipo de
empresas. El creci¬miento de la producción no es sin embargo suficiente para explicar por sí
solo la envergadura de las guerras de captura emprendidas por El Haj Umar, Samory y sus
émulos. Es preciso hacer intervenir aquí una circunstan¬cia que contribuye, al disminuir el
rendimiento de las guerras, a intensificarlas. Durante la trata atlántica, la totalidad de los
cautivos encontraba una salida, ya que existían dos mercados distintos para los esclavos. Uno,
el mercado europeo, absorbía a los hombres adultos, cual¬quiera que fuese su condición
social, hombres libres o esclavos recapturados, pero tenía poca demanda de mu¬jeres y niños.
El otro, el mercado continental africano, demandaba sobre todo mujeres y niños pero pocos
hom¬bres adultos, salvo los esclavos recapturados.43 Así se le daba salida a la totalidad de las
capturas.

Cuando se cierran los mercados americanos y la trata atlántica desaparece, los cautivos
varones, de origen li¬bre, no encuentran más mercados: por lo general, a par¬tir de ese
momento, son masacrados en los campos de batalla. Sólo se conservan los esclavos varones
recaptu¬rados, las mujeres y los niños raptados en las aldeas con¬quistadas. Pero el beneficio
de la guerra disminuye otro tanto, pues los medios puestos en ejecución para guerrear son del
mismo orden, ya sea que una parte solamente de las capturas pueda venderse o su totalidad.
Para que la guerra siga siendo redituable, hay que intensificarla, era- prenderla contra
poblaciones más grandes, multiplicar las operaciones militares. A pesar del incremento de la
producción, el mercado africano no estaba listo sin em-bargo para absorber tal cantidad de
esclavos cuyo empleo en lo tocante a una parte de ellos (los hombres) no tenía mucha
demanda. Sabemos que, en la segunda mitad del

40 Las razones de esas preferencias se discuten más adelante.

siglo xix, el costo de los esclavos baja y al mismo tien bajan los beneficios de la guerra, de ahí la
incitació proveer todavía de más cautivos, a extender siempre conquistas. En lo que respecta a
los usuarios, esta t en los costos fomenta el empleo de esclavos en la prot ción, tanto más
cuanto que los ejércitos representan salida para la venta de productos agrícolas. Si bier
productividad de la guerra disminuye, la rentabilidad esclavo aumenta. Los comerciantes y los
campesinos plotadores de esclavos ganaron por ende al beneficií de una aportación sin
precedentes al mercado de los a, tes de trabajo, a costos que permitieron una amortiza« tan
rápida de los mismos que las condiciones de su producción se transformaron.

El poder político en cambio se les escapa en prove de una nueva clase dominante, la de una
aristocr guerrera musulmana que, a partir de El Haj Umar opone a la vez a la clase de las
aristocracias milit paganas y a la de los morabitos clericales tales como habíamos encontrado
en el Masina. Así, desde que e lam se convierte en la ideología dominante, se divers: y se
opone el grupo social al cual se extiende, al mi tiempo que las funciones asumidas en otra
época poi aristocracias laicas recaen en sus manos. Hay en lo cesivo una tendencia a la
confusión sobre el contro las armas y de la ideología, una dominando a las c o a la inversa. El
Masina y los musulmanes kadriya bían realizado la subordinación de los guerreros a morabitos
y los comerciantes islamizados a una ar cracia guerrera musulmana.

Las guerras de El Haj Umar, como las de Samori, a completar, en estos finales del siglo xix, la
profi fusión de las poblaciones iniciada diez siglos atrá: esta zona. El profeta arrastra tras sí a
gente Futan Bunduke en grandes cantidades, que ocupan las al del Kaarta abandonadas por
sus habitantes y se d buyen incluso en el Masina y el Seeno. Samory, por i; arrastrará tras sí a
tropas reclutadas a su paso, df tando poblaciones enteras, mientras que sus capture dispersan
—desde el Sahel y la sabana hasta la selva fusiones sociales consecutivas a los desplazamientos
d cautivos, a la deportación de las poblaciones, a los plazamientos de los soldados, a la fuga de
poblaciones hostigadas, a los movimientos de los comerciantes, la amenaza constante que
pesaba sobre tantos seres captu¬rados, al mismo tiempo que el deseo de cada cual por
disfrutar de la servidumbre de otros, han contribuido a la constitución de un conjunto social
muy imbricado, el cual se extiende sobre miles de kilómetros y cuyos com¬ponentes, clanes,
castas y clases se reconocen, se oponen y se unen progresivamente en inmensas extensiones.
Entre ellas, y unas contra otras, se traban numerosas alianzas, diversas, a menudo
compulsivas, las cuales constituyen por sus trazos un tejido social "simpléctico", soporte de
una sociedad original cuyas particularidades étnicas tien¬den a desaparecer en provecho de la
extensión de un área de socialización difusa, que penetra hasta el corazón de cada estado, de
cada clan. Sociedad abierta a formas elaboradas de poder pero reticente al absolutismo.
Socie¬dad atestada de intrigas de la cual cada elemento, preo¬cupado por preservar su
libertad y su vergüenza, pero temeroso de la misma manera de la traición que hace naufragar
en la subordinación y la deshonra, busca la alianza que le asegurará los medios de salvaguarda
para evolucionar, moverse y progresar en ese mundo de truha¬nería y altivez.

3. LA ESCLAVITUD Y LA COLONIZACIÓN FRANCESA

La conquista francesa interviene cuando las guerras, el comercio y la esclavitud están en su


apogeo. Las ruinas que producen las primeras y sobre las cuales insisten via¬jeros y militares
no pueden ocultar la intensa actividad comercial y productiva de la región (cf. Aubin-Sugy,
1975).
Los informes de los administradores coloniales sobre la esclavitud, dados en 1894 y 1902, son
testimonios, des¬de luego parciales, pero sin paralelo sobre esta situación.

Dos mercados principales se distinguen a través de esas corrientes: el antiguo mercado


continental que continúa absorbiendo esclavos productores para hacerle frente a la demanda
de granos y algodón por parte de las ciuda¬des y del Sahara; el nuevo mercado costero que, en
lugar de reexportar esclavos, los emplea en la proximidad de las factorías para la producción
de los productos reque¬ridos por la trata ilícita (es decir la trata de productos). Ya que, como
lo observan con propiedad Klein (1971) y también Fage (1969), la reconversión de la economía
de la trata alentó la esclavitud en las regiones donde, por las razones examinadas antes
(ausencia de un mercado de productos), había permanecido hasta ese momento confinada al
palacio. ¡Es la revolución morabita! Es la existencia de un comercio organizado de esclavos con
su personal, sus mercados, sus tribunales, el cual cubría una extensión considerable del África
occidental, e involucraba por lo tanto un número de unidades productoras elevado.

En razón de las guerras y las deportaciones de indivi¬duos que ellas provocan entre zonas
proveedoras y regio¬nes consumidoras, la esclavitud en el siglo xix estaba repartida de manera
muy desigual. Allí donde existe la esclavitud, las proporciones entre avasallados y libres son
variables. Los informes coloniales ya mencionados pro¬veen cifras que sólo tienen un valor
indicativo en razón de las condiciones en que fueron recogidas (estimacio¬nes, censos
parciales y no homogéneos de una a otra región, definición variable de las categorías sociales,
etc.). De un informe a otro, las cifras de un mismo distrito varían a veces de una cifra a su
doble. Deherme (1908: 383), quien trata de hacer la síntesis de esos documentos, estima que
un cuarto de la población de África occiden¬tal estaba avasallada: 200 000 en el Senegal, 600
000 en el Alto Senegal-Níger, 250 000 en el Dahomey, otros tantos en Costa de Marfil, 450 000
en Guinea (véase también Klein, 1983; Boutillier, 1968: 528, y M. Diop, 1971: 22 s.). Una
utilización de los informes coloniales por círculo administrativo muestra un reparto desigual de
la pobla¬ción esclava: representa menos del 10% de la población en 8 círculos de 65; de 10 a
20% en otros 8; aproximada¬mente 25% en 6 círculos; alrededor de un tercio en 7 círculos; 18
círculos cuentan con aproximadamente 50% de esclavos y 11 más de dos tercios. Además, los
nóma-das, los Jula de Kong (y algunos otros círculos) habrían tenido más del 100% de esclavos,
en ocasiones cuatro veces más que la población libre. Así más de la mitad de los círculos
cuentan con más del 50% de esclavos.

Deberían hacerse numerosas correcciones a esas cifras. Su agrupamiento, por región en


particular, oculta dife-rencias entre grupos sociales coexistentes. Boutillier (1975) demuestra
en su triple estudio sobre las poblaciones de Buna, las importantes variaciones observadas
entre los comerciantes Jula, los campesinos Kulango y las antiguas aristocracias. Esta gran
variación en la proporción de es-clavos revela capacidades diferentes para utilizar una clase
distinta de productores y para establecer relaciones de producción apropiadas.

De este rápido panorama histórico del cual sólo hemos extraído los elementos relativos a la
esclavitud, resalta que esta institución, ya sea que haya alimentado la trata o la producción, ya
sea que haya contribuido a la edifi¬cación de los grandes imperios o de los burgos,
desem¬peñó un papel protagónico en el desarrollo económico y político de la zona sahelo-
sudanesa.
La esclavitud ha dejado, hasta el día de hoy, huellas profundas, prejuicios tenaces, secuelas de
explotación apenas superadas, que dan testimonio sobre el arraigo y las funciones de esta
institución en la sociedad pre- colonial. Los matrimonios, hoy todavía, entre ingenuos y
descendientes de esclavos, aun en los medios más pro-gresistas, se enfrentan a amargas
resistencias, mientras que, hasta entre los trabajadores inmigrantes procedentes de esas
regiones, los descendientes de esclavos deben a veces rebelarse contra las fatigas que les
imponen sus antiguos amos, no obstante estar sometidos a las mismas condiciones que ellos
(Samuel, 1977).

La esclavitud no es de ninguna manera un rasgo su-perficial de la organización de esas


sociedades. No po-dremos comprender su historia ignorando esto.

CAPÍTULO SEGUNDO EXTRANEIDAD

For la captura y la trata, el cautivo está involucrado en un proceso de extraneidad que lo


prepara para su es¬tado de extraño absoluto en la sociedad a la que será en¬tregado.

1. CONDICIONAMIENTO A LA EXTRANEIDAD

El esclavo viene siempre de lejos. Su extraneidad co¬mienza con su exotismo. Las distancias
recorridas por los ejércitos de los imperios africanos medievales para ex¬traer cautivos son
considerables. Desde Kumbi, capital del Wagadu, al país de los "Lam-lam" —región situada
más o menos al sur del río Níger—, la distancia media es de 500 km. Las tropas del askia del
Sonxai saquean el Kusata, situado, en esa época, en dirección de Diema a más de 1 000 km al
oeste de Gao. El valor de los cautivos aumenta con la distancia, obstáculo insuperable para la
evasión.

Desde antes de la trata atlántica, los esclavos negros eran despachados hasta el Maghreb, el
Medio y el Cer¬cano Oriente, Turquía, incluso la India (Deschamps, 1971). Encontramos sus
huellas en Europa y en Sicilia (Verlinden, 1955, 1966). La trata europea los arroja sobre todo el
continente americano, las Antillas y también Eu¬ropa. Cuando en el siglo xix se desarrolla la
trata inter¬africana tropical, el desplazamiento de los cautivos, pese a que no se encuentran
más mercados para ellos fuera del continente, sigue siendo considerable.

A los desplazamientos que los traficantes imponen a su ganado humano, se agregan las
distancias siempre en aumento que los guerreros deben recorrer para explotar nuevos cotos.
Es lo que muestra Bonte (1975: 55), por ejemplo para los Twareg Kel Kreff cuyos territorios de
captura alcanzan el Kebbi, el Menaka, el Djerma, etc. En¬tre los Abron, los esclavos son moshi
(mosi) y gurunsi (Terray, 1975: 392). El Busansi, el Konkonba, el Tyokosi constituyen para los
Asante, y de manera general para los pueblos akan, verdaderas reservas de esclavos (ibid.:
392). Los cautivos de los Anyi son oriundos en su mayoría de las sabanas del norte y de Kong
(Perrot, 1975: 363, 366). Pero Kong es un mercado donde los cautivos pro¬vienen de regiones
más lejanas todavía. Todos los ejem¬plos muestran que los esclavos vienen de zonas apartadas
o de acceso difícil. Si esas distancias no son recorridas por los traficantes, lo son por el
guerrero. El esclavo no es nunca un vecino. Era una práctica corriente la de revender los
esclavos capturados para comprar otros de procedencia más lejana (Balde, 1975: 193 5.).
Si se considera el destino final de los esclavos expor¬tados de África, ese espacio cobra
dimensiones plane¬tarias. Así la economía esclavista se inscribe en un área muy extensa, que
pone en acción, aparte de los instru¬mentos de captura, un aparato complejo y organizado de
deportaciones, de comercialización, de transporte, de mer¬cados, y también de puesta en
condiciones de la "mer-cancía" (adiestramiento, cuidados diversos y presenta¬ción,
castración). La distancia misma es un instrumento de esa puesta en condiciones. Diversos
relatos (Daumas, 1857; Mercadier, 1971) revelan su importancia como ele¬mento de
enajenación de los cautivos: más allá de un punto determinado del recorrido, a partir del cual
la fuga se vuelve improbable, el tratamiento físico y moral de los cautivos se modifica de
manera estudiada; también su comportamiento.

"Griga, el esclavo mawri capturado en los alrededores de Sokoto, cuenta que después de un
día y medio de mar¬chas forzadas con sus raptores, privados de alimento y agua, los cautivos
de la caravana llegan a la vez a per¬der la esperanza de salvarse y a estar 'casi agradecidos' por
recibir de beber. En el estanque donde se detienen para el reparto, en el Dallol Basso, los
caravaneros degüellan a cuatro mujeres demasiado marchitas, emasculan a dos niños, uno de
los cuales muere durante la noche, con el fin de descargar la caravana de bocas inútiles y fijar
los itinerarios según la naturaleza de la mercancía humana así preparada" (según Mercadier,
1971).

La lejanía geográfica prepara la distancia social casi ab-soluta, pese a todas las apariencias, que
separará al escla¬vo del amo, y lo anclará en su estado irreversible de ex¬tranjero. Este
espacio esclavista que, a lo largo de miles de kilómetros, moldea a un ser humano como
mercancía viviente, es estructurado, organizado y articulado con este fin.

2. CONSTITUCIÓN DEL ESPACIO ESCLAVISTA

Raro es que se conozca realmente cómo se contraen des¬de su origen las relaciones
esclavistas entre poblaciones tan lejanas unas de otras. No obstante, tenemos un ejem¬plo de
ello en lo que concierne a los inicios de la trata europea de esclavos africanos: los primeros
cautivos son arrebatados de la costa mauritana por los exploradores portugueses, más como
una curiosidad que como mer¬cancía. Uno de esos prisioneros, un Moro de alto rango, le
propone al rey Enrique entregar otros diez cautivos a cambio de sí mismo. Así se establece, a
través de un in¬termediario africano, una primera transacción que alentó a los portugueses
primero a saquear las costas, luego a depender de los jefes locales para organizar la captura y
comprar a los capturados (Deschamps, 1971: 38-40). Este esquema parece haberse
generalizado y organizado desde la Edad Media: una demanda externa suscita la creación de
bandas locales, luego de estados saqueadores que practican la rapiña, de forma continua o
periódica, contra poblaciones cada vez más lejanas y juzgadas "sal¬vajes". Los pueblos víctimas
de esas incursiones tienen casi todos la misma característica: funcionan según el modo de
producción doméstico; son sociedades agríco¬las, sedentarias, paganas, que practican una
economía de autosubsistencia.

Las "casas", grupos orgánicos de productores y comen-sales, forman sus células constitutivas.
Toleran el arbi-traje entre ellas pero ninguna soberanía. Esas poblaciones agrícolas son
vulnerables: el cultivo de los campos las lleva a la dispersión durante las estaciones de cultivo.
La agricultura extensiva limita sus capacidades de agrupa- miento en grandes aldeas. Sus
efectivos dispersos no pue-den ser convocados con rapidez. A la inversa de sus ata-cantes,
provistos de armas y caballos por sus clientes de las ricas comarcas esclavistas, esas sociedades
sólo dis¬ponen de armas ligeras (arcos, flechas envenenadas, a veces instrumentos de
labranza), rara vez de caballos.4 La defensa colectiva se apoya en alianzas que los conflictos
entre clanes hacen precarias.5

Los campesinos se ocultan o se reagrupan, pese a la lejanía de los campos; se protegen detrás
de defensas cada vez más fuertes (desde las empalizadas hasta los podero¬sos tata de los
Bamana y los Maninka);6 se refugian en lugares de difícil acceso, como las poblaciones
llamadas paleonegríticas de los macizos del Togo septentrional o del Adamawa; se aferran a
los acantilados como los Te¬lena, y luego los Dogon. A pesar de las transformaciones que
imponen a su agricultura esas nuevas condiciones de explotación (cultivos intensivos en
terrenos de superficie reducida, o movilización del trabajo para las labores de defensa),
preservan de manera sorprendente su forma ce-lular y doméstica de organización social y
política.

Los relatos describen las incursiones como ataques sor-presa: las aldeas son observadas por
los asaltantes y, cuando la población deja de estar sobreaviso, los guerre¬ros se abalanzan
sobre los campos o los pozos donde se reúnen las mujeres —a menos que se embosquen para

economic" o "non commercial", es decir que no entran en los circuitos de producción de los
estados.

4 Léase sobre este tema los relatos de los campesinos del Níger interrogados por J.-P.
Olivier de Sardan (1976) sobre la manera mágica y práctica con que se defendían de las
incursiones de los saqueadores. J. Goody (1971: 57-72) refiere las prohibiciones de las cuales
son todavía objeto, entre los campesinos del Gonja cen¬tral, los caballos que fueron los
instrumentos de su vasallaje.

5 F. Héritier detalla la organización de una de esas sociedades domésticas, los Samo, y


sus reacciones ante las empresas de los saqueadores mosi (1975).

6 Meillassoux, 1966 a.

atacar a individuos aislados. Se hace una clasificación inmediata para deshacerse, matándolas,
de las capturas sin valor, viejos o niños de corta edad que retardarían la fuga. Se dice que,
cuando las incursiones se repetían en las mismas aldeas, se dejaba una salida para que se
escapara una parte de la población. ¿Era para permitir que se reprodujera esa población o
simplemente para desalojar a los aldeanos de sus escondites y capturarlos con mayor facilidad
en campo abierto? ¿Era para evitar un enfrentamiento desesperado y sin salida, y por ende
sangriento? Se dice que los Moros-Trarza procuran no repetir sus incursiones a las mismas
aldeas en una me-dida que comprometa la reproducción de las poblaciones. Pero esas
medidas de preservación no eran ni generales ni muy sistemáticas y, en muchos otros casos,
fueron desvastadas y despobladas regiones enteras por las in-cursiones y las guerras
esclavistas (cf. Binger, 1892).

A otras poblaciones saqueadas y posteriormente some-tidas se les imponen tributos anuales


en esclavos, como refiere Barth (citado por Aubin-Sugy, 1976: 136); ese tri¬buto no estaba
constituido únicamente por los naturales de los pueblos sometidos y estos últimos debían a
veces convertirse en saqueadores para satisfacer esas exigen-cias. Numerosas jefaturas
guerreras parecen haberse cons¬tituido en tales condiciones en el perímetro de los im-perios
o de los estados esclavistas m᧠importantes. Así, en el siglo xix, los Vute del Camerún,
después de haber sido las víctimas de capturas emprendidas por los ejér¬citos del Lamido del
Adamawa, se convierten en sus pro¬veedores al poner en práctica, en beneficio de éste, la
caza de esclavos entre sus propios vecinos inventando en ese momento la guerra, con armas y
tácticas originales (J.-L. Siran, 1980; infra, segunda parte, B, 5). Esas socie¬dades saqueadoras
constituyen los últimos escalones de la economía esclavista.

El estado general de inseguridad que domina en esas zonas de predación favorece también, en
el seno de las sociedades saqueadas, la constitución de bandas com-puestas de hombres
jóvenes que encuentran en esta fórmu¬la el medio de protegerse contra la captura y a la vez
sacar provecho de ello. Organizadas militarmente, algu- ñas de esas bandas logran imponer su
autoridad sobre poblaciones campesinas que aceptan su dominación como contrapartida de
su "protección" (M. Piault, 1982), Las formaciones políticas que se constituyen así, según es-
tructuras nuevas, practican la captura para abastecer los mercados y a la vez para su beneficio
propio.

La esclavitud establece así un conjunto económico y social geográficamente extendido, en el


seno del cual po-demos distinguir varios elementos estructurados. La es-clavitud entabla una
relación directa entre una sociedad esclavista militar y las poblaciones saqueadas, en las cua-
les la primera se aprovisiona continuamente de cautivos. El crecimiento económico y social de
la sociedad gue¬rrera o militar (aristocrática) se funda en esta relación y en su perpetuación.
Aquí, el costo de la esclavitud se confunde con el costo de la captura: no tiene en la socie¬dad
militar esclavista que la emplea sino un valor de uso. Su reproducción descansa en un aparato
de guerra o de bandidaje.

Por otro lado, una parte de los cautivos se vende a traficantes que los conducen a sociedades
esclavistas mer¬cantiles. La relación amo-esclavo contraída es así media¬tizada dos veces: por
la sociedad proveedora, que rapta por un lado y vende por otro, y por el aparato comercial
que asegura la salida y el transporte de los cautivos. En este espacio económico ampliado es
donde el cautivo ad¬quiere un valor de cambio. Su reproducción se opera por la doble
operación de la captura y de la venta en un mer¬cado.

La esclavitud involucra por lo tanto:

—a sociedades donde son capturados los esclavos y que representan el medio en donde son
"producidos" de-mográfica y económicamente; —a sociedades esclavistas aristocráticas que
disponen de un aparato militar para arrebatar a esos seres hu¬manos de su medio productor y
reproductor; —a sociedades mercantiles que controlan un aparato comercial para darle salida
comercial a los cautivos; —a sociedades esclavistas mercantiles, consumidoras de esclavos.

La esclavitud en tanto que sistema social de producción es indisociable de ese conjunto, que
descansa, en esencia, en la transferencia continua y permanente de seres hu-manos dentro de
este espacio económico orgánico y or-ganizado.
3. LAS RELACIONES PRIMARIAS DE LA ESCLAVITUD

La mayoría de las tesis sobre la esclavitud parten de la relación entre amo y esclavo, expresada
en términos de "propiedad". La establecen como primera y suficiente para circunscribir la
totalidad del fenómeno esclavista (Hin- dess y Hirst, 1975). Pero para concebir la esclavitud
como sistema, vale decir eventualmente como modo de produc-ción, es preciso que haya
continuidad de las relaciones esclavistas, y por lo tanto que esas relaciones se repro-duzcan
orgánica e institucionalmente de tal manera que preserven la organización sociopolítica
esclavista, y que pongan en contacto, pues, a grupos sociales en una rela-ción específica y
renovada sin cesar, de explotación y do-minación.

El análisis histórico nos mostró que la relación entre amo y esclavo es el subproducto de una
relación que se establece en el marco del espacio económico global de la esclavitud, es decir
entre sociedades esclavistas (utili- zadoras de esclavos) y sociedades productoras de seres
humanos. Relación que se establece además por interme¬dio de un conjunto complejo de
aparatos puestos para organizar económicamente ese espacio (aparato militar y comercial que
asegura la captura y la transferencia de seres humanos de unas sociedades a otras).

Ciertamente, las relaciones entre pueblos raptores y pueblos saqueados son en la práctica
desiguales, brutales, discontinuas, circunstanciales. Apenas sugieren un "siste¬ma" económico
ordenado e institucionalizado. Por un lado, sociedades históricas identificadas y
geográficamen-te circunscritas, política, militar y comercialmente orga-nizadas, que producen
sobre la base de relaciones de cla¬se que las estructuran jerárquicamente y en las cuales los
esclavos, una vez admitidos, se insertan orgánicamente. Por el otro, poblaciones lejanas y sin
nombre, dispersas, a menudo mal conocidas por las primeras y confundidas en un conjunto
vago e inorganizado de "salvajes". Entre unas y otras, ninguna relación formal, nada de más
relaciones que las de la violencia bruta que impone una de las partes sin que ni la guerra ni la
paz sean jamás declaradas ni concluidas. Los aparatos establecidos para relacionar las
sociedades esclavistas con las sociedades productoras de esclavos: el ejército o la banda de
saqueadores, son de los que no permiten el reconocimiento político mutuo. Cuando esas
relaciones se relevan mediante el comercio, se tornan tan lejanas, tan frecuentemente
mediatizadas, excluidas de tantos relevos, que las partes no tienen con-ciencia de su existencia
respectiva en tanto que pueblo o nación. Las relaciones se mantienen con base en el no re-
conocimiento, en el exotismo y permanecen con una alte- ridad irreductible. Las
representaciones que se hacen las poblaciones esclavistas de los pueblos en los cuales se
abastecen —imagen que trasmiten a las personas que se aproximan a ellos o los estudian—
expresan bien la rea-lidad y la naturaleza dé las relaciones políticas que los vinculan. Para
marcar la distancia social, las sociedades esclavistas atribuyen generalmente a las poblaciones
sa-queadas un nombre genérico que no les pertenece: para los Sudaneses de la Edad Media,
esos pueblos salvajes, proveedores de cautivos, son Lam-lam o Nyam-nyam, a los que se sitúa
en comarcas meridionales mal explora¬das; son los Keeseero de los Peul musulmanes del
Fuuta Jallo, término indiferenciado que designa a los paganos negros del sur (los "Kissi" de los
administradores colo¬niales) (Balde, 1975: 181). "En los dialectos de los Tuarga y de los
Bereberes del Sahara, Djanawen, Ganawn (singu¬lar: Ganaw) significan 'esclavos negros' " (J.
Lanfry, 1966). El mismo término [genewa] se emplea en Timbuktú -para designar a los Negros
(Cuoq, 1975: 119, p. 1). Djanawen se convertirá, para los europeos, en guineo. Para los So-
ninke del siglo xxx, "bambara" es todavía prácticamente sinónimo de esclavo. Esos términos no
se aplican, en realidad, a etnias o a formaciones políticas precisas, sino a un conjunto confuso
de poblaciones diversas, aquellas en las cuales se surten los proveedores de esclavos,
gue¬rreros o comerciantes. Esos nombres imprecisos, mal diferenciados, designan para los
esclavistas a poblaciones con un carácter común: una rusticidad que raya en la bestialidad y
que se manifiesta por la rudeza, la ignoran-cia, la inferioridad intelectual, la amoralidad y la
prác¬tica de actos de salvajismo (como el canibalismo, por lo general), rasgos que los
predispondrían pues a la captura y a una explotación semejante a la que sufren los anima-les.
Predisposición y aun predestinación para los Peul del Fuuta Jallo, los cuales agradecen a Dios el
haber crea¬do a "paganos de cráneo duro pero de brazos fuertes destinados a servir a los
creyentes" (Vieillard, en Balde, 1975: 198).

Esos pueblos indiferenciados son sobre todo percibidos como social y políticamente
inexistentes, prueba de ello es, en opinión de sus raptores, la ausencia de jefes. Esta carencia
política, sumada a su supuesta incapacidad para el raciocinio, impide toda comunicación.
Ahora bien, esas representaciones, por groseras que parezcan, reflejan co-rrectamente la
naturaleza de las relaciones políticas que están obligados a mantener los raptores de esclavos
con las sociedades saqueadas para preservar la relación escla-vista, pues esa relación de
alteridad, sostenida tanto por la práctica como por la ideología, es la que determina todas las
demás. Es la base de la relación de producción esclavista y de la explotación específica del
trabajo a ella asociada. Es, en realidad, la expresión ideológica de una relación de dominador a
dominado que opone el conjunto de ciudadanos libres de las sociedades esclavistas al
con¬junto de las poblaciones saqueadas, sangradas, en el pa¬sado, el presente y el futuro.
Percibida como negativa, esa relación es en realidad el medio positivo de mantener la
distancia social que es la condición de la esclavitud.

La alteridad, combinada con la relación de clases con-traída mediante la explotación en el seno


de la sociedad esclavista, engendra una reacción de tipo racista respecto de los esclavos.
Racista, pues al estado de esclavo se aso-cian siempre rasgos somáticos (fealdad, pesadez...) y
a la vez rasgos de carácter (imbecilidad, pereza, hipocre¬sía. ..). Por su origen extranjero, los
esclavos son defi¬nitivamente seres de una especie diferente y naturalmente inferior,
tolerados si mantienen sus distancias, rechazados si manifiestan la más mínima veleidad de
identificación con los "humanos".

El pillaje representa pues una relación de extorsión per-manente provista de una ideología,
que proporciona su justificación, y de instituciones que facilitan su perpetua-ción.
Saqueadores y saqueados se encuentran en una re¬lación necesaria para la reproducción del
sistema social esclavista en su conjunto. Esta relación, yo la calificaría de "relación primaria de
clase": puesto que no es de ex-plotación, sino de extorsión, no entre el amo y el esclavo, sino
entre dos conjuntos sociales. Uno de esos conjuntos se compone de sociedades esclavistas, el
otro de aquellas de las cuales se extrae de manera continua una parte de su crecimiento
demográfico y su energía-trabajo. El he¬cho de que las poblaciones saqueadoras y saqueadas
no pertenezcan cada una por su lado a un conjunto político único no le quita nada a la
naturaleza de esa relación. Mostraremos que esa relación primaria representa una fase
necesaria del proceso de explotación que se establece en el seno de la sociedad esclavista
entre la clase de los amos y la de los esclavos, y que una (la extorsión) debe reiterarse para que
se cumpla la otra (la explotación). Las sangrías que aplica la sociedad predadora a las
sociedades saqueadas son características de la esclavitud por su con¬tinuidad y su
periodicidad. Sea cual fuere la intensidad o la continuidad respecto a tal o cual aldea, o tal o
cual población, a la escala global que opone las sociedades saqueadoras al conjunto de las
poblaciones sobre las cua¬les operan, esas sangrías alimentan un flujo permanente y continuo
de riquezas humanas a expensas de las socie¬dades saqueadas en su conjunto. La historia
prueba con profusión que esta relación tiende a la regularidad. Mues¬tra sin equívoco que en
todas partes la esclavitud está asociada a la guerra, a la rapiña o al bandidismo, los cua¬les son
los principales medios de abastecimiento directo o indirecto. Lo que conforma en efecto a las
guerras es¬clavistas es su carácter repetitivo o cíclico. Sea en Sene- gambia, en el Dahomey, en
Segu, en el país Mawri, en el Anzuru, etc., dondequiera que esas guerras se practica¬ban, los
ejércitos se ponían en campaña anualmente (a veces más a menudo) para capturar "el ganado
en dos patas" (Piault, 1975: 325), destinado a abastecer los rei¬nos, los mercados o los
traficantes.

C. Aubin-Sugy (1975), quien señala una tendencia a la centralización política en el África


saheliana del siglo xix bajo el efecto de las guerras de captura, constata tal ritmo de guerra:
"Cada año, los ejércitos traen una amplia co-secha de ganado y de esclavos". La expedición
cíclica se vuelve un rasgo característico de la guerra esclavista, que revela su carácter
definitivamente orgánico. Por el con-trario, se describe los saqueos de las bandas que
comple¬tan el aporte de las guerras o que funcionan como medio principal de captura como
continuos, si bien tienen lugar de preferencia —al contrario de las campañas militares— en la
estación de cosecha para sorprender a los campesi-nos en los campos.

La continuidad y la regularidad institucionalizada del abastecimiento de cautivos, la


preocupación ocasional por la reproducción de las poblaciones saqueadas, ¿tradu¬cen el
incremento constante de la demanda (asegurada la reproducción de los esclavos mediante su
crecimiento natural) o la necesidad orgánica para la economía escla-vista de asegurar su
reproducción mediante una sangría incesante de las poblaciones exteriores? La pregunta es
importante, pues de su respuesta depende también la ca-racterización de la esclavitud.

ESTERILIDAD

Lo que sabemos sobre la demografía de los esclavos in¬duce a pensar que la aportación
continua de cautivos era necesaria, tanto para renovar la población esclava como para
incrementarla. La reproducción demográfica de los esclavos no parece haber sido una
preocupación de los esclavistas.

En el reino bamoum, donde dos tercios de la población estaba avasallada, "miles de esclavos
permanecían solte-ros" (Tardits, 1980: 466). Recibían mujeres, de preferen¬cia, los que se
distinguían por su conducta o por alguna hazaña. No obstante, sus familias "seguían siendo de
ta¬maño pequeño" (ibid.: 467). Bowdich, en 1819, observa que en Asante la mayoría de los
esclavos eran solteros. Barth se sorprendía al ver tan pocos esclavos nacidos en Sudán (1857-
1858, II: 151-152). Comprueba que rara vez se autorizaba a los "esclavos domésticos" a casarse
y de ello concluye con harta razón que esta ausencia de repro-ducción era un factor capital
para la perpetuación de las incursiones esclavistas. Terray (1975: 437) advierte tam-bién que
no hay en el país Abron reproducción natural de las relaciones de cautiverio. Los esclavos de
ambos sexos asignados a la producción, a los transportes, a la agricultura, es decir la gran
mayoría de ellos, en efecto, rara vez son "casados" en el sentido social del término —esto es,
capaces de tener una descendencia y de con¬traer relaciones de filiación con ella. Los lacayos,
a quie¬nes se les permitía reproducirse, tenían una esperanza de vida bastante corta: el
ejército dahomeyano y el ejército sonxai debían remplazar con regularidad a los hombres
muertos en combate mediante la captura de nuevos escla¬vos (Herskovits, 1938, n: 96-97. Le
Hérissé, 1911: 375 s.).

Esas observaciones, las cuales son generales, sobre el celibato de los esclavos, parecen estar
en contradicción sin embargo con otro fenómeno: el número mayor de mu¬jeres que de
hombres esclavos en la mayoría de las socie¬dades esclavistas africanas, y una demanda y un
precio dondequiera más elevados de las mujeres en los merca¬dos (M. Klein, 1983).

Se sabe, por los testimonios árabes, que la trata maghre- bina tenía por objeto sobre todo a las
mujeres y a los niños. Lo mismo ocurría con la trata interafricana tanto en la Edad Media (cf.
cap. i) como en los periodos más contemporáneos (Nadel, 1942: 9; Malowist, 1966; Goody,
1980; Piault, 1975: 18; Archivos de OM, K14/K18 Kourous- sa; sobre todo Lovejoy, 1983, y
Fisher y Fisher, 1970). Sabemos cómo eran ejecutados los prisioneros de guerra varones a
partir del momento en que, al estar prohibida la trata atlántica, baja la demanda de cautivos
masculinos (Kouroubari, 1959: 546-549; Arch. de OM, K14). El mer¬cado interno africano
demandaba sobre todo mujeres. En Gumbu (Malí), gran burgo que contaba antes de la
colo¬nización con aproximadamente 5 200 habitantes de los cua¬les cerca del 40% eran
esclavos, habría habido tres mu¬jeres esclavas por cada hombre y cada niño. Un recuento
hecho en 1965 mostraba todavía, cerca de sesenta años después de la abolición de la
esclavitud por los franceses, una proporción menor de niños en las familias de origen esclavo
que en las libres (misión 1965).

Los censos hechos en 52 círculos del África occidental por la administración colonial francesa y
recolectados por M. Klein (1983: 68-69) muestran sólo 8 casos de círculos donde el número de
esclavos masculinos sobrepasa al de las mujeres y 7 casos en donde ambos sexos están en
nú¬mero casi igual. En otros 37 casos, las mujeres represen¬tan del 60 a más del 90% de los
esclavos. Aun cuando tales estadísticas no son rigurosamente confiables, su re-gularidad
ilustra el desequilibrio observado en todas par¬tes por la relación entre los sexos.

Si las mujeres tienen más demanda que los hombres y si valen más, podemos razonar que sólo
es en virtud de la única ventaja natural que poseen sobre los hombres, vale decir su capacidad
de procreación (Goody, 1980). Una población esclava femenina más numerosa sería pues el
indicio de una política de reproducción de los esclavos por incremento genésico. Los autores
que sostienen ese razonamiento confunden con cierta frecuencia a las escla¬vas compradas
como concubinas cuya descendencia nace libre —y que no contribuye por lo tanto a la
renovación de los esclavos— con las mujeres compradas como traba-jadoras.

Pero la hipótesis según la cual las esclavas (más nume-rosas y más caras que los esclavos)
hayan sido preferidas para asegurar la reproducción esclavista no descansa de hecho en
ningún dato objetivo. Ninguna cifra ni ningún testimonio demuestran la reproducción
demográfica de las clases esclavas. Muy por el contrario, en un plano ge¬neral, se comprueba
que en las sociedades esclavistas con preferencia femenina, en el África negra como en el
Magh- reb, la importación de esclavos se hace de continuo, de la misma manera que en las
sociedades esclavistas con predominio masculino, como la esclavitud antillana, por ejemplo.

Gracias a los estudios presentados en Women and sla- very in Africa (Robertson y Klein,
comps., 1983), conta¬mos con algunos casos precisos y preciosos relativos a la fecundidad de
las esclavas en algunas sociedades africa-nas. Sin que podamos generalizar esos datos, raros
toda¬vía, está claro que, en cada una de las situaciones des¬critas en esa obra, las esclavas
tienen pocos hijos y que, contrariamente a lo que podría esperarse en cuanto a una
preferencia concedida a las esclavas por su calidad pro-creadora, no hay siquiera reproducción
simple de los efec-tivos avasallados. Las cifras de los censos franceses ci¬tados antes (M. Klein,
1983: 69) muestran que el prome¬dio de hijos por mujer censada es de 0.94, lo cual daría una
tasa bruta de reproducción muy inferior al 0.5%. M. Strobel (1983: 121) descubre que en
Mombassa, a prin¬cipios del siglo xx, un grupo de 15 esclavos adultos estu¬diados por ella y
que comprende 10 mujeres sólo contaba con 11 niños vivos de ambos sexos. Muchas de esas
mu¬jeres, agrega M. Strobel, "como muchos otros esclavos, nunca se casaron" (ibid.: 120). En
otra parte, la autora recalca que "no existe evidencia de que las esclavas que tuvieron niños
hayan sido favorecidas respecto de las que no los tuvieron" (ibid.: 121). M. Strobel piensa no
obstante que esa baja fecundidad habría sido una decep¬ción para los amos (ibid.: 120), pero
la repetición de esta situación en otras sociedades esclavistas proyecta dudas sobre esta
interpretación.

El caso de las ciudades comerciales del Alto Zaire en el siglo xix es aún más patente (Harms,
1983). Aun cuan¬do esas ciudades hayan contado con 140 esclavas por cada 100 esclavos, en
promedio, la reproducción natural no se cumple. Los viajeros se sorprenden por los pocos
niños en las calles; una encuesta de 1889 cuenta entre los escla¬vos 384 adultos (de los cuales
204.8 eran mujeres de acuer¬do con la proporción referida más arriba) por 50 niños, o sea
0.24 niños por mujer o una tasa de fecundidad infe¬rior a 0.12. Harms considera también esta
esterilidad como contraria a los intereses de la clase de los amos, pero por dos razones
diferentes que parece confundir. ¿Es porque sus concubinas esclavas no les dan descendientes
(los cua¬les no habrían tenido, en todo caso, situación de escla-vos): "Estaban enojados con
cada una de las mujeres por no proporcionarles hijos" (ibid.: 108), o bien porque los esclavos
no se reproducían entre ellos? "Los comerciantes se veían obligados a comprar continuamente
nuevos es¬clavos para mantener la población de sus aldeas" (ibid.: 109).

Esta última observación muestra que, en la práctica, independientemente de toda supuesta


intención por parte de los amos, es la reproducción esclavista mediante com¬pra la que opera:
"Los Bobangi no procreaban muchos niños, se contentaban con comprar" (ibid.: 109). En las
sociedades mercantiles, el agente absoluto de la repro¬ducción es el dinero: "Si no tienes
dinero, los esclavos están acabados para siempre" (Harms, 1983). Así se ex¬presa un
comerciante de Bolobo (Alto Zaire). Harms considera la esterilidad de las mujeres como una
forma de resistencia contra su condición. Pero esta explicación no se funda en ningún indicio ni
testimonio. Contradice los comportamientos referidos por otros autores y que revelan más
bien la resignación de esas mujeres a su con¬dición, si no es que a su enajenación.

Los relatos relacionados con el modo de vida de las esclavas muestran mejor por qué éste no
era propicio a la maternidad. La historia de Adukwe, por ejemplo, según la relató C. Robertson
(1983), revela una vida errante, de inestabilidad, una sucesión de malas condiciones de vida.
Sus relaciones con los hombres son precarias, a menudo ilegítimas. Sus hijos no son
generalmente reconocidos o mantenidos por los padres; ninguno de sus amantes se hace
cargo de ella. Aborta varias veces. Salvo una niña, sus hijos no sobreviven más allá de los cinco
años. El caso de Bwaníkwa, relatado por M. Wright (1983), ilustra por igual esas malas
condiciones de vida, poco propicias para la maternidad.

R. Maugham (1961: 200) cuenta la historia contempo-ránea de una mujer, esclavizada por los
Twareg: captu¬rada por los Regeibat, estuvo dos veces encinta: uno de sus hijos muere y
abandona al otro para escapar. Los esclavistas saharianos pretendían curarse de las
enferme¬dades venéreas teniendo relaciones sexuales con una es¬clava joven y virgen
(Mercadier, 1971: 91). Esta costum¬bre particularmente innoble no muestra ninguna forma de
preocupación por las capacidades de fecundación de las jóvenes esclavas, ni por las de sus
parejas ulteriores.

A. Retel (1960: 164) subraya igualmente la precariedad de las relaciones entre esclavos en el
país Nzakara. "Las uniones maritales entre dos esclavos no le impedían al amo sustraer a uno
de los dos cónyuges para concluir un intercambio, dotar a un pariente o a un cliente de una
esposa." Tales condiciones de vida no son propicias ni para la maternidad ni para la crianza de
los hijos. Al no ser objeto de dote, las esclavas nunca están "casadas" en la práctica. Cuando
están bajo el poder del amo al cual corresponden los hijos, éste no es el padre; tampoco lo es
el hombre con el cual tuvo esos hijos, y que, por con¬siguiente, mostrará hacia ellos un interés
mínimo, si no es que nulo.

Cuando el amo tolera o incluso impone la unión de dos esclavos, la regla general era que no se
trataba de un "matrimonio" propiamente dicho (si hubiera sido así, el genitor hubiera tenido la
paternidad de los hijos y no el amo de la mujer). Esta unión podía ser disuelta en cualquier
momento. Entre los Anyi, la unión entre escla¬vos no conlleva ninguna ceremonia, "pues son
como galli¬nas y gallos que se dan calor", dicen los amos (C.-H. Pe- rrotj 1982: 164). Para no
encariñarse con niños que podían serles retirados, o para no hacerse cargo de ellos si esta¬ban
separadas de sus compañeros, las esclavas estaban tentadas a abortar.

La actitud de los amos con respecto a los hijos de esclavos no es tampoco significativa de una
verdadera preocupación por la reproducción. Hogendorn (1977: 377) refiere que cuando las
esclavas trabajaban en las planta¬ciones de Sokoto. los niños de corta edad eran agrupados
bajo un árbol y las madres no podían acercárseles para amamantarlos si no era con el permiso
del guardián. En Gumbu, los enterraban en la arena hasta el cuello para que se estuvieran
tranquilos. Un testigo interrogado por R. Maugham (1961: 176) relata que los Twareg
abando¬naban a los niños muy gritones en el desierto. El Código islámico sobre la esclavitud
(en Daumas, 1857: 322) asi¬mila el embarazo de la esclava con una afección "que da lugar al
caso redhibitorio, cuando las negras vendidas se encontraban en ese estado". Como en el caso
de una en-fermedad oculta o la locura, pueden ser devueltas a sus propietarios.

La maternidad no era un estado tan deseable para la mujer esclava como para la mujer libre.
En las sociedades donde prevalece la ética del linaje, es un orgullo para la mujer de buena cuna
el ser fecunda y parece dudoso que se haya aceptado que las esclavas (incluso y sobre todo las
concubinas del amo) hayan podido ser superiores en ese punto a las esposas de la clase
dominante. La fecun¬didad de las esclavas se afirma más cuando su condición se transforma,
cuando disfrutan de una forma de eman-cipación y sus uniones se estabilizan bajo la
apariencia de "matrimonios", ya sea con hombres de su clase igual¬mente emancipados, o con
el amo. En ese último caso, la mujer es a menudo liberada por el hecho de la concep¬ción o el
nacimiento de un niño. No se trata ya entonces de esclavitud propiamente dicha. Esas mujeres
no son en lo sucesivo esclavas más que por su origen; su descen¬dencia, incluso si es todavía
dependiente, será estatuta¬riamente libre. No se trata por lo tanto de una reproduc¬ción
genésica de los esclavos.

La baja fecundidad de las esclavas se comprueba igual-mente en las cortes reales de las
sociedades aristocrá-ticas. El palacio del soberano de Dahomey, donde se alo¬jan mujeres en
gran cantidad —de las cuales una im¬portante proporción son cautivas—, no puede
considerarse como un lugar fértil. La descendencia de los reyes, si bien es impresionante para
cada uno de ellos, es muy es¬casa si se la compara con el número de mujeres a las cuales
tienen acceso. Glele tuvo 129 hijos, Gbehanzin, 77 (Bay, 1983: 16-17) para un efectivo total de
5 000 a 8 000 ahosi (esposas o dependientes) a las cuales, para un gran número de ellas,
cualquier otra relación sexual le era en principio prohibida. Njoya, uno de los soberanos
bamum que tuvo una larga descendencia, poseía 1 200 esposas. Engendró 350 hijos, de los
cuales 163 solamente seguían vivos cuando su deceso (Tardits, 1980: 602, 631). En al¬gunas
cortes, la fecundidad de las esposas reales era a veces abreviada por la costumbre de
ejecutarlas a la muer¬te de su soberano esposo. En Porto Novo, entre 1688 y 1908, hubo 19
reinados con una duración promedio de once años y medio, algunos de dos, cuatro o seis años.
Cada rey tenía numerosas jóvenes esposas que desapare¬cían con él (Akindele, 1953: 65). Así,
en los hechos y sean cuales fueren las intenciones atribuidas a la clase de los amos y sea cual
fuere el modo esclavista, aristocrático o comercial que prevalecía, la clase de los esclavos no se
renovaba por sí misma.

A este respecto, la esclavitud africana no se distingue de otras esclavitudes conocidas. A la


inversa de lo que sucede con la mujer libre, no son las capacidades repro¬ductivas de la
esclava las que constituyen su valor pri¬mario, sino otras causas vinculadas con la naturaleza
de la esclavitud que afectan al ser humano hasta en sus fun¬damentos más "naturales" en
apariencia.

GANANCIAS Y ACUMULACIÓN

Entre la historia de la esclavitud, el análisis de la comu-nidad doméstica y la demografía


esclavista se establece una coherencia que revela un "modo de producción", si podemos
llamarle así, muy particular.

La esclavitud en tanto que sistema social —que hemos distinguido de la servidumbre


individual— no es el pro¬ducto sui generis de la comunidad doméstica. La explota¬ción
esclavista exige el establecimiento de relaciones so¬ciales que son la antítesis social y jurídica
de las rela¬ciones de parentesco. Sólo puede ejercerse pues sobre una categoría social
"extranjera" distinta de la de los padres. En efecto, la esclavitud se acompaña de incursiones y
guerras incesantes destinadas a la captura; suscita el es-tablecimiento de una red comercial a
larga distancia y de un sistema de mercado necesarios para la transferen¬cia de cautivos de un
sistema social a otro. La guerra de captura y el mercado tienen, como contrapartida, la
es¬terilidad de las esclavas, desprovistas, a pesar de su sexo y su número, de sus funciones
reproductoras. La econo¬mía esclavista adquiere su especificidad de este conjunto de
circunstancias.

La fuerza de trabajo se produce al margen de la eco¬nomía que la emplea. No se le compra al


productor sino que se le sustrae a través de una operación de expolia¬ción que hace del
esclavo un bien cuyo valor comercial está disociado de su costo de producción. La esclavitud se
relaciona con dos clases sociales según el modo de ad¬quisición: la clase aristocrática cuando
captura al esclavo para su uso y la clase comercial que se lo compra a la pri¬mera. Funciona en
cada caso de acuerdo con modelos de explotación distintos.

Pero, sobre todo, resulta de todo lo que precede que el modo de reproducción condiciona su
funcionamiento: la ganancia esclavista, las relaciones de producción y el pro-ceso de
acumulación le están subordinados.

Antes de ilustrar la demostración de lo anterior y de sacar consecuencias mediante el examen


de casos, es ne¬cesario, para esclarecer la discusión, enunciar desde aho¬ra y de manera
sumaria algunas de las principales carac¬terísticas de la economía esclavista, tal y como se
deducen de este estudio y sobre las cuales volveremos a hablar más tendido a lo largo de esta
obra.

1. LA ESCLAVITUD DE SUBSISTENCIA

Al no estar los esclavos, por definición, a cargo de los amos, deben producir por lo menos su
propia subsisten¬cia y, llegado el caso, la de los demás esclavos asignados a tareas no
agrícolas. La agricultura de alimentos es en esencia la tarea primaria de los esclavos y más aún
cuan¬do están destinados a liberar a la clase de los amos del trabajo. El estado del esclavo
procede de su modo de explotación en la producción de víveres: incluso cuando es retirado de
la misma y su condición se transforma, este estado primario se mantiene.

Con el fin de poner de manifiesto las particularidades y las diversidades de la esclavitud, pues,
es menester examinar primero lo que constituye el objetivo primario, a saber la explotación de
los esclavos, hombres o muje¬res, en tanto que productores de subsistencias. Aun cuan¬do la
esclavitud, por sus efectos sociales y políticos, puede dar lugar a la explotación de campesinos
libres en pro¬vecho de una clase dominante —como veremos— la in¬troducción del esclavo
responde ante todo a esta exigen¬cia. Suponemos igualmente en este punto que la clase
esclava no produce para el mercado; que los amos tratan de hacerla trabajar lo más posible y
que no tienen ningún gasto de adquisición.1 Esta forma de explotación, en la cual el esclavo
sólo produce un valor de uso, la llamaré esclavitud de subsistencia.

Cuando el cautivo es introducido en la comunidad, apor¬ta la fracción del producto social que
ha sido invertida en su formación por su sociedad de origen.2 En las socie¬dades agrestes
donde la participación en las actividades

1 Véase infra § 5 y segunda parte, B, II, y tercera parte, v, para el examen de las
condiciones de adquisición.
2 Es portador de a K (siendo K su edad en el momento de la captura, a su consumo anual
de subsistencia), a K es máximo si comienza muy temprano, de doce a quince años es la edad
en que la producción del individuo alcanza su consumo antes de superarlo (T. Brun y C. Layrac,
1979; Elwert, 1973). En la práctica, el procedimiento de captura como medio para obtener el
agente productivo permite escoger a los sujetos más deseables desde ese punto de vista, por
medio de la eliminación física de los que se sitúan al margen de los grupos de edad productivos
(tenemos el ejemplo de esas prácticas en Lacroix, 1967: 146; Merca- dier, 1971: 11, 17, 36, 39;
Daumas, 1857).

Para extraer la ganancia máxima del trabajo del escla-vo, en la sociedad esclavista, es preciso
poderle sustraer la totalidad de su plusproducto, y reducir a nada sus ca-pacidades sociales de
reproducción: no debe tener niños que alimentar. Esto es posible en razón del modo de re-
novación de los esclavos por adquisición o expoliación. Por ese medio la sociedad esclavista
está en capacidad de extraer del esclavo una ventaja doble:

a] adquiere una energía acumulada (aK) en el cuerpo físico del trabajador arrebatado a su
sociedad de origen;

b] conserva el plusproducto integral de su trabajo, igual a la diferencia entre su


producción durante su vida activa y su consumo durante su sobrevida en la socie¬dad
esclavista.3

Lo esencial de la ganancia esclavista no es aK (el volu-men de alimentos consumidos por el


esclavo hasta la edad de su captura) sino la totalidad de su plusproducto cuyo acaparamiento
es posible gracias al rapto de su sus¬tituto.

Se captura al esclavo en la edad en que entra en su fase produc¬tiva (cuando K — A, siendo A


igual a la duración del periodo preproductivo),

3 La ganancia esclavista realizada con cada esclavo es pues «K + (/?B — CÍB). Si el cautivo es
integrado antes de la edad productiva A, se debe deducir a (A — K) del plusproducto vita¬licio,
es decir, lo que habrá consumido sin producir. Si es inte¬grado después de la edad productiva
(K > A), su plusproducto vitalicio será /?B - a (K — A) en vez de /?B - «B, (No tomamos en
cuenta en este punto el costo de adquisición que tratamos en la tercera parte, cap. v.)

La expoliación de las sociedades saqueadas y el acapa-ramiento del plusproducto integral del


esclavo son indi- sociables. Si los amos no dejan ninguna parte del plus- producto comestible a
los esclavos para alimentar una descendencia, esos esclavos no pueden remplazarse más que
por la captura de otros esclavos. Captura y explota¬ción se remiten mutuamente de manera
orgánica puesto que la renovación de la ganancia retirada de la explota¬ción de las
capacidades de producción del esclavo supone la introducción continua, en la sociedad
esclavista, de nuevos productores hechos y derechos, pero siempre eco-nómicamente
incapaces de reproducirse en tanto que es-clavos. La expoliación o extorsión se hace a
expensas de una sociedad extranjera; la explotación a expensas de la clase esclava así
constituida.

Así se cumple la disociación de los ciclos productivo y reproductivo cuya unidad, fundadora del
parentesco, im-pediría la formación sui generis de una clase esclava. La explotación esclavista
afecta y designa a la vez al verda¬dero extranjero: el que nació y fue criado fuera de la
comunidad y cuyo sustituto deberá tener, de hecho o de derecho, idénticas características.

La explotación esclavista aleja necesariamente al explo¬tado de las relaciones sociales que


crean el parentesco, por lo tanto también de la ciudadanía. Lo mantiene en su estado de
extranjero. La explotación integral del plus- producto de los esclavos los encierra en su
extraneidad puesto que, para realizarse de manera integral, debe pri¬varlos de cualquier
descendencia susceptible de absorber la más mínima parte de dicho plusproducto. De ahí las
restricciones aplicadas a la reproducción física de los es¬clavos, las prohibiciones con respecto
al matrimonio y, de manera más general, la negación de paternidad y de ma¬ternidad que los
afecta.

Desocializados, despersonalizados, desexualizados, los es¬clavos son susceptibles de ser


condenados a una explota¬ción inmoderada por cuanto no está atemperada por la
preocupación de preservar sus capacidades físicas y so-ciales de reproducción. Así, en la lógica
de "lo anterior, el costo de mantenimiento del esclavo será reducido, para obtener un
beneficio máximo, a la duración de su vida activa, lo cual es posible ya sea por su manumisión
desde que se torna improductivo, ya sea por su inmolación. Se¬gún la misma lógica, el régimen
alimenticio será el estric¬to necesario para la reproducción de la energía de trabajo del esclavo
al mismo tiempo que será sometido a los castigos o las recompensas que aumentarán su
intensi¬dad. Esas medidas sin embargo no constituyen la esencia de la explotación esclavista.5
El esclavo bien alimentado y que llega a viejo sigue siendo explotado y enajenado en razón de
su modo de reproducción. La característica de un sistema social no depende únicamente de las
rela¬ciones de producción que los individuos sostienen entre sí.

2. DIFERENCIA CON LA SERVIDUMBRE

Es pues útil hacer en este punto la distinción entre el modo de explotación esclavista y la
servidumbre, distin¬ción tanto más necesaria cuanto que Marx y Engels —y muchos otros
autores— tienden a asimilar uno a la otra.

El análisis que precede muestra que la diferencia se debe al modo de reproducción: los siervos
no se compran en el mercado, se reproducen por incremento demográfi¬co. En esas
condiciones, es preciso que puedan disponer de la parte de su plusproducto agrícola necesario
para el mantenimiento de la generación siguiente. Para asegurar una reproducción simple (es
decir, para que cada pro¬ductor sea remplazado por un sustituto en el momento en que
abandone la producción), el plusproducto de los acti¬vos debe ser por lo menos igual a lo que
representa el con¬sumo de una población preproductiva equivalente en efecti¬vos (sin tomar
en cuenta la mortalidad por edad). Para dejar con creces una renta a sus amos, es preciso que
la productividad sea suficientemente elevada para que la re-producción vital de los jóvenes
siervos no absorba la totali-dad de la producción. La productividad debe ser pues en cualquier
caso superior a la que exige la esclavitud. En cambio, la servidumbre se ahorra el costo de
adquisición del esclavo.

La explotación del siervo se hace a partir de su instala-ción en una parcela cuyas dimensiones
son, por conven-ción, "la medida necesaria para hacer vivir a un hombre y a su familia". En la
servidumbre (a diferencia de la aparcería), la renta se exige con base en prestaciones fi¬jas: el
siervo debe entregar cada año la misma cantidad de producto, sea cual fuere el volumen de su
producción. Debe proporcionar un número igual de días de trabajo. Sólo la mansedumbre del
amo puede dispensarlo de una parte de esas prestaciones. Entre medios de producción y un
tiempo de trabajo limitados, por una parte, y deudas irreducibles, por otra parte, el siervo está
siempre obli¬gado a medir el tamaño de su familia, esto es el número de improductivos que
alimentar, según lo que le resta de su plusproducto. En esas circunstancias se practican el
aborto y el abandono de niños, mientras que a los viejos improductivos no se les deja vivir
mucho tiempo. A me¬nos que se dé una productividad agrícola muy alta y una improbable
bondad por parte de los señores, la servidum¬bre no es un modo de producción a priori
favorable al crecimiento demográfico.

Otro efecto de las prestaciones fijas —las cuales por lo general son calculadas con base en las
buenas cosechas— es el de impedir que el siervo constituya reservas, y por lo tanto colocarlo
periódicamente en situación de deuda respecto del señor. Sólo este último está en capacidad
de acumular reservas a partir de los tributos de los siervos para enfrentar los periodos de
hambruna. El siervo se ha- lia así obligado a requerirle, cada vez que las cosechas son malas, el
auxilio necesario para sobrevivir y reiniciar el ciclo agrícola; el noble hace alarde de
generosidad al no hacer más que restituir a los siervos lo que necesitan para sobrevivir y
continuar produciendo. En la servidumbre, el trabajador no es ni comprado ni vendido
individual¬mente; no es una mercancía, pero es un patrimonio que puede ser objeto —junto
con su familia— de donaciones, de herencia, de atribución y de otras transferencias gra¬tuitas,
al ser cedido con la tierra que cultiva. A diferencia del esclavo, el siervo vive en familia puesto
que es la con¬dición de su reproducción. Como veremos, una condición análoga a la
servidumbre se concede a ciertas categorías de esclavos que son apareados, autorizados a vivir
en familia y deudores de prestaciones fijas. Se trata de es¬clavos, sin embargo, cuya condición
prefigura en el seno de la esclavitud el surgimiento de la servidumbre.

3. ¿CUÁNTOS ESCLAVOS? ¿CUÁNTOS SIERVOS?

Para un consumo dado, el número de esclavos agrícolas necesarios para alimentar a la clase de
los amos depende de dos factores: la productividad agrícola del esclavo y su duración de vida
activa.

Para una población dada de individuos libres, el núme¬ro de esclavos será determinado en
cada ocasión por la relación entre su plusproducto anual y el consumo anual de la clase de los
amos, que suponemos ociosa. Un cálcu¬lo (véase anexo), que sólo vale a título comparativo,
ba¬sado en la productividad estimada del cultivo del mijo con azadón, muestra que los
esclavos, todos de edad ac¬tiva, deberían representar, en este ejemplo, 29.8% de la población
total (o 42.5% de la población libre) para ali¬mentar a la clase de los amos.

Al ser la duración de vida activa del esclavo natural-mente inferior a la duración de vida total
del amo, hay que renovar esos esclavos a prorrata de esas dos dura- clones. Si por ejemplo el
esclavo tiene una vida activa correspondiente a la mitad de la vida entera de un amo, el
efectivo total de los esclavos deberá renovarse dos veces por cada generación de libres. En el
caso hipotético de más arriba, se requerirían 85 esclavos por cada genera¬ción de 100
personas libres.
El número de 85 esclavos hace abstracción de la mor-talidad de los productores siervos antes
de la edad del "retiro" y supone la desaparición del esclavo a esta edad (es decir, cuando su
plusproducto es inferior a su consu¬mo). Suponemos nulas las reservas agrícolas así como el
crecimiento demográfico de unas y otras poblaciones, las libres y las siervas. En el marco de las
estimaciones he-chas, se trata pues de datos mínimos. En lo que concierne a la superficie de
las tierras cultivadas, suponemos que todas tienen el mismo rendimiento. La hipótesis de la no
participación de la clase libre en los trabajos agrícolas de productos alimenticios corresponde a
un comporta¬miento frecuente, si no es que general. "Los Itsekiri lla¬man hoy a la agricultura
'trabajo esclavo' y les repugna descender de posición haciendo trabajo agrícola ellos
mis¬mos..." (Bradbury, 1957: 175).

En el caso de la servidumbre, por lo tanto de una re-producción por incremento demográfico


de toda la po¬blación sierva, sería preciso, en las mismas condiciones de productividad y a
razón de un sustituto por siervo, una población activa de 61 personas de los dos sexos por
cada 100 ociosos, en lugar de las 42.5 precedentes, ya que este aumento es necesario para
alimentar a la nueva genera-ción de siervos. La población total de siervos sería de 122
personas por lo menos para asegurar la reproducción sim-ple, y la superficie de tierras
necesaria para su susten¬to igual a 123.8% respecto a la asignada a los amos. Así los efectivos
totales de la población sierva son en todo momento casi tres veces más elevados que en el
caso de la esclavitud y la superficie de las tierras necesarias para la alimentación de la
población total aumentada en la misma proporción. Esos cálculos excluyen cualquier
crecimiento demográfico así como la constitución de re¬servas.

4. VENTAJAS DE LA ESCLAVITUD

La ventaja inmediatamente perceptible de la esclavitud es la de ahorrarle a la clase esclavista


la presencia y la in-corporación de una población sierva total que representa la infraestructura
demográfica indispensable para la exis-tencia de una misma población activa que lo único que
hace es renovarse sin crecer. En la servidumbre, frente a una clase explotada más numerosa e
incorporada a la sociedad, la clase señorial debe ejercer una represión más fuerte para un
resultado económico idéntico. Ahora bien, el señor feudal no dispone respecto de los siervos
de los mismos medios de control social que el amo respecto del esclavo. La heterogeneidad de
la clase esclava, debida a sus orígenes y a su incesante renovación, ofrece la posi¬bilidad de
crear vías múltiples de promoción social (in¬cluido el acceso a los "privilegios" de la
servidumbre) que la divide contra sí misma. En cambio, la estabilidad de la población sierva, su
implantación territorial y campesina, su reestructuración en las normas familiares le confieren
los medios de resistencia que usa. Las revueltas de los siervos son una constante en la historia
feudal; existen pocas revueltas de esclavos. La clase de los señores debe ser una clase
represiva, armada, de espaldas al pueblo en mayor medida todavía que la clase esclavista. Por
igual la servidumbre, al aumentar las superficies necesarias para la implantación de la
población activa, conduce más a la conquista territorial que la esclavitud.

No obstante, las ventajas decisivas de la esclavitud so¬bre la servidumbre las encontramos en


todas partes: per¬mite un crecimiento no diferido de la producción, por la aportación
inmediata de trabajadores activos. Mientras que la llegada a la edad productiva de un siervo
depende del número de mujeres púberes con que cuenta la pobla¬ción sierva y del plazo de
formación de su descendencia hasta la edad productiva, la esclavitud la hace inmedia¬tamente
disponible. La esclavitud realiza, por transferen¬cia de población, un proceso de acumulación
que no per¬mite la servidumbre. La acumulación y el crecimiento esclavistas dependen de las
capacidades de captura y de compra, vale decir, de las variables (la guerra, el comer¬cio) que
permiten un ritmo de reproducción y de creci¬miento de los efectivos más flexible y más
rápido que el crecimiento demográfico.

Finalmente y sobre todo, mientras dure ese proceso de acumulación, la producción puede
aumentar independien-temente de la productividad del trabajo sólo por el hecho de la
multiplicación d,e los productores, lo cual es posible por su adquisición de continuo fuera de la
sociedad que los utiliza.

5. CONDICIONAMIENTOS Y COSTOS DE LA ESCLAVITUD

A las ventajas de la esclavitud corresponden condiciona-mientos y limitaciones, impuestos por


su modo de repro-ducción, diferentes según esté el esclavo asignado a la producción de un
bien de uso, la subsistencia, o a la de mercancías.

En el primer caso, la reproducción del esclavo produc¬tor de subsistencias sólo puede hacerse
mediante la cap¬tura, puesto que no produce, por definición, lo que per¬mitiría la compra de
un sustituto. Deben pues capturarlo la propia clase esclavista o sus lacayos, siendo estos
últimos alimentados por ellos mismos o por sus capturas. Sobre todo es en las sociedades
militares y aristocráticas dedi¬cadas a la guerra de rapiña donde la esclavitud de sub¬sistencia
es más susceptible de funcionar. Para las socie¬dades captoras, el costo del esclavo se reduce
al de la captura, el cual está disociado de su costo de producción. Si, como lo sostienen varios
autores (Curtin, 1975; Per- son, 1968; Terray, 1982 a), la captura es el subproducto de las
guerras que los príncipes librarían de todas maneras, el costo de la captura sería nulo. Pero
aun cuando las guerras estén destinadas a la captura, como es, creo yo, el caso general en ese
contexto histórico, la movilización por parte de la aristocracia de un campesinado combatiente
que se provee por sí mismo de su pitanza, sus armas y su vida, el empleo de lacayos de origen
servil que viven de la producción de un campesinado explotado, sumado a la distribución
desigual del botín humano en provecho de los amos, todas son medidas que reducen el costo
de la captura en provecho de la aristocracia esclavista (se¬gunda parte, B). El esclavo llega a
manos de ésta investi¬do, a la vez, de su valor intrínseco extorsionado y del tra¬bajo de los
combatientes para capturarlo.

Por esa doble relación de explotación, la clase aristocrá-tica no paga ni siquiera el costo de
"producción" del es¬clavo, y apenas el costo de su captura. Por otra parte, el intercambio de
los cautivos por medios para la rapiña im-portados (armas y caballos en particular) contribuye
a la renovación de las empresas de captura. Así el esclavo no representa en manos de la
aristocracia una inversión fuerte. El esclavo puede ser asignado a la subsistencia (no obstante
su baja productividad), explotado toda su vida, o inmolado por el prestigio.

En la sociedad esclavista mercantil, donde el esclavo se compra para ser empleado en la


producción de mer¬cancías, las cosas se dan de otra manera. El acceso al esclavo pasa por el
mercado donde hay que aportar una mercancía para conseguirlo. El mercado debe ser a la vez
el lugar de la venta del esclavo y el de la compra de su producción. En esta economía, el costo
de la reproduc¬ción del esclavo para lucro se calcula por la relación del precio de compra del
esclavo con el de la venta de su pro¬ducción. Su tasa de reproducción es la de su amortización
y veremos que puede ser de algunos meses. El esclavo es una inversión, una inmovilización de
capital. Es preciso amortizarlo lo más rápido posible para relanzar en la producción el capital
que representa. Si la amortización del esclavo se hace en menos tiempo que el que requiere
una población sierva equivalente para poner a un indivi¬duo en edad de producción, la sangría
esclavista, para proveer una demanda de este orden, debe extenderse a poblaciones cada vez
más numerosas cuyo crecimiento de¬mográfico global equivale en todo momento a la
demanda de individuos de edad productiva. A diferencia del es¬clavo de subsistencia, el
esclavo para lucro debe funcionar necesariamente en el marco de un mercado extenso,
apro¬visionado por sociedades captoras capaces de proveer es¬clavos al ritmo que impone la
relación de precios en el mercado.

Sin embargo, la esclavitud, al inmovilizar las disponi-bilidades de capital debido a la compra de


trabajadores, disminuye otro tanto la posibilidad de invertir en medios de producción
susceptibles de incrementar la productivi¬dad del trabajo. Al efectuarse la acumulación a
través de la multiplicación del número de productores, ésta afecta poco el crecimiento de la
productividad. Con una produc¬tividad del trabajo casi constante es como funciona la
esclavitud, a la vez porque hace posible el crecimiento mediante la multiplicación de los
trabajadores y su re¬novación acelerada, y porque inmoviliza como consecuen¬cia de ello el
capital necesario para la transformación de las condiciones de trabajo. En cambio, dado que
esta acu-mulación se hace sin tomar en cuenta las condiciones de la reproducción demográfica
y en condiciones de baja pro-ductividad, no puede ser sino destructiva y ejercerse a ex-pensas
de otras poblaciones. Está limitada, en última ins-tancia, por la extensión de zonas expoliadas y
por los recursos demográficos de las poblaciones de las cuales se alimenta.

La lógica económica de la esclavitud se allega a la obser-vación de su funcionamiento histórico.


La explotación es-clavista opera a partir de una reserva de mano de obra exterior a la sociedad
explotadora. Exige un aparato mi¬litar y comercial capaz de ejercer una sangría al
creci¬miento económico y demográfico de las poblaciones ex¬tranjeras y de transferir esta
mano de obra preformada ("ya hecha", como decía Marx) de su medio de "crianza" a su medio
de explotación, a un ritmo más rápido que el eventual crecimiento demográfico de una
población sier- va intramuros.

En razón del carácter orgánico de esta transferencia, es el modo de reproducción, más que el
modo de produc¬ción, el que determina la naturaleza de la ganancia escla¬vista y el proceso
de acumulación. El modo de reproduc¬ción es el que determina también la permanencia del
esta¬do social del esclavo, a pesar de los empleos diversos a los cuales puede ser asignado.
Pues si la captura y el mercado son las condiciones de la existencia económica del escla¬vo,
son también las condiciones de su inexistencia social.

ANEXO

Estimaciones comparadas del número de esclavos y el núme¬ro de siervos necesarios para el


sustento de una misma po¬blación no productiva
Los cálculos que se dan a continuación sólo valen en un plano comparativo; se basan en efecto
en estimaciones muy aproximadas hechas a partir de observaciones de campo so¬bre el
cultivo del mijo con azadón en la zona sahelo-suda- nesa.

Calculo que la producción agrícola de las mujeres activas —las cuales realizan pesadas tareas
domésticas— así como su consumo son inferiores a los de los hombres. El consumo de los
improductivos es una cifra media, para los dos sexos, para todo el periodo de 0 a 15 años,
edad en la cual considero que la producción de un individuo alcanza su consumo. Hago
abstracción de las necesidades de semillas y de reservas (por lo tanto de los años malos) para
sólo calcular un producto bruto anual. No tomo en cuenta la mortalidad por edad, que
aumentaría el consumo de los improductivos a la prorrata del número de los que no alcanzan
la edad de la producción y que amputaría la producción de los activos muertos antes de la
edad en que su producción baja hasta el nivel de su con¬sumo, o sea 45 años.

Supongo que la población libre no cultiva, que tiene una tasa sexual equilibrada y que se
reparte por grupos de edad como sigue:

Menos de 15 años 50%

De 15 a 45 años 40%

Más de 45 años 10%

Consumo anual de una población libre de 100 personas:

Consumo del hombre adulto : 300 kg

Consumo de todas las demás categorías: 180 kg

Consumo total:

50 x 180 = 9 000 (jóvenes)

20 x 300 = 6 000 (hombres adultos)

20 x 180 = 3 600 (mujeres adultas)

10 x 180 = 1 800 (viejos)

Total 20 400

a] Caso de la explotación de una población esclava

Supongo en lo que a esto respecta que la población esclava tiene una tasa sexual favorable a
las mujeres, en la propor¬ción 60/40, y que los esclavos mueren a los 45 años:

Producción anual del hombre activo : 1 000 kg " " de la mujer activa: 500 kg

siendo el consumo el mismo que para la población libre.

Plusproducto anual:
Hombre: 1 000 - 300 = 700 kg Mujer : 500 - 180 = 320 kg

corregido por la tasa sexual, la producción promedio por in¬dividuo es de 480 kg. Número de
esclavos necesario para el año considerado:

20 400

42.5 para una población libre de 100 personas.

480

Si la vida activa de esos esclavos es 2 veces menor que la vida total de un franco, hay que
renovaf esos efectivos 2 veces por cada generación de libres.

b] Caso de la explotación de una población sierva

Suponemos al respecto que la tasa sexual es equilibrada, que los esclavos viven todos en
familia y que se reproducen a razón de un sustituto por activo, hombre y mujer. Es pre¬ciso
pues sustraer al plusproducto bruto de los siervos, que es aquí de 1 020 kg por pareja, el
consumo de dos menores, o sea 360 kg, dejando un plusproducto neto de 660 kg por pa¬reja.
El número de siervos necesario al sustento de la mis¬ma población libre que la precedente es
de:

20 400

= 61 individuos activos de ambos sexos

330

La población sierva total (activos y preproductivos) —si los viejos mueren a los 45 años— es de
122 personas para mantener una población libre de 100 personas. El consumo total de esta
población sierva es de:

30.3 x 300 = 9 150 (hombres activos)

89.5 x 180 = 16 110 (mujeres activas y preproductivas)

25 260 kg

o sea 123% del consumo de la clase libre, la cual exige una proporción igual de tierras para
alimentarla.

El número de los siervos activos representa 135% de la población esclava susodicha y la


población sierva total 271%.

(Véase tercera parte, cap. v: implicaciones en el plano de la reproducción demográfica.)

NO NACIDOS Y MUERTOS EN SUSPENSO

Sólo hay esclavitud, en tanto que sistema social, si se constituye una clase distinta de
individuos correspondien¬te a un mismo estado y que se renueva de manera continua e
institucional, de tal suerte que al estar aseguradas en el tiempo las funciones que desempeña
esta clase, las rela-ciones de explotación y la clase que se beneficia de ellas se renuevan
también, como tales, regular y continuamente.

Si, en último análisis, el beneficio esclavista se cumple mediante una sangría continua de seres
humanos en una sociedad extranjera, la esclavitud se manifiesta pues siem¬pre en asociación
con las instituciones apropiadas, vale decir, la captura y el mercado de esclavos.

Por su transferencia, los esclavos adquieren dos propie-dades indisociables. Por una,
económica, aportan con ellos una cantidad acumulada de fuerza de trabajo que repre-senta,
según su edad, la totalidad o una fracción del cos¬to de su producción o de su "crianza" en
tanto que pro¬ductores; por la otra, social, se inscriben como extranjeros absolutos en la
sociedad esclavista de recepción.

Su modo de explotación está vinculado a esta doble gé-nesis, y no se reproducen como


esclavos más que en la medida en que se reproduce esta doble condición. La na¬turaleza
misma de la ganancia extraída de la adquisición de los esclavos, es decir, el costo de
reproducción de la energía de trabajo, conduce a esta forma de explotación específica
mediante la cual los esclavos deben ser frus¬trados de sus capacidades (físicas o sociales) de
repro¬ducción para ser renovables como tales. Frustración que los excluye de las relaciones
orgánicas que contribuirían a la reproducción de una clase esclava por cría, por lo tanto que
mantiene a los esclavos en su estado de extran¬jeros originales y en los caracteres específicos
determi¬nados por su modo de explotación.

Ahora bien, por un desvío dialéctico, las características sociales de los esclavos (en particular la
no ingenuidad) resultante del modo de explotación van a prevalecer a veces sobre sus
capacidades económicas de producción como medio indirecto de la acumulación o como
medio político de la dominación de la clase dominante: antítesis del parentesco, la esclavitud
puede ser también su auxi¬liar, si no es que su sustituto, al mismo tiempo que el instrumento
y la amenaza de las dinastías.

¿Cómo, a partir de las condiciones económicas de la ex-plotación, se forma, se transforma y se


trasmite la situa-ción social de los esclavos?

La característica de los esclavos, la que procede del modo de explotación esclavista, es pues la
de ser primero y necesariamente sustraídos a su sociedad de origen que los concibió y formó
para ser introducidos y reproduci¬dos como extranjeros en el medio esclavista. Esta
exigen¬cia, económica en su origen, se realiza a través de los procesos de despersonalización y
de desocialización de los esclavos que proceden de su captura.

El estado de los esclavos es el resultado de una suce¬sión de avatares que contribuyen a hacer
de ellos indivi¬duos sin lazos, ni de parentesco ni de afinidad ni de ve¬cindad, por lo tanto
aptos para la explotación.

Por la captura, son arrebatados a su sociedad de origen y desocializados; por su modo de


inserción en la sociedad de recepción, y el vínculo unívoco que mantienen con el amo, son
decivitizados, eventualmente despersonalizados. Por esos procesos se define su estado. Este
estado es ori¬ginal, y por ende permanente, definitivamente asociado al cautivo. Es en razón
de este estigma inicial e indeleble que los esclavos, una vez en manos de un amo, pueden ser
asignados a cualquier tarea, sea cual fuere su sexo o su edad y sin que su condición, definida
por esta asignación, les conceda una posición. Los esclavos pueden realizar tareas masculinas o
femeninas, sea cual fuere su sexo. Pueden también desempeñar funciones sociales o políticas
sin que esta promoción en su condición los libere del es-tigma original. Estado y condición del"
esclavo son distin¬tos y no se comunican.

1. DESOCIALIZACIÓN

Por la captura, retirados de su medio social de origen, los individuos no son todavía "esclavos".
No son inicialmente más que "prisioneros", "capturados", o cautivos. Su es¬tado o su
condición definitiva de esclavos sólo se mani¬festarán en el momento de su inserción en el
medio de recepción: ya que su estado está vinculado a su situación de "extranjeros"
desocializados en ese nuevo medio y su condición a la posición que se les asignará en el
proceso general de producción y de reproducción del sistema.

La relación esclavista exige pues ser analizada sucesi-vamente en esos dos planos:

1] las circunstancias en las cuales un individuo aparece como un "extranjero" en una


sociedad;

2] las modalidades de inserción de este extranjero den¬tro de relaciones orgánicas en el


seno de los diferentes sistemas esclavistas observables.

Las sociedades que nos ocupan son sociedades estatuta-rias en las cuales la pertenencia y el
rango se adquieren por el nacimiento (o su equivalente, la adopción) o se pierden por la
muerte (o su equivalente la decadencia). Benveniste (1969, i: 321 s.) muestra la asociación, en
las lenguas indoeuropeas, entre la libertad del ciudadano y el nacimiento (pero también el
crecimiento); los libres se¬rían "los que nacen y se desarrollan conjuntamente". He¬mos visto
cómo esta idea de desarrollo conjunto descansa en una realidad económica profunda y cómo
gobierna pre-cisamente el rango y la posición de los individuos en la comunidad agrícola
doméstica (capítulo introductorio, 1).

Las sociedades enfrentadas a la esclavitud sobrepasan necesariamente el marco institucional


doméstico, ya que frente al esclavo (al extranjero absoluto) el autóctono debe poder definirse
jurídicamente como el "gentil", afir¬mar sus privilegios de ingenuo y apoyar su superioridad en
una ideología. Al estado (negativo) del esclavo se opo¬ne la posición (positiva) del ingenuo. Si
una sociedad no ha concebido y elaborado las nociones conservadoras que definen las normas
sociales de su reproducción, la con-frontación con el esclavo la obliga a ello, en defecto de lo
cual es incapaz de distinguir sus propios miembros de éste. El parentesco se afirma, se
desarrolla y se afina por oposición al no pariente. La esclavitud, como todas las formas de
servidumbre que excluyen al individuo de la comunidad y de la ingenuidad, ha contribuido sin
duda a la invención, por oposición, del parentesco llamado "por la sangre". Asimismo, la
posición aparece, verosímilmen¬te, con el desarrollo de las capacidades de explotación y de
dominación de una clase sobre otra para distinguir a sus miembros respectivos. La esclavitud
nos remite pues necesariamente a sociedades estatutarias y de clases.
Restringiéndonos por el momento a la aproximación empírica del problema, comprobamos
que, en esas socie-dades .estatutarias, la socialización del hombre, su per-tenencia y su rango
en la sociedad se realizan mediante el establecimiento de las relaciones sucesivas siguientes:

— relaciones de filiación (o ancestrales) que realizan la pertenencia por el nacimiento y el


crecimiento, con una comunidad de individuos que disponen de un patrimo-nio común el cual
da acceso a los medios de la sub-sistencia;

— relaciones conyugales y de afinidad que establecen los derechos sobre los


dependientes menores, por lo tanto que dan acceso a ios medios de la reproducción social;

— relaciones de ascendencia o de progenitura que esta-blecen la autoridad sobre esta


descendencia y sobre el producto de su trabajo;

— relaciones de alianza con comunidades vecinas, media¬tizadas por la pertenencia a su


propia comunidad.

Para la mujer libre, esta socialización está muy clara-mente atenuada. La filiación no le otorga
necesariamente acceso al patrimonio de su grupo paterno; las relaciones conyugales no
establecen derechos iguales a los del hom-bre sobre su descendencia. Mediante su
matrimonio, pier¬de su condición de ingenua entre sus afines. Sólo tiene autoridad secundaria
respecto de sus parientes y afines menores. Su protección contra la captura es más física que
social: las mujeres salían menos a menudo y por me¬nos tiempo de la aldea, a veces bajo la
custodia de hom¬bres armados. El peligro de rapto que existía, incluso por parte de
sociedades no esclavistas, era permanente.

Protegida, en consecuencia sometida en su comunidad, extranjera y exiliada entre sus afines,


asignada a los tra-bajos de servicio, la situación de la mujer en la sociedad doméstica prefigura
la esclavitud. "No pierdas contacto con tu familia si no quieres volverte la esclava de tu
es¬poso", advierte una fábula mungo (según Jewsiewicki, 1981: 74).

La ruptura o la disolución de las relaciones enumeradas más arriba ocasiona la desocialización


por la cual se vuel¬ve uno extranjero. La desocialización es improbable, en cambio, si una de
esas relaciones persiste, pues, en caso de ruptura, el pariente, el afín o el aliado intervendría
para atestiguar sobre el estatus del capturado o para pa¬gar el rescate.

La extensión sociogeográfica dentro de la cual actúan esas relaciones es indicativa de un área


de socialización en el seno de la cual un individuo, reconocido como in¬genuo, es protegido
contra la cautividad, incluso contra la captura.

Así, pueden ser considerados como pertenecientes a una misma sociedad, a veces a pesar de
las apariencias, aldeas y tribus hostiles, en guerras frecuentes y hasta endémicas de unas
contra otras, siempre y cuando el rescate o el in-tercambio de prisioneros sea admitido y
practicado entre ellos. Así ocurría por ejemplo con los Kissi (M. 144) o los Alladian entre ellos
(Augé, 1975). Pertenecen por el contrario a sociedades diferentes, según este criterio,
gru¬pos, incluso cultural o lingüísticamente emparentados pero que se capturan mutuamente
sin redención posible, como por ejemplo los Samo, según F. Héritier (1975).
En el primer caso, la situación de capturado en la so-ciedad de los raptores es generalmente la
de un rehén, conservado con el propósito de obtener un rescate: el intercambio por otro
capturado o el remplazo de un pa¬riente muerto durante un encuentro (Augé, 1975). El
cap¬turado conserva los atributos de la persona social, en el sentido de que conserva la
capacidad de resocializarse ya sea en su medio de origen, si se realiza el rescate, ya sea en el
medio de recepción, si es conservado allí a cambio de un desaparecido, con los atributos de
éste.

El prisionero de guerra puede eventualmente conver-tirse en cautivo si no es rescatado o


intercambiado por los suyos, lo cual demuestra que los vínculos sociales que él hubiera podido
invocar son desactivados, que está por lo tanto desocializado por el hecho de la indiferencia de
sus conciudadanos o de sus parientes (Piault, 1975).

Tales áreas de socialización son variables en extensión y en contenido. Por ello, las aldeas guro
pertenecientes a un mismo conjunto matrimonial (Meillassoux, 1964, cap. ix), en el seno del
cual se aceptaba-un procedimiento de conciliación, constituían un área de socialización
opuesta a aquellas dcnde esta cláusula no se aplicaba (1964: 227). Lo mismo ocurre con un
reino cuando sus súbditos están expresamente protegidos contra la captura por su propio
soberano, tales por ejemplo y en principio como el Daho- mey en el pasado, el Sonxai o
también los estados mosi cuyos súbditos eran identificables por escarificaciones y estaba
prohibida su captura y su venta en todo el reino (Tiendrebeogo, 1963: 11). Por esta razón, el
Fuuta Tooro, según Oumar Kane (manuscrito inédito) no representaba una fuente de
abastecimiento satisfactoria para los ne-greros pues "los habitantes no se avasallaban
mutuamen-te. Organizaban el rescate de los cautivos hechos en su territorio".

En las zonas sahelo-sudanesas del oeste africano, la fu-sión de las poblaciones por la guerra,
las fortunas y los infortunios de los estados han contribuido a crear una situación original. Los
clanes son patronímicos —por lo menos desde el país wolof hasta el Masina— y están dis-
persos en inmensos territorios. La gente de casta conserva los conocimientos relativos al
estatus de cada cual, aun si está alejado de su lugar de origen. Esos clanes y esas castas
establecen alianzas entre ellos, en todos los niveles de la jerarquía social, que los protegen
contra la "trai¬ción" y la servidumbre eventual. En esta área, que se extiende sobre miles de
kilómetros, no solamente un in¬dividuo no puede ser capturado por sus parientes, sus afines o
sus aliados, sino que éstos deben, en principio, rescatarlo si lo encuentran en estado de
servidumbre. El patronímico, con más frecuencia que las escarificaciones, es el que sirve en
este caso de medio de identificación. Algunas capas sociales, como los aristócratas, por el
hecho de su notoriedad, de sus alianzas más extendidas y de la solidaridad de clase, se movían
en un espacio protegido más amplio todavía (Piault, 1975), y si, entre los Bamana por ejemplo,
los nobles vencidos no siempre se benefi¬ciaban de la clemencia del vencedor, sus hijos no
circun¬cisos eran adoptados por éste como sus propios hijos (Niaré, com. verbal).

En esta misma región sahelo-sudanesa, la gente de cas-ta, considerada con una posición
diferente a la de los libres, si se hacían reconocer como brujos, herreros, za¬pateros, pasaban
bajo la dependencia del vencedor sin ser avasallados. Es así como, para protegerse de lá ser-
vidumbre, unas poblaciones libres, exiliadas entre los Peul del Wasulu, se hicieron pasar como
herreros a fin de beneficiarse de la alianza que une tradicionalmente esas dos poblaciones
(Amselle, 1977).

La extensión de esas alianzas explica en parte cómo las guerras de captura llegaron a
extenderse tan lejos en esta zona y por qué comprometían desplazamientos militares masivos.
Explican también por qué el traficante es tan útil como agente de alejamiento de los cautivos
fuera de sus zonas de socialización.

La ausencia de cualquier vínculo con la sociedad de re-cepción es la que hace del capturado un
"extranjero".

La noción de "extranjero" es común a todas las socie¬dades africanas. Se le opone


generalmente la noción de "hombre", vale decir de "ciudadano", de "ingenuo", de per¬sona
provista de prerrogativas sociales en el medio con¬siderado. Lo que define al "hombre" (al
ingenuo) es su inserción en las relaciones sociales definidas supra (p. 115), inserción que le da
acceso, por su pertenencia a la comunidad, a las prerrogativas civiles y económicas y al rango
correspondiente, en virtud de los lazos que lo unen a los demás o de su sumisión común a una
misma auto¬ridad.

El extranjero, por su parte, deberá vincularse a un protector, su caución y su "testigo" en la


sociedad donde penetra, vínculo previo que permitirá la instauración even¬tual de todos los
demás. A defecto de esta caución, en su soledad, el extranjero está condenado a la
servidumbre.

Los esclavos son extranjeros absolutos como lo nota también Benveniste (1969: 360). Su
nombre es, en las lenguas indoeuropeas, ya sea un nombre extranjero, ya sea el nombre de
"extranjero".

La palabra "zenj" empleada por los Tarikh es-Soudan y el-Fettach para designar a los siervos en
general, es de origen árabe, como muchas de las que, en las poblacio- los sahelo-sudanesas,
designan las categorías sociales.

La etnia extranjera de donde provienen ciertos esclavos confiere a todos su nombre, como los
kangame de los Anyi y de los Baule, los dunko de los Abron o el jon de los Bamana.

Cuando el cautivo se sustrae definitivamente a su me¬dio por la captura, es considerado


socialmente muerto, de la misma manera que si hubiera sido vencido o muerto en combate.
Entre los Mande de antaño, cuando los pri¬sioneros de guerra eran traídos ante los
vencedores, se les ofrecía el dege (papilla de mijo y leche) —pues no se debe morir con el
estómago vacío—, luego se les hacía entrega de sus armas para que se mataran entre sí. El que
se negaba era abofeteado por su raptor y conservado como cautivo: había aceptado el
desprecio que lo pri¬vaba de personalidad social. No podríamos ilustrar mejor el hecho de
que, a partir de ese momento, como lo advier¬te M. Izard (1975) respecto de los esclavos
reales mosi, el cautivo es un muerto en suspenso, un muerto social.

El esclavo es un muerto en suspenso, en efecto, ya sea porque no ha sido muerto en el can^po


de batalla, ya sea porque no ha sido ejecutado por sus crímenes. El pri¬sionero de guerra sólo
le debe la vida a la mansedumbre del vencedor, del amo, o de quienquiera que lo tome a su
cargo, vida que puede pues perder entre sus manos en cualquier momento. Como "muerto
social" no tiene más prerrogativas que las que se le conceden, siempre a título precario.

Lo mismo ocurría con el individuo despojado, pues era también a falta de ser ejecutado por sus
crímenes que un individuo era avasallado a aquel a quien había hecho daño, o era cedido a
"compañeros de trata" o era vendido (P.-P. Rey, 1975). Más allá de la muerte social, el cautivo
es arrojado en la sociedad esclavista, donde es considerado como no nacido. En buena lógica,
al no haber nacido, el esclavo no hará sacrificios a los antepasados, no tendrá acceso a las
instituciones que permiten la creación de la-zos matrimoniales, de afinidad y sobre todo de
paterni¬dad, pues ¿qué "vida" es susceptible de trasmitir el que nunca ha venido al mundo?
Nacer, mucho más que un hecho biológico, es un hecho social regido por las leyes humanas.13
Paul Riesman (1974: 88) propone como eti-mología del término rimaibe, el cual designa a los
escla¬vos, la de "los que no han dado a luz". Así la captura (o la compra que supone la captura)
marca a los esclavos con un estigma indeleble.

En la sociedad de recepción, la situación jurídica pri-maria del cautivo emana por lo tanto de su
desocializa¬ción: como "muerto social", como "no nacido", no tiene ningún derecho en
absoluto. Está también, por ese hecho, fuera de posición, ya que éste está vinculado al
nacimien¬to. La intrusión de esos sin-posición otorga, por oposición, a los miembros de la
sociedad de recepción, el estatus de "nacido", por lo tanto de "parientes" y de "ciudadanos".

La posición, noción positiva, se opone pues en este caso al estado, que yo defino aquí
mediante criterios negativos o privativos.14 Ahora bien, este estado es el mismo en to¬das las
sociedades esclavistas, pues procede de una situa¬ción original idéntica: la desocialización que
procede por su parte de la captura, es decir, en última instancia, de

la clase de los "bien nacidos" y las de "aquellos que no son 'na¬cidos' ".

13 En la India, la jerarquización extrema entre los Varna ha¬bría excluido a la orden más
baja, la de los Sudra, del "verda¬dero" nacimiento. Primitivamente, sólo la aristocracia y el
clero se consideraban dvija, es decir "nacidos dos veces"; el segundo nacimiento, aunque
institucional, era el que introducía a las rela¬ciones sociales. Gracias a sus actividades
económicas y a su en¬riquecimiento, una fracción del pueblo, los Vayshiya, recibió más tarde
ese privilegio. Los Sudra siguieron siendo, para los legistas, los únicos a los que Ies fueron
negados los vínculos sociales que aporta el segundo nacimiento y mediante los cuales se
constituye la persona.

14 Con diferencias en el vocabulario, es lo que observa Ch. Mon- teil (1915: 344) respecto
de la esclavitud entre los Xasonke: "El origen primitivo de la esclavitud es el cautiverio. El
hecho de ser capturado priva al individuo de toda personalidad, se encuentra sustraído de su
medio y no se le integra a una nueva sociedad. Es esta ausencia de estado [empleo en esta
obra la palabra 'posición'] lo que caracteriza en verdad la situación de los cautivos." su modo
de reproducción, vinculado de por sí al modo de explotación esclavista.

2. DESPERSONALIZACIÓN

Si la desocialización priva al individuo de las relaciones sociales que hacen de él una persona,
no lo priva necesa-riamente de las capacidades de renovar estos lazos.
Mediante la despersonalización, que opera en el seno de la sociedad esclavista, el individuo
pierde esta facultad.

Esta distinción entre desocialización y despersonaliza-ción puede observarse a través de las


modalidades de recepción y de inserción de los cautivos tanto en las so-ciedades forestales
como en las sociedades de sabana y patrilineales del África occidental.

En cualquier caso, la avuncularidad o la patrilinealidad no son marcos decisivos por lo que hace
a la integración del esclavo: las relaciones de parentesco pueden ser y son manipuladas en
función de las necesidades sociales. Cada marco estructural suscita procedimientos
diferen¬tes, cuyos efectos, empero, son comparables.

La avuncularidad interviene sobre todo en el nivel de la ideología como medio de inserción y


de enajenación del esclavo. Por un reemparentamiento ficticio, incompleto y degradado, los
esclavos son asociados a la vez a la clase de los amos y a la de sus congéneres. La descripción
de C.-H. Perrot (1975) sobre la acogida de los esclavos en la sociedad anyi es una notable
ilustración de ello. Por el ra¬pado del cráneo, se simula un nacimiento ficticio; de su
comprador se dice que es su "padre"; mientras que la hermana o la esposa de este último es
considerada como su "madre". Por la libación que acompaña la ceremonia, son colocados bajo
la custodia de los antepasados del li¬naje de recepción. Estas dos relaciones de filiación
ficti¬cia, de las cuales sólo se retiene la obligación de obedecer, son las que los atan a la clase
de los ingenuos. En cambio, no son colaterales de los hijos de su "padre", sino "her¬manos" o
"hermanas" de los cautivos integrados al mismo tiempo y de la misma manera que ellos, con
un mismo "padre" y una misma "madre" ficticios. Su edad respecto de los otros cautivos, por
lo tanto su "primógenitura", no está vinculada al momento del nacimiento, sino al ini¬cio de su
nueva existencia en el momento de su entrada en la casa del amo. En la realidad, este
emparentamiento no tiene efecto positivo sobre su estado. Se considera que en verdad no
tienen ni linaje materno, ni linaje paterno. No son pues personas; su negación social se
manifiesta con claridad a través del hecho de que, a menudo, no lle¬van nombre; se les
interpela a veces enunciando la pri¬mera parte de un dístico al cual ellos responden con la
segunda.

Los privilegios de los cuales se benefician eventualmen- te no son para nada diferentes de los
que poseerían en una sociedad donde el esclavo no haya experimentado ese simulacro de
reemparentamiento. Se invoca en este caso el código parental como medio ideológico de
enajenación, de dominación, de represión y de control: esta inserción a título de menor y
dependiente sin derechos, inflige a los esclavos deberes calcados de los de los parientes de-
pendientes de la casa: respeto y obediencia, al tiempo que los mantiene al margen de los
derechos reconocidos a los menores de la comunidad.

La despersonalización se cumple por la reijicación del esclavo, que ocurre generalmente en las
regiones de in-tenso tráfico comercial, como las regiones sahelo-sudane- sas, donde los
cautivos se venden en los mercados. Son entonces sucesivamente mercancías en manos de los
co-merciantes (es el cautivo llamado "de trata") y luego bie¬nes de uso y patrimonios en
manos de su comprador. En todos los casos son objetos. Considerados como ganado, por lo
tanto despersonalizados, su resocialización es, si nos atenemos a este aspecto jurídico,
improbable y efec¬tivamente desconocida en los hechos, pues no supone re¬novar lazos con
otros cautivos despersonalizados por igual, sino que se les permita tener con los gentiles esas
rela¬ciones de las cuales resulta la persona social.

En las sociedades patrilineales de la sabana, los escla¬vos adquiridos se introducen como


ganado vivo, sin nin¬guno de los simulacros practicados en las sociedades avun-culares. No
tienen ningún derecho, están sometidos por completo a la voluntad del amo y los privilegios
de los cuales disfrutarán eventualmente dependerán arbitraria¬mente de éste. Esos privilegios
podrán ser idénticos a los otorgados a los esclavos meramente desocializados. Pero, a
diferencia de estos últimos, la resocialización, la inte¬gración completa en la sociedad de
recepción, es impo¬sible, al igual que la de una descendencia eventual sobre la cual pesará
una tara indeleble. No hay, en efecto, amal¬gama posible entre "especies" diferentes, entre
ingenuos y esclavos.

3. DESEXUALIZACIÓN

La desocialización conduce a la desexualización. Ser hom-bre o mujer en cualquier sistema


social es obtener el re-conocimiento de ciertas funciones y prerrogativas vincu-ladas con las
nociones culturales de femineidad o de masculinidad. Algunas son puramente convencionales
o circunstanciales, como lo que compete a la repartición de tareas: nada predispone
naturalmente a las mujeres a las tareas domésticas, por ejemplo, no más que a los hom¬bres a
las actividades militares. El sexo sólo es determi¬nante para el parto. Es preciso todavía que
esta función sea autorizada y socialmente reconocida. Si algunas mu¬jeres son alejadas de ella,
como lo son las mujeres escla¬vas en general, o si su maternidad es negada, pierden su única
característica sexual.

Cuando no es concubina del amo sino que está conde¬nada al trabajo, la esclava sufre una
suerte análoga a la del hombre, pues lo que condiciona su suerte es el trabajo y no el sexo.

Aunque las capacidades de trabajo de la mujer han sido consideradas durante mucho tiempo
por los antropólogos como explicación de la condición femenina en las socie-dades domésticas
o para dar cuenta de instituciones tales como la dote, es por el contrario su función
reproduc¬tora la que se invoca generalmente para explicar la fuerte demanda de mujeres en
los mercados esclavistas africa¬nos y su valor superior al de los hombres. Ahora bien, creo que
tales proposiciones deben invertirse.

En lo que concierne al primer punto, son las capacida: des procreadoras de las mujeres libres
las que se aprecian en la esposa, y su sumisión en tanto que reproductora con-lleva como
corolario su sumisión en el trabajo (Meillas- soux, 1975c [1977]). En la esclavitud, por el
contrario, son ante todo sus cualidades de trabajadora y sus calificacio-nes para la ejecución
de ciertas tareas las que valorizan a la mujer. Sólo en provecho de las clases dominantes se uti-
liza a las esclavas deliberadamente como reproductoras, debido a la calidad social particular de
su descendencia, la cual se opone por lo general a la de origen libre. En cambio, la
descendencia concebida entre esclavos no es sino el subproducto de la esclavitud, sin efecto
signifi¬cativo en la reproducción.

El empleo de la mujer libre como agente de trabajo está muy ampliamente extendido en
Africa. Existen pocas so-ciedades, fuera de las civilizaciones nómadas del Saha¬ra, donde se
exente a las mujeres libres de tareas que demanden un gran esfuerzo físico. Sin embargo, la
imagen de la mujer frágil, aunque sólo valga en el círculo res-tringido de las clases dominantes
occidentales, nos incita a considerar el empleo de las mujeres en los trabajos de fuerza y
todavía más en las actividades guerreras como incongruente o incompatible con su
"naturaleza". Por esta razón sin duda es por lo que la preferencia que los escla-vistas de Africa
concedían a las mujeres el etnólogo occi-dental la interpreta generalmente como explicable
por las cualidades específicamente femeninas, en particular la de procreadoras. Tai hipótesis
está sin embargo en contra-dicción con la lógica económica de la esclavitud tal como hemos
tratado de hacerla evidente.

Si el trabajo que puede proveer la mujer es el elemento principal de su valor, el factor que
domina la demanda estará pues vinculado con la repartición sexual de tareas o, en otros
términos, con una calificación particular de las mujeres para los trabajos más demandados. Es
la ob-servación que hace C. Robertson (1983: 223) en lo que concierne a las empeñadas, pero
que es válida para el conjunto del trabajo servil: la demanda más elevada de muchachas que
de muchachos "tiene que ver con la divi-sión sexual del trabajo". En el conjunto de las
sociedades africanas, en efecto, las mujeres realizan un número ma-yor de tareas que los
hombres y trabajan más horas que estos últimos. Ellas son las que realizan muchas de las
tareas agrícolas, que comparten con los hombres, y la to-talidad de las tareas domésticas
(Keim, 1983).22 Si admi-timos que las sociedades esclavistas, cuya economía des-cansa en una
repartición sexual del trabajo análoga a aquella de donde provienen los esclavos, destinan a
éstos a los mismos trabajos, la demanda de mujeres será de entrada más elevada que la
demanda de hombres.

Al ser sin embargo la repartición de tareas sumamente convencional, algunos trabajos


generalmente reservados a las mujeres y que no requieren aprendizaje pueden ser también
realizados por los esclavos hombres. Por ejem¬plo, el transporte de agua o leña (a pesar de la
humilla¬ción que esto representa). Pero lo que ocurre con las ta¬reas culinarias, con la crianza
de los niños (aparte del amamantamiento) o con ciertos trabajos artesanales es diferente. No
es que los esclavos varones no puedan rea-lizarlos, puesto que no sería derogatorio para ellos,
sino porque ese saber se trasmite de mujer a mujer y porque el aprendizaje se hace con
dificultad de mujer a hombre.

2zLang, al comprobar en 1892 que las mujeres esclavas son más caras que los hombres en la
región de Bonduku, escribía: "Una mujer es más útil que un hombre y ejecuta más trabajo. De
he¬cho, sean o no esclavas, las mujeres hacen casi todo el trabajo" (citado por Terray, 1982:
135). Véase también Strobel (1983), quien señala la importancia del trabajo femenino en la
reproducción física de la sociedad.

Si los hombres pueden a veces remplazar a las mujeres, es más frecuente todavía que sean las
mujeres las que remplacen a los hombres, incluidas las tareas más difíci¬les. J. Duncan
observaba en el Dahomey alrededor de 1840 que "por lo general se prefería a las mujeres
como car¬gadoras, pues era sabido que podían llevar cargas más pesadas de mercancías a
mayores distancias que los hom¬bres, que además tenían fama bien ganada de desertores"
(en Obichere, 1978: 9). No solamente podían ser consi¬deradas como físicamente superiores
a los hombres, sino que tenían la ventaja adicional de ser más dóciles. No ha¬bía pues ninguna
razón para que la demanda de mujeres fuera menor para esas tareas, por lo demás
consideradas como viriles.

En la sociedad esclavista, ya que la clase esclava se repro-duce por sangría a las sociedades
extranjeras y por com¬pra en los mercados, la función "procreadora" pasa por las manos de
los hombres, guerreros o comerciantes: son ellos los que, mediante las armas o el dinero,
"procrean" a los individuos destinados a reconstituir la clase explotada. Mejor aún que las
mujeres, ellos dirigen la composición por sexo y por edad y pueden acelerar la tasa de
repro¬ducción. En cambio, el papel reproductor de la mujer se debilita en provecho de las
funciones vinculadas o deri¬vadas de su estado de esclava: la de sej trabajadora o agente
neutral de poder. Cada vez se la aleja más de sus funciones de madre. Ya en la sociedad
doméstica esta fun¬ción está subordinada a la de esposa; el esposo o el her¬mano se arrogan
la filiación de los hijos de aquélla y, en virtud de ese derecho, el hombre dispone toda la
organi¬zación social bajo la dependencia masculina. Pero ya que la mujer sigue siendo el
instrumento de producción de los seres vivientes que constituyen el ingrediente de este
parentesco, el porvenir de la comunidad descansa en su fecundidad únicamente. De suerte
que, aun siendo vejada en la vivencia de la filiación materna, se juzga y calibra la mujer libre
como madre, y se la honra e incluso sacra- liza como tal respecto de las expectativas de la
comu-nidad.

No existe, en cambio, ninguna sacralización de la mu¬jer en la esclavitud. Los hechos y los


testimonios que hemos analizado muestran que al ser el esclavo el anti¬pariente, la mujer con
esta condición no puede ser "ma¬dre". No se la recluta para procrear, sino para trabajar en las
tareas femeninas; si se aparea, no está casada; si engendra, se la reduce al papel de genetriz,
su descenden¬cia pertenece al amo: puede arrebatársele en cualquier momento; cuando
envejece, ningún derecho ni vínculo re¬conocido le permite esperar que sus hijos satisfarán
sus necesidades. Por el contrario, el ejemplo tyokosi (Rey- Hulman, 1975: 319) muestra que el
subterfugio de la bru¬jería permite al amo remitir a las viejas esclavas a otros trabajos
forzados hasta el final de sus vidas. El caso de las concubinas del amo, o el de las mujeres
utilizadas como vigilantes en el control matrimonial, no puede ser considerado como la norma
en la esclavitud femenina. Su condición de esposa o de concubina está impregnada de una
enajenación desconocida en la sociedad doméstica en la medida en que, sin protección por
linaje, caen bajo la autoridad exclusiva del esposo. Cuando están casadas con un rey, sus hijos
penetran en una clase a la cual ellas no pertenecen de hecho, donde dependen del soberano,
el cual dispone de ellos según su voluntad. Cuando se las promue¬ve a funciones
administrativas o incluso prestigiosas (cf. 2, A, ni), no son las virtudes activas de la femineidad
la causa de ello, sino la neutralidad social que les confiere la escla-vitud. Su enajenación en
tanto que mujeres se combina allí con la enajenación de clase. La despersonalización y la
desocialización del esclavo se acompañan de su desexua- lización.

A. Laurentin (1960: 138) informa que, entre los Nzaka- ra, a una niña esclava que había robado
unas sobras de carne, su ama le hizo cortar la mano. Su condición de mujer (y de niña) no la
había absuelto de la tara de ser una esclava, ni la había protegido de la represión de cla¬se,
proveniente de otra mujer.

4. DESCIVILIZACIÓN
La inserción de los esclavos en la sociedad de los libres se efectúa mediante el establecimiento
de un vínculo ins-titucional unívoco: aquel que los vincula a su amo. Esa relación es la única
que les será concedida. La dependen-cia exclusiva de un solo individuo distingue a los esclavos
de todos los demás miembros de la colectividad. Están por ese hecho "descivilizados". No se
definen socialmente con relación al conjunto de la colectividad, en el sentido de que no
pueden recurrir al arbitraje de un tercero para hacer valer sus reivindicaciones eventuales
frente al amo.

La "civilización" de un individuo es el reconocimiento jurídico de la socialización, el hecho de


pertenecer a la sociedad civil, a la ciudad, es la capacidad de recurrir, en caso de desacuerdo
con aquel de quien uno depende di-rectamente, al arbitraje de una autoridad que está por
encima o en un plano de igualdad con las partes involu-cradas.

En las sociedades domésticas, este arbitraje se realiza por la doble pertenencia de los
individuos a un linaje pa-terno y materno; un tío o una tía intervendrían por ejem¬plo como
mediadores o árbitros en caso de conflicto entre un menor y su decano. En las relaciones
matrimoniales, la familia de la esposa conserva por igual esta capacidad de intervención en
caso de conflicto entre el marido y ésta. Más allá de la comunidad doméstica, el
reconoci¬miento de un conciliador acordado por las dos partes establece el principio de un
procedimiento de justicia ci¬vil. En las sociedades con poder centralizado, la civiliza¬ción se
encarna en la justicia del soberano.

Los esclavos no tienen ninguno de esos posibles recur-sos. Sólo dependen de la voluntad de su
amo. Le son en-tregados sin restricción. Puede castigarlos, incluso hasta la muerte, sin incurrir
en responsabilidad (Balde, 1975: 199 s.). No puede intervenir ningún arbitraje. La prohibi-ción
de poseer que se les hace —puesto que no son per-sonas— los sustrae de la justicia de los
libres: al no poder pagar multas, su castigo no puede ser sino corporal.20 El hecho de ser un
extranjero, de no tener ningún vínculo de parentesco, mantiene pues a los esclavos en una
situa¬ción de descivilizados.

En algunas sociedades sahelo-sudanesas se observa un principio de recivilización por la


costumbre de "la oreja hendida". El esclavo que desea cambiar de amo comete un daño
corporal simbólico a un hombre, a su hijo o a su caballo, con la esperanza de ser entregado
como desa¬gravio a la víctima.27 Pero, al ofrecerse en tanto que in-demnización material, el
esclavo se afirma una vez más como objeto. Por otra parte, su amo puede entregar otra u otro
esclavo en su lugar y someter al o la culpable a su vindicta. El arbitraje solicitado por el esclavo
no le es concedido.

Esta recivilización está más desarrollada cuando el so-berano o los representantes de la


religión islámica —a fin de afirmar el derecho público incluso en las relaciones privadas—
conceden garantías legales a los esclavos y la facultad de recurrir a su justicia en casos límites y
bien determinados. Finalmente, los esclavos reales, por el he¬cho de que dependen de un amo
que es también fuente de toda justicia, caen muy a menudo por ello, por nu¬merosas razones,
en el derecho común.

En el plano jurídico existe pues una continuidad lógi¬ca entre el estado de extranjero
desocializado por extrac¬ción de su medio, su abandono y el estado de esclavo descivilizado
por la polarización de todos sus vínculos so-ciales sobre el amo. La desocialización de los
esclavos, asociada originalmente con su modo de explotación que los condena al celibato, se
afirma mediante la ley como el estado "natural" del esclavo. Ella los hace así total¬mente
disponibles, no ya sólo económicamente sino social y políticamente. Su incapacidad para
entrar en el campo de las relaciones sociales que conforman a la persona, al pariente o al
ciudadano, los hace "neutrales" en todos esos ámbitos. Excepto las funciones del poder,
pueden ser asignados a todos los empleos, a capricho de las necesi-dades múltiples y variadas
de la sociedad esclavista, y seguir siendo siempre esclavos. Su estado privativo, que procede
de su situación original e inalterable de extran¬jero, se considera inherente a su persona, en
consecuen¬cia distinto de su condición, sea cual fuere el trabajo o la función que ocupen. Este
estado persiste tanto como su disponibilidad responda a las exigencias de la clase de los amos.
La diversidad de las necesidades de ésta en su territorio explica la diversidad de condiciones de
los esclavos, mientras que su estado refleja la permanencia de su destino.

PROMOCION DE ESCLAVOS

Al modo de reproducción esclavista, que define la clase esclava por la uniformidad de su


estado, se oponen dife-rentes modos de explotación que distinguen su condición. Estas
distinciones son esenciales para comprender los sistemas aristocrático y mercantil que
describimos más abajo analizando sus vínculos eventuales y las caracterís-ticas sociales y
políticas de cada uno de ellos.

1. ESCLAVOS DE FATIGA

En su forma más general —que yo llamo explotación in-tegral—, los esclavos cultivan las
tierras de los amos y realizan todas las tareas, domésticas, de construcción, de transporte, etc.,
que se les ordenan sin límite de tiempo y a cualquier hora del día o de la noche. "Tú no tienes
más campos que los de tu amo, tus necesidades son las suyas", dice el esclavo (en Olivier de
Sardan, 1976: 140). Ahora bien, cultivar la tierra de otro era considerado en¬tre los Kusa
Soninke como el colmo de la infamia (Mei- llassoux et ai, 1977: 128). No producen nada para
ellos. El amo satisface como a él le parezca sus necesidades esen¬ciales de alimentos, a veces
de vestidos. Construyen sus propias cabañas. No reciben ningún salario y no poseen nada
propio. Es la clase más baja de esclavos. No se sabe hoy día qué proporción de ellos estaba
sometida a esta forma de explotación pues ese tipo de esclavo desapareció con la trata sin
dejar descendencia, en virtud de su modo de explotación. Ellos representaban, en mi opinión,
la gran mayoría de los esclavos.

2. ESCLAVOS PARCELEROS

Junto a los precedentes, existían también esclavos par- celeros, vale decir, aquellos a los que
les estaba permitido el cultivo de una parcela para satisfacer toda o parte de su subsistencia.
Esos esclavos trabajaban en las tierras de los amos durante un periodo convenido del día.
Pro¬porcionaban también servicios cotidianos, pero disponían en principio de algunas horas
para cultivar su parcela; si bien el producto de ese trabajo no les pertenecía propia¬mente,
sino que le correspondía en derecho al amo que podía concederle el disfrute. El amo se
beneficiaba en ese caso de una renta menor por trabajo, pero no le era ya indispensable
proveer a los esclavos de la totalidad de su pitanza.
3. ESCLAVOS APARCEROS

Una tercera forma de esclavitud se realiza cuando al escla¬vo se le dispensa de cultivar el


campo del amo y se destina al cultivo de un terreno de cuyo producto debe entregar,
anualmente, una parte fija e invariable. Se considera a esta prestación como la redención del
trabajo en los cam¬pos del amo. Según esta fórmula, los esclavos proveen una renta en
producto y no ya en trabajo como en el caso anterior. Esta transformación cualitativa de la
explota-ción conlleva generalmente una transformación de su con¬dición social por el acceso a
la aparcería, el cual les per-mite vivir en familia y criar una descendencia.

Ese modo de vida cobra pues las apariencias de la con- yugalidad y de la familia. A diferencia
del verdadero pa-rentesco, no obstante, los lazos entre ellos dependen de las condiciones
impuestas, en su beneficio, por el amo. No son ni padre, ni madre, ni están casados, a la
manera de los libres. Para contraer entre ellos los vínculos económi¬cos que conforman la
infraestructura del parentesco, de¬ben cumplir con sus obligaciones hacia el amo. Así entre los
Soninke de Gumbu, el hombre, considerado como el que desempeña el papel del "esposo", es
hecho responsa¬ble de las prestaciones necesarias para la creación y el mantenimiento de
esos vínculos protofamiliares. Para per-manecer "en familia" y poner en común el producto del
trabajo de la mujer y eventualmente de los niños (desde la edad productiva hasta que sean a
su vez convertidos en aparceros por el amo), el hombre debía aceptar entre¬gar una
prestación anual por la mujer y por cada uno de los hijos de esta última llegados a la madurez.
Si esta redención no se producía, aquellos por .los cuales debía efectuarse eran regresados a la
condición de esclavos de fatiga en provecho de sus propietarios respectivos. Los lazos
protofamiliares se rompían. Mediante esas dispo¬siciones, la esclava apareada con un esclavo
investido de las prerrogativas maritales se encontraba subordinada a éste: las ventajas y las
restricciones de la redención son asumidas por el hombre. La mujer los conoce y los sufre a
través de él. Su redención relativa está atemperada por su dependencia protoconyugal.

Los esclavos aparceros se reclutaban sobre todo entre los esclavos nacidos en cautiverio, pero
también a ca¬pricho del amo entre los esclavos adquiridos. En cambio, no todos los esclavos
nacidos en cautiverio obtenían ese privilegio: era otorgado arbitrariamente. Se dejaba a los
esclavos aparceros el disfrute de lo que podían producir por encima de sus prestaciones, pero
a título precario.

Gracias a este ahorro, los esclavos aparceros podían re-dimirse a sí mismos —y no ya sólo su
trabajo— y llegar a la manumisión.

4. LOS ESCLAVOS MANUMITIDOS

Ese estadio superior era alcanzado cuando, en general por una ceremonia destinada a hacer
público el acto, el amo aceptaba que el esclavo aparcero se liberara de toda deu¬da en especie
y en trabajo mediante una prestación en ganado o en esclavos por él mismo y por cada uno de
los miembros de su casa que deseara emancipar con él, si tenía los medios. Disfrutaba
entonces de sus dependien¬tes, a veces de su descendencia futura así como de sus bienes
permaneciendo de todos modos deudor de servicios y —según me dijeron entre los Soninke—
de caballos o esclavos.
Entre las familias manumisas, algunas, por lo general antiguas, podían entrar en la familiaridad
de los amos, servirles de empleados domésticos, de factótum, de ma-yordomos, en ocasiones
incluso de regentes cuando el he-redero de una casa era muy joven para administrarla. En
Gumbu, sus hijos eran circuncisos al mismo tiempo que los de los amos y a expensas de éstos.
Algunos jóvenes esclavos nacidos en cautiverio se convertían en los com-pañeros señalados y
fieles de un joven libre. El relato de Sillamaxan y Pulori, recogido entre los Peul del Níger,
presenta una descripción literaria y casi mítica de una relación de ese tipo (C. Seydou, 1971).

Los Songhay Zerma se complacían en hablar de sus horso,2 como si fueran "parientes" (Olivier
de Sardan, 1982, art. "horso"). Esta categoría de esclavos favorecidos se beneficiaba de una
suerte a menudo evocada por algu¬nos autores como si fuera la de todos los esclavos: de
ellos, por supuesto, es de quienes los amos hablan más gustosamente mientras que los
manumisos ponderan sus privilegios y los exageran para engrandecerse socialmen- te. Sin
embargo, amos y esclavos siguen estando separa-dos. Se transformó la condición del esclavo,
pero no su estado. En Gumbu por ejemplo, el kome-xoore 3 no tiene acceso a las mujeres
libres, pese a que sus propias muje¬res e hijas puedan ser tomadas como concubinas por los
amos o utilizadas simplemente como objetos de placer. Desde ese punto de vista, no puede
estar jamás "integra¬do" en la familia del amo, sea cual fuere su aparente "fa¬miliaridad". No
tiene acceso al poder hereditario o elec¬tivo, si no es por procuración. Debe permanecer en la
aldea del amo y no puede desplazarse sin su acuerdo. Debe hacer la guerra a su lado y
entregarle su botín, a reserva de que se le regrese una parte. Sus bienes, aun si los ad¬ministra
libremente, permanecen en principio confundi¬rías descripciones de Ch. Monteil (1915, 4:
347450), y sobre los Soninke, E. y G. Pollet, 1971; Meillassoux, 1975.

2 Esclavo manumiso.

3 Kome: esclavo; xoore: grande.

dos con los del amo. Salvo compromiso contrario de par¬te de este último, sus hijos pueden
ser vendidos, regala¬dos o empeñados en caso de falta grave o de ruina; él mismo puede ser
muerto por el amo. Esas medidas ex¬tremas, aunque raras, no pueden desecharse jamás. Las
siete familias kome-xoore de Gumbu se casan entre sí según el modelo matrimonial de los
hooro (libres) y bajo el régimen de la dote pagada a la familia de la prome¬tida y no a los amos
como en los casos precedentes. Pero el amo debe ser informado de las elecciones. Cuando el
kome-xoore desposaba una esclava que él mismo había comprado, debía dar un regalo a su
propio amo para la redención de su esposa. El esclavo manumiso puede a su vez poseer
esclavos; todos los kome-xoore de Gumbu po¬seen uno o dos.

El amo podía otorgar graciosamente la manumisión a cualquier esclavo que eligiera, sean
cuales fueren su con¬dición o su grado generacional. Se consideraban manu¬misos los
esclavos de vieja cepa cuyos amos morían sin dejar herederos directos; dependían de las otras
casas del clan. Los esclavos manumisos jamás representaron más que un débil efectivo de la
población avasallada. En Gumbu, los saarido (esclavos nacidos en cautiverio) su-maban 1 040
en 1965, y los esclavos manumisos, 53 (Mei- llassoux, 1973 d).* No obstante que la condición
de escla¬vos esté jurídicamente abolida hoy en día, su estado permanece idéntico: conservan
la tara de la servidumbre; los amos pretenden conservar un derecho de fiscalización sobre sus
bienes; los mismos prejuicios pesan sobre ellos y el acceso a las mujeres libres sigue siendo
negado a los hombres. Permanecen al margen del parentesco —el de los libres—, el único que
da acceso a la ciudadanía.

5. LIBERACIÓN

El término liberación se utiliza en la literatura especia-lizada, generalmente, para significar la


manumisión en el sentido descrito antes. Así, mediante este vocabulario im-preciso, está muy
lejos de la "liberación" en el sentido propio del término por la cual un esclavo adquiere todas
las prerrogativas del libre, incluido el honor que se rela¬ciona con ese estatus, por lo tanto la
desaparición y el ol¬vido dé sus orígenes.

Lo que el Islam propone en materia de "liberación" es únicamente una manumisión ora


onerosa, ora gratuita, hecha en condiciones que debían manifestar la generosi-dad o el
arrepentimiento del amo. En los hechos, esas manumisiones servían todavía sus intereses. Se
redimía a un esclavo para hacer de él un servidor entregado, ape¬gado a los amos por ese
privilegio, o demasiado viejo para ser conservado a cargo de éstos. Se debía redimir a una niña
cuando se repetía el repudio de una esposa, a un esclavo convertido si se asesinaba a un
musulmán. De hecho, los esclavos convertidos al Islam, los cuales ha¬brían debido beneficiarse
de la liberación, sólo eran, la mayoría de las veces, manumisos. La supuesta liberación de las
concubinas era interesada y limitada, en ocasiones reversible. Permitía sobre todo liberar
oportunamente a su descendencia. La mujer permanecía en la condición in-ferior de una
concubina, excepcionalmente de una esposa. Esos hombres y mujeres (supuestamente
liberados) per-manecían cerca del amo y no tenían ninguna libertad de movimiento.

Entre las poblaciones que he estudiado, los verdaderos liberados, es decir los esclavos que han
recuperado todas las prerrogativas y el honor de los libres, no se pueden nombrar, ni siquiera
admitir que uno los conoce como tales, sin hacerles perder enseguida el beneficio de la li-
beración cuyo objeto es precisamente borrar para siempre el estigma original de la captura o
del nacimiento servil. Dichas familias existen. Las malas lenguas lo dan a en¬tender de algunas,
las cuales se defienden con furor. Los casos que me han sido reportados tienen que ver
siem¬pre no con individuos sino con familias o clanes merito¬rios por la valentía de sus
hombres o por ciertos servicios hechos a la familia de los amos. Esos liberados tenían el
derecho de desvincularse de sus antiguos amos e iban generalmente a establecerse a nuevas
tierras para cons¬tituir un tronco separado de aquellos que no hubieran querido olvidar lo que
habían sido.

La liberación es un secreto que, en el medio sahelo-su- danés, puede ser la caución de una
alianza entre la fami¬lia del antiguo amo y la del liberado.

6. NACIDOS FUERA DEL NACIMIENTO

En Esparta, la libertad no tiene límites, al igual que la esclavitud.

Proverbio, en Barthélemy, Anacharsis, París, 1790.

El proceso de emancipación descrito arriba, que ocurre con mucha generalidad en África, se
presenta a menudo en la literatura etnográfica como algo que se produce au-tomáticamente
por el mero paso de las generaciones. Así se expresa por ejemplo Olivier de Sardan en lo que
con¬cierne a los esclavos emancipados (horso) entre los Son- ghay Zerma:

"En cuanto a las condiciones de acceso a la posición de horso, son oficialmente simples: al
cabo de tres genera-ciones en la misma familia los cautivos vulgares se vuel-ven horso" (1962:
216). Pero este acceso no puede ser general, pues sólo puede producirse si los genitores del
horso han disfrutado ya del privilegio de aparearse y de tener una descendencia reconocida.
Olivier de Sardan ad-mite que no era así para todos los esclavos, en particular, para los tire
bannya, esclavos que no eran ni parceleros ni aparceros (y que representaban tal vez la
mayoría): "Los hijos y los nietos de tire bannya siguen siendo tire bannya hasta el fin de los
tiempos y no se convierten ja¬más en horso", explica el informador de Olivier de Sar¬dan
(1982: 94). Así, pues, hay un acto arbitrario del amo que interviene en el origen de la condición
de horso para decidir quién, entre los esclavos, permanecerá cire bannya o gozará del
privilegio de volverse aparcero. En todos los casos conocidos, son los amos quienes deciden
sobre la unión de sus esclavos. Esta intervención que sólo de¬pende de ellos excluye a priori
cualquier "automatismo" (y cualquier derecho) en el proceso de promoción de los es¬clavos.

En todas las sociedades esclavistas, a menos de ser li-berados, en el sentido pleno del término,
los esclavos per-manecen siempre esclavos, tanto ellos como su eventual descendencia,
cualquiera que sea el número de genera-ciones. La esclavitud, tara indeleble, es lo único que
los esclavos son capaces de trasmitir a sus descendientes. Esto es válido tanto en las
sociedades patrilineales como avun-culares. Es de lo que da testimonio Meyer Fortes (1969:
263) respecto de la sociedad avuncular ashanti: "el estig¬ma de la esclavitud nunca se
extinguía". Parece ocurrir lo mismo con los esclavos reales de los Abron, de los cuales se
conocen todavía hoy descendientes mantenidos en un estado servil (Terray, comunicación en
el seminario so¬bre las clases sociales, EHESS, 1972-1973). Tara aún más afirmada en las
sociedades patrilineales. En el país Aboh (Nigeria actual), según el estudio muy riguroso de
Nwa- chukwu-Ogedengbe (1977: 149) y el cual contiene una descripción de la esclavitud
desprovista de romanticismo, "los esclavos no adquirían nunca la posición de hombres libres...
La línea de demarcación era rígida y permanen¬te, y la movilidad, en el sentido puramente
político y so¬cial, se confinaba a los límites de la pertenencia social del esclavo".

La permanencia del estado de esclavo se comprueba hoy todavía en las sociedades bamana,
soninke, maninka, tamasheq, moras, fula, futanke, etc., de la zona sahelo- sudanesa. Si
muchos observadores son de una opinión contraria, es porque en efecto las informaciones
recogidas sobre el terreno pueden interpretarse en términos de pro-gresión automática de la
posición. Se da la explicación en efecto de que los "hijos" de esclavos de trata serán "esclavos
nacidos en cautiverio" y que los "hijos" de éstos serán esclavos emancipados. Pero ese
discurso contiene dos ambigüedades. No hay término de parentesco, en mu¬chas lenguas
africanas, que designe precisamente la ca¬tegoría de "hijo" o de "hija" en tanto que
descendiente directo de un progenitor o progenitora. El término uti¬lizado para designar la
descendencia tiene un sentido más general de "retoño", "brote", "pequeño de", etc., sin
con¬tenido de filiación directo. Se extiende tanto a los nietos como a los sobrinos y a los
sobrinos-nietos. En la genea¬logía, se relaciona con la descendencia en general, sea cual fuere
el número de generaciones. En segundo lugar ese discurso describe una práctica pero no una
norma. La emancipación o la redención no son una obligación para el amo, y si ella afecta
sobre todo a esclavos nacidos en cautiverio, tampoco les es estrictamente reservada. Esos
estatus pueden ser otorgados a los esclavos adquiridos, favoritos del amo, sin ninguna
restricción. No hay rela¬ción necesaria entre el nacimiento y la redención, ni en¬tre la
antigüedad genealógica y la emancipación. Ya que los esclavos no han nacido socialmente, el
engendramien¬to no podría alterar su esencia. No pueden reivindicarlo para modificar su
estado.

Desde luego que las circunstancias actúan en favor de una mejoría, con el tiempo y las
generaciones, de la suer¬te de los esclavos, pero sin que ella sea el resultado de un derecho.
Cuando han crecido en el grupo de recep¬ción, cuando han desempeñado allí desde la infancia
fun¬ciones y tareas comparables a las de los ingenuos, los lazos afectivos son susceptibles de
apegarlos a la comu¬nidad. No tendrán, como los esclavos capturados ya adul¬tos, el recuerdo
de una antigua condición y la tentación de recobrar mediante la fuga su antigua posición.
Como jóvenes, habrán sido condicionados a su suerte e instrui¬dos sobre las funciones que se
esperan de ellos. Son sus¬ceptibles de confianza. Sobre todo, los esclavos nacidos en
cautiverio están más integrados a las riquezas fami¬liares que los esclavos adquiridos. En
manos del jefe de familia, los esclavos no son mercancías compradas para ser revendidas con
beneficio, sino un patrimonio, un bien indiviso perteneciente a la comunidad por entero y del
cual el jefe de familia sólo tiene la custodia y la ges¬tión. Si en general no se venden los
esclavos nacidos en cautiverio, es esencialmente en virtud de su calidad afir¬mada de
patrimonio. Así como uno no vende el ganado o los tesoros de la familia sin perder prestigio,
uno no vende sus esclavos sin confesar la ruina de su casa. "Ven¬der un horso (esclavo nacido
en cautiverio) es comple¬tamente posible...", le dice a Olivier de Sardan (1976: 56) un horso, el
cual subraya en seguida los riesgos inmanen¬tes a tales ventas: "...pero si tú lo vendes para
poder casar a tu hijo, o por hambre o porque estás en harapos, si tomas el hijo de tu propio
horso para venderlo, el hijo que querías casar no se casará, tu propio cautivo va a morir; o el
hambre no te perdonará".

Sin embargo, la inalienabilidad de los esclavos no pro-cede de un derecho adquirido, pues la


venta de esclavos, incluso aparceros, aunque humillante y hasta peligrosa para el propietario,
es siempre posible en caso de nece¬sidad. Bazin (1975: 159, n. 36) lo señala para los Bamana
de Segou: "Contrariamente a lo que afirman generalmen¬te los 'coutumiers', no estaba,
hablando con propiedad, prohibido vender woloso-jon [esclavos nacidos en cauti¬verio]. Sólo
que era muy improbable..." Más abajo, con¬firma que se podían vender los esclavos, aun a la
segunda generación.

La negación de derecho está bien expresada por el in-terlocutor de Olivier de Sardan. A la


pregunta: "¿Los hor¬so no le pedían al amo que no los vendiera?", responde: "Sus palabras no
contaban" (1976: 56). Terray (1982: 126), quien sin embargo sostiene la tesis según la cual los
esclavos nacidos en cautiverio están "integrados al li¬naje", admite que, entre los Abron,
podían ser vendidos "en caso de falta grave"; "como los otros dependientes", agrega,
olvidando que el culpable era vendido por el amo y no por sus propios parientes. Si las
circunstancias men¬cionadas arriba contribuyen a mejorar la suerte de los esclavos nacidos en
cautiverio, no hacen esta promoción obligatoria. Algunos esclavos, pese a su antigüedad, se
anquilosarán en una situación mediocre, generación tras generación mientras que algunos se
beneficiarán de la mansedumbre del amo si lograron agradarle. En cambio, otros esclavos, no
obstante haber sido comprados, dis¬frutarán toda su vida de la condición de esclavos
apar¬ceros. Casos como éstos me han sido relatados entre los Soninke de Gumbu. Tautain
(1884: 349) lo señala igual¬mente: "El cautivo de trata [vale decir, el esclavo compra¬do] podía
convertirse en cautivo aparcero \_woroso~\ por favor del amo." Lo mismo ocurrirá con sus
descendientes cuya condición y eventual emancipación dependerá, com¬pletamente, de la
buena voluntad del amo. Así vivirán codo con codo esclavos de la misma generación, pero que
disfrutan de situaciones diferentes. Era también posible convertir esclavos en aparceros sin
darles el privilegio de constituir una descendencia: en el reino de Segu, aldeas enteras estaban
pobladas de esclavos capturados, recons¬tituidos en linajes ficticios y renovados por la
aportación de recién llegados. Si es pues verdad que existen catego¬rías distintas de esclavos,
es en virtud de su situación real, que deben al arbitrio del amo, y no a la aplicación de un
derecho.

No se puede hacer la identificación entre esclavos na-cidos en cautiverio y esclavos aparceros


o manumisos. Cualquiera que sea su origen, por engendramiento o por adquisición, captura o
compra, los esclavos conservan el mismo estado. La elección del amo hace de ellos esclavos
aparceros o manumisos cuya situación parece menos lá¬bil, sin ser nunca asimilados a los
libres. Sus privilegios materiales son precarios y reversibles: sus bienes per¬manecen
confundidos por derecho con los del amo. Al hombre no se le permiten relaciones
matrimoniales con una mujer libre. Jamás puede atestiguar contra un libre. Sobre todo el
esclavo nacido en cautiverio es siempre enajenable, al igual que sus hijos. Es indiscutiblemente
el caso cuando no es aparcero. Lo es siempre en caso de falta grave o de la ruina del amo.
Puede siempre ser muerto por el amo "al igual que el 'padre' puede matar a sus hijos". Por
otra parte, el hecho de que se sepa el origen servil de un individuo demuestra, por lo mismo,
que no está integrado en la sociedad de los libres. Sólo el silencio sobre este origen probaría la
liberación en el sentido estricto del término.

7. SIEMPRE ESCLAVOS

Los esclavos aparceros, nacidos esclavos o no, que ali-mentan con su producto la reproducción
de su especie, están inmersos en relaciones de producción y reproduc¬ción diferentes de las
que conoce el esclavo no aparcero. En la práctica, ya lo vimos, el trato que reciben refleja esta
diferencia.

Si siguen siendo no obstante esclavos por derecho, es porque esta forma de explotación,
aunque se empariente con la servidumbre, se establece en un contexto económico que
permite su perpetuación: la guerra y el mercado. Aun si la venta es rara en lo que respecta a
algunos, mientras siga permitida, esta posibilidad latente y sin embargo pre¬sente y práctica
sobre todo, afecta de manera decisiva al estado de todos. El modo general de reproducción
escla¬vista (y no ya el modo de producción) prevalece sobre su estado jurídico y los mantiene
a todos en la situación más o menos larvada, más o menos actualizada de bienes.

Al sustituir el nacimiento al mercado, los efectos de aquél siguen siendo secundarios, en su


forma puramente biológica como en sus implicaciones sociales.

Mientras la captura y la compra sigan siendo los me¬dios de reproducción dominantes,


mientras persista la po-sibilidad de vender y comprar seres humanos, la enaje-nación en todos
los sentidos del término constituirá un peso sobre todos tanto por derecho como en la
práctica. Todos son enajenables, por ende todos son esclavos, aunque algunos participen de
otras relaciones de produc¬ción. Permanece esclavo aquel que, aun después de va¬rias
generaciones, puede ser colocado en la imposibilidad de convertirse en "padre" por una
decisión siempre po¬sible del amo de negarle una compañera, decisión que lo remite al modo
de explotación característico de la escla¬vitud.

Hay pues coexistencia posible y a menudo observada, en el seno de una sociedad esclavista, de
los dos modos de reproducción, uno de tipo esclavista, el otro natural de la servidumbre. Pero
los medios del primero, la guerra y el mercado, por el mero hecho de su existencia, definen el
estado social de los que participan del segundo. Si la for¬ma servidumbre, que afecta a una
fracción de los escla¬vos, prefigura no obstante una posible transformación de la sociedad
esclavista, ésta no puede realizarse más que en circunstancias históricas determinadas, cuando
cese el abastecimiento de cautivos.

8. ENAJENACIÓN

Así el esclavo, sea cual fuere su condición, puede tener una compañera, pero no esposa, una
progenie pero no descendencia, a veces un abuelo, pero no antepasados. Las relaciones
contraídas con sus congéneres, aun cuando ten¬gan las apariencias del parentesco, están
todas media-tizadas por el amo que sigue siendo, en el polo de sus relaciones sociales, el único
vector que lo vincula a su propia "familia" y a los demás esclavos. La clase de los amos no tenía
en efecto ningún interés en suscitar frente a ella de buen grado una clase social provista de
dere¬chos que le habrían sido opuestos. La importancia numé¬rica de los esclavos le imponía
al contrario mantenerlos bajo su arbitrio y justificar éste por medio de una ideo¬logía
inigualitaria.

Por el vínculo unívoco con el amo de quien su suerte de-pende por completo, y en razón de la
permanencia de su estado/6 cualquiera que sea su condición, los esclavos es-tán
particularmente sujetos a la enajenación y sensibles a las presiones ideológicas. El estereotipo
que se da de los esclavos (a veces los propios esclavos) es el de per¬sonajes feos, membrudos,
mentirosos, lascivos, groseros, sucios y perezosos. Deschamps (1971: 22) informa que los
Árabes de Iraq describían a sus esclavos zandj como he¬diondos, de cortos alcances, malvados,
ladrones, belicosos, antropófagos, desnudos y alegres sin razón; pero vigo¬rosos y buenos
para soportar los trabajos penosos, lo cual, sin duda, permitía soportar todo lo demás.

J.-P. Olivier de Sardan (1973, 1984: 37) analiza las re-presentaciones sonxai según las cuales los
esclavos son inferiores por naturaleza; representaciones que se impo-nen más allá de las
realidades más evidentes: así se les endilgarán rasgos groseros, aun si son objetivamente be-
llos. En el relato de las relaciones entre Silla Makan y Pulori (reportado por C. Seydou, 1973),
que cuenta la amistad estrecha del primero, un noble, con el segundo, su esclavo, la distinción
social se manifiesta por igual: el pie demasiado grande del esclavo no entra en la babucha de
su amo. Por otra parte, a pesar de sus hazañas, el es¬clavo no podría pretender a una esposa
de condición su¬perior sin hacerse llamar cruelmente al orden. Cuales¬quiera que sean sus
capacidades o sus hazañas, no se sitúa jamás en el nivel del hombre libre. En una epopeya
sonin- ke que relata igualmente la asociación de un noble con su esclavo, el primero mata a
100 hombres mientras que el esclavo sólo mata a 99; el caballo del primero arrolla a 100
guerreros, el del esclavo, 99 solamente (Jiri Silla, Yerere, 1965).

El esclavo es también para los Peul Djelgobe (Riesman, 1974) aquel que no domina sus
necesidades, que es "es-clavo" de ellas: esclavo del hambre, de la sed, de los deseos sexuales,
cuando el hombre noble soporta esas ten¬taciones del cuerpo.

Para los Bamana o los Soninke, como entre los Sonxai, los esclavos no tienen vergüenza,
hombres y mujeres de todas las edades ejecutan danzas obscenas, emplean un lenguaje
lascivo, no respetan las prohibiciones de buena educación que pesan sobre los libres y, al
hacer esto, los hacen reír. Los esclavos asumen esas representaciones, en parte porque los
han condicionado a ese comporta-miento, en parte porque al hacer esto y sin mistificarse a sí
mismos, saben complacer así al amo devolviéndole la imagen que se espera de ellos.

Desde su infancia, los esclavos capturados o nacidos en cautiverio aprenden que no son de la
misma especie que los hombres libres, que si estos últimos "hacen diez, ellos, por su parte,
nunca hacen más que nueve" (refrán so-ninke), que el Creador lo ha querido así, pues "como
creó los dedos de la mano de longitud desigual, así son las personas de valor desigual" (ibid.).
Si el muchacho es circuncidado en el mismo momento que él joven amo y a expensas de
aquellos a quienes pertenece, si participa como la gente joven libre de las mismas asociaciones
de edad, es siempre aquel que ejecuta, para sus compañeros, los trabajos molestos, las
gestiones, los trabajos que exi¬gen un esfuerzo físico. Cuando un hombre libre, cualquie¬ra
que sea, expresa una necesidad, en cualquier momento del día o de la noche, en cualquier
lugar, el esclavo se levanta y se dispone a satisfacerlo. Con respecto a la clase libre, se
comporta siempre como menor servicial, sean cuales fueren las edades respectivas del amo y
del es¬clavo.

Dado que todas las relaciones sociales están mediati-zadas por el amo, son incapaces de
establecer relaciones activas con sus congéneres. El amo no los alienta a ello. Si se aparean, es
por intermedio del amo, y cada miembro de la pareja puede pertenecer eventualmente a
individuos diferentes y los hijos corresponden al amo de la madre. Cuando se lleva a cabo una
celebración que involucra a un esclavo, sólo se admite en ella a los esclavos del mismo rango.
Pues están jerarquizados entre ellos, según la po¬sición del amo, su origen étnico, su religión o
su antigüe¬dad en el avasallamiento. Ya que la mejoría de su suerte sólo depende del amo,
rechazan una solidaridad que los vincularía con aquellos que son menos favorecidos. La
enajenación no es solamente el efecto objetivo de su ex-plotación. Los esclavos están
condicionados a ella por la ideología que se les inculca, y que prueba ser temible-mente eficaz.

Se citan revueltas de pueblos que sufren incursiones, o que son sometidos por la conquista o
están bajo ocupa¬ción, de cautivos acuartelados a la espera de ser vendidos, de fugas de
esclavos, pero rara vez revueltas de esclavos propiamente dichas. E. Terray lo explica por el
proceso automático de emancipación que cree descubrir entre los Abron, y que tendría por
efecto reducir la masa de es¬clavos. Pero en la zona sahelo-sudanesa, donde no era el caso, la
población esclava sobrepasaba a menudo la mitad de la población sin que los amos parecieran
inquietarse por ello. La clase esclava podría muy bien haber perdu¬rado, en esta parte de
Africa, más acá de la historia.
MESTIZOS HIJOS DE ESCLAVOS

La posición ambigua de los mestizos hijos de esclavos y de amos los hace semejantes a los
esclavos manumisos con los cuales comparten a veces algunas funciones y de¬beres respecto
de la clase de los amos. No obstante, son distintos de los manumisos en la medida en que
disfrutan de una filiación con un linaje libre. Sin embargo, consi¬deraciones de clase cambian
de golpe esta relación de filiación, ya que se prohibe el matrimonio entre libres y esclavos
cuando introduce una relación de filiación entre el esclavo varón y la descendencia de la
mujer. Por lo tanto, sólo está permitido, a uno y otro sexos, en las socie¬dades avunculares. En
las sociedades patrilineales, se le permite únicamente al hombre libre, en la forma de
con¬cubinato más que de matrimonio.

Los Anyi-Ndenye, entre los cuales C.-H. Perrot (1982) ob-servó lo anterior, pueden servir de
ejemplo introducto¬rio. En esta sociedad avuncular, los descendientes de la unión entre un
padre libre y una esclava son auloba (ibid.: 164). Entre la gente común, estos niños no gozan
de todos los privilegios de los libres ya que, al no tener linaje materno, no pueden heredar ni
llegar a la posición de de¬canos. Sin embargo, no son considerados como kangaba
(engendrados por dos esclavos). De hecho, al parecer su suerte y posición dependían de modo
bastante arbitrario de las decisiones del padre. Resultaba cómodo mantener a esos
descendientes en condiciones de inferioridad, pues, al no tener tío materno con el cual
tendrían que vivir, podían ser conservados en la casa paterna. Los varones nacidos de esas
uniones tenían la doble ventaja de engro¬sar los efectivos de la casa masculina (en lugar de la
del tío materno) y de asegurar allí una continuidad. Se les podía confiar, sin temor a que
arrebataran el poder, la gestión interina del patrimonio cuando ocurrían ruptu¬ras
genealógicas, dado que su posición no les permitía alcanzar el decanato o la jefatura dentro
del linaje pa¬terno. (Sin embargo, se han atestiguado usurpaciones en situaciones
semejantes.) La calidad social de estos mes¬tizos, la cual les confiere mayor dependencia,
lleva, en las familias reales, a la constitución de "linajes dependien¬tes, pero distintos" (ibid.:
166), que sólo se casaban entre ellos y a los cuales se les asignaban funciones adminis¬trativas
o rituales.

Los aulaba constituyen por lo tanto una "especie" so¬cial distinta. Sin embargo, C.-H. Perrot
nos dice también que los hijos de un soberano y una esclava podían ser asimilados a los demás
famyeba (hijos de rey), debido a que uno de los privilegios reales, en relación con el dere¬cho
común en esta sociedad matrilineal, sería "hacer pre-valecer entre sus descendientes su propia
sangre [pater-na] sobre las 'maternas'. 'Un nieto de rey' lleva el título de ehenenana, sea cual
fuere el origen social de su madre o de su abuela" (ibid.: 164). Se dice en este caso que "la
verga prevalece sobre el cordón". Dicho de otro modo, el rey tenía la facultad, al casarse con
una esclava, de im¬poner una sucesión mono y patrilineal, lo cual le daba la posibilidad de
alejar del poder a otras familias que aspiraran a él. Comprobamos que, en estos ejemplos, hay
disociación de la filiación y la posición. Una puede ser reconocida sin el otro.

En caso de matrimonio entre una mujer libre y un es-clavo, la posición de la madre prevalece
siempre sobre la del genitor, lo cual es conforme con los principios del parentesco avuncular.
Dado que no es determinante la filiación por el padre en esta sociedad, el esclavo geni¬tor, al
igual que el padre libre, no trasmiten su estado. Al no tener hermana, puesto que carece de
parentesco, el esclavo no puede ejercer los derechos de un tío materno. Por lo tanto, este tipo
de matrimonio no contradice el sistema de filiación avuncular. La filiación y la trasmisión de la
posición siguen siendo congruentes. En este caso, la descendencia se considera libre, al igual
que la madre. El matrimonio de una mujer libre con un esclavo ofrece la ventaja, en favor de la
matrilinealidad, de alejar a los afi-nes y de concentrar la sucesión avuncular en esta des-
cendencia, más privilegiada que la que sólo cuenta con una rama paterna.

Así pues, el estado de esclavo no lo trasmite el genitor en todos los casos; lo trasmite la
generadora, pero según las disposiciones establecidas arbitrariamente por el lina¬je paterno.
El estado de libre se trasmite siempre a través de la madre, y en su caso del padre. No
obstante, in¬cluso en este último caso, el linaje resultante del matri¬monio hombre-
libre/mujer-esclava se mantiene debilitado por la ausencia de un linaje materno.

En las sociedades sahelo-sudanesas patrilineales está ri¬gurosamente prohibida toda relación


sexual, sea real o meramente simbólica, entre una mujer libre y un esclavo. Le está incluso
prohibido a un esclavo sentarse en la mis-ma estera que una mujer libre, y más aún tocarla.

El capitán Peroz (1856: 418-419) nos relata la manera en que fueron castigadas por su padre
dos hijas de Sa- mori de 13 y 14 años de edad, así como sus jóvenes ena¬morados, cuyo estado
era el de esclavos:

... algunas palabras tiernas, algunos apretones de mano fur¬tivos, ése fue su crimen. Pero los
pajes no pertenecían a la raza de los hombres libres.

Algún malvado espía [... ] los denunció ante el Almamy [..]•

Confesaron rápidamente su culpa y, sobre la marcha [...], el verdugo desarticuló las manos de
los pajes que habían apretado las de las hijas del soberano y luego las colgó, to-davía
ensangrentadas, en la puerta del palacio. Seguidamente, Fatimata y Aissa [... ] completamente
desnudas y con las ma¬nos atadas detrás de la espalda, fueron expuestas en la pico¬ta del
mercado.

A la mañana siguiente, el sable había hecho expiar para siempre el pequeño delito cometido
por los pajes: sus ca-bezas fueron tiradas delante de la picota donde las hijas del emir
jadeaban de vergüenza y sed.

Cerca del mercado, entre el palacio y la ciudad de Bisandu- gu, han cavado unos enormes
hoyos para recibir la inmun¬dicia de las dos ciudades que conforman la capital de Al¬mamy.

Esa tarde, a las cinco, los crueles fanáticos que vigilan la ciudad de Samori desataron a las
infelices niñas y las arro¬jaron, aún con vida, en esas cloacas; luego las sepultaron bajo un
montón de piedras ferruginosas, color sangre, reco¬gidas en el terreno circundante.

Toda la noche se oyeron los gemidos ahogados de las pe-queñas mártires.

A la mañana siguiente, todo estaba en calma. Ignorando ese horrible drama, al pasar al lado de
esta innoble sepultura, vimos una manita crispada y ensangrentada, con una pulsera de oro,
aprisionada entre dos enormes piedras.
Así pues, para Samori, sus propias hijas, apenas roza¬das por unos esclavos, no eran más que
inmundicia.

Por lo tanto, si llegara a suceder que una ingenua tu¬viese relaciones sexuales con un esclavo,
sería una des¬gracia y una vergüenza para la familia, que trataría de borrar las huellas del
delito por todos los medios, recu¬rriendo para ello al aborto y, en ocasiones, a la muerte. Si se
llegara a producir un nacimiento en esas condiciones, no tendría efecto social ni de hecho ni
de derecho. Al no ser la mujer libre vector de filiación, no es apta para trasmitir su posición a
su descendencia. Como el hombre esclavo se encuentra en la misma situación, su unión sólo
podría producir seres totalmente asocíales, por lo tanto, esclavos por definición.

En cambio, la unión de un hombre libre y una esclava es común. Se dice, a ese respecto, que
"el vientre tiñe la piel", ya que la filiación masculina no opera en este caso como entre
personas libres. De hecho, la ausencia de posición de la generadora es la que se trasmite al
hijo. El vínculo de este niño con su generadora sólo se reco¬noce a través de las relaciones
patrimoniales que existen entre amo y esclava; la descendencia de una esclava, ella misma
propiedad del amo, pertenece a este último. La descendencia de la mujer esclava es, a su vez,
esclava, sea cual fuere la posición del genitor. Ello se aplica tam¬bién, en la práctica, a los
niños nacidos de las relaciones por placer que los amos tienen con las esclavas. Cuando el amo
deseaba establecer una filiación con la descenden¬cia de una esclava (su amante o su
concubina), podía elu¬dir esta norma mediante la "liberación" de la mujer antes del
nacimiento. Así pues, las esclavas eran consideradas a veces "libertas", ya sea por contraer
matrimonio con un hombre libre o, si sólo eran concubinas, en virtud de su embarazo o de su
parto, según los casos. Si se le con-sidera nacido de una mujer libre, el niño es libre, sin
discusión. Sin embargo, si el niño moría de corta edad (antes del destete), la madre podía ser
devuelta a su con-dición de esclava. Cabe señalar, una vez más, que la descendencia, aunque
nacida libre, se ve debilitada social- mente por falta de un linaje materno. Sin embargo, dicha
debilidad, tanto en ésta como en las sociedades avuncu-lares, hace de estos niños los favoritos
del decano o del soberano. Al no tener más que un protector, se someten totalmente a él. En
la corte sonxai, los askia (soberanos) han sido a menudo hijos de una madre "liberada". Ahí
también se impone, gracias a las uniones mixtas, una su-cesión monolineal.

Al igual que en las sociedades avunculares, el matrimo-nio entre libres y esclavos puede
también ser el medio para constituir cuerpos sociales dependientes, ni libres ni esclavos,
encargados de funciones de confianza. Así ocurre, por ejemplo, entre los Soninke del Gajaga
(valle del Senegal oriental) en lo que respecta a los mangu, en¬tre los cuales se reclutaban
principalmente guerreros para servir a la casa dominante de los Bacili. Los mangu viven
aparentemente en las mismas condiciones que los linajes libres. Se hallan, sin embargo,
respecto de la casa aris¬tocrática de los Bacili, en una situación hereditaria de obligados. Allí se
dice que son wanukunke, originalmente extranjeros que a su llegada se pusieron bajo la
protec¬ción de los Bacili, quienes les proporcionaron mujeres esclavas como cónyuges. Al no
haber sido éstas liberadas por los Bacili, a quienes seguían perteneciendo, su des¬cendencia
les correspondía a estos últimos... En con¬secuencia, los mangu pertenecerían, generación tras
ge¬neración, a sus huéspedes. Se trata, sin duda, más que de una situación de derecho, de la
expresión de una su¬bordinación cuya justificación ideológica es el estigma de una
servidumbre original e irreductible. En la jerar¬quía de los obligados, los clientes y los esclavos,
estos mangu se colocan en una posición de primogenitura. Si bien su condición se asemeja a la
de los kome-xooro —es¬clavos manumisos de vieja cepa— con los cuales se les confunde a
veces, no han sido ni comprados ni captura¬dos y no figuran entre sus ascendientes esclavos
someti¬dos al trabajo forzado, lo que les otorga cierta dignidad. Pueden en principio obtener,
al igual que los amos, mues¬tras de respeto y tributos simbólicos de parte de los es¬clavos de
todas las categorías. Estos últimos, no obstante, no se humillan entre ellos, lo cual significa que
no los consideran como a los amos.

Las uniones mixtas provocan, por lo tanto, dos fenó¬menos de debilitamiento social de la
descendencia. Uno se presenta cuando la descendencia es libre, ya sea por¬que la madre es
libre (en caso de avuncularidad) o por¬que sea liberada, dado que esta descendencia (como en
el caso del matrimonio entre una ingenua y un extran¬jero) depende de un único linaje. El otro
tipo de debili¬tamiento se produce cuando una unión no trasmite la manumisión.. Por derecho
la descendencia podría ser es¬clava, pero éste no es el caso de los aulaba de los Anyi, ni de los
wanukunke del Gajaga, cuya posición ambigua los expone a manipulaciones. Están sometidos a
los libres, pero siendo no obstante portadores de la condición de libres, pueden ser
enfrentados a aquéllos por su amo, como rivales. ^

La posición de mestizo, a juzgar por los casos señala¬dos arriba, no obedece, pues, más que a
las reglas de parentesco. Éstas sólo se aplican dentro de los límites de la relación de clases, la
cual es determinante. Para per-catarse de ello es preciso recordar las condiciones que ri-gen la
filiación en las sociedades domésticas, sin clases y sin esclavitud. Cuando prevalece la filiación
patrilineal, el niño le corresponde a la familia del esposo pública¬mente reconocido de la
generadora. En muchas socieda¬des no cuenta la. naturaleza del genitor, si no es el espo¬so.
Desde el momento en que una mujer ha recibido la dote de parte de la familia del esposo, o se
han llevado a cabo las ceremonias nupciales, el niño es atribuido a la familia paterna. En las
sociedades avunculares, la filia¬ción se establece con la familia materna, de acuerdo con el
mismo principio: por intermedio del primogénito de los hermanos de la generadora. La familia
del esposo sólo tiene derechos limitados sobre la descendencia de la es¬posa. Tanto en un
caso como en el otro, la filiación puede ser o es independiente de la concepción. No existe
entre los esposos diferencia de posición susceptible de inter¬venir para encauzar de otra
manera la atribución de la filiación. Las reglas de filiación son congruentes con las de la
trasmisión de las prerrogativas ciánicas, si la hu¬biere.

En las sociedades de clases intervienen las nociones de adulterio y de bastardía que exigen que
coincidan "con-cepción" y "paternidad". Ahora bien, esas nociones sólo parecen justificarse en
la medida en que preservan una jerarquía social a través del modo de reproducción propio de
cada clase: los nobles por el nacimiento; los esclavos por adquisición. Para lograr lo anterior
existen dos re¬glas que prevalecen sobre las demás; son de carácter so¬cial y no de
parentesco; el hombre libre puede, a volun¬tad, hacer que la descendencia de una esclava
nazca libre; el esclavo varón, conforme a la regla general de la esclavitud, no puede establecer
relación de filiación algu¬na. En la práctica, se observa que si en la sociedad avun¬cular la
posición de la mujer predomina siempre, se debe a que, al efectuarse la filiación por medio de
ella, su des¬cendencia no puede tener una posición diferente a la de sus padres. A esto se
suma oportunamente, y en contra¬dicción con el principio avuncular, la regla: "la verga
pre¬valece sobre el cordón", la cual favorece la reproducción de linajes dinásticos.
En la sociedad patrilineal esclavista, sólo la mujer de origen servil trasmite su estado, o su
posición cuando ha sido liberada. Éste es el campo de aplicación restringido de la regla: "el
vientre tiñe la piel", ya que la mujer libre no podrá trasmitir su estado a los hijos de un esclavo
debido a la proscripción de la hipogamia. La posición se trasmite por ende, en este caso, contra
todas las reglas aparentes de la patrilinealidad: a través de una mujer (pese a que la filiación es
masculina), y solamente si esta mujer es de origen esclavo (pese a que los esclavos care¬cen
de parentesco). Estas reglas paradójicas son de hecho la aplicación —a través de la línea
divisoria de las clases— de los principios del parentesco social: el vínculo bioló¬gico no
trasmite ninguna posición ni ninguna calidad que no estén socialmente reconocidos.
Contradicciones deri¬vadas de la lógica parental aplicada a la lógica de clase, y viceversa.

Así, la esclavitud, aun heredada de un antepasado leja¬no, aun atemperada por la "sangre" de
los libres, alimen¬ta una ideología vigorosa de discriminación y arbitrarie¬dad. Las "relaciones
de parentesco" conceden al mestizo, en función de las necesidades de los amos, la posibilidad
de vegetar en las filas de los vasallos o de nacer en el mundo de los gentiles.

DESQUITE DEL ANTIPARIENTE

De todo lo anterior resalta que el esclavo se caracteriza, en la sociedad de parentesco, por la


ausencia de las pre-rrogativas asociadas con el "nacimiento", evento social por medio del cual
se definen la calidad y la posición de la persona. En lo que respecta al esclavo nacido en
cau¬tiverio, se le aplica la misma limitación en virtud de la denegación de las capacidades de
paternidad de sus ge¬nitores: el esclavo, desprovisto de personalidad jurídica, no podrá, tan
sólo mediante el acto biológico de la pro¬creación, crear un vínculo social. El estado de esclavo
revela muy claramente el origen siempre externo respecto de la sociedad de los ingenuos, así
como las condiciones reales y jurídicas de su reproducción.

La ficción de un individuo nonato que, insistimos, se basa en el modo de explotación del


esclavo, crea pues, en la sociedad de parentesco, un individuo antitético —el no-pariente—
cuyas virtudes sociales prevalecerán, en mu¬chos casos, sobre sus capacidades productivas,
confirien¬do a la esclavitud un aspecto aparentemente aberrante. Puesto que no es pariente,
el esclavo no tiene derecho a nada de lo relacionado con el parentesco y con la condi¬ción de
libre: la parcela, la esposa, la descendencia, los antepasados. Sin embargo, esas privaciones,
que contri¬buyen a alejarlo de la sociedad civil, constituyen, asimis¬mo, las bases para su
progresión en las esferas del po¬der. En primer lugar, porque lo que es, se lo debe sólo al amo.
Éste lo engendra día tras día al permitirle que siga con vida. Únicamente el amo puede
otorgarle los atributos, aun ficticios, aun precarios, de la persona. El esclavo le debe todo,
incluyendo pues también su lealtad.

En segundo lugar, dado que el esclavo se encuentra na-turalmente alejado de la herencia y la


sucesión en el li¬naje del amo, no puede reclamar nada en lo que hace a bienes o títulos. El
esclavo se sitúa así fuera de toda rivalidad por el poder entre colaterales u otros aspiran¬tes
que pululan en las sociedades de parentesco y, sobre todo, en las dinásticas. Cuando se
agudiza la lucha por la sucesión, todo pariente se convierte en un rival peli¬groso por cuanto
es portador de la legitimidad del here¬dero. El decano, el dinasta, el rey sólo pueden dispensar
a sus parientes una confianza atemperada por el temor de ser alejados de su posición de
autoridad, en ocasiones por el asesinato. Tenderán a alejar a sus parientes de los cargos muy
próximos al poder y a colocar en ellos de preferencia a individuos neutrales y sumisos cuyas
fun¬ciones derivarán de su propia voluntad y no de su na¬cimiento. Si bien el esclavo no es el
único agente sus¬ceptible de aparecer neutral desde el punto de vista del parentesco (también
lo son los miembros de castas afec¬tadas por la endogamia, los sacerdotes consagrados al
celibato y las mujeres), es un socio más dócil al estar pri¬vado de ideología, de religión y de
lealtad parental. Vere¬mos más adelante que el alejamiento de los parientes en beneficio de
los esclavos, en lo que respecta al poder, es comparable, de manera inversa, a la sustitución,
con fines productivos, de esclavos por hombres libres.

En algunas sociedades, la ausencia de descendencia con¬fiere en cambio a los esclavos una


ventaja amenazadora sobre sus amos: son invulnerables a las maldiciones que afligen a la
descendencia de los que se dedican a la ma¬nipulación de filtros o talismanes. De ahí la
reputación de peligrosos taumaturgos de que gozan algunos de ellos.

De explotados agrícolas integrales, categoría de la cual emana su falta de posición, y en virtud


de su inexisten¬cia social y política, los esclavos pasan a ocupar funciones administrativas,
policiales, de servicio, y aun puestos de confianza. Una vez más, esto se debe a que su estado
sigue siendo permanente, por lo que su condición puede transformarse hasta acercarlos al
poder hereditario, con muy pocos riesgos para quien lo detenta.

En estas sociedades regidas por una u otra forma de parentesco, el antipariente se muestra
como un agente eficaz de manipulación social y política. A través de la sustitución de hombres
libres por esclavos, los amos se procuran medios de protección, por una parte, contra sus
parientes demasiado ambiciosos o sus súbditos rebel¬des y, por la otra, contra sus lacayos al
otorgarles privi¬legios diferenciales gracias a los cuales los ponen de su lado sembrando la
división entre ellos mismos.

Aunque esta dialéctica, la cual puede, como veremos, volverse en contra de los amos, no
afecta a todas las so-ciedades esclavistas ni a todos los esclavos en el mismo grado, está muy
presente en las sociedades aristocráti¬cas donde proyecta sobre la esclavitud, en tanto que
ins-titución, una imagen a veces paradójica que confunde la lógica de la jerarquía o el
materialismo Cándido.

SEGUNDA PARTE

EL HIERRO

LA ESCLAVITUD ARISTOCRÁTICA

A. LA ESCLAVITUD Y EL PODER
CAPÍTULO PRIMERO

LA LLEGADA DE LOS BANDIDOS

Según el Hudud al Alam (obra persa del siglo x) cuando habla del Sudán (es decir el país situado
al sur del desier¬to que lo separa del Magrhib), "ninguna región está más poblada que ésta.
Los traficantes se roban los niños de allí y se los llevan consigo. Los castran y los llevan a Egipto
donde los venden. Hay entre los (Sudan) gente que se roban los niños los unos a, los otros para
venderlos a los comerciantes cuando éstos llegan" (en Cuoq, 1975: 69).

Esta cita nos informa sobre la existencia de lo que lla-maré el bandidismo, vale decir, la
práctica mediante la cual el rapto de cautivos se efectuaba entre miembros de una misma
comunidad, entre parientes y vecinos.

Este bandidismo interno parece haberse ejercido entre las poblaciones aldeanas, las cuales, sin
estar necesaria-mente en la órbita militar de los estados depredadores o de los saqueadores
extranjeros, estaban situadas en las áreas de prospección de los traficantes esclavistas o
ten¬tadas por la atracción de mercados de esclavos accesibles.

En el bandidismo, el rapto y la venta de cautivos no es la obra de extranjeros sino de miembros


de la propia comunidad, actuando anónimamente. Nadie está al abrigo de aquellos que
deberían ser los propios protectores de las comunidades. "La hermana está amenazada por el
her-mano, la esposa por el esposo, el hijo por su padre o por el tío" (A.-C. Niaré, misión 1964).
El peligro de descom¬posición social es grave, pues sólo una fracción de la so¬ciedad, los
jóvenes adultos guerreros organizados en pe¬queñas bandas, es la beneficiada. Por la venta de
sus parientes y vecinos, sobre todo las mujeres y los niños, pue¬den obtener armas y caballos
para atacar, a las sociedades vecinas. Al raptar mujeres para su propio beneficio, com¬piten
con la autoridad de los ancianos cada vez menos capaces de casarlas debido a esos raptos.

El bandidismo, al parecer, tuvo dos efectos, según los casos, sobre el poder político: o los
clanes se organizan para resistirle, como sucedió con el Mande en el siglo XIII, o los guerreros
lo convierten en la base de su poderío, como en Segu a finales del siglo xvi.

1. EL REY Y LOS BANDIDOS

La tradición del Mande refiere, a través de diversos re¬latos (M.-M. Diabaté, 1970 a y b; Innes,
1974; Niane, 1960; Wa Kamisoko, 1975), la leyenda histórica de Sunjata que habría vivido
alrededor del siglo XIII en el alto valle del Níger. Sunjata es uno de esos héroes sudaneses
marca¬do desde el nacimiento para resolver una crisis, en gene¬ral de orden político, por
medios más mágicos que tácti¬cos y generalmente no ejemplares. La leyenda retiene sobre
todo el combate que libró contra Sumawuru Kan- te, quien amenazaba entonces militarmente
al Mande. Wa Kamisoko le agrega elementos que se relacionan muy di¬rectamente con la
esclavitud. "En esta época, se queja el brujo (Kamisoko, 1975), un bandidismo endémico
reinaba 'del hermano contra el hermano'... Los más fuertes cap¬turaban a los más débiles y los
llevaban por el sendero de la traición para venderlos..." (ibid.: 38). "¿Puede el pueblo crecer si
la gente se captura a cada paso para ven¬derse los unos a los otros?" (ibid.: 49). "¿Detrás de
qué aldea, se pregunta Wa Kamisoko, no pasaba el camino de la traición?" (ibid.: 11), esos
caminos que conducen hasta los matorrales sahelianos, por los cuales se sacaba noche iras
noche a los congéneres capturados. "No hubo ningu¬no de los que reinaron en el país que no
haya colocado el freno en la boca de algún Malinke para venderlo a los maraka
(comerciantes)" (ibid.: 6). "Si tantos Malinke se encuentran aun hoy en día en el Sahel o en el
Sosso, son sobre todo los propios Malinke los causantes de ello" (ibid.: 9). Los héroes que han
dejado su nombre en la leyenda mandé, como Tiramaxan o Fakoli, habrían sido cazadores de
hombres de ese tipo.

Al poner la esclavitud en el centro del problema polí¬tico del Mande del siglo XIII, el mérito del
relato de Wa Kamisoko es el de hacer inteligible un suceso hasta en¬tonces interpretado como
el surgimiento súbito e inexpli¬cable de un "imperio" —el imperio del Malí— bajo el efecto de
la empresa de un personaje mítico, Sunjata, emergencia cuya única causa habría sido la
personalidad excepcional de este último.

Kamisoko precisa que, en tiempos de los sucesos rela-tados, el Mande estaba repartido entre
más de treinta jefaturas de pequeñas dimensiones (ibid.: 60), cuyos masa (jefes) podían ser
comparados con simples jefes de al¬dea. La autoridad de éstos, pares y rivales de Sunjata,
procede, como para este último, de su pertenencia ciáni¬ca. Disputaban entre ellos una
preeminencia precaria que trataban que sus pares reconocieran por sus hazañas de caza o de
guerra (Diabaté, 1970 a). Libran combates, se apoderan mutuamente de sus aldeas, se
persiguen y se reconcilian. No se trata de jefes de banda. Su per¬tenencia ciánica está bien
afirmada. Llevan un jamu (pa¬tronímico), lo cual los une a una casa y da testimonio de su
alcurnia. Así ocurre con Sunjata, cuvo padre se co¬noce y a quien se le atribuve a veces el
haber sido, ñor un tiempo, masa del Mande (Innes. 1974: 27-28). Está rodeado de herreros y
brujos de casta desde su nacimien¬to. Es pobre, la verdadera cualidad de los gentilhombres.
Sunjata, no más que los otros polemarcas, no era capaz con su puro clan de protegerse contra
los saqueadores ex¬tranjeros que venían a proveerse de cautivos, ni contra las pandillas de
bandidos autóctonos. Contra esta doble ame¬naza, la leyenda atribuye a Sunjata una doble
hazaña. La primera es la más conocida y la más celebrada. Logró federar a una docena de
clanes mande (Innes, 1974: 61) y vencer al terrible Sumawuru.

Pero lo que parece, según Wa Kamisoko, haber sido la obra más importante de Sunjata, fue la
de eliminar poste-riormente la amenaza interna del bandidismo en las cir-cunstancias
siguientes.

Luego de su victoria sobre Sumawuru, Sunjata habría solicitado de sus pares su elección como
soberano de la federación del Mande (Kamisoko, 1975: 42). "Puesto que tú has alejado la
guerra de nuestras puertas, renunciamos al poder para investirte como niyamoko" (ibid.: 61)."
"Si vosotros me instaláis en el trono del Mande, prometió Sunjata en compensación, nadie
será vendido ya" (ibid.: 36). "Todos aceptaron no vender a su gente" (ibid.: 44). "Lo que se le
reconoce ante todo, precisa Wa Kamisoko, es haber logrado que cesara la venta de gente del
Mande" (ibid.: 46). Ante él, los Maninka dejaron así de ser "ex-tranjeros" unos para otros. En
esta relación de los hechos, míticos o reales, a Sunjata se le acredita la invención local, a la vez
de la natio (el conjunto de aquellos que se reconocen mutuamente como poseedores de las
prerroga¬tivas vinculadas al buen nacimiento) y de la realeza, poder garante, en esos tiempos
turbulentos, de la libertad de los que aceptan su autoridad.
Frente a los bandidos que ejercían su poder atacando a todos sin discriminación, negando así
la eficacia de todos los vínculos de pertenencia social, Sunj ata se opone como restaurador de
las estructuras sociopolíticas de los cla¬nes, como regenerador de las relaciones orgánicas
entre congéneres: parientes, afines, aliados o vecinos. Para lo-grarlo, Sunjata había
indudablemente trastornado algu¬nas reglas sobre la primogenitura y la igualdad entre los
clanes al imponerse no obstante su edad —lo cual es pro¬pio de este tipo de héroe en todo
caso— y al reclamar una preeminencia sobre sus pares. Pero no se enfrentó a los ancianos ni a
su autoridad como lo hará —lo vere¬mos— Biton Kulibali en Segu. No actuó contra las
ins¬tituciones ciánicas; por el contrario, las preservó, por cuanto, de hecho, los conflictos entre
clanes no habían cesado jamás y la unidad se hacía tanto por consenti¬miento como por
coacción (Kamisoko, 1975: 75).

Todos los historiadores de esta región, siguiendo a De- lafosse (1912), hacen luego de Sunjata
el fundador de un imperio que identifican con el Melli visitado en el. siglo xiv por Ibn Batuta.9
Sin embargo, la tradición de los brujos no dice nada sobre la existencia de un estado que
hubiese sobrevivido a Sunjata. La formación política que dominó no fue más que una
federación de clanes sin porvenir. Ningún estado perdurable podía surgir de ese agrupamien-
to de jefes de clanes rivales: el poder del héroe, en la tradición mande, no se conserva contra
sus pares y debe ser devuelto cuando el destino que lo suscitó se cumplió.10 El Mande devino
muy probablemente un país de agricul¬tores y comerciantes. "Cultivará aquel que haya
escogido el cultivo y nada más que el cultivo, dice una tradición. Sunjata ya no existe. Se
dedicará al comercio aquel que

tes de la sociedad coinciden con cierto poder que es el poder del rey" (ibid.\ 9).

9 Sobre la localización geográfica de Melli, véase Hunwick, 1973; Meillassoux, 1972 / y


1972 g.

10 Tradición que encontramos también entre los Soninke-Kusa, a través de la leyenda de


Maren Jagu, por ejemplo (Meillassoux, 1967), héroe también surgido por la necesidad de
deshacerse de una tiranía pero que se enfrenta a la resistencia de sus congéneres desde que
intenta imponerles su poder. Véase también los medios puestos en práctica por los Bamana
del Wasolon para tratar de impedir el dominio de un "poderoso" predestinado (Amselle et al.,
1979).

haya escogido el comercio y nada más que el comercio. Suba ha vivido" (M. M. Diabaté, 1970:
89-90).

2. EL REY-BANDIDO

Si el poderoso estado de Segu (siglos xvn-xix) debe su existencia a las guerras esclavistas (véase
cap. i), al con-trario del Mande, procede del desarrollo político del ban- didismo y no de una
lucha contra esta práctica. Se afir¬ma, no por la conservación del orden social, sino por su
destrucción. Edifica una sociedad nueva que se desprende de la sociedad ciánica.

Su fundador, Biton Kulibali, se distingue de Sunjata en varios rasgos. La tradición insiste en su


calidad de "extranjero" y no menciona mucho a su padre (brujos Tairu y Sangare, en Kesteloot,
1978: 580, 582). La leyenda no le asigna ningún antepasado, ningún precedente real, ni
ninguno de los estigmas que marcan la predestinación para el poder (ibid.: 601). Biton
pertenece a otra clase. No "nació" o por lo menos no invoca su nacimiento. No se presenta
como un protector contra el bandidismo. Lo practica.

La demanda de esclavos provocada por la trata europea alcanza, hacia el siglo xvn, el valle del
Níger, donde do¬mina una civilización aldeana salpicada de pequeñas for-maciones políticas
sin gran poder. En ese contexto, las bandas resurgen. Algunas son dirigidas por pequeños aris-
tócratas ciánicos, otras por gente sin nacimiento. Biton es uno de estos últimos. Agrupa
alrededor de él esos hom¬bres de todos los orígenes que producen los desórdenes de la
época: esclavos escapados, menores rebeldes o mis- kin humillados.

La institución que prevalece en esta situación es pues la banda armada. Contra ella o a partir
de ella se operan los cambios. La banda agrupa a hombres de edad "viril" entre los cuales las
relaciones de parentesco son secun¬darias, incluso nulas: recluta por cooptación, las
jerar¬quías se constituyen, en ocasión de cada expedición, con base en la hazaña o en el valor
militar. Cada uno es amo de sus medios de acción: armas y eventualmente caballos. La
solidaridad obra por el hecho de que la unión hace la fuerza, que hay que ser bastante
numerosos para llevar a cabo los ataques con éxito y un mínimo de riesgos. Las expediciones
se deciden en común y el botín se reparte entre los participantes. Ni la composición ni las
prece¬dencias son definitivas. Entre los guerreros de las ban¬das bamana o maninka, por
ejemplo, las tradiciones refie¬ren que el jefe de la expedición podía ser sacado a suertes
(Kamisoko, 1985: 53, 57; Niare, misiones 1963-1964; Ley- naud, sf [1961]: i, 24). La banda es
por completo un modo de organización sociopolítica específica, la cual, si se con-solida,
amenaza la sociedad doméstica y gentilicia, no so-lamente por sus depredaciones, sino
también en virtud de la incompatibilidad de sus estructuras respectivas. En la banda, el poder
de los jóvenes guerreros se impone contra el de los mayores. Cuando el primero se afirma,
puede llegar hasta el asesinato de los ancianos.

"Hombres mal vistos en su aldea, malqueridos, se unían a esas bandas" que no tenían una
duración permanente. "Por grupos de 30 o 40, se instalaban en los matorrales, en chozas de
paja, las cuales abandonaban cuando eran localizados o habían capturado suficientes mujeres
y ni¬ños para ir a venderlos lejos." Esas bandas atacaban tam¬bién las caravanas comerciales,
pero su actividad princi¬pal era el rapto. Ninguna mujer podía desplazarse de una aldea a otra
sin amenaza de desaparecer. Algunos de esos bandidos, que vivían en la aldea, tomaban como
pretexto un viaje para reunirse con su cómplice. Actuaban enmas-carados, para no ser
reconocidos. Se dice que no sólo raptaban a los hijos y las mujeres de sus vecinos, sino
también, en el Wasolon, los hijos de sus "hermanas" (se¬gún A.-C. Niaré, misión 1963: II, R9).

La oposición de clase entre bandas es muy marcada. A Biton, quien se había aliado con una de
ellas dirigida por un aristócrata soninke de Doua, le dice un anciano: "Qué¬dese entre gente de
su misma clase, sepárese de los nobles de Doua" (Monteil, 1924: 30).

La organización político-militar de la banda marcará durante mucho tiempo la constitución del


régimen que emanará de ella: "La banda no tenía jefe y no había re¬parto del botín: cada cual
se quedaba con lo que había podido agarrar", explica el brujo S. Jala (Bazin, 1980: 42- 43). A
falta de jefe permanente, la banda podía nombrar un líder en cada una de sus empresas, ya
sea elegido, ya a suertes. Las decisiones colectivas se toman en el seno de la asamblea (ton) de
bandidos, según un procedimien¬to bastante estricto. El "reinado" de Biton está hecho de
incursiones y capturas emprendidas contra las aldeas de la región (en Kesteloot, 1978: 596,
597). Perpetra ma¬tanzas y siembra el terror en la población (ibid.: 597; Sau- vageot, 1955:
165). Según un proceso frecuente, se impone muy pronto como "protector" contra sus propias
expolia¬ciones, como pacificador de la inseguridad que él mismo suscita con su banda. Exige
tributos a las aldeas que se pliegan a él para no ser saqueadas, exacciones tan one¬rosas en un
momento dado que es preciso vender a los "suyos" e "incluso a su madre" para cumplir con
ellas (en Kesteloot, 1978: 597). Si, a partir de ese momento, Biton se coloca en una situación
de "protector" comparable a la de Sunjata, no es más que aparente. Él no establece su poder
con base en un fortalecimiento de las instituciones domésticas y patriarcales para defenderse
de una amena¬za extranjera. Tiende en cambio a destruirlas para im¬poner sus reglas. "Para
hacer desaparecer las barreras que las tribus y las familias se esforzaban por mante¬ner entre
ellas, desplazaban a poblaciones enteras que transportaban ora aquí, ora allá" (Monteil, 1923:
50).

Como en toda sociedad guerrera de ese tipo, Biton aco-mete contra la jerarquía de la
antigüedad. Transgrede el respeto debido a los ancianos: "Hizo abofetear a cien vie¬jos, los
mandó maniatar y se los envió a sus familias" (brujos Tairu y Sangare, citados en Kesteloot,
1978: 596). Niega aún más radicalmente su autoridad al sustituirla haciendo asesinar los 740
padres de sus guerreros y luego obligando a éstos a afeitarse la cabeza, e$to es, a "rena¬cer"
como sus propios dependientes (Monteil, 1924: 40)." Esta reconstrucción social continúa todo
el tiempo que dura el reino de Segu, incluso después de la muerte de Biton. Se reconstruyen
seudolinajes con cautivos reagru- pados (Bazin, 1975). Se repueblan seudoaldeas de
in¬dividuos y aun de categorías de edad, con exclusión de los niños y los viejos (Sauvageot,
1965). El estado de jon, de "dependiente", de esclavo tiende a generalizarse para todos (Bazin,
1975). En contra de la posición de libre, nadie debe deber su posición a su nacimiento, a su
edad, a sus relaciones y grados de parentesco. La reproducción social descansa en el guerrero
más que en el "padre": los miembros de la ton de Biton eran solteros (Sauvageot, 1955: 155).

A diferencia de lo que sucedió en Mande, es una nueva sociedad la que se crea. Ella privilegia
la asociación so¬bre el clan, la adhesión y la cooptación como modo de reclutamiento sobre el
parentesco y el nacimiento, el va¬lor y el logro sobre la antigüedad. Los ton-jon conforman la
clase dominante, compuesta de guerreros celosos de su autonomía, rivales entre ellos y a
menudo ellos mis¬mos de origen servil. Su lealtad se apega al cuerpo ins¬titucional que se
confirieron (la ton) y no a un amo o a un dinasta. Clase militar, pues, pero distinta de las
aris¬tocracias ciánicas que dominan localmente la región y a las cuales se opone y se impone
(Meillassoux-Silla, 1978; Aubin-Sugy, 1975: 493 s.). El código de la guerra que reinaba entre
esas aristocracias rivales, los ton-jon de Segu lo sustituyen por tácticas sin honores pero
eficaces, como el ataque en masa o el sitio, desprovistas de apara¬tos guerreros que se
confieren en general las noblezas "de sangre".

La asamblea general es el modo de gobierno que emana normalmente de la banda (Monteil,


1924: 29, 31, 57-60, etc.). Entre los miembros de la ton, la paridad es de prin-cipio. Ya que el
saqueo es la actividad esencial, el valor y el logro son los criterios que se imponen para la
selec¬ción del jefe. La ton es una institución concebida para que cada uno pueda hablar,
aunque las opiniones se expresen a menudo bajo tensión. Pues las normas antiguas no
de¬saparecen completamente. Éstas remiten al orden atávico heredado de las relaciones
parentales que dominan toda¬vía las relaciones individuales y la jerarquía privada. En los
conflictos y rivalidades que oponen a los ton-jon en¬tre ellos, cada uno apela a los valores que
le son más provechosos. En cada designación del jefe, bajo el efecto de la tradición tal vez, de
la oportunidad sin duda, se evocan otros principios, en competencia con el valor gue¬rrero,
como criterios de selección: la filiación y la anti¬güedad. En la medida en que la banda domina,
que la soberanía se extiende, el poder de su fundador procura escapar al control de sus pares.
En contra de esta regla, el golpe de fuerza se intenta a menudo: Biton viola el principio de
igualdad y gobierna sin la ion; sus hijos, para sucederle, buscan la caución de ésta pero tratan
de influir en ella, ya sea por la magia, ya sea por la violen-cia; su segundo hijo, luego de haber
reinado por el terror, es asesinado por el ton masa (el presidente de la asam¬blea), el cual
invoca, en lo que a él respecta, la antigüe¬dad para reivindicar el poder; toma el título de
decano (ton koroba: gran anciano de la ton) (Monteil, 1924: 59); tras su muerte, se les
propone a los postulantes que to¬men arco y flechas para probar su valor, pero una vez más
será elegido el más viejo; al igual que su sucesor, quien se ve obligado no obstante a declarar
una guerra desde que llega al poder para probar su pugnacidad (ibid.: 46). Esta declaración de
guerra se volverá a con¬tinuación la regla en cada nueva entronización (Bazin, 1982).
Finalmente es con el uso de la fuerza, bajo el pre¬texto de restablecer los valores guerreros
que presidían en los inicios de la ton, que Ngolo Jara (¿cautivo en su origen?) se adueña del
poder y lo transforma por una nueva contradicción en un sistema dinástico. El principio de
sucesión no será por ello regulado. Para decidir entre los hijos de Ngolo, la primogenitura y el
valor siguen estando en competencia. Para justificar una elección, se "descubrirá" en el elegido
los estigmas del héroe legen¬dario (Bazin, 1979), pero en un contexto de duración dinástica
completamente extraño al poder transitorio de la sociedad simpléctica.

Hasta la llegada de los Jara al poder, la historia polí¬tica de Segu permanece pues marcada por
el origen social de sus miembros y por las actividades de bandidismo que están en su origen e
impregnan sus instituciones.

Sin embargo, las condiciones para el ejercicio del ban-didismo habían desaparecido.
Estableciendo su dominio sobre la población en vez de saquearla, cambiando el bo¬tín por el
tributo, la banda construye un espacio político y se proporciona súbditos hacia los cuales sus
relaciones de hostilidad se tornan de autoridad (eventualmente de explotación) y de
esporádicas se vuelven continuas. Se asignan tareas de gestión, de administración y de protec-
ción contra ese mismo bandidismo del cual había sur¬gido.

Paralelamente a la protección de esencia soberana, la banda asume progresivamente una


función igualmente re¬gular, la de arbitraje entre los clanes, aldeas o jefaturas rivales que
buscan el apoyo de ese cuerpo militar, único en disponer de fuerzas armadas decisivas (Bazin,
1982). Protección y arbitraje son los dos pilares de la soberanía, propicios al surgimiento de un
rey y de un estado con base territorial. A partir de la creación de una zona in¬terna para el
ejercicio del poder en la que se ejerce esta soberanía, se define por oposición aquélla donde se
prac¬tica la captura de "extranjeros". El bandidismo debe, des¬de ese momento,
interrumpirse dentro de la zona "civi¬lizada" o soberana para desviarse en la forma de
incur¬sión o de guerra hacia el exterior. Esta transformación no carecerá de efectos sobre las
relaciones políticas in¬ternas del estado militar, al punto que la incursión y la guerra no serán
ya solamente manifestaciones de una po¬lítica extranjera o el medio de alimentar la economía
de trata, sino también una prolongación decisiva de la polí¬tica interna de los reinos.

"Cuando una banda de tegere (bandidos) era descubier¬ta por los aldeanos, éstos alertaban al
faama (soberano) para que los exterminara. Los cautivos originarios del país eran liberados,
los otros entregados al faama" (Nia- ré, misión 1967). Esta intervención del soberano y esta
repartición marcan la distinción que hemos ya subrayado entre la posición de extranjero y la
de súbdito, distinción que el bandidismo no hace. El estado de Segu, en cambio, confiere a sus
súbditos la virtud política de la ciudadanía que los protege contra la captura. Sólo son presa de
Segu, estado esclavista, los que no la poseen. De esta manera la esclavitud y la trata
contribuyen a dar forma a la ciu-dadanía como medio de identificación y salvaguarda y a
conformar la realeza en oposición al bandidismo.

Por su extensión y su éxito, la banda crea las condiciones de su propia desaparición. La


distinción entre los que serán protegidos de la captura y los extranjeros hace sur¬gir cuatro
principios que van a imponerse en la organi¬zación social: los principios de ingenuidad y de
ciudada¬nía que colocan bajo la protección de la banda a quienes ayer amenazaba; el principio
de soberanía que garantiza esta protección y el de sociedad civil, cuyos conflictos internos
requieren ser arbitrados.

En el seno de la banda las relaciones se transforman entre sus miembros en la medida en que
las relaciones de la banda con la población se transforman también. Aquel que se impone
como jefe de banda tiende a con¬vertirse también en el jefe de las poblaciones avasalladas. La
soberanía con la cual éste está investido refuerza a su vez su posición de autoridad en el seno
de la banda. Allí se instala una jerarquía de carácter permanente en con-tradicción con el
principio de paridad que prevalece en¬tre sus miembros. En lo sucesivo el poder no recae ya
en el valiente del momento. La sucesión se fija en las ma¬nos de uno de ellos, considerado
como soberano por el pueblo y alrededor del cual tiende a constituirse una cor¬te, una casa, a
la cual se opondrán las casas rivales de sus compañeros.

A partir de esta situación, desaparece también el ban- didismo, fundamento organizacional de


la banda. Pues una vez constituida, la zona de pertenencia política, en el seno de la cual se
reconoce la ciudadanía o la sujeción de sus miembros, no puede ya proporcionar cautivos a la
autoridad que la domina y la protege sin que ésta se derogue a sí misma. Las capturas deben
hacerse fuera del área de soberanía, por lo tanto mediante el establecimien¬to de prácticas
militares nuevas: la incursión o la guerra, cada una de éstas portadora de estructuras distintas
de poder.

3. LOS COMPAÑEROS DE LA INCURSIÓN

La incursión se ejerció en casi toda el África sometida a la trata. Sin que sea posible decir en
qué medida contri¬buyó al abastecimiento de esclavos con relación a las gue¬rras (Curtin,
1975: 154-155, 186-187), numerosos son los testimonios que señalan su existencia y describen
sus mo-dalidades. La sorpresa, la astucia, la rapidez de interven-ción y de repliegue, el ataque
a poblaciones aldeanas mal protegidas, sobre todo la captura de mujeres y niños, ta¬les son
sus características.
Lamiral (en Walckenaer, 1842, 5: 216-217) cuenta cómo hacían los Moros para saquear las
poblaciones del norte del Senegal entre 1779 y 1789:

No nos podemos imaginar la astucia y la destreza que em¬pleaban esos moros para
sorprender a los negros. Parten en número de 15 o 20, y se detienen a una legua de la aldea
que quieren saquear. Dejan sus caballos en el bosque y se ponen al acecho cerca de una
fuente, en la entrada de una aldea, o en los campos de mijo cuidados por los niños. Allí, tienen
la paciencia de pasar días y noches enteras, acostados boca aba-jo y arrastrándose de un lugar
a otro. Tan pronto como ven aparecer a alguien, se abalanzan sobre él, le cierran la boca y se
lo llevan. Esto les es tanto más fácil cuanto que las jo- vencitas y los niños van en grupo a las
fuentes y a los luga- nes, que a menudo están alejados de las aldeas. Una mul¬titud de
ejemplos no vuelven a los negros ni más desconfiados ni más cuidadosos; los moros emplean
siempre las mismas artimañas y siempre tienen éxito. Esos tipos de caza los abas-tecen de
muchos más niños y mujeres que de hombres. Cuan¬do les llevan sus capturas a los
traficantes, esos pobres niños que han sido transportados a la grupa al pelo, están cubiertos de
llagas profundas, extenuados de hambre y de agotamien¬to, y entregados a los temores más
crueles. Los europeos esco¬gen a los más bonitos y a los más alertas para hacer de ellos sus
empleados domésticos. Hay pocos blancos que no tengan una de esas niñas, que se convierten
con frecuencia más tar¬de en grandes señoras" (según el viaje de Lamiral, 1779-1789).

La incursión exige tropas poco numerosas y un armamen¬to relativamente sumario respecto


de la guerra, como ya veremos. Los fusiles, demasiado ruidosos para practicar los raptos de
mujeres y niños en campo raso a espaldas de los aldeanos, no son indispensables. En cambio,
son necesarios medios de transporte rápidos (caballos, dro-medarios o piraguas), los cuales
permiten llevar a los cau-tivos fuera del alcance de eventuales persecuciones.

Según Daumas (1858: 246), los Twareg conocen diferen-tes tipos de incursiones cuyo objetivo
principal era la cap-tura: la khrofeta, expedición de rapiña practicada al anochecer, la terbige,
la kriana o la tehha que puede agru¬par hasta 500 o 600 caballos. Esas actividades parecen
haber tenido un rendimiento elevado si juzgamos por los efectivos de las capturas: Daumas
señala, sucesivamente, una caravana que llega a Timimoum "con 200 negros y negras" (ibid.:
71), un convoy de 400 esclavos (de los cua¬les 300 eran mujeres) y otro, el mismo día, de 1
500 per¬sonas (ibid.: 221). Bernus (inédito, "Seminario sobre la guerra", EHESS, 1975-1976) da
igualmente cuenta de un rico vocabulario tamasheq para designar no solamente dife¬rentes
tipos de incursiones, sino también para distinguir entre el saqueo de ganado o de esclavos y el
rapto de personas libres. La sorpresa es desde luego el elemento esencial del éxito, pero el uso
de la escritura no tenía quizá un efecto menos importante puesto que permitía a los Twareg de
Teneka agrupar a sus hombres durante el día (Olivier de Sardan, 1976: 66). El conocimiento del
desierto y el uso de animales rápidos, como el dromedario, tenían la ventaja de llevar las
incursiones hasta distancias consi¬derables de las bases de operación, sin riesgo de
repre¬salia.

En el Níger, los Kurtey, ellos mismos víctimas de las in-cursiones twareg, se convierten en
ladrones de hombres llevando a cabo con regularidad la captura de poblaciones ribereñas del
archipiélago de Tilaberi: "Hasta 15 pira¬guas podían subir al río. Pero esas incursiones no
tenían nada de épico: al no encontrar oposición en el río mismo, que remontaban de día, los
Kurtey ocultaban sus pira¬guas al llegar la noche, y luego remaban silenciosamente hasta que
descubrían tiendas de cultivadores a orillas del agua.... Los Kurtey rodeaban en silencio las
chozas, y luego maniataban a los infelices durmientes en sus pro¬pias esteras y se llevaban
todo en sus piraguas" (Olivier de Sardan, 1969: 32). Esas técnicas, que son las del bandi- dismo,
sitúan a la incursión en continuidad con éste por dos aspectos:

La incursión permite el libre reclutamiento de los par-ticipantes que deciden eventualmente


sobre la elección del jefe y las operaciones; asegura la apropiación del botín por parte de los
saqueadores que permanecen como los amos de la empresa y de sus resultados. Si una parte
del botín le corresponde por derecho al soberano del cual dependen los saqueadores, es en
tanto que libres posee¬dores de sus capturas que ellos pagan esta deuda y no en tanto que
dependientes actuando en provecho de un su¬perior. El botín que disfrutan no será el
producto de una "redistribución". Los soldadotes de Segu expresaban esto diciendo que el
botín hecho en la incursión era el "precio de su vida" y que les pertenecía exclusivamente.

Así pues, cuando la incursión se ejerce a partir de un estado, representa un freno a la


centralización del poder al favorecer la constitución y el mantenimiento de una clase guerrera
independiente, la cual dispone de los me¬dios para apropiarse de los recursos y las riquezas
que hacen de ellos los competidores del soberano. Ahora bien, éste debe recurrir a esta clase
para constituir los cuadros militares y civiles a través de los cuales se ejercen su pro¬tección y
su autoridad sobre el pueblo. En una relación de fuerzas como ésta, el poder del soberano no
se impone completamente sobre esta clase." Encontramos ejemplos de lo anterior en la
mayoría de las sociedades nómadas que llevan a cabo incursiones: el emir de las fracciones
moras estudiadas por P. Bonte (en "Seminario sobre la guerra", EHESS, 1975-1976) sólo ejerce
sobre los clanes que dependen de él una autoridad moral, pero sin los atribu¬tos de la
soberanía. El emir no tiene ningún control sobre las incursiones emprendidas por sus súbditos.
Sólo puede ejercer funciones de conciliación con el acuerdo de las partes.

Dos fuerzas políticas actúan pues bajo el efecto de la incursión. Una, centralizadora, en contra
de la camaradería, que favorece el surgimiento de un "rey", quien ejerce la representación del
poder de la banda sobre las poblacio-

24 Según E. Terray, por el contrario, la incursión sólo habría podido ejercerse al abrigo de un
estado muy capaz militarmente de servir de refugio a los saqueadores (1982: 390). Yo pienso
que esta tesis sólo se verifica cuando la incursión se ejerce en contra de poblaciones
inmediatamente vecinas, lo cual es el caso efec¬tivamente a partir de los estados fuertes.
Señalemos, en todo caso, que la incursión no podría originar esos estados, como Te¬rray
supone (pp. 385-386), si es que deben preexistir para ser¬virle de base de repliegue.

nes sometidas a fuerza de ser saqueadas; la otra actúa contra ese mismo poder al dejar a los
guerreros saquea-dores los medios de su independencia, sus recursos y sus armas. La
afirmación de la guerra a expensas de la in-cursión como modo de acaparamiento de esclavos
es tam-bién la del rey sobre sus camaradas.

CAPÍTULO SEGUNDO

EL GRAN TRABAJO DE LOS REYES


1. "NUESTRO AZADÓN ES NUESTRO FUSIL"

Asimilando conflicto y violencia, existe una tesis inspira¬da en el determinismo etológico


según la cual la guerra no sería más que el producto de un "instinto de agresi¬vidad" de origen
animal. Esta tesis, que los historiadores modernos nunca presentan explícitamente ni aplican
um¬versalmente al conjunto de los conflictos, está presente implícitamente desde el
momento en que se abstienen de analizar sus circunstancias históricas y sociopolíticas. Al dejar
de exponerse sus instancias, parece admitirse que la guerrá procedería de las pulsiones
primarias y no de cir¬cunstancias históricas y culturales. En regresión absoluta respecto de
Clausewitz, quien veía en la guerra no un desbordamiento de instintos sino un instrumento de
la política de las naciones y de afirmación del poder, esta tesis confunde la violencia en general
con la organización premeditada de la fuerza y se ciega así en cuanto a las funciones que
cumple esta última. Hacer la guerra supone en efecto el establecimiento de un aparato que
parece ha¬ber tenido siempre un gran peso sobre la economía de las diversas sociedades
militares, por lo tanto algo com¬pletamente diferente de un simple reflejo espontáneo de
agresividad individual realizado bajo el efecto de una emo¬ción. No hay nada en común entre
el picotazo de un ganso que se siente amenazado y la puesta en campaña de un ejército que
durante meses o años ha sido preciso pre-parar, organizar, proveer de mandos, mantener,
alimen¬tar, etcétera.

Paralelamente a esta tesis, existe una ideología que tien¬de a presentar la agresividad, por
asimilación pues a la guerra, como la expresión suprema del valor masculino (virilidad) y la
fuente de toda jerarquía. Traté de mostrar en otra parte (1975 c, 1979 é) cómo la guerra de
rapto, en las sociedades donde no funciona el intercambio ordena¬do de las esposas, hacía de
los hombres los agentes efec¬tivos de la reproducción social y cómo esta función llega a
eclipsar políticamente la procreación natural por parte de las mujeres; cómo el hombre, en
desventaja por lo que hace a la procreación, valoriza su función de reproductor social y la
impone aun poniendo su vida en peligro. Cómo, siendo una amenaza para la mujer en tanto
que raptor, se concierte en su protector en contra de sí mismo. Cómo finalmente, en el marco
esclavista, se impone, mediante la guerra o la incursión, como el proveedor de todas las
riquezas, incluso la de seres humanos. Así las cosas, todo conflicto armado debe ser la ocasión
de reafirmar la su¬perioridad del hombre capaz, por su "valor", de conquis¬tar, de acumular,
de proteger y de reproducir la sociedad. En la medida en que, independientemente de otros
propó¬sitos más inmediatos, la guerra conserva la misma fun¬ción ideológica de afirmación de
la dominación masculina, se le atribuye, sea cual fuere su objeto, una justificación
"honorable"; no se desencadena sin un pretexto que va¬loriza al guerrero y se convierte en la
causa oficial del conflicto: el honor que defender, la sumisión política de los vecinos, el rival
que vencer, el impudente que casti¬gar, pretextos éstos que podemos encontrar para
cualquier guerra. A partir de ellos se alientan los comportamientos asociados a la guerra al
punto de presentar la agresividad, a la vez, como inherente a la naturaleza humana y como la
expresión de la virtud masculina.

En el contexto histórico de la trata, los traficantes y los soberanos proveedores de esclavos


tenían un interés mo¬ral en adherirse a la tesis, ya antigua por cierto, de la guerra como
"fenómeno natural". Ya que, como preten¬dían, gracias a la trata, ios prisioneros destinados a
mo¬rir salvaban su vida (Snelgrave, 1734: 169). Era emitir la hipótesis de que esas guerras se
habrían llevado a cabo de todas maneras, independientemente de la existencia de la trata, o
incluso de una esclavitud interna. Ahora bien, a pesar de que hayan tenido lugar conflictos
armados de todo tipo antes de la trata, el surgimiento de ésta no pue¬de ser ignorado como
causa de guerras. La captura repre¬sentaba no solamente una motivación económica
podero¬sa, sino también, para esos estados constituidos alrededor de ella, la condición de su
existencia y de su perpetua¬ción. Las guerras libradas con otros pretextos se reducían la
mayoría de las veces a esas preocupaciones y se salda¬ban realmente, en la práctica, por la
captura.

La idea de que la guerra de los estados esclavistas es una empresa desinteresada o


estrictamente política existe no obstante entre los historiadores contemporáneos. Se¬gún
Person (1968), por ejemplo, los objetivos estratégicos y políticos de Samori prevalecían sobre
el deseo de ob¬tener esclavos. Curtin (1975: 123) duda que las guerras de los reinos tratantes
hayan sido libradas con la inten¬ción deliberada de practicar la captura.

Es también la opinión de Terray (1980: 30) quien ge-neraliza el caso de los Abron (1975: 121-
122). Reconoce sin embargo que los cautivos constituían el botín más importante de las
guerras y que el soberano abron recibía la mayor parte de él; pero otras causas se hallarían en
el origen de la mayoría de ellas: subyugamiento de pueblos vecinos, rebelión contra la tutela
de su poderoso rival Ashanti, etc. Las únicas excepciones serían las expedicio¬nes militares
lanzadas contra el Djimini, el Gyamala y el Tagwana después del desastre de 1818. "Se trataba
en¬tonces de repoblar el reino devastado" (p. 122).

Documentos sobre los Ashanti (Rattray, 1929: 218) muestran por su parte que la captura
importaba más que la conquista territorial. Le Hérissé (1911: 246-247) refie¬re que las guerras
del Dahomey sólo se saldaban por ga¬nancias territoriales cuando "la extensión del reino era
posible sin soluciones de continuidad", y Bradbury (1957: 75) dice que en el Benin "el
propósito principal de la guerra parece haber sido la captura de esclavos más que la conquista
de territorios". No olvidemos en efecto que la extensión de la soberanía sobre nuevas
poblaciones los transformaba, de cautivos potenciales, en súbditos y ter¬minaba pues por lo
mismo con los beneficios de las gue¬rras. Si se trataba de conquistas, éstas deberían haberse
extendido más bien hacia los territorios amenazadores que hacia las reservas de caza. Sin
embargo, la frecuencia de las incursiones tiende a colocar a los pueblos saqueados en la órbita
del reino.

Es verdad que los estados esclavistas libraban guerras para asegurar un acceso al mar, aplastar
una rebelión, proteger sus cotos o alejar a un competidor, pero esas empresas eran inducidas
por la política de trata y for¬maban parte del conjunto de acciones a llevar a cabo para crear o
mantener las condiciones de la captura y la comercialización de los cautivos. Esas guerras
estratégi¬cas no eran periódicas sino coyunturales. Se hacían con cierto fausto que no tenían
las guerras cíclicas (cuyo pro¬pósito era la captura) a las cuales se sumaban.

Para la realeza bamum cuya economía estaba fundada en una esclavitud de subsistencia, "los
objetivos parecían constantes: hacer prisioneros para explotar las tierras del reino" (Tardits,
1980: 192). Bajo el reinado de uno de esos reyes, sólo hubo incursiones de captura y no
con¬quistas territoriales (ibid.: 177). En el Dahomey, para Le Hérissé (1911: 246), "muchas
guerras no fueron más que cacerías de esclavos" y para Skertchly (1874: 447): "Las guerras
sólo son expediciones para capturar a los esclavos o cacerías de cabezas [...]. Cada hombre,
mujer y niño es capturado en lo posible. Y no se mata a ninguno salvo para defenderse, ya que
el objetivo es la captura y no la matanza." De igual forma, los soldados del Kayor (ac¬tual
Senegal) "perdonan a sus enemigos con la intención de hacer un mayor número de esclavos"
(en Walckenaer, 1842, 4: 131-132). De Marchais (en Labat, 1730) precisa que "toda la atención
del vencedor está puesta en hacer un gran número de prisioneros" (en Walckenaer, 1842, 10:
60).

Bademba, el amo de Sikasso, contemporáneo de Samo- ri, sólo emprendía guerras para "el
enriquecimiento en esclavos y en mujeres" (Kouroubari, 1959: 547). En el an¬tiguo reino del
Kongo, numerosas guerras, escribe G. Ba- landier (1965: 110 5.), tienen causas económicas:
"incur¬siones de bienes y de jóvenes destinados a la deportación por los negreros o a la
esclavitud doméstica". La alianza que observa Mollien (1818/1967: 155) entre los estados del
Bundu, del Fuuta Tooro y del Fuuta Jallo "para ex¬tinguir la idolatría" permitió emprender
"una guerra san¬ta", la cual "más que cualquier otra cosa proveyó la can¬tidad innumerable
de esclavos que los traficantes negros venden a los Moros". Dunbar (1977: 160) sostiene que
las rivalidades políticas en el Damagaram eran un "pretex¬to" para la captura. En cuanto a las
guerras de Aboh, aunque ocultaban según Nwachukwu-Ogedengbe (1977: 139)
"consideraciones diplomáticas y económicas subya¬centes", se hacían más frecuentes y más
intensas por la "insaciable demanda de esclavos".

Una gran cantidad de otras declaraciones o testimonios del mismo orden demuestran que las
capturas practicadas por los estados militares esclavistas no eran el subpro¬ducto de guerras
libradas por otras causas: eran el ob¬jetivo primario de la construcción y la utilización del
aparato militar, a pesar de que éste podía emplearse en todo tipo de conflictos. Algunas cifras
manifiestan la intención de esas guerras. En el Damagaram, una sola campaña en el Kano en
1897 produce "siete mil esclavos" (Dunbar, 1977: 160). Manson, rey de Segu, hizo en un solo
día en el Kaarta, 900 prisioneros (Mungo Park, 1960: 22). Bajo el mando de Gezo (Dahomey),
una campaña ejecu¬tada prácticamente bajo pedido de un barco negrero an¬clado en Whyda
produce 4 000 esclavos (Herskovits, 1938, i: 324). Los Nupe del Sudán hacen 2 000 cautivos
atacan¬do a una sola aldea (Nadel, 1942: 113), etc. No todas las guerras eran tan jugosas, lo
cual sólo provocaba la mul¬tiplicación de los esfuerzos militares.

Las guerras de captura y las guerras políticas no son del mismo orden y no se desarrollan de
igual manera. La captura exige una táctica, un armamento, una organiza¬ción específica, en
particular cuando se trata de atrapar hombres y mujeres vivos. ¿Se podía conciliar esta
estra¬tegia con las exigencias de una "victoria" militar (y po¬lítica) que habría impuesto
suprimir físicamente la resis¬tencia del enemigo a cualquier precio? De hecho, lo poco que
sabemos sobre la manera como eran libradas esas guerras según sus objetivos deja suponer lo
contrario. Se¬gún Dalzel (1793), cuando el rey Adahoonzan II del Daho- mey (1774-1786)
emprendía guerras vengadoras (o po¬líticas) contra sus rivales, no hacía cuarteles ni esclavos,
matando a todos, hombres, mujeres y niños. Existían, en¬tre los Árabes nómadas, guerras de
venganza consagradas a acabar con los vencidos fuera cual fuere su edad o su sexo. Esas
guerras llevaban un nombre distinto, tehha, que las diferenciaba claramente de aquellas
mediante las cuales se hacían cautivos (Daumas, 1858: 246).
Si todas las guerras hubiesen sido sólo políticas, no hu-biesen dejado más que un magro botín,
incapaz de abas¬tecer la demanda de esclavos del mercado. En cambio, el carácter anual y
cíclico de las guerras de captura, su puesta en práctica en periodos fijos son sin duda el
in¬dicio de su carácter funcional. Se emprenden como quien cultiva su campo: "Nuestro
azadón es nuestro fusil" di¬cen los Jawara del Kingi. No es posible considerar esas guerras
periódicas como provocadas por incidentes. Su meta es capturar expresa y sistemáticamente.

A este respecto, la demanda ejercida por las socieda¬des esclavistas y mercantiles es


determinante. Si las so-ciedades aristocráticas hubiesen tenido necesidad de es-clavos sólo
para su propio uso, en el marco de su eco¬nomía prestataria, el número de los mismos se
hubiese limitado por lo tanto en función de los efectivos de la población libre, y a falta de una
salida exterior, según va¬riaciones probablemente irregulares: la renovación puede hacerse
mediante capturas ocasionales o por incremento genésico y los excedentes serían sacrificados.
Si esas so¬ciedades aristocráticas son solicitadas para abastecer a las sociedades esclavistas
mercantiles, esta demanda repercute de manera reductora sobre la demanda interna: se
pre¬cisan más lacayos para hacer la guerra, más esclavos para alimentar a los primeros, más
cautivos para ser cambia¬dos por bienes militares. El incremento de las capturas provoca a su
vez fricciones con otras sociedades cap- toras y competidoras, en consecuencia un
reforzamiento militar y económico que exige más capturas todavía. A cierto punto de inversión
guerrera, la mecánica se pone en marcha. Las sociedades militares se ven obligadas a vender
cada vez más cautivos para mantener su potencial militar, por ende sus estructuras guerreras y
políticas. El efecto de la oferta y la demanda se da vuelta: son las sociedades captoras las que
solicitan el mercado para dar salida a sus capturas. De ahí la apariencia de guerras li-bradas por
sí mismas y sin fines lucrativos. Sin embargo, aunque no haya este efecto recíproco de la oferta
de los captores y la demanda de los esclavistas comerciantes, la dinámica de la sociedad
captora está ampliamente indu¬cida por la solicitud procedente de las sociedades
mer¬cantiles, pues en éstas es donde opera la tendencia inhe¬rente al incremento de la
demanda de esclavos. Además de la extensión continua del mercado en superficie (más
sociedades caen en la órbita del mercado de esclavos), cada economía esclavista tiende a
aumentar su producción mercantil. Para que persista la ventaja de la esclavitud sobre la
servidumbre, en efecto, es preciso que el abaste¬cimiento del mercado sea suficientemente
abundante para que la reproducción mercantil de los esclavos prevalezca en todo momento
sobre su crecimiento económico y de¬mográfico: lo cual sólo es posible si la sociedad
mercantil mantiene permanentemente una demanda que incite a las sociedades captoras a la
guerra y las lleve al punto en que el aprovisionamiento de esclavos devenga su razón de ser
(véase tercera parte, cap. v).

Pero esta regularidad era también un asunto difícil para los estados captores de esclavos. La
guerra exigía una in-fraestructura y recursos permanentes. Aunque las captu¬ras hayan debido
cubrir esos costos y aunque la clase dominante se haya beneficiado, ese beneficio provenía
tam¬bién de la explotación hecha a la población que proveía hombres y vituallas para esas
empresas. Lá repetición de las guerras de captura, su amplitud, los apremios con los que
abruman al pueblo desencadenan un proceso por el cual los esclavos no serán solamente las
víctimas sino también los instrumentos.

2. LOS LACAYOS
A diferencia de la incursión, que sólo interesa a una frac¬ción de guerreros de carrera, la
guerra compromete al conjunto de la sociedad civil. Moviliza directa o indirec¬tamente a la
población entera, la toman a su cargo las instancias políticas más altas, es "asunto de estado"
(Te- rray, 1975: 121).

En los estados proveedores de esclavos, la captura co¬bra una importancia decisiva y la guerra
se convierte, más que la incursión, en el medio indispensable de abas¬tecimiento de
mercancía humana. La guerra se impone tanto más a los captores de esclavos cuanto que la
de¬manda atlántica tiene menos por objeto a las mujeres y a los adolescentes que a los
hombres adultos hacia los cuales la incursión y la emboscada están mal adaptadas. Para
atrapar hombres en número suficiente, no basta con acechar en los campos y en los pozos. Los
hombres están armados y protegen a las mujeres en el trabajo. Su cap¬tura exige desarmarlos,
por lo tanto vencer una resisten¬cia. Libra una ofensiva de carácter más radical y más global
que levanta contra ella al conjunto de la población agredida. Es preciso, para llegar a los
hombres, embestir hasta el centro del sistema social. Este ataque más rudo exige más
efectivos, por ende una movilización más grande de los medios ofensivos del agresor.

Cuando baja la demanda de esclavos masculinos con la expiración de la trata atlántica, la


incursión no se con¬vertirá por ello en el medio principal para la captura de mujeres. La
demanda creciente de esclavas en el mercado africano inducida por la coyuntura creada por la
trata, el establecimiento de estados para los cuales la captura si¬gue siendo su condición de
existencia, acentuarán por el contrario las guerras cuyo rendimiento disminuido, redu¬cido
sobre todo a los cautivos, deberá compensarse con una frecuencia y una intensidad
acrecentadas.

La lejanía es, junto con la resistencia de las poblacio¬nes, una circunstancia que favorece a la
guerra más que a la incursión. Hemos visto cómo, por efecto de la fuga de poblaciones,
combinada con el avasallamiento de las que quedan en la órbita de los reinos, los ejércitos
deben desplazarse a distancias crecientes a medida que la ma¬teria social se aleja, se
desvanece o se metamorfosea en súbditos. Por añadidura, al multiplicarse los estados
mi¬litares, éstos se hacen competencia: es menester combatir a los rivales y poder movilizar
contra ellos fuerzas com¬parables. Para esos estados, la guerra se vuelve el "gran trabajo de
los reyes" (Tardits, 1980: 191, a propósito de los Bamum). Haciendo eco a los Jawara del Kingi,
dedi¬cados a esas guerras de captura, los guerreros del Daho- mey proclaman: "Nuestros
padres no cultivaron con aza¬dones sino con fusiles. Los reyes del Dahomey sólo cul¬tivaban la
guerra" (Le Hérissé, 1911). "La Ashanti es una nación de guerreros", repite su rey Osei Bonsu,
para quien "los hombres se engendran en el campo de batalla" (Te- rray, 1982: 388).

De igual forma en que la guerra compromete al con¬junto de la sociedad, el reclutamiento, a


fin de satisfacer la demanda de efectivos, se extiende al conjunto de la población civil y no ya
únicamente a los guerreros espe¬cializados. Compuesto de combatientes no regulares, pero
numerosos, el ejército exige pues una provisión de man¬dos, una intendencia y una ideología
capaz de sustituir como estímulo a un botín más mediocre puesto que se reparte entre un
número mayor. La existencia de un ejér¬cito en el seno del cual se establece así una jerarquía
que dispone de una organización y de armas, manipuladora de valores presentados como
esenciales para la existencia de la sociedad, pone en tela de juicio a la vez las relaciones
políticas del ejército con el poder civil, de la clase do¬minante con el pueblo y finalmente de
los esclavos, pro¬ductos de esas guerras, con la corte.

Puesto que la guerra de captura es a la vez militar y esclavista, así como el instrumento
primordial para la reproducción del estado y de la clase dominante, trans¬porta los conflictos
de clase al seno de la sociedad libre, entre el pueblo y la aristocracia, entre casas rivales en el
seno de la aristocracia; mientras que, mediante la expío- tación de esas divisiones introducidas
por su existencia en tanto que clase, los esclavos tienden a sustraer al so¬berano del poder de
los grandes para someterlo al de ellos.

Para vencer la resistencia de las poblaciones saqueadas y de los estados competidores —y


superar también las distancias—, era preciso pues engrosar el ejército y hacer participar en la
guerra lo esencial de las fuerzas del es¬tado. Los efectivos de los ejércitos de los estados
caza¬dores de esclavos cobran en efecto proporciones consi¬derables. Hemos señalado a los
de los imperios medie¬vales que abastecían la trata maghrebina (primera parte, cap. i). Se
reportan cifras comparables en lo que con¬cierne a los estados que abastecen la trata
atlántica. A principios del siglo xix, Robertson (1819) calcula 40 000 hombres para el ejército
ashanti (A670) y Bowdich (1819: 317) más de 200 000: "Todos los varones en estado de llevar
armas están obligados a equiparse y entrar en el ejército cuando hay guerra nacional". Se
trata sin duda de una movilización general. El rey de Benin puede reunir un ejército de 20 000
hombres en un solo día (Dapper, A616, en Walckenaer, 1842, 11: 59-61). "Con un poco más de
tiempo pone a 100 000 en campaña" (ibid.). En el Daho- mey, Snelgrave (1734: 77) comprueba
que el ejército se divide en "una tropa regular de aproximadamente 3 000 hombres" seguida
de una multitud de por lo menos 10 000 hombres encargados del "equipaje, de las provisiones
y de las cabezas [de los enemigos muertos]".

Según Elwert (1973: 37) "cada aldea [dahomeyana] de¬bía entregar un número preciso de
jóvenes" para la gue¬rra, durante uno o varios meses continuos. Esos reclutas debían llevar sus
vituallas. Recibían, en principio, armas y municiones, pero como la pérdida de un fusil era
cas¬tigada con la muerte, llevaban también, cuando podían, sus propias armas. El reino de
Juida (Whyda) podía "sin muchos gastos, poner en campaña un ejército de 200 000 hombres"
(A577, en Walckenaer, 10: 353-359), pero apa¬rentemente bastante mal provistos de mandos.

Si la importancia de los efectivos está llamada a cons¬tituir un peso sobre el desenlace de las
empresas milita¬res, su composición social plantea problemas de implica¬ción lejana. Ese
reclutamiento ampliado incorpora en el ejército a campesinos sin práctica militar. Exige, a
re¬sultas de esto, una organización capaz de dirigir a esas tropas sobre el terreno ya sea para
tareas auxiliares, ya sea eventualmente para ponerlas a pelear. Esta organiza¬ción exige una
disciplina y una provisión de cuadros. Así es como se explica la división en dos fracciones del
ejér¬cito dahomeyano señalada por Snelgrave: un cuerpo de soldados regulares, por una
parte; milicias reclutadas en el pueblo, por la otra. Entre los Wolof, por igual, "cada lamane
(vasallo del rey), según Geoffroy de Villeneuve (1814), mantiene a su servicio un cierto número
de sol¬dados que él provee de armas y caballos. Varios perma¬necen cerca de él y son
alimentados entonces a expensas del amo, los otros se quedan en sus aldeas y están
obli¬gados a desplazarse a la primera requisición. La fideli¬dad de esos soldados convierte a
menudo a los lamanes en otros tantos tiranuelos que oprimen al pueblo". Aquí se encuentran
resumidas las características y los efectos principales de ese doble reclutamiento sobre el cual
vol-veremos.

En el ejército ashanti, los mandos, según Bowdich (1819: 298), permiten ejercer en los campos
de batalla una dis-ciplina sin piedad. Los jefes del ejército siguen de cerca, con sus tropas de
élite, a los combatientes reclutados, "los fuerzan espada en mano a marchar e inmolan a todos
los que intentan fugarse". Ahora bien, las "élites" del ejército ashanti estaban compuestas de
soldados esclavos, captu-rados de niños y formados para esta tarea (Reindorf, 1895: 132). Una
disciplina del mismo orden habría impe¬rado en el ejército del Benin, donde, según Dapper (en
Walckenaer, 1842, 12: 59-61), nadie se atreve a dejar su puesto bajo pena de muerte. La
organización del ejército de Dahomey, descrita por Snelgrave (1719: 77 s), prevé que en las
compañías —cada una con su estandarte y sus oficiales— cada soldado del ejército real forme
a un jo¬ven, mantenido a expensas del público, con el fin de en¬durecerlo para la guerra
desde edad temprana. Encontra¬mos una división semejante en el ejército de Samori, el cual
comprendía, según Binger (1892, i: 100-104), solda¬dos permanentes, los sofá; sus oficiales,
los keletigi, en¬cargados de reclutar en cada región "todo aquel que pue¬de valerse y posee
un fusil"; entre estos últimos, los ku- rusitigi ("portadores de pantalones"), guerreros adultos,
casados y soldados temporales.

En las sociedades aristocráticas, los mandos militares están normalmente compuestos de


nobles o guerreros por vocación que han conquistado un lugar en la clase do-minante, o de
jefes locales cuyo papel es el de reclutar sus milicias, a veces el de acompañarlas sobre el
terreno. Pero en la medida en que el ejército se desarrolla, el nú¬cleo permanente se
compone cada vez más de jefes reclu- tados entre los cautivos de guerra, a su vez comandados
por esclavos más antiguos. Los sofá de Samori son jóve¬nes esclavos confiados desde su
captura a los guerreros regulares del ejército, a su vez de origen semejante (Bin¬ger, i: 100-
104). Reindorf (1895: 119) dice sobre el rey de los Asante que los reclutas de su ejército son
"tanto cautivos de una guerra reciente como sus propios súbdi- tos [... ] comprados como
esclavos". Estos últimos se quedan en su aldea pero los otros debían permanecer en la ciudad
de su capitán, el cual, por su parte, residía en la capital (E48). La guardia del palacio real
bamum se compone de varias centenas de cautivos de una etnia vecina (Tardits, 1980).

Entre los Nupe del Sudán, la infantería, armada de fu¬siles, y la caballería estaban compuestas
de esclavos y de mercenarios. Los esclavos que servían en la caballería eran hijos de esclavos
calificados y cada casa noble cons¬tituía un cuerpo semejante (Nadel, 1942: 109). El rey
uti¬lizaba esos esclavos como fuerza de policía para mantener el orden en los mercados y en la
calle (ibid.: 91, 99). Lo- yer (1660-1715, en Roussier, 1935) señala que los esclavos de Issinie
conformaban el grueso del ejército y cada ge¬neral poseía de 500 a 600 esclavos armados.
Entre los Yoruba, no había otro ejército permanente que el com¬puesto de esclavos
mantenidos por sus jefes (Johnson, en Forde, 1951: 23-24). El caso bamum es particularmente
interesante y bien documentado (Tardits, 1980). En los primeros años de su existencia (¿siglos
xvn y XVIII?), se¬gún Tardits, el reino libra guerras de expansión en las

cuales participa el conjunto de la población. Son conquis-tadas tierras, pero a expensas de las
poblaciones loca¬les. La densidad de población disminuye a tal punto que,* en una segunda
fase, bajo el rey Mbuambua (182?-184?), la guerra se emprende no ya para conquistar tierras,
sino para capturar hombres. La demanda de fuerza de trabajo es a partir de ese momento
continua y la dinámica de la reproducción esclavista se impone de la misma manera que en los
reinos proveedores de la trata. A diferencia de éstos, sin embargo, la sociedad esclavista
bamum se abastece a sí misma y para sí misma de esclavos, sin intermediarios. Bajo el efecto
de la esclavitud, Tardits (ibid.: 57) observa una transformación de la sociedad. El número de los
servidores del palacio crece considerable-mente (ibid.); al mismo tiempo, los cautivos
retenidos en palacio como guardianes o utilizados en las expediciones comienzan a contarse
por centenas. Pero es también bajo ese reinado que aumenta el tributo pagado por las pobla-
ciones: "En la época de Nsara (predecesor de Mbuam¬bua) se daba poco, muy poco, pero
cuando Mbuambua se convirtió en rey y venció a varias tribus, entonces se dio mucho" (ibid.-.
779). La esclavitud introducía una car¬ga complementaria para el pueblo al mismo tiempo que
se le utilizaba contra él como medio represivo para ha¬cerle soportar esta carga.

En muchos otros casos, este fenómeno es perceptible. Los esclavos vinculados al palacio y a las
diferentes frac-ciones de la clase dominante en general son utilizados por esta clase como
instrumentos de dominación y de opre¬sión contra las clases populares libres. "El ejército
asante mantenía también la paz y el orden del estado asante contra las amenazas del interior.
El estado intervenía directamente cuando se veía enfrentado a inquietudes so¬ciales por parte
de los órdenes inferiores. Los esclavos del ejército asante constituían una 'legión extranjera'
ideal para reprimir los desórdenes sociales." (N. Klein, inédi¬to: 67). Elwert (1973: 40 5.)
informa que el ejército del

Dahomey era utilizado para obligar a pagar el tributo, en bienes y también en personas.

En el Sonxai, el fenómeno está muy claramente seña¬lado por el autor de una crónica de la
época: "La pobla¬ción, bajo el reinado del Kharedjite Sonni-Ali, era por entero llamada al
servicio de las armas y fue en lo suce¬sivo dividida en dos categorías: el ejército y el pueblo"
(Tarikh es-Soudan, ed. 1964: 118). Olivier de Sardan ve en esta transformación una etapa
importante de la histo¬ria del Sonxai (1975: 127). Esta separación de la sociedad libre en dos
clases bajo el efecto de la esclavitud y por la presencia de los esclavos no se realiza en todos
los casos específicos, pero representa una tendencia tanto más interesante cuanto que echa
alguna luz sobre la naturaleza del estado, del poder y de las relaciones de clases en las
socidades dedicadas a la captura de esclavos.

El reclutamiento preferencial de esclavos en el ejército regular se explica por razones que


tienen todas como cau¬sa profunda la naturaleza social del esclavo, su extranei- dad, su
estado de extranjero en la ciudad. Estado que encuentra su origen, recordémoslo, en el modo
de produc¬ción esclavista, el cual prohibe al esclavo reproducirse en el seno del sistema social.

Al convertirse la empresa de captura mediante la gue¬rra en más lejana, más brutal, y al


suscitar mayor resis¬tencia, se vuelve menos gratificante para los que partici¬pan en ella y en
particular para los reclutas campesinos. Si el botín se reparte relativamente bien entre los
parti¬cipantes en una incursión, esto no es así cuando se trata de los combatientes en una
guerra. Las capturas no aumen¬tan proporcionalmente con los efectivos de los ejércitos. El
examen de las modalidades de reparto practicadas en los ejércitos no permite sacar en
conclusión una posibilidad de enriquecimiento para la infantería en su mayoría. El reparto
favorece primero al rey, luego a los oficiales, a los aristócratas y a las tropas regulares. Según
Dapper, el rey de Benin sólo admitía a su general en el reparto. Sa- mori se reservaba todos los
jóvenes y la mitad de los cautivos. La otra mitad correspondía a los jefes y a los guerreros que
realizaron las capturas (Binger, 1892, i: 100 5.). En la mayoría de los demás casos, el rey se
reser¬vaba la totalidad de los esclavos y los distribuía según su parecer. Desde luego que la
perspectiva de la ganancia existía todavía a veces, pero debían establecerse otros estimulantes
para incitar a los hombres a partir y pelear.

La ideología es así puesta a contribución para compen¬sar la baja o la falta de incitación


material y para supe¬rar los temores de heridas o de muerte más probables que en la
incursión. En las sociedades ciánicas de la sa¬bana, como en Segu, los brujos son los agentes
de esta presión ideológica (Bazin, 1980: 23). "La ética heroica es constantemente manipulada
por los narradores profesio¬nales al servicio de la corte con el fin de incitar a los guerreros a
cambiar su miserable vida por un nombre glorioso." Se troca la gloria por la muerte, la fama
por la existencia. La vergüenza, la valentía frente a la muerte animan a las tropas tanto como el
temor de la captura presentada como muerte social y tara indeleble.

Entre los Bamana o los Soninke, durante largas veladas de armas, los combatientes
estimulados por los cantos heroicos de los brujos y por los alientos de las mujeres se
comprometen a realizar sorprendentes proezas o a pe¬recer (misión 1965). Los Árabes
nómadas llevaban, en caso de guerra declarada (no para una incursión), a las mu¬jeres más
bellas de la tribu al campo de batalla para animar o abuchear a sus hombres según la fortuna
del combate (Daumas, 1858: 324 s.). Esta explotación de la ideología está vinculada a la
movilización general de la po¬blación que realiza la guerra, a diferencia de la incursión.

Pero en los estados más extensos y menos homogéneos, cuando la movilización alcanza las
capas más campesinas y las menos comprometidas, a la ideología a veces burda se agregan
formas más brutales de disciplina, como las que mencionamos respecto del ejército ashanti:
un cuerpo de mandos de soldados esclavos, de origen extranjero, hace avanzar a los reclutas
campesinos, les da latigazos o los mata si retroceden. La asignación de tropas alógenas para
estos mandos se prefiere al empleo de ciudadanos, más aptos a fraternizar con los soldados de
infantería.

Si el pueblo, a través de la guerra, sufre más la presión del poder al ser arrastrado a los
combates, la sufre tam¬bién en el plano económico. En la generalidad de los casos, los
guardias esclavos, los cuerpos armados serviles son alimentados por sus amos. Son armados
por ellos y pro-vistos, llegado el caso, de caballos, a diferencia de las milicias cuyos hombres
deben traer su armamento. Du-rante las campañas, los primeros reciben raciones, mien-tras
que ios reclutas son invitados a proveerse de sus vituallas.

Esos ejércitos, que mantienen los poderosos y particu-larmente el rey, agregan su consumo al
de las clases aris-tocráticas y comerciales que se desarrollan con la guerra y la trata. La
demanda de subsistencias es más fuerte. Al mismo tiempo, la urbanización creciente hace a las
ciu-dades dependientes de la producción agrícola campesina. Los riesgos de la guerra, la cual
refluye a veces hasta las tierras del reino, disminuyen más las capacidades pro-ductivas de la
agricultura. La percepción del tributo que golpea al campesinado, libre por añadidura, tenderá
a agravarse y deberá hacerse por medio de una coacción creciente. Los ejemplos del Bamum,
del Nupe, del Daho- mey, del Asante o del Kayor muestran que los cuerpos armados
compuestos de esclavos son los encargados de las tareas de represión "en la calle y en los
mercados". Así, ya sea en la nación o en el ejército, los esclavos son tanto más eficazmente
utilizables como cuerpos represi¬vos en contra del pueblo, cuanto que son extranjeros y no
ciudadanos; no tienen allí ni el arraigo parental ni las afinidades susceptibles de moderar su
acción.

El lacayo abre así la vía a una reestructuración de la sociedad libre al proporcionar a los
aristócratas esclavis¬tas los medios para ejercer coacción y represión sobre el campesinado
libre. Al transformarse la relación de cla¬se de amo a esclavo en una relación ancilar, militar y
ad-ministrativa, transporta la explotación en el seno de la sociedad libre y hace que la relación
de clase pase a tra¬vés de aquélla.

Pero veremos también que la explotación de los campe¬sinos libres no sustituye


necesariamente a la de los es¬clavos —aunque esta situación se pueda concebir— y que,
generalmente, una y otra coexisten, ya que la explo¬tación esclavista es rara vez el modo
exclusivo de pro¬ducción.

Pero antes de discutir sobre la naturaleza de las rela-ciones de clase en la esclavitud


aristocrática, es preciso mencionar el modo de reproducción interno de esos cuer¬pos
militares. No solamente el reclutamiento, el mante-nimiento, el armamento sino también la
renovación de esos cuerpos de esclavos estaban sometidos al control de la corte. Los hombres
que pertenecían a ellos sólo re¬cibían compañeras por parte del rey. Éste conservaba un
derecho sobre la descendencia o sobre la primogenitura de esas mujeres; los varones estaban
destinados a entrar a su vez en los mismos cuerpos y las muchachas destina¬das a ser sus
compañeras. Ese modo de renovación estaba en uso en la corte de los naaba mosi, por
ejemplo, donde lo asimilaban al matrimonio pogsyure (Delobsom, 1933: 164; Izard, 1975:
291).

Algunos de esos cuerpos de lacayos, como en los reinos de Senegambia (Sin Salum, Walo,
Jolof), no estaban ne-cesariamente compuestos por esclavos sino por niños do-nados por sus
padres al soberano. Al parecer, el rey les aplicaba las mismas reglas de reproducción. Así pues,
el rey-amo, al conceder el privilegio a sus lacayos de tener una o varias compañeras, concitaba
su lealtad, y sólo de¬pende de quienes dependen de él en todo. Él hace nacer y renacer a esos
hombres de armas todos los días al aho¬rrarles la muerte (Izard, 1975). Como un padre, los
ali¬menta, los aparea y, aunque a diferencia de un hijo el esclavo no obtiene nunca la
paternidad de su descenden¬cia, el amo se impone como el sustituto del antepasado, abuelo y
padre absoluto. Al hablar de los ceddo (lacayos) del damel del Kayor (Senegal actual), V.
Monteil escri¬be: "Eran la única fracción de la población en la cual el

rey (el Damel) podía confiar plenamente" (1967: 269).

De hecho, esos esclavos, que desde el origen no "rena¬cen" en la sociedad de recepción más
que como huérfanos, sólo dan vida a otros huérfanos.

La no paternidad del esclavo procede, ya lo vimos, de su empleo económico. En ese nivel, es


una medida prác¬tica de explotación tomada en su contra la que permite economizar el costo
de producción del productor. Colo¬cado por ese hecho al margen de las relaciones sociales,
adquiere ipso jacto la calidad de no-pariente que lo hace apto para empleos políticos y no
productivos. Una vez introducido en esos empleos, su posición económica se transforma. En
vez de mantener al amo, es mantenido materialmente por éste. El costo de su reproducción
ge¬nésica no se plantea ya en términos de beneficio sino de oportunidad. La facultad para el
esclavo de vivir con una mujer, de reconstruir a su alrededor una célula de apa¬riencia familiar
y de asimilarse formalmente al hombre libre, es un privilegio (revocable) que distingue a este
es¬clavo de los demás y lo une de manera más fuerte al amo. Pero esclavo no obstante e
incapaz de hacer fun¬cionar esta célula como órgano susceptible de construirle una familia y
un patrimonio, desposeído por su estado de todo lo que produce genésica o materialmente,
no tiene sobre esta descendencia, aun si ésta cohabita con él —lo cual no es necesariamente el
caso—, incluso si la alimenta —con lo que le llega del amo— ningún derecho de paternidad. El
esclavo de armas permanece estéril so- cialmente. Por su parte, la descendencia de esos
hombres y esas mujeres esclavas no puede recibir nada de sus genitores. Por el contrario, esos
niños están desposeídos de sus padres como lo estarán ellos mismos de sus hi¬jos; no se crea
ningún vínculo intergeneracional.

El nacimiento, a diferencia del efecto social que tiene sobre el hombre libre, no contribuye a la
emancipación del lacayo. Ni su propio nacimiento, puesto que ocurre fuera del espacio libre, ni
el de su descendencia eventual sobre la cual no adquiere la capacidad de ejercer su au¬toridad
que contribuiría a amenguar su dependencia con respecto a aquel del cual depende. En esos
cuerpos ar¬mados sometidos a ese modo de reproducción esclavista, el nacimiento es
desviado a costa de cada esclavo en pro¬vecho del cuerpo al cual pertenece. Esta
reproducción no se realiza para permitir el desarrollo de las familias sino para reconstruir de
modo permanente un cuerpo social cuyos miembros no tienen entre ellos relaciones que no
sean decididas por su soberano-amo. Dicho modo de re¬producción puede convertirse en un
peligro para el rey en la medida en que, a falta de un control rígido en cuan¬to a la asignación
de mujeres, podrían constituirse fami¬lias de hecho, susceptibles de adquirir un poder
fundado en sus funciones militares. Para prevenir ese peligro, su jefe, si no el propio soberano,
no es generalmente uno de ellos. Pertenecerá más bien a otra categoría de servi¬dores en la
cual se recluían los titulares de las funciones de ejecución.

La división que introduce el uso de lacayos en la clase libre, entre aristócratas y campesinos,
penetra hasta el seno de la propia aristocracia.

En el reino de Segu, desde el reinado de Biton, primer soberano y, originalmente, primum inter
pares, se cons¬tituyó una guardia de lacayos (so fa). Habría contado con 3 000 hombres.
Confiada a Ngolo, éste se servirá de ella como instrumento de usurpación y la aumentará bajo
su reinado hasta 12 000 hombres (Monteil, 1924: 50, 70). Cuando toma el poder en 1750,
Ngolo rechaza la posición de sus predecesores: se niega a prestar juramento a los ídolos, "lo
cual sólo es forzoso para los esclavos". El reinado de los ton-jon, de los camaradas, había
termi¬nado, el de los reyes (mansa) comenzaba.

La guerra le había permitido al soberano el reclutamien¬to directo de numerosos jóvenes


cautivos colocados bajo el mando de jefes, ellos mismos de origen esclavo, pero que no debían
obediencia a otro que a su amo (Tautain, 1884: 349). A diferencia de los "camaradas", esos
nuevos reclutas no gozaban del privilegio de convertirse en pares de sus raptores. Su condición
de esclavos es tal que los somete en lo sucesivo a un amo y no ya a una asociación. Los ton-
jon, para preservar su posición, no la extendieron a esos nuevos reclutas, dejando así
constituirse un cuerpo social y militar distinto y concurrente. Entre los ton-jon y los sofá se
puede barruntar un conflicto latente. Ch. Monteil nos dice que los segundos eran empleados
para hacer que los primeros volvieran a la razón. Los ton-jon habrían resistido mejor si
hubieran logrado constituirse en un ejército permanente. Pero, en ocasión de una gran
confrontación que tuvo lugar entre el rey Dakoro, uno de los hijos de Biton, y sus ton-jon, y
que se saldó por la derrota de éstos, Dakoro exigió de ellos y de sus hombres que continuaran
cultivando la tierra (Ch. Monteil, 1924: 55, 302). Por este medio el rey trataba de evitar la
cons¬titución contra él de una aristocracia militar desvinculada de los apremios del trabajo
agrícola y tanto más temible cuanto que recurría siempre a la incursión como medio autónomo
de existencia.

Ch. Monteil (1924) comprueba el resultado de este uso de los esclavos militares en el reino
bamana vecino del Kaarta: "El cuerpo de los sofá es. . . particularmente poderoso y, mediante
él, el fama contrarresta fácilmente los intentos de insubordinación de que dan muestras en
ocasiones los jefes ton-dyon", sus camaradas de armas y pares en su origen.

Los cuerpos armados serviles no han sido del todo la única prerrogativa real. Los jefes militares
podían tam¬bién emplear a sus cautivos como lacayos y servirse de ellos tanto para la guerra
como para la represión. Ins¬trumentos de la afirmación de una aristocracia guerrera como
clase dominante no solamente respecto de los escla¬vos sino también respecto del pueblo en
su conjunto, con¬formaban también las tropas utilizadas en las luchas in¬testinas que oponían
a los poderosos del reino entre ellos o contra el rey. Era el arma de un poder de clase que
dividía dos veces a la sociedad de los hombres libres, entre aristócratas y campesinos y entre
casas militares.

LA CORTE DIVINA

El poder real no se establece nunca sin aliados ni com-promisos, y los que han contribuido a su
advenimiento desean detentar una parte de él. Cuando la realeza resul¬ta, como es el caso a
menudo, de una conquista, de la do-minación sobre un grupo extranjero, se establece una
alian-za entre los ocupantes y una o varias familias reconocidas localmente como dueñas del
suelo. Por otra parte, el con-quistador otorga a sus compañeros privilegios, dominios,
prerrogativas. Acoge eventualmente a otras familias que se unirán a la colectividad. Se
conviene en que las deci¬siones importantes serán tomadas mediante consulta. La institución
de un consejo alrededor del soberano se en-cuentra, en un momento de su historia, en todos
los reinos africanos. Está compuesto en primer lugar de re-presentantes de las grandes
familias nobles, a veces de las que ocuparon el país antes de la conquista, o llegadas y
aceptadas posteriormente. En Walo, el brak (rey) esta¬ba asistido por delegados de tres
grandes matriclanes del reino. En el Kayor y en el Baol, como en muchas otras sociedades
dinásticas, el rey era elegido, entre los preten¬dientes pertenecientes a la o las familias
elegibles, por los hombres eminentes de otras familias nobles. Podía tam¬bién ser depuesto
por ellas (cf. Gamble, 1957: 56). En el Sin y en el Salum, el bur debía ser de origen aristócrata
pero era escogido por personajes de alto rango de la corte. Procedimientos análogos se
aplicaban en el Oyó, en el Dahomey y en los otros reinos vecinos, así como en los estados del
Africa austral, como en el Kongo y en el Monomotapa por ejemplo. Sin embargo, según
Bowdich, en Ashanti, el consejo real intervenía más en los asuntos externos que en los
internos, mientras que en numerosos casos vemos participar en las decisiones del consejo a
oficiales de alto rango que no pertenecen a la aristocra¬cia sino que son esclavos o eunucos.
En el seno de esos consejos, el poder va a disputarse, en efecto, entre el rey, los aristócratas y
los oficiales de la corte.

1. EL DIOS SITIADO

El absolutismo real es a la vez el producto y la reacción del rey a la invasión del poder por los
grandes. Éste se vuelve particularmente amenazador cuando la muerte del rey o la de uno de
sus allegados puede ser decidida por el consejo real, como es el caso en numerosos reinos, por
ejemplo en Oyó, en el Monomotapa, o en el Kongo, etcé¬tera.

En Oyó, según las descripciones de Morton-Williams (1967), los notables de la aristocracia


ejercían la parte de poder que les otorga la constitución. Entre las grandes familias, sin duda
competidoras en un momento de su historia, el poder parece relativamente equilibrado. El rey
sólo puede en principio gobernar con la asistencia de un consejo compuesto por seis
representantes de esas fami¬lias que pueden, si consideran al soberano no apto para
proseguir su reinado, condenarlo al suicidio. Podemos preguntarnos, cuando es así, sobre la
identidad de los verdaderos detentadores del poder. ¿Quién, los que deciden sobre la muerte
del rey o éste, que la sufre, es el más poderoso? ¿Hay algo que revele más la debilidad de un
individuo que el ser entregado arbitrariamente a la muer¬te? Cuando los notables de Oyó
condenan al rey a suici¬darse, ¿el poder está del lado del rey? Ahora bien, en muchos reinos,
con el absolutismo creciente del consejo nobiliario, un rey podía ser condenado a muerte por
todo tipo de pretextos, la mayoría de los cuales escapaban com¬pletamente a sus
responsabilidades. Podía ser condenado, desde luego, porque el reino había sufrido reveses
mili¬tares, lo cual, si acaso, podía serle directa o indirectamen¬te imputado, pero más a
menudo todavía, en caso de sequía prolongada, o porque estaba enfermo o simple-mente —
como en el Monomotapa— porque había perdido un incisivo. Esos pretextos eran tan
numerosos y tan fú¬tiles que entregaban al rey a las decisiones más arbitra¬rias del consejo.

Para llevar al rey a tal impotencia, el consejo nobilia¬rio disponía de varios medios, casi los
mismos en todos lados. El más importante era el derecho del consejo a intervenir en el
momento crítico de la sucesión. Es alre¬dedor de esta prerrogativa y de ese momento crucial
que se construye y se extiende su poder.

Cuanto más difíciles son esas sucesiones, más apelan al arbitraje del consejo nobiliario. Cuanto
más frecuen¬tes son las mismas, más a menudo permiten su interven¬ción. El interés de las
familias aristocráticas rivales del linaje real, que no ejercen directamente el poder, radica en
multiplicarlas y en complicarlas. La multigenia del rey es otro medio de debilitar a la casa real.
El homenaje que pretenden otorgar las familias nobles al soberano al ofrecerle sus hijas en
matrimonio, la incitación a la po¬ligamia real con esposas libres o esclavas, al multiplicar a los
pretendientes, confunde los criterios de sucesión y retira su capacidad discriminatoria a la
herencia dinásti¬ca. La paternidad del rey se diluye, y con ella la desig¬nación hereditaria. El
criterio de primogenitura entre los hijos, numerosos, de nacimientos cercanos o simultáneos,
se complica con los relativos al rango de la esposa, a la posición de la madre, de la hermana,
etc. Todas las elec¬ciones son discutibles. Bajo el pretexto de asegurar que el pretendiente
designado por el rey posea las cualidades requeridas para gobernar, el consejo de nobles
puede, en¬tre candidatos muy numerosos, favorecer a aquel de su preferencia, investirlo, por
intermedio del adivino, con los estigmas del poder, intrigar anticipadamente con él para
convertirlo en su instrumento y precipitar la suce¬sión mediante tramas determinadas. La
división de los miembros del consejo en la elaboración de esas intrigas puede darle al rey
alguna posibilidad de intervención sin que éste necesariamente disponga de armas más
pode¬rosas que las de sus rivales. Pues cuanto más numerosos sean los "herederos", más
encarnizadas y sangrientas son las luchas. Ya sea uno designado por el consejo o por el rey,
atrae el odio de sus hermanos y se debilita en segui¬da. La familia real se disloca en vez de
unirse, en cada sucesión. El rey sólo encuentra enemigos entre su paren¬tela, listos a aliarse
con sus rivales de las demás fami¬lias. Si, para detener esas luchas, la costumbre prevé el
asesinato de todos los impetrantes con excepción de aquel designado por el rey, la posición de
este último no se refuerza pese a esa elección y por este rigor aparente, ya que esos asesinatos
familiares, que son la negación mis¬ma del parentesco, contribuyen a aislar aún más al
so¬berano de su propio medio. La dinastía no es más que nominal: disuelta la familia real, el
rey se entrega solo a los que rigen la sucesión.

Esta debilidad dinástica podría ser explotada por to¬das las personas poderosas susceptibles
de oponerse al rey, como por ejemplo el cabecere Francisco de Souza, en el Dahomey, que
fomentó un golpe de estado contra el rey Adandozan (1818). "En cuanto a encontrar un agos-
souvi (soberano) que aceptase remplazar a Adandozan, Francisco no tenía más enredo que el
de la elección. Los príncipes eran numerosos y el sueño de cada uno era reinar antes de morir"
(Sy, 1965: 211). Si el sucesor de¬signado por el consejo parece ser en todos los casos el
escogido por el rey (Argyle, 1966), es porque éste sale al encuentro de los rechazos del
consejo. Sy recuerda (ibid.: 205) cómo Agonilo eliminó de la sucesión a uno de sus hijos, que él
sabía que el consejo debía eliminar, con el pretexto de que los dedos de sus pies se
superponían (se¬gún Dunglas).

A tal punto la divinización del rey acaba por alejarlo de los asuntos temporales, confinándolo
en la ilusión de ser todopoderoso. J. Hopkins (1978, cap. v) propone in-teresantes reflexiones
sobre la divinización de los em-peradores romanos. Ésta aseguraba, en su opinión, la
perennidad del poder más allá de la persona del empe¬rador, reconciliaba el orden moral y
temporal, daba por su universalismo vocación "católica" al imperio y con-solidaba a la nación
en su diversidad. Como para cual¬quier monarquía de derecho divino, esas explicaciones me
parecen justas. Pero la divinización es también, como lo comprueba el mismo Hopkins pero
con menos vigor, un arma que actúa contra la autoridad real. Agrava el aisla-miento del rey al
formalizar al extremo todo contacto con sus súbditos, incluso entre los más eminentes, con los
embajadores extranjeros y todos los que, a pesar de su posición, son menos que un dios. Sólo
ve a aquellos que cuidan su divinidad y lo confinan en ella para sustituirlo en el ejercicio del
poder temporal. La divinización arroja al rey al ejercicio de un poder ritual sin relación con la
realidad. Sobre todo, lo somete a los fallos de su círculo inmediato, que adquiere derecho de
vida y de muerte sobre él, tan pronto se haya oportunamente descubierto que su imagen
terrestre no coincide con la que se le atri¬buye a Dios.
Los ritos que se le infligen al rey divino tienen como efecto desocializarlo invirtiendo las
relaciones parentales: debe eliminar, exiliar o matar a sus hermanos rivales. En Oyó, mata a su
madre, a la que sustituye por una madre ficticia reclutada en el seno de la corte. Debe a veces
des¬posar a su hermana, lo cual lo priva de las relaciones de afinidad. En Monomotapa,
algunos de esos ritos eran ab¬yectos, como el que obligaba al rey a copular con un co¬codrilo
hembra en el momento de la entronización, ya que se consideraba que su divinidad lo protegía
(quizá) de esta deshumanización. Finalmente la muerte ritual, como la de sus esposas y
familiares, terminaba por someter su di¬vinidad al verdadero poder, el de su círculo, que
tomaba esta decisión.

La etiqueta que se le impone, destinada a realzar su ma-jestad espiritual, revela su impotencia


temporal y su de-pendencia. No puede salir del palacio, a veces no puede ser visto; debe
dirigirse al pueblo a través de un portavoz —lo cual es desde luego frecuente en África pero
que se agrega aquí a las demás restricciones. Cuando se le autori¬za a aparecer en público,
está abrumado por galas fastuo¬sas, recargado de regalía de tal manera que sus
desplaza¬mientos, sus gestos, exigen asistencia. Si se le autoriza a

es el de Hopkins, pero resume, creo yo, su pensamiento por cierto muy rico.

afirmar su "omnipotencia", es de la manera más irrisoria: el rey de Uganda podía lanzar un


venablo por encima de los muros de su palacio y matar al azar: el acto de omnipo¬tencia
estaba privado de intención, por lo tanto, de alcan¬ce político, y si contribuía a impresionar al
pueblo, no tenía más que un contenido simbólico.

La divinización del "rey-padre" está en la lógica del de-sarrollo del poder de una clase
aristocrática y dinástica. Ella diluye a la familia real pero refuerza como contra¬parte la
ideología política del parentesco al permitirle san¬cionar las relaciones de clase y al
neutralizarlas al mismo tiempo en una filiación ficticia: justifica la dominación del rey y de los
que lo dominan sobre todos los hijos de Dios. El rey puede servir de emblema a las ambiciones
sociales y políticas de la clase aristocrática en su conjun¬to y a sus veleidades de conquista.
Ideología que la clase aristocrática podía promover sin peligro para ella puesto que la
omnipotencia divina de un mortal sólo puede im¬pregnarse de su impotencia temporal.

Cuando la "lógica" de la religión se ejerce sobre su dios (vale decir cuando lo irracional se
aplica a sí mismo), Dios se convierte en la creación de sus criaturas. Para conser¬var su
potencia sobrenatural, el rey acepta los edictos de los adivinos, de los sacerdotes, de los
consejeros que se dedican a fijarlo en la inmovilidad fuera del tiempo de los espíritus puros o a
liberarlo a cada paso de su filón carnal. Es la suerte de los dioses, invenciones de los hom¬bres,
la de ser mantenidos en existencia sólo si, domes¬ticados, son los instrumentos obedientes de
sus sacerdotes.

Se ha buscado el origen de la realeza divina en la religión o en la superstición de los pueblos.


Según Frazer, serían los individuos dotados del poder de actuar sobre la na¬turaleza los que
habrían sido escogidos como reyes ma¬gos y taumaturgos en un primer momento de la
historia de los hombres, luego convertidos en reyes divinos cuan¬do hubieren sido
identificados de una manera ambigua, a la vez con la naturaleza y con su pueblo.
Esta argumentación que no hace más que retomar los razonamientos de los sacerdotes-
ideólogos de esas pobla-ciones, es una reconstrucción imaginaria de la historia. Lo que se
observa generalmente no es el advenimiento de una dinastía de taumaturgos, sino un proceso
de sa- cralización de los reyes en la medida en que la realeza se prolonga y se debilita en sus
contradicciones. Mientras que los primeros soberanos se imponen la mayoría de las veces por
la guerra, por su autoridad personal, sus haza–as o su capacidad para resolver ciertas crisis a
las que se encuentran enfrentadas las poblaciones, mientras que esos primeros reyes dan
forma al poder que ejercen, son sus sucesores más o menos lejanos los que se encuentran
atra¬pados en las redes y en los fallos de lo sobrenatural. El rey no impone su divinidad a su
entorno, es este último quien lo cubre con ella. No es la manifestación del abso¬lutismo del
rey, sino de su debilitamiento absoluto. La sacralización del rey sobreviene cuando la realeza
está ya disminuida por las disputas de sucesión, la familia real en vías de disolución, la dinastía
comprometida. El ais¬lamiento que sufre el soberano en cada sucesión lo hace receptivo a la
sugestión de que él es único, mientras que su dependencia creciente de los que lo han hecho y
la pér¬dida efectiva de su poder temporal lo invitan a trascender su impotencia aquí abajo por
la omnipotencia del dios solitario. Ahora bien, para elevarlo de su estado de rey al de dios
basta con llevar hasta sus extremos las virtudes que legitiman sus funciones utilizando los
recursos ideo¬lógicos que ofrecen la historia y la cultura.

Las características de la realeza divina, desde enton¬ces, no se explican ya por la sola


referencia a sí mismas sino por las transformaciones y las contradicciones lógi¬cas que sufre la
ideología en ese proceso. En las socieda¬des antroponómicas, la sacralización del soberano
parece proceder directamente de dos fuentes. Una proviene de la noción patriarcal tomada
prestada a la ideología del parentesco doméstico; la otra del resurgimiento de las funciones
sacerdotales confiadas en algunas sociedades de linaje a personajes "sagrados".

"El rey —decía Aristóteles (Política, i: 1259)— es a sus súbditos como un jefe de familia a sus
hijos." Esta ana¬logía, general en los sistemas reales, conduce, de hecho, a una práctica que se
sitúa a la inversa de las relaciones padre-hijos observadas en las sociedades domésticas, como
lo veremos en la parte dedicada a la economía de guerra.

En el plano político, conduce a una justificación de la divinización. Por su función trascendida


de padre, la an- cestralidad del rey es llevada más allá de la de todos los otros padres o
decanos del reino. Para poder ser el padre de sus hijos, su antepasado debe ser también el de
sus antepasados. La genealogía del rey tiende a provenir de un pasado cada vez más remoto.
Cuanto más crece la masa de los súbditos, más retrocede el antepasado en el tiem¬po. En un
extremo, al haber alcanzado la eternidad, el antepasado se convierte en dios, el rey es su
"hijo" en¬carnado y la humanidad entera, sus hijos. La pretensión del poder real al
universalismo es el corolario de la eter¬nidad de su detentador. Éstas son las dos dimensiones
lógicas del absolutismo imperial.

El rey divino evoca por otra parte a esos personajes sa-cerdotales agobiados de prohibiciones,
que encontramos en algunas sociedades domésticas, que están a cargo de la comunidad y
cuya función es la de concentrar sobre ellos la mala suerte. Para permanecer cercanos a las
fuer¬zas sobrenaturales, deben obedecer a numerosas obliga¬ciones: están confinados en su
corte, no deben ni comer ni dormir en público, no deben casarse ni tener relaciones sexuales.
Frecuentarlos es peligroso salvo para algunos, como los niños impúberes o las mujeres
menopáusicas. Para los ideólogos de los reinos, era cómodo reconvertir esas funciones en una
pose divina e infligírsela a reyes ya medio petrificados e incapaces de rechazar esta otra
ima¬gen de la realeza pese a la incongruencia de ejercer su propio sacerdocio.

La divinización es el canal hacia ese sacerdocio. Ser dios es estar cerca de Dios, es someterse a
un compor¬tamiento que lo distingue de la gente común. Es aceptar sus ritos, sus obligaciones
y sus prohibiciones. El rey debe, en ese marco ideológico, aprender a ser divino, por ende a
someterse a aquellos que, al haberlo colocado en esta posición, pretenden ejercer esta
enseñanza. Ser divino es aceptar la responsabilidad de dominar las manifestacio¬nes
sobrenaturales sobre las cuales sólo un ser de por sí sobrenatural puede ejercer su dominio: la
lluvia, las ca-lamidades, la suerte de las armas. La fortuna del rey sólo se escribe ya en el
destino de la nación.

Es preciso aún subrayar en ese proceso de debilitamien¬to del poder divinizado la adivinación,
como medio eficaz de influir o incluso dominar al poder.

El adivino es el apéndice constante de los consejos reales. Es él quien consagra al heredero al


trono al des¬cubrir los estigmas que lo habilitan. Él dice si el rey posee el carisma que
trasciende la suerte y garantiza la legiti¬midad.

Desde luego, frente a la gente común, el adivino puede remitirse a la interpretación de los
signos que le son pro-porcionados por el azar según un código convencional. Los oráculos se
inscriben en ese nivel social en el campo de las probabilidades. Pero, en el nivel de la política
de los poderosos, en el corazón mismo de las intrigas que hacen y deshacen el poder, la
adivinación adquiere un al¬cance tal que no puede, en los casos críticos, sino refle¬jar las
decisiones ya tomadas o las maquinaciones exito¬sas para investirlas de las marcas
irrefragables del desti¬no. Porque el adivino de la corte sólo tiene la presciencia de sí mismo y
de aquellos con los cuales entra en con¬tacto. Sus adivinaciones son entonces bien oportunas.

Por la adivinación, la facultad de decidir en última ins-tancia está desvinculada de la de


gobernar. Si el rey fuera el propio adivino, su poder sería considerable; pero, des¬provisto de
las capacidades de decidir, u obligado a so¬meter sus decisiones más graves a la ratificación
adivi¬natoria, es impotente. La adivinación, con la que se le imponen las directrices al rey,
convierte pues a éste en ciego de su propia naturaleza divina, sordo a los mensajes del más
allá, que no puede oír sino por intermedio de su prelado. Contribuye, pues, no solamente a
desposeer al soberano de sus atributos reales, sino también de los do¬nes que debía haberle
concedido su divinidad.

Esos reyes divinizados, aislados, petrificados, ensorde¬cidos y en definitiva condenados en más


o menos corto término, son las máscaras y los oblatos del verdadero po¬der que se ejerce con
disimulo por su brillo facticio.

Morir, incluso para un dios, ser ejecutado, sobre todo, ¿es tan fácilmente aceptado?

Se dice que un rey del Monomotapa, que en otros tiem¬pos habría consentido, se negó a
suicidarse por haber perdido un diente, como su consejo pretendía que hicie¬ra, y no obstante
reinó mucho tiempo todavía. Los tiem¬pos habían cambiado. El rey había logrado liberarse de
la opresión. Si éste rehusó morir por algo tan fútil, a pesar del ejemplo de su padre, ¿podemos
creer que los demás se plieguen sin angustia?

Por añadidura, el rey no moría solo, generalmente. Sus esposas muy a menudo eran
condenadas con él, así como sus más cercanos y fieles servidores: no se debía perdo¬nar a
ninguno de los que habrían sido capaces de acumu¬lar un saber de esencia real, no se debía
abandonar al nuevo soberano a una corte conocedora del ejercicio del gobierno. A pesar de
que se les atribuya a todas esas víc¬timas aceptar su suerte por la felicidad de servir a su amo
bienamado hasta el más allá, les era sin duda igual¬mente desagradable.

El rey, sus servidores y sus esposas, esclavos y eunucos, estaban pues atados en ese terrible
destino. Atados y por lo tanto aliados. Para los esclavos del palacio, proteger de la muerte al
rey divino era también protegerse a sí mis¬mos. Su lealtad al soberano se convierte en
garantía de la vida de éste y de la propia. El esclavo de la corte era alentado a atajar el
absolutismo aristocrático de los con¬sejos nobiliarios. Para ello, las funciones ancilares de los
oficiales esclavos del palacio van a ser transformadas en poder de decisión. Una forma nueva
de gobierno va a instaurarse, cuya composición, reclutamiento y perpetua¬ción serán regidos
por las reglas que impone el estado de esclavo.

2. LOS ESCLAVOS DE CONFIANZA

La esclavitud de corte parece ser universalmente practi¬cada en las sociedades aristocráticas


esclavistas. A veces en proporciones que causan estupefacción: sabemos que setecientos
eunucos pertenecientes al askia del Sonxai es-tán sin cesar a su lado para tenderle "la manga
de su vestido para que escupa dentro" (TEF: 208). Pero no to¬dos tenían funciones tan fútiles y
prestigiosas. El askia utilizaba también a eunucos como jefes de guerra (TEF: 129). Veremos
que en el Dahomey las mujeres esclavas, a veces por millares, eran absorbidas "en los vientres
es¬paciosos de diversos palacios reales" (Skertchly, 1874) para ocupar allí prácticamente todas
las funciones con¬cebibles, desde las más humildes y las más domésticas, hasta la guerra, el
espionaje, la administración, la pro¬creación y el placer. Se empleaba también a hombres en
funciones de confianza y de mando, entre las más altas (Manning, 1975: 90). El damel (rey) del
Kayor empleaba esclavos como jefes de guerra, gobernadores de provin¬cias, colectores de
impuestos, etc. Estos esclavos dirigían a los hombres libres y ellos mismos gozaban de bienes,
esclavos, ganado, tierras. Inalienables en la práctica, os¬tentaban títulos y ocupaban las
funciones de verdaderos dignatarios del reino (Arch. OM: K18, 10). "Ponían y qui¬taban reyes"
(V. Monteil, 1967: 269). Samory había colo¬cado al lado de cada jefe de aldea a uno de sus
esclavos "que denominan dougoukounasigi; éste da órdenes al jefe de aldea y representa de
hecho al Almany" (Binger, 1983: 33-34). Nadel comprueba el gran abanico de funciones que les
dan en la corte nupe, desde los esclavos que realizan las tareas más materiales hasta los
eunucos del harén, los guar¬daespaldas, la policía, los delegados provinciales, los men¬sajeros,
los colectores de impuestos, etc. Esos esclavos eran también detentadores de títulos
otorgados por el rey. Pero una vez nombrados, dice Nadel (1942: 106- 107), se convertían en
funcionarios del reino más que del soberano. Esta última observación contradice lo que
ob¬servan la mayoría de los autores. En ninguna otra parte parece que los esclavos hayan
adquirido, por el solo hecho de su nombramiento en un puesto de responsabilidad por parte
del rey, tal espíritu cívico.
Fisher y Fisher observan en efecto que "oficiales escla¬vos de todo tipo eran rasgos
recurrentes de los gobiernos africanos de tendencia centralizadora y a menudo despó¬tica"
(1970: 137). El nombramiento de los esclavos de corte es a menudo una prerrogativa del
soberano. Las funciones políticas, mal ejercidas por príncipes demasia¬do fútiles, pasan a
manos de servidores celosos. Dunbar (1977: 171) observa que en Damagaram, a fines del siglo
xix, los puestos desempeñados por miembros del linaje real pasan a manos de esclavos, como
el de comandante en jefe de los ejércitos o el de recaudador general de impuestos. Esta misma
evolución se encuentra entre los Kom del ex Camerún británico, estado esclavista y
pro¬veedor de esclavos, donde Chilver y Kaberry (1967: 148) perciben una distinción creciente
entre el Consejo de no¬tables del país, dirigidos por las reglas clásicas del paren¬tesco, y el
Consejo del rey reclutado entre "la gente del común", pero no hereditario. Becker y Martin
(1975: 294- 295) comprueban en el Kayor y en el B^iol la influencia preponderante adquirida
en la vida política por los "jefes cautivos" y por los tyedo (lacayos) al mismo tiempo que el
ocaso del papel de los laman, representantes de las familias del terruño.

Wilks (1967: 209) observa igualmente entre los Ashanti "... el ascenso de una burocracia
controlada, el eclipse de las viejas autoridades tradicionales, el crecimiento de or-ganizaciones
complejas de tropas de la casa (y de eunucos palaciegos...). El carácter creciente de la realeza
ashanti se reflejaba en el desarrollo absolutista del estado ashan¬ti." Esta burocracia que
remplaza el poder de los jefes amantoo, primas inter pares del rey (Wilks, 1967: 209), estaba
compuesta por individuos de origen servil. Aunque Wilks parece reticente a admitirlo, Rattray
(1923: 43-44), en el cual se basa sin embargo, así como otros testigos, mencionan el empleo de
esclavos tanto en la corte como en el ejército (véase también Terray, 1976: 312).

Randles se refiere a una evolución comparable en el siglo xvn, en el antiguo reino del Kongo
(1968: 62): "La autoridad personal del rey aumenta en la capital mientras que la del Consejo de
Estado y la de la casta dirigente va declinando. En 1632, la corte del rey está compuesta de
esclavos, pues no tiene ya confianza en los nobles ni en los consejeros, que sólo lo son de
nombre." Entre los an¬tiguos servidores reales del Mogho Naaba (Mosi), los es¬clavos parecen
igualmente haber ocupado una posición cada vez más importante a expensas de los linajes
nobles (Izard, 1975: 238). Ellos son los que rodean al rey mien¬tras que los "parientes
consanguíneos agnados del rey son sistemáticamente alejados. . ." (ibid.: 292). Además de las
funciones aparentemente neutras de las cuales los oficia¬les de la casa hacen, como en otras
partes, una anceocra- cia, son también jefes del ejército y encargados de la represión (Skinner,
1964).

En el Benin, los nobles que designan en principio al su-cesor del rey pierden su poder en
provecho de gente nom-brada por el rey con título no hereditario, los Eghaebho (Bradbury,
1967: 16): "En Maradi, la mayoría de los de-tentadores de títulos reales fueron separados
sistemática-mente de las responsabilidades administrativas, del poder judicial y económico y
de las fuentes de ingresos. Se convirtieron en dependientes de la generosidad de los ofi-ciales
principales [los cuales eran esclavos o eunucos], y de sus regalos [... ] Todos los príncipes
fueron coloca¬dos bajo la jurisdicción del eunuco Galadimas, siendo ob¬servada su conducta
de manera crítica con el fin de esco¬ger al sucesor más conveniente" (Smith, 1967: 108).
Comprobamos una evolución análoga en el reino de Por¬to Novo, donde el poder cae en
manos de un esclavo ti¬ránico (Akindele, Aguessy, 1953: 45), mientras que en Oyó el poderoso
Consejo de notables se encuentra debilitado cuando el principal de ellos, que dirige al ejército,
es rem¬plazado por un eunuco, el Otun Efa (Morton Williams, 1967: 41).

Así pues, en todos los casos citados, y podríamos en¬contrar otros, los esclavos de confianza
se hallan muy cercanos al rey para poner obstáculos a los representan¬tes de las familias
nobles.

3. LOS EUNUCOS

Entre los esclavos de la corte, los eunucos ocupan casi siempre una posición capital. Su
existencia está documen-tada dondequiera que funciona la esclavitud de corte. Des¬de luego,
los eunucos son a menudo objetos de prestigio (como en la corte del askiá) que algunos
soberanos prohi¬bían a sus súbditos poseer; eran preferidos, se dice, para la custodia de los
harim, pero ésa no es la razón principal por la cual esta variedad de esclavo era castrada. Las
mujeres de los harenes podían ser custodiadas por otras mujeres con mucho mayor seguridad
que por los castra¬dos, a los cuales la operación no les quitaba, al parecer, ni el deseo ni la
capacidad de fornicar. Había en efecto dos formas de emasculación, una llamada "a flor de
vien¬tre" (Deschamps, 1971: 19) por la cual se amputaba la totalidad de los órganos genitales,
la otra se limitaba a la abrasión de los testículos. Sólo la primera impedía la realización del
coito. Ahora bien, la emasculación era la mayoría de las veces del segundo tipo para evitar una
mortalidad ya harto elevada y costosa que afectaba del 75 al 90% de las jóvenes víctimas. Esta
mortalidad hacía aumentar el valor de los sobrevivientes, que costaban de cuatro a diez veces
más que el precio de un esclavo ordi¬nario de la misma edad (Cuoq, 1975: 68; Abitbol, 1979:
217)."

El gran número de eunucos sin embargo (pese a los costos y a la importancia dada a la
organización de su "condicionamiento") muestra que la demanda sobrepa-saba los meros
requerimientos de los harenes. Su empleo en la práctica es de un carácter mucho más político.

Wittvogel (en Hopkins, 1978: 188, n. 42) y Coser (1964) comprueban, en China, una
coincidencia entre el ascenso de los eunucos, bajo las dinastías T'ang y Ming, y los ataques de
los emperadores en contra del poder heredi¬tario de los nobles. Dunbar observa un fenómeno
seme¬jante en el Damagaram, en Africa, donde el empleo de éstos se introduce entre 1822 y
1846, bajo el reinado de Ibrahim, durante el cual son utilizados cada vez más en la corte: "a
fines de siglo, cinco de los oficiales superiores de la corte eran eunucos" (1977: 163). Durante
este pe¬riodo "hubo cambios críticos en la organización de la estructura militar y burocrática
del reino" a expensas de los aristócratas (Dunbar, 1977: 172). La característica del eunuco es
ciertamente la de no poder trasmitir nada he-reditariamente, ni la vida, ni bienes, ni título, ni
función. Al sustituir un aristócrata por un eunuco en el gobierno, el soberano se reservaba la
posibilidad de seguir siendo amo de las prerrogativas y de los bienes que le confiaba. Se¬guía
siendo el amo de su sucesión. Se aseguraba de que ningún linaje fuera susceptible de
apoderarse de un título y se ahorraba la dificultad de quitarle a un heredero pre-rrogativas
atribuidas a su persona. La otra ventaja era la de poder deshacerse en cualquier momento de
un in¬dividuo que seguía siendo esclavo y sobre el cual el amo conservaba, por lo tanto,
derecho de vida y de muerte.
Pero, en todo esto, el eunuco no es diferente del escla¬vo, privado por su parte también,
estatutariamente, de descendencia. ¿Por qué los esclavos de corte, que eran escogidos
precisamente por esa incapacidad parental, ha-brían dejado lugar a los eunucos?

Esos eunucos de los que el soberano se rodea para man¬tener a distancia a sus rivales políticos
se encuentran in¬vestidos de funciones tanto más altas cuanto que son em¬pleados para
cortar el paso a personajes más importantes.

Si el desplazamiento del poder hacia los esclavos se hace en un primer tiempo en detrimento
de las casas no¬bles reales, opera en seguida contra los propios miembros del linaje real. En la
medida en que las funciones confia¬das a los esclavos son más cercanas al poder y que los
esclavos sustituyen a aquellos parientes que habrían as¬pirado a él, la condición de los
familiares del rey debe ser cada vez más antinómica del parentesco. Si los esclavos de corte
son los instrumentos de lucha o de protección contra las familias rivales, los eunucos parecen
ser, entre ellos, los que permitirán mantener a distancia las amena¬zas más próximas de los
propios miembros de la familia reinante. La presencia de eunucos en la corte significaría pues
que el soberano se protege no solamente de los no¬bles de las casas rivales sino también de
sus propios pa¬rientes. Su presencia sería el indicio del aislamiento del soberano en el seno de
su propia casa, de la desconfianza que éste siente hacia sus propios "hermanos".

El eunuco, más que el esclavo ordinario, es el instru-mento del distanciamiento de los


miembros de la familia real. Que su uso se haya generalizado y que hayan sido colocados
también en posiciones que mantenían alejados a los nobles de las familias rivales, es evidente.
No siempre era posible, ni necesario, desempeñar el papel de quien amenaza al aristócrata o al
dinasta. Pero probablemente es más como antipríncipes que como antinobles que el eunuco
debe su aparición y sus funciones en el sistema dinástico. Así, el eunuco lleva hasta sus últimas
conse¬cuencias el carácter contraparental de la esclavitud y re¬vela su dialéctica. Por su
mutilación, el eunuco incorpora el estado social del esclavo que no está, por su parte, privado
de parentesco sino en derecho. Pero, desde el momento que el eunuco es estéril en su cuerpo,
no es ya tan indispensable que siga siendo esclavo, o incluso que lo haya sido. Su constitución
física lo dispensa de ello. Es así como en Roma son numerosos los eunucos imperiales
liberados, mientras que en la China imperial las familias pobres pero libres hacían castrar a sus
niños con la espe¬ranza de verlos hacer carrera en la corte. Si el esclavo agrícola es también
mantenido en la esterilidad social que exige el beneficio esclavista, los esclavos no productivos
tales como los lacayos o los esclavos de corte (de confian¬za) podían ser apareados. Sin
embargo esta licencia, que procede de su desvinculación de las actividades económi¬cas, los
hace peligrosos si se acercan a las actividades po¬líticas de la corte, puesto que ésta podría
darles un medio de constituir linajes dotados de cargos administrativos y de investir el poder a
través de una red de alianzas ma¬trimoniales.

Por su castración pues el esclavo de corte es remitido a su esencia. El eunuco es el esclavo por
excelencia, aquel en quien el estado físico conserva su estado legal, sea cual fuere su suerte
jurídica, incapaces en particular de cons¬tituir, como el esclavo de corte, una aristocracia
heredi¬taria o una dinastía usurpadora.

4. CORTESANAS BUENAS PARA TODO


La explotación de las mujeres que saben hacer de todo, tanto la cocina como la guerra, e
incluso niños, puede ser harto extendida y harto sutil. En el seno de un sistema dinástico
atormentado por las normas exacerbadas del parentesco, de la filiación, de las sucesiones,
ellas son ex¬plotables, según el parecer de los soberanos, ya sea como mujeres y agentes
activos, ya como esclavas y agentes neu¬trales, del parentesco. El uso extensivo de esclavas
corte¬sanas en todo tipo de capacidades lo ilustra el reino pre- colonial del Dahomey.

El Dahomey es en primer lugar un estado guerrero donde se desarrolla una clase dominante
militar, aristo¬crática, apoyada en un ejército poderoso. Esta clase se or¬ganiza alrededor de
una economía y de un poder escla¬vista de corte, que asegura a la vez su poderío militar y su
capacidad de dominación tanto sobre el pueblo daho- meyano como sobre los pueblos
víctimas de las capturas. Los instrumentos de esta dominación interna y externa son el
ejército, el palacio y las plantaciones. En esas tres instituciones, los cuadros y el trabajo están
asegurados esencialmente por esclavos, pero es en el palacio donde las mujeres desempeñan
un papel principal.

El palacio, sede del poder, está plagado de contradic¬ciones que se anudan y se resuelven
según el modelo evo¬cado arriba. Puesto que en este estadio del desarrollo aristocrático el
poder emerge de la sociedad doméstica y puesto que ese poder se aplica y domina a las
comunida¬des domésticas, tiende a asumir las apariencias del pa¬rentesco para apoyar su
dominación ideológica: el rey es el "padre" de sus súbditos; el pueblo le debe tributo al rey así
como los menores deben su trabajo al primogé¬nito; el país está gobernado por una familia
entre todas las familias, etcétera.

Pero el ejercicio del poder y la dominación de clase no se acompañan en la práctica con reglas
de la sociedad doméstica stricto sensu. La preservación del poder en un solo linaje
aristocrático reduce el parentesco social a un parentesco biológico: la sucesión colateral abre
allí dispu¬tas sangrientas mientras que la multigamia real diluye la primogenitura y la filiación
dentro de lo arbitrario de la elección. A la inversa de lo que se observa en las socie¬dades
domésticas, la pertenencia a una familia aristocrá¬tica o real crea rivalidad entre parientes y
no solidaridad. El hermano, el hijo más todavía que la esposa, se con¬vierten allí en enemigos
potenciales o activos. El rey, para protegerse de las ambiciones sucesorias, debe alejarlos, y en
consecuencia gobernar sin ellos e incluso contra ellos. Al rechazar la colegialidad familiar, está
obligado a ro¬dearse de consejeros dinásticamente neutrales, incapaces por su posición de
reivindicar el trono o de presentarse como herederos.

En un sistema de filiación virilineal, los esclavos (y entre ellos sobre todo los eunucos) pero
también las mu¬jeres presentan esa virtud de neutralidad dinástica y ofre¬cen esa seguridad a
la que aspira el soberano. Sin em¬bargo, rodeándose de contraparientes, el rey se expone a
otro peligro. Esos servidores del rey que le sirven de escu¬dos llegan a constituirse en barrera,
a aislarlo de su familia, de su clase y del pueblo. Detrás de la máscara de un rey cada vez más
paralizado por los ritos hieráticos impuestos por este entorno, el colegio anceocrático filtra la
información que le llega, escoge a los individuos con los cuales se entrevista y relega al
soberano a las funcio¬nes simbólicas y representativas. El ejercicio del poder se desliza hacia
ellos. El rey sólo logra recuperar espo¬rádicamente una parte de éste mediante el uso de la
ima¬gen real o de los instrumentos del control matrimonial que le son permitidos (cf. supra).
Esta anceocracia, de origen a menudo servil y también, como en la corte del Dahomey,
femenina, no puede reclutarse por sí misma según las vías del parentesco sin colocarse en esta
mis¬ma situación vulnerable de la cual saca provecho. Recluta pues por cooptación a otros
individuos socialmente neu¬trales como ellos, vale decir a otros esclavos y a otras mujeres. En
ese contexto, ser mujer y esclava es situarse dos veces al margen de las pretensiones
dinásticas. Esta doble incapacidad representa una doble virtud y explica la apariencia del poder
de las mujeres en la corte real del Dahomey. Algunas son allí las homologas de funcio¬narios
hombres colocados en diferentes regiones del reino, y controlan, desde el interior del palacio,
la administra¬ción del país (Bay, 1983). Pero esas mujeres que ejercen funciones
administrativas no son las representantes de otras mujeres, no deben su posición a alguna
emancipa¬ción en tanto que miembros de un sexo dominado. Incluso si aparecen como
emancipadas en tanto que esclavas, si¬guen estando enajenadas como mujeres.

Así pues, en las cortes, la demanda de esclavos en ge¬neral y de esclavas en particular, se


mantiene elevada. E. B. Bay muestra que esas mujeres de los "harenes", a menudo descritas
como destinadas al placer de los reyes, son susceptibles de desempeñar también, o quizá en
pri¬mer lugar, una función política. Al parecer, en la corte del Dahomey apenas hubo
actividades a las cuales las mu¬jeres no hayan sido asignadas. Desde las tareas domésti¬cas o
alimentarias, la cerámica, la costura, el espionaje, hasta la guerra. Desde luego, muchas
también eran las concubinas del rey y su función de procreación, además de la de
proporcionar placer, es indiscutible20 Pero se trata menos de asegurar la descendencia del
soberano que de dar vida a una "especie social" donde puedan reclutar- se tanto las reinas
"madres" de los soberanos como sus esposas y sus sucesores, y alrededor de los cuales se
cons¬tituye un parentesco ficticio que sólo obedecería a las leyes dominables de la cooptación,
con preferencia al na¬cimiento (cf. cap. vil, supra).

A la utilización de las mujeres del palacio como agentes del poder administrativo y político, se
agrega su empleo como instrumento matrimonial de control social. Es uno de los medios que
se confiere la corte para asegurarse la lealtad de los cuerpos sociales que sirven al poder
(lacayos y de confianza) y a quienes se les confían funciones de eje¬cución susceptibles de
volverse en contra de él. Los hare¬nes, los conventos donde son conservadas un número tan
grande de jovencitas —de las cuales muchas son cautivas— son las reservas de las cuales la
corte extrae a las esposas que destina a los hombres que la sirven y que no pueden, por su
posición, tener acceso a las mujeres libres. Es así como se establece respecto de la guardia
militar real, como lo hemos visto arriba, un sistema de asignación de mujeres y de su
descendencia, que se alimenta a sí mismo. Se con¬viene por ejemplo en que los primogénitos
y todos los niños frutos de esta unión corresponderán al soberano: si es un niño será educado
para integrarse a la guardia y asegurar la reproducción de ese cuerpo; si es una niña será
otorgada a uno de los miembros de esta guardia en las mismas condiciones (véase igualmente
Keim, 1983: 14).

Paralelamente a esta forma institucional de control de la perpetuación de un grupo social, el


soberano —o la corte— podía otorgar mujeres cautivas como recompensa o como retribución
a aquellos que le habían agradado. Así "Glélé hizo distribuir mujeres a la gente de Agouli que
había cons¬truido el palacio de Jegbe" (Glélé, 1974: 161).
Si la utilización de mujeres de corte es propia al sistema dahomeyano, el modo de asignación
de esposas y de su des-cendencia es comparable al que prevalece en las sociedades
domésticas bajo la égida del decano de la comunidad. Es verdaderamente en tanto que
"esposas" que las esclavas son explotadas aquí. A diferencia de la sociedad mercantil, se ejerce
en el nivel de la corte una política de reproducción que preserva las características de la
cautiva como mujer, pero como mujer enajenada. Fuera de esta función, es en tanto que
esclavas y no en tanto que mujeres, que rodean y protegen al rey, y en tanto que guerreras,
que se desfemi- nizan en amazonas.

5. "MOSQUITO DE REY ES REY"

El esclavo es el servidor ideal, el ministro casi perfecto, pues el esclavo es el hijo exclusivo del
hombre (viris). En las representaciones bamum, referidas por Tardits (Semi¬nario de 1975,
inédito), el esclavo palaciego es comparado a los excrementos del rey, como si el rey hubiera
dado a luz sin el concurso de una mujer. Él se lo apropia direc¬tamente sin la intercesión ni de
esposas ni de afines. El hombre, el guerrero sobre todo, que captura al extranjero, da a luz al
esclavo; adquiere gracias a esta institución el poder procreador de la mujer; con la única
diferencia de que el esclavo que él ha producido es suyo exclusiva¬mente. Del esclavo, que
depende exclusivamente de su amo, se espera pues una lealtad sin divisiones.

Así pues, las responsabilidades que confía el soberano al esclavo se duplican por una relación
característica: la confianza de uno hacia el otro y la lealtad del segundo hacia el primero. El
estado de esclavo alienta esta relación: "El amo encuentra en su cautivo a aquel a quien
otorgarle la mayor confianza, la que se le da a los que os deben todo" (Piault, 1975: 348). Un
dimajo (esclavo) obediente, según un dicho peul, "es más útil que un hermano ute¬rino
desobediente" (Labouret, 1955). Esta confianza era lo suficientemente grande para que en una
familia noble soninke se confíe a un esclavo las funciones de decano hasta la mayoría de edad
del heredero (Meillassoux, 1975c [1977]: 239). Es también un esclavo el que asegura el
inte¬rregno en el reino de Jara (Jawara, 1975: 27).

Una leyenda soninke refiere que Wakane Sako, uno de los cuatro poderosos del Wagadu
(siglos vi-xn), poseía un esclavo valeroso que era su compañero de combate. Se decía que él
mataba a noventa y nueve enemigos al atacar y noventa y nueve al retroceder. El brujo de Ma-
xane exclamó dirigiéndose a éste: "Maxane del Kingi, Maxane de Jajiga, Maxane Sako, hijo de
Maxane el gene¬roso, ¡el esclavo y su amo no deben realizar las mismas hazañas!". Entonces,
concluye la leyenda, Wakane hizo de su esclavo una "papilla de sangre". Así, la clase de los
amos se protegía de toda amenaza susceptible de pro¬venir de sus esclavos, no solamente en
razón de sus defec¬tos sino también de sus virtudes. "Salido de la nada, el es¬clavo puede ser
devuelto a ella en todo momento" (Terray, 1982). En Jara del Kingi, el esclavo que había
asegurado el interregno era ejecutado cuando el príncipe llegaba a la edad de reinar, "pues,
cuando uno toma el poder no lo abandona sino con la muerte" (M. Jawara, 1976: 27).

Esos ejemplos de la autoridad absoluta de los amos sobre los esclavos, aun los favoritos,
revelan la inquietud de ver usurpadas sus funciones y por ende su poder de clase. Pues servir
al amo es aliviarlo de todo esfuerzo, es realizar para él, en vez de él, las tareas necesarias para
su existencia, y muy pronto también las funciones de las cuales está investido. Es, por un
movimiento natural, sus¬tituirlo en un número de funciones tanto más grande cuan¬to que el
servicio gana en perfección. Es llegar a iden¬tificarse con el amo y es, cuando éste es rey,
reinar en su lugar. Tardits, en la corte bamum, observa la invasión del poder por los esclavos.
"Los servidores constituyen un poder cuya existencia planteaba una pregunta: la de saber si
ellos podían seguir siendo un instrumento al ser¬vicio del poder o si la autoridad que les
confería su inter¬vención no conllevaba una vez más a un deslizamiento del poder a sus
manos" (Tardits, 1980: 191).

La evolución del reino de Oyó que nos ha dado el ejem¬plo de un rey sitiado por el consejo
nobiliario es carac¬terístico de dicho proceso. El absolutismo del rey, en un principio
conquistado o reconquistado de manos de la nobleza, se retracta de nuevo en provecho de los
esclavos de confianza, los cuales, de instrumentos del rey contra sus pares y sus parientes, se
vuelven sus mentores y pro¬tectores.

En Oyó, pues, en un momento tardío de su historia, el gran eunuco, asistido de otros eunucos
y de esclavos de corte designados por el primero de ellos, controla el pala¬cio. Los visitantes
sólo tienen acceso al rey por intermedio del segundo eunuco. Este impersonaliza al rey en sus
fun¬ciones religiosas, mientras que el primer eunuco imparte la justicia en su nombre. El
tercer eunuco recibía a los no¬tables del Gran Consejo en lugar del rey, cuando éste es¬taba
indispuesto, y podía, también en esta circunstancia, impersonalizarlo, vestido con las galas
reales, en las cere-monias públicas. Es él quien seleccionaba a los esclavos ti-tulados
encargados de las tareas administrativas. Entre ellos, el segundo esclavo recibía a los visitantes
del pala¬cio. Paralelamente, cada uno de los oficiales del palacio, incluido el rey, era dotado de
una "madre" adoptiva cuyo origen social no lo precisa Morton-Williams (pero sobre la cual
podemos suponer que era de origen servil). La "ma¬dre" del rey estaba presente durante
todas las visitas que recibía el soberano. Tenía un rango más elevado que los nobles del
Consejo. Entre el rey y su "madre", el vínculo de parentesco era activa pero estrictamente
institucional, puesto que, para crearlo, la verdadera madre del rey era ejecutada en el
momento de su entronización. Un vínculo de parentesco sustituía así a una relación de
nombra¬miento.

Nombrados por el rey o incluso por el Consejo nobilia¬rio, esos esclavos y esos eunucos no
hacen probablemente en primer lugar más que explotar sus funciones ancilares, su posición de
mayordomos o de servidores íntimos del rey para alejar de éste a nobles y parientes. Se
convierten por su proximidad en los portavoces del rey, quien, a cambio, sólo conoce las
noticias del mundo exterior a tra¬vés de ellos.

Así, en Oyó, el rey parece haber sido sitiado por esos oficiales sin nacimiento, por esas mujeres
que lo vigilan en todo momento, y esos eunucos que lo remplazan y aun lo encarnan en las
circunstancias más importantes. Ahora bien, sobre esos oficiales, el rey ni siquiera ejerce su
poder de elección.

Para protegerse de una clase nobiliaria y hereditaria amenazante, el dinasta ha suscitado


alrededor de él otro cuerpo, designado esta vez, y en principio totalmente de-pendiente de su
elección. Pero una vez en su lugar, en vir-tud de las funciones administrativas que ejerce, ese
go-bierno de hecho, paralelo a aquel alejado y formalizado de los aristócratas, se confiere sus
propias leyes. Las rela¬ciones dinásticas y de parentesco cesan de funcionar como relaciones
de producción de los agentes del poder. La con-fianza otorgada por el rey a sus servidores
nombrados les confiere la prerrogativa de nombrar ellos mismos a otros servidores. Bajo el
efecto de su propia lógica, desde que los nombrados se nombran a su vez, ese nuevo cuerpo
gubernamental se convierte de selectivo en cooptativo. Una leyenda sobre los orígenes del
poder mosi ilustra este pro-ceso: el primer ministro manda nombrar en su lugar, por el Mogho
Naaba, a un bello joven que ha encontrado por casualidad. Ese joven encuentra a otro y lo
manda nom¬brar segundo ministro. ¡El proceso de cooptación se pre¬senta como inherente a
los orígenes del reino! (Delobsom, 1933: 63, n. 1).

El esclavo de corte y el eunuco crean de manera subya-cente otro modelo gubernamental,


otro sistema político en el cual las funciones dejan de ser no solamente heredi¬tarias sino
también vitalicias. Ese sistema burocrático, fundado en otras relaciones y en otras jerarquías
que el parentesco y el nacimiento, se impone incluso a su crea¬dor. El soberano, en la medida
en que se encierra en el seno de esta burocracia, tiende a no ser más que el único de su
especie. Ünico miembro de una dinastía en un am¬biente cooptativo, se encuentra a su vez
entregado a las leyes de éste. Sólo conservará su calidad de dinasta for¬malmente, pues muy
pronto el control de la sucesión se le escapa. Son los eunucos, por ejemplo en Oyó, los que
cuidan la conducta de los príncipes para seleccionar al más digno. ¡Son ellos los que, en
definitiva, cooptan al rey hereditario! Ahora bien, sin referencia a la filiación y sin ese derecho
activo de paternidad que lo autoriza a ejercer en exclusividad la elección de su sucesor, todo
dinasta queda reducido a la impotencia. Excluido a su vez de la herencia, el rey, aunque
parangón del parentes¬co, multígamo y cien veces padre, se convierte bajo el gobierno de los
eunucos en el castrado de los castrados. Aislado por su entorno servil, el rey se encuentra así
en posición de ser colocado, mantenido o relegado de nuevo en un papel divino, que sirve esta
vez de máscara legítima y de caución hereditaria a una corte de amos oscuros.

El problema político no se plantea ya en lo sucesivo en el nivel de la realeza, convertida de


nuevo en exangüe y sin espesor; está en el nivel de ese cuerpo de origen servil: ¿está éste en
posición de constituir una clase polí¬tica capaz de sustituir a la aristocracia? La historia de
algunos reinos africanos da cuenta de extrañas usurpacio¬nes por parte de esclavos. Se dice
que Sakura, en Melli, hacia el siglo XIII, era un esclavo que se habría adueñado del poder
supremo durante el periodo de un reinado. Un caso análogo se refiere en detalle en lo que
concierne a la historia de los Bamum (Tardits, 1980, cap. III), donde el reinado de un panka
(jefe de la guardia servil) duró vein¬te años, hasta el regreso del linaje legítimo. En Porto Novo,
el lari, esclavo nombrado por el rey, ejerció el poder real bajo el reinado nominal de Demessi
(Akindele, 1953: 55-56).

Esas tomas de poder carecen de porvenir. Sólo duran, en el mejor de los casos, el tiempo de
vida del usurpa¬dor. Pues siempre durante su reinado el esclavo adopta las formas
monárquicas y aristocráticas del poder. Se cuela en un sistema preexistente sin modificar sus
estruc¬turas orgánicas, de tal suerte que su dominio cesa cuando se plantea el problema de su
renovación. A propósito de los eunucos de la corte de los emperadores romanos, Hop- kins
señala justamente que a diferencia de un clero "no tienen una existencia corporativa por la
que pudieran trasmitir riqueza heredada" (Hopkins, 1978: 190). Esta observación vale también
para los esclavos en la medida en que, dado su estado, seguían siendo incapaces de tener una
descendencia legítima. Este obstáculo no tenía sin embargo para ellos el mismo carácter
físicamente inso¬portable que para el eunuco.
Para existir políticamente alrededor de su modo par¬ticular de reclutamiento, el de la
cooptación, les hacía falta pues a los esclavos una dimensión necesaria, la de poder, como lo
hicieron los cleros cristiano o brahmán, hacerse otorgar o conferirse la capacidad de
constituirse en persona moral dotada de los derechos de poseer y de trasmitir sus bienes y sus
prerrogativas entre ellos: la renovación por cooptación puede entonces funcionar como modo
orgánico de reproducción social y política y conver¬tirse en la base de un poder colegial. A
falta de lo cual el modo de reclutamiento y de renovación al cual los es¬clavos de corte deben
su poder político (la cooptación) se mantiene como una forma delegada del poder real (el
nom¬bramiento) dependiente de la existencia de una autoridad central, aunque ella misma
fuese nominativa.

Si el usurpador personaliza su reinado, no tiene otro medio para gobernar que el de perpetuar
la monarquía, ya sea permaneciendo enmascarado por un monarca pos¬tizo, ya sea
haciéndose rey a sí mismo. En este último caso, para llegar al extremo de la usurpación, debe,
para darse un heredero, recrear una dinastía. Si esta exigencia aleja al eunuco, permanece al
alcance del esclavo de corte. Pero al hacer esto, el nuevo soberano no hace más que sustituir
un sistema dinástico por otro sin cambiar las for¬mas del poder. La especificidad del gobierno
por parte de los esclavos, tal como funcionaba en el sistema mo¬nárquico (la cooptación),
desaparece con la usurpación por parte del esclavo de la función suprema. No es una clase
burocrática que sustituye a una aristocracia, no es más que un cortesano que recrea en su
beneficio una di¬nastía semejante a una corte análoga a las que él ha su¬plantado sin cambiar
sus estructuras fundamentales.

Si "mosquito de rey es rey", el esclavo de corte, inves¬tido de las funciones supremas por su
proximidad al tro¬no, no es también más que un rey y nada más. Los prime¬ros aristócratas de
origen servil, los autores de los gol¬pes de estado contra sus amos, sólo deben su nobleza a
una usurpación de títulos que corresponden ya a sus fun¬ciones. Son sus descendientes los
que serán, por nacimiento, aristócratas. Aunque igualmente proveniente de un cuerpo de
esclavos, esta nobleza de corte de origen servil no se pa¬rece a la de los barones guerreros
surgidos del bandidaje y del saqueo, como los ton-jon de Segu. Éstos fueron los actores de una
revuelta; los esclavos de corte no son más que los artesanos de una revolución palaciega; los
prime¬ros son el producto de un enfrentamiento ante la clase aristocrática; los esclavos de
corte son el producto de esta clase; los primeros crean y construyen su poder mediante las
armas, los segundos le dan vuelta al poder ya exis¬tente.

Ni en un caso ni en el otro, no obstante, estos esclavos en ascenso conducen a sus congéneres


hacia la libertad. La esclavitud persiste bajo el reinado de los esclavos. Se trata de una
evolución y no de una revolución, lo cual plantea el problema de las relaciones de clase en las
so¬ciedades de clase dentro de las sociedades esclavistas fun¬dadas en una economía
guerrera.

B. LA ECONOMÍA GUERRERA

En las sociedades militar-esclavistas no es la captura la que engendra la esclavitud, sino la


economía de guerra.
La especialización militar, el surgimiento de una admi-nistración y de un ejército permanente
con necesidades crecientes de efectivos y de armamentos crean una cen¬sura social y política
en el seno de la sociedad entre las poblaciones rurales productoras de subsistencias, por una
parte, y, por la otra, los cuerpos especializados secretados por la aristocracia, desvinculados de
la tierra y por lo tanto dependientes de las primeras para su abastecimien¬to. El.
avituallamiento de los palacios, de los cuarteles y de la población no agrícola de los barrios
reales se con¬vierte en un problema mayor que resolver en una economía de baja
productividad. Involucra relaciones de producción internas que interesan al conjunto de las
poblaciones y definen sus componentes. Su solución provoca una ruptu¬ra de clase, en el seno
de la sociedad libre, entre aristó¬cratas y campesinos, que se suma y se articula a la de la
esclavitud, entre amos y esclavos.

Algunos ejemplos históricos sugieren el modo en que se planteó este problema, cuáles
fracciones sociales se vie¬ron implicadas y qué relaciones se establecieron entre ellas.
Muestran cómo la esclavitud no es jamás en esas sociedades la relación de producción
exclusiva, ni siquiera necesariamente la fuente principal de producción: cómo la clase
dominante puede encontrarse en el polo de dos relaciones de clases y cómo se puede describir
el proceso de transformación de las relaciones sociales, el cual, sin alcanzar el mismo punto en
todos los casos, sigue un re-corrido paralelo al de las transformaciones políticas ob-servadas
precedentemente.

CASOS

En la práctica de la guerra, puesto que las campañas mi-litares duran muchas jornadas, las
autoridades militares se encuentran ante un problema de intendencia y están obligadas, para
resolverlo, a definir las relaciones del sol¬dado con la producción agrícola. ¿Debe éste producir
sus propias vituallas o consumir el plusproducto de otros pro¬ductores? En ese último caso,
¿cómo organizar a la socie¬dad para realizar esa transferencia?

1. EL SOLDADO-LABRADOR

En el reino de Segu, el principio era que cada hombre era a la vez campesino y soldado.
"Cuando la guerra estalla¬ba, los que debían partir partían. Cuando la guerra se ter¬minaba,
todos regresaban a sus campos. Es lo que cons¬tituía el poderío del reino de Segu" (tradición
real de Jara, en Sauvageot, 1955). Incluso las tropas que depen¬den directamente del rey
producen sus subsistencias en el marco de la organización aldeana (Bazin, 1975: 176 s.;
Roberts, 1984).

En la sabana, la separación del año en dos estaciones distintas y casi de igual duración, al ser
una sola consa¬grada a los trabajos agrícolas, permitía mantener a los hombres en la tierra
durante la invernada para entregar¬los a la guerra en la estación seca. La elección de esta
estación militar tenía desde luego ventajas estratégicas: desplazamiento más fácil de los
ejércitos sobre terreno seco, saqueos de nuevas cosechas, saqueos de rebaños ba¬jados de los
pastos saharianos, etc. Sobre todo, al no mo¬vilizar al ejército durante el periodo de trabajos
agrícolas, permitía a los campesinos-soldados producir su alimento para el año, por ende
proveerse también de sus vituallas en campaña. Para paliar las pérdidas militares suscepti¬bles
de desorganizar esta producción, el poder se preocu¬pa por reconstituir, con sus cautivos,
seudolinajes 1 (Ba-

1 Véase supra, segunda parte, A, I, 2.

zin, 1975: 178). Por su lado, los ton-jon y los sofá podían utilizar a los cautivos y a las cautivas
que les correspon¬dían como botín para asegurar su subsistencia, aunque era una costumbre
más arraigada entre esos soldadotes el beberse el producto de sus rapiñas.

Los cautivos de Segu tenían así varios destinos. Una parte era vendida por la corte para
adquirir caballos, ar¬mas, equipo, bienes de prestigio y también víveres. La co¬munidad
maraka, instalada en los burgos comerciales y que explotaba a los esclavos para cultivar y
producir bie¬nes artesanales, representaba una de esas salidas. Otra parte de los esclavos
perteneciente al rey conformaba una especie de milicia, que cultivaba o empleaba ella misma
a esclavos agrícolas. Otros todavía parecen haber sido de¬dicados exclusivamente a la
agricultura, a la construcción de embarcaciones, al artesanado, dirigidos a veces por
ar¬tesanos de casta.

Esta organización, por la cual soldados y cultivadores se confundían, no presentaba sólo


ventajas, pues incita¬ba a los combatientes a desertar de los campos de batalla para regresar a
sus campos con el regreso de las lluvias, aun cuando las operaciones militares no hubieran
termi¬nado. Después de tres meses de sitio delante de Kirango, llegada la invernada, los
soldados de Segu murmuraron: "Nuestros campos no producirán nada, más nos vale
re¬gresar" (Monteil, 1924: 53). Dicha organización limitaba los compromisos de los aliados de
Segu: "Mis hombres pueden muy bien quedarse durante la estación seca —ex¬plica el rey de
Dina a Biton que vino a reclamarle su alianza—, pero es preciso que regresen durante la
inver¬nada para cultivar" (ibid.: 41).

El sometimiento de la guerra al ciclo agrícola contra¬rresta la formación de un ejército


permanente y la cons¬titución de un cuerpo de soldados profesionales, al cual conduce
lógicamente el mercantilismo de la guerra de cap¬tura. Ahora bien, tendencias al
profesionalismo militar se manifiestan en Segu. Así, Dakoro, hijo y sucesor de Biton, se ve
obligado a ordenar brutalmente a los ton-jon y a sus hombres que regresen a sus campos,
provocando una crisis que conduce a su asesinato (Monteil, 1924: 302). Au¬torizar a los ton-
jon a no cultivar más, era renunciar a la doctrina de las milicias autosubsistentes sobre la que
estaba fundada la organización del reino; era dejar consti¬tuirse un ejército permanente
dependiente de la produc¬ción de una clase de campesinos explotados, y por lo tanto
instaurar relaciones de producción paralelas a las de la esclavitud y dejar instalarse relaciones
de clase en el seno de los Bamana libres.

Claro está que Segu conoció esa evolución —aunque los intercambios con las comunidades
maraka, que se encar-gaban de una parte de esta explotación, hayan podido re-tardarlos—
pero es en otros estados donde las consecuen¬cias son más evidentes.

2. LA ESCLAVITUD DE SUBSISTENCIA

La guerra permanente provoca la permanencia de una jerarquía guerrera y el surgimiento de


una clase militar desvinculada de las actividades de producción en prove¬cho únicamente de la
actividad bélica. Esta especialización va acompañada de una ideología que la refuerza. Los
ries¬gos que enfrenta el guerrero suscitan la valoración exclu¬siva de las virtudes marciales y
el desprecio hacia cual¬quier otra actividad pacífica. Generalmente el aristócrata no cultiva y
tiene en baja estima a aquellos que se entre¬gan a esas viles ocupaciones. "Los Tuáregs son
demasiado orgullosos —escribe Daumas (1857: 143)— para cultivar la tierra como esclavos" y
Saliou Balde refiere una actitud semejante por parte de los Peul del Fuuta Jallo (1975) .

La nobleza se separa así como la primera forma social institucional del ejército permanente e
improductivo. Pero su existencia como clase social supone conjuntamente el establecimiento
de relaciones de producción que distraen una parte del producto social para su beneficio y
contri¬buyen a su renovación. Es evidentemente la guerra la que provee en primer lugar los
medios para ello.

Geoffroy de Villeneuve (1814), quien visita la Senegam- bia a principios del siglo xix, resume en
algunas líneas una situación que parece haber sido general entre las aris-tocracias militares:
"Todos los poderosos y la gente rica, sobre todo en los países conquistados, tienen un gran
número de esclavos. . . [los cuales] cultivan la tierra, cui¬dan el ganado y se encargan de todos
los trabajos servi¬les." La clase dominante de los Nupe, que posee la tierra, precisa Nadel
(1942: 252), no la trabajaba. Empleaba a esclavos, a endeudados, a clientes. N. Klein (inédito:
59) comprueba que los "oficiales [de la corte] y aun los 'cua¬dros intermedios' de Kumasi
dependían grandemente de los esclavos para producir su subsistencia". En el país bamum las
familias aristocráticas se abastecían en sus do¬minios rurales cultivados por esclavos y por
familias ser¬viles (Tardits, 1980, cap. viu); lo mismo ocurre en lo que concierne a la clase
dominante en el país mawri (Prade- lles, 1981: 262). La aristocracia, ejército permanente por
sus funciones, se constituye en clase social y política me¬diante el establecimiento de
relaciones de producción fun¬dadas en sus actividades de captura. El rey le opone, como ya
vimos, sus esclavos de armas, otra forma de ejército permanente pero dependiente de él y
progresivamente se¬parado de toda actividad de producción. El consumo de ese cuerpo
militar se agrega al de la clase aristocrática. Por otra parte, el desarrollo del palacio como
instrumento de gobierno y de gestión de la guerra y del estado, y como bastión político de un
cuerpo burocratizado cada vez más numeroso, el aumento del número de esposas del rey, la
multiplicación de artesanos encargados de los abas¬tecimientos militares y de los bienes de
prestigio, todo esto constituye un polo de consumo creciente que reclama un abastecimiento
continuo.

La corte bamum proporciona un ejemplo bastante pre¬ciso del desarrollo urbano y del papel
de la esclavitud. Esta corte contaba, a principios de siglo, con 15 000 per¬sonas
aproximadamente para una población total de 70 000 habitantes (Tardits, 1980: 922), o sea
más del 20% de la población que podemos considerar como no productora de su propia
subsistencia. La corte estaba en efecto ali¬mentada por treinta dominios reales mantenidos
por tra¬bajadores avasallados y familias libres. Si contamos por otra parte siete mil
aristócratas pertenecientes a setecien¬tos linajes que recurrían a los esclavos de sus propios
dominios para alimentarse, resulta un total de aproxima¬damente veintitrés mil personas que
alimentar para una población campesina total (confundidas todas las edades) de cuarenta y
siete mil personas. Este último número, que representa casi exactamente los dos tercios de la
pobla¬ción, es también el que Tardits nos dice en otra parte (1980: 524) que es el efectivo de
los "esclavos del reino".

De hecho los dominios reales y señoriales que abastecen a la clase dominante de los Bamum
son explotados a la vez por esclavos de procedencias étnicas diversas, y deli-beradamente
mezcladas, y por colonos. Los esclavos son vendibles y están a merced del amo, algunos son
parcele- ros y vinculados a la tierra que es vendida o cedida con ellos.

Los esclavos cultivan una parcela cuyo producto provee su alimento, aun durante los periodos
de trabajo en las tierras de los amos. Hombres, mujeres y niños trabajan en estas últimas bajo
la vigilancia y al llamado de un intendente de origen servil, para realizar allí, hasta su
culminación, las tareas indispensables para el cultivo. En¬tre éstas, la escarda, la limpieza, la
cosecha tanto en las parcelas individuales como en las tierras de los amos, les corresponden a
las mujeres, así como la pesada y prolon¬gada tarea del transporte de los productos desde el
domi¬nio hasta la residencia de los amos en la capital (o sea, a veces, la duración entera de la
semana para la ida y vuel¬ta). La participación de los trabajos agrícolas femeninos en esta
economía alimenticia no comercializada parece pues haber sido muy considerable, sin que
sepamos cuál era la proporción de mujeres respecto de los hombres.

Entre los esclavos, sólo un número restringido estaba "casado" (Tardits, 1980: 467) (o digamos
más bien en es¬tado de "aparcero"), mientras que la población agrícola era mantenida "por las
campañas regulares que los Ba¬mum no cesaron de librar contra sus vecinos hasta la lle¬gada
de los europeos" (ibid.).

La esclavitud, en la medida en que la hemos definido como un fenómeno que se reproduce por
la captura, pa¬rece pues haber dominado las relaciones de producción establecidas alrededor
de la corte y de la aristocracia. No es sin embargo exclusiva puesto que una parte
determi¬nada de trabajadores agrícolas está compuesta de escla¬vos parceleros o aparceros,
sometidos a una posición so¬cial inferior pero autorizados a enmaridarse y a disfrutar de una
descendencia. No parece que se haya desarrollado una esclavitud de tipo patriarcal entre la
gente del común.

3. EL TRIBUTO DE LAS "TRIBUS" DEL "ASKIA"

Las crónicas refieren que el askia Mohamed (1493-1528) (primero de la dinastía sonxai que
llevó ese título) ha¬bría heredado de sus predecesores despojados (los reyes del Melli, luego la
dinastía de los Shi) de veinticuatro "tribus" (!) sometidas a diferentes formas de explotación.
En tres de ellas, los hombres no podían casarse sino des¬pués que el rey dio "cuarenta mil
cauríes a los padres de las esposas a fin de establecer que éstas y sus hijos se mantenían como
de su propiedad" (TEF: 107-108). En otros términos, al hacer el simulacro de entregar la dote
de la esposa, el soberano se aseguraba la descendencia de ésta y desposeía al esposo de sus
derechos de paternidad. Mediante este artificio, y usando la costumbre de la dote de la
economía doméstica, el rey reactivaba en cada gene¬ración el estado jurídico de no
paternidad de todos los miembros de esas "tribus". Sin comprarlas, pero propor¬cionando las
dotes de las mujeres, se convertía en el padre legal de todos sus hijos. Si al dotar a estos
últimos a su vez desempeñaba sus funciones de "patriarca", en cam¬bio, al reservarse el
derecho de vender a algunos para adquirir caballos (como era el caso), se comportaba como
esclavista. Jurídicamente enajenables, esos individuos con¬servaban su estado de "esclavos".
Sin embargo, el sistema de explotación aquí no era estrictamente esclavista puesto que el rey
se obligaba a entregar una cierta suma en el momento de la aparcería y puesto que la
reproducción es¬taba organizada para realizarse genéticamente y no por adquisición.
Jurídicamente esos individuos seguían en su estado de esclavos, enajenables, sin derecho
sobre su des¬cendencia, cuando su modo de reproducción económica los situaba en una
condición económica emparentada con la servidumbre.

No obstante tal situación, esas tres "tribus" fueron

sometidas a prácticas sucesivas de explotación que evi-dencian un cambio de condición. En los


tiempos de Melli, cada familia debía cultivar cuarenta codos de tierra para el rey. Bajo los Shi,
"se reclutaba a la gente por grupos de cien personas", hombres y mujeres para cultivar
jun¬tos, al sonido de las flautas, campos de doscientos codos y cuyo producto era compartido
entre el soberano y sus soldados. Bajo el askia Mohamed, finalmente, las pobla¬ciones eran
sometidas, en el momento de la cosecha, a un impuesto progresivo en especie que no podía
exceder diez medidas de harina. Una misma imposición progresiva pero con un límite era
aplicada sobre el pescado seco pro¬ducido por los Zendj, tribu de pescadores, igualmente
en¬cargados de proveer piraguas y equipo sobre requisición. Sólo el rey, con una sola
excepción, podía emplear y ven¬der a los naturales de esas tres "tribus". Junto a estas últimas,
los "Arbi" proveían al príncipe de "sus servido¬res, sus familiares, sus domésticos y sus
mensajeros" (p. 111); sus hijas se empleaban al servicio de las espo¬sas reales; los hombres
jóvenes conformaban la escolta del rey en la guerra así como en tiempos de paz. Aunque no
estaban obligados a pagar tributos en especie, el Ta- rikh dice sin embargo que cultivaban
también para el rey. Finalmente, cinco "tribus" de herreros debían proveer al rey de tributos
fijos de cien lanzas y cien flechas por familia y por año (p. 112).

A esta forma de explotación, que parece afectar a sólo una parte de la población avasallada, se
agregaba, en tiem¬pos del askia Daouda (1549-1583), un sistema propiamente esclavista.
Sabemos que en esta época (TEF: 179 5.) la corte era aprovisionada por plantaciones reales de
arroz, cultivadas por de 20 a 200 esclavos cada una colocados bajo la dirección de fanfa
("patrones") a su vez de origen ser¬vil. Sabemos que una de esas plantaciones ocupaba 200
esclavos vigilados por cuatro fanfa, a su vez dependientes de un quinto. "El producto que
retiraba el askia de esta producción era de mil sounou de arroz; era un producto fijo que no
podía ser aumentado ni disminuido" (TEF: 179).3 El sounou (TEF: 188, n. 1) es una unidad de
capa¬cidad. Si retenemos el contenido probablemente mínimo

3 El Tarikh precisa bien que se trata de un tributo fijado de una vez por todas, exigido al fanfa
principal y que, si éste dispo¬nía de excedentes, era responsable de los déficit.

de un litro (o un kg) por mudde,4 cada esclavo habría provisto al rey de (240 X 1 000) /200 = 1
200 kg de arroz por estación. Lo que es muy elevado habida cuenta de lo que sabemos sobre la
productividad de la agricultura con azadón. Ahora bien, el fanfa principal de esta plantación
"estaba saturado de riqueza" y un año fue capaz de pro¬veer al rey, a su requisición, con 1 000
sounou más con¬servados "de la cosecha del año precedente" más unos 230 más distribuidos
a título de regalo (ibid.: 187). Plus- producto al que hay que añadir todavía la subsistencia de
los productores esclavos. Aquí también, sin detenernos en la exactitud de las cifras, la
productividad elevada que sugieren indica por lo menos que la totalidad del plus- producto de
los esclavos les era sustraída y que no dispo¬nían pues con qué mantener una familia. La
reproducción de esos productores sólo podía hacerse entonces por cap¬tura o compra,
conforme al modo más estricto del funcio¬namiento esclavista.

La producción total de las plantaciones habría sido, en ciertos años, de 4 000 sounou (ibid.:
179) o sea alrededor de 960 toneladas. Si esta cantidad representa la totali¬dad del
plusproducto, habida cuenta del consumo de los esclavos, con la tasa de productividad
mencionada arriba, podemos estimar que representa aproximadamente la pro¬ducción de 800
esclavos y el consumo anual de 4 700 per¬sonas libres. Suponiendo que los fanfa conservaban
para ellos una cantidad igual —hipótesis probablemente máxi¬ma—, habría que duplicar esa
cifra, o sea un total de 1 600 trabajadores sometidos a ese modo de producción esclavista.

Las plantaciones reales parecen haber estado muy dis-persas, pues el Tarikh no nos dice que el
soberano des¬plazaba periódicamente su corte como en otros reinos; el uso de esas
plantaciones lejanas queda impreciso.

De acuerdo con estas descripciones, el estado sonxai ha-bría conocido simultáneamente varias
formas de explota¬ción de trabajo agrícola.

Una es la esclavitud real descrita arriba, a la cual son sometidos trabajadores organizados bajo
la vigilancia de guardias y renovados por numerosos cautivos. Según las

4 El mudde varía hoy según las regiones y a veces las familias. Puede sobrepasar dos litros,
pero los comentaristas del Tarikh le calculan un contenido de aproximadamente un litro.

cifras —que sólo tienen un valor indicativo—, ese modo de explotación parece haber sido
limitado, pues 800 o incluso 1 600 esclavos agrícolas son pocos efectivos que no necesitan
apenas más de 80 o 160 esclavos de remplazo por año. La esclavitud y la explotación de
dominios mediante equipos dirigidos parecen haber estado reservados en efec¬to a la corte.
Esta restricción se explicaría por el derecho eminente del soberano sobre todos los cautivos de
guerra: antes de venderlos o de redistribuirlos,. el rey habría dis¬puesto así de cautivos, los
cuales, entre tanto, eran em¬pleados en las plantaciones del askia. Esos efectivos eran quizá,
por ese hecho, variables. El autor del Tarikh es¬cribe que el producto de esas tierras reales era,
"en cier¬tos años", de 4 000 sounou. Esto puede comprenderse como un máximo debido ya
sea a unas buenas condiciones cli¬matológicas, ya sea a un efectivo elevado de esclavos en los
campos en virtud de la coyuntura de la guerra o del comercio. Es la variabilidad de esos
efectivos lo que expli¬caría también cómo el principal fanfa de una plantación —obligado a
una prestación fija— haya podido distraer cantidades de arroz tan considerables. Explicaría
finalmen¬te los rendimientos elevados que hemos señalado arriba, porque tendría relación de
hecho con un mayor número de esclavos.

En todo caso, la esclavitud real, aleatoria y limitada, no era sin duda suficiente para satisfacer
las necesidades de la corte. Estaban en práctica otras formas de explo¬tación. La principal de
ellas es de carácter prestatario y tiene por objeto algunas "tribus" mencionadas arriba:
prestaciones en trabajo, en servicio y en productos. Las poblaciones sometidas a esas
exigencias están agrupadas en "aldeas", por lo cual hemos comprendido que están
constituidas por células paradomésticas, que se reprodu¬cen por lo tanto genéticamente, pero
que no disponen, en derecho, de su descendencia. Una parte de esta población provenía de la
deportación de aldeas enteras capturadas durante las guerras lejanas,.de las cuales algunas
conser¬varon su topónimo original (TEF.: 214). Se trata pues de una población de esclavos en
el plano estatutario (no dis¬frutan de derechos sobre su descendencia y permanecen
enajenables por derecho) pero sometidos a una explota¬ción económica asimilable a una
servidumbre (se consti¬tuyen en familias y deben sólo una parte fija de su tra¬bajo o de su
producto). Bajo el askia Mohamed, esta ex¬plotación se transforma. Los tributos, de fijos, se
vuelven progresivos y limitados, lo que indicaría un cambio de po¬sición del productor. A
diferencia de las plantaciones es¬clavistas reales, la explotación de esas poblaciones no es de
la única competencia del rey. Éste dona a los podero¬sos, y sobre todo a los santos morabitos,
"aldeas" enteras, combinando tierra y fuerza de trabajo para asegurar su subsistencia y su
bienestar (TEF.: 30, 137-138). A esos esclavos agrícolas reales es preciso agregar los que explo-
taban los aristócratas y los morabitos y otros poderosos del reino en sus propios dominios,
pero de los cuales no conocemos ni los efectivos, ni el modo de explotación. Al-gunos han
querido ver en las donaciones de aldeas el in¬dicio de un feudalismo sonxai. Ahora bien, no
son feudos que el askia otorgaba, sino dominios de disfrute precario en los cuales trabajaban
poblaciones vinculadas a esas tierras, que sufrían una condición asimilable a la servi¬dumbre
quizá, pero que dependían del rey.

No hay nada que nos informe sobre los efectivos de las poblaciones avasalladas, respecto de la
población total y sobre su composición. Es muy probable que existiera jun¬to a ellos una
población campesina libre sobre la cual sin embargo los documentos de la época permanecen
mudos.

4. PLANTACIONES E IMPUESTOS

Es el ejemplo del Dahomey el que nos informa, aunque parcialmente, sobre la coexistencia de
la esclavitud y de un campesinado libre. En el Dahomey, como en la mayo¬ría de las
monarquías militares, el rey (o el palacio), en virtud de un derecho eminente sobre todos los
seres y los bienes del reino, recibía la totalidad de las capturas. Snel- grave (1735: 10) nos dice
que se entregaba en su nombre a los soldados cinco cauríes por esclavo capturado; una suma
casi irrisoria que permitía confiscar los cautivos a las tropas de infantería bajo las apariencias
de una retri¬bución. Sólo el rey disponía pues de ese botín, del cual una parte se destinaba a la
venta, otra a la renovación de los efectivos militares y laborales; algunos eran redistri¬buidos
entre los nobles, los guerreros eminentes, los ofi¬ciales del rey o sus representantes. El resto
era inmolado.

La organización de la producción de subsistencia apenas ha llamado la atención de los


observadores. Sabemos que de manera tardía, a finales del siglo pasado, el rey dis¬ponía de
plantaciones en las cuales trabajaban cautivos pendientes de ser exportados (Le Hérissé, 1911:
53). En tiempos de Behanzin, "encerrados por miles alrededor de la meseta de Abomey,
roturaban los bosques, a los cua¬les remplazaban por palmeras y sobre todo por cultivos de
víveres. Alimentaban así a la población del palacio y a los guerreros permanentes, vale decir a
un pueblo de veinte mil personas" (Le Hérissé, 1911: 90). "La mayor parte de los esclavos [del
rey] era confiada a los Sogan" y "encerrada en terrenos de cultivo" (ibid.). Le Hérissé agrega
que todavía podían verse en sus tiempos "las ruinas de seis de esos campamentos".

El modo de renovación de los trabajadores de las plan-taciones reales era pues exclusivamente
la captura. El hecho de que no fuesen empleados más que un momento de su vida activa y que
trabajaran en terrenos de cultivo bajo la dirección de agentes reales indica claramente un
modo de producción típicamente esclavista. Esos esclavos se distinguían por cierto de otros
esclavizados que recibían una parcela de tierra y que parecen haber sido empleados sobre
todo por los aristócratas. Eran igualmente diferen¬tes de los glesi (trabajadores avasallados de
nacimiento), en principio no enajenables pero condenados por el rey al cultivo de las tierras
asignadas para el mantenimiento de ciertos cortesanos (Le Hérissé, 1911: 57). La aristocracia
dependía para su existencia de la distribución de cautivos por parte del rey. Ahora bien, "la
donación de un cautivo —escribe también Le Hérissé (ibid.: 52)— era un favor del que pocos
eran beneficiarios", esencialmente los prín¬cipes y los servidores de la corte (ibid.: 52). No
podían revenderlos sin autorización real (ibid.); ya que el rey era el único que tenía derecho de
muerte sobre todos los es¬clavos del reino, seguía siendo propietario de hecho. En cuanto al
resto del pueblo, éste no parece haber tenido acceso a los cautivos. Sabemos que las capturas
de guerra les eran retiradas por una magra retribución y que no se beneficiaban de las
donaciones reales salvo algunos guerre¬ros valerosos a los cuales esta fortuna colocaba en la
clase privilegiada. Existió un comercio de esclavos en el interior de Dahomey, pero además de
que parece haberse desarro¬llado de manera tardía, sólo los personajes ricos del reino podían
sin duda comprarlos debido a su precio.9 Ahora bien, hasta el negocio del aceite de palma, los
campesinos apenas tuvieron la posibilidad de producir una mercancía rentable. El sistema
prestatario y distributivo real, que se daba sobre la mayoría de los medios indispensables de
producción, combinado con la economía de autosubsis- tencia, no favorecía el desarrollo de un
mercado.

Pese a recibir pocos o ningún esclavo, la clase campe¬sina estaba sometida sin embargo a
impuestos, tributos, multas y prestaciones diversas además de su participación onerosa en las
guerras.

Le Hérissé cita "el dinero del sueño", un impuesto de capitación de 4 000 cauríes por persona
establecido con base en un censo anual; unas manos muertas como indem-nización de 20 000
cauríes en ocasión de la muerte de un jefe de familia; sobre todo tributos en especie fundados
en el estimado de la producción de cada aldea, en mijo, maíz, condimentos y más tarde en
aceite de palma. El in¬greso de esas prestaciones (a las cuales agrega Le Hérissé los peajes que
afectaban más bien al comercio) represen¬taba, según esas estimaciones, un millón y medio
de fran¬cos franceses de la época, sobre un ingreso global de dos millones y medio.

Las prestaciones en trabajo se hacían por el canal de una institución, el dompe, bajo la forma
de trabajo aso¬ciativo (que funcionaba tradicionalmente en el nivel al¬deano) . Por una
especie de desvío, el dompe se convirtió en un sistema de prestación en trabajo que debía por
turno cada aldea al rey, el cual pretendía ser él mismo miembro de uno de esos dompe y hacía
como si respeta-
9 Le Hérissé da precios que van de 160 a 300 F, mientras que el rey entregaba a los soldados,
según él, una suma en cauríes que estima en 5 F, más un taparrabos; el impuesto de capitación
anual era de 20 F según los mismos estimados.

ra las multas. Cada aldea debía también proveer un nú¬mero requerido de hombres jóvenes
para las guerras anua¬les (Elwert, 1973). Ellos mismos debían llevar sus vitua¬llas para lo que
duraran las campañas. Armados en prin¬cipio por la corte, esos reclutas preferían llevar sus
armas personales, ya que la pérdida de un fusil era castigada con la muerte \ibid., tomado de
Skerchtly). Finalmente agreguemos que algunas categorías de artesanos debían proveer a la
corte de ciertos productos en cantidades deter¬minadas, por ejemplo balas de fusil por parte
de los herreros, piezas de tela y artículos de madera por parte de los tejedores y los
carpinteros, etcétera.

En consecuencia, una población libre y una población artesana, ambas sometidas a exacciones
—sobre la natura-leza de las cuales discutiremos más adelante—, coexisten en el Dahomey
con esclavos que sufren una explotación característica por parte de la aristocracia.

5. SUBTRATA GUERRERA

Cuando el saqueo repetido de una misma región conduce al sometimiento de los habitantes,
éstos no son de golpe incorporados en el estado. No se convierten inmediata¬mente en
súbditos, sobre todo cuando no son objeto de una explotación. La conquista no es el objetivo
buscado por el estado captor, que se privaría así de un terreno de caza. La venta masiva de
toda una población sometida no permitiría ya su reconstitución (mientras que ésta sí era
posible al abrigo de sus defensas). Esta situación de so¬metimiento se resuelve generalmente
mediante el tributo. Los pueblos conquistados deben entregar bienes a los ven¬cedores y,
entre esos bienes, esclavos. Un modus vivendi puede entonces entrar en operación mediante
el cual las poblaciones aceptan proveer pacíficamente un contingente anual de esclavos antes
que sufrir las violencias repetidas de las invasiones periódicas. Así ocurría con "tribus del
Sonxai" (cf. B, i, 2) que estaban obligadas a proveer al askia una parte de su sustancia humana.
Esos pueblos eran considerados como esclavos por destino.

Eran —lógicamente— los últimos pueblos caídos en la órbita de las aristocracias esclavistas, y
pagaban un tribu¬to en esclavos (Bradbury, 1957: 10). Los hombres y las mujeres que en otra
época eran secuestrados, son entrega¬dos en lo sucesivo por las buenas al vencedor. Este
arre¬glo no levanta el estado de guerra entre las dos poblacio¬nes, pues el no cumplimiento
del tributo provoca en segui¬da represalias armadas. Entre esas poblaciones tributa¬rias,
algunas, antes que pagar con sus propias personas, se hacen a su vez cazadores de esclavos y
entregan como tributo sus capturas. Es el caso de los Vute del Camerún para los cuales
disponemos de un estudio excepcional- mente interesante (Siran, 1980).

Saqueados por los ejércitos del lamido de Tibati (norte del actual Camerún) que proveía
todavía la trata negrera atlántica de finales del siglo xix, los Vute de la meseta del Adamawa
habían sido, después de una difícil resistencia, sometidos por su poderoso vecino. Pero una
parte de la población había huido hacia el sur. Unidos alrededor de dos personajes
legendarios, cazadores y guerreros, se re-constituyen en una sociedad militar. Para evitar el
enfren- tamiento con la caballería del Lamido, esos Vute aceptan pagar tributo en esclavos y,
para no entregarse a sí mis¬mos, emprenden su captura. Esta sociedad de cultivadores
expatriados, sin tradición militar, se convirtió en un prin-cipado guerrero, inventando sus
armas, sus técnicas y sus estrategias. Los jóvenes guerreros y cazadores se oponen
brutalmente a los mayores. Al parentesco lo sustituyen otras relaciones establecidas alrededor
de las presas, sean éstas fruto de la caza o de la guerra, por la repartición de la caza, de los
esclavos, de las mujeres. Se constituye un estado militar que captura mucho más esclavos de
los que necesita el Lamido. En las guerras, participa el con¬junto de la población, incluidas las
mujeres. Sin embargo, se observa en el momento de la conquista alemana, si cada Vute posee
un esclavo por lo menos, sólo los poderosos poseen los suficientes para liberarse del trabajo.
La repar¬tición ejercida por el príncipe, ya en esa época, parece haber atenuado la democracia
guerrera en provecho de un poder aristocrático. El soberano entrega el tributo en cautivos
adultos al Lamido, vende los excedentes a los traficantes de Kano,10 se atribuye las mujeres y
los ado-

10 "El comercio era tan intenso que había permanentemente una colonia de quinientos
comerciantes Hausa en Ngila [la capital]" (Siran, 1980).

lescentes que reparte según su parecer. Recluta entre estos últimos a los hombres jóvenes que
conformarán su guar¬dia personal, equipada por él y provista por él de esposas. Es en este
círculo que escoge a sus confidentes.

En el caso vute, la demanda de esclavos es provocada por su poderoso vecino, pero las
estructuras militares y dinásticas que surgen por efecto de las guerras de captura son
semejantes a las que se observan en otros lugares, en Segu o entre los Mawri, en las primeras
fases de la consti-tución de las sociedades guerreras (Piault, 1975, 1982). La guerra de captura
tiende a recrear allí los mismos tipos de relaciones sociales y políticas. A las relaciones de
filiación y de primogenitura, propias de la sociedad doméstica, las sustituyen, en primer lugar,
relaciones de cooptación fun-dadas en un reclutamiento de calidad (el valor guerrero) antes de
que la clase militar así formada se deje penetrar por la tentación dinástica que la conduce
hacia la aris¬tocracia hereditaria.

Suscitado por la demanda de esclavos, el sistema vute no tiene otra razón de ser. La
dependencia con respecto a la trata y el Lamido es absoluta: "El día en que no sea ya posible
hacer la guerra, tal sistema político no podía más que derrumbarse", escribe J.-L. Siran (1980:
52). Al¬gunos indicios llevan a pensar que en esta sociedad, en lo sucesivo guerrera, las
actividades agrícolas casi habían des¬aparecido y que las relaciones de producción eran
meno¬res al lado de las relaciones que involucraba la guerra. Como en Segu, al parecer, el
abastecimiento provenía, por una parte indeterminada pero sin duda significativa, del saqueo
o del intercambio del botín. La sociedad vute no es, en este estadio, más que una máquina de
guerra en la cual las relaciones de clase entre guerreros y campesinos no han evolucionado
todavía hasta contraer entre ellos un modo de producción capaz de perpetuarse
independiente¬mente de su inserción en la esfera esclavista mundial. No son más que un
medio pugnaz al contacto de las zonas de abastecimiento de esclavos. En el otro extremo se
sitúan las poblaciones compradoras, aquellas en donde los escla¬vos encuentran sus empleos
y sus amos definitivos. La desaparición de un extremo de esta cadena provoca la del otro, y
recíprocamente.
ANALISIS

Las virtudes centralizadoras de la guerra actúan así en todos los ejemplos presentados más
arriba. Aun cuando hay persistencia de la incursión y pese a la resistencia de las casas
aristocráticas o la anarquía de las tropas en el terreno, "el gran trabajo de la guerra" conduce a
la concentración de la organización militar, y por lo tanto política, del estado.

Desde luego, la realeza —cuando se viste con una ideo¬logía patriarcal— tiende ella misma a
funcionar según un esquema prestatario y redistributivo que coloca al pala¬cio en la cima de
un vasto sistema de circulación jerar¬quizada. Pero la guerra puede, por sí misma, crear,
man¬tener o acentuar esta concentración, al surtir al poder de monopolios soberanos.

Gracias a la guerra, el "rey" administra y redistribuye el botín y, de éste, los cautivos que
representan el ingre¬diente esencial de la economía de guerra. Éstos son el recurso primario, a
menudo único, que al estado esclavista le es posible vender para importar un armamento
capaz de asegurar su superioridad militar sobre los pueblos sa-queados: caballos y fusiles en
particular. Los cautivos, convertidos en esclavos, contribuyen a la economía de guerra por la
explotación que se hace de ellos en el mismo lugar y cuyo producto agrícola o artesanal se
intercam¬bia por productos de importación. Indispensables para perpetuar las condiciones de
la guerra de la cual ellos mismos son el producto, para hacer funcionar al estado esclavista y
guerrero, los cautivos son en primer lugar asignados a éste y a los que se identifican con él: el
jefe, el rey, los poderosos. Pocos llegan hasta el pueblo.

La incursión no excluye a ningún miembro de la socie¬dad. Ella se practica ya sea con un jefe
ocasional, ya sea en bandas igualitarias. La empresa de captura es una- fuente de
enriquecimiento para todos los que la practi¬can. No establece distinción entre clases sociales
pues nin¬guna relación jerárquica se establece alrededor de ella.

Cuando una sociedad política se constituye por la am-pliación de la banda —como lo hemos
visto en los inicios de la historia de Segu—, el derecho a la captura tiende a extenderse a todos
los que penetran en ella y participan en las actividades militares. Y cuando los efectivos crecen
lo suficiente para permitir verdaderas guerras, las prerro-gativas de la incursión pueden
durante un tiempo perpe-tuarse incluso en éstas, aunque modificadas. La población, en su
conjunto, participa en las empresas colectivas de captura y se beneficia de ellas. Son milicias
más que ejér-citos las que parten en expedición y el poder se basa, sobre todo en ese estadio,
en la capacidad de dirigir di¬chas empresas militares. No discernimos allí una explota¬ción
organizada entre los dirigentes y el pueblo libre. La clase libre en su totalidad saca provecho en
diversos gra¬dos de los cautivos que proporciona la guerra, al vender¬los o al explotarlos
como esclavos de subsistencia. El tipo de formación social que se establece así puede ser
asimilado ya sea al séquito militar de Engels, ya sea a lo que Benveniste (1969: 89 5.) designa
como el laos griego.

En la guerra, no obstante, en lugar de conservar la in-tegridad de su botín como en la


incursión, el soldado entrega una parte del mismo al jefe, o recibe una parte del botín común.
Aun en Segu, donde los ton-jon recibían su botín de carne y hueso, no lo conservaban (véase
supra). No había acumulación de cautivos entre los gue¬rreros bambara, pues, se decía, si
"capturar esclavos en¬grandece, poseerlos corrompe" (Bazin, 1975: 158). En cam¬bio, "esta
acumulación era intensa en el nivel del estado" (ibid.).

En el país mawri igualmente, la repartición del botín era muy desigual y "la mano de obra servil
sólo era uti¬lizada por una fracción muy minoritaria de la sociedad" (Pradelles, 1981: 269,
266). "Los cautivos estaban esencial¬mente en manos de los aristócratas... Los campesinos, en
cambio, apenas lograban conservar sus cautivos, los cuales vendían a cambio de mijo" (ibid.:
280). Parece por

análisis

añadidura que, entre los aristócratas, habría habido una concentración de esclavos alrededor
de la corte (ibid.: 263).

En el Benin, Bosman, traficante holandés que se en-cuentra allí hacia 1700, comprueba que "el
rey mantiene un prodigioso número de esclavos", lo cual se explica por el hecho de que "todos
los cautivos de guerra pertenecen al onige (jefe)", al igual que los vagabundos ¡e incluso aquel
que tuviese la mala suerte de caer en las letrinas! (Bradbury, 1957: 71-72). En las monarquías
militares que nos ocupan aquí, a diferencia de las sociedades mercanti¬les, la esclavitud
funciona sobre todo en provecho de la corte y de los miembros de la clase dominante. En el
país bamum, un tercio de la sociedad vivía del trabajo servil (Tardits, 1980: 524). Thornton
(1979: 81-84) calcula que la proporción de la población en el reino del Kongo, en los siglos XVII-
XVIII, alimentada por los esclavos representaba del 15 al 20°/o de la población total del reino.
En cambio, el empleo de esclavos en las comunidades campesinas pa¬rece haber sido
desdeñable, si no es que nulo.

Varias razones explicarían esta diferencia. En primer lu-gar, la exportación de esclavos en


grandes cantidades sólo dejaba un saldo limitado de cautivos reservados primero para la corte,
para la aristocracia, para los jefes militares, para los protegidos del rey. En segundo lugar, la
debili¬dad de los intercambios mercantiles interiores, que ha¬brían estado en competencia
con los circuitos prestatarios y redistributivos que funcionaban en el reino (y sobre los que se
basa la estructura monárquica y autocràtica),1 di-fícilmente permitían adquirir esclavos
mediante compra. Habría sido sin duda derogatorio por añadidura, para los aristócratas,
aprovisionarse de esclavos como los trafican-tes. Sobre todo quizá porque el desarrollo de la
esclavitud agrícola en el campesinado productivo no representaba un verdadero interés
económico para la clase dominante.

245

1 La limitación del desarrollo del mercado interno y la preser¬vación de la economía


distributiva parecen haber sido las preo¬cupaciones de la corte dahomeyana para la cual eran
reservados todo tipo de objetos (Burton, 1864, i: 119-120; Herskovits, 1938, i: 107-108). Así
ocurría con una parte importante de la producción artesanal utilitaria, como los azadones, por
ejemplo, los cuales eran luego redistribuidos. En Ardra "se le concede al rey la primera revisión
y la elección de todas las mercancías" (Viaje de Elbée en 1670, en Walckenaer, 1842, 10: 426).

El trabajo de los esclavos empleados por los campesi¬nos tiende a sustituir pura y
simplemente el trabajo de sus amos, sin aumentar la producción global. El empleo de esclavos
habría dado lugar a bocas adicionales que ali-mentar para un volumen de producción
sensiblemente igual, siendo la productividad de los esclavos un poco su-perior a la de los
campesinos libres. Los impuestos del estado se habrían pues aplicado a un plusproducto
dis¬minuido. Si esos esclavos hubiesen sido empleados por las comunidades campesinas en la
producción de mercancías destinadas a la exportación o al mercado interno, habrían sido el
medio de dichas comunidades, para escapar a los apremios de la economía distributiva y de
favorecer su in¬serción en circuitos comerciales, competidores de esta úl¬tima. El esclavo
puesto al alcance del pueblo representa para éste, en este tipo de sociedad, un factor de
emanci¬pación económica, y por tanto política, contra el cual el poder instaura medidas
convergentes, vinculadas todas a la economía distributiva. No es sino al principio del siglo XX,
por ejemplo, con el negocio del aceite de palma, que vemos iniciarse en Dahomey una
popularización de la es¬clavitud.

zación de sus potencialidades productivas y reproductivas por su acumulación en la corte,


priva radicalmente al campesinado y lo mantiene dentro de sus estructuras do-mésticas
(Meillassoux, 1968).

Los "sacrificios de esclavos" se explican, creo yo, en esa misma perspectiva. Una vez
satisfechas las demandas de los traficantes y las necesidades económicas y milita¬res de la
clase dominante, a falta de un mercado interior —como es el caso generalmente en una
economía redis- tributiva— en el cual puedan venderse los esclavos o sus productos, los
cautivos sobrenumerarios se vuelven bocas inútiles. Antes que distribuirlos entre las clases
inferiores, las clases aristocráticas han tomado más a menudo par¬tido por suprimirlos so capa
de "sacrificios".

Se dan desde luego razones prácticas para esas matan¬zas. Era, se dice, el medio de
deshacerse de los esclavos que envejecían y de los improductivos. Snelgrave (1734: 46) dice
también que se temía que los esclavos viejos "ha¬biéndose convertido en sabios por la edad y
una larga experiencia" fuesen capaces de complotar contra su amo. Se mataba también a los
individuos considerados como invendibles e irrecuperables. Cierto es que muchas de las
víctimas eran hombres, considerados más peligrosos y menos útiles económicamente, pero
había también muje¬res y no necesariamente viejas. En el Dahomey, los pre¬textos para esos
asesinatos eran numerosos y a menudo fútiles. Herskovits (1938, n: 229) estima en 200 por
año el número de "mensajeros", hombres y mujeres, remitidos a los antepasados para proveer
a éstos de alguna infor¬mación o formular pedidos relativos a la excavación de un pozo, a la
oportunidad de un matrimonio, a la llegada de un extranjero o al lanzamiento de una nueva
danza. Pero era sobre todo para las "costumbres" anuales y en ocasión de los funerales reales
que tanto hombres como mujeres eran sacrificados en grandes cantidades. En todo caso, se
hacía una elección entre el asesinato de los es¬clavos o su distribución entre el pueblo.
Cualesquiera que hayan sido los pretextos o las intenciones, los "sacrificios" de esclavos
contrariaban la difusión de la esclavitud en el campesinado libre y lo privaban de un medio de
enri¬quecimiento, y por ende de emancipación política con res¬pecto al poder.4

3. LA ECONOMÍA SEPARADA

Así pues, la distribución de los esclavos entre los aristó¬cratas y los campesinos no solamente
refleja la diferencia de condición entre la nobleza y el pueblo, define sobre todo dos sectores
económicos distintos, uno esclavista y el otro doméstico, cada uno funcionando según
relaciones de producción diferentes. El primero, en el seno del cual se establece una relación
de clase entre esclavos productivos y aristócratas, opera en provecho de una minoría
domi¬nante que no parece haber sobrepasado, en nuestros ejem¬plos, un tercio de la
población libre.

El segundo sector, donde se preservan las relaciones de producción doméstica, sigue siendo la
base infraestructu- ral de la reproducción campesina.

Ahora bien, esos dos sectores tienen tanto uno como el otro la capacidad de funcionar de
manera autónoma. Además de la explotación de los esclavos (mientras ésta dure) y su venta,
el sector aristocrático se beneficia de otros recursos: el botín material, el tributo de los
venci¬dos. La venta de cautivos induce un comercio de impor¬tación y exportación del cual se
beneficia la corte; en los estados esclavistas de este tipo, el negocio se confía a menudo a
representantes oficiales, asalariados por el rey, y que dependen de manera extrema de sus
favores (Po- lanyi, 1969). El comercio practicado por los comercian¬tes extranjeros está
sometido a impuestos reales o a la exigencia de regalos. Cuando el sector productivo y
mer¬cantil de la economía se deja a las comunidades autóno¬mas —como en Segu— éstas se
ven periódicamente "es¬quilmadas" en provecho de un soberano sin dinero.

Finalmente, alrededor de la corte y la aristocracia se forma un cuerpo social que contribuye a


dotar a esta clase de los medios directos o indirectos del poder: los clientes Gracias al
producto agrícola procedente del tra¬bajo de los esclavos o del campesinado libre, la corte y
los aristócratas pueden mantener bajo su dependencia a artesanos o a proveedores de
servicios cuyos productos o cuyo trabajo les son reservados en su totalidad. Dado que están
inscritas en una relación de clientela, la producción y la circulación de estos productos
especializados son man¬tenidas fuera de los circuitos comerciales. La esfera de redistribución
se extiende, de esta manera, allí donde la especialización del trabajo favorecería a la economía
de mercado, y mantiene a la clase de los comerciantes al margen de todo un campo de
transferencias y de circula¬ción de los productos. Si la relación de clientela no es en esencia
una relación de explotación, puede ser el canal de eventuales relaciones de extorsión. Pero allí
no está la función esencial del clientelismo. Éste permite sobre todo a la corte asegurar el
control de los bienes indispensables para las actividades que se reserva, como la guerra o los
bienes económicamente estratégicos (como las herramien¬tas agrícolas por ejemplo).

Cuando las condiciones de la captura y de la trata son buenas, el sector económico


aristocrático alimentado por la esclavitud, el comercio y el clientelismo puede funcio¬nar y
perpetuarse por sí mismo, sin recurrir necesaria¬mente a la explotación del campesinado. En
cuanto a la economía doméstica, sabemos que preexiste a la aristocra¬cia y que la
desaparición de ésta no haría más que darle la autonomía que posee intrínsecamente.

¿Son esos dos sectores sin embargo susceptibles de en-contrarse en una relación orgánica?
¿Se instaura una re-lación de producción específica entre la aristocracia eá- clavista y el
campesinado libre? La economía de captura practicada por el conjunto social representado por
su cla¬se dominante, ¿depende de tal relación?

4. LA EXTORSIÓN EN NOMBRE DEL PADRE


La relación entre los dos sectores, esclavista y doméstico, se manifiesta social y políticamente
como una relación en¬tre dos fracciones sociales: la aristocracia —de la cual forma parte el rey
y su corte— y el campesinado libre. Si la primera está en una relación de clase con los esclavos
productivos, la naturaleza de dichas relaciones con el cam¬pesinado varía según el grado de
autonomía económica de esos dos sectores, el uno respecto del otro.

Entre la aristocracia y el campesinado, los lazos son ideológicamente declarados como de


carácter "parental". La clase aristocrática es asimilada a una categoría de "ma¬yoría de edad",
el rey al padre o a los antepasados, sus súbditos a una descendencia obediente. Son esas
relacio¬nes de "mayoría de edad" las que justifican la circulación prestato-distributiva de
apariencia doméstica de la cual el decano-rey está en el centro.8

Para juzgar de lo bien fundado de esta asimilación ideo-lógica, hay que revisar, a la luz de esta
confrontación, la naturaleza de la relación de producción doméstica. En la economía
doméstica de autosubsistencia, a escala de las comunidades, ningún contrato define el tiempo
de trabajo, ni la parte del producto que debe corresponder al traba¬jador. En lo que concierne
al bien esencial, es decir la comida, la totalidad del producto de los activos le corres¬ponde a la
comunidad bajo la responsabilidad del decano. Ese producto se reinyecta a la comunidad,
compuesta por todos sus miembros, productivos e improductivos, por el intermediarismo de
las reservas y de la cocina común. La relación de producción se establece pues entre el
conjunto de los miembros productivos y el conjunto de los impro¬ductivos. Si hubiera una
relación de clase en ese modo de producción, estaría, orgánicamente, entre esas dos
catego¬rías. Pero esa relación no engendra una explotación de los productivos por parte de los
preproductivos, puesto que el alimento que absorben estos últimos está destinado a producir
los productores futuros cuyo producto correspon¬derá íntegramente a la comunidad; no son
tampoco explo-

6 Las relaciones del rey de Oyó con los jefes de países o aldeas conquistados se asimilaban a
relaciones padre/hijo y tenían como intermediario a "padrecitos", agentes esclavos delegados
por el tercer eunuco (Morton-VVilliams, 1967: 64).

tados por los posproductivos, puesto que estos últimos re-ciben a su vez, de sus menores,
gracias a esta inversión, lo que ellos mismos habían producido, en su momento, para sus
mayores.

En esta relación de producción, el decano está encargado de la gestión de la comunidad, en


virtud de su preceden¬cia en el ciclo agrícola o, en otros términos, a título de primogénito de
los productivos. Sin embargo, conserva ge-neralmente esta precedencia hasta su edad
posproductiva con el fin de ejercer la gestión política y matrimonial de la comunidad. Esta
posición, la cual le confiere autoridad, no coincide pues necesariamente con la fase
posproductiva de la vida. Se puede ser decano de la comunidad antes o des-pués que uno se
haya vuelto incapaz de trabajar. Si el decano pues, cuando está viejo, consume el producto de
sus menores, no es en virtud de su rango o de sus fun¬ciones, sino porque al estar debilitadas
sus capacidades físicas se encuentra en la clase de los improductivos. En cambio, habría
explotación (o extorsión) en provecho del decano o de los mayores en general, si la posibilidad
de consumir sin producir estuviera relacionada con el rango, independientemente de la
participación en la producción; cuando, por ejemplo, el mayor, estando aún en edad pro-
ductiva, hiciera alarde de su primogenitura para dispen-sarse de trabajar.

Ahora bien, la trasposición ideológica entre el rey y el decano (o el padre) descansa


precisamente en esta confu-sión entre improductividad y ocio; ocio y primogenitura;
primogenitura y gestión; gestión y apropiación del produc¬to. En la sociedad aristocrática, es
decano no ya el que designa la antigüedad en el ciclo agrícola, sino el que per¬tenece, por su
nacimiento, a la clase en la cual se reclutan los "mayores", sin consideración de edad o de
antigüedad real. Es en esta calidad que el rey reivindica la gestión del producto colectivo y,
más allá, la libre disposición del mismo.

La relación doméstica y estrictamente funcional —entre productivos e improductivos— se


transforma en una re-lación jerarquizada entre una fracción social que ejerce una función
exclusivamente política y otra que asume ta¬reas productivas. Cuando la ideología doméstica
es tras¬puesta así en una sociedad jerárquica, es interesante notar que se salvan las
apariencias, generalmente. Es así como, muy a menudo, el soberano "trabaja" la tierra,
ritualmen- te. Mediante ese gesto (en el cual no se ve generalmente más que un simbolismo
abstracto ligado a la fecundidad), el rey se coloca sin equívoco en la clase de los productores
agrícolas. Así el rey del Dahomey pertenece a un dompe (esas asociaciones de edad
consagradas a los trabajos agrí-colas colectivos) y toma el azadón unos instantes; escoge, sea
cual fuere su edad, mostrarse como el primogénito de los productivos, para demostrar que las
prestaciones ie son debidas en esta calidad.

Sin embargo las relaciones prestato-distributivas que emanan de esta asimilación ideológica
pueden no ser, de golpe, el canal de una explotación, sino de una extorsión. En efecto, el
circuito redistributivo funciona, según los casos, unas veces ocasionalmente, otras
regularmente.0

En su forma ocasional, como en el país mawri, por ejemplo (Pradelles, 1981: 233 s.), el
volumen de las pres¬taciones debidas por el campesinado no es ni fijo ni me¬dido. Se hacen
regalos al poder en ocasión de algunas cele¬braciones, entronizaciones, funerales, fiestas,
primicias agrícolas, de las cuales sólo algunas son regulares. Pueden hacerse contribuciones
igualmente exigidas en ocasión de las guerras. A la inversa, el poder redistribuye botín a la
población en ocasión de victorias, alimentos en ocasión de hambrunas, regalos en ocasión de
algunas hazañas o reali-zaciones por parte de sus súbditos.

Cuando el circuito redistributivo funciona pues oca-sionalmente en los dos sentidos y no


regularmente, cuan¬do no se acompaña ni de periodicidad ni de contabiliza- ción, la relación
entre los dos sectores, aristocrático y do¬méstico, no es orgánica: puede aun funcionar sin
bene¬ficio, a la larga, para ninguna de las partes. Ya que cada sector es económicamente
autónomo, consideraciones po¬líticas coyunturales son las que dictarán la actitud econó¬mica
del poder o de la clase dominante respecto del cam¬pesinado. Varios observadores han
señalado por cierto la preocupación de moderar las sangrías sobre esta última.

Entre el poder y el campesinado, las prestaciones y contraprestaciones toman así las


apariencias de una "jus¬ta" reciprocidad: los campesinos ofrecen al rey o al señor según sus
capacidades; reciben en función de sus necesi¬dades. Es muy evidente que el poder puede
aplicar todo tipo de presiones a fin de extraer beneficio de ellas, pero no parece que sea, en
todos los casos, el objeto de esas sangrías. En efecto, el plusproducto percibido del
campe¬sinado puede no ser más que un complemento ocasional de los recursos propios del
sector aristocrático, vale decir del botín obtenido a través de la guerra, del producto de la
explotación de los esclavos, de los impuestos comer¬ciales, de las confiscaciones, de las
multas, de los tributos pagados por los vencidos, etc. Cuando la aristocracia do¬mina esos
recursos, podemos concebir que los dos secto¬res pueden funcionar independientemente el
uno del otro, o que los intercambios entre ellos se equilibran. En otros términos, no existe
relación económica necesaria entre los dos sectores, ni una organización sistemática de la
explo¬tación, aunque esta situación ofrezca la oportunidad de extorsiones eventuales. A esta
formación social constitui¬da por dos sectores económicos, uno aristocrático y escla¬vista y el
otro campesino y de base doméstica, que no mantiene entre ellos más que relaciones de
extorsión in¬orgánicas, propongo llamarla despotismo guerrero.

encuentran entonces implicados en una relación de depen-dencia hacia la aristocracia de la


cual los esclavos, que ellos han contribuido a capturar, son los agentes. Hay ex¬plotación en la
medida en que las actividades militares del pueblo llegan así a mantener la relación de
domina¬ción y de explotación que sufre. Es gracias a este cuerpo de mando de lacayos que las
milicias campesinas tienden a reducirse al estado de mano de obra militar gratuita cuando
cada recluta aporta su avituallamiento, y a veces también sus armas y su vida. Así sucede por
ejemplo con las tropas ashanti que se alimentaban, si no a costa del país, con la harina que
cada soldado debía traer consi¬go. Las descripciones que da Binger sobre la intendencia de
Samori llevan igualmente a pensar que lo esencial del avituallamiento era dejado a los recursos
o a la habilidad de los soldados.

Por la explotación militar de los campesinos, el costo material y humano de la captura no recae
solamente so¬bre la clase aristocrática (la cual sin embargo es la única que se apropia de los
cautivos) sino también sobre el campesinado; aporte gratuito que beneficia tanto a la cla¬se
aristocrática que vende los esclavos como a los que compran.

Sin embargo, la explotación militar de los campesinos no puede ser ni estable ni orgánica pues
no es como cul-tivadores y productores que éstos la sufren, sino a través de una actividad, la
guerra, que es extraña a su condición y a la cual podría ser destinado cualquier grupo social.
De hecho, esta relación militar entre la aristocracia y los campesinos tiende a desaparecer a
medida que sus efectos se vuelven positivos: los cautivos de guerra son transfor¬mados en
soldados y sustituyen a los campesinos arma¬dos que los han capturado. Los conscriptos dejan
el lugar a los lacayos. No hay reproducción de la relación de pro¬ducción.

Los casos que hemos captado corresponderían así a tres modelos de organización social,
fundados en la cap¬tura y en el empleo, de esclavos:

a] una sociedad guerrera que emana de la banda y de la incursión y que involucra al


conjunto de sus naturales en la guerra de captura, la venta y la explotación de los cau¬tivos y a
la cual llamé, con Engels, el séquito militar, com¬parable a la que Benveniste (1969: 89s.)
designa como el laos (griego):
b] una formación social constituida por dos sectores económicos, uno aristocrático y
esclavista y el otro de base doméstica, y que sólo mantienen entre ellos relacio¬nes de
extorsión inorgánicas y ocasionales (el despotismo guerrero);

c] un estado esclavista aristocrático, que se apoya en un cuerpo de esclavos armados, y


que explota militarmente a los campesinos obligados a participar físicamente en la captura de
los esclavos sin que ellos mismos se benefi¬cien de la esclavitud (la tiranía militar).

Si examinamos la naturaleza de las relaciones que se establecen en el seno de la sociedad


militar esclavista, com¬probamos que éstas interesan a tres componentes sociales: la clase
militar o aristocrática, la población campesina libre y los esclavos. Sus relaciones son diferentes
en los tres casos. En el séquito militar, el pueblo y sus jefes, eventualmente la corte, se
benefician en conjunto de los cautivos, aun si es en grados diversos, ya sea vendiéndolos como
mercancía, ya sea explotándolos como esclavos. No existen relaciones de explotación entre
libres. En el des-potismo guerrero, la esclavitud sólo beneficia a la aristo-cracia, la cual ejerce
además una extorsión ocasional sobre el pueblo. Finalmente, en la tiranía militar, la
aris¬tocracia organiza a una parte de los esclavos como un cuerpo represivo para obligar a la
población campesina libre al trabajo de la guerra.

La esclavitud sólo beneficia al conjunto de la población libre en el primer caso. El campesinado


libre está excluido del mismo en el segundo, mientras que está sometido a una forma de
explotación militar en el tercero.

La guerra de captura, a diferencia de la incursión, con-tribuye así a engendrar relaciones de


clases en el seno de la población libre al favorecer la acumulación, en manos de los guerreros,
de cautivos utilizados en la represión y en el mando militar de los campesinos. La clase militar
se encuentra por ese hecho en el polo de una doble relación de clases: como amo con
respecto a los esclavos y como señor ante los campesinos. Según los empleos que aqué¬lla les
asigna respectivamente, se elaboran diversos sis¬temas políticos.

La esclavitud puede ser pues el sostén de formas po¬líticas diferentes. Puede sólo beneficiar a
una parte de la población libre o contribuir a crear en su seno formas de explotación que
pueden coexistir con las de la escla¬vitud, e incluso sustituirla. La esclavitud se abre, por
me¬dio de ese atajo, a la servidumbre.

6. DE LA TIRANÍA MILITAR A LA SERVIDUMBRE

Cuando las capturas se hacen más alejadas y costosas, cuando la renovación de los esclavos
agrícolas cesa, la ex-plotación agrícola recae, cada vez más gravosamente, sobre el
campesinado libre. Para ejercer sobre éste una explo-tación más intensa, la actividad militar de
los aristócratas y de sus lacayos se desvía de la guerra de captura ha¬cia la represión interna
mientras que los cuerpos serviles de la corte constituyen los instrumentos administrativos de
la dominación aristocrática sobre la clase campesina. La condición de los campesinos libres y la
de los esclavos agrícolas, apegados a la tierra, llegan a confundirse en una relación semejante
respecto de la aristocracia. En esas con¬diciones, en efecto, no es ya necesario para la
aristocracia mantener a los esclavos agrícolas en un estado diferente al de los campesinos. Por
el contrario, es preciso en lo sucesivo convertir a los esclavos agrícolas en parceleros y
aparearlos para favorecer su reproducción. La condición mejorada de los esclavos tiende a
coincidir con la posición deteriorada del campesinado debilitado por la explotación creciente y
continua de la cual es objeto.

La economía no está ya entonces constituida por dos sectores económicos, como en el caso
del despotismo gue-rrero, sino por dos clases sociales. La relación de explota¬ción se establece
entre la aristocracia y una población pro¬ductiva compuesta de cultivadores libres y de
esclavos parceleros, confundidos en una nueva clase campesina. Puesto que el abastecimiento
de la aristocracia depende enteramente en lo sucesivo de esta clase debe establecerse un
modo de sangría riguroso para extraer de ella un plus- producto regular y asegurar de continuo
las transferencias necesarias para el mantenimiento de la clase dominante y de sus medios de
dominación. Este modo es la servidum¬bre, cuyos principales modos de sangría son la
prestación en trabajo y los impuestos, los cuales ya no funcionan ocasional sino
periódicamente.

a] Prestaciones en trabajo

En la mayoría de los estados aristocráticos, los edifi¬cios reales, las obras militares y en general
todos los tra¬bajos que exigen algún tiempo, se emprenden más a me¬nudo por
requerimiento a las poblaciones aldeanas sier- vas y libres que por movilización de los
esclavos. Esas prestaciones en trabajo son realizadas por las aldeas, por turno, a razón de
algunos días de trabajo por año. Se plantea en efecto un problema de intendencia, como para
las milicias campesinas: el de asegurar las vituallas de los trabajadores sujetos a prestación
durante la duración de los trabajos. Cuando las prestaciones son cortas, como es el caso
generalmente, los campesinos agricultores, al dis¬poner del producto de su propia cosecha,
pueden alimen¬tarse a sí mismos. Están más aptos para proveer una mano de obra totalmente
gratuita que los esclavos que sería preciso mantener en grandes cantidades y
permanente¬mente, a costa de requisiciones duraderas de víveres y me¬diante la difícil
organización de una intendencia. Por esta razón es que los trabajos se llevan a cabo fuera de la
or¬ganización agrícola y que las aldeas más cercanas a la corte son requeridas más a menudo.

b] Impuestos

Más todavía que las prestaciones en trabajo, las cuales exigen siempre una forma de coacción,
es por la institu¬ción del impuesto que se establecen orgánicamente las re¬laciones
económicas entre el campesinado y la aristocra¬cia. Al desviar más siervos de la producción a
las funcio¬nes represivas o administrativas, la aristocracia hace cada vez más indispensable la
transferencia de subsistencia para alimentar ese cuerpo improductivo creciente, mientras que
éste se vuelve cada vez más necesario para asegurar la ejecución de los requerimientos más
gravosos.

A diferencia de las sangrías ocasionales practicadas por el sistema prestatario sobre el pueblo,
o el tributo infli¬gido a las poblaciones extranjeras sometidas, el impuesto es una contribución
regular, medida cuantitativamente y socialmente determinada sobre una base tributaria. En
las sociedades aristocráticas, la base tributaria distingue primero, en el seno del pueblo, a las
capas de la pobla¬ción que deben pagar el impuesto de aquellas que lo reci¬ben o que están
exentas del mismo. Es la ideología y no la fortuna la que hace la división: pagan los
dependien¬tes, vale decir el campesinado; están exentos los aristó¬cratas y la corte. La base
tributaria mide muy raramente los recursos, pues, respecto del pueblo, el impuesto es de
capitación. Cada hogar, o cada uno de los adultos de cada hogar, es gravado por una suma
previa e igual, de la cual el responsable es el decano de la comunidad. (Con el Islam a veces se
introduce un sistema más perfeccionado, el diezmo, proporcional al volumen de la
producción.)

No podríamos subestimar la complejidad y la pesadez administrativa que imponen los


aparatos de captación, in-cluso los más rudimentarios, en sociedades sin escrituras y sin
sistema numérico. El impuesto exige censos, reco-lectas, almacenajes, etc., por lo tanto un
personal numero¬so y calificado, capaz de manipular los diversos métodos de contabilidad
puestos en práctica. Se apoya en una ad-ministración relativamente complicada, larga de
instru-mentar, y tenemos derecho a pensar que tantos esfuerzos resultaban provechosos para
la corte.

Por varias razones, en efecto, el impuesto permite más ese beneficio que el sistema
prestatario. Si con el impues¬to las contribuciones del campesinado dejan de ser oca-sionales
para convertirse en obligatorias y regulares, como contrapartida, las retribuciones reales hacia
el campesi-nado se mantienen circunstanciales y arbitrarias. El poder, al oponer así recursos
relativamente constantes a desem-bolsos variables, se confiere los medios de asegurar un
saldo positivo. Por otra parte, la identificación social de los recursos mediante la definición de
la base tributaria garantiza su transferencia de una clase a otra.

Más allá de esas ventajas materiales, el impuesto brinda al estado la posibilidad de actuar
como regulador del sis¬tema social. Es preciso a este respecto distinguir, entre los objetos de
los cuales se compone, los que están desti¬nados al prestigio y al boato de los que entran en
un ciclo productivo. El más importante de estos últimos, fuera de los seres humanos, es la
subsistencia. El impuesto obliga¬torio de subsistencia, el cual autoriza el dominio de los
aparatos administrativos y represivos, no solamente ase¬gura el avituallamiento de la
población no productiva, sino que permite también ejercer un control decisivo sobre la
reproducción económica y social de la población campe¬sina. Es mediante el impuesto sobre
las subsistencias que puede establecerse una relación de producción que con¬duzca a la
esclavitud, a través de sus transformaciones, a su propia desaparición.

Desde luego esta metamorfosis cualitativa sólo es poten-cial y sólo se considera aquí como el
producto hipotético de una evolución interna. En los hechos, muchos estados depredadores
han desaparecido antes de llegar a ese esta-dio, por haber agotado la materia humana de la
cual se alimentaban. Pero, con el impuesto sobre las subsisten¬cias, están presentes los
elementos de una evolución hacia una servidumbre generalizada.

Algunos autores consideran, por ejemplo, que el impe¬rio sonxai conoció la servidumbre
(Tymowski, 1974 b). El askia donaba a sus fieles, o a los santos morabitos, aldeas enteras
(tierras y hombres juntos). El hecho mismo de este procedimiento supone que los trabajadores
implica¬dos estaban obligados a permanecer en esas tierras cual¬quiera que haya sido el
beneficiario. Esos campesinos eran por otra parte "aldeanos", vale decir con esto que
cono¬cían las condiciones de una reproducción familiar.
La servidumbre es la condición que sufren todavía los habitantes de numerosos caseríos en
África, deudores a sus amos de prestaciones fijas y de servicios, pero que vi¬ven por otra parte
en familia y a veces bajo la autoridad de uno de los suyos (Derman, 1973). Aquellos de los
cua¬les dependen son unas veces aristócratas, otras veces co¬merciantes. No se debe
confundir ese modo de explotación con el feudalismo, pues la servidumbre, bajo diferentes
formas, puede existir independientemente del vasallaje o la investidura caballeresca (Duby,
1973).

c] Las reservas

Debido al carácter cíclico de la producción agrícola a corto plazo y de su carácter aleatorio a


largo plazo, la existencia de reservas (de granos o de semillas) es indis¬pensable para la
producción y la reproducción, tanto de los individuos como del ciclo de producción. En la
econo¬mía doméstica cada comunidad dispone de sus propias reservas para cerrar el año
agrícola y, según sus técnicas de almacenamiento, para cubrir los periodos cataclísmicos el
mayor tiempo posible. Pero la eficacia de un sistema de reservas mejora cuando el área de
producción tiene una mayor extensión y cubre regiones susceptibles de no estar sometidas al
mismo tiempo a las mismas variacio¬nes climatológicas y a las mismas plagas. Si las
comuni¬dades domésticas compensan las variaciones de la produc¬ción en el tiempo con el
volumen de sus graneros, cada una sólo cubre una superficie demasiado restringida para
compensarlas en el espacio. Los reinos, debido a su su¬perficie, están en mejor capacidad de
realizar esa compen¬sación. Ya que disponen del impuesto como medio de san¬gría
administrativa, pueden concentrar los productos agrí¬colas en un lugar, almacenarlos,
redistribuirlos, y por lo tanto equilibrar mejor, desde el punto de vista geográfico, sus
variaciones. La administración central disfruta de una posición favorable a la organización de
una regulación de los abastecimientos alimenticios.

Las reservas reales, desde el momento que se utilizan para esta función de regulación, tienden
a constituirse a través del impuesto a expensas de las reservas domésticas. La compensación
de la produccción a escala espacial sus-tituye a la que ejercían los graneros familiares a escala
temporal. Las funciones que ejercen los mayores a este respecto son simultáneamente
recuperadas por el poder central. En cada mala cosecha, las comunidades domésti¬cas se
vuelven así dependientes de la corte para alimen¬tarse durante la hambruna y a veces para
reabastecerse de semillas en caso de hambrunas más duraderas. Esa re-lación se convierte en
orgánica cuando la reproducción del campesinado está condicionada por la existencia de esas
reservas, las cuales dependen de por sí de la produc¬ción campesina.

El control político de las reservas alimenticias y de las semillas —por ende de las fuentes de
energía humana— no se ejerce necesariamente (jamás, en la práctica) sobre la totalidad de la
producción alimenticia. Basta con que tenga por objeto la fracción necesaria para la
reproduc¬ción en los periodos menos productivos para ser eficaz. Ese control puede ejercerse
también a una escala más re¬ducida que la de un reino, pues el siervo se encuentra siempre,
en algún momento, fuera de toda posibilidad, como consecuencia de una mala estación, de
pagar sus tributos fijos, mientras que el señor acumula, gracias a la invariabilidad de los
tributos, el plusproducto de las buenas cosechas.
Agreguemos que es gracias a esas riquezas alimenticias que los aristócratas y la corte pueden
mantener bajo su dependencia a los artesanos-clientes mencionados arriba y asegurarse la
exclusividad de sus productos. Cuando és¬tos son aperos agrícolas, el dominio de la clase
dominante sobre la agricultura es todavía más eficaz y se alimenta a sí mismo. Cuando se trata
de las armas destinadas al ejército-policía, los campesinos contribuyen también, al ali¬mentar
a esos artesanos, a mantener su propio someti-miento.

Se concibe pues que, en la servidumbre, la subsistencia, aunque sea en apariencia un bien de


consumo y no de

rirlo un materialismo primario; al igual que la centralización del poder, no engendra


necesariamente la de las reservas.

producción ya que entra en el ciclo energético de la pro-ducción de la fuerza de trabajo, pueda


representar el con-tenido material principal de una relación de explotación establecida entre
la aristocracia y el campesinado, por lo tanto la base de un auténtico modo de producción.

En este caso también, en el nivel de la relación de clases, la esclavitud es el agente de su propia


desaparición. Cuando los esclavos sólo tienen funciones administrativas o mili-tares y cuando
su mantenimiento está asegurado indirec-tamente por el t'"ibajo del pueblo y directamente
por la clase dominante, ya no constituyen una clase sino un cuer¬po social secretado por la
aristocracia para desempeñar en su lugar algunas de las tareas necesarias para el esta-
blecimiento y la afirmación de su poder. La duración de la vida productiva de esos agentes —
como sucede en el caso de los esclavos agrícolas— ya no es de tomarse en cuenta. Es menos
importante sacar provecho de ellos que su fidelidad. Se favorece su suerte material comparada
con la del pueblo y su lealtad está mejor garantizada por la herencia que por la captura. El
estado de esclavo se es¬fuma a medida que sus nuevas funciones dan forma a otro agente que
necesita otras cualidades. Si al mismo tiempo, como lo hemos visto, el "trabajo" de esos
traba¬jadores de confianza logra reducir al campesinado a la servidumbre, no hay más
obstáculos jurídicos para que los esclavos agrícolas se conviertan en campesinos. Y si, como
podemos imaginar, esa evolución se perfila cuando la captura se vuelve menos rentable,
existen buenas razo¬nes económicas para que se realice, como en numerosos casos históricos,
la transformación de la esclavitud en ser¬vidumbre.

Sin embargo, esta evolución de la esclavitud aristocrática no es más que una vía hacia la
transformación de esta ins¬titución. El desarrollo de la esclavitud en el marco mer-cantil es
distinto del que hemos visto más arriba: por la incorporación de su trabajo en la mercancía, el
esclavo de renta se realiza a sí mismo como mercancía y se aleja para siempre de un destino
político.

EL DINERO

LA ESCLAVITUD MERCANTIL

La economía aristocrática provee los esclavos y retiene para ella los que le son necesarios para
su uso. Abastece el mercado pero no funciona para el mercado. La econo¬mía mercantil en
cambio se desarrolla totalmente en torno al mercado. Los comerciantes compran las capturas
de los aristócratas, las acondicionan, las transportan y las ex¬portan hacia los países lejanos a
los cuales han trasmitido la demanda. Al hacer esto contribuyen a propagar la es¬clavitud,
abriendo en su camino mercados dondequiera que la producción local sea susceptible de
ofrecer una contraparte por sus mercancías y, entre éstas, por los cautivos. Orientan y
difunden así los intercambios escla¬vistas al ponerlos al alcance no solamente de los
aristócra¬tas, sino también de la gente común siempre y cuando se confieran los medios
materiales para adquirirlos. Entre la Edad Media y el siglo xix africanos, esos mercados se
mul¬tiplicaron. Hemos dado en la primera parte una idea de conjunto sobre las rutas y los
mercados de esclavos que existían en el siglo xix. Sus localizaciones en esta zona de Africa
designan las regiones donde se desarrolla la eco¬nomía esclavista. Producto de una demanda
de origen le¬jano (en este caso del Maghreb y del Atlántico), el co¬mercio esclavista crea a su
vez un comercio de esclavos dirigido a las sociedades africanas vecinas de las zonas de captura.

Lejos de sugerir una génesis problemática de la esclavi¬tud a partir de los sistemas de


parentesco de las socieda¬des africanas (Miers y Kopytoff, 1977: 26) y la propagación del
comercio a partir de esta diferenciación interna, los hechos parecen señalar a la esclavitud,
hasta en las so¬ciedades campesinas, como el efecto de la demanda mer¬cantil, de su
proximidad a los mercados y de su integra¬ción en un área de intercambio en extensión. La
tesis, según la cual el esclavo surgiría del seno de la sociedad doméstica, excluye a priori su
intercambio y el intercam¬bio de sus productos y no da ninguna cuenta del comercio esclavista
en el cual esas sociedades se encuentran impli¬cadas. Ya que el mercado de venta de los
esclavos es tam¬bién el lugar de compra de sus productos, la esclavitud sólo puede
perpetuarse y desarrollarse en ese contexto comercial. Su tráfico se instaura así en la misma
Africa, por el hecho combinado de la guerra y el comercio entre las regiones saqueadas y las
que, situadas bajo la depen¬dencia de los mercados, los compran y los explotan, ali¬mentando
una economía continental donde se intercam¬bian hombro con hombro sus productos y sus
personas.

CAPÍTULO PRIMERO EL PAÍS MERCANTIL

En el antiguo reino del Sin (Senegal actual), alrededor del siglo xv, el enriquecimiento de un
hombre vulgar era considerado por la corte como subversivo. El bur (el so¬berano) enviaba a
sus ceddo (lacayos) a saquear a ese advenedizo, a menos que éste lo visitara por varios días,
para vaciar sus reservas y marcharse cubierto de regalos (según Mbodj, 1978: 53).

Lo anterior es una ilustración entre otras de los con¬flictos ya mencionados, que surgen entre
dos clases econó-micamente complementarias y políticamente concurren-tes, la aristocracia
guerrera, que provee a los cautivos, y la clase mercantil, que les da salida y eventualmente los
emplea. La economía mercantil y productiva suscita en el interior del reino el peligro político
de un enriquecimiento sin relación con el nacimiento y, cuando esta amenaza se vuelve muy
aguda, la aristocracia no tolera que se cons-tituya en su entorno una clase, ya no cliente, sino
rival.

Como hemos podido comprobarlo, el comerciante es, en los reinos, muy a menudo un
"extranjero", casi siempre mantenido fuera del poder en virtud de su extraneidad. Los que su
prolongada implantación ha convertido en súb- ditos del rey son mantenidos a raya o
"desfalcados" cuan¬do se vuelven demasiado ricos, a menos que sean introdu¬cidos en los
títulos y las obligaciones nobiliarias que jus¬tifican la riqueza en un régimen aristocrático, pero
que también la canalizan en las vías de la gracia y de la po¬sición. Las relaciones de protección
o de clientela son las que extiende la aristocracia a los cuerpos sociales y a las clases que
amenazan su superioridad con la finalidad de encerrarlas dentro de las relaciones prestatarias
o jerár¬quicas conformes a las normas aristocráticas. Terray (1975: 405) explica su
funcionamiento en el reino abron:

.. .la adquisición de las riquezas sólo puede lograrse como actividad autónoma dentro de
límites bastante estrechos, y la riqueza atesorada en el interior de esos límites no trae consigo
la influencia social y el poder político. Un hombre que haya reunido alguna fortuna no puede
esperar conser¬varla, aumentarla o utilizarla para sus ambiciones sociales y políticas si no la
pone a disposición del poder constituido. Dispone entonces de dos métodos: puede ayudar
directamen¬te a la tesorería del rey y de los jefes de provincia, cuyos gastos son fuertes y
están a menudo en dificultad; puede tam¬bién reclutar y equipar a sus expensas una compañía
de gue-rreros que colocará en tiempo de guerra al servicio del so¬berano. Como recompensa
el rey o el jefe de provincia lo nombrará safohen, le confiará la vigilancia de una cierta
can¬tidad de aldeas; ejercerá entonces sobre esas aldeas el poder judicial en primera instancia
y percibirá por lo tanto parte de las multas, participará en la recaudación de los tributos y
descontará también su parte: los mecanismos reconocidos de la distribución y de la
concentración de riquezas actuarán en lo sucesivo en su provecho. En resumen, la riqueza sólo
conduce al poder en la medida en que su poseedor pueda utilizarla para integrarse a la
jerarquía política existente, y sólo esta integración permite al hombre enriquecerse toda¬vía
más sin arriesgarse en todo momento a la expoliación y a la caída.

Esta integración en la sociedad estatutaria es posible cuando, como en las sociedades costeras,
los comerciantes locales son confinados dentro de los límites estrechos del reino y sometidos
en mayor medida a las vejaciones reales.

Los comerciantes de la sabana, que circulan a través de todo el continente africano, disponen
de más libertad respecto de los príncipes, y pueden imponer mejor sus pro-pias reglas (Wilks,
1971).

267

EL PALS MERCANTIL

Sin embargo, la historia nos ha mostrado que se cons-tituyen en esas áreas aristocráticas
espacios intersticiales regidos por la clase mercantil y sometidos a sus reglas: las ciudades-
mercados y sus dependencias; el hecho de que en esos espacios se establezcan vínculos y se
constituyan redes de negocios supone una especie de "estado" mer¬cantil reticular sin
territorio ni gobiernos centrales (cf. Meillassoux, comp., 1971 d). Los comerciantes mantiene
re¬laciones mercantiles entre ellos que exigen una ética, me¬dios de arreglo y de arbitraje. La
preservación del patri-monio, confundido ampliamente en ese estadio con el capital mercantil,
se basa en una interpretación de las rela-ciones de parentesco que no son ya ni las de la
comunidad doméstica agrícola ni las de la familia aristocrática.

Hombres de saber, jurisconsultos, moralistas, surgen en su seno para pensar, deeir e


interpretar el nuevo dere¬cho y las ideologías que apoyarán esas transformaciones, para
juzgar sobre los casos litigiosos tanto respecto de las personas como de los bienes y colocar la
moral bajo la vigilancia de un dios omnipresente. El interés recíproco de los comerciantes por
mantener las condiciones morales y culturales de sus negocios y el deseo de mantener a éstos
lejos del alcance de los príncipes o de los estados justicie¬ros demasiado rapaces los hace
aceptar la policía inma¬nente e inhibitoria del Islam. La clase esclavista mercantil aplica a la
esclavitud reglas propias y codificadas por su propia religión.

Las prescripciones del Corán relativas a la esclavitud no son muy numerosas, pero se
relacionan directa o in-directamente con la "producción", con la explotación y la reproducción
del esclavo. Ninguna de esas reglas, aunque hayan sido objeto de exegesis, han suscitado,
hasta donde yo sepa, cismas.

El Corán designa sin ambages al esclavo potencial en relación con la religión (sura XLVII, § 4-5):
"Así pues, cuando se encuentre a quienes son infieles, ¡golpéenle el cuello hasta dejarlo sin
voluntad! [Entonces] aprieten los lazos" (trad. R. Blachére, 1980: 538).

Marc Bloch mostró cómo el cristianismo había extraído la noción de "extranjero" de su


concepto geográfico para

hacer de ella una noción confesional (1974: 65). El Islam actúa de igual manera al designar al
kafir, al no creyente, como al extranjero bueno para la esclavitud. No autoriza en principio el
avasallamiento de los creyentes, pero la noción de cisma o de herejía puede levantar
oportuna¬mente esta restricción. Los ejemplos son numerosos.

En lo que concierne a la explotación, el Corán confiere, como remuneración a los esclavos, las
riquezas que Dios les reserva en el más allá, más preciosas que las que les ha quitado, si Él ve la
rectitud de su carácter y la bondad en su corazón (vui, § 7). En cambio, si no son obedien¬tes,
Alá le confiere al amo el derecho de disponer de ellos según su voluntad (ibid.: § 72, 71). En
cuanto a su capa¬cidad de reproducción el Corán es muy restrictivo (xxiv, § 32): "Casen a
aquellos esclavos suyos, hombres y muje¬res, que son honestos... Si son laboriosos, Alá los
hará bastarse en su favor."

Cuando se decide, la manumisión de los esclavos libera al amo de todo cargo a su respecto,
pero no al esclavo de toda obligación. La regla que prevalece en la clase mer¬cantil acerca de
sus esclavos está menos vinculada al ejer¬cicio de un poder absoluto sobre un ser considerado
como inferior, como en la aristocracia, que a su explotación. La función productiva del esclavo
y su valor mercantil lo sustraen, hasta cierto punto, de la arbitrariedad. En la medida en que
forman una clase social constitutiva de la sociedad y en la cual descansan la producción y el
be¬neficio, y en razón de su dispersión entre numerosos pro¬pietarios, los esclavos competen
al interés público y no exclusivamente al interés privado de cada uno de sus amos. En su
práctica, el Islam (y el estado islámico) asu¬me esta responsabilidad civil al imponer reglas
suscepti¬bles de moderar los conflictos que surgen de las relaciones de explotación y de evitar
su extensión. Impone su arbi¬traje entre las partes, en particular en lo que respecta a los
castigos, cuidando de que éstos no agraven las ten¬siones. El Islam trata la esclavitud como
una relación de clases y procura resolver los conflictos como tales.
El sacrificio humano está excluido, la eliminación física por parte del amo es permitida, pero no
puede ser sino rara y circunstanciada. El Islam recomienda que el escla¬vo sea alimentado
convenientemente y que su trabajo sea moderado. Si ese comportamiento no es observado, la
au-toridad está habilitada para vender al esclavo maltratado, a pesar de su amo. Preconiza una
forma de integración ideológica que le da al esclavo la perspectiva, al convertir¬se en
musulmán, de pertenecer a la comunidad. Preconiza la manumisión a la vez como una
esperanza alentadora y como un modo de poner a los viejos esclavos a cargo de sí mismos.
Esas reglas organizan la enajenación del escla¬vo y su mejor sumisión. "El amo debe inculcar al
esclavo los principios de la religión (si es necesario, por medio del castigo) ... de manera tal que
lo haga incapaz de ha¬cerle daño al musulmán" (en Daumas, 1857). La contra¬parte de su
trabajo y de su buena conducta queda apla¬zada al futuro del paraíso que le es presentado, si
lo merece, como su verdadera liberación. Si el Islam retira pues a cada amo individual la
autoridad exclusiva y arbi¬traria de infligir castigos o de matar esclavos, le ofrece a la clase de
los amos los medios económicos y jurídicos de una dominación social eficaz. Por medio de este
arbi¬traje moderado del Islam, el esclavo escapa al absolu¬tismo del amo y se encuentra
parcialmente recivilizado (Samb, 1980; Sanneh, 1976) .

Como lo muestra C. Aubin (1975, n: 510 5.) con saga¬cidad, el Islam introduce las condiciones
sociales necesa¬rias para el desarrollo de una economía individualista de beneficio. El Islam
sanciona la propiedad con penas crue¬les infligidas al ladrón. El robo, que sólo era en la
socie¬dad doméstica una falta a la autoridad, se convierte en un atentado contra la propiedad.
Esta última se extiende a la tierra, que se vuelve entonces inapropiable e inenaje- nable (ibid.).

El Islam impone el reparto de la sucesión que, aplica¬da al suelo, disuelve con el tiempo la
comunidad domés¬tica y favorece la aparición de campesinos sin tierra. Pero la verdadera
riqueza está en lo sucesivo en la propiedad de bienes, de oro, de dinero (Rodinson, 1966) más
que en el patrimonio de la tierra. C. Aubin subraya también que si el Islam mantiene la
discriminación de castas, ata¬ca a los brujos panegiristas que alientan a los aristócratas

270 EL DINERO

a gastar sus bienes por la fama, mientras que el purita-nismo islámico procura orientarlos al
ahorro. En ". . . Tom- bouctu... el imán Mohammed Baghayogo (que Dios esté satisfecho de él)
se esforzó en mantener la armonía entre los habitantes, impidiendo que se desarrollaran las
dispo-siciones que mostraba entonces la gente para arruinarse o para despojarse los unos a los
otros, y para dilapidar los bienes de los huérfanos" (TEF: 227). La religión no está fundada ya
en el antepasado ciánico, señala también C. Aubin, sino en un dios común. La vida
sobrenatural no depende ya de la calidad del primogénito o de decano de la comunidad
destinados a la ancestralidad, sino de la piedad y de las virtudes individuales. Las clases
sociales se hacen más firmes. La "infidelidad", que marca a los paganos como esclavos,
permite sustituir el trabajo servil por los trabajos colectivos que son una de las
infraes¬tructuras sociales de la comunidad doméstica. Por otra parte, la prohibición de bebidas
fermentadas disuelve las relaciones sociales comunitarias vinculadas a su consumo en
provecho de una mercancía —la cola— individualizada (Aubin, ibid.). La acumulación se vuelve
posible, el enri¬quecimiento permite acceder a la educación islámica y acentúa las diferencias
sociales. "Los esclavos liberan a los niños jaxanke de edad escolar de los largos periodos de
trabajo agrícola", refiere L. Sanneh (1976: 60, n. 57), quien observa también cómo esta
comunidad islámica mercantil de Senegambia mantiene su cohesión y su fuerza "amplia-mente
gracias al trabajo adicional proporcionado por los esclavos" (ibid.). Las peregrinaciones que
conducen hacia los ricos países árabes santifican a los que hacen de ellos provechosas
expediciones comerciales (Aubin, ibid.). Agre¬guemos que como contrapartida se desarrolla
una clase de indigentes. La limosna, de la cual el Islam se enorgullece, es el precio —módico—
del enriquecimiento de sus me¬jores adeptos por la desposesión de una parte creciente del
campesinado doméstico por parte de los creyentes. La guerra santa contra el paganismo y la
infidelidad desplaza a miles de individuos y los expropia totalmente. Otros son reducidos a la
miseria en sus aldeas despobladas, cerca de sus graneros quemados o saqueados, de sus
tierras asola¬das o amenazadas, privados de sus mujeres raptadas por los saqueadores. Los
viejos esclavos, caritativamente eman¬cipados cuando sus fuerzas declinan, no tienen otro
re¬curso que la mendicidad.4 La repartición de tierras empo¬brece a los parientes más
débiles. El Islam suscita y asu¬me el pauperismo.

El Islam es también un código (una gestualidad y con-traseñas) que permite a los creyentes, y
sobre todo a quienes sus negocios obligan a viajar, reconocerse entre ellos por la oración y
ahorrarse mutuamente la captura. El salam conquista el espacio y lo pacifica en provecho de
los creyentes negociantes o piadosos. Éste supone in¬mensas redes que recorren el mundo,
abriendo el camino a la circulación de cautivos sobre las largas distancias indispensables, ya lo
vimos, para su explotación. En cam¬bio, niega a los infieles que no poseen ese pasaporte el
privilegio de traficar lejos o en los países islámicos sin riesgos graves de ser capturados.5

Existen, claro está, familias islámicas consagradas ex-clusivamente a la religión, a su enseñanza


o también a las curaciones. H. J. Fisher (1971) tiene razón en recor¬darlo. Sin embargo, esta
especialización no es la regla y esas familias demuestran ser a menudo una rama de un clan
más amplio que comprende a otras fracciones consa¬gradas al comercio. ¿Habría bastado con
tan sólo el pro- selitismo para imponer el Islam a poblaciones paganas provistas ya de
creencias, de maestros, de taumaturgos, de curanderos? En el África sahelo-sudanesa, por
ejemplo, algunas de esas funciones eran desempeñadas por los he¬rreros: curar la locura y
otras enfermedades, tomar ju¬ramentos, inhumar..., funciones que les fueron sustraídas por
los morabitos. Todavía en el siglo xix, Samori tenía entre sus consejeros, en un plano de
igualdad, a taumatur¬gos paganos, herreros, morabitos. En cambio los nume¬rosos
comerciantes cuyos servicios utilizaba eran todos

* "Unos, liberados por sus amos por ser demasiado viejos o incapaces de trabajar, ya que
alimentarlos era un gasto inútil, erraban entre la gente, ciegos o tullidos por los reumatismos,
las articulaciones abotagadas por el pian o aun portadores de llagas horribles expuestas sin
pudor. Iban desnudos o casi. Su cuerpo, descarnado y apagado, aglutinaba una capa de tierra
extraída de su guarida f...] Ésos pedían limosna. Se les apartaba con el pie o con el bastón"
(Relato del esclavo de Timimoun a Mercadier, 1971: 147).

5 Park, 1799: 215; Caillié, 1830: n, 4. A veces los reyes paganos les pagan con ia misma
moneda, como el del Dahomey (Le Hé- rissé, 1911: 303).
islamizados. La concentración de clérigos musulmanes en las grandes ciudades —cuya
existencia depende de los in-tercambios— y su circulación sobre grandes distancias siguen el
movimiento de las caravanas comerciales, sus re-corridos, el de las redes que establecen los
comerciantes y que suponen la seguridad de todos los musulmanes, mer-caderes o wali.6
Desde luego el Islam aparece como supe¬rior al paganismo gracias a la escritura, al libro, a un
cuerpo sólido de creencias y de éticas. Sobre todo, el Is¬lam cosmopolita le da al creyente una
fe que le abre un espacio social sin comparación con la estrechez de la al¬dea. Pero ¿no
aparece esta superioridad moral como el medio de enriquecimiento ostensible de los
musulmanes, vinculada a este espacio? La fe nueva sólo tiene influencia en individuos
procedentes de un medio campesino y pa¬gano si las circunstancias económicas y sociales
cambian. Ahí donde el comercio, o más exactamente la producción para el intercambio, no
penetra, se combate al Islam: en primer lugar, las comunidades campesinas resisten los
efec¬tos deletéreos, inmediatamente perceptibles, del comer¬cio. Hay que buscar las
transformaciones que convierten un medio en propicio para el Islam en las nuevas relacio¬nes
sociales engendradas por el mercado y la explotación del trabajo. La conversión ocurre cuando
el pagano se ve obligado a tratar por temor o por interés, con esta socie¬dad nueva que le
impone sus reglas, a menudo por la fuerza, o cuando emigra hacia las ciudades, donde los
va¬lores culturales de su medio aldeano y sus creencias par-ticularistas no le permiten ninguna
orientación en la so-ciedad ampliada en la que penetra; se hace musulmán cuando, esclavista
a su vez, siente la necesidad de regular las relaciones de producción al abrigo de una ética y de
justificarse por ello. ¿No fueron a menudo los príncipes los primeros en convertirse al Islam,
cuando éste, al con¬sagrar sus guerras de captura.como jihad, los hace entrar como
proveedores en el espacio religioso del gran comer¬cio esclavista? Lo mismo ocurrió con sus
súbditos con el fin de entrar en el espacio del mercado.

Hombres santos del Islam.

2. CIUDADES COMERCIALES

En el África occidental, con fuertes capacidades comercia¬les e ideología, se construye un país


comercial en los es¬pacios de los reinos. Inserta allí su urbanismo, sus barrios contiguos a las
capitales o sus ciudades alejadas, con sus tiendas, sus caravanserrallos, sus mezquitas y todos
"esos bellos edificios y casas muy elegantes" de los cuales habla El-Bekri.

País retiforme, apenas perceptible en las masa? movedi-zas de los imperios, pero que debe
conferirse a pesar de todo algunos medios de protección. En Agadez, "cada co¬merciante
posee un gran número de esclavos para ser¬virle de escolta en la ruta de Cano al Borno, cuyos
pasos están infestados por una infinidad de tribus que recorren el desierto. Esa gente, que se
parece a los Zingeri más pobres, ataca de continuo a los comerciantes y los asesi¬na. Éstos se
hacen pues acompañar por esclavos bien armados... Debido a ello esos ladrones no pueden
hacer nada. Llegado a su destino [el comerciante] emplea a sus esclavos en diferentes trabajos
para que se ganen la vida y conserva diez o doce de ellos para sus necesidades per¬sonales y
para la custodia de las mercancías" (Juan León el Africano, 1550/1956: 473474). En Timbuktu,
los comer¬ciantes constituían ellos mismos sus unidades de defensa, las jonbugu, compuestas
de esclavos armados. Se dice que algunas familias poseyeron setecientos jóvenes lacayos en el
tiempo en que la aristocracia de los Arma, debilitada, reinaba todavía en la ciudad en el siglo
xix (1873).7 Para proteger las caravanas comerciales, el poder de los reinos se revela a menudo
deficiente. Es amenazador cuando las zonas que hay que atravesar son devastadas por las
gue¬rras entre príncipes, obligando a los comerciantes a usur¬par las funciones aristocráticas
de las armas y organizando su propia defensa.

No existe ninguna ciudad mercantil libre, sin embargo, situada fuera del alcance de los estados
aristocráticos. La sumisión de las comunidades mercantiles al poder estatal no es jamás ni total
ni nulo. Unas veces los comerciantes sólo ocupan un barrio de la ciudad y se mantienen sin

7 Los ladrones atacan a las caravanas mandingas, señala Caillié (i: 425), "pero nunca las
caravanas de los Saracolets, porque sa¬ben que éstos llevan fusiles".

existencia política, otras veces gobiernan ciudades fortifi-cadas, armadas, que mantienen
relaciones negociadas con los reinos. En otros casos, la comunidad mercantil, pode-rosa,
organizada, numerosa, mantiene una especie de sim¬biosis, dolorosa a veces, con el poder
aristocrático local. Hay sociedad mercantil, sin embargo, cuando la relación de fuerza se
invierte y el poder armado se inclina ante "la fuerza de las cosas", vale decir las mercancías,
cuando la coyuntura hace del comercio la infraestructura de la riqueza y del poderío. León el
Africano comprueba (pp. 463-464) que después de la deserción de Walata por los
comerciantes, el señor de la ciudad se volvió "pobre y sin poder". Refiere también (p. 467) que
el hijo del gran soberano sonxai, askia Mohamed Abu Bakr Iskia (1493- 1528), dio todas sus
hijas en matrimonio a dos hermanos comerciantes debido a su fortuna: ¡derogación notoria
por parte de un noble!

Los comerciantes son viajeros: "circulan constantemente, buscando nuevos clientes en todos
los países vecinos", comprueba León el Africano (1550/1956: 479). Alrededor de ellos se
constituye un modo de vida e instalaciones pro-picias para los desplazamientos. Esos hombres
desprovis¬tos de hogares requieren de lugares para dormir, alimentar¬se, y en ocasiones
divertirse. El comercio y la industria de alimentos preparados nacen por el paso y las
necesida¬des de los comerciante^. Actividad que exige una mano de obra relativamente
abundante —dadas las técnicas cu¬linarias— y sobre todo femenina. León el Africano señala a
esas esclavas no veladas que venden en Timbuktu "todas las cosas que uno come" (p. 467).
Binger cuenta en Tene- tou (1892: i, 53), pueblo de ochocientos habitantes, alre¬dedor de cien
comerciantes de paso y otros tantos cauti¬vos, todos haciendo pedidos de comida. Todo o casi
todo se vende en esas ciudades: incluso el agua y la leña (Caillié: II, 312). Deben preverse y
mantenerse edificios para alber¬gar a los caravaneros y sus escoltas. Los servicios
comer¬ciales, corredores, revendedores, prestamistas, tratantes de esclavos y animales se
desarrollan igualmente.

Los transportes exigen una mano de obra móvil, de pre-ferencia enajenable, como las
mercancías que acarrean. En esos burgos donde se detienen los comerciantes circula una
moneda suficientemente fungible y divisible para per¬mitir las transacciones corrientes. Se
requieren cofres para guardarla, casas fuertes para proteger las mercancías sin ayuda de
guardias armados, en consecuencia, otra arqui-tectura que la de los campesinos o los
aristócratas. "En Borno, el rey partía a cazar al esclavo y los comerciantes lo esperaban
incurriendo en gastos, dos o tres meses, en ocasiones hasta el año siguiente" (León el Africano:
480). En Timbuktu, permanecían de seis a ocho meses, según Caillié (n, 309). Para pasar las
largas semanas y los me¬ses que exigen los buenos negocios, se desarrollan también
instituciones galantes y una cultura artística nueva. El- Bekri describe a las jóvenes "de bella
figura" de Aouda- ghost, "de tez blanca, de un talle ligero y esbelto" que tienen "los senos
firmes, el talle fino, la parte inferior de la espalda bien redondeada y los hombros amplios"
(pp. 348-352) o a las de Tamekka "de una belleza tan perfecta que las de los otros países no
podrían comparárseles". Esas indicaciones "turísticas" provienen de informaciones dadas por
los comerciantes destinadas a otros comercian¬tes. En el siglo xiv, Ibn Battuta se ofusca con el
compor¬tamiento demasiado condescendiente de las mujeres de Walata (1968: iv, 388 s.). En
el siglo xix, Félix Dubois (1897: 310 5.) refiere cómo le describían todavía "la gran vida" de
Timbuktu: "Los negocios permiten a menudo un tiempo de ocio. Es preciso esperar que
algunos artículos lleguen, y que otros aumenten o disminuyan de precio." Las cenas entre
amigos y las ofrecidas a las damas de Timbuktu (ellas también afamadas por su belleza y su
ta¬lento de anfitrionas), los bailes y la música, los regalos que recibían como amantes de los
comerciantes de paso, de¬voraban a veces una parte importante de las ganancias.

En el tráfico continental del oeste africano, Jenne y Tim-buktu son las dos ciudades
comerciantes gemelas que ase-guran los intercambios entre la sabana y el Sahara. Jenne es el
puerto septentrional del Sudán y Timbuktu el puerto meridional del desierto. El Níger, que
corre entre las dos

14 Pertenecientes a la casta de los mabo.

24 Agotamiento discutible puesto que los placeres del Bure y del Bambuk no han cesado
de explotarse hasta nuestros días. En 1937, la producción de los placeres del África occidental
francesa era, por medios artesanales, de tres toneladas y media (Hopkins, 1973: 46) (véase
también A. Bathily, 1973: 56-57).

25 Se encuentran huellas, para una época más reciente, de nu¬merosos casos de éxodos
de poblaciones bajo el efecto de la in¬cursión, relatados por las tradiciones orales de las
poblaciones llamadas paleonegríticas (por ejemplo, Pontié, 1973).

Soninke Maraka, es porque se aplica a las poblaciones y a las

familias islamizadas en un medio pagano, comerciantes o gue¬rreras y conquistadoras en un


medio campesino. "Maraka" es también el nombre de una población del Alto Volta que no
pa¬rece tener nada en común con las poblaciones soninke. Véase también Roberts (1978)
sobre los Maraka de Sansani.

43 Talibe: discípulo.

45 Dolo: cerveza de mijo, prohibida por el Islam.

6 Engels pensaba que la esclavitud exigía una productividad aumentada con respecto a
la que existe en las comunidades (1884: 55). El razonamiento referido arriba muestra que es la
servidumbre la que tiene esta exigencia mientras que la esclavitud, gracias a su modo de
reproducción, puede ajustarse a la misma productividad que en la comunidad doméstica.
26Maurin (1975: 226) comprueba que la tortura del esclavo re¬vela, en la antigua Roma, que
"la violencia es el único medio de comunicación entre la ciudad y el extranjero, entre la ciudad
y el esclavo".

27 Costumbre inspirada sin duda por el derecho islámico ma- lekita ("Abd", Encyclopédie de
l'Islam, p. 30) el cual concede, como reparación a la víctima de un perjuicio cometido por un
esclavo, al autor de ese perjuicio.

4 No eran probablemente más numerosos cuando se contaba, antes de la emancipación


impuesta por la colonización, por lo menos con un total de dos veces más esclavos en Gumbu.

que pagaban impuestos al rey, vale decir los que no dependían

ya del poder único y estricto del amo.

16 Permanencia afirmada con claridad todavía en el siglo XVII por Bossuet: "Condenar este
estado... sería condenar al Espíritu Santo, quien ordena a los esclavos, por boca de san Pablo,
per¬manecer en su estado y no obliga para nada a los amos a libe¬rarlos" (citado por Lengellé,
art. "Esclavage", en Encyclopaedia Univer salís).

6 Niya: estar delante; moko: individuo. El que viene delante, el primero, el jefe.

17 Es también mediante el asesinato de los viejos que Chaka, el soberano zulú (Nguni),
sustituyó la sociedad doméstica patriar¬cal por una sociedad militar.

22 Se podrá observar que esos precios no compensaban las pérdidas.

28 Las cautivas destinadas al concubinato eran objeto en el Cercano Oriente de un comercio


especializado. Esas mujeres, cap¬turadas muy jóvenes, eran educadas, formadas,
condicionadas a su papel por parte de comerciantes reputados que las seguían durante toda su
carrera (cf. Kouloub, 1958).

1. VENTAJAS ECONÓMICAS DE LA GUERRA DE CAPTURA

A partir de los casos anteriores, podemos distinguir va¬rios sistemas sociomilitares que
implican relaciones dife¬rentes entre el poder, el pueblo y los esclavos.

5 El cliente es un prestatario de productos o de servicios que trabaja a pedido de su "patrón",


quien asegura a cambio su mantenimiento, sin que sean establecidas relaciones de
equiva¬lencia.

9R. Thapar (1980: 658) hace igualmente esta distinción entre prestaciones ocasionales e
imposiciones regulares, respecto del surgimiento del estado en la India. Terray (1983: 118)
señala, en el reino abron, que el paso se hace de una a otra en el curso de lo que Wilks llama la
"revolución kwadwoana".

5. LA TIRANÍA MILITAR

Un principio de explotación se manifiesta cuando los es-clavos capturados por los reclutas
campesinos no sola¬mente les son confiscados, sino que son utilizados contra ellos para
constituir su cuerpo de mando militar y los cuerpos represivos del estado. Los reclutas
campesinos se

1. IDEOLOGÍAS MERCANTILES

El surgimiento de un poder mercantil, dirigido por una clase social mercantil (o "burguesa"),
encuentra condi¬ciones desfavorables en las zonas de dominación o de acción de las
sociedades militares y depredadoras. Donde¬quiera que la guerra es la actividad dominante,
las aristo¬cracias también dominan, e imponen sus criterios de ac¬ceso al poder y de
enriquecimiento: el nacimiento o la hazaña. A veces la producción agrícola comercial se ve
obs¬taculizada por las restricciones que interpone el soberano para el acceso a la tierra y que
suponen obediencia.

ciudades en una dirección casi norte-surges la vía fluvial por la cual circula ese tráfico. Jenne
absorbe los produc¬tos alimenticios (cereales, hortalizas) ,9 los textiles y las confecciones
artesanales, así como los esclavos y el oro del país sudanés; Timbuktu le envía la sal, los
caballos, los fusiles, los objetos de lujo (telas de Europa, ámbar, coral), los libros, el papel, el
tabaco, etc., del desierto y del Maghreb. Una de las ciudades es sudanesa, la otra "marroquí".

a] Jenne

Jenne es sin duda, entre las ciudades mercantiles de esta zona sahelo-sudanesa, la que llegó
más cerca del estado libre. La ciudad es, en su origen, cosmopolita. Comercian¬tes llegados de
horizontes diversos, llamados Maraka o lo- calmente Nono y Jennenke,10 probablemente
implantados en los alrededores desde el siglo II de la Hégira, se ase¬gura la benevolencia de
los habitantes, poblaciones haliéu¬ticas que ocupaban el delta inferior del Níger. Juntos, en
una fecha indeterminada, fundaron la ciudad conocida con el nombre de Jenne, en tierras
rodeadas de agua durante la crecida.11 Esas poblaciones nuevas y urbanizadas son pacíficas,
sobre todo preocupadas por las riquezas mercan¬tiles y por la religión, como lo atestigua el
hecho de que en el siglo vi de la Hégira la ciudad comprendía cuatro mil doscientos ulema
(TES: 23). Es en esta época que el papel de Jenne como metrópoli comercial se afirma por la
conversión del sultán Konboro al islamismo. La preocu¬pación mercantil de los habitantes y su
cosmopolitismo se expresan de manera casi cándida a través de las gra¬cias que fueron
solicitadas a Alá en esta ocasión:

9 Para las regiones del Air y del Azawak, Lovejoy y Baier (1975: 555) calculan que la
población nómada estimada en 50000 per¬sonas debe recibir 7 500 toneladas de mijo
anualmente para ase¬gurar su alimentación. El desierto representaba un mercado para la
producción de cereales sin la cual los nómadas habrían sido incapaces de existir.

10 En Ja y en Jenne, los tres términos son equivalentes. Se apli¬can a comerciantes


"extranjeros" e islamizados, a veces a fami¬lias guerreras o autóctonas. No se trata de una
etnia y menos to¬davía de una raza como lo ha propagado Delafosse (1913). El término sería
análogo a aquel más antiguo de "Wangara" que C. Monteil define correctamente: "sirve para
designar localmente a los indígenas islamizados y negociantes" (1932: 52).

11V. Spini y Meillassoux (1984) y sobre todo Gallais (1967).

[Konboro] ordenó rogar a Dios para que le concediera tres cosas a Dienné: 1? que aquel que,
expulsado de su país por la indigencia y la miseria, viniese a habitar en esa ciudad, encontrase
allí a cambio, gracias a Dios, abundancia y rique¬za, de manera que olvidase su antigua patria;
2? que la ciu¬dad fuese poblada por un número de extranjeros superior al de sus nacionales;
3? que Dios privase de paciencia a todos los que viniesen a traficar allí sus mercancías, de
manera que, aburridos de permanecer en ese lugar, vendiesen a un precio vil sus pacotillas, de
lo cual se beneficiarían sus habi¬tantes. Tras esas tres oraciones, se leyó el primer capítulo del
Corán, por ello esas oraciones fueron cumplidas, así como todos pueden comprobarlo de visu
todavía hoy. Una vez con-vertido al islamismo, el sultán demolió su palacio y lo rem¬plazó por
un templo destinado al culto del Dios altísimo; es la gran mezquita actual. Construyó otro
palacio para instalar su corte, y ese palacio linda con la mezquita del lado este. El territorio de
Dienné es fértil y poblado; se llevan a cabo nu¬merosos mercados todos los días de la semana.
Se asegura que contiene siete mil setenta y siete pueblos muy cercanos los unos a los otros
(TES: 24).

Según otra versión que recabé en el lugar mismo, una de esas oraciones habría pedido que se
les concediera a todos los comerciantes de Jenne la baraka (gracia) para que puedan lograr
ganancias en sus comercios.

Esas poblaciones islamizadas y pacíficas son las que gobiernan la ciudad. Desde el siglo xvi,
según C. Monteil (1932), la autoridad principal se confía, mediante los de¬canos de las
principales familias, a uno de ellos, el were, que resultó pertenecer siempre al mismo clan. Ese
cole¬gio de electores constituye el Consejo de Jenne en el cual participan los representantes
de los comerciantes árabes y bereberes con intereses en la ciudad. La tarea de ese gobierno
era la de asegurar las mejores condiciones para el negocio, mantener la seguridad de los
mercados, fi¬nanciar las operaciones que tenían por objeto expulsar o castigar a los pillos.
Disponía para este fin de tropas asalariadas y no dependía de la protección de una clase militar
aristocrática local. El Jenne were administraba también los pueblos circundantes, que
dependían de la ciudad y de los cuales recibía tributos, empleados para salvaguardar la
independencia del país. Un modo de go¬bierno diferente pues del de los aristócratas. El Tarikh
el-

Fettach relata que la ciudad habría sido, en una fecha indeterminada, el señorío de la esposa
de un soberano del "Mali". Pero el Tarikh es-Sudan precisa que la ciudad no fue nunca vencida
militarmente hasta el día en que Sonni Ali (soberano del Sonxai) llegó a someterla a su
autori¬dad en 1468, y reinó sobre ella. Se dice que sitió la ciudad durante "siete años siete
meses siete días" y que, luego de esta difícil victoria, dejó allí una especie de cónsul, pero
preservó las estructuras políticas.

b] Timbuktu
En la misma época Soni Ali sitió Timbuktu, donde apli¬ca la misma forma de administración
indirecta que con¬servarán los soberanos sucesivos del Sonxai.

Hasta que estos últimos fueron expulsados por los Arma, invasores marroquíes (1521), que
debían instalar en todo el Sonxai y en sus ciudades el gobierno de los bajás, Tim¬buktu conoce
también un gobierno de jurisconsultos sin otro poder que el judiciario. "Esta ciudad de
Tombouctou, en esos tiempos, no tenía otro magistrado que el magis¬trado encargado de
hacer justicia; no tenía jefe, o más bien era el cadí [juez] el jefe de la ciudad y el único que
poseía el derecho de gracia o de castigo" (TEF: 315). El habitante no lleva "ni lanza ni sable, ni
cuchillo, ni nin¬guna otra cosa que su bastón" (TEF: 315). "...En ese tiempo, Tombouctou no
tenía comparación entre las ciu¬dades del país de los Negros, desde la provincia del Malí hasta
los límites extremos de la región del Maghreb, por la solidez de las instituciones, las libertades
políticas, la pureza de las costumbres, la seguridad de las personas y de los bienes, la
clemencia y la compasión hacia los po¬bres y los extranjeros, la cortesía hacia los estudiantes y
los hombres de ciencia y la asistencia prestada a estos últimos" (ibid.: 313).

En cambio, la clase mercantil no parece preocupada por la protección militar de la ciudad.


Timbuktu no está forti¬ficada. Los notables prefieren la negociación o la corrup¬ción para
lograr arreglos antes que recurrir, siempre con temor, a las soluciones armadas. Esos
empresarios saben que sus actividades productivas, que la organización co¬mercial y las
instituciones económicas que dominan, son necesarias para el enriquecimiento general, y los
príncipes también lo saben. La riqueza de los comerciantes no está hecha de tesoros
acumulados de los cuales uno se apodera de una vez por todas. Se basa en el proceso continuo
de una producción de bienes de consumo y en el flujo ininte¬rrumpido de intercambios que
atraen las mercancías de otros países hasta las casas de los poderosos y los ricos. Saben que
las clases guerreras no pueden sino "proteger¬los", a veces gravarlos, sangrarlos, pero jamás
destruirlos, sin privarse a sí mismos de los desprendimientos de esas riquezas.

En esta sociedad mercantil, el ataque contra los bienes aparece como una afrenta. Cuando
Jouder, el conquista¬dor marroquí, hace derribar algunas casas y tiendas per¬tenecientes a
ricos comerciantes, para fortificar la ciudad, "jamás prueba más cruel ni más grande se abatió
sobre la gente de Timbuktu, ni que fuera más amarga que ésa" (TEF: 280). Los Arma movilizan
los esclavos de los ha- hitantes e incluso agarran por la fuerza a gente libre para esos trabajos,
pero el peor ejemplo de "violencia y excesos" recordado por el autor del Tarikh es-Sudan es el
de haber "arrancado las puertas de las casas y derriba¬do los árboles de la ciudad" (TES: 282).
Si es verdad que los árboles abrigaban aguajes y formaban sin duda ya "una alegre y verde
cintura alrededor de la ciudad, y abri¬gaban sus calles y sus plazas bajo frescas cúpulas de
ver¬dor" (Félix Dubois, 1897: 291), la desaparición de las puer¬tas, únicas protecciones de los
citadinos en esta ciudad abierta, exponía en efecto los bienes a la codicia de los bandidos.

Las relaciones violentas o pacíficas entre Timbuktu y sus vecinos giran todas en torno a esos
bienes. Los Twa- reg del norte vienen a saquear las casas y los depósitos; los soberanos
quieren someter el tráfico a sus impuestos. La vulnerabilidad ante los saqueos de unos entrega
a los comerciantes a la protección más o menos obligada de los otros. La administración de los
"protectores" se juzga con el criterio de su capacidad para asegurar la abundan¬cia y la
prosperidad, para salvaguardar las condiciones de funcionamiento del mercado y del tránsito
(Abitbol, 1979: 93, 96, 104).

Ahora bien, la presencia de los marroquíes en la desem¬bocadura del Níger tenía como
objetivo, entre otros, ase¬gurar el abastecimiento de esclavos para el Sultán:

Además del oro, las caravanas del sultán traían a Marruecos marfil, palo de tinte, caballos y
por supuesto esclavos.

Estos últimos se mencionan en todas las fuentes, pero ra¬ras son las evaluaciones
cuantificadas. Todo hace suponer sin embargo que su número fue particularmente elevado. Es
así como, en los primeros tiempos de la conquista, el precio de venta de un esclavo, en el
mismo Tombouctou, cayó entre 200 y 400 cauríes, o sea aproximadamente un décimo de
mithqal, cuando el precio normal era de seis mithqal a prin¬cipios del siglo xvi y de diez
mithqal a mediados del siglo.

En 1594, la caravana de prisioneros de Sankore sumaba 1 200 esclavos.

Cinco años más tarde, Djouder traía a Marrakech un "nú¬mero considerable" de eunucos, de
esclavos de ambos sexos, entre los cuales las propias hijas del askia Ishaq II.

Al año siguiente, el amín aJ-Hasan al-Zubayr se preparaba para enviar a Marruecos otro
contingente de 900 cautivos. La trata no perdonó ninguna población de la desembocadura del
Níger, ni siquiera a los musulmanes —songhai u otros. Su envergadura fue tal que suscitó, al
parecer, agitación y tras¬tornos de conciencia en el seno de la sociedad marroquí (Abitbol,
1979: 80).

En esas condiciones, la preservación del aparato mer¬cantil necesario para este


abastecimiento impone a los ocupantes moderación en cuanto a los impuestos y una
intervención cuidadosa en la gestión de los asuntos de la ciudad. El bajá impone pocos
impuestos regulares con base impositiva fija (TEF: 317). Sólo ejerce prerrogati¬vas limitadas,
más penales que civiles, y muy a menudo respecto de los Arma y de los extranjeros (Abitbol:
121). Cuando en un momento dado los lacayos de los bajás creen poder arrogarse el privilegio
aristocrático de sus amos para robar y acapararse los bienes de los comer¬ciantes, se
enfrentan a la violenta resistencia de estos últimos. Los pacíficos comerciantes, montando en
ira, ma¬tan a los impudentes sin que la autoridad de los bajás se atreva a intervenir.

Si las exacciones de los bajás son a pesar de todo fre¬cuentes, éstos se dejan vencer, con el
tiempo, por el afán de lucro. A su vez usan sus prerrogativas para hacer ex¬plotar la tierra por
una categoría nueva de avasallados, los harratin (Abitbol, 1977: 156), para adquirir esclavos de
ambos sexos y rebaños, para acumular riquezas y aún para participar más de cerca en el
comercio convirtién¬dose en los posaderos de los comerciantes de paso (ibid.: 157).
Finalmente, el reparto en lo que al tráfico de escla¬vos se refiere, se establece entre los
guerreros marroquíes, que saquean los países circundantes, y los comerciantes de las ciudades
(Abitbol: 70).

Además del comercio, Timbuktu poseía una industria artesanal que surtía una parte de las
mercancías en true¬que, en particular los textiles. Veintiséis casas, que conta¬ban con
alrededor de cincuenta aprendices cada una, es¬taban consagradas a la producción de
vestidos. Hilado, teñido, tejido, costura de paños y de vestidos de algodón y de lana parecen
haber sido una actividad notable. En cambio, el cultivo de cereales, la pesca, aunque
asegura¬ban la subsistencia, no permitían aparentemente consti¬tuir suficientes reservas para
resistir a las sequías y los otros desastres (Cissoko, 1968) y menos todavía para ali¬mentar la
exportación.

No poseemos muchas informaciones acerca de los es¬clavos urbanos. Caillié, quien visitó las
dos ciudades, com¬prueba en Timbuktu (n, 310) que "parecen menos infeli¬ces que en otras
comarcas... están bien vestidos, bien ali¬mentados, rara vez castigados; se les obliga a
practicar las ceremonias religiosas... pero no son por ello menos con¬siderados como una
mercancía". "La mayoría de los nego¬ciantes son ricos y tienen muchos esclavos", agrega sin
otra precisión (n, 319). Sacan agua, las mujeres cocinan y se ocupan del comercio menudo en
las calles. Los alba- ñiles también serían esclavos (ibid.: 320, 321, 324). En Jenne, Caillié
observa que algunos esclavos están bien vestidos y no trabajan mucho (n, 204): ".. .son
emplea¬dos domésticos de confianza. .. cuidan la casa, cuentan los cauríes, transportan las
mercancías a los barcos". Es posible que, en esas ciudades, los esclavos dedicados a las tareas
administrativas o artesanales gozaran, debido a su cercanía con los amos, de mejores
condiciones de vida que los esclavos "encargados del cultivo" (ibid.: II, 205). Ahora bien, los
esclavos rurales, probablemente más nu¬merosos, que proporcionaban la subsistencia a los
citadi- nos y un volumen importante de mercancías, estaban en manos de los Maraka.

3. LOS MARAKA

Lo esencial de los productos de exportación hacia el norte y en particular de los productos


alimenticios y las fajas de algodón provenían de las tierras del interior del Timbuktu, situadas
en la zona sahelo-sudanesa. Las cróni¬cas citan también el nombre de burgos
contemporáneos, igualmente comerciantes pero también agrícolas, y quizá más ocupados en
la producción que Timbuktu. Ciudades islamizadas, dependientes del reino de Melli, de Segu o
de otros soberanos, también ellas en el goce de prerrogati¬vas, su posición religiosa las
protege de la intrusión del poder militar y a veces incluso de su administración. Re¬firiéndose
al modo de gobierno judicial de Timbuktu, el Tarikh el-Fettach (p. 315) comprueba que "era
igual en tiempos de la dominación de los reyes del Malli, de Diaba, ciudad de jurisconsultos
situada en el interior del te¬rritorio del Malli: el rey del Malli no penetraba jamás y ninguno
ejercía allí la autoridad fuera del cadí. Quien¬quiera que penetrara en esta ciudad estaba al
abrigo de las violencias y las vejaciones reales y aun si hubiese ma¬tado a uno de los hijos del
rey, este último no hubiera podido reclamarle el precio de la sangre. Se la denomina¬ba la
ciudad de Dios."

"Ello ocurría igualmente en la ciudad llamada Koun- diouro, situada en la provincia del Kaniaga;
era la ciudad del cadí de esta región y de los ulemas del país. Ningún soldado podía penetrar
en ella y ningún funcionario capaz de oprimir a sus administradores podía residir allí. Sin
embargo, el rey. del Kaniaga visitaba a los ulemas y al cadí de esta ciudad todos los años en el
mes del ramadán, según una antigua costumbre del país, y traía limosnas y regalos que
repártía entre ellos."
Se trata generalmente de burgos llamados "maraka"; de ellos, algunos existen todavía en
nuestros días y con¬servan una tradición comercial, esclavista e islámica.18 Se sitúan en el
área del mercado continental africano. Esos burgos, Sansani (o Sansanding), Marakala,
Marakadugu- ba, el heptapolo de Marakaduguworoula, Nyamina, etc., se localizan en los
límites del Sudán o a orillas del Níger, generalmente en los puntos de ruptura de carga entre el
camello y el asno. Abrigan a esta clase maraka, represen¬tada aquí por familias musulmanas
dedicadas a la produc¬ción esclavista mercantil. Sus actividades y su religión les habían
permitido establecer, con la clase militar de Segu, un modus vivendi. Como contraparte de
ciertos privilegios (exención del destierro, extraterritorialidad), estaban obli-gados a proveer,
sobre todo en ocasión de celebraciones

16 La ciudad de Marakaduguba, a orillas del Níger, poseía tam¬bién estos antiguos privilegios,
según los actuales habitantes (mi¬sión 1966).

o de guerras de los soberanos seguvianos, prestaciones tanto materiales (abastecimiento de


productos) como es¬pirituales (oraciones y talismanes) (Bazin, 1972). Tenemos acerca de esos
burgos industriales algunas informaciones sobre la práctica de la esclavitud: "La esclavitud
maraka —escribe R. Roberts, que estudió a Sansani sobre el terre¬no— revela claramente una
organización orientada hacia el mercado" (1978: 320). "La producción de granos y de tejidos
de algodón eran los dos pilares de la vida econó¬mica de los centros comerciales maraka"
(ibid.: 314, 317) R. Caillié (n, 252) menciona igualmente: "El país de Ba- nan (Banandugu) [a
unos cincuenta kilómetros río abajo de Mopti], independiente del de Sego-Ahmadou: ...sus
habitantes son todos mahometanos; tienen muchos escla¬vos que ocupan en sus cultivos. Se
dedican también al comercio, construyen piraguas, hacen viajes a Jenne y Temboctou. . .
fabrican telas de algodón que venden a sus vecinos... también telas con la lana de sus ovejas;
de la cual hacen un artículo de comercio."

El modo de explotación agrícola no es objeto de infor¬mación precisa. Variaba según la


oportunidad. En Sansa¬ni, los cautivos destinados a la venta pasaban a menudo la estación de
las lluvias trabajando en los campos de sus propietarios maraka antes de ser vendidos
(Roberts, 1978: 317) (como era el caso, ya lo vimos, en las plantaciones del rey del Dahomey).
Otros vivían en chozas alejadas del burgo. Trabajan bajo la supervisión de un intendente
ava¬sallado a su vez o de uno de los hijos del amo, uno y otro con derecho de infligir castigos
corporales. La sanción más eficaz habría sido la privación de comida, lo cual indica que esos
trabajadores no tendrían el dominio de su producción alimenticia. Ésta era, en efecto,
almace¬nada por entero en los graneros de los amos, alimenta¬dos por el trabajo de los
esclavos. De allí se extraían sus raciones {ibid..). El sistema redistributivo y el control so¬bre las
reservas son, aquí también, el instrumento orgá¬nico de la explotación del trabajo.

Una parte de esos avasallados habría vivido en familia, cultivando una parcela, pero solamente
en su tiempo li¬bre, es decir, después de haber cultivado durante el día

17 Según J. Bazin (1975: 155), los Maraka de Sansani sólo hacían producir el grano por los
esclavos para asegurar su propia sub¬sistencia, pero no hacían comercio con él.

los campos del amo; a veces también el del intendente o el del primogénito del amo. Según la
costumbre prevale¬ciente en las poblaciones maraka, la jornada de trabajo del esclavo
durante la estación agrícola duraba desde la salida del sol hasta las quince o las dieciséis horas
para el amo, prolongadas eventualmente hasta las dieciocho horas para la esposa o el hijo del
amo o para el intendente. Disponía de un solo día libre de la semana de siete días, si no era
llamado a otras tareas por el amo u otros miem¬bros de la familia. En todo caso, ni la tierra ni
el tiempo le eran concedidos en cantidad suficiente para asegurar su subsistencia. Los esclavos
solteros dependían de "fami¬lias" y comían con ellos (Roberts, 1978: 317).

Por efecto de la comercialización creciente de granos al tiempo de la conquista colonial, y


según los testimonios de varios administradores (ibid.), las raciones alimenticias de los
esclavos habrían sido muy bajas, situándose entre 350 o 420 g de mijo por día y por cabeza,
cuando se estima que una ración de 1 kg es indispensable durante los tra¬bajos pesados.

Parece que, en otros casos, los trabajos no eran ejecuta¬dos colectivamente en una sola
plantación. Cada esclavo cultivaba un campo y debía entregar anualmente una can¬tidad
determinada y fija de producto. En otros términos, la explotación agrícola se hacía por la
extracción, ya sea de una renta en trabajo, ya sea de una renta en producto, según los casos, y
una y otra contribuían a la realización de una ganancia. Veremos más abajo cuáles son las
impli¬caciones de esas modalidades.

La textil era la otra rama importante de la explotación esclavista maraka. Las mujeres maraka
se aprovechaban del enriquecimiento general debido al comercio para ob¬tener de parte de
sus ricos esposos, o de su propia fami¬lia, esclavos de ambos sexos, o una parte del tiempo de
trabajo de los esclavos familiares. La esclavitud, indiscu¬tiblemente, benefició ampliamente a
las mujeres de con-diciones noble y mercantil, en la medida en que incluso la mayoría de los
esclavos eran mujeres aptas a rempla¬zarías en sus trabajos. Si, con el Islam, las mujeres libres
se ven más recluidas, también son liberadas de las tareas domésticas y agrícolas. La mayoría se
dedica a la produc¬ción textil, destinando para ello a esclavas: las esclavas cultivaban el
algodón, lo cardaban y lo hilaban. Cultivaban también el índigo, lo preparaban y teñían los
tejidos. El tejido era una actividad exclusivamente reservada a los hombres avasallados, que
cosían también las fajas de al¬godón. Esos textiles eran destinados a los mercados y so¬bre
todo a la exportación. Las mujeres maraka confiaban a sus allegados, o a comerciantes
conocidos de ellas, esas fajas y esos tejidos para ser vendidos lejos e intercam¬biarlos por
joyas u otros bienes de los cuales conservaban la propiedad.

Los esclavos ocupados en esas actividades, y quizá más particularmente las mujeres, debían
también asegurar las tareas domésticas, de suerte tal que ellas mismas sólo se beneficiaban de
manera mediocre de la posibilidad de tra¬bajar en provecho propio. Esas esclavas, según
Roberts, habrían sido "doblemente explotadas", pues debían con¬sagrar a la familia de la
esposa los cinco o seis días ha¬bituales de trabajo y el resto del tiempo a su ama. No disponían
de ningún tiempo libre para cultivar una par¬cela. Sin embargo, los esclavos parceleros podían,
además de sus trabajos agrícolas de subsistencia, dedicarse a ciertas actividades artesanales, a
veces a cambio de retri¬bución, o en beneficio propio. El tejido de esteras, por ejemplo, o la
fabricación de potasa y de jabón les permi¬tían poner en el mercado, mercancías que
alimentaban el comercio y las ganancias de los maraka. El tejido efec¬tuado por los hombres
era objeto a veces de primas que engrosaban su peculio.
Los más explotados eran los esclavos de esclavo que Ro¬berts señala igualmente en Sansani.
Alcanzada cierta edad, el esclavo, si había acumulado un peculio suficiente, po¬día comprar
otro esclavo que lo ayudara o lo sustituyera en algunas o en la totalidad de sus prestaciones
para el amo. El esclavo de esclavo aseguraba con creces la sub¬sistencia de su amo-esclavo y la
propia. "El jonmajon [en Bamana, esclavo de esclavo] era así doblemente explotado y
doblemente dependiente" (Roberts, 1978: 316). "Era ali¬mentado por su amo-esclavo, quien
controlaba la totalidad de su producción. Generalmente no estaba 'casado'." El esclavo
aseguraba así, a sus expensas, su remplazo econó¬mico (mas no genésico), en una edad en la
cual estaba en vías de convertirse en improductivo. Su peculio que, como vimos, nunca en
verdad le perteneció, retornaba por ese cauce a su amo. El esclavo no se beneficiaba de él sino
en la medida en que el plusproducto de su jonmajon le dejaba un saldo positivo, una vez
satisfechas las necesi¬dades del amo y las del propio jonmajon. La explotación de esos
subesclavos era todavía más intensa, y contribuía al aumento de la tasa general de explotación
del trabajo. Notemos de paso que, en todo caso, un explotado puede explotar a otro sin
liberarse por ello de su condición de esclavo.

EXTENSIÓN DE LA ESCLAVITUD ENTRE EL CAMPESINADO

1. INTENSIFICACIÓN DE LAS GUERRAS DE CAPTURA

a] El Haj Umar

No sabemos qué proporción de esclavos empleaban los Maraka en tiempos de Segu (siglos xvn
al xix). El primer estimado data de 1863: según Mage (1868: 276), los Kuma (una de las dos
grandes familias de Sansani) poseían va¬rios miles de esclavos. En 1887, un habitante de
Sansani informa a un oficial francés que "cada familia posee de mil a dos mil esclavos"
(Roberts, 1978: 290). El censo colonial de esclavos, en 1904, arroja cifras que difieren en una
proporción de uno a doce según sean éstas pro¬porcionadas por los amos (que procuraban
minimizar su riqueza) o por los esclavos (ibid.: 291J. Estas cifras indi¬can en todo caso efectivos
importantes.

Esos esclavos, tan numerosos, son el producto de gue¬rras de captura cada vez más intensas,
llevadas a cabo desde mediados del siglo xix en toda la zona sahelo-suda- nesa, tanto por El
Haj Umar como por Samori, Tieba y sus émulos, teniendo por efecto la extensión de la
escla¬vitud. Una aristocracia militar que apelaba al Islam susti¬tuyó a los príncipes paganos de
Segu cuando, al cesar la trata atlántica, fue preciso aprovisionar la demanda cre¬ciente de
esclavos, sobre todo mujeres, del mercado con¬tinental africano. La ferocidad necesariamente
creciente de guerras menos provechosas, puesto que los cautivos masculinos habían perdido
su principal salida, ¿encontra¬ba una mejor manera de santificarse al ser ejercida por
islamizados? Sobre todo, los progresos mismos del Islam, al multiplicar príncipes y súbditos
musulmanes, habrían limitado excesivamente el campo posible de las capturas si la fe de unos
no hubiera podido afirmarse como supe¬rior a la de los otros, para reconvertir a éstos en
infieles, buenos para la captura. Gracias a este impulso nuevo dado al mercado esclavista, se
desarrollan nuevas ciuda¬des maraka, pero sobre todo se expande la esclavitud en los medios
campesinos de las zonas no tocadas por los saqueos.
El Haj Umar, fundador del tijanismo, emprendió su san¬ta guerra de captura (jihad) desde
1852 en el Tambura. No se trata de incursiones, sino de guerras francas, que comprometían a
efectivos de varios miles de hombres, que utilizaban armas de fuego importadas y métodos de
gue¬rra sofisticados. En 1855, invade el Kingi y toma Nioto, donde coloca a Agibu, uno de su
hijos, en el poder. En 1856, saquea el Baxana, en el límite del Sahel; en 1859- 1860, gana el
territorio del reino de Segu del cual toma la capital en 1861. Instala allí a otro de sus hijos,
Amadu. Al año siguiente, se apodera de Hamdalay, capital del Masi- na, estado musulmán pero
rival (Mahibou y Triaud, 1983).

El alcance espiritual de las guerras de El Haj Umar y de sus vástagos parece muy corto respecto
de los bene¬ficios materiales que producían mediante la destrucción de cientos de aldeas, la
muerte y el avasallamiento de miles de hombres, mujeres y niños. Mage, oficial francés que
llegó a negociar un tratado con Amadu (el hijo de El Haj Umar) y que fue retenido por éste de
1863 a 1866 en Segu, cuenta algunas de esas campañas en las cua¬les, con sus hombres,
participa a veces, como un heroico militar francés, fingiendo tomar esas empresas de rapiña
como "la Guerra" (Mage,'1868: 432-438).

Togu es un gran pueblo bamana, situado a unos sesenta kilómetros de Segu, que se negó a
someterse a Amadu. El 7 de abril de 1865, éste ataca el pueblo con diez mil hombres. Los
habitantes se defienden con valentía:

Toma de Toghou por Amadou (Mage, 1868: 432-438), 31 de ene¬ro de 1865

Alrededor de las cuatro horas, los Bambaras habían sucum¬bido todos o casi todos; en el
pueblo, sólo se hacían escasos disparos. Al estar todavía algunos enemigos escondidos en las
chozas, no nos atrevíamos a penetrar debido a la oscuri¬dad que reinaba allí, y esperábamos
que se escapasen. Ahma- dou se situó a la izquierda, luego detrás del pueblo, en la colina en
donde la noche anterior aún acampaban los Bam¬baras [. ..]. Casi enseguida comenzamos la
balacera sobre los matorrales. Los Bambaras que se encontraban allí habían tra¬tado de huir al
este, pero se habían encontrado con los Peuhls, quienes los empujaron hacia el pueblo. Sólo
pararon de dis¬parar hacia la noche, y el tabala:' resonó constantemente [...].

1? de febrero de 1865

Apenas amanecía y todo el ejército se dirigió a los matorra¬les para acabar; encontramos a los
Bambaras sin defensa e hicimos una horrible carnicería. Un grupo de noventa y seis, esperando
quizá la clemencia de los vencedores, depuso las armas y salió de un matorral gritando:
¡Perdón! (\Toübira\). Fueron enseguida conducidos a Ahmadou, entre dos filas apretadas de
Sofas. Todos fueron entregados al verdugo [...]. En la noche, al querer darme cuenta del
número de muertos, pasé cerca del campo de los ejecutados; los habían conducido allí, todos
bien apretados por la muchedumbre y detenidos simplemente por brazos humanos; en medio
del círculo se ha¬bía colocado el verdugo; que había comenzado a cortar las ca¬bezas al azar,
sin orden; mientras pasaban al alcance de su bra¬zo. Algunas ni siquiera estaban despegadas
del tronco [...].

Es imposible describir el espectáculo que presentaba Tog- hou. En las casas, en las calles, los
cadáveres estaban exten¬didos en todas las posiciones. En el reducto donde se habían
defendido tanto tiempo, cada choza se había transformado en un montón de cadáveres
infecto. Los techos incendiados por arriba habían quemado a cientos de infelices, cuyos gritos
sordos revelaban la agonía. En algunas chozas se habían ahor¬cado por la desesperación; en
una puerta de la ciudad más de quinientos cadáveres estaban tendidos unos sobre otros; era la
puerta atacada por los Talibés. Más tarde fui a los matorrales; se puede decir que todo el
pueblo y sus alrede¬dores no era más que un campo de muertos, y al día siguiente, cuando de
debajo de los escombros incendiados del pueblo se sacaron esos cadáveres medio quemados y
se llevaron a la llanura, el olor infecto que de allí salía apestaba el aire a gran distancia. Desde
luego, decir que dos mil quinientos Bam- baras habían perecido allí es estar por debajo de la
verdad, y más tarde, cuando los Peuhls regresaron a caballo, sus lanzas todavía
ensangrentadas evidenciaban los golpes dados por ellas a los fugitivos [...].

Ese pueblo era prodigiosamente rico y podía sostener un sitio prolongado. Había pólvora y
mijo en cantidades inmen¬sas, sin contar todas las otras sustancias nutritivas, tales como
alubias, arroz, etcétera.

Durante toda la primera noche, comimos en el pueblo las gallinas, las cabras y los corderos, y
cuando se piensa que un ejército de más de diez mil hombres había vivido de eso, no se
sorprenderán que al otro día yo no haya podido encontrar un solo pollo. En cambio, todo el
mundo masticaba gourous.' Muchos habían llenado sus bolsas de cauríes, y el botín era tal que
no lo podíamos transportar [...].

La partida del pueblo fue difícil, cada uno se llenaba de bultos; algunos habían mandado a
buscar burros para llevar el botín, y era un espectáculo muy curioso ver a esos gue¬rreros de la
noche anterior transformados en comerciantes de chatarra. Todo les parecía bueno: éstos
llevan calabazas de formas alargadas, aquéllos sacos de mijo, candelabros del país [...], otros
quitaban una puerta, fusiles, lanzas, hachas o herramientas de herrero o de tejedor. Unos
tenían algodón, otros tabaco o bolas de índigo; y luego venían las filas de cautivos. Sólo pude
contar lo que allí había en Segou, cuando se hizo el reparto. Aproximadamente tres mil
quinientas mu¬jeres o niños estaban allí, atados por el cuello, pesadamente cargados,
caminando bajo los golpes de los Sofas. Algunas mujeres, demasiado viejas, caían bajo su
carga, y como se negaban a caminar, fueron asesinadas. Un disparo en los rí¬ñones, y eso era
todo; yo me vi obligado a ver eso y tuve que calmarme para no hacer saltar la cabeza del
miserable que acababa de cometer ese crimen. Nuestros marineros senega- leses y algunos
Talibés incluso estaban indignados, pero eran la excepción, y la masa pasaba y con un gesto de
desprecio sólo encontraba este epitafio: Keffir.® Y los que cometían esas atrocidades, que se
sepa bien, eran ellos mismos Keffirs, Bambaras, esclavos de padre a hijo, antiguos esclavos de
los Massassis del Kaarta o Courbaris de Segu que habían visto su salvajismo y su crueldad
duplicados por un matiz de isla¬mismo tal como se predica en África.

En Kenenku, donde Mage participa también en la toma del pueblo, hizo suyos los resultados:
"Hicimos muchos pri¬sioneros y apresamos a casi todas las mujeres. Los prisio¬neros,
interrogados de manera sumaria, fueron ejecutados inmediatamente a la luz de las fogatas"
(Mage, 1868: 472). Esas capturas y esas ejecuciones eran rutina. Se trata de apoderarse de
cierto tipo de mercancías: mujeres, sobre todo, y niños válidos, y deshacerse de los
invendibles: los hombres y los viejos de ambos sexos. Es un trabajo hecho con una
competencia y un desprendimiento profesionales.

b] Samori

Mientras que El Haj Umar se aleja hacia el este, hacia el Fuuta-Jallo, otro "gran conquistador",
Samori Ture, se distingue entre los bandidos que operan más o menos es¬parcidamente en la
región. A diferencia del capitán Peroz, que preconizaba la alianza con Samori, Galliéni (1885:
519 s.), quien hacía la guerra contra él, no lo presenta bajo un aspecto tan favorable:

Desde hace aproximadamente dos años el Sankaran es devas¬tado por Samory [...]. El
Sankaran, como el Ouassoulou, se ve arrebatar una buena cantidad de sus habitantes llevados
a la esclavitud; el mercado de Kankan es el lugar ordinario de venta de esos infelices [...].

Se dice de él que se convirtió en Malinké para expresar que había dejado de ser comerciante
para convertirse en guerrero. Su séquito está cempuesto de jóvenes bien arma¬dos,
montados en excelentes caballos y acostumbrados al éxi¬to. Después de cada invernada, se
pone al frente de esta tropa, se abalanza sobre las comarcas vecinas y hace allí una amplia
cosecha de cautivos y de ganado. Es así como arruinó sucesivamente el Baleya, el Dioumo, el
Belimena, el Amana y el país de Kankan. Se hace inclusive pagar tributo por parte de ese
famoso mercado. Su antiguo pueblo, Dougourou, en el pasado bastante pobre, rebosa de
botín.

Esas largas excursiones devastadoras no fueron realizadas por Samori solo. El jefe de
Dinguiray, Aguibou, no habría qui¬zá soportado que tan fructíferas incursiones hayan sido
he¬chas a dos o tres jornadas de su fortaleza sin participar. Por ello, Tuculores y Malinkés
actuaron concertadamente con¬tra los Bambaras. Pero [... ] las bandas bien armadas y
be¬licosas de Samori son peligrosas para el hermano de Ahmadou [...], y Dinguiray estaría en
una situación crítica sin la in¬tervención de un nuevo jefe de bandidos, llamado Mori-Bira-
him, quien entró ya en batalla con Samori. [... ] Hoy vive en Molokoro y atrae hacia él a una
buena cantidad de los an¬tiguos fieles de Samori, hostiles a la religión musulmana [...].

Los Dioulas atraviesan el Morebeledougou sin mucho te¬mor; éstos han podido hacer, en los
últimos tiempos, com¬pras numerosas y harto remuneradoras de cautivos, que la guerra les
entregaba a un precio vil.

El Batedougou ocupa las riberas del Milo y tiene como pue¬blo principal el célebre mercado de
Kankan, ya visitado y descrito por René Caillié [...]. Los cautivos afluyen del Ouas- soulou, del
Sankaran y de las comarcas asoladas por Samory [...]. Kankan, situado detrás de la colonia
inglesa de Sierra Leona, es, se dice, visitado frecuentemente por los tratantes de los
negociantes ingleses, y muchos de sus habitantes van a viajar en las escalas de los ríos
británicos [...]. El Amana y el Baleya son vecinos. Y sufrieron más o menos los mismos destinos
[...]. Samory sembró la ruina dondequiera y disper¬só a los habitantes. El Baleya sufrió
particularmente; se dice que allí ya no queda nada [...]. Los Dioulas siguen atrave¬sando ese
país desolado pero tienen dificultad en encontrar lugares de escala.
El Djoliba y el Dioumo están situados cerca de los con¬fluentes del Milo y del Tinkisso con el
Níger [...]. Samory vino también a traer la ruina a ese país, pero respetó los lu¬gares
principales, tales como Tiguibiri y Damoussa, situados en buenas posiciones comerciales [...].

El Kenieradougou sigue al Dioumo en la ribera derecha del Níger [...]. La población comprende
sobre todo malinkés procedentes del Manding. Su ocupación principal es la gue¬rra. En cada
estación seca, los jóvenes guerreros van al Oaus- soulou y los demás países vecinos para
dedicarse a saqueos de cautivos, que son luego apiñados en las tatas de Keniera.

Ese mercado es, como dijimos, uno de los más importantes desde el punto de vista del tráfico
de esclavos; es tan cono¬cido por ese comercio como Dialikrou lo es para las transac¬ciones
de oro. Los Dioulas que interrogamos nos afirmaban que había permanentemente en Keniera
una gran provisión de esclavos que vender. En los periodos de guerra, el núme¬ro de ellos
aumenta todavía. Por ello la carne humana está allí a un precio más bajo que en cualquier otra
parte, y se puede comprar en los periodos de abundancia hasta dos cau¬tivos por una barra de
sal (aproximadamente 15 kg). Samo¬ry, después de haber destruido el Baleya, el Amana y el
Diou¬mo, vino a golpear el Kenieradougou [...].

El Keleyadougou, situado al noreste del precedente, pertene¬ce a Malinkés batalladores y


cultivadores. Terminadas las cosechas, se arman para ir a buscar "ganar alguna cosa", nos
decía un joven de ese país [...].

El Tiakadougou comprende numerosos y populosos pue¬blos bambaras; en su límite


occidental existen algunos raros Malinkés. El pueblo principal es Tenetou, mercado
importan¬te, visitado por las caravanas que van de Segou al Bouré y a Keniera [...]. Ya las
columnas de Ahmadou han comenza¬do a atacarlo por el norte, llevándose como esclavos a la
población de varias aldeas. Esas incursiones se renuevan y se renovarán todos los años, y poco
a poco el Tiakadougou será englobado en los estados del sultán tuculor, quien parece desear
alcanzar el Ouassoulou, la tierra clásica de los cautivos.

El Banandougou, gran territorio situado al norte del pre¬cedente, está ya sometido en parte a
los Tuculores, quienes, durante la estación seca, van a surtirse allí de cautivos. Se sabe que las
incursiones constituyen el único medio de exis¬tencia de los Talibés de Ahmadou. La fortaleza
de Tadiana tiene a raya a las aldeas conquistadas, las cuales, sin la pre¬sencia de la guarnición
tuculor de esta plaza, se subleva¬rían a cada invernada, como lo hacen los habitantes del Be-
ledougou. Los Bambaras del Banandougou comienzan a com¬prender la suerte que les espera
y su resistencia se debilita. Mientras estábamos en Nango, una primera columna de Ta¬libés
recorrió el país en todos los sentidos, quemó tres aldeas y cayó ante una cuarta, que tuvo
suficiente energía para re¬sistir a sus agresores. Pero apenas la columna llegó a Segou, una
nueva tropa, compuesta de Sofas, tomaba a su vez la ruta del Banandougou; la aldea aterrada
huía, abandonando una centena de cautivos.

Nada iguala el horror de esas escenas de matanza y de de¬solación que provoca esta guerra
incesante en esas regiones renombradas por su fertilidad poco común y su riqueza en
productos metalúrgicos. Las aldeas son incendiadas, los vie¬jos de ambos sexos eliminados,
mientras que los jóvenes son arrastrados al cautiverio y repartidos en seguida entre los
vencedores.
En 1827, Caillié se trasladó a la misma región: compro¬bó entonces que en el Sankaran "los
jefes independientes se hacen a menudo la guerra para obtener esclavos que venden muy
caro" (p. 416). Éstos son utilizados en el ve¬cino Bure para explotar las minas de oro del
soberano jalonke y de particulares. En el Baleya, igualmente, las bandas raptan a los cautivos.
En Kankan los esclavos vi¬ven en caseríos de cultivo: "un mandinga que posee una docena de
esclavos puede vivir a sus anchas sin trabajar" (p. 415). Sin embargo no señala la venta de
cautivos en el burgo islamizado de Kankan, principal mercado de la región. Allí se vende miel,
telas, cera, algodón, animales y oro traído por poblaciones vecinas, incluidos los Toron,
agricultores paganos que resisten a los musulmanes y vi¬ven en aldeas independientes. Los
esclavos se compran, le dicen, en el Kissi (al oeste, en la actual Guinea). "... El precio corriente
es de un barril de pólvora de veinticinco libras, un mal fusil de cinco gurdas y dos brazas de
seda rosada" (p. 415). La dote de las mujeres consiste en dos o tres esclavos. En cambio, la
gente del Amana vive apa-ciblemente, aunque sus aldeas estén rodeadas "de un do¬ble muro
de tierra de diez a doce pies de elevación". Más al este, en Wasulu, que se convertirá en uno
de los prin¬cipales cotos de Samori, le produce a Caillié la imagen de un país próspero y
poblado. Los habitantes, pacíficos, son cultivadores y pastores y viven en caseríos dispersos
cuyas únicas protecciones son las empalizadas para el ganado. Ellos tejen, forjan, pero se
dedican poco al comercio y "no viajan, pues su idolatría los expondría a la más espantosa de
las esclavitudes" (p. 447). Sin embargo, acogen a los musulmanes con bondad.

Si las aldeas de la región oeste de Kankan están ya afec¬tadas por las incursiones esclavistas y
obligadas ya a pro¬tegerse tras de fortificaciones, la circulación no parece gravemente
afectada. Al este, las poblaciones viven en ré¬gimen de autosubsistencia, sin protección y en el
paganis¬mo. Son todos esos países que Samori va a someter y cu¬yas poblaciones van a
atascar el mercado esclavista afri¬cano, al punto de hacer bajar drásticamente los precios.

Con Samori, el territorio se encuentra repartido de acuerdo con una geografía funcional: los
países periféri¬cos, paganos, donde las poblaciones linajeras viven en ca¬seríos dispersos y por
lo tanto vulnerables, son las zonas de captura; los burgos islamizados y los mercados son
perdonados al igual que a sus habitantes, en tanto que canales de salida de la mercancía
humana; alrededor de Samori, instalado en Bisandugu, en el Wasulu, se crea una zona política
sometida a su autoridad y a la pax samoria de la cual Peroz (1896: 359 s.) admira el
ordenamiento económico y político; finalmente, más allá de las zonas de saqueo, hacia el
norte, un territorio interior irrigado por la trata y cuyos habitantes compran a buen precio
tra¬bajadores que asignan a la producción de bienes y de mercancías.

Enrolarse en las tropas de Samori se consideraba, en las aldeas del Sahel, del Wagadu o en el
Gajaga, como el medio seguro de enriquecerse al traer a su casa cautivos que se agregaban a
los que se iban a comprar en los mer¬cados meridionales, hasta Sikasso, que le daba salida a
los cautivos del Beledugu (misión 1966). Enrolarse en las tropas coloniales francesas, que
luchan en el mismo terre¬no, presentaba por cierto ventajas comparables. Los "irre¬gulares",
como se les llamaba a los voluntarios africanos que se unían al combate, no recibían sueldo y
los oficiales franceses, según una tradición militar bien establecida, se hacían de la vista gorda
en cuanto al comportamiento de las tropas en campaña. El Haj Umar, Samori y el ejér¬cito
colonial francés contribuyeron ampliamente por lo tanto a surtir los mercados de esclavos
sudaneses en la se¬gunda mitad del siglo xix. Los esclavos, abaratados gra¬cias a esas
campañas, no siguieron siendo el privilegio de las familias maraka, islamizadas y comerciantes.
La escla¬vitud se expande entre las poblaciones campesinas que cada vez son más numerosas
en los circuitos de la produc¬ción esclavista mercantil.

2. LA ESCLAVITUD ENTRE LOS CAMPESINOS DEL SAHEL

Según una leyenda que remontaría a varios siglos, la ma¬dre de Dinga, el fundador del
Wagadu, tenía una esclava, Faduwani Bafonje: "Faduwani Bafonje tiene ciento y una cabezas
en un solo cuello y ciento y un 'ojo'. Cada madru¬gada, ella se coloca ciento y una tinajas en la
cabeza y va a sacar agua del pozo de Tiri". Retrato de la esclava ideal, de la tumbare en sus
funciones características. ¡Pero también mujer formidable y antepasada mítica de uno de los
más viejos clanes soninke! Según ese texto, algunos "esclavos" están así íntimamente
vinculados a las familias nobles. La leyenda cuenta también cómo se establece una especie de
primazgo entre el héroe, Maren Jagu Dukure, y una jovencita sierva, Henten Kuruba, que
habían hecho que sustituyera a aquél para protegerlo del odio de un tirano. A pesar de ese
salvamento, un juramento obliga a Maren Jagu a decapitar a la jovencita: los dones mágicos de
ésta la resucitan. Cuando accede al poder, después de haber matado al tirano, la coloca a su
lado sobre la estera que simboliza a la vez el trono y el lecho conyugal, con gran descontento
de los viejos. Sin embargo, de la fami¬lia de Henten Kuruba descenderían todavía hoy los
"es¬clavos" de los Dukure. La servidumbre no es pues nueva en esas poblaciones, pero ¿cómo
datar cada una de esas descripciones a través de relatos a menudo anacrónicos trasmitidos por
los brujos, y cómo caracterizarlas? ¿Cómo localizar los fantasmas sociales de los cuales son el
sostén? Esta misma leyenda hace también alusión a una esclavi¬tud más moderna. Allí se dice
que ser esclavo es ante todo cultivar sin contrapartida la tierra de otro; que "el esclavo es un
semental" y no un padre de familia; que el hijo es del amo de la madre; que hay linajes de
libertos que llevan el patronímico de una antepasada femenina. Se entera uno allí de que
existen caseríos exclusivamente poblados de esclavos. Mediante un pacto, los libres se
protegen mutuamente del avasallamiento. Mediante otro, prometen entregarse mutuamente
los esclavos (y las es¬posas) escapados.

Conocemos un poco mejor la esclavitud más contem¬poránea, que se desarrolló en esas


poblaciones, proba¬blemente en el siglo xix, al contacto con los Moros cuyas actividades
comerciales habían abierto el país a los inter¬cambios comerciales. Desde hacía tiempo se
habían esta¬blecido relaciones estrechas entre los pastores trashuman¬tes del Sahara
meridional y las poblaciones agrícolas del Sahel (véase Meillassoux, 1971 d). Estas últimas
recibían a los pastores algunos meses en cada estación seca. Los dejaban disfrutar de sus
pozos y de sus aguajes para abre¬var su ganado que pasaba por el rastrojo de mijo de los
campos cosechados y abonaba las tierras al mismo tiempo. Pagaban con mijo el transporte de
las cosechas por me¬dio de los bueyes portadores o lo cambiaban por leche y otros artículos
pastorales; cambiaban telas de algodón crudo por barras de sal. En virtud de esas relaciones,
esos Moros no saqueaban a los Sahelianos. Atacaban más al sur a las poblaciones bamana
(nombre convertido en si¬nónimo de esclavos), de las cuales los cautivos que no conservaban
los vendían a esas poblaciones sahelianas.

Esos intercambios entre agricultores sedentarios y pas¬tores nómadas fueron primordiales


hasta las guerras de El Haj Umar y explican la localización de aldeas agrícolas a orillas del
desierto. En torno a ese comercio se cons¬truyó una primera forma de economía campesina
escla¬vista sobre la cual no tenemos informaciones precisas re¬lativas a los efectivos, la
condición de los esclavos o su costo. Pero estando introducida ya en circuitos de inter¬cambio,
aun limitados, al producir bienes mercantiles y beneficiarse de un plusproducto, esta
economía estaba es- tructuralmente en capacidad de sacar provecho de la co¬yuntura nueva
provocada por las guerras de captura de El Haj Umar, de Samori y de sus homólogos.

Existían dos maneras de aprovechar esas guerras: una era participando en ellas, la otra
comprando el botín.

Después del paso de El Haj Umar por la región y la ren¬dición de las aldeas, varios héroes
locales fueron a unirse a las batallas y trajeron cautivos. La mayoría de los es¬clavos sin
embargo se compraba: algunos, a los trafican¬tes de paso que venían con las presas de El Haj
Umar, de Sokolo al este, pero sobre todo en los mercados de las riberas del Níger, alimentados
por Samori y Tieba. Se organizaban periódicamente caravanas armadas por parte de las
familias islamizadas, entre las cuales se contaban los principales traficantes de esclavos. Los
aldeanos, que no gozaban a igual título del viático musulmán, les confiaban bienes para
intercambiar con instrucciones sobre el tipo de esclavos que querían a cambio, o enviaban a
escla¬vos de confianza (cuya captura era menos grave) para ejecutar esas transacciones. En
tiempos de El Haj Umar esas caravanas alcanzaban Banamba, Nyamina, Segu, Ba- nambile. No
cruzaban el Níger. Durante las guerras de Samori, las caravanas mejor armadas alcanzaban,
más allá, las regiones de Sikasso y del Wasulu. Los intercambios se hacían en especie y los
términos de los intercambios están dados en cantidades respectivas de mercancías. La moneda
local, el cauri, sólo se aceptaba como tal en los límites del reino de Segu (donde servía también
para pa¬gar el impuesto) y sobre todo en las ciudades. Los prin¬cipales artículos de
exportación eran las telas de algodón crudo y el mijo. Se trocaban antes de la partida o en el
camino por artículos intercambiables en los mercados del sur a cambio de esclavos. Con los
Moros se obtenían ba¬rras de sal intercambiadas a los Futanke, que atravesaban el país
provenientes de la costa, a cambio de la tela lla¬mada de "guinea" de procedencia europea, de
fusiles, de ámbar, de coral. En Maruja, se convertían las mercancías en cauríes. Un importante
tráfico de caballos se desarrolló al mismo tiempo que las guerras de Samori (Roberts, 1984:
310), y convoyes enteros de esos animales, comprados a los Moros (que los obtenían a su vez
de los Árabes), eran transportados hacia las regiones ocupadas por Samori. A la ida llevaban en
la espalda las mercancías que al re¬greso los cautivos llevaban en la cabeza: la contrapartida.
El valor de los caballos era, según algunos informadores entusiastas, fabuloso; se les
intercambiaba, se dice, por diez, quince o aun veinte cautivos. Otros hablan de dos a cinco
cautivos. Roberts registra entre dos y diez cautivos por caballo (ibid.). De hecho, al no ser el
esclavo una medida alícuota, su precio variaba según el sexo, la edad, el origen social y
geográfico y sus cualidades propias. Como lo mismo ocurría con los caballos, tales diferencias
son bastante concebibles. Esas transacciones perduraron y se acentuaron todavía durante las
campañas de las tro¬pas coloniales francesas, así como la aportación, por parte de los
irregulares, de su botín humano. En el momento de la ocupación francesa, cuando se llevaron
a cabo los cen¬sos de esclavos, éstos representaban del 30 al 50% de la

población total de muchas aglomeraciones sahelianas.


Esos efectivos en su mayoría habían sido alcanzados en los años anteriores, a la ocupación
francesa. Se cita el caso de un propietario de plantación que poseía entre cien y trescientos
esclavos en 1908, en el momento de su liberación obligatoria, mientras que en 1901, cuando
"era pobre", sólo poseía dos.

La repartición de esos esclavos entre las familias era desigual (Meillassoux, 1975 c [1978]: 248).
Las familias isla¬mizadas estaban entre las que poseían el mayor número de ellos y cuya
explotación se calcaba de la de los Maraka.

En estas sociedades campesinas, los esclavos no fueron inmediatamente rentabilizados en el


mismo grado que en la clase mercantil maraka. Muchos propietarios los asig¬naron al cultivo
de la subsistencia familiar más que a la fabricación de mercancías. Los esclavos fueron primero
un lujo, que aliviaba a los amos de una parte del trabajo, cultivando a su lado en un primer
tiempo, luego, a me¬dida que su número aumentaba, en lugar suyo. Los jóvenes de buenas
familias desdeñaron los trabajos agrícolas. Ves¬tidos con hermosos trajes y pantalones con
anchas entre¬piernas, se volvieron ociosos, pasándose todo el tiempo charlando en la plaza
del pueblo, burlándose impertinen¬temente de los viejos u organizándose en bandas para
exi¬gir rescate a las caravanas. Algunos, estimulados por las hazañas de Samori o de Tieba,
arrastraron con ellos a sus compañeros y algunos de sus esclavos en extrañas jihad contra los
burgos islamizados más ricos.

En las guerras, o en las incursiones recíprocas que los kafo emprendían contra sus vecinos, los
esclavos eran movilizados para transportar la comida y el agua, a veces para combatir,
armados de fusiles de un cañón (los fusi¬les de dos cañones estaban reservados para los
libres), o provistos de picos para derribar las murallas de las al¬deas sitiadas. Era una tarea
imperativa para esos escla¬vos traer el cuerpo de su amo si moría. Algunas "familias esclavas"
eran instaladas en la entrada de la aglomera¬ción —que no estaba fortificada— para sostener
los pri¬meros encuentros de un eventual ataque.

Las mujeres libres son también en ese caso grandes be¬neficiarias de la esclavitud. Su gada o
criada de corte se encargaba de la cocina y de todos los oficios domésticos. Las tumbare,
mujeres para todo, realizaban los trabajos pesados: transportes de agua, de leña, trituración,
limpie¬za... A fines de siglo, las mujeres libres no trabajaban en los campos. Hacían cultivar sus
huertos, el algodón y el índigo, por las esclavas de la familia. Algunas gozaban, a ejemplo de las
mujeres maraka, del producto de un campo privado cultivado por su(s) esclavo (s). Hacían
cardar e hilar por las mujeres y tejer por los hombres esclavos fajas de algodón que vendían en
provecho propio.

Vimos así constituirse en el medio campesino una dife¬renciación social entre familias que se
ajustaron, por su forma de explotación de los esclavos, a los maraka, y otros que sólo
participaban en la producción esclavista mercan¬til para renovar un rebaño de esclavos
destinado a su propio uso.

MODALIDADES DE EXPLOTACIÓN

No obstante que los campesinos se hayan preocupado por el beneficio más tardíamente que
los Maraka, se vieron obligados sin embargo, para remplazar a sus esclavos, a hacerlos
producir mercancías que vender en el mercado. Las diferentes modalidades de explotación,
por ese hecho, se encuentran tanto en unos como en los otros, no estan¬do ninguna
exclusivamente reservada para los campesinos o los Maraka.

1. LA EXPLOTACIÓN TOTALITARIA

En la forma más simple, más caracterizada y más exten¬dida —antes de la colonización— de la


explotación escla¬vista, los esclavos proveen, según la demanda, la totalidad de su tiempo de
trabajo a los amos, sin otro límite que el que les impone su fatiga. En el Gajaga se les llamaba
los "esclavos recién reclutados"; en el Kingi, koccinto (ata¬dos) . Son a priori trabajadores
polivalentes de ambos sexos (en África más a menudo mujeres que hombres) to¬talmente
disponibles y listos para asumir todas las tareas que se les asignan. Según la estación o las
condiciones del mercado y las necesidades de la comunidad de los amos, el trabajo de esos
esclavos de fatiga se aplicaba primero a la agricultura en estación húmeda, a las activi-dades
domésticas, a la fabricación de productos para la venta, etc. El sexo sólo intervenía para las
personas libres en la asignación de las tareas. Las especializaciones sexua¬les provenían
esencialmente de las formas habituales de la trasmisión del saber entre las mujeres o los
hombres. Las mujeres ayudaban o remplazaban a sus amas en las actividades culinarias. En la
estación seca, hombres y mu¬jeres pintaban las habitaciones y practicaban actividades
artesanales destinadas a las necesidades domésticas o al mercado. En las actividades menos
calificadas, como sa¬car y transportar agua, recoger y cortar leña, mujeres y hombres esclavos
eran utilizados según las ocasiones, in¬dependientemente de toda noción derogatoria ligada al
sexo.

Esos esclavos se alimentan del producto de la casa fa¬miliar, al cual son los primeros en
contribuir; a veces del plato común, otras veces, de las sobras. En el pasado an¬daban
desnudos bajo pena de ser golpeados. Con el Islam, se hizo costumbre concederles algunos
trapos. Eran aloja¬dos en chozas desprovistas de todo mobiliario. No se les reconocía por
derecho ninguna descendencia y de hecho rara vez tenían hijos. Ninguna institución preveía la
re¬producción mediante la procreación de esos esclavos. Ésta podía ocurrir sin embargo en
razón de la promiscuidad en la cual vivían. Pero a falta de una institución de recep¬ción, los
niños nacidos en tales circunstancias eran, tras el destete, ya sea alimentados del plato común
de los esclavos de la familia del amo, a la cual correspondían por derecho, ya sea confiados a
las mujeres aparceras. No obstante, esta reproducción sólo era incidental; se la con¬sideraba a
menudo como susceptible de estorbar el traba¬jo de la mujer.

La retribución del esclavo, como contrapartida de su tiempo de trabajo proporcionado sin


medida, se limita a las necesidades, moderadas, de su vida individual. Dicha retribución no es
proporcional al tiempo de trabajo ni a la producción, ni a obligaciones familiares. Ninguna otra
medida interviene en ese modo de explotación que aquella, uniforme, de la comida. Las
raciones podían disminuir eventualmente en caso de hambruna; los esclavos eran los primeros
en soportar el hambre y en morir por ello. Pero, como regla general y so pena de perderlo, el
amo debe velar por las necesidades de reconstitución de la fortaleza del es¬clavo y por su
mantenimiento cotidiano incluso cuando no trabaja. Al no disponer los esclavos de fatiga de
nin¬gún tiempo que les pertenezca, el trabajo necesario para satisfacer sus requerimientos se
confunde con el plustra- bajo realizado en beneficio del amo. Pero, a diferencia del salariado,
donde encontramos la misma confusión, la re¬muneración es en especie, más precisamente
en víveres bajo forma de comida, y no en dinero; no es proporcional al tiempo de trabajo del
esclavo ni al volumen ni al valor de su producción. El esclavo es comprado por el amo y debe
ser mantenido permanentemente. Su remuneración en alimento no puede caer por debajo de
un mínimo fi¬siológico sin que el mismo propietario sufra el perjuicio. Puede en cambio
limitarse a ese mínimo en toda circuns¬tancia. El plusproducto no aparece aquí como una
entidad física distinta, ni el plustrabajo como derivado de una du-ración medida de tiempo
(como en las modalidades des¬critas infrá). El propietario de este tipo de esclavo, ha¬blando
en propiedad, no disfruta ni de un plustrabajo ni de un sobrevalor (plusvalor), sino de lo que
llamaré un excedente que confunde a ambos y que puede estar a la disposición del amo a la
vez como una energía de trabajo que puede aplicar a cualquier tarea, remunerativa o no, y
como el producto no consumido del esclavo. Según fun¬cione ese modo de explotación en el
marco de la autosub- sistencia o en relación con el mercado, el excedente en producto puede
conservarse o ser objeto de una ganancia.

Esta modalidad de explotación es pues característica de la esclavitud. No se confunde ni con el


salariado ni con las modalidades de explotación descritas arriba, generado¬ras de renta (en
trabajo o en producto), pero comunes a la servidumbre.

Cuando la explotación totalitaria funciona en el marco de una economía de autosubsistencia


donde lo esencial del trabajo se destina a la agricultura alimenticia, limitado por lo tanto a un
periodo del año, no hay otros medios para aumentar el plusproducto del esclavo de fatiga que
disminuir sus vituallas o aumentar la intensidad del tra¬bajo. Pero gracias a la esclavitud
mercantil, el aumento de la duración del trabajo se vuelve posible al hacer tra¬bajar a los
esclavos, fuera de la estación agrícola, en la producción de bienes destinados al mercado;
producción sobre la cual pueden aplicarse por otra parte medidas de intensificación, ya sea
por medio de castigos, ya sea mediante estimulantes materiales. Algunos de esos escla¬vos, si
eran calificados, podían ser asignados a tareas ar- tesanales lucrativas que contribuían a veces
a la mejoría de su condición y de su estado. Esta explotación totalita ria füe muy seguramente
la que afectó a la mayor canti¬dad de esclavos, aunque haya sido muy reducida tras la
colonización. Los esclavos de fatiga eran considerados como los más viles y mantenidos en el
mayor desprecio.

No dejaron, debido a su condición (y por lo tanto a su celibato), ni recuerdos ni tradiciones, lo


cual los hace re¬trospectivamente poco perceptibles, a diferencia de los esclavos aparceros o
incluso parceleros.

2. LA ESCLAVITUD DE RENTA

A medida que se extinguía la trata, cambiaba la condi¬ción de los esclavos. El número de


esclavos de fatiga, cuya renovación dependía del mercado, disminuía mien¬tras que
aumentaba el número de los autorizados a cul¬tivar la tierra para producir, antes que un
excedente, una renta en trabajo o en producto. En algunas regiones, como en el Kingi según
parece (M. Diawara, com. verbal), esta nueva forma de explotación se habría generalizado
después de la conquista colonial. Como lo sabemos por Klein (1983) y Roberts (1984), la
colonización francesa, en al¬gunas regiones, había tratado de negociar la posición de los
esclavos con sus amos, de lo cual habrían resultado formas de servidumbre de apariencia
tradicional.

No se debe por lo tanto exagerar la importancia que tenía en la región sahelo-sudanesa la


esclavitud de renta. Antes de la conquista, sólo una fracción de esclavos par¬celeros y
aparceros trabajaba en condiciones materiales asociadas con cierta forma de emancipación,
cuyas formas sociales hemos descrito en la primera parte de esta obra.

a] La renta en trabajo

Una parte de los esclavos cuya condición califiqué de "parceleros" (primera parte, v, 2)
disponía pues de un tiempo medido para cultivar en un pedazo de tierra su propio alimento. El
tiempo de trabajo se divide en este caso entre el trabajo necesario para la producción de toda
o parte de su subsistencia y un tiempo de plustrabajo pro-porcionado gratuitamente al amo.
En la región sahelo-su¬danesa, el tiempo otorgado al esclavo variaba de una po¬blación
esclavista a otra. Podía ser de 1 a 3 días por se¬mana de 7 días, más las tardes a partir de las
16 horas aproximadamente, después de realizar trabajos en los cam¬pos del amo y en los de
sus dependientes con derecho a ello. El esclavo era alimentado por los amos cuando trabajaba
para estos últimos, es decir en general, en la estación agrícola, durante la comida del medio
día. Se ali¬mentaba a sí mismo en la noche, los días libres y, durante la estación seca, los días
en que no era empleado. Esos esclavos vivían, unos en patios lindantes con los de los amos,
otros en caseríos que les eran reservados bajo la au¬toridad de uno de ellos designado por el
amo. La mayoría de esos responsables eran ellos mismos esclavos compra¬dos, pues sólo
gente de la misma especie podían cohabitar en esos caseríos. Sólo podían aparearse, dado el
caso, con la autorización de los amos respectivos, y cada "cónyuge" continuaba trabajando
para el suyo si no pertenecían am-bos a la misma familia!

Al renunciar a una parte de la renta en trabajo, el amo no estaba obligado, como en el caso
anterior, a soste¬ner al esclavo todo el año, cualquiera que fuera el trabajo desempeñado. Al
otorgarle al esclavo el acceso —limita¬do— a los med'os de producción agrícola, se
consideraba que sus necesidades de mantenimiento estaban cubiertas por su trabajo privado y
que estaba en capacidad de ali¬mentarse durante los periodos en que el amo no lo
em¬pleaba. Sólo una parte de la energía de trabajo usada quedaba por compensar. Esta
fracción era por lo tanto modulable en función del trabajo efectivo proporcionado. La
retribución del esclavo tiende en este caso hacia una proporcionalidad relativa al tiempo de
trabajo. Sin embar¬go, el esclavo no debía disponer de un tiempo demasiado grande para
cultivar en beneficio propio, particularmente al grado de constituir reservas que le habrían
otorgado una independencia alimenticia respecto de su amo y le habrían hecho disminuir el
interés de trabajar para éste. Por su condición de esclavo, por lo demás, no detentaba la
propiedad de sus graneros, si los había, los cuales le correspondían por derecho al amo. Como
lo vimos en otra parte, cuando la autoridad del amo deja de ejercerse en la persona del
esclavo, se instaura el principio según el cual, mediante la gestión de las reservas, el amo
interviene en los años malos como el recurso indispensable para la reproducción del ciclo
agrícola.

La forma de explotación que llamé parceleración no im¬plicaba necesariamente la vida en


familia mediante la aparcería. Sin embargo es posible que las duraciones di¬ferentes de
tiempo que se les otorgaban a esos esclavos según las poblaciones que los empleaban hayan
estado en relación con una política de reproducción por procrea¬ción. Entre los Soninke, por
ejemplo, más integrados en los circuitos mercantiles y entre los cuales la inmensa mayoría de
los esclavos se renovaba por compra, los es¬clavos parceleros sólo disponían, además de las
tardes, de un día por semana. Entre las poblaciones vecinas, más apegadas a las tradiciones
domésticas y en las cuales la inserción de los esclavos se concebía más en esta perspec¬tiva,
disponían de 2 a 3 días. Podían en su tiempo libre dedicarse a actividades artesanales, siendo
algunas retri¬buidas por el amo y otras realizadas en beneficio propio. Esta duración de tiempo
adicional permitía a los esclavos que vivían en familia disponer de una mayor parte de su
plusproducto para alimentar a una descendencia y tal vez también para acumular un peculio
que les habría per¬mitido convertirse en aparceros mediante redención.

b] La renta en producto

Una pequeña minoría de esclavos aparceros estaba libre de prestaciones en trabajo y


autorizada a cultivar un te¬rreno que se le asignaba a cambio de prestaciones en es¬pecie (por
ejemplo, en mijo), fijadas convencionalmente para todos y cualquiera que fuere el resultado
de la cose¬cha. Esta aparcería y esta redención eran generalmente otorgados cuando los
esclavos vivían en familia, con niños menores que mantener a su cargo, nacidos de esta unión
o confiados a ellos. Cuando esos niños alcanzaban la edad productiva, se les exigía una
prestación idéntica para redi¬mir su trabajo. Así ocurría cuando un muchacho alcan¬zaba la
edad de "ponerse pantalones", o cuando se casaba una muchacha. En ese caso, el amo exigía
una prestación en especie del padre, quien debía obtenerla del esposo de la muchacha. Los
muchachos para los cuales no se entre¬gaba esta prestación trabajaban en las tierras de los
amos. Esas prestaciones eran comparativamente altas y los in¬teresados dicen haber tenido
dificultades para hacer fren¬te a tales obligaciones. En Gumbu, por ejemplo, se exigían 150
mude (a razón de 2.4 kg de mijo por mude) por indi¬viduo activo y por año. En otras
poblaciones de la re¬gión, esas prestaciones sólo eran de 80, 90 o 100 mude. De acuerdo con
una estimación muy aproximada, cuando las prestaciones anuales exigidas eran de 150 mude
por adulto productivo, calculado sobre veinte años, tiempo promedio de actividad de una
pareja, habida cuenta de las necesi¬dades en semillas y de los años malos, el volumen total de
las prestaciones habría sobrepasado al plusproducto (tercera parte, cap. v). No parece por lo
tanto que la familia esclava haya sido capaz, aun sin niños, de cons-tituir reservas. Cuando las
prestaciones anuales eran de 90 mude, una pareja apenas habría tenido con qué alimen¬tar a
más de un niño hasta la edad productiva. En uno y otro caso, no se realiza la reproducción y las
reservas se consumen íntegramente.

Cuando la familia del amo llamaba a parientes y ve¬cinos para trabajos colectivos, los esclavos
aparceros de¬bían mandar la mayor cantidad de sus adultos, al igual que para los trabajos de
la aldea de interés público. Dis¬ponían en principio del resto de su tiempo, particular¬mente
en la estación seca, para satisfacer sus otras ne-cesidades. Estaban a su alcance dos tipos de
actividades remunerativas. Los hombres calificados podían alquilar sus servicios a su amo, o
incluso a otros, como tejedores. El comanditario proporcionaba el material hilado, el cual
retribuía al tejedor sobre una base variable. El hilado se redistribuía a las mujeres por un peso
equivalente de al¬godón bruto. Los esclavos podían también fabricar cuerdas o esteras a partir
de materiales que obtenían por su tra¬bajo y el producto de la venta de los mismos les
corres¬pondía íntegramente. En este caso también, esos ingresos no eran verdaderamente
una adquisición, pues el viejo esclavo, cuando sentía que sus fuerzas declinaban, debía, si
quería liberarse definitivamente de sus prestaciones, ofrecer a su amo, ya sea un asno, ya un
esclavo (o a veces dos) pagados por este peculio. El viejo esclavo, ya inven¬dible, encontraba
así una manera de venderse al único comprador susceptible de conceder algún valor e
intere¬sarse en él, vale decir a sí mismo. Cuando el esclavo era manumiso graciosamente, la
suma aportada no era recu¬perada pero el esclavo no recaía bajo la responsabilidad de su amo
en sus días postreros.

Mediante la aparcería y la redención, se considera que el esclavo satisface por sí mismo las
necesidades de re¬constitución de su energía de trabajo, de mantenimiento en periodo de no
empleo y de su reproducción económica.

A partir del esclavo aparcero, el amo extrae por lo tanto:

1] una renta alimenticia fija, escasamente inferior, a lar¬go término, al plusproducto


agrícola total;

2] una renta en trabajo convertida en un beneficio rea¬lizado mediante la venta de


mercancías producidas fue¬ra de estación;

3] la reconstitución eventual de la inversión inicial usa¬da para la adquisición del esclavo,


en el momento en que éste redime sus prestaciones.

En lo que respecta a la reproducción genésica, la apar¬cería se perfila como el marco social


aparentemente más favorable. Sin embargo, sabemos que, en el plano econó¬mico, el
volumen de las prestaciones exigidas sólo la per¬mitía de manera imperfecta. Esta situación
actuaba sin duda como estimulante para obligar al esclavo a trabajar artesanalmente para su
amo en la estación seca. Al haber pagado sus prestaciones en trabajo, el esclavo aparcero debe
ser remunerado. Lo es la mayoría de las veces por medio de alimentos y solamente, de hecho,
para lo que sobrepasa sus necesidades de reconstitución y de mante¬nimiento cubiertas por
su trabajo agrícola. Ese trabajo re¬munerado es el que le aporta el complemento, incluso la
totalidad de lo necesario para criar a sus hijos. Recor¬demos una vez más que el trabajo de
esos niños, cuando alcanzan la edad productiva, le corresponde al amo de la genetriz, incluso
si ésta y su cónyuge son aparceros y están redimidos. El trabajo del esclavo para conseguir un
sus¬tituto en edad de producir beneficia pues al amo, quien re¬cibirá ya sea el plustrabajo
íntegro, si no está redimido, ya sea el plusproducto agrícola si es aparcero a su vez.

En la esclavitud mercantil no existe siquiera un esclavo que no esté definido directa o


indirectamente en relación con el mercado. Proviene de él, produce para él, en oca¬siones
participa en el negocio, y sobre todo puede siem¬pre, en principio, ser devuelto a él si el caso
lo requiere —tanto él mismo como los miembros de su familia.

Pese a la variedad de condiciones que hemos compro¬bado respecto de los esclavos, su


estado, que se mantie¬ne siempre impregnado de enajenabilidad, los sitúa irre¬vocablemente
con relación a los intercambios. La evolución histórica de este estado, como lo mostrará el
estudio so¬bre la reproducción esclavista mercantil (caps, v y vi) de¬penderá todavía de la
evolución del mercado. Si éste se restringe, se remiten a la servidumbre; si se amplía para dar
cabida a todos sus productos, y en particular a los bienes de subsistencia, se abre al salariado.

EL MERCADO INTERNO DE ESCLAVOS

El comercio es la condición de existencia y de desarrollo de lo que hemos llamado, por esta


razón, la esclavitud mercantil. Es el agente de la reproducción esclavista: mediante él llegan los
cautivos a manos de los esclavistas, y mediante él se le da salida comercial al producto de los
esclavos. Pero ese comercio esclavista presenta en las re¬giones estudiadas ciertas
características. Los intercambios se hacen sobre todo en especie. Los términos de los
in¬tercambios en las zonas sahelianas y en otros lugares se dan en productos, los cuales no son
todos convertibles unos con otros. Una parte de los bienes producidos por artesanos de casta
(y de corte) continúa circulando am¬pliamente según los principios del clientelismo, mediante
prestaciones más que mediante intercambio mercantil. La moneda fiduciaria (como los
cauríes) es de un uso limi¬tado y circunscrito. Sólo interviene en algunos intercam¬bios, como
la compra de bienes onerosos, los propios es¬clavos, los caballos, las armas, los cuales se
intercambian por otras mercancías. Esta moneda fiduciaria circula den¬tro de los burgos, a
veces en los límites de un estado, pero rara vez, en razón de su volumen, de una plaza
comercial a otra. La misma libera en algunos casos del impuesto, como en Segu, pero no
interviene entre diferentes lugares de producción como un medio de arbitraje susceptible de
producir una prorrata de los costos mediante un despla¬zamiento de los capitales. Ninguna
otra mercancía cumple la función de colocar a la esclavitud en un sistema compe¬titivo más
próximo al del capitalismo. Incluso el oro está lejos de tener una convertibilidad general. Éste
circula, sobre todo, junto con otras mercancías de exportación, en los intercambios lejanos,
eventualmente como una espe¬cie de divisa interzonal. En resumen, esas limitaciones son
indicadoras de un comercio ampliamente dirigido hacia el exterior, pero el cual no crea un
verdadero mercado interno.

Esas circunstancias pueden explicarse, claro está, por

la implantación débil todavía de una economía mercantil en sociedades aún dominadas por la
economía doméstica o para las cuales algunos bienes de producción impor¬tantes no se
comercializan. Es el caso, en particular, de la tierra. Heredera en este aspecto de la sociedad
doméstica para la cual la tierra, como el aire y el agua, son dones de la naturaleza a la vida, la
sociedad esclavista, tal como la hemos observado, no conoce de golpe la apropiación privada
de la tierra, ni la renta por bienes raíces. Apro¬vechando esta circunstancia, los esclavistas
obtenían la tie¬rra sin costo para instalar en ella a sus esclavos, ya sea en sus propias
comunidades, ya sea como el fruto de nego¬ciación con las poblaciones locales.

Si nos atenemos a los casos que hemos observado, com¬probamos en efecto que, sean cuales
fueren las modali¬dades de explotación, los esclavos, en su conjunto, cultiva¬ban ellos mismos
para su propia subsistencia. Los amos no compran comida para alimentar sistemáticamente a
sus esclavos. Existe, desde luego, un mercado de la co¬mida o una exportación de granos hacia
zonas áridas, pero no mercado interno de subsistencias destinadas a los es¬clavos. Incluso los
comerciantes urbanos poseen en su mayoría caseríos de esclavos que los surten tanto a ellos
como a sus sirvientes. De manera aplastante, los esclavos, a título individual o en el marco de
la célula esclavista a la cual pertenecen, son autosubsistentes. Pero la auto- subsistencia de los
esclavos, que parece provenir de esas circunstancias históricas, posee también su propia lógica
que perpetúa su existencia, por lo tanto también la natu¬raleza del comercio tal como lo
hemos observado.

Para el esclavista, la compra del esclavo representa un hecho determinante. Esta inversión
inicial en la adquisi¬ción de una suma de trabajo fluido, incorporado en un ser viviente y no
realizado en valor de uso, obliga al com¬prador a mantener al portador de este valor hasta la
rea¬lización completa del mismo, vale decir a asegurar la car¬ga del esclavo de continuo y en
su totalidad durante toda la duración de su vida activa, sea cual fuere la rentabili¬dad y sea
cual fuere la coyuntura. Mientras que el capita¬lista puede obtener la fuerza de trabajo del
asalariado con sólo pagar el costo de reconstitución, el esclavista debe también en todo
momento pagar al menos el manteni¬miento del esclavo. La compra inicial del esclavo no
per¬mite disociar, como lo hace el salariado, la parte de co¬mida que alimenta el plustrabajo
de la que absorbe el esclavo para mantenerse con vida. Para obtener uno —el trabajo—,
incluso parcialmente, debe hacerse cargo de la otra —la vida— en su totalidad.

No creo que sea esclarecedor comparar aquí al esclavo con un "capital" y a su energía con una
"fuerza de tra¬bajo". Si el esclavo fuera un "capital", combinaría en sí mismo y de manera
contradictoria un capital constante que no modifica el valor y un capital variable que lo
modifica (El capital, i: 234). En términos capitalistas, se¬ría preciso, para extraer el beneficio
que procede de la parte variable del "capital esclavo", remunerar a la parte constante, la cual
ha sido sin embargo pagada ya por el propietario. Para evitar esas ambigüedades
contradicto¬rias, diría que el esclavo es un potencial de trabajo que debe recibir una
compensación en comida para extraer de él una energía de trabajo.

En razón de la confusión en el cuerpo del esclavo de un potencial de trabajo y de una energía


de trabajo, la com¬pensación en comida debe ser continua y nunca inferior a las necesidades
de mantenimiento del esclavo durante toda su vida activa. La autosubsistencia es la forma de
producción que responde mejor a esta exigencia, pues ella no disocia al productor del
consumidor. La misma asegura por ese simple hecho una proporción continua entre la
producción alimenticia, el número de esclavos y su dura¬ción de vida activa.

Si, en el sector alimenticio, el consumo del esclavo se mantiene siempre en proporción a su


trabajo agrícola, no ocurre lo mismo en el sector mercantil en caso de maras¬mo, cuando las
mercancías no se venden. El esclavo es ali¬mentado pero no produce beneficio.

En el sistema capitalista, esta situación se resolvería mediante el despido de los obreros. En la


sociedad escla¬vista, donde esta solución no es posible, ¿es preciso ven¬der a los esclavos
sobrenumerarios? Se pueden presentar dos situaciones. Una es, en las condiciones descritas
arri¬ba, hipotética. Si los esclavos fueran alimentados con co¬mida comprada porque no la
producen ellos mismos, es¬tarían, a falta de medios de pagos cuando su mercancía no se
vende, amenazados de hambre y la empresa escla¬vista de ruina. En cambio cuando, como es
el caso ob¬servado, los esclavos se alimentan de autosubsistencias, el doble empleo de los
esclavos en la agricultura alimenticia y en la economía mercantil limita el alcance de su venta
como solución Disminuir la producción mercantil en fun¬ción de la coyuntura del mercado,
mediante la reventa de esclavos, es también disminuir la producción alimen¬ticia, la cual
depende de otra coyuntura (climatológica, por ejemplo), eventualmente contraria. En su
capacidad agrícola alimenticia, los esclavos conservan su valor de uso mientras la producción
de subsistencia no sobrepase las necesidades internas, las capacidades de almacenamien¬to y
de venta. Sólo deberán por lo tanto revenderse, en caso de venta desfavorable de mercancías,
los esclavos (si es que existe tal especialización del trabajo) productores exclusivos de esas
mercancías, vale decir precisamente los que no encontrarían comprador en esta coyuntura.

Cuando discutíamos más arriba sobre el estado social del esclavo, comprobamos que algunos
autores argumen¬tan sobre las restricciones que se daban, en la práctica, a la reventa de los
esclavos para asimilar su condición a la de un pariente. Opuse a esta interpretación el hecho
de que el estado de esclavo permanece mientras persisten el mercado de esclavos y la
posibilidad, aun virtual, de re¬venderlo. Pero si, en este plano, las limitaciones impues¬tas a la
venta de los esclavos (en la práctica, pero no en el principio) mejoran su condición sin alterar
su esta¬do, en el plano económico, en cambio, esta restricción es significativa de la ausencia
de un "mercado del trabajo", hablando propiamente, en la economía esclavista.

En los hechos, el mercado interno de esclavos se limita la mayoría de las veces a la reventa —
no coyuntural— de individuos defectuosos o marginales, o a la liquidación de patrimonios.
Fuera del caso —negativo— de la ruina, las reventas de esclavos por parte de sus amos son
general¬mente más bien sanciones que transacciones.

La reventa de un esclavo en el mercado por parte de su propietario no tiene los mismos


efectos que la de un cautivo por un comerciante. El comerciante introduce con el cautivo un
valor nuevo y adicional en la sociedad escla¬vista: el propietario, al vender su esclavo, no hace
más que transferir su valor en el seno de la sociedad. No se trata pues de los mismos
intercambios, aunque se realicen en los mismos términos y bajo las mismas formas. Los
intercambios de esclavos entre esclavistas no tienen efec¬to en el volumen global de la
producción. El mercado de esclavos no desempeña, de hecho, en el seno de la socie¬dad
esclavista, el papel de regulador de la circulación de los agentes del trabajo, ni de su energía
productiva. No es un "mercado de la fuerza de trabajo". Las condiciones económicas de
formación de la renta alimenticia mediante la autosubsistencia, que es la causa del beneficio
mercan¬til, sitúan a los esclavos al margen de las transacciones. La debilidad relativa del
mercado interno es a la vez el efecto y la causa de lo anterior.

Dado que la totalidad de la población esclava se alimen¬ta de los productos de la célula


esclavista, y las poblacio¬nes campesinas dependen también de la economía domés¬tica, la
mayor parte de las subsistencias escapa por lo tan¬to al comercio interno. La ausencia de un
verdadero mer¬cado interno de alimentos repercute sobre sus medios de producción: la
tierra, esencialmente gratuita, no se trans-forma en mercancía; el esclavo, ya lo vimos, se
intercambia poco y mal entre los productores esclavistas.

Las herramientas y los materiales que intervienen en la producción alimenticia se limitan


generalmente a los que los esclavos pueden fabricar por sí mismos. Rara vez se compran en el
mercado por varias razones: porque los fon¬dos disponibles están comprometidos
ampliamente en la compra de los propios esclavos; porque el rendimiento acrecentado de la
agricultura alimenticia es menos prove¬choso directamente que el de la producción mercantil
a la cual se destinarán con preferencia las inversiones; porque la producción alimenticia es
siempre proporcional o más que proporcional a los efectivos de esclavos por el hecho de la
autosubsistencia, sin que haya necesidad de aumen¬tar la producción de la agricultura
alimenticia; porque la incorporación de un capital material fijo en la agricul¬tura alimenticia
atraería a ésta, para amortizar los gas¬tos, hacia la comercialización de los víveres y la tierra,
por ende a la desaparición de la renta y hacia el fin de la esclavitud. La compra inicial del
esclavo y la movili¬zación de las disponibilidades por esta inversión, el to¬mar a cargo de
continuo este potencial de trabajo cuyo valor sólo se realiza a su término son los factores que
conducen a la autosubsistencia de los esclavos, a la baja comercialización de lo que se
relaciona con la economía alimenticia, y a la debilidad de la productividad del tra¬bajo en ese
sector.

El esclavo: primera forma de propiedad económica. Dos rasgos se conjugan en este contexto,
para hacer del es¬clavo un objeto de propiedad: su calidad de mercancía; la compra global de
su capacidad de trabajo con anterioridad a su uso vitalicio. Para ser comprado en el mercado y
eventualmente vendido, el esclavo debe ser enajenable. Para que el amo pueda disfrutar del
producto del esclavo en proporción al desembolso necesario para su adqui¬sición, debe tener
la garantía de conservarlo durante su tiempo útil. Los tres caracteres jurídicos de la propiedad
se aplican pues en la práctica al esclavo: derecho de usarlo por parte de su comprador;
derecho de disfrutar de su trabajo, de sus productos y de sus servicios sin límite de duración;
derecho de abusar de él mediante su enajena¬ción, por la venta o la muerte. A pesar de las
circunstan¬cias de hecho que limitan el ejercicio de esta práctica, ese derecho se concibe sin
restricciones.

Con relación a la sociedad doméstica —como a cual¬quier otra sociedad autosubsistente— el


esclavo representa la primera forma histórica de propiedad ejercida sobre un medio de
producción. La propiedad del esclavo se consti¬tuye, en ese proceso histórico, con
anterioridad a la de la tierra. El mercado de esclavos se desarrolla antes que el mercado de
bienes raíces. La relación con la tierra puede continuar, a lo largo de la esclavitud, ejerciéndose
amplia¬mente en el marco de la patrimonialidad parental o real.

Ahora bien, hemos visto que una vez introducido el esclavo como costoso instrumento de
producción, lejos de comunicar su naturaleza mercantil a la tierra o a sus pro¬ducios, se
preservaría más bien el carácter patrimonial de ésta mientras siga siendo el instrumento de la
produc¬ción alimenticia y la autosubsistencia de los esclavos se mantenga como una condición
de la esclavitud. La patri- monialidad de la tierra sería así garante de la propiedad sobre el
esclavo. A la inversa, en el aspecto estrictamente jurídico, la propiedad sobre el esclavo
contribuye a retar¬dar la generalización de la propiedad de la tierra. Al ser el propio esclavo
objeto de propiedad no puede ser pro¬pietario: todo lo que posee es posesión de su amo. Sin
el acuerdo de éste, no puede tener acceso a ningún bien y en particular a la tierra. No es pues
necesario proteger jurídicamente a ésta de una apropiación indebida por par¬te del esclavo,
convirtiendo la tierra en un objeto de pro¬piedad. Basta para ello con la propiedad sobre el
esclavo. La propiedad sobre la tierra sólo la protege contra los ciudadanos con todos los
derechos. El estado del esclavo hace que la tierra esté reservada a la clase dominante en el
seno de la cual prevalecen las relaciones patrimoniales. Todo contribuye pues a hacer del
esclavo un objeto de propiedad con anterioridad a la tierra. Aunque el esclavo permanezca
asociado al patrimonio —como lo será la tie¬rra en las sociedades campesinas mercantiles o el
capital industrial para la burguesía hereditaria—, es el primero de los medios de producción en
penetrar en la esfera de la propiedad.

Esta observación es tal vez útil para descartar la con¬fusión que se hace a menudo entre el
sistema social capi¬talista, el cual se basa exclusivamente en la propiedad de los medios
materiales de producción, y los que los prece¬dieron. En la sociedad doméstica, no hay
apropiación de ningún medio de producción, ni material ni humano. En la esclavitud son los
seres humanos los que caen en la órbita del mercado y se vuelven objetos de propiedad. Con
la servidumbre, sería más bien la subsistencia, mien¬tras que el siervo se coloca de nuevo en el
patrimonio, aso¬ciado a la tierra, constituyendo uno y otro un medio de producción completo
e indisociable, trasmitido, donado, heredado en forma de dominios, infantazgos o también
feu-dos, cuando ese patrimonio orgánico se introduce como sos¬tén de una jerarquía militar y
política. Pero esas tierras provistas de mano de obra sierva no entran en ninguna transacción
mercantil de bienes raíces. Será preciso que la burguesía socave ese vínculo feudal por el
comercio de sub¬sistencias para que la tierra entre en su momento en el mercado como
mercancía disociada de sus productores y que arrastre a su vez a todos los demás medios de
pro¬ducción.

Colocar, por un procedimiento restrospectivo, a la pro¬piedad de los medios materiales de


producción en la base de todos los modos de producción, es asimilarlos todos
re¬trospectivamente al capitalismo y considerar a éste —como lo hacen los economistas
liberales— como el modelo uni¬versal e imperecedero de la organización económica. Me
parece que está más en la perspectiva de Marx el descubrir lo que constituye la diferencia
histórica entre los sistemas sociales antes que sus analogías. ¿HAY QUE CRIARLOS O
COMPRARLOS?

Se abren tres vías para el remplazo de un esclavo cuando se vuelve incapaz de desempeñar sus
funciones: la captura de otro esclavo; la reproducción ecodemográfica por pro¬creación y
maduración de un esclavo de remplazo; la re¬producción mercantil mediante compra de un
sustituto en el mercado.

La reproducción por la captura de un nuevo esclavo nos remite al caso de las sociedades
militares ya tratado, sobre el cual no volveremos.

En las sociedades que no capturan ellas mismas sus es¬clavos la elección está entre hacer
nacer y criar una clase de avasallados en su seno, o comprar cautivos.

1. ¿CRIARLOS?

La reproducción de una población cualquiera no se realiza solamente por la natalidad. Exige la


llegada a la madurez (es decir, a la edad productiva tal como se define cultu- ralmente) de una
generación nueva de productores en nú¬mero por lo menos igual a la que remplaza (caso de la
reproducción simple). La fecundidad femenina mínima debe pues ser todavía corregida por la
tasa de sobreviven¬cia de esta nueva generación hasta la edad de la madurez económica, por
lo tanto por el volumen de medios de subsistencia disponible para llevarla a esa edad. Esta
forma de reproducción supone pues: a] un efectivo feme-nino susceptible de asegurar una
tasa de natalidad por lo menos suficiente para que los que sobreviven a la edad productiva
remplacen a la población activa, habida cuen¬ta de la mortalidad hasta esa edad; b] una
capacidad de los activos capaz de alimentar a la nueva generación des¬de el nacimiento hasta
la madurez económica, habida cuenta de la pérdida de subsistencia debida a la mortali¬dad de
los preproductivos por una parte y por la otra de la incapacidad para producir debida a la
mortalidad de los productivos antes de la edad de su retiro.

Cuando se trata de una población avasallada, obligada a proveer prestaciones a partir de su


producción alimen¬ticia, su plusproducto disponible luego de las deduccio¬nes debe ser por lo
menos igual a lo que es necesario para alimentar a la nueva generación. Las prestaciones
pagadas a la clase de los amos no pueden mermar las ne¬cesidades de esta generación por la
deducción total del plusproducto, como es posible en la esclavitud, sin com¬prometer la
reproducción de la clase servil. La renta agrí¬cola disminuye otro tanto. Los efectivos que
llegan a la madurez económica en una población sierva son pues li¬mitados, tanto por la
productividad del trabajo agrícola como por el nivel de deducciones. Igual sucede con la
cuenta demográfica anual, quiero decir con esto el número de niños que llegan cada año a la
madurez, y que está regulado no solamente por el plazo de maduración, sino también por el
intervalo medio entre los nacimientos, el cual depende también de las disponibilidades
corrientes en subsistencia dejadas a los siervos luego de la deduc¬ción por parte de los amos.

Con la finalidad de ilustrar mi procedimiento, doy más abajo algunos ejemplos numéricos de
cálculos de la tasa de reproducción ecodemográfica basados en estimaciones cuantitativas de
producción y consumo alimenticios. Esas estimaciones pueden ser discutibles en el detalle,
pero el problema radica sobre todo en lograr medidas que permi¬tan la comparación con las
tasas de reproducción mercan¬til que se discuten más abajo. Los resultados numéricos a los
que llego son menos importantes que la argumen¬tación desarrollada en este capítulo, la cual
explica por qué es así.

Llamo tasa ecodemográfica de reproducción al número de niños que la generación productiva


puede llevar anual¬mente a la madurez durante una duración de vida activa.

Los cálculos, que se refieren a una pareja de adultos productivos, se sitúan en los límites de la
fecundidad de una mujer púber y de la productividad de la pareja. Se trata, no de una
"familia", sino de una pareja abstracta, sumando en todo momento en el seno de una célula
eco¬nómica la producción media de un hombre y de una mu¬jer activa, renovándose en cada
generación para asegurar de manera continua la posibilidad de hacerse cargo, ma¬terial y
moralmente, de una descendencia, puesto que, en la práctica, la vida activa de los "padres" se
acaba gene¬ralmente antes de la madurez de los últimos en nacer. Esta continuidad de la
obligación de hacerse cargo está asegurada, de hecho, en la comunidad doméstica de
suce¬sión adélfica, por la obligación de hacerse cargo por parte de la fratría, luego
eventualmente por los primogénitos de la siguiente, de la generación de los hijos de los
"herma¬nos" o de los "tíos".

En lo que concierne a la producción y al consumo, he considerado las cifras siguientes de


producción anual de cereales:

Producción de la pareja 1 530 kg


Consumo de la pareja 480 "

Consumo medio de un improductivo 180 "

Estimo que de cada tres años uno es malo, una provi¬sión de 15% para las semillas y que la
mortalidad de los niños que no alcanzan los quince años absorbe el 10% del consumo total de
los preproductivos. No cuento la mortalidad de los adultos hasta la edad del "retiro" y no
cuento tampoco la comida de los posproductivos. Consi¬dero la edad de quince años como la
de la reproducción económica y veinte años como duración de vida activa de la pareja.

1] Para una comunidad doméstica libre (exenta de toda pres¬tación) el cálculo de la tasa de
reproducción es el siguiente:

Plusproducto anual de la pareja: 1530 - 480 = 1 050 kg

Plusproducto anual después de provisión para semillas (o sea 15%): 1 050 - 157.5 = 892.5 kg

Plusproducto en 20 años, habida cuenta de los años malos (o sea una reducción de un tercio):
892.5 X (20 - 20/3) = 11 900 kg

Consumo de los preproductivos fallecidos (o sea el 10%): 1 190 kg

Saldo del plusproducto (redondeado): 11 900 - 1 190 = 10 710 kg

Consumo de un niño hasta los quince años (menos dos años hasta el destete): 180 x (15 — 2) =
2 340 kg

Número de niños alimentados durante esos 20 años:

10 710 : 2 340 = 4.57

Intervalo medio entre los nacimientos de los niños sobre¬vivientes:

20 años : 4.57 = 4.37 (alrededor de 4 años y 4 meses)

Tasa anual de reproducción ecodemográfica por pareja: 4.57 : 20 = 0.228

Tasa anual por individuo (si la tasa por sexo es equilibrada): 0.114

(No cuento las reservas que se suponen consumidas durante los malos años.)

2] Reproducción de parejas esclavas que proporcionan pres-taciones-.

a] Prestaciones de 90 "mude" anuales (o sea 216 kg)

Volumen de prestaciones en 20 años: 216 X 2 x 20 = 8 640 kg

Saldo del producto después de prestaciones:

11 900 - 8 640 = 3 260 kg.

Número de hijos alimentados en 20 años por la pareja: 3 260 : 2 340 = 1.39


Tasa de reproducción ecodemográfica anual por pareja: 1.39 : 20 = 0.07

Tasa individual: 0.035

Intervalo promedio entre los nacimientos: 20 : 1.39 = alrededor de 14 años y 5 meses.

bj Prestaciones anuales de 150 "mude" por persona activa en 20 años:

150 x 2 X 20 = 6 000 mude (o sea 14 400 kg)

Si la producción en 20 años es la misma que la de una pareja libre, las prestaciones sobrepasan
el plusproducto. Éstas deben ser cubiertas ya sea por un consumo más bajo de la pareja, ya sea
por la retribución recibida en la estación seca por el trabajo artesanal realizado durante este
periodo.

Producción textil necesaria para satisfacer los requerimien¬tos de un sustituto, en el caso de


una prestación anual de 150 mude:

Déficit alimentario en 20 años: 14 400 - 11 900 = 2 500 kg

Necesidades alimenticias de un sustituto, habida cuenta de la

mortalidad hasta los 15 años:

180 x 13 = 2 340 (+ 10%) = 2 574 kg

Necesidades totales: 2 500 + 2 574 = 5 074 kg

Retribución por tama (según la tarifa de Gumbu): 4.5 mude (o sea 10.8 kg)

Número de tama a tejer en 20 años 5 074 : 10.8 = 470

o sea 23.5 por año para poder criar (sin mortalidad) un sólo sustituto durante toda una vida
activa.

2. ¿COMPRARLOS?

a] Valor del ladrón

La superioridad primaria de la reproducción esclavista descansa en la captura, aunque ésta


tenga un costo y aun¬que, en la esclavitud mercantil, el esclavo no sea gratuito. Ese robo
inicial de seres humanos y su conversión en mercancías por el comercio están en el origen de
estructu¬ras de producción que, para reproducirse, adquieren ca¬racterísticas propias de la
esclavitud mercantil tal como lo hemos observado.

Hemos dicho ya que algunos autores ven en la cap¬tura un acto de "producción", pero que
esta visión elimina a los verdaderos productores de esclavos que son las co¬munidades donde
han sido concebidos, alimentados y cria¬dos. Ahora bien, como lo hemos comprendido a
través del análisis de la comunidad doméstica, la compra de los hijos a aquellos que los han
hecho nacer y que los han criado no ofrecería para ellos ningún beneficio, ya que un
depen¬diente no tiene otro equivalente, en virtud del principio del intercambio idéntico,4 que
otro dependiente. El rapto es pues necesario para ejecutar esa transferencia. Median¬te el
rapto ocurren simultáneamente dos fenómenos: la sus¬titución de un valor por otro y,
mediante esto, la trans¬formación de la naturaleza de los intercambios. Mientras que la
compra de un esclavo a su comunidad de origen —si fuese concebible— preservaría su "valor-
trabajo"5 (a la cual se agregaría el costo de la comercialización), el rapto lo elimina para
remplazarlo por los costos, mal de¬terminados, de sustraer, encubrir, mercadear, etc. Al haber
sido robado, el cautivo no llega al mercado investido de su "valor-trabajo" original
conservando intacto su valor de uso, el cual se desvanece sin embargo como sostén del valor
de cambio. Sustituye a ello otro valor de mercado que corresponde a los costos y a los
esfuerzos implicados en la captura, el transporte, la comercialización de los cautivos, etc.
Veremos después las implicaciones de esta sustitución. Pero eso no es todo. Al mismo tiempo
que el valor del esclavo se metamorfosea, su contenido se trans¬forma. Lo que se pide en ese
proceso de captura y de co¬mercialización no son los ingredientes necesarios para la
reproducción física del esclavo (vale decir subsistencias y mujeres púberes), sino los medios
materiales necesarios para la guerra o la trata y cuyo valor no tiene relación orgánica ni lógica
con el valor-trabajo incorporado en el esclavo. La captura es sin embargo la base del valor de
mercado del cautivo, el cual gobierna el volumen y la na-

* Meillassoux, 1975: 102.

5 Valor que corresponde al tiempo de trabajo y a los esfuerzos necesarios, en las condiciones
económicas y sociales de la socie¬dad de origen, a su formación y a su sustento en tanto que
indi¬viduo vivo, de una edad y de una capacidad de trabajo dadas. Eso es lo que corresponde a
k a A en nuestra fórmula (primera parte; cap. iv).

turaleza de las mercancías necesarias para la reconstitu¬ción de la trata. Las mercancías


intercambiadas por el es¬clavo pueden pues no ser más que bienes inertes, sin capacidades
regeneradoras. Además de que el esclavo no se intercambia según su valor, los productos para
adqui¬rirlo pueden no ser los que contribuyen a su reconsti¬tución física. Una doble censura
aparece así por el mero hecho de la compra del cautivo: por una parte, la sus¬tancia social,
que está en la base del valor de uso del cautivo, no se compensa; por la otra, el cautivo vivo
pue¬de ser adquirido a cambio de un producto inerte, no re¬generador.

El cautivo es, en la economía mercantil, transformado en un ser inorgánico a imagen de las


mercancías que lo engendran.

b] El mercado de las metamorfosis

En la esclavitud mercantil, cuando los esclavos se ali¬mentan por autosubsistencia, el producto


de la venta de las mercancías que producen es un producto neto. Iguala a la diferencia entre el
ingreso de esas ventas y el precio de compra (suponiéndolo constante) de los esclavos; el
trabajo necesario no requiere ser retribuido de otra ma¬nera sino por su propio producto en
víveres.

A partir de un efectivo de esclavos tal que su pluspro- ducto alimenticio satisfaga tanto sus
propias necesidades como las de sus amos (reservas incluidas), el excedente puede utilizarse
para alimentar a esclavos dispensados de tareas agrícolas y dedicados únicamente a la
producción de mercancías. El tiempo de trabajo necesario para el sus¬tento y el
mantenimiento del conjunto de los esclavos es reducido, y ello tanto más cuanto que el
número de escla¬vos perteneciente al mismo propietario es más numeroso respecto del
número de amos que deben alimentar. A falta de un mercado interior de subsistencias, la
renta alimen¬ticia no tiene otras salidas que las que consumen uh nú-mero acrecentado de
esclavos especializados en la fabri¬cación de mercancías. En esas condiciones de utilización de
los esclavos por autosubsistencia, la producción ali¬menticia de las fincas más grandes
engendra por sí misma una demanda siempre creciente de esclavos.

Sin embargo, en la esclavitud mercantil esta demanda sólo puede en principio ser satisfecha
mediante la compra de esclavos en el mercado, por lo tanto, mediante la pro¬ducción de
mercancías. El número de esclavos que será posible comprar dependerá pues del precio
relativo de esas mercancías y de los esclavos. Para conocer la tasa de re-producción mercantil
y compararla con la de reproduc¬ción ecodemográfica, es preciso pues recurrir a la noción de
amortización, que es aquí el cociente del ingreso de las ventas de los productos del esclavo por
su precio de com¬pra suponiéndolo constante.

Pero, en el mercado esclavista, la naturaleza de los pro¬ductos del esclavo no es indiferente.

En esta economía esclavista mercantil, los productos ali¬menticios producidos por los propios
esclavos no sirven para comprarlos. Un intercambio tal, en efecto, limitaría estrictamente su
capacidad de reproducción económica al volumen del excedente alimentario. Comprar
esclavos ex¬clusivamente con ese saldo alimentario no podría tener un rendimiento superior
al de la reproducción ecodemo¬gráfica. El propietario no podría obtener más esclavos con ese
plusproducto que si lo destinara a criarlos él mismo. Un comercio de esclavos a cambio de
víveres —si exis¬tiera— supondría de hecho que esos esclavos se compra¬ran a criadores
profesionales, los cuales, para producir un beneficio, deberían poder adquirir víveres a un
precio in¬ferior al valor de los producidos por los esclavos de sus clientes, lo cual aleja esta
hipótesis. No se ve por cierto ninguna empresa de crianza de esclavos.®

Al contrario, los productos agrícolas no alimenticios que no desempeñan ninguna función


regeneradora respecto de los esclavos son inertes por destinación. Pueden ser
inter¬cambiados con ganancia por esclavos si su producción no se traslapa con el cultivo
alimenticio y se agrega al plus- producto necesario. Es el caso, al parecer, de las planta¬ciones
del África occidental descritas por Cooper (1977) y sobre las cuales volveremos.

Las mercancías que ofrecen más. ventajas para producir¬se e intercambiarse por esclavos son,
en definitiva, los bienes no agrícolas que pueden fabricarse todo el año, y que, por el proceso
de la trata, pueden metamorfosearse en seres vivientes en el mercado. Esta metamorfosis
conlle¬va dos consecuencias que favorecen el modo de repro¬ducción esclavista mercantil
respecto de la reproducción ecodemográfica.

La reproducción de esclavos mediante la venta de mer¬cancías inertes en el mercado hace de


todos los producto¬res de esas mercancías, cualesquiera que sean su sexo, su edad, su
condición social, reproductores de esclavos. Los hombres, los viejos, los impúberes y los libres
pueden to¬dos, por su actividad económica, engendrar esclavos.
En segundo lugar, puesto que es posible comprar es¬clavos con mercancías inertes, por lo
tanto fabricadas más allá de la estación agrícola alimentaria, el tiempo de trabajo de todos los
productores dedicados a la reproduc¬ción mercantil puede ser prolongado todo el año.

La reproducción esclavista mercantil, por esas tres vir¬tudes —metamorfosis de productos


inertes en seres hu¬manos, prolongación del tiempo de trabajo reproductivo y transformación
de todos los productores de ambos sexos en reproductores de esclavos— posee capacidades
superio¬res a la reproducción ecodemográfica, la cual depende del número de mujeres
púberes y de la productividad del puro trabajo agrícola realizado durante un periodo limita¬do
del año.

3. RENTA ALIMENTARIA Y GANANCIA MERCANTIL

En el seno de la célula esclavista, el esclavo participa en dos sectores de actividad: la economía


agrícola alimentaria para su sustento y su mantenimiento; la economía de producción de
bienes inertes para su reproducción. El pri¬mero depende del segundo para reproducirse, el
segundo del primero para producirse. Ahora bien, aunque estrecha-mente asociados, no hay
entre ellos ningún intercambio material. Sólo formas de trabajo pasan de uno a otro pero sin
contrapartida regeneradora. El sector mercantil le entrega al sector alimentario un potencial
de traba¬jo, el cautivo, quien es a la vez una mercancía y un bien regenerador. Éste, en su
capacidad de esclavo, activado por su propia energía de trabajo que aplica a la producción de
subsistencia, produce el plustrabajo empleado en el sector de produccción mercantil. Las
mercancías inertes, fabrica¬das a partir de ese plustrabajo y vendidas en el mercado, son las
que, por una alquimia destructiva y alejada, hacen resurgir en otra parte al cautivo portador de
trabajo vivo.

Cada uno de esos dos sectores funciona según condicio¬namientos propios. La agricultura
alimentaria es limitada en cuanto a duración en el año; la producción mercantil no tiene
estación. La primera está sometida a una coyun¬tura natural, la segunda a la de los precios.
Los produc¬tos alimenticios pueden quedar fuera del mercado, las mercancías no existen sino
por éste. La salida comercial de los víveres depende más de las condiciones de produc¬ción
que de la demanda, a la inversa de las mercancías. El almacenamiento se impone para los
primeros, la venta inmediata para las segundas. Cada uno posee sus propios medios de
producción y sobre todo su propia productivi¬dad. Finalmente, si el esclavo y las subsistencias
contie¬nen su valor regenerador, no sucede lo mismo con las mercancías. Esos dos sectores de
actividad no solamente tienen sus propias leyes, sino su tipo distinto de ingresos. De uno
procede un plusproducto alimentario que es igual a la producción total de subsistencia del
esclavo menos su consumo durante toda la duración de su vida activa ( aB — /3B) y sobre el
cual se percibe la renta alimenta¬ria. Del otro se extrae una ganancia igual a la diferencia entre
los precios de venta de la mercancía producida por el esclavo durante su vida activa y su precio
de compra en el mercado (m B — H) .

Conviene aquí señalar la diferencia entre la esclavitud campesina y la esclavitud mercantil


propiamente dicha. En los dos casos, los dos sectores, alimentario y mercan¬til, deben
evidentemente funcionar para alimentar y rem¬plazar a los esclavos; pero mientras que, para
el esclavista campesino, la ganancia está subordinada a la producción de la renta alimentaria,
ocurre lo inverso para el esclavista mercantil. El objetivo de la esclavitud campesina es que el
trabajo del esclavo sustituya al de los amos, en particular para la producción de subsistencias.
Siendo la extracción de la renta alimentaria la meta principal, las condiciones de adquisición y
de reproducción del esclavo se presentan de manera diferente que para la esclavitud
mercantil, des¬tinada a la formación y a la acumulación de un beneficio.

Cuando la renta alimentaria es el objetivo de la escla¬vitud y la ganancia es secundaria, el


precio de compra del esclavo puede ser igual al ingreso total por las mercancías producidas
por él durante su vida activa y vendidas en el mercado. Su plusproducto alimentario se
mantiene intac¬to, pero no proporciona ninguna ganancia mercantil. El esclavo puede incluso
ser comprado a un precio superior al de la ganancia si los amos también contribuyen a la
producción agrícola o mercantil. Las comunidades campe¬sinas que obtienen esclavos para su
mero uso están para¬dójicamente en capacidad de pagar caros los esclavos, a pesar de una
baja tasa de ganancia, igual o incluso infe¬rior a la unidad: mB/H < 1. Dichas comunidades no
re¬presentan sin embargo más que una salida comercial me¬diocre para el mercado, pues, si
en esas condiciones pue¬den comprar caros los esclavos, sólo los obtienen al final de largos
intervalos y venden pocas mercancías.

No son esas comunidades campesinas las que "hacen el mercado" sino las "fincas" esclavistas
que sacan provecho de la multiplicidad y de la frecuencia de sus operaciones en el mercado.
Son los esclavistas mercantiles —a los cua¬les se unen tarde o temprano una parte de los
campesi¬nos— los que forman los componentes del mercado escla¬vista y sobre los cuales es
preciso razonar. Para ellos, la renta alimentaria, esencial, claro está, sólo es el subpro¬ducto
estacional de la producción mercantil del esclavo. La ganancia obtenida de aquélla es su
objetivo principal. 4. COMPETENCIAS

En el mercado interno, ya que la reproducción viva de los esclavos no se compensa y su propio


trabajo asegura el mantenimiento, las mercancías que producen se venden, como ellos
mismos, a un valor de mercado despojado de todo valor regenerador. El valor de mercado del
conjunto de los productos del esclavo se sitúa objetivamente por debajo de su valor social,
aquel que gobierna el precio necesario para la reconstitución de todas las condiciones sociales
de reproducción de los medios humanos de pro¬ducción puestos en práctica.

A productividad de trabajo igual, la esclavitud tendría pues una ventaja decisiva sobre los otros
modos de pro¬ducción históricamente competidores, si éstos llegaran a producir para el
mercado. De cara al mercado y en el contexto de una economía esclavista mercantil, ¿podrían
la comunidad doméstica o la servidumbre perdurar? ¿Cómo se explica de hecho su
coexistencia con la esclavitud?

Una vez introducida en los circuitos comerciales, la comunidad doméstica puede, también ella,
aplicando su plustrabajo fuera de la estación agrícola en la producción de bienes inertes, poner
en el mercado mercancías idén¬ticas a las que producen las empresas esclavistas. En pri¬mer
lugar, la economía doméstica posee una ventaja re¬lativa sobre la esclavitud mercantil. Si, por
un lado, el plusproducto alimenticio se consume íntegramente para la reproducción doméstica
y si, por el otro, en el sector es¬clavista, el número de esclavos es tal que la totalidad del
plusproducto alimenticio lo consumen los amos, a produc¬tividad igual, el rendimiento del
trabajo de la comunidad doméstica es el mismo que el de la célula esclavista. Sin embargo, en
ésta, una parte del plustrabajo de los escla¬vos debe gastarse para remplazarlos, mientras que
la to¬talidad del plustrabajo doméstico puede emplearse para producir una ganancia neta. Es
el precio que pagan los es¬clavistas para verse liberados del trabajo de la tierra. En esta
coyuntura, la economía doméstica sería competidora en el mercado.

Sin embargo, puesto que el número de esclavos sobre¬pasa aquél necesario para alimentar a
la clase de los amos, un excedente alimentario aparece, que es posible recon¬vertir en
plustrabajo. Basta, lo hemos visto, con retirar una parte de los esclavos de la producción
alimentaria en proporción a este excedente utilizado para alimentarlos y destinarlos a la
producción mercantil. A partir de ese mo¬mento, y hecha la deducción de lo que es necesario
para el remplazo de los esclavos, el tiempo de trabajo promedio asignado a cada unidad de
mercancía es inferior al que puede dedicarle la economía doméstica.

Ésta puede continuar colocando mercancías en el mer¬cado, incluso al precio de mercado


fijado por esas nue¬vas condiciones de producción esclavista, puesto que se remunera a sí
misma e íntegramente en productos nece¬sarios en un tiempo de trabajo que no está
mermado por la producción de mercancías, y puesto que no es objeto de exigencia comercial
para asegurar su reproducción. Todo lo que adquiere en el mercado le aparece como un
beneficio neto, sea cual fuere el volumen. Puede ocurrir un aumento de la producción
mercantil al tiempo del au¬mento de los efectivos de la comunidad. Pero, al tener relación con
la tasa de reproducción ecodemográfica, este aumento sigue siendo proporcional a la relación
entre el número de productivos y de improductivos, el cual, para una productividad dada, varía
siempre dentro de los mis¬mos límites, y esto sucede a diferencia de la compra de esclavos a
la tasa de reproducción mercantil que no tiene límite teórico con respecto al número de
preproductivos alimentarios.

Por lo tanto, en la perspectiva del crecimiento de la economía de mercado, los esclavistas


obtienen una ventaja igualmente creciente sobre la economía doméstica. Cuanto más
aumenta el número de esclavos en relación con la po¬blación de los esclavistas, más baja el
costo de su produc¬to y menos se retribuye a la comunidad doméstica por su producción
mercantil.

Lo que vale para la economía doméstica vale a fortiori para la servidumbre que debe a la vez
asegurar, a partir de su plusproducto, la reproducción de los siervos y la de los amos. A un
mismo nivel de productividad, siendo menor el plusproducto neto, su prorrata, que permitiría
liberar a los siervos de las actividades alimenticias, es me¬nos probable, así como el aumento
demográfico de la clase servil.

Finalmente, entre células esclavistas, la competencia es de carácter mercantil. Actuará a


prorrata del excedente alimentario redistribuido entre los esclavos de cada em¬presa, es decir
según la relación entre los esclavos pro¬ductivos y los amos ociosos. Las células más grandes
pro¬ducirán al mejor precio, aunque con un rendimiento de¬creciente de la ganancia por cada
esclavo adicional.

Si las mercancías se venden a prorrata del tiempo de trabajo medio utilizado por el conjunto
de los esclavos que producen en los sectores alimentario y mercantil, las células esclavistas
más pequeñas obtienen una ganancia menor, de ahí una tendencia probable a su eliminación
en cada baja de las cotizaciones de las mercancías.
Sin embargo, ni la servidumbre ni la comunidad están amenazadas en su existencia por esta
coyuntura de baja mientras persista la separación de los sectores alimentario y de producción
mercantil, es decir siempre y cuando la comercializaci^ji no se comunique a los productos ni a
los medios de producción de subsistencias. En particular, mientras la tierra no se convierta en
una mercancía, la co-munidad doméstica y la servidumbre no pueden ser eli¬minadas más que
del mercado, pero no destruidas por las leyes de la economía esclavista. Pues, si la
interpenetra¬ción de la economía de subsistencia y de la economía mer¬cantil amenaza a esos
modos de producción en competen¬cia, amenaza igualmente a la propia esclavitud.

5. TASAS DE REPRODUCCIÓN COMPARADAS

Es un hecho, sin embargo, que la reproducción de los esclavos mediante el mercado otorga a
la esclavitud una ventaja económica aplastante.

Ya que la amortización del esclavo se hace íntegramente en el sector mercantil, la


reproducción mercantil sólo de¬pende de la productividad del trabajo aplicada en la
pro¬ducción de mercancías. Y de ahí el ritmo propio de ese modo de reproducción y la
posibilidad de llevar los lími¬tes de la producción del esclavo hasta el máximo de su
explotación y del agotamiento de los pueblos saqueados.

Para que haya una ganancia máxima es preciso que la duración de la amortización sea lo más
corta posible res¬pecto de la duración de la vida activa media del esclavo. Si, para un precio
medio del esclavo en el mercado, la duración de amortización fuese igual a la duración de la
vida activa media, no habría, como lo hemos visto a pro¬pósito de la esclavitud alimentaria,
otra ganancia que la de la renta agrícola alimentaria extraída del esclavo du¬rante este
periodo, pero ninguna ganancia mercantil. La ganancia exige pues una duración de
amortización más corta que la que podría satisfacer la extracción de la renta alimentaria
únicamente. Para que la esclavitud se prefie¬ra a la servidumbre es necesario también que
esta dura¬ción de amortización sea inferior a la del plazo de repro¬ducción ecodemográfica, es
decir, al intervalo medio que separa la llegada a la madurez de los niños nacidos en
servidumbre. De acuerdo con los escasos datos que tene¬mos, parece que es así.

En la ex África Occidental francesa, algunos observadores o administradores coloniales habían


tratad^ de estimar la duración de amortización de un esclavo.'El explorador Mollien pasa,
hacia 1818, por la aldea de Pacour en el Bourba Iolof, perteneciente a un solo amo, quien la
pobló con sus esclavos "cuyo trabajo —escribe— aumenta sus riquezas y le proporciona los
medios para duplicar cada año [su] número..." (1967: 89-90). Raffenel en 1846 (p. 385) cuenta
"que un hombre laborioso puede retirar [de las minas de oro de Bambouk] en un año el valor
de 4 a 5 cautivos" o sea una duración de amortización de dos a tres meses.10 Deherme, quien
estuvo encargado en 1904 de la síntesis de las relaciones que habían sido solicitadas a los
administradores coloniales sobre la esclavitud en el África Occidental francesa, calcula que un
esclavo se amor¬tiza, a razón de doscientos días de trabajo remunerador por año, en tres años
(Arch. Dakar, K25: 220-M224). El administrador de Podor piensa que un esclavo produce su
valor en un plazo de cinco a seis años. De acuerdo con mis propios cálculos, un esclavo en
Gumbu paga su precio, mediante sólo la actividad textil, en cuatro años aproxi¬madamente.11
Para Pollet y Winter (1971: 239), la amorti¬zación se hace en tres años.
"Raffenel no precisa si esos "hombres laboriosos" son esclavos.

11 En una forma de esclavitud más intensiva, la de las Antillas, Pruneau de Pommegorge


estimaba en su obra de 1789 (p. 220) que

Un estudio de F. Cooper (1977: 72 5.) provee datos cuan- tificados sobre la esclavitud en las
costas orientales de África, donde los propietarios omaneses hacían cultivar sobre todo
productos agrícolas de exportación: clavos de es¬pecia, copra, cereales. La duración de
amortización de los esclavos varía considerablemente según la coyuntura. En 1839, cuando se
inicia el cultivo del clavo de especia en Zanzíbar, un esclavo se amortiza entre 73 y 122 días. En
1870, debido a una mala coyuntura del mercado, el precio del clavo se desploma y a lo que
parece la ganan¬cia se vuelve nula. Pero en 1973, el esclavo productor de cereales de
exportación —que sólo trabaja por lo tanto una parte del año— se habría pagado en tan sólo
un año. Ahora bien, según los datos de Cooper, el costo de man¬tenimiento del esclavo —
estimado en dólares omaneses— habría sido entonces de 2 a 3 dólares por año, mientras que
el esclavo que produce su precio en un año costaba 40 dólares en el mercado. En este caso
preciso, un dólar colocado en la compra de un esclavo produce el doble en el año (y 60 dólares
a partir del sexto año), mientras que ese mismo dólar colocado en la compra de un siervo se
mantendría improductivo durante trece años, duración de su llegada a la madurez.

Es preciso agregar que el costo de crianza de los es¬clavos dado por Cooper no es más que una
estimación mo¬netaria que no refleja las condiciones sociales de la pro¬ducción. De hecho,
"cada esclavo cultivaba su alimento en una parcela que se le asignaba", escribe Cooper, y "los
esclavos de plantación eran capaces de enfrentar lo esen¬cial de sus necesidades de
subsistencia en la plantación" (Cooper, 1977: 64). No parece en efecto que haya habido un
mercado (de mandioca) destinado a la alimentación de los esclavos y sobre el cual haya podido
formarse ese precio.

un esclavo "ganaba su cabeza" es decir su precio— en un año. De acuerdo con las cifras dadas
por Frossard [un antiesclavista (1789: 357)], un esclavo compi-ado en 1 000 libras en las
Antillas produce de 3 000 a 4 0Ü0 en el año (KC40) o sea una amortización realizada en tres o
cuatro meses. En el mismo año, Lamiral [un proesola- vista] evaluaba la amortización del
esclavo en Santo Domingo en cuatro o cinco años. En Sao Tomé, en las plantaciones de azúcar,
un esclavo se amortizaba en menos de tres años (véase también Gemery y Hogendorn, 1981:
21).

Con base en esos pocos datos empíricos podemos tra¬tar de comparar las tasas respectivas de
reproducción mer¬cantil y ecodemográfica (cf. capítulos precedentes so¬bre el modo de
cálculo).

Las cifras de la p. 334 arrojan una tasa de reproduc¬ción mercantil que varía de 0.16 a 5. En las
plantaciones estudiadas por Cooper, la tasa se situaría entre 2.99 y 5.0. Es nula en 1870. Ahora
bien, según nuestros cálculos, la tasa de reproducción ecodemográfica de una pareja de
cultivadores libres, y que por lo tanto no entregan ninguna prestación, sería de 0.23, o sea de
0.115 por persona. La de los esclavos aparceros, obligados a pagar prestaciones, de 0 a 0.036
por individuo," por ende siempre más bajo que la tasa mercantil.
Esas cifras ilustran lo que hemos argumentado. Es ló¬gico que la reproducción mercantil sea
más rápida y más fuerte que la reproducción ecodemográfica, puesto que el tiempo del
plustrabajo es más largo, puesto que descansa en el trabajo de productores de ambos sexos de
todas las edades, y porque se intercambian todo tipo de mercancías por seres humanos en un
mercado surtido por la captura y no por un incremento demográfico.

Para el esclavista de negocios, la necesidad de trabaja¬dores es urgente, y ello tanto más


cuanto que el precio de sus productos es alto en el mercado. La disponibilidad del trabajador
se impone al esclavista como una necesidad inmediata, con mucho más seguridad que el costo
relativo (y el cual sólo podría estimarse, por añadidura, en mag¬nitudes inconmensurables) del
esclavo comprado y del "esclavo" criado. El propietario de plantación compra al esclavo según
la relación que se establece en el mercado entre el precio de este último y el precio corriente
(por lo tanto descontado) de las mercancías producidas por él. En la medida en que la tierra
permanece accesible y a falta de inversiones susceptibles de aumentar la produc¬tividad, la
ganancia sólo aumenta con el número de escla¬vos: "La fuerza son los esclavos", resume uno
de los in¬formadores de Cooper (1977: 87). La disponibilidad inme¬diata y la cantidad son
imperativos que sólo pueden satis¬facerse mediante el mercado de esclavos, y no por la len¬ta
maduración de una generación de avasallados, costosa para criar a partir de una población
numerosa, que ocupa espacio, y peligrosa. "Si esperas hijos, no te harás rico" (Harms, 1978:
237).

Pero la idea de una población esclava que, al reprodu¬cirse por sí misma, representaría una
riqueza, está bastan¬te extendida entre los esclavistas. Esta idea, a menudo im¬pregnada del
deseo del amo de ser el "patriarca" de una sociedad más bien que el propietario de un rebaño,
des¬cansa, como lo mostraría nuestra argumentación, en una falsa aprehensión de la realidad.
Intrínsecamente, toda comparación de las ventajas económicas de la reproduc¬ción
ecodemográfica y mercantil es falaz. Hace abstrac¬ción de los efectos de la guerra y del
comercio sobre los intercambios esclavistas y de las metamorfosis que provo¬can en la
naturaleza y el valor de los bienes. Imaginar que un esclavo comprado pueda equivaler a un
"esclavo" criado es suponer implícitamente la identidad de las leyes económicas que
gobiernan la autosubsistencia y la produc¬ción esclavista mercantil. Ahora bien, los "valores"
de uno y otro son inconmensurables porque pertenecen a esfe¬ras económicas estancas que
sólo pueden ser unidas por un acto de violencia. La captura es necesaria para despla¬zar al
esclavo de un sistema a otro. Al ocurrir esto, se metamorfosea en un objeto despojado de su
sustancia so¬cial para verse orillado a un valor mercantil que lo en¬cierra en las necesidades
lógicas de la economía escla¬vista y por ello en un estado específico e irreductible. El rechazo
del esclavo en una clase social, que no soporta la comparación con la de los amos, traduce la
inconmen¬surabilidad entre el valor mercantil que le es infligido y su valor social.

6. REPRODUCCIÓN EXTRAUTERINA

Todo lo que antecede muestra que la reproducción escla¬vista mercantil debe desprenderse
de los condicionamien¬tos de la demografía para despojar al esclavo de su sus¬tancia social.

Al reproducirse los esclavos mediante la fabricación y el intercambio de mercancías más bien


que mediante la fecundidad de las mujeres, de ahí se desprenden algunas consecuencias sobre
el destino de las esclavas en la socie¬dad esclavista mercantil.
Mientras que la reproducción ecodemográfica descansa absolutamente en el número de
mujeres púberes y fecun¬das, la reproducción mercantil no depende de las mujeres, en
general, más que en los límites convencionales y cul¬turales —y por lo tanto cambiantes y
eventualmente indi¬ferentes— de la repartición sexual de las tareas.

La participación de las mujeres en la economía escla¬vista va pues a depender de sus


capacidades productivas más que reproductivas, por lo tanto de su precio con res¬pecto al de
los hombres. Si, en las sociedades en que son solicitadas todavía las mujeres debido a sus
especialida¬des domésticas o artesanales convencionales, éstas siguen siendo más caras que
los hombres, no ocurre lo mismo en las economías de plantación, por ejemplo, donde esas
calificaciones no son útiles, y donde la elección del sexo de los esclavos condenados al trabajo
no depende de su precio de compra respectivo. Los ejemplos mencionados arriba parecen
mostrar que la desfeminización de las mu-jeres esclavas se acentúa en la esclavitud mercantil,
a medida que la producción mercantil se intensifica.

En las ciudades comerciantes del Alto Zaire, donde se concentró en el siglo xix una clase
mercantil que operaba en mercados lejanos, vimos crearse nuevas situaciones eco¬nómicas y
sociales que actuaban sobre la tasa de los sexos de los esclavos (Harms, 1983). Los
desplazamientos de los comerciantes suscitan una demanda de alimentos prepara¬dos, ya sea
para los que parten en expedición, ya sea para los comerciantes de paso. La comercialización
de platillos cocidos conlleva la de ingredientes y utensilios culinarios, por lo tanto un
desarrollo, entre otros, de los cultivos de hortalizas y de la cerámica. La participación del
tra¬bajo femenino se mantiene pues importante en particular para la preparación de la
comida, la cual aumenta las tareas domésticas y suscita la aparición de un comercio llevado
por mujeres libres, o a veces por esclavas que emplean a otras mujeres esclavas. La
urbanización, so¬bre todo, provoca una diferenciación creciente entre una población urbana
—que no produce su subsistencia y que depende cada vez más del mercado para su
abastecimien¬to— y un sector rural encargado de alimentarla. Ahora bien, las mujeres son las
que se emplean en la agricultura, tanto para la mandioca como para las hortalizas, ya que uno
y otro son cultivos tradicionalmente femeninos. En las ciudades del Alto Zaire, los esclavos son
mujeres en mayor número que hombres. Pero Harms refiere que el precio apenas difiere
según los sexos. El principio que pre¬side la compra de los esclavos es: "No compres hombres,
no compres mujeres, sólo compra gente" (Harms, 1983: 99).

Si no hay preferencia a priori por uno u otro sexo, se debe a que los esclavos son solicitados
como agentes ase¬xuados de trabajo y a que la calidad procreadora de las mujeres no entra en
cuenta para calcular su valor. Si a pesar de todo ellas son más numerosas, es que una repar-
tición sexual de las tareas gobierna todavía la elección de los sexos. Pero la equivalencia de
precios indica una po¬sibilidad de sustitución de mujeres por hombres. En Mom- basa, Strobel
(1983) nos indica que los hombres participa¬ban más en la producción de mercancías: de
productos ali¬menticios (por la agricultura); de carne y de marfil (por la caza); de esclavos (por
las incursiones). Es quizás así como los hombres esclavos llegan a adquirir un valor
com¬parable al de las mujeres: por una modificación de las ac¬tividades y de la repartición
sexual del trabajo.
Las informaciones proporcionadas por Cooper (1977) concernientes a la costa oriental de
Africa registran esta transformación. Los datos muestran una tasa de sexos pro¬medio de 52
hombres por 50 mujeres. Las ciudades conta¬rían con más hombres que mujeres mientras que
éstas se¬rían más numerosas en ciertas zonas rurales. Sin embargo, al ser la población de
esclavos urbanos en relación con los esclavos rurales de 1 a 10 o 15 (p. 182, n. 130) no puede
ser la única causa del reequilibrio. Cooper informa tam¬bién que las compras de esclavos entre
1874 y 1888 suma¬ban el 52% de adultos varones y el 62% de niños varones. De ello
deberíamos deducir un aumento del número de hombres en las plantaciones de algunas
regiones rurales en proporciones susceptibles de contrabalancear el número elevado de
mujeres en las otras regiones censadas. Infortu-nadamente, faltan indicaciones para apoyar
esta suposi¬ción. De todas maneras, ese cambio de la tasa sexual de los esclavos traduce, ya
sea un tipo de empleo nuevo para los hombres, ya sea una sustitución de hombres por
mujeres en algunas actividades ancilares o rurales. Lo que podemos concebir es que mediante
el sistema de plantaciones, la división social del trabajo se acentúa y prevalece sobre la división
sexual. Desde el momento en que la especiali- zación de las tareas no impone ya la elección de
un sexo a expensas del otro, y habida cuenta del hecho de que el abastecimiento en hombres
es menos oneroso debido a su precio menor en el mercado africano, la esclavitud mascu-lina
tiende a prevalecer. Ésta se parece en su naturaleza a la de las Antillas y a la de Estados Unidos
por razones económicas probablemente comparables y de conformidad con las leyes de la
reproducción esclavista tal y como pa¬recen manifestarse umversalmente.

Entre las mujeres esclavas despojadas de sexo y las madres remotas despojadas de niños, la
clase esclava no tiene otro órgano para parir que un vientre de hierro y dinero. Na¬cer así a
partir de la materia impide nacer a la vida: el esclavo se agota como un "mineral negro".

DISOLUCIÓN DE LA ESCLAVITUD

A escala de la economía esclavista, en su conjunto, que comprende tanto las poblaciones


desposeídas de sus hijos como las que disfrutan de ellos, la esclavitud ocasiona una baja global
de la producción alimentaria. En la sociedad esclavista, una clase entera, la de los amos, así
como una parte de los esclavos, no producen su subsistencia; en las sociedades saqueadas, hay
disminución del número relativo de los activos. La esclavitud no crea pues lo que podemos
llamar un "excedente", realizando de todos modos una acu¬mulación por transferencia del
producto social de las po¬blaciones saqueadas hacia las poblaciones depredadoras y, en el
seno de éstas, de los esclavos hacia los amos.

Esta acumulación sin excedente no puede traducirse más que por un decrecimiento de las
poblaciones saquea¬das. Despojadas, aunque sea una vez, de su incremento demográfico, sólo
pueden reconstituirse, debido a la dis¬minución de los efectivos de las mujeres púberes y de
los activos en general, a un ritmo más lento que el del creci¬miento ascendente de las
sociedades esclavistas que se ali¬mentan de ellas. Independientemente de la resistencia de
esos pueblos o de la lejanía de los lugares de captura, el abastecimiento de los mercados de
esclavos no puede, con el tiempo, sino extinguirse.

En lo que respecta a las sociedades africanas que hemos ante todo examinado, la brevedad
relativa del periodo de extensión de la esclavitud mercantil y su interrupción por la
colonización no permiten observar sino imperfectamen¬te las transformaciones decisivas que
provocan esas cir¬cunstancias. Sin embargo, el proceso de abolición adoptado por la
colonización francesa en el Sudán ofrece algunas enseñanzas interesantes. R. Roberts (1984)
percibe clara¬mente algunos de sus aspectos más característicos.

Después de que el ejército francés hubo contribuido, como lo hemos visto, a la captura
esclavista para pagar a sus mercenarios africanos, la administración colonial se mostró muy
reticente para aplicar las instrucciones metro¬politanas de lucha contra la trata y la esclavitud.
Un argu¬mento a menudo esgrimido era el del peligro que tal me¬dida haría correr al
comercio local. La posición axial de la esclavitud en los intercambios no había escapado a los
que se esforzaban entonces, para justificar la conquista colonial, en demostrar la viabilidad
económica de las co¬lonias y que esperaban servirse de las corrientes de inter¬cambio
establecidas como medios de penetración de los productos franceses en el mercado africano.
Otra preocu¬pación atormentaba a la administración colonial. La mo¬vilización para la guerra
y para el trabajo forzado, la ur¬banización acelerada por parte del colonizador, planteaban el
problema del avituallamiento de las tropas, de los cam¬pos de trabajo y de los burgos. La
abolición presentaba el riesgo de perturbar la producción agrícola alimentaria en las
sociedades donde había esclavos. Una vez liberados, ¿cómo habrían podido tener acceso a las
semillas, en manos de los amos, para reiniciar un ciclo agrícola? ¿Cómo habrían los amos
podido cultivar sin mano de obra es¬clava? ■

De hecho, sucede que en el Sudán el abastecimiento de la capital (Bamako) en cereales (mijo)


era asegurado por los Maraka. R. Roberts (1984) comprueba y analiza los efectos de la
conquista colonial en esta economía. Por una parte, las guerras contra Samori y Bademba
extin¬guieron la aportación de esclavos al mercado. Por otra parte, la demanda de cereales
crece por las razones enu¬meradas arriba. No hay otras soluciones que aumentar el tiempo de
trabajo de los esclavos y reducir sus raciones. En el Marakaduguworowula, importante centro
maraka de producción de mijo, los esclavos huyen en masa, y se quejan en efecto ante la
administración de trabajar de¬masiado y no comer lo suficiente. Esta agravación de la
explotación en un contexto colonial que preconiza en prin-

de R. Roberts y M. Klein. Véanse también los trabajos anteriores de D. Bouche (1968), Renault
(1972, 1976), Pollet-Winter (1971: 253 5.) y el interesante análisis de Delaunay (1984) llegado
luego de la redacción de esta obra.

cipio la abolición, provoca éxodos sucesivos y masivos de esclavos que buscan la protección de
la administración. Se estima en 20 000 los que dejaron el Marakaduguworo- wula hasta 1905-
1906. El éxodo alcanza luego a otras re¬giones del Sudán occidental, afectando a decenas de
miles de individuos (Roberts, 1984: 470).

La mayoría de ellos son, se dice, esclavos de primera generación. De hecho creo que sería más
exacto decir que son esclavos de fatiga, que eran los más numerosos y los más explotados.
Pero parece también, de acuerdo con las declaraciones de algunos fugitivos referidas por
Roberts, que habría habido entre ellos esclavos parceleros y quizás aparceros, sometidos a una
agravación de su explotación: ¿trabajo de las mujeres, a pesar de que hayan sido redi-midas, o
confiscación de su descendencia en provecho del amo? Esclavos agrupados en caseríos,
aislados de los amos, trataron quizá también de obtener su independen¬cia en esta ocasión.
En el conjunto, sin embargo, los es¬clavos parceleros, y sobre todo aparceros, siguieron
sien¬do númerosos en las aldeas de los amos, y aparentemente más mujeres que hombres. Es
la razón por la cual, con¬trariamente a lo que se podría esperar, la abolición de la esclavitud no
provoca la concentración o la consolida¬ción de las casas alrededor de los decanos, sino por el
contrario su fragmentación (Pollet y Winter, 1971). Los mayores, a título de guardianes del
patrimonio, conserva¬ron lo que quedaba de los esclavos prestatarios para ase¬gurar sus
necesidades, mientras que los menores eran in¬vitados a reconstituir células autónomas y a
pagar sus impuestos a los franceses por sus propios medios.

Si muchos esclavos de fatiga, fugitivos o liberados por la administración francesa, retornaron a


su región de ori¬gen, pocos sin duda regresaron a su aldea donde la ver¬güenza de la captura
habría hecho difícil su reinserción. En cambio algunos se reinstalaron allí donde su aldea
ha¬bía sido destruida por sus raptores. La administración francesa recuperó en su ejército o en
las aldeas de Liber¬tad, que le sirvieron de reserva de mano de obra, una parte de los ex
esclavos. En lo inmediato, el balance de la abolición se saldó por la extinción de la trata y la
libe¬ración de una parte de los esclavos. Los que se quedaron y entraron ya en relaciones
objetivas de servidumbre con¬servaron relaciones semejantes, pero algo atenuadas, con sus
amos. Su cambio de estado proviene sobre todo de la supresión de la trata: ya no son
enajenables debido a la desaparición práctica del mercado esclavista. Se señalan ventas y
compras de personas mucho tiempo después de la abolición, pero no se trata ya de un tráfico
negrero ni de un mercado que domine, la transferencia de la mano de obra. Roberts muestra
en efecto cómo un principio de eco¬nomía capitalista se constituye en torno a un salariado
na¬ciente. La política de la administración, la cual intentaba reconstituir un mercado del
trabajo, se combina a la de los comerciantes, tanto europeos como africanos, para fa¬vorecer
la venta de cereales: "La disponibilidad de ali¬mentos importados permitía la agricultura
comercial, la recolección de caucho o la minería permanentes", como lo señala con sagacidad
Roberts (1984: 455), de acuerdo con los informes comerciales de la administración de 1905 y
1908. Un mercado alimentario y la desaparición de la autosubsistencia de los esclavos eran en
efecto las condi¬ciones de la constitución de un salariado. Ahora bien, in¬cluso si las
plantaciones esclavistas de los Maraka sirvie¬ron para alimentar ese mercado, la extensión del
salaria¬do que resultó contribuyó también a desintegrarlas.

M. Klein (sf y 1983) muestra a propósito de los Fulbe del Masina que la administración colonial
tenía también un plan de reinstalación de los esclavos y de ordenamiento de sus relaciones
con los amos que preconizaba la apar¬cería. Ese modo de explotación, cuyas prestaciones son
proporcionales a la cosecha, se oponía a la servidumbre, en la cual son fijas. Ese cambio
provocó conflictos sin fin y nunca fue resuelto. Klein comprueba que a largo plazo este intento
fue vano pero contribuyó sin embargo a con¬ferirle algunos derechos a los esclavos sobre las
tierras que cultivaban.

La esclavitud se abolió desde luego por la extinción de la trata y la generalización del comercio,
pero otro tanto no ocurrió con la servidumbre, la enajenación y los prejui¬cios con ella
relacionadas. Con la abolición colonial en el África Occidental francesa, miles de hombres (pero
menos mujeres) entre los que habían sido capturados en vida (no los otros) dejaron pues a sus
amos. Pero ¿a dónde ir si en su aldea pesa el oprobio de haber sido capturado? Muchos de
esos hombres fueron a parar a las "aldeas de libertad" fundadas por la administración colonial
y trans¬formados muy pronto en mano de obra barata. Otros, nu¬merosos, se enrolaron en el
ejército para conquistar el África en nombre de la República. En el Malí, en el mo¬mento de la
emancipación, los descendientes de esclavos, más cercanos en las ciudades a la cultura
colonial, y a menudo mejor educados en los conocimientos occidentales que los aristócratas
apegados a su terruño y encerrados en su desprecio por el colonizador, ocuparon posiciones
administrativas, en ocasiones gubernamentales, importan¬tes. En Bamako, después de la
independencia que repre¬senta, desde ese punto de vista, una pequeña revolución social, no
se mencionaba más la posición de unos y otros; el gobierno la había hecho eliminar de los
censos admi¬nistrativos. Nadie sin embargo la ignoraba. Los brujos, fingiendo equivocarse
sobre el nombre patronímico de sus clientes, cantaban a sus nuevos patrones los elogios y las
genealogías de sus antiguos amos. ¡Nada que hacer! Una vez esclavo, siempre esclavo. Hoy
todavía, la opinión con¬tinúa asignándoles, sea cual fuere su rango actual, todo tipo de
defectos estereotipados: codicia, deshonestidad, ausencia de sentido moral, obscenidad, etc.
Que uno de ellos ceda a la corrupción —como la mayoría de sus cole¬gas de buena cuna— y
enseguida se convierte en la prue¬ba viva de la naturaleza indeleble de la tara servil. Los
pre¬juicios siguen siendo tan tenaces que algunos mantienen a todos los negros americanos
en el más grande de los desprecios debido a que todos son descendientes de escla¬vos. Uno
no da su hija en matrimonio a quien se consi¬dera que tiene ascendencia esclava, sea cual
fuere su po¬sición social o política. Algunos jóvenes de las nuevas ge¬neraciones luchan contra
esos prejuicios, pero los casos de matrimonios mixtos son todavía raros. En los centros de
albergue de los trabajadores inmigrados en Europa, hay conflicto a veces para que unos no se
queden per¬manentemente al servicio de otros. Al regresar a su aldea, no hace mucho tiempo,
el trabajador migrante de origen servil debía entregar simbólicamente a sus antiguos
pro¬pietarios —que escogían sus regalos— todas sus ganan¬cias y todas sus compras. Entre
los nómadas, la condición actual de servidores apenas se ha modificado, y una trata
clandestina funciona todavía.

Estas situaciones desdichadas sólo tienen, esperemos, un carácter residual. Como fenómeno
económico de ex¬plotación la esclavitud está condenada a la desaparición. En los campos
sigue siendo un problema actual para los que, liberados en derecho, dependen todavía de sus
anti-guos amos para tener acceso a la tierra. Hoy todavía, si el comportamiento de esos ex
esclavos en su aldea no se juzga conforme con su antiguo rango, no pueden quedar¬se. Para
desenajenarse y reinsertarse como personas de pleno derecho, les es preciso emigrar allí
donde su posi¬ción podría ser desconocida. Pero su nombre patronímico, el acento, sus
costumbres o las noticias que propagan los brujos y las malas lenguas, los denuncian casi
dondequie¬ra a aquellos, numerosos, que escrutan el hígado y los ríñones de sus congéneres
para descubrir con júbilo la tara que hace de ellos mismos, y sin que les cueste, seres
superiores.

En otros contextos, y según el periodo histórico conside¬rado, el agotamiento del


abastecimiento de esclavos pa¬rece conducir, según se preserve la renta o la ganancia, ya sea
a la servidumbre, ya sea al salariado.

En las sociedades donde se impide todavía el mercado de la tierra debido a la posesión


patrimonial y donde la autosubsistencia de los trabajadores avasallados es gene¬ral, la
extinción del abastecimiento tiende a extinguir el mercado interior por completo. Desprovisto
de su artículo axial, el comercio no maneja ya más que un volumen de intercambios
disminuido. Las transacciones son menos nu¬merosas y están confinadas a los artículos de
lujo. La au¬sencia de fluidez del mercado no favorece ni los intercam¬bios de artículos
corrientes, como la subsistencia, ni la generalización de la moneda. Al persistir las condiciones
de autosubsistencia, es hacia la preservación de la renta alimentaria mediante la servidumbre
que se organiza el re¬pliegue de la economía. Descansando entonces exclusiva¬mente en la
reproducción ecodemográfica y a falta de algunos progresos en la agricultura de subsistencia,
el plusproducto baja y con él las capacidades de plustraba- jo. Dado que el volumen del
plusproducto alimentario es bajo, se almacena de preferencia a ser vendido; ya que el
plustrabajo es menor, se producen menos mercancías. Finalmente, al llevarse a cabo la
reproducción del trabajo en el seno de la población sierva, el señor no está obliga¬do, como el
amo esclavista, a producir para el mercado a fin de renovar su rebaño humano.

La servidumbre, a la cual conducen la patrimonialidad de la tierra, su asignación a un sector


alimentario estanco, la debilidad del plustrabajo y la viscosidad de los inter¬cambios, debilita a
su vez el mercado interior. Para intro¬ducirse en los intercambios a fin de obtener artículos a
pesar de todo necesarios á su dominio por las armas y por el prestigio, el señor debe aportar el
producto del plus- trabajo de sus siervos. Para acrecentar ese plustrabajo, es preciso mantener
menos campesinos en la tierra que en la economía doméstica. El resultado es la expropiación
de esos campesinos y su migración hacia la ciudad.

En los centros urbanos a los que llegan los campesinos desposeídos, la comida, que los
dominios señoriales no dispensan sino con cuentagotas en el mercado, es rara. El clero, en
tierras intercambiadas a los nobles por la eter¬nidad, reconstituye una agricultura de
subsistencia que le permite ejercer una explotación caritativa de hermanos y hermanos legos,
conversos e idiotas. Pero los burgueses de las ciudades, para emplear esta mano de obra
expropiada, deben poder disponer de las subsistencias necesarias para su mantenimiento,
como para su propia alimentación. Les es preciso contornear esas vastas áreas de servidumbre
y sobrepasarlas para alcanzar a larga distancia otras zonas productoras de víveres. El largo
camino del comercio de los granos sustituye al de la trata y contribuye a sentar los cimientos,
pero también aquí remotos, de un mercado de la fuerza de trabajo.

Las transformaciones de la esclavitud moderna y de tipo colonial son diferentes porque están
afectadas por el con¬texto económico del capitalismo mundial en el cual se realizan. La
constitución de una mano de obra salarial competidora de la esclavitud opera por el juego del
mer-cado solamente.

Cuando se asigna la esclavitud al cultivo de materias primas agrícolas se abre una vía hacia el
salariado. La comercialización de los productos de la tierra conduce a la de la tierra misma. El
valor de las mercancías agrícolas se comunica a esta última; su rendimiento se evalúa como
bien mercantil; adquiere un valor, incluso un precio, que se comunica a cambio a todos sus
productos, incluyendo por tanto a las subsistencias. Incluso cuando las estructu¬ras sociales de
la producción frenan la comercialización efectiva de la tierra, este valor está latente y tiende a
actualizarse en todos sus productos sin excepción. La co¬mercialización interna de los víveres
alcanza un umbral decisivo a partir del momento en que, vuelta la tierra ce¬sible, el mercado
de bienes raíces contribuye a la desigual¬dad social de acceso al suelo o a la especialización de
algunos propietarios en la agricultura mercantil. Con la comercialización de la comida de los
esclavos, surgen otros problemas a partir de la llegada al mercado interno de una masa de
víveres hasta entonces consumidos en auto- subsistencia. Esta extensión necesita la puesta en
el merca¬do de mercancías equivalentes o produce la sobrevaluación de las que se encuentran
allí. Favorece el advenimiento de una moneda capaz de reducir esas diferencias, por lo tanto
también de una autoridad política que la gobierna. Dado lo anterior, los esclavistas obligados a
comprar la comida de sus esclavos se encuentran en la necesidad, des¬crita supra, de distribuir
de manera continua y fija, pero en lo sucesivo onerosa, esclavos cuya producción mercan¬til se
vende de acuerdo con una coyuntura variable. En este punto, la lógica de la ganancia conduce
de la compra de subsistencia para los esclavos a su remuneración en dinero; luego de la
remuneración fija, a una remunera¬ción variable en función del trabajo realizado o de los
resultados obtenidos.

Esta forma de remuneración sólo compra la fuerza de trabajo cedida independientemente de


las necesidades de la vida del trabajador, sin cálculo de las necesidades in¬comprensibles de
un individuo para mantener su existen¬cia, trabaje éste o no, y sin preocupación mesurada
sobre su reproducción: es el salariado. Su instauración equivale a la apertura de un mercado
del trabajo donde vendrán a presentarse, compitiendo con los esclavos, trabajadores "libres",
quizá más caros en el inicio pero menos costosos a largo plazo. Esos asalariados no exigen
ninguna inmovi¬lización de capital, ningún <lesembolso anterior a la reali¬zación del trabajo y
sólo son empleados mientras la coyun¬tura hace provechosa la compra de su fuerza de
trabajo.

Por aplastante que sea la ventaja del salariado, se com¬prende la resistencia de los esclavistas.
Ésta está vincula¬da a los intereses materiales, a las relaciones sociales y de negocios que
mantienen con el aparato de la trata. Está vinculada a sus inversiones en un rebaño que, con la
apa¬rición del mercado de la fuerza de trabajo, pierde su valor comercial. El capital invertido
en los esclavos es irre¬cuperable y los coloca en mala posición respecto de los competidores
capitalistas que pueden invertir en medios de producción y de aumento de la productividad
del tra¬bajo de sus asalariados. Si a pesar de esa limitación los esclavistas son capaces de
comprar maquinaria para colo¬car a sus esclavos, la amortización de las primeras incita a una
amortización igualmente rápida de los segundos con el riesgo de arruinar su fuerza. Tanto
como la inversión en capital fijo complica la esclavitud, otro tanto lo sim¬plifica para el
capitalismo.

Más que una reconversión de los esclavistas al capita¬lismo, se ha visto, en Estados Unidos por
ejemplo, la sus¬titución de una clase de explotadores por otra. El con¬texto mundial de una
economía industrial monetaria ha hecho de la abolición el desafío de una guerra entre dos
clases explotadoras y competidoras, más que una lucha de clases entre amos y esclavos.

Por otra parte, ¿ha dado lugar la esclavitud a luchas de clases? África no nos proporciona
ejemplos patentes. Los casos de rebeliones de esclavos son raros. Se han rebelado, desde
luego, cautivos encerrados en barracas y listos para ser embarcados; hay esclavos que han
tratado de huir; usurpadores de origen servil han tomado el poder. Pero no ha habido
revueltas organizadas que se hayan hecho dueñas del orden de los amos. Hemos evocado ya a
este respecto la jerarquización de la clase esclava, el vínculo unívoco con el amo y la
incapacidad de encontrar un terre¬no de organización colectivo cuyo reto haya sido superior al
que concedía el parecer del amo. La despersonalización, la ideología de la que estaban
impregnados esas mujeres y esos adolescentes desde su entrada a la esclavitud, los tormentos
y el terror que inspiraban los castigos crueles, la acción colectiva de la clase de los amos frente
a la des¬organización de los esclavos. . . Cuanto más dura sea la explotación, más aleja al
explotado de los conocimientos y del tiempo libre y más disminuidos se encuentran los medios
de la toma de conciencia. A la inversa de lo que destila el romanticismo revolucionario, la
revolución no es inversamente proporcional a la represión. Más allá de cierto umbral, los seres
humanos son aplastados bajo las necesidades de la sobrevivencia. Los, explotadores más cí-
nicos lo saben y agravan a sabiendas las condiciones ma¬teriales de sus explotados, no para
extraer más de ellos —pues esta agravación puede costarles más que el prove¬cho que
sacan— sino como medio de encarcelamiento en una materialidad casi absoluta. La libertad se
conquista poco a poco aprovechando los intersticios que abren las contradicciones en cada
sistema social y que obligan a los explotadores a ceder para salvarse a sí mismos. Cada
conquista social no es solamente una victoria, es también a veces un arreglo necesario para la
perpetuación del modo de explotación. Convertir a los esclavos en parceleros, lo cual
representaba una mejoría con respecto a la esclavitud de fatiga, no fue el fruto de una lucha.
Servía a los amos al tiempo que dividía todavía más a los esclavos. La clase obrera ha sido más
que cualquier otra capaz de lucha positiva, pero sería una ilusión quizá peligrosa dejar creer
que basta que una acción sea masiva y organizada para que tenga éxito totalmente, sin servir,
en parte, a los intereses de los amos.

CONCLUSIONES

Los pocos casos de esclavitud evocados en esta obra no agotan desde luego la materia y
menos todavía la bús¬queda de una conceptualización teórica. Más aún, es pre¬ciso
entendérselas, para llevarla a cabo, con el estudio de casos clásicos como los de la Antigüedad,
del Oriente mu¬sulmán o de las Américas, en una caracterización que las haga comparables.

Propongo, en esta obra, recurrir, para identificar a la esclavitud, a su "modo de reproducción".


Sin embargo, fui criticado por haber colocado, en una obra anterior, esta noción —¡que no
existe en Marx!— "en un mismo plano" que la de "modo de producción", la cual por otra parte
la contendría.

Dije en otra parte (1975 c) que no considero que el "modo de producción" sea un concepto
operatorio. Aun en Marx es una noción cómoda que designa, en espera de ver más claramente
las cosas, formas diversas y no siempre bien identificadas de organización económica, sin que
un contenido conceptual se aplique a ella de manera homogé¬nea. No es evidente por otra
parte que sea posible darle a esta noción ese contenido homogéneo que permitiría descu¬brir
todos los modos de producción posibles por un proce¬dimiento lógico de transformación. A
partir de la presente investigación sobre la esclavitud, me detendré provisio¬nalmente en las
consideraciones siguientes.

En el marco histórico de sus fuerzas productivas, una sociedad no sólo descansa en la


produción sino también en la reproducción de las condiciones de la producción. Sin ponerlas,
como lo veremos, "en un mismo plano", con¬sidero la disposición de las relaciones de
producción como el "modo de producción" y la disposición de las relaciones de reproducción
como el "modo de reproducción". Las "superestructuras" jurídicas, políticas, ideológicas,
cultu¬rales, me parecen ser, bajo este ángulo, los instrumentos del modo de reproducción.
Una sociedad está hecha de la disposición orgánica de sus modos de producción y de
re¬producción cuya especificidad caracteriza al sistema social del cual depende: comunidad
doméstica, esclavitud, ser¬vidumbre, capitalismo, etc. Dado que la noción histórica de "modo
de producción" se relaciona en Marx con la infraestructura económica (i, 1: 93 n.), ésta no
puede apli¬carse más que a título de sinécdoque —como el propio Marx lo hacía a veces— a la
totalidad del "sistema social".

Cada sociedad se encuentra, en cada momento de su historia, heredera de las fuerzas


productivas que están he¬chas de la acumulación de un saber intelectual y de un activo
material, así como de las capacidades políticas, so¬ciales e ideológicas para ponerlas en
práctica, para su pro¬pio gobierno y también en relación con otras sociedades. Esas fuerzas
productivas determinan en cada momento los límites y la naturaleza de las relaciones de la
sociedad respecto de todo lo que le es externo, tanto el medio na¬tural como las sociedades
"extranjeras" —es decir aque¬llas con las cuales sólo mantiene relaciones de fuerzas y no
institucionales. En ese marco general de determinación se establecen, de manera constrictiva
y esencial, las rela¬ciones de producción indispensables para el mantenimien¬to material de
los miembros de la sociedad y del sistema de producción. En el mismo marco de
determinación, pero sin ser como las relaciones de producción directamente sometidas a los
condicionamientos materiales, se elaboran las reglas sociales que gobiernan las relaciones de
repro¬ducción destinadas a la reconstitución permanente de esas relaciones de producción y
de los seres humanos que se integran a ellas.

Puesto que, si las condiciones sociales de la producción se sitúan en un marco determinado


históricamente por el nivel de las fuerzas productivas, es preciso no obstante conformar en él,
mediante una acción adecuada, la orga¬nización social. La noción de determinación aplicada a
las ciencias sociales no implica ningún automatismo. La his¬toria presenta un cuadro de
determinación en el sentido de que las relaciones de producción que autoriza están li¬mitadas
en su contenido y su forma, pero sólo se actua¬lizan por la acción organizada de los miembros
de la so¬ciedad para establecer las instituciones que las vinculan y las reconstituyen
permanentemente. Esas instituciones —el parentesco por ejemplo o la guerra de captura—
son las de la reproducción. Como toda institución, se encuen¬tran en la convergencia de las
relaciones de fuerza; su exis¬tencia implica una elección política, por lo tanto suscep¬tible de
afectar las fuerzas productivas o la manera de ponerlas en práctica, y de desplazar, al hacerlo,
su umbral de determinación. Mediante esta intervención, que no pue¬de hacerse sino en un
nivel político puesto que no está directamente determinado por las condiciones materiales de
la producción, la sociedad escapa a un determinismo materialista absoluto. Es allí donde
dispone de un campo de libertad. Los condicionamientos de la producción ma¬terial siguen
siendo no obstante determinantes al tiempo que están sometidos a los efectos de los modos
de repro¬ducción que engendran. En otros términos, por la puesta en práctica de un modo de
reproducción que organiza el modo de producción en función de las exigencias históri¬cas y
materiales que pesan sobre este último es que las relaciones de producción se conforman
"libremente" al de¬terminismo de las fuerzas productivas.

En las sociedades domésticas, por ejemplo, las fuerzas productivas evolucionan dentro de esos
límites de la auto- subsistencia que circunscriben una población en la cual el parentesco rige
las relaciones de reproducción. El pa¬rentesco, que organiza el marco social de la procreación
(el matrimonio) y de la asignación de la descendencia (la filiación), prepara permanentemente
las relaciones de pro¬ducción de conformidad con las condiciones históricas en las cuales
deben ejercerse para ser eficaces y preservar las condiciones materiales de la perpetuación de
la sociedad. Cuando las circunstancias históricas cambian, por lo tan¬to también aquello que
deben ser las relaciones de produc¬ción, las relaciones de reproducción deben ser ajustadas
en consecuencia. Pueden serlo en primer lugar bajo el efec¬to de una fracción "subversiva" de
la población, y des¬pués alcanzar al conjunto social e imponerse a éste; las instancias sociales
pueden conformarse u oponerse a ellas y provocar una crisis, etcétera.

Un mismo modo de producción parece poder acomodar¬se a modos de reproducción


diferentes. Las característi¬cas principales de la relación de producción doméstica construida
en torno a la agricultura alimentaria (relacio¬nes vitalicias, de antecedencia y de circulación
intergene¬racional del producto) se acomodan a la filiación patrili¬neal o avuncular. La
reproducción esclavista puede partir de la guerra o de la incursión, de las cuales hemos visto
las implicaciones políticas diferentes, al tiempo que ali¬mentan relaciones de producción
semejantes.

En un régimen capitalista, los modos de reproducción impuestos a la clase obrera diferencian a


un proletariado integrado, relativamente estabilizado, de un proletariado migrante y
temporario; uno se apoya en las instituciones de seguridad social, el otro en un aparato
administrativo y policial que organiza los desplazamientos de poblaciones entre la economía
doméstica y la salarial.

En la sociedad doméstica, las relaciones de producción y las relaciones de reproducción no se


confunden pero son no obstante congruentes, pues se aplican globalmen- te al conjunto de la
población. Ocurre de manera diferen¬te con la sociedad esclavista, donde el modo de
produc¬ción no está directamente determinado únicamente por las fuerzas productivas, sino
en relación con las de otras sociedades hacia las cuales está en posición de ejercer una sangría
continua y regular de su incremento demográfi¬co. La explotación esclavista reposa
orgánicamente en un modo de producción extraño, el modo de producción doméstico, el cual
"produce" las mujeres y los hombres que convierte en esclavos el modo de reproducción
escla¬vista. Por ese hecho, el modo de producción doméstico (el cual, en lo que a él respecta,
no se apoya en ningún otro) y el modo de produción esclavista no son homogéneos: no entran
biunívocamente en la misma categoría. Ésta es la razón por la cual no se puede concebir el
"modo de producción", en este uso, como un concepto propiamente dicho, sino como una
simple noción.

Dado que la sociedad esclavista es una sociedad de cla¬ses, la clase dominante debe también
instaurar las insti¬tuciones que reproducen al conjunto social: las que asegu¬ran la
reproducción de las clases dominadas, conjugadas a las que perpetúan sus relaciones de
dominación y de ex¬plotación. En la sociedad aristocrática, las casas que com¬ponen la clase
dominante practican juntas la guerra escla-vista, instrumento de reproducción de la clase
esclava y por ende también de la sociedad esclavista en su conjunto. Para este efecto,
establecerán entre ellas las relaciones mi¬litares y políticas que contribuyen a la reproducción
social.
Por la sangría que ejerce la sociedad esclavista sobre otras, los extranjeros caen en manos de
los gentiles. Esa re¬lación está en el origen de la relación primaria de clase que se actualiza en
su seno entre amos y esclavos. Se cons¬tituyen relaciones de reproducción distintas en cada
clase y una relación de reproducción, más general, entre ellas.

La aristocracia, más preocupada en organizarse en torno a la guerra y el poder que en torno a


la producción agrícola alimentaria, se reproduce a veces bajo formas cooptati- vas —como la
banda— pero más a menudo según un mo¬delo de parentesco dinástico basado en la noción
ideoló¬gica y segregadora de consanguinidad.

Las relaciones de reproducción de la clase mercantil se establecen alrededor de la trasmisión y


de la reconstitu¬ción del patrimonio, mientras que se confiere una ética que sanciona las
reglas del mercado, instrumento, para ella, de la reproducción de la clase esclava.

Para esta última, las instituciones de la guerra y del mercado, instauradas por las clases
dominantes, son los marcos que rigen su reproducción y que, en ese contexto histórico,
eclipsan el parentesco.

Parentesco dinástico o patrimonial por un lado, captura y compra por el otro, esas formas de
reproducción social se excluyen y sancionan así la relación de clases con una "agamia" que
previene la aparición entre esas clases de relaciones generadoras de parentesco. Sólo se
contraen, entre las clases dominantes y dominadas, relaciones de producción.

Cuando finalmente los individuos de clase inferior son incorporados mediante relaciones no
parentales de repro¬ducción —como la guerra de captura por ejemplo—, se constituyen, no
en una clase, sino en un cuerpo social cuyo modo de reproducción propio así como sus
relaciones con la clase dominante son específicos.

Tomar en cuenta sólo el modo de producción en el exa¬men de un sistema social, es analizarlo


como si se pro¬dujera de manera idéntica. Es detenerse en un modelo de reproducción simple
o de equilibrio, de tipo funcionalista. Pero como las sociedades históricas no se repiten de
ma¬nera exacta, el modo de reproducción abre el modelo, con-forme a los principios del
materialismo histórico, para las contradicciones que lo transforman dialécticamente.

La investigación emprendida en esas perspectivas desem¬boca por otra parte en numerosas


vías, abiertas por nece¬sidad a la transdisciplinariedad inherente al materialismo histórico.

Para distinguir el modo de reproducción esclavista de la servidumbre, resultó indispensable


tomar en considera¬ción para la segunda a la vez las condiciones demográ¬ficas de la llegada
al mundo de las nuevas generaciones y las condiciones económicas de su crecimiento hasta la
edad de la producción. La generalización de este procedi¬miento "ecodemográfico" es
susceptible de conducir al descubrimiento de las leyes de población propias de los di¬ferentes
sistemas sociales (por lo tanto, también precisar el contenido de estos últimos). Ahora bien,
este estudio sobre las leyes de población pasa por el examen antropo¬lógico previo de la
división social entre los sexos. Ésta remite a la noción de "mujer", la cual depende del
reco¬nocimiento social otorgado a su función de reproductoras, y luego eventualmente a las
posiciones culturales que van a ocupar a título de tales. El estudio de la esclavitud, ins¬titución
que permite todas las manipulaciones, muestra cómo la aparente "naturaleza humana" sólo
interviene, como principio explicativo de la sociedad, de manera cul- turalmente definida. Esta
definición social de la mujer gobierna a su vez las reglas del parentesco, puesto que es por su
intermediación necesaria que se establecen to¬das las relaciones, sin que ella .sea
necesariamente el cen¬tro. Los casos de nacimientos mixtos provenientes de uniones entre
amos y esclavos muestran cómo relaciones de parentesco, las cuales se consideran que
gobiernan una "etnia" por entero, están, de hecho, subordinadas a los principios que rigen las
relaciones de clases. La problemá¬tica de las sociedades llamadas complejas en la
antropo¬logía estructural y la cual recubre en gran parte a las sociedades de clases, no podría,
en esta perspectiva, encon¬trar sus fundamentos en el marco de una lógica estructu¬ral pura
que se imponga al conjunto del sistema social.

La esclavitud, aunque sea para el teórico del parentesco un caso tanto más instructivo cuanto
que le es antinómico, no ha retenido como tal la atención ni de los estructuralis- tas ni de los
funcionalistas si no es para que lo coloquen en el esquema universal de un parentesco
implícitamente consanguíneo, ¡vale decir de esencia aristocrática! En nin¬guna sociedad el
hecho de la procreación puede ser toma¬do como el punto de partida "natural" de la relación
social elemental de maternidad y menos aún de paterni¬dad. Sólo crea esas relaciones la
puesta en práctica de in¬tercambios activos y materiales entre adultos y niños. Para los
esclavos, las relaciones parentales dependen de la vo¬luntad de los amos. Sólo se ejercen
limitada y precaria¬mente en el marco del funcionamiento de las instituciones que sustituyen
para ellos al parentesco: la captura o la venta.

El nacimiento no es tampoco el punto de articulación de la reproducción social. Se le concede


menos importan- cia, en las sociedades antroponómicas, que a las etapas sucesivas de la
entrada en la vida productiva y reproduc¬tiva. La reproducción de una sociedad no se realiza
en efec¬to desde la venida al mundo de una nueva generación, sino solamente por su llegada
a la madurez económica. Por fuerte que sea la fecundidad de las mujeres, la propor¬ción de
niños que llegan a esta madurez dependerá en última instancia, y muy estrechamente, de la
productivi¬dad del trabajo agrícola de los activos. Las potencialida¬des demográficas están
subordinadas a las capacidades productivas.

Falta todavía por definir de qué producción se trata. Para ello ha sido preciso singularizar los
bienes que en¬tran en el mantenimiento de la vida y que yo llamé "bie¬nes regeneradores".
Marx colocaba la productividad del sector reproducción de las "necesidades de la vida" en el
origen del plusvalor capitalista. Esta productividad de¬termina en efecto el valor de los
productos que compran las clases laborales, por lo tanto en última instancia su salario y su
reproducción. Sin embargo, cuando Marx dis¬tingue analíticamente los dos grandes sectores
de la pro¬ducción capitalista, el de los bienes de consumo y el de los bienes de producción,
confunde los bienes regenera¬dores en el conjunto de los bienes de consumo. Pero su propio
razonamiento infcita a llevar la distinción hasta singularizar el sector regenerador y sus leyes
específicas. No solamente no podemos explicar la economía esclavista sin este análisis, sino
que se comprueba hoy el peso estra¬tégico que representa en la economía capitalista mundial
el sector agroalimentario que la intervención de los esta¬dos —incluso los que profesan el
libre intercambio— sujeta a leyes económicas diferentes de las que prevalecen en los otros
sectores de producción y que no dejan de tener un impacto importante sobre la llamada
"explosión demo¬gráfica" (Meillassoux, 1982).
Más importante aún, esta distinción que pone en evi¬dencia la inconmensurabilidad del valor
social de los se¬res humanos y de su fuerza de trabajo, prohibe ver en ellos, a manera de una
economía cosificadora, a "recursos humanos" (Itoh, 1985).

En la aproximación transdisciplinaria esquematizada arriba y a diferencia de la


multidisciplinariedad, la etno¬logía, la economía, la demografía, no se yuxtaponen, sino que
tienden a desvanecerse en tanto que disciplinas para recomponerse en la perspectiva general
que impone la problemática de la reproducción social. No sirven más que para aportar
informaciones o hechos, y no para "escla¬recer" lo que serían las "facetas diversas" de un
mismo fenómeno; proveen los datos pertinentes procedentes de cada una de ellas, que se
encadenan y se ordenan en un razonamiento articulado.

En la perspectiva "liberal" de la economía, la esclavitud representa una de las primeras si no es


que la primera forma de "liberación" del trabajo: esas mujeres y esos hombres, arrancados de
sus comunidades natales donde sólo podían trabajar en el marco de los lazos indisolubles y
condicionantes del parentesco, son transformados en una mano de obra ofrecida a todos los
que tienen los medios de apropiársela. Así se opera un desplazamiento masivo de fuerzas de
trabajo, su concentración posible y su reorgani¬zación según otras normas de producción. ¿Ha
sido la esclavitud por ello la ocasión de un progreso económico objetivo en el sentido de una
avanzada histórica de las fuerzas productivas? ¿Ha sido ese modo de explotación destructivo el
trampolín de una acumulación que habría permitido la liberación de una etapa hacia la puesta
en práctica de medios de producción superiores? Engels, como reacción a los juicios morales
pero poco científicos referidos a la esclavitud, había subrayado los méritos. El balance, no
obstante, parece incierto.

Hemos recalcado ya que, globalmente, la esclavitud hace bajar la producción alimentaria, y por
ende la población; que la inmovilización en el esclavo de un capital poten¬cial frenaba el
aumento de la productividad del trabajo. La esclavitud provoca la transferencia pero también
el decrecimiento del plusproducto. La esclavitud no es un sistema de explotación sino de
sobreexplotación. Podemos inscribir en su favor el hecho de que haya engendrado y
estimulado al gran comercio, la especialización de las ac¬tividades, la diversificación de la
producción, por lo tanto el advenimiento de una clase mercantil capaz de rivalizar con la clase
militar de la cual sigue siendo no obstante dependiente. La capacidad potencial de
acumulación de un capital mercantil por intermedio de esta clase sobre¬viene sin embargo en
un contexto en que, al tiempo que introduce el trabajo en el mercado, no confiere valor
mer¬cantil a la fuerza de trabajo y la hace remplazable con demasiada facilidad. El aumento de
la producción se hace de manera más destructiva que progresiva, por intensifica¬ción de las
guerras de captura y acumulación del número de esclavos: no hay incitación al aumento de la
produc¬tividad del trabajo de los explotados. El capital mercantil se impone menos que la
riqueza militar, la cual es el ver¬dadero agente del crecimiento económico. La coexistencia y la
combinación de la sociedad aristocrática y mercan¬til y de sus esclavitudes respectivas,
favorecen una eco¬nomía compartida entre la subsistencia y el lujo, en la cual las inversiones
"productivas" se limitan sobre todo a los instrumentos de guerra.

La servidumbre, con sus medios de acumulación menos importantes, ya que limita el número
de trabajadores disponibles en todo momento, y aunque se acompaña de una regresión del
comercio, habrá probablemente hecho avanzar más la productividad del trabajo. El arado, el
tiro animal, el uso de energía natural aparecieron con ella.

Se le imputa por una parte al tiempo libre ofrecido por la esclavitud a las clases dirigentes, en
la Grecia an¬tigua o en Roma, el impulso del pensamiento filosófico o político. ¿Habrá este
pensamiento por ello contribuido a esclarecerlos en cuanto a las condiciones reales de su
exis¬tencia? Marx evocaba cómo el valor desigual de los hom¬bres había cegado a Aristóteles
sobre el valor respectivo de su trabajo. Cicerón, quien preconizaba la tortura y la pena de
muerte para someter a los esclavos, cultivaba hacia esos "extranjeros" los prejuicios más
groseros, idén¬ticos a los que anida hoy el racismo, y que lo hacían in¬capaz de reconocer
cualquier otra civilización diferente de la esclavista.

En Pompeya, en un fresco que ilustra la realización de las tareas domésticas y artesanales, el


artista sustituyó a los viles esclavos que las desempeñaban habitualmente por dulces y
sonrientes angelitos. Los pompeyanos vivían un mito en el que todo les parecía venir del cielo
como gratificación material y merecida de su refinamiento ob-tuso. Como todas las
explotaciones, la esclavitud no sólo conduce a la enajenación de los explotados, sino también a
la de los explotadores. Conduce a la negación de la hu¬manidad de los hombres y de las
mujeres, a su desprecio y a su odio. Incita al racismo, a la arbitrariedad, a las crueldades y a los
asesinatos purificadores, armas carac¬terísticas de las luchas de clases más crueles. Si es cierto
que la esclavitud contribuyó a algún progreso material, nos legó también como pensadores a
filósofos y políticos cuya conciencia era el producto de esa ceguera y de esos prejuicios. ¿No es
porque se comunicó hasta nosotros, acarreada por una cultura indiscutida e ininterrumpida de
explotadores, que su enajenación sigue para nosotros siempre imperceptible y nos presenta
todavía como hu-manistas a sociedades construidas sobre el saqueo del hombre?

Con la finalidad de facilitar la lectura de la obra, doy a con¬tinuación las definiciones de los
términos o las locuciones en la acepción en que los he empleado, o más exactamente en que
intenté emplearlos. Varias de esas definiciones no son pues ri¬gurosamente las del diccionario
ni las que prevalecen en la literatura especializada. Otras definiciones tratan de restituir a las
palabras un sentido perdido o más preciso. Algunas fi¬nalmente, en particular las que se
relacionan con el paren¬tesco, se inscriben en una perspectiva metodológica que no pude
exponer en estas páginas pero que permitirán, así lo es¬pero, hacer comprender mejor los
desarrollos en los que in¬tervienen.

Las palabras en cursiva en las definiciones remiten a las otras entradas del glosario.

(Este glosario ha sido establecido en estrecha colaboración con Jean-Luc Jamard, CNRS.)

Abreviaturas: □ distinto de

conv. converso (s); término (s) cuyo sentido remite a la pa¬labra considerada por conversión y
recíprocamente (ej. mayor/menor, padre/hijo) ant. antónimo sin. sinónimo v. véase neol.
neologismo

adelfia (neol.): conjunto de individuos cuya filiación se rela¬ciona con un mismo decano;
adélfica (sucesión): sucesión de decano a sénior en la adelfia o de mayor a menor en la
fra¬tría.
adhesión: movimiento por el cual un individuo de edad acti¬va se integra voluntariamente a
un grupo de producción ins¬tantánea (o no diferida) o en una banda. □ afiliación, v. banda,
horda.

adivinación: correlación arbitraria y convencional (por lo tan¬to a menudo esotérica)


establecida entre la disposición física de ciertos objetos y el destino.

adopción: colocación de un individuo en una nueva relación o contexto parental.

adquisición (de esclavos): la captura o la compra.

afiliación: vínculo social convencional contraído entre un in¬dividuo no pariente con un mayor
o un decano que sanciona su pertenencia a la comunidad de estos últimos.

□ adhesión, v. filiación.

afín: una comunidad determinada puede eventualmente dis¬tinguir dos categorías de afines:
los parientes de las muje¬res casadas con ingenuos de la comunidad y los parientes de los
esposos de las mujeres ingenuas de esta comunidad.

□ alianza.

afinidad: a] [sentido estricto]: "Parentesco que mediante el matrimonio se establece entre


cada cónyuge y los deudos por consanguinidad del otro" (RAE, 1984); b] [sentido lato]:
re¬laciones entre dos o varios individuos establecida por el hecho de que por lo menos dos
miembros de sus comunidades res¬pectivas están vinculados por el matrimonio.

agamia (neol.): exclusión matrimonial.

ajami: documento en lengua vernácula pero transcrito en ca¬racteres árabes.

alianza: compromiso de acción conjunta, complementaria o recíproca, sancionado por un acto


(juramento, pacto, trata¬do, etc.) contraído fuera del parentesco o de la afinidad.

amalgama: mezcla, mediante el matrimonio, de poblaciones distintas.

anceocracia (neol.): poder de los sirvientes. ancilar: que se relaciona con los sirvientes.

antroponómico: califica a un sistema social en el cual la ad-ministración de los hombres


prevalece sobre la de las cosas y ello, más por intermedio de los medios de la reproducción
humana (mujeres y subsistencias) que por el de los medios materiales de producción.

aristocracia: clase social fundada en la fuerza de las armas; de origen cooptativo, pero con
tendencia dinástica, v. bandidismo; banda.

autosubsistencia: caracteriza a una economía capaz de pro¬ducir lo esencial de las necesidades


de la vida y de los medios de producción a partir de las materias y de los conocimien¬tos
directamente a su alcance.

□ autarquía.
avuncular: filiación entre el decano de la adelfia y la descen¬dencia de las sororias. sin. de
facto: matrilineal.

banda: grupo organizado en torno y durante el tiempo de una actividad de caza, de recolecta,
de saqueo o de rapto, sin que prevalezcan otras relaciones entre sus miembros.

bandidismo: acción de rapiña o de rapto llevada a cabo por una banda en el seno de su propia
sociedad.

□ incursión.

capitalista: economía dominada por el capital mercantil y en la cual la ganancia está


subordinada al beneficio comercial.

captor: el que se apodera de seres humanos para hacer de ellos cautivos (cf. Rinchon, 1929, en
Gaston-Martin, 1948).

captura: v. captor.

casa: 1] en la sociedad doméstica, grupo constituido por in¬dividuos de diferentes orígenes y


extracciones que producen y que consumen bajo la autoridad de un decano; 2] en la so¬ciedad
aristocrática, conjunto de individuos que dependen de un mismo patrimonio político, v.
comunidad, cepa.

cautivo: el que, habiendo sido capturado, no ha sido todavía adquirido por un amo. El cautivo
es una mercancía, el escla¬vo un medio de producción; el cautivo consume, el esclavo
produce.

□ esclavo (que está bajo la potestad de un amo).

cepa: conjunto de parientes ingenuos. v. casa, comunidad.

civilización: proceso mediante el cual un individuo es admi¬tido en el disfrute de los derechos


sociales garantizado por un arbitraje entre él y las partes de las cuales depende.

clase social: componente social colocado en una relación or¬gánica de explotación respecto de
otra, v. cuerpo social.

cliente: prestador de servicios o de bienes, que trabaja para un patrón, el cual asegura su
mantenimiento sin que sean establecidas las relaciones de equivalencia entre sus
presta¬ciones recíprocas.

□ obligado, conv.: patrón.

componente social: célula social que tiene su especificidad en la sociedad en relación con otros
componentes homólogos o conversos (ej.: clan, comunidad doméstica, clase social, ór¬denes,
empresas...).

comunidad: conjunto de los ingenuos de una casa.


concepto: instrumento operatorio de pensamiento analítico o sintético con efecto
discriminador.

□ noción.

condición (del esclavo): situación social definida por el lugar del esclavo en las relaciones de
producción o de reproduc¬ción de la sociedad que lo emplea.

□ estado.

congéneres: los que han nacido o crecido juntos, v. estado de libre.

contradicción: enunciado abstracto de un proceso inherente a una situación en vías de


transformación radical.

(Por lo tanto diferente de "conflicto", "oposición", "contra¬rio", etc., términos de los cuales
esa palabra ha tomado abu¬sivamente la significación en el pensamiento staliniano y mao-
ísta.)

cooptación: modo de reclutamiento de un grupo por los miem¬bros de ese grupo con base
selectiva en calidades individuales predefinidas.

crianza: conjunto de las operaciones destinadas a llevar un individuo a la madurez.

cuerpo social: grupo secretado por una clase social con el fin de ejecutar para ella ciertas
funciones indispensables para su existencia y que no puede asumir completamente por sí
misma (por ej.: los lacayos para la aristocracia militar; la policía, el ejército, los cuadros de
empresa para la burguesía; la burocracia sindical para la clase obrera, las burocracias de
Estado, etcétera). □ clase.

cultura: conjunto de la producción intelectual y de los cono-cimientos de un medio social, el


cual puede ser convertido en una fuerza ideológica que contribuya a su unificación polí¬tica.

decano: mayor de los sénior.

de confianza: avasallado investido de funciones de confianza.

demo (o gamódemo): "círculo matrimonial en el cual el 90% de los matrimonios por lo menos
se efectúan" (según Bou- nak, 1964, citado por Gomila, 1976; 18). v. conjunto matrimonial.

dinastía: organización que reúne a los parientes de aquella clase aristocrática que tiene
derecho de acceso al poder.

enajenación: 1] aprehensión y asunción, como componente de su personalidad social, de las


restricciones que impone la ex¬plotación de la que se es el objeto o el agente; 2] enajenación
de un bien: disposición absoluta de un bien (en lo que con¬cierne a los esclavos, por la venta o
la inmolación).

energía de trabajo: designa a la fuerza de trabajo cuando ésta es un bien de uso y no una
mercancía.
esclavitud.: estado del esclavo (empleado también, por exten¬sión, en el sentido de
esclavismo).

esclavo de fatiga: esclavo que provee la totalidad de su tiem¬po de trabajo al amo, quien lo
provee a su vez de las ne¬cesidades vitales.

estado: a] situación social y jurídica de un individuo privado de posición; la posición se define


por un conjunto de prerro¬gativas, el estado por un conjunto de privaciones.

b] aparato gubernamental y administrativo de la sobera¬nía; lugar de lucha entre clases


sociales o fracciones de la clase dominante.

estado de libre: posición del ingenuo todo el tiempo que permanece vinculado a sus
congéneres por el parentesco o la afinidad.

excedente: parte del plusproducto social que sobrepasa las necesidades de la reproducción
simple de una población, tras deducción de las reservas necesarias para mantener su
exis¬tencia de continuo pese a los malos años y a la mortalidad de los preproductivos y de los
productivos.

explotación: relación entre clases mediante la cual una recibe todo o parte del plustrabajo o
del plusproducto de la otra, ali¬mentando esta transferencia la reproducción de la relación de
explotación.

□ extorsión.

extorsión: sangría arbitraria y ocasional, pero inorgánica, de una parte indeterminada del
producto social por un poder.

□ explotación.

extraeconómico: "visión imperfecta de la Historia" (K. Marx, Elementos fundamentales... i:


450-451).

faide (f.): estado de vindicta a muerte entre familias orien¬tada al arreglo de afrentas o
crímenes, sin. vendetta, venganza.

filiación: pertenencia a un grupo parental que se manifiesta por la dependencia hacia aquel
que detenta en él la autoridad de decano. v. afiliación.

formal (dominación): la que se ejerce sobre un productor po¬seedor de sus medios


individuales de trabajo, pero no de me¬dios sociales de producción (incluida la tierra).

fratría: colaterales masculinos de una misma generación.

□ adelfia.

generación: individuos de ambos sexos de una misma sororía o de una misma fratría.

gentil: cf. ingenuo.


guerra: recurso organizado y planificado para la violencia por parte de una sociedad o una
clase social contra otra.

□ incursión.

hipergamia: matrimonio de una mujer con un hombre de una clase o de un orden superior,
ant. hipogamia.

homogénea (sociedad): cuyos componentes sociales son es¬tructuras homologas (ej.: la


sociedad doméstica se compo¬ne de comunidades cuyas estructuras sociales se fundan en los
mismos principios organizacionales). ant. heterogénea.

horda: grupo de reproducción inestable creado en torno a ac-tividades productivas


instantáneas (cuyo producto no es di¬ferido) y que recluta por adhesión. v. banda.

ideología: racionalización o naturalización de prescripciones o representaciones sociales que


afirma el carácter condicio¬nante o irrecusable.

impuesto: sangría periódica medida con referencia a una base tributaria, ejercida sobre los
ingresos y los bienes de catego¬rías sociales definidas.

□ tributo.

incursión: operación de rapiña o de captura emprendida por una banda.

□ guerra.

sin. razzia, rezzou.

inerte (producto): que no interviene en la regeneración físi¬ca del ser humano, ant.
regenerador.

ingenuo: quien, por su nacimiento y su crecimiento en un medio social libre, se reconoce como
exento de toda servi¬dumbre.

sin. gentil, libre.

lacayos: sirvientes o esclavos armados al servicio de su amo.

liberación: operación mediante la cual un esclavo es redimi¬do por completo y convertido en


el igual de un individuo na¬cido libre mediante la obliteración de su estado anterior.

libre: libre de toda servidumbre por su pertenencia de clase o por liberación.

madurez: edad a partir de la cual un individuo es conside¬rado capaz de desempeñar las


funciones de producción eco¬nómica o de reproducción social.

manumisión: condición de un esclavo redimido de sus pres¬taciones en trabajo.

□ liberación.
matrimonial (conjunto): conjunto de comunidades que ase¬guran entre ellas su reproducción
demográfica y social, v. demo, gamódemo.

matrimonio: institución por la cual se reconoce que los hi¬jos nacidos o por nacer de una
mujer serán afiliados a la comunidad de su esposo (en una sociedad patrilineal) o de su mayor
(filiación avuncular).

mayoridad: anterioridad en la generación.

□ senioridad.

medios colectivos de producción: los que proceden del tra¬bajo colectivo de varias células de
producción pero que son utilizados por cada una de ellas para la satisfacción de sus
necesidades particulares.

medios sociales de producción: los que, al ser producidos en el marco de una división social del
trabajo, concentran un tra¬bajo social cuyo producto le corresponde ya sea a los propie¬tarios
de esos medios, ya sea a la colectividad en su con¬junto.

modelo: abstracción coherente de un sistema social histórico circunscrito a sus rasgos


esenciales, los cuales aseguran la reproducción (el modelo es dialéctico cuando su lógica
pro¬pia pone en evidencia las contradicciones susceptibles de transformarlo).

monopolio soberano: control exclusivo que ejerce el poder so¬bre la producción y la


circulación de un bien.

multigenia o multigamia: poligenia que tiene por objeto un número de esposas tal que la
descendencia pierde su perti¬nencia como medio de designación sucesoral y remite a un
modo de sucesión selectivo.

necesario (tiempo de trabajo o producto, etc.): parte de la energía de trabajo o de la fuerza de


trabajo o del producto dedicada a la reconstitución de esta energía o al manteni¬miento de la
vida del productor, v. plusproducto; excedente.

noción: generalización descriptiva o categorial.

□ concepto.

obligado: el que, en razón de servicios recibidos, se coloca bajo la dependencia y a la


disposición gratuita de su pro¬tector.

□ cliente.

orden: noción institucional y jurídica de las clases sociales y de los cuerpos sociales.

orgánico: califica una relación esencial e inherente a un sis¬tema social de la cual es por ese
hecho constitutiva.

padre: hombre a quien se le atribuyen los hijos de una mu¬jer considerada como su esposa o
confiados por adopción.
parentesco: representación júrídico-ideológica de las relacio¬nes de producción y de
reproducción en las comunidades do¬mésticas, y de las puras relaciones de reproducción en
las clases libres de las otras sociedades antroponómicas y en to¬das las clases de la sociedad
capitalista.

parentesco dinástico: modo de trasmisión hereditario de un poder y de títulos que tiende


hacia la monogamia y la filia¬ción directa entre padre e hijo.

parientes: conjunto de congéneres vinculados por relaciones vitalicias de producción o de


reproducción y jerarquizados con base en la mayoridad.

patrimonio: conjunto de bienes en principio no enajenables detentados por una colectividad


organizada y que se trasmite en su seno mediante transferencia unilateral (donación o
he¬rencia) al margen de todo intercambio.

□ propiedad.

patrón: v. cliente.

plusproducto: parte del producto disponible más allá del pro¬ducto necesario.

plustrabajo: tiempo de trabajo disponible más allá del tiem¬po de trabajo necesario.

posición: conjunto de prerrogativas de derecho o de hecho de las cuales disfruta un individuo


en virtud de su pertenen¬cia a una clase o a un orden.

□ estado.

potencial de trabajo: capacidad para proveer la energía de trabajo contenida en el esclavo en


cada momento de su vida activa.

□ capital.

prestación: fracción del plusproducto o del plustrabajo debi¬da por un dependiente al que
tiene autoridad sobre él.

□ impuesto.

v. renta, plusproducto, plustrabajo.

primario(a) (materia o bien): que entra en la producción de otro bien.

productividad: relación entre la producción y el consumo de un trabajador activo.

□ rendimiento.

propiedad: bien sobre el cual se ejercen los derechos de uso, de goce y sobre todo de
enajenación.

□ patrimonio.

protector: conv. de obligado.


pubertad: periodo de la vida durante el cual la mujer es ca¬paz de procrear.

redención: liberación total o parcial de las prestaciones en trabajo o en producto que el


esclavo debe a su amo con el fin de obtener la manumisión o la liberación.

regenerador: producto o materia que contribuye a la recons¬titución de la energía de trabajo y


al mantenimiento de la vida del productor, ant. inerte.

relación de producción: relación orgánica establecida entre los miembros activos de una
sociedad mediante la cual se dis¬ponen la producción y la redistribución del producto social.

relación de reproducción: relación organizada entre los miem¬bros de una sociedad que
dispone la perpetuación demográ¬fica e institucional de la misma.

rendimiento: cantidad producida por una célula de produc¬ción o por cada unidad de un
medio material de producción, durante una duración determinada.

□ productividad.

renta (en trabajo o en producto): parte del plustrabajo o del plusproducto del esclavo o del
siervo de la cual se apodera su amo o su señor.

reproducción ampliada:

1] demográfica: cuando cada individuo activo puede asegu¬rar la llegada a la madurez de


más de un sustituto;

2] económica: reproducción de los medios de producción, ya sea en mayor número, ya


sea con un rendimiento so¬cial aumentado.

reproducción ecodemográfica: considera a la vez la fecundidad de las mujeres y la


productividad del trabajo de una sociedad dada.

reproducción simple:

1] demográfica: cuando cada individuo activo asegura la llegada a la madurez de un solo


sustituto;

2] económica: reproducción de los medios de trabajo con una misma capacidad de


producción.

senioridad: en la relación entre dos o varias generaciones, pertenencia de un individuo a una


generación anterior.

conv. júnior.

v. decano.

□ primogenitura.

servidumbre:
1] sistema social de explotación basado en la extracción, por parte de una clase
aristocrática, de una renta en trabajo o en producto deducida del plustrabajo o del
plusproducto de una clase de siervos que produce para sí misma los bienes necesarios para la
reconstitución de su energía de trabajo, de su mantenimiento y de su re¬producción en tierras
concedidas congruentemente por la clase dominante;

□ esclavitud.

2] dependencia exclusiva con respecto a un amo o un señor al margen de todo vínculo de


parentesco.

simpléctica (sociedad): cuyos componentes sociales hetero¬géneos no se amalgaman sino que


se reúnen mediante alian¬zas diversas y compulsivas que pueden, juntas, suplir las fun¬ciones
de un poder centralizador.

v. homogéneo.

sistema social-, modelo abstracto de la disposición orgánica e institucional de los modos de


producción y de reproduc¬ción de un tipo de sociedad así como de sus expresiones ju¬rídicas,
políticas e ideológicas (v. conclusiones).

soberano-, supuesto detentador del poder político supremo.

sobreexcedente: plusproducto y plustrabajo del esclavo de fa¬tiga.

sociedad: manifestación histórica y local de un sistema so¬cial.

v. sistema social.

sororia: colaterales femeninos de una misma generación.

subdito: libre colocado bajo la dependencia de un soberano.

sujeción: proceso mediante el cual un individuo es colocado bajo la autoridad política de un


soberano.

trata: comercio, negocio a larga distancia.

tributo: extorsión ejercida sobre poblaciones vencidas o que no tienen derecho de ciudadanía.

vecinal: que tiene relación con la vecindad (ej.: guerra ve¬cinal: guerra entre vecinos).

vecino: extranjero que vive "al alcance", con el cual se man¬tienen relaciones susceptibles de
conciliación.

Abitbol, M., 1979: Tombouctou et les Arma, Paris, Maisonneu- ve et Larcse.

Aguessy, C., 1956: "Esclavage, colonisation et tradition au Dahomey (sud)", Présence Africaine,
6: 58-67.

Aguessy, H., 1970: "Le Dan-Homè au xixe siècle était-il une société esclavagiste?", Rev. F rang.
d'Êt. Pol. Afr., 50: 71-91.
Akindele, A., y Aguessy, C.," 1953: Contribution à l'étude de l'histoire de l'ancien royaume de
Porto-Novo, Dakar, IFAN.

Akinola, G. A., 1972: "Slavery and slave revolts in the sulta¬nate of Zanzibar in the 10th
century", Jl. of the Hist. Soc. of Nigeria, 6: 215-227.

Al-Bakri [1968]: Routier de l'Afrique blanche et noire du Nord- Ouest, trad, y notas de V.
Monteil, B. IFAN, B, 30, 1: 39-116.

Al-Bekri: v. AÏ-Bakri y El-Bekri.

Alencastro, L.-F. de, 1981: "La traite negrière et les avatars de la colonisation portugaise au
Brésil et en Angola", Cah. du CRIAR, 1: 9-76.

Almeida-Topor, H. d', 1984: Les amazones, Paris, Rochevignes.

Al-Omari [1927]: Masàlik el Afsàr, I: L'Afrique moins l'Egipte (trad. Gaudefroy-Demombynes),


Paris, P. Geuthner.

Alpers, E. A., 1975: Ivory and slaves in East Central Africa, Londres, Heinemann.

Alpers, E. A., 1983: "The story of Swema: female vulnerabi¬lity in 19th century East Africa", en
Robertson y Klein, 1983: 185-199.

Amselle, J.-L., 1977: Les négociants de la savane, París, An- thropos.

Amselle, J.-L., Doumbia, Z., Kuyate, Y., y Tabure, M., 1979: "Littérature orale et idéologie: la
geste des Jakite-Sabasni du Ganan (Wasolon-Mali)", Cah. d'Études Afr., 19 (1-4): 73-76,
381439.

Antoine, R., 1974: "Aventure d'un jeune négrier français d'après un manuscrit inédit du xviiie
siècle", Notes -Afri¬caines.

Arhin, K., sf: Peasants in Asante in the nineteenth century, 39 p. mimeo.

Aristóteles [1958]: Les économiques, París, J. Vrin.

Aubin-Sugy, C., 1975: Economic growth and secular trends in the pre-colonial Sudanic belt,
tesis de doctorado, Nueva York, Columbia University, Faculty of History.

Augé, M., 1969: "Statut, pouvoir et richesse: relations ligna- gères, relations de dépendance et
rapports de production dans la société alladian", Cah. d'fitudes Afr., 9, 3 (35): 461-481.

Augé, M., 1975: "Les faiseurs d'ombres", en Meillassoux (comp.), 1975 b: 455-476.

Austin, M., y Vidal-Naquet, P., 1972: Économies et sociétés en Grèce ancienne, Paris, A. Colin.

Aymard, M., 1983: "Autoconsommation et marchés: Chaya- nov, Labrousse ou Le Roy-


Ladurie?", Annales, 38, 6, no- viembre-diciembre de 1983: 1392-1411.

Azevedo, M. J., 1980: "Precolonial Sara society in Chad and the threat of extinction due to Arab
and Muslim slave trade, 1870-1917", Journal of African Studies, 7, 2: 99-108.
Ba, A.-H., y Daget, J., 1962: L'empire peul du Macina (i), Pa¬rís, Mouton.

Ba, A.-H., y Kesteloot, L., 1968: "Une épopée peule: Silimaka", L'Homme, 8, 1: 5-36.

Baduel, C., y Meillassoux, C., 1975: "Modes et codes de la coiffure ouest-africaine",


L'Ethnographie, 69 (1975-1): 11-59.

Baer, G., 1967: "Slavery in the 19th century Egypt", Jl. of Afr. Hist., 8, 3: 417-441.

Balandier, G., 1965: La vie quotidienne au royaume du Kon¬go, París, Hachette.

Balde, M.-S., 1975: "L'esclavage et la guerre sainte au Fuuta- Jalon", en Meillassoux (comp.),
1975 b: 183-220.

Barnet, M., 1968: Biografía de un cimarrón, México, Siglo XXI.

Barnet, M. (comp.), 1967: Esclave à Cuba, París, Gallimard.

Barry, B., 1972: Le royaume du Waalo, Paris, Maspero.

Barth, H., 1857-1858 [1965]: Travels and discoveries in North and Central Africa, Londres,
Frank Cass, 3 vols.

Bataille, H., 1967: La part maudite, Paris, Éd. du Minuit.

Bathily, A., 1975: "A discussion of the traditions of Wagadu", Bull. IF AN, B, 37, 1: 1-94.

Bathily, A., 1985: Guerriers, tributaires et marchands, tesis de doctorado, Dakar, 3 vols.

Bathily, A., y Meillassoux, C., 1976: Lexique soninke (sarakole)- français, Dakar, Centre
Linguistique Appliquée.

Battuta, Ibn [1968]: Voyages d'Ibn Battuta, trad. C. Defre- mery y B.-R. Sanguinetti, Paris,
Anthropos, reed. de la ed. de 1854 (prefacio de V. Monteil), 4 vols.

Bay, E. G., 1983: "Servitude and worldly success in the pa¬lace of Dahomey", en Robertson y
Klein, 1983: 340-368.

Bazin, J., 1972: "Commerce et prédation: l'État bambara de Segou et ses communautés
maraka", Conference on Man- ding Studies, Londres, 27 p. mimeo.

Bazin, J., 1975: "Guerre et servitude à Ségou", en Meillassoux (comp.), 1975 b: 135-181.

Bazin, J., 1979: "La production d'un récit historique", Cah. d'Études Afr., 19, 1-4: 435-484.

Bazin, J., 1980: "État guerrier et guerres d'État: processus de formation et de reproduction du
royaume de Segu (ca. 1720- 1861)", 60 p. mimeografiado (reimp. en Bazin y Terray [comps.],
1982: 319-372).

Bazin, J., 1982: "État guerrier et guerres d'État", en Bazin y Terray (comps.), 1982: 319-374.
Bazin, J., y Terray, E. (comps.), 1982: Guerres de lignages et guerres d'États en Afrique, Éd. des
Archives Contempo¬raines.

Becker, C., y Martin, V., 1975: "Kayor et Baol: royaumes sé¬négalais et traite des esclaves au
xviie siècle", Revue Franç. d'Hist. d'OM, 62: 226-227, 270-300.

Bedaux, R. M. A. et al., 1978: "Recherches archéologiques dans le delta intérieur du Niger",


Paleohistoria, 20: 91-220.

Bellat, cap., 1893: Renseignements historiques sur le Sansan- ding et le Macina, Arch. Dakar, 1
G 184.

Benveniste, É., 1969: Le vocabulaire des institutions indo-eu-ropéennes, Paris, Éd. de Minuit, 2
vols.

Berlin, I., 1980: "Time, space and the évolution of Afro-Amer- ican society on British mainland,
North America", Amer. Hist. Rev., 85, 1: 44-78.

Berlioux, E.-F., 1870: La traite orientale, Paris, De Guillaumin.

Bernardi, B., Poni y Triulzi, A., 1978: Fonti orali, anthropolo- gia e storia, Milán, F. Angeli.

Bernus, E., 1976: Les Touaregs et la guerre, comunicación al seminario EPHESS, Paris.

Binger, cap., 1892: Du Niger au golfe de Guinée, Paris, Ha¬chette, 2 vols.

Blachère, R. (trad.), 1980: Le Coran, París, G.-P. Maisonneuve et Larosse.

Blanc, R., 1957: Manuel de recherche démographique en pays sous-développés, Paris, Service
des Statistiques des Terri¬toires d'Outre-Mer.

Bloch, Marc, 1939 [1968]: La société féodale, Paris, Albin Mi¬chel.

Bloch, Marc, 1947: "Comment et pourquoi finit l'esclavage an¬tique", Annales, 1, enero-marzo
de 1947: 30-40; 2, abril-junio de 1947: 161-170.

Bloch, Marc, 1955: Les caractères originaux de l'histoire ru¬rale française, Paris, A. Colin.

Bloch, Marc, 1963: "Les colliberti: étude historique sur la formation de la classe servile", en
Mélanges Historiques, SEVPEN, 1: 385-451.

Bloch, Maurice, 1975: "Property and the end of affinity", en Bloch (comp.), 1975: 203-228.

Bloch, Maurice (comp.), 1975: Marxist analysis and social anthropology, Londres, Malaby
Press, ASA Studies.

Bohannan, P., 1963: Social anthropology, Nueva York, Holt, Linehart and Winston.

Bonnafé, P., 1975: "Les formes d'asservissement chez les Ku- kuya d'Afrique centrale", en
Meillassoux (comp.), 1975 b: 529-556.
Bonté, P., 1975: "Esclavage et relation de dépendance chez les Touaregs Kel Gress", en
Meillassoux (comp.), 1975 b: 49-76.

Bosman, G., 1705: Voyage de Guinée (trad, del holandés), Utrecht.

Botte, R., 1974: "Processus de formation d'une classe sociale dans une société africaine
précapitaliste", Cah. d'Études Afr., 56, 14/4: 605-626.

Bouche, D., 1968: Les villages de liberté en Afrique noire française, Paris, Mouton.

Bourgeot, A., 1375: "Analyse des rapports de production chez les pasteurs et les agriculteurs
de l'Ahaggar", en Monod (comp.), 1975: 263-283.

Boutillier, J.-L., 1968: "Les captifs en AOF (1903-1905)", Bull. IFAN, B, 30, 2.

Boutillier, J.-L., 1975: "Les trois esclaves de Bouna", en Meillas¬soux (comp.), 1975 b: 253-280.

Bovill, G. W., 1968: The golden trade of the Moors, Londres, Oxford University Press.

Bowdich, T. E., 1819: A mission from Cape coast castle to Ashantee, Londres.

Bradbury, R. E., 1957: The Benin kingdom and the Edo speak¬ing peoples of South-Western
Nigeria, Londres, IAI.

Bradbury, R. E., 1967: "The kingdom of Benin", en Forde y Kaberry, 1967: 1-35.

Brisson, J.-P., 1959: Spartakus, París, Club Français du Livre.

Brun, Th., y Layrac, C., 1979: "Fragilité de l'ajustement pro¬duction consommation en zone
soudano-sahélienne", Cah. Nutr. Diét., xiv, 1: 33-39.

Brunei, R., 1981: "Géographie des Goulag", L'Espace Géogra¬phique, 3: 215-232.

Brunschwig, R., 1960: "Abd", en L'Encyclopédie de l'Islam (2a. ed.), Paris, Brill, Leide et Besson,
i: 25-41.

Bûcher, H. H., 1979: "Liberty and labor: the origins of Li¬breville reconsidered". Bull. IFAN, B,
41, 3: 478-496.

Bugner, L., 1976: L'image du noir dans l'art occidental, Paris, Office du Livre, 3 vols.

Burnham, P., 1980: "Raiders and traders in Adamawa: Sla¬very as a regional system", en
Watson (comp.), 1980: 43-72.

Burton, R. F., 1864: A mission to Glegle, king of Dahomy, Londres, 2 vols.

Busnot (padre), 1690 [1925]: Récit d'aventure au Maroc au temps de Louis XIV, Paris, Éd. Pierre
Roger.

Butler, J. (comp.), 1964: Boston University papers on Afri¬can history (vol. í), Boston, Boston
University Press.
Ca da Mosto, A., 1895: Relation des voyages à la côte occiden¬tale d'Afrique (1455-1457),
París, Leroux.

Cahen, C., 1968: L'Islam, des origines au début de l'Empire ottoman, Paris, Bordas.

Caillié, R., 1830 [1965]: Journal d'un voyage à Tembouctou et à Jenné dans l'Afrique centrale,
reimpr., Paris, Anthropos, 3 vols.

Cairnes, J. E., 1863 [1958]: The slave power, reimpr. David and Charles, Newton Abbot.

Camps, G., 1970: "Recherches sur les origines des cultivateurs noirs du Sahara", Revue de
l'Occident Musulman, 7: 35-45.

Canot, cap., 1854 [1938]: Vingt années de la vie d'un négrier, Paris, Mercure de France.

Centre d'Études Juridiques Comparatives (comp.), 1979: Sa- cralité, pouvoir et droit en Afrique,
Paris, CNRS.

Centre de Recherche d'Histoire Ancienne (comp.), 1972: Actes du Colloque 1911 sur
l'esclavage, Paris, Les Belles-Lettres, Ann. Litt, de l'Univ. de Besançon.

Centre de Recherche d'Histoire Ancienne (comp.), 1976: Tex¬tes, politique, idéologie: Cicéron,
Paris, Les Belles-Lettres, Ann. Litt, de l'Univ. de Besançon.

Centre de Recherche d'Histoire Ancienne (comp.), 1979: Terre et paysans dépendants dans les
sociétés antiques, Paris, CNRS.

Centre of African Studies (comp.), 1977, 1981: African his¬torical demography, Edinburgh,
University of Edinburgh.

Chastanet, M., 1983: "Les crises de subsistances dans les villes soninke du cercle de Bakel, de
1858 à 1945", Cah. d'Études Afr., 23 (89-90), 1-2: 5-36.

Chauveau, J.-P., 1978: "Contribution à la géographie histori¬que de l'or en pays baule (Côte-
d'Ivoire)", Jl. des Afric., 48, 1: 15-70.

Chauveau, J.-P., 1979: Kokumbo et sa région, Paris, ORSTOM.

Chauveau, J.-P., 1980: "Spécialisations écologiques. État et réalisation de la valeur par les
échanges à longue distance", Cah. d'Études Afr., 77-78: 161-167.

Chayanov, À. V., 1925 [1966]: The theory of peasant economy, Homewood, R. D. Irwin.

Chilver, E. M., y Kaberry, P. M., 1967: "The kingdom of Kom in West Cameroon", en Forde y
Kaberry, 1967: 123-151.

Ch'ii Ts'ung-tsu, Han social structure, vol. i: Han dinasty Chi¬na, Seattle, University of
Washington Press.

Cissoko, S. M., 1968: "Famines et épidémies à Tombouctou et dans la boucle du Niger du xvie
au xviiie siècle", Bull. IF AN, B, 30, 3: 806-821.
Cissoko, S. M., 1969 a: "Traits fondamentaux des sociétés du Soudan occidental, du xviie siècle
au début du xixe siècle", Bull. IF AN, B, 31, 1: 1-30.

Cissoko, S. M., 1969 b: "La royauté (Mansaya) chez les Man- dingues occidentaux d'après leurs
traditions orales", Bull. IFAN, B, 31, 2: 325-338.

Cissoko, S. M., 1975: Tombouctou et l'empire songhay, Dakar, Nouv. Éd. Afr.

Cissoko, S. M., y Sambou, K., 1974: Recueil des traditions orales des Mandingues de Gambie et
de Casamance, Nia¬mey, Centre Rég. pour la Trad. Orale.

CLAD: Lexique wolof-français, Dakar, IFAN, 3 vols.

Clarence-Smith, W. G., 1979: "Slaves, commoners and land¬lords in Bulozi", Jl. of Afr. Hist., 20,
2: 218-234.

Coale, A. J., y Demeny, P., 1966: Regional models, life tables and tables of population,
Princeton, Princeton University Press.

Contamine, P., 1976: "Guerre et christianisme médiéval", en Glénisson (comp.), 1976.

Cooper, F., 1977: Plantation slavery on the East Coast of Afri¬ca, New Haven, Yale University
Press.

Cooper, F., 1979: "The problems of slavery in African studies", Jl. of Afr. Hist., 20, 1: 103-125.

Cooper, F., 1981: "Islam and cultural hegemony", en Lovejoy (comp.), 1981: 271-307.

Cooper, J., 1876: Le continent perdu ou l'esclavage et la traite, en Afrique (1875), Paris,
Hachette.

Coquery, C. (comp.), 1965: La découverte de l'Afrique, Paris, Julliard.

Coquery-Vidrovitch, C., 1971: "De la traite des esclaves à l'ex-portation de l'huile de palme et
des palmistes au Dahomey, xixe siècle", en Meillassoux (comp.), 1971: 107-123.

Cornu, R., y Lagneau, J., 1969: Hiérarchies et classes sociales, Paris, A. Colin.

Corro, B., 1975: L'esclavage dans les Andes, Mém. de Maîtrise Ethnologie, Université de
Bordeaux II.

Coser, L. A., 1964: "The political functions of eunuchism", Amer. Soc. Rev., 29, 6: 880-885.

Coulibaly, T., 1979: "La communauté noire d'Algérie", Peuples Noirs, Peuples Africains, 2, 9:
115-123.

Crone, P., 1980: Slaves on horses: the evolution of the Islamic policy, Londres, Cambridge
University Press.

Cuoq, J. M., 1975: Recueil des sources arabes concernant l'Afri¬que occidentale du viii' au xvie
siècle, Paris, CNRS.
Curtin, P. D., y Vansina, J., 1964: "Sources of the 19th century African slave-trade", Jl. of Afr.
Hist., 2: 185-208.

Curtin, P. D. (comp.), 1966: Narratives of the West African slave trade, Madison, University of
Wisconsin Press.

Curtin, P. D., 1967: Africa remembered, Madison, University of Wisconsin Press.

Curtin, P. D., 1969: The Atlantic slave trade, Madison, Univer¬sity of Wisconsin Press.

Curtin, P. D., 1975: Economic change in pre-colonial Africa, Madison, University of Wisconsin
Press.

Cuvillier, A., 1958: Manuel de sociologie, París, PUF, 2 vols.

Daaku, K. Y., 1970: Trade and politics on the Gold Coast, 1600- 1720, Oxford, Clarendon Press.

Daaku, K. Y., 1971: "La traite des noirs et la société africaine", en Perspective nouvelle sur
l'histoire africaine, Paris, Pré¬sence Africaine, pp. 152-158.

Dalby, D. (comp.), 1970: Language and history in Africa, Lon¬dres, F. Cass.

Dalzel, A., 1793: The history of Dahomey, Londres, G. & W. Nicol.

Daubigney, A., 1976: "Contribution à l'étude de l'esclavagisme: la propriété chez Cicéron", en


Centre de Recherche d'Histoi¬re Ancienne, 1976: 13-72.

Daumas, t.-cor. E., 1845: Le Sahara algérien, Paris, Fortin- Masson.

Daumas, gen. E., 1857: Le grand désert (suivi du Code de l'esclavage chez les Musulmans),
Paris, M. Levy Frères.

Daumas, gen. E., 1858: Les chevaux du Sahara et les moeurs du désert, Paris, M. Levy Frères.

Debien, G., 1961-1967: "Les origines des esclaves aux Antilles", Bull. IFAN, B, 23, 3-4, 1961:
363-387; 25, 1-2, 1963: 1-38; 25, 3-4, 1963: 215-265; 26, 1-2, 1964: 166-211; 26, 3-4, 1964:
601-675; 27, 3-4, 1965: 755-799; 29, 3-4, 1967: 536-558.

Debien, G., Delafosse, M., Thilmans, G., 1978: "Journal d'un voyage de traite en Guinée, à
Cayenne, aux Antilles, fait par Jean Barbot en 1678-1679", Bull. IFAN, B, 40, 2: 235-395.

Deherme, P., 1908: Rapport sur la captivité en Afrique Occi¬dentale, Archives Dakar, K25.

De Jonghe, E., 1949: Les formes d'asservissement dans les sociétés indigènes du Congo belge,
Bruselas, Inst. Roy. Col. Belge.

Delafosse, M., 1912: Haut-Sénégal-Niger, Paris, Larose, 3 vols.

Delaunay, D., 1984: De la captivité à l'exil, Bondy, ORSTOM.

Delcourt, A., 1952: La France et les établissements français au Sénégal entre 1713 et 1763,
Mém. IFAN núm. 17, Dakar.
Delobsom, A.-A.-D., 1933: L'empire du Mogho-Naba, Paris, Do- mat-Monchrestien.

Demongeot, A., 1949: "L'esclavage et l'émancipation des noirs au Sénégal", Tropiques, M, 312:
10-17.

Depestre, René: Minérai noir (Poèmes), París, Présence Afri¬caine.

Dermenghem, E., 1956: Mahomet et la tradition islamique, Paris, Seuil.

Derrick, J., 1975: Africa's slaves today, Londres, Allen and Unwin.

Deschamps, H., 1971: Histoire de la traite des noirs de l'An¬tiquité à nos jours, Paris, Fayard.

Dévissé, J., 1970: "La question d'Audagust", Tegdaoust i: 109-157.

Diabaté, M.-M., 1970 a: Janjon, Paris, Présence Africaine.

Diabaté, M.-M., 1970 b: Kala Jata, Bamako, Éd. Populaires.

Diallo, O., 1947: "Les Kore et les Simo au Fouta Dialon", No¬tes Africaines, 33: 2-5.

Dieng, A.-A., 1974: Classes sociales et mode de production féo¬dal en Afrique de l'ouest,
Dakar, 15 p. mimeo.

Dieng, A.-A., 1983: Contribution à l'étude des problèmes phi-losophiques en Afrique noirfi,
Paris, Nubia.

DINAFLA: Lexique bambara-français, Bamako, DINAFLA.

Diop, A.-B., 1981: La société wolof, Paris, Karthala.

Diop, A.-S., 1978: "L'impact de la civilisation manding au Sé¬négal. La génèse de la royauté


gelwar au Siin et au Saalum", Bull. IFAN, B, 40, 4: 689-707.

Diop, C. A., 1960: L'Afrique noire précoloniale, Paris, Présence Africaine.

Diop, M., 1971-1972: Histoire des classes sociales dans l'Afri¬que de l'ouest, Paris, Maspero, 2
vols.

Dockes, P., y Servet, J.-M., 1980: Sauvages et ensauvagés, Lyon, Presses Universitaires de Lyon.

Dormán, W., 1973: Serfs, peasants and socialists, Berkeley, University of California Press.

Doutressoule, G., 1940: "Le cheval au Soudan français", Bull. IFAN, B, 2, 3-4: 324-346.

Dubois, F., 1897: Tombouctou la mystérieuse, Paris, Flam¬marion.

Duby, G., 1973 [1976]: Guerreros y campesinos, Madrid, Si¬glo XXI.

Duby, G., 1981: Le chevalier, la femme et le prêtre, Paris, Hachette.

Dumestre, G. (comp.), 1979: La geste de Ségou, Paris, A. Colin.


Dumestre, G., y Kesteloot, L. (comps.), 1975: La prise de Dionkoloni, Paris, A. Colin.

Dunbar, R. A., 1977: "Slavery and the evolution of 19th cen¬tury Damagaram", en Miers y
Kopytoff, 1977: 155-177.

Dupire, M., 1970: Organisation sociale des Peuls, París, Pion.

Edrisi [1866]: Description de l'Afrique et de l'Espagne (trad, de R. Dozy y M.-J. de Goeje),


Leiden, Brill.

Ekholm, K„ 1972: Power and prestige, the rise and fall of the Kongo kingdom, Uppsala, Skriv
Service.

El-Bekri, A.-O., siglo xi [1965]: Description de l'Afrique sep-tentrionale (trad, de de Slane), Paris,
A. Maisonneuve.

Elwert, G., 1973: Wirtschaft und Herrschaft von Dahomey, Munich, Kommission Verlag K.
Rinner.

Emmer, P., Mettas, J., y Nardin, J.-E. (comps.), 1975: La traite des noirs par l'Atlantique:
nouvelles approches, núm. espe¬cial de Rev. Franç. d'OM, 42: 226-227.

Engels, F., 1877-1878 [1950]: Anti-Dühring, París, Éditions So-ciales.

Engels, F., 1884 [1980]: El origen de la familia, de la propie¬dad privada y del estado, en Obras
escogidas de C. Marx y F. Engels, Moscú, Editorial Progreso, t. m, pp. 203-352.

Engerman, S. L., 1981: "L'esclavage aux États-Unis et aux Antilles anglaises: quelques
comparaisons économiques et démographiques", en Mintz (comp.), 1981: 223-246.

Engerman, S. L., y Genovese, E. D. (comps.), 1975: Race and slavery in the Western
hemisphere: quantitative studies, Princeton, Princeton University Press.

Es-Sa'di, A. [1964]: Tarikh es-Soudan, Paris, Leroux.

Ezeanya, S. N., 1967: "The osu system in Igboland", Jl. Relig. in Afr., 1, 1: 35-45.

Fabre, M., 1970: Esclaves et planteurs dans le sud américain, Paris, Julliard.

Fage, J. D., 1964: "Some thoughts on state foundation in the Western Sudan before the 17th
century", en Butler (comp.), 1964: 17-34.

Fage, J. D., 1969: "Slavery and the slave trade in the context of West African history", J I. of Afr.
Hist., 10, 3: 393-404.

Fage, J. D,, 1974: State and subjects in Sub-Saharan African history, Raymond Dart Lectures,
Witwatersrand University.

Fage, J. D., 1980: "Slave and society in Western Africa, c. 1445-c. 1700", Jl. of Afr. Hist., 21, 3:
289-310.
Farias, P. F. de M., 1980: "Model of the world and categorial models: the 'enslavable barbarian'
as a model of classifi- catory label", Slavery and Abolition, 1, 2: 115-131 (v. Moraes Farias, P. F.
de).

Fayet, C., 1931: Esclavage et travail obligatoire. La main- d'oeuvre volontaire en Afrique, Paris,
Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence.

Filipowiak, W., 1979: Études archéologiques sur la capitale médiévale du Mali, Varsovia,
Museum Narodowe w. Szczenie.

Finley, M. I., 1960: Slavery in classical antiquity, Cambridge, He ff er.

Finley, M. I., 1969: "The idea of slavery: critique of David Brion Davis: The problem of slavery in
Western culture", en Foner y Genovese, 1969: 260.

Finley, M. I., 1973: The ancient economy, Berkeley, Universi¬ty of California Press.

Finley, M. I., 1979: "Slavery and the historians", Histoire Sociale, 12, 24: 247-261.

Finley, M. I., 1981: Esclavage antique et idéologie moderne, Paris, Éd. de Minuit.

Fisher, A. G. B., y Fisher, N. J., 1970: Slavery and Muslim society in Africa, Londres, Hurst.

Fisher, H. J., y Rowland, V., 1971: "Firearms in the Central Sudan", Jl. of Afr. Hist., 12: 215-239.

Fohlen, C., 1975: "L'esclavage aux États-Unis", Revue Franç. d'Hist. d'Outremer, 52, 226-227:
372-383.

Foner, L., y Genovese, E. D. (comps.), 1969: Slavery in the New World, Englewood Cliffs,
Prentice Hall.

Forde, D., 1951: The Yoruba speaking people of South West¬ern Nigeria, Londres, Int. Afr. Inst.

Forde, D., y Kaberry, P. M. (comps.), 1967: West African king¬doms in the 19th century,
Londres, IAI, Oxford University Press.

Fraser, D., y Cole, H. M. (comps.), 1972: African art and lea¬dership, Madison, University of
Wisconsin Press.

Freyre, G., 1933: Maîtres et esclaves, Paris, Gallimard.

Frossard, M., 1789 [1889]: La cause des esclaves nègres et des habitants de la Guinée, Lyon
(microed., Hachette).

Fuglestad, F., 1977: "Quelques réflexions sur l'histoire et les institutions de l'ancien royaume
du Dahomey et de ses voi¬sins", Bull. 1FAN, B, 39, 3: 493-517.

Gabriel, J., y Ben-Tovim, G., 1978: "Marxism and the concept of racism", Economy and Society,
7, 2: 118-155.

Gaden, H., 1931: Proverbes et maximes peuls et toucouleurs, París, Inst. d'Ethnologie.
Gallais, J., 1967: Le delta intérieur du Niger, Dakar, IFAN, 2 vols.

Galliéni, cdte., 1885: Voyage au Soudan français, París, Ha¬chette.

Gamble, D. P., 1957: The Wolof of Senegambia, Londres, Int. Afr. Inst.

Garlan, Y., 1982: Les esclaves en Grèce ancienne, Paris, Mas- pero.

Garnsey, P., 1976: "Peasants in ancient Roman society", Jl. of Peasant Studies, 3, 3: 221-235.

Gaston-Martin, 1948: Histoire de l'esclavage dans les colonies françaises, París, PUF.

Gautier, A., 1985: Les soeurs de solitude, Paris, Éd. Caribéennes.

Gemery, H.-A., y Hogendorn, J. S., 1981: "La traite des escla¬ves sur l'Atlantique: essai de
modèle économique", en Mintz (comp.), 1981: 18-45.

Genovese, E. D., 1968: Économie politique de l'esclavage, Pa¬ris, Maspero.

Genovese, E. D., 1974: Roll, Jordan, roll: the world the slaves made, Nueva York, Pantheon.

Geoffroy de Villeneuve, A., 1814: De l'Afrique, París, Nepveu, 4 vols.

Gerbeau, H., 1967: "Un mort-vivant: l'esclavage", Présence Africaine, 61, 1: 180-198.

Gerbeau, H., 1970: Les esclaves noirs, Paris, A. Balland.

Girard, J., 1969: Genèse du pouvoir charismatique en Basse- Casamance (Sénégal), Dakar,
IFAN.

Giraud, M., 1979: Races et classes en Martinique, Paris, An- thropos.

Giraud, M., y Jamard, J.-L., 1976: Les antillais et le travail, Paris, Grimsca, MSH.

Gisler, A., 1965: L'esclavage aux Antilles françaises (xviic-xixe siècles): contribution au
problème de l'esclavage, Friburgo, Éd. Univ.

Gleave, M. B., y Prothero, R. M., 1971: "Population density and slave raiding, a comment", Jl.
of Afr. Hist., 12, 2: 319-324.

Glélé, M.-A., 1974: Le Danxome, Paris, Nubia.

Glénisson, J. (comp.), 1976: La guerre au Moyen Âge, Paris, Pons.

Gomila, J., 1976: "Définir la population", en Jacquard (comp.), 1976: 5-36.

Goody, J. (comp.), 1968: Literacy in traditional society, Cam¬bridge, Cambridge University


Press.

Goody, J., 1971: Technology, tradition and the state in Africa, Londres, IAI, Oxford University
Press.

Goody, J., 1980: "Slavery in time and space", en Watson (comp.), 1980: 16-42.
Grace, J., 1975: Domestic slavery in West Africa, Londres, Frederick Muller Ltd.

Graham, J. D., 1965: "The slave-trade, depopulation and hu¬man sacrifice in Benin", Cah.
d'Études Afr., 5 (2), 18: 317-334.

Granderye, cap., 1947: "Notes et souvenirs sur l'occupation de Tombouctou", Rev. Hist. Col.,
1947, 34: 87-131.

Grant, D., 1968: The fortunate slave, Londres, Oxford Uni¬versity Press.

GROMSCA, 1975: Reproduction des hiérarchies sociales et action de l'État, Paris, MSH, Écologie
et Sciences Humaines (mimeo.).

Groupe Universitaire de Recherche Inter-Caraïbes, 1969: Le passage de la société esclavagiste


à la société postesclava¬giste, Pointe-à-Pitre.

Gueye, M., 1965: "L'affaire Chautemps (avril 1904) et la sup¬pression de l'esclavage de case au
Sénégal", Bull. IFAN, B, 27, 3-4: 543-559.

Gueye, M., 1966: "La fin de l'esclavage à Saint-Louis et à Gorée en 1848", Bull. IFAN, B, 27, 3-4:
543-559.

Guillaume, E., 1895: Le Soudan en 1894, la vérité sur Tombouc¬tou. L'esclavage au Soudan,
Paris, Savine.

Guillaume, H., 1974: Les nomades interrompus, Niamey, Étu¬des Nigériennes, num. 35.

Gutman, H., 1981: "Familles et groupes de parenté chez les afro-américains en esclavage dans
les plantations de Good Hope (Car. du. S.), 1760-1860", en Mintz (comp.), 1981: 141-172.

Hafkin, N., y Bay, E. G., 1976: Women in Africa, Stanford, Stanford University Press.

Halphen, L. (comp.), 1964: Histoire anonyme de la première croisade, Paris, Soc. d'Éd. Les
Belles-Lettres.

Harms, R., 1978: Competition and capitalism: the Bobangi role in Equatorial Africa's trade
revolution, tesis de docto- rado, University of Madison.

Harms, R., 1983: "Sustaining the system: trading towns along the Middle Zaire", en Robertson
y Klein (comps.), 1983: 95-110.

Harries, P., 1981: "Slavery, social incorporation and surplus extraction: the nature of free and
unfree labour in South- East Africa", Jl of Afr. Hist., 22, 3: 309-330.

Hecquard, H., 1853: Voyage sur la côte et l'intérieur de l'Afri¬que occidentale, Paris, Bénard et
Cie.

Heers, J., 1981: Esclaves et domestiques au Moyen Âge, Pa¬ris, Fayard.

Héritier, F., 1975: "Des cauris et des hommes: production d'esclaves et accumulation de cauris
chez les Samo (Haute- Volta)", en Meillassoux (comp.), 1975 b: 477-508.
Herskovits, M. J., 1978: Dahomey, an ancient West African kingdom, Nueva York, Augustin, 2
vols.

Hindess, B., y Hirst, P. Q., 1975: Pre-capitalist modes of production, Londres, Routledge and
Kegan Paul.

Hogendorn, J. S., 1977: "The economics of slave use on two 'plantations' in the Zaria emirate of
the Sokoto caliphate", Int. Jl. of Afr. Hist. Stud., 10, 3: 369-383.

Hogg, P., 1973: The African slave trade and its suppression (a classified bibliography), Londres,
Frank Cass.

Holas, B., 1949: "À propos de l'étymologie du komo", Notes Africaines, 42: 49.

Hopkins, A. G., 1973: An economic history of West Africa, Londres, Longman.

Hopkins, K., 1978: Conquerors and slaves, Londres, Cambrid¬ge University Press.

Horton, R., 1975: "On the rationality of conversion", Africa, 45, 3: 219-235; 45, 4: 373-399.

Horton, W. R. G., 1954: "The Ohu system of slavery in a northern Ibo village", Africa, 24, 4: 311-
336.

Hunkandrin, L., 1964: "L'esclavage en Mauritanie", Éd. Daho-méennes, 3: 31-49.

Hunwick, J. O., 1970: "The term Zanj and its derivatives in West African chronicles", en Dalby
(comp.), 1970: 102-108.

Hunwick, J. O., 1973: "The mid-fourteenth century capital of Mali", Jl. of Afr. Hist., 14, 2: 195-
208.

Ibn Khaldun [1852]: Histoire des Berbères, Argel.

Idrissi: v. Edrisi. *

Igbafe, P. A., 1975: "Slavery and emancipation in Benin, 1897- 1945", JL of Afr. Hist., 16, 3: 409-
429.

Imbert, J., Sautel, G., y Boulet-Sautel, M„ 1957: Histoire des institutions et des faits sociaux,
París, PUF, 2 vols.

Innés, G., 1974: Sunjata: three Mandinka versions, Londres, SOAS.

Isaac, E., 1980: "Genesis, judaism and the 'sons of Ham' ", Slavery and Abolition, 1, 1: 3-17.

Isaacman, B. y A., 1977: "Slavery and stratification among the Sena of Mozambique: a study of
the Kaporo system", en Miers y Kopytoff (comp.), 1977: 105-119.

Isert, P.-E., 1973: Voyages en Guinée et dans les îles Caraibes en Amérique, Paris, Maradan.

Itoh, M. (en preparación): Valeur et crise, Paris, EDI.


Izard, M., 1970: Introduction à l'histoire du royaume mossi, París, Uagadugu, Recherches
Voltaïques, 2 vols.

Izard, M., 1975: "Les captifs royaux dans l'ancien Yatenga", en Meillassoux (comp.), 1975 b:
281-297.

Izard, M., 1976: Formes d'organisation militaire dans la Hau- te-Volta de la seconde moitié du
xixe siècle, comunicación, Séminaire EPHESS, Paris.

Jacquard, A. (comp.), 1976: L'étude des isolais, espoirs et limites, Paris, INED.

Jacques-Meunie, D., 1947: "Les oasis de Lektaoua et des Me- hamid", Hesperis, 3-4: 410-412.

Jacques-Meunie, D., 1958: "Hiérarchie sociale au Maroc pré-saharien", Hesperis, 3-4: 239-267.

Jacques-Meunie, D., 1961: Cités anciennes de Mauritanie, Pa¬ris, Klincksieck.

Jamard, J.-L., sf: Les systèmes socio-économiques antillais, leurs modalités de constitution et
de transformation, Pa¬ris, CORDES.

Jamard, J.-L., 1982: "Le mode de production esclavagiste en Guadeloupe et en Martinique en


rapport avec le mouvement de la société française", Archipelago, 1: 57-95.

Jaulin, R., 1971: La mort sara, Paris, UGE.

Jawara, M., 1976-1977: Monographie du royaume de Jara du xvie au xviiie siècle, Mémoire,
Bamako, École Normale Su¬périeure.

Jewsiewicki, B., 1981: "The social context of slavery in Equa¬torial Africa during the 19th and
20th century", en Lovejoy (comp.), 1981: 41-72.

Johnson, M., 1970: "The cowrie currencies of West Africa", Jl. of Afr. Hist., 11, 1: 17-49; 11, 3:
331-354.

Johnson, M., 1976: "The economic foundation of an Islamic theocracy: the case of Masina", Jl.
of Afr. Hist., 17, 4: 481-496.

Johnson, M„ 1980: "Polanyi, Peukert and the political econo¬my of Dahomey", JL of Afr. Hist.,
21, 3: 395-399.

Jönckers, D. de, 1981: Organisation socio-économique des Minianka du Mali, tesis, Fac. Sc.
Soc., Univ. Libre de Bru¬xelles.

Jones, A., y Johnson, M., 1980: "Slaves from the Windward Coast", Jl. Afr. Studies, 21, 1: 17-34.

Josefsson, C., 1981: Kuba slavery, inédito, Göteborg Univ.

Kaba, L., 1981: "Archers, musketeers and mosquitoes: the Moroccan invasion of the Sudan and
the Songhay resis¬tance (1591-1612)", Jl. of Afr. Hist., 22: 457-475.

Kake, I. B., 1969: "L'aventure des Bukhara (prétoriens noirs) au Maroc au xviiie siècle",
Présence Africaine, 70, 2: 69-74.
Kamissoko, W., 1975: L'empire du Mali (trad. Y.-T. Cissé), 1er. Colloque International, Bamako,
SCOA.

Kâti [1964]: Tarikh el-Fettach (trad. O. Houdas y M. Dela- fosse), Paris, Leroux.

Kea, R. A., 1971: "Firearms and warfare on the Gold and Slave Coast (16th to 19th century)", Jl.
of Afr. Hist., 12: 185-213.

Keim, C. A., 1983: "Women in slavery among the Mangbetu, 1800-1910", en Robertson y Klein
(comps.), 1983: 144-160.

Kersaint-Gilly, F. de, 1924: "Essai sur l'évolution de l'escla¬vage en Afrique occidentale


française. Son dernier stade au Soudan français", Bull. Com. Ét. Hist. Scient. AOF, 9: 469-478.

Kesteloot, L. (comp.), 1972: Da Monzon de Ségou, Paris, Nat¬han, 4 vols.

Kesteloot, L. (comp.), 1978: "Le mythe et l'histoire dans la formation de l'empire de Ségou",
Bull. IF AN, B, 40, 3: 578-681.

Kimba, I., 1979: Guerres et sociétés, tesis, UER Géog., Hist, et Se. Soc., París VIII.

Klein, H. S., 1983: "African women in the Atlantic slave tra¬de", en Robertson y Klein (comps.),
1983: 29-38.

Klein, M. A., 1971: "Slavery, the slave trade and legitimate commerce in late 19th century", Ét.
d'Hist. Afr., 2: 5-28.

Klein, M. A., 1972: "Social and economic factors in the Muslis revolution in Senegambia", Jl. of
Afr. Hist., 13, 3: 419-441.

Klein, M. A., 1977: "Servitude among the Wolof and Sereer of Senegambia", en Miers y
Kopytoff (comps.), 1977: 335-363.

Klein, M. A., 1978: "The study of slavery in Africa", J I. of Afr. Hist., 19, 4: 599-610.

Klein, M. A., sf: From slave to metayer in the French Sudan: an effect at controlled social
change, 22 p. mimeo.

Klein, M. A., 1983: Slavery, forced labour and French rule in colonial Guinea, Univ. of Toronto,
15 p. mimeo. (inédito).

Klein, N., 1981: "The two Assantes", en Lovejoy (comp.), 1981: 149-167.

Klein, N. (en preparación): Asante slave.ry, mimeo.

Kodjo, N.-G., 1976: "Contribution à l'étude des tribus dites serviles du Songaï", Bull. IFAN, B,
38, 4: 790-812.

Kohler, J.-M., 1972: Les migrations des Mosi de l'ouest, Paris, ORSTOM, Travaux et Documents
núm. 18.

Konare Ba, A., 1977: Sonni Ali Ber, Niamey, Études Nigé¬riennes.
Koubbel, L., 1968: "Histoire de la vallée du Niger supérieur et moyen du viiie au xvie siècle:
quelques réflexions sur le découpage chronologique", Notes et Doc. Voltaiques, 1, 4: 13-28.

Kouloub, Out el, 1958: Ramza, Paris, Gallimard.

Kouroubari, A., 1959: "Histoire de l'iman Samory", Bull. IFAN, B, 21, 3-4: 544-571.

Kula, W., 1962 [1974]: Teoría económica del sistema feudal, México, Siglo XXI.

Labouret, H., 1955: "Le servage, étape entre l'esclavage et la liberté en Afrique occidentale",
Deutsche Afr. Studien, 1955: 147-153.

Lacoste, Y., 1966: Ibn Khaldoun, Paris, Maspero.

Lacroix, L., 1967: Les derniers négriers, Paris, Inter Presse.

Lamiral, D. H., 1789: L'Affrique et le peuple affriquain, con¬sidérés sous tous leurs rapports
avec notre commerce et nos colonies, Paris, Dessenne.

Lanfry, J., 1966: Gadames, Argel.

Lange, D., 1972: "L'intérieur de l'Afrique occidentale d'après Giovanni Lorenzo Anania (xvie
siècle)", Cah. d'Hist. Mon¬diale, 14, 2: 299-351.

Lange, D., 1978: "Progrès de l'Islam et changement politique au Kanem du xie au xiiif siècle: un
essai d'interprétation", Jl. of Afr. Hist., 19, 4: 495-514.

La Roncière, C. de, 1933: Nègres et négriers, Paris, Portiques.

Laurentin, A., 1960: "Femmes Nzakara", en Paulme (comp.), 1960: 121-172.

Law, R„ 1971: "The constitutional trouble of Oyo in the 18th century", Jl. of Afr. Hist., 12, 1: 25-
44.

Law, R., 1975: "A West African cavalry state: the kingdom of Oyo", Jl. of Afr. Hist., 16, 1: 1-16.

Law, R., 1976: "Horses, firearms and political power in pre- colonial West Africa", Past and
Present, 72: 112-132.

Law, R., 1977 a: The Oyo Empire: 1600-1836, Oxford, Claren¬don Press.

Law, R., 1977 b: "Royal monopoly and private enterprise in the Atlantic trade: the case of
Dahomey", Jl. of Afr. Hist., 18, 4: 555-557.

Lefebvre des Noëttes, 1924: La force animale à travers les âges, Paris, Berger-Levrault.

Lefebvre des Noëttes, 1931: L'attelage, le cheval de selle à travers les âges. Contribution à
l'histoire de l'esclavage, Pa¬ris, Picard, 2 vols.

Lefebvre des Noëttes, 1932: "Autour du vaisseau de Boro- Boudan", La Nature, 2885: 49-58.
Leff, N. N., 1974: "Long term viability of slavery in a back¬ward closed economy", Jl. of
Interdisciplinary History, 5: 103-108.

Legassick, M., 1966: "Firearms, horses and Samorian army organisation, 1870-1898", Jl. of Afr.
Hist., 7: 95-115.

Le Goff, J„ 1965: La civilisation de l'occident médiéval, París, Arthaud.

Le Hérissé, 1911: L'ancien royaume de Dahomey, Paris, La- rose.

Lengellé, M., 1967: L'esclavage, Paris, Que Sais-Je?

Levtzion, N., 1971 a: "A 17th century chronicle by Ibn al Makhtar: a critical study of Tarikh al-
Fattash", Bull, of the SO AS, 34, 3, 1971: 571-593.

Levtzion, N., 1971 b: "Mahmud Kati fut-il l'auteur du Tarikh al-Fattash?", Bull. IF AN, B, 33, 4:
665-674.

Levtzion, N., 1973: Ancient Ghana and Mali, Londres, Methuen and Co.

Lévy-Bruhl, H„ 1931: "Théorie de l'esclavage", Révue Géné¬rale du Droit, 55: 1-17.

Leynaud, E., sf [1961]: Les cadres sociaux de la vie rurale dans la haute vallée du Niger, Paris,
BDPA, 2 vols, mimeo.

Littré, E.,. 1877 [1959]: Dictionnaire de la langue française, Gallimard/Hachette, 7 vols.

Lombard, J., 1967: "The kingdom of Dahomey", en Forde y Kaberry (comps.): 70-92.

Louis-Joseph, C., 1976: Capital marchand, esclavage et sucre aux Antilles françaises, 1635-
1848, ms. inédito.

Lovejoy, P. E., 1978: "Plantation in the economy of Sokoto caliphate", Jl. of Afr. Hist., 19, 3:
341-368.

Lovejoy, P. E. (comp.), 1981: The ideology of slavery, Beverly Hills, Sage.

Lovejoy, P. E., 1981: "Slavery in the Sokoto caliphate", en Lovejoy (comp.), 1981: 201-243.

Lovejoy, P. E. (comp.), 1983: Transformation in slavery, Lon¬dres, Cambridge University Press..

Lovejoy, P. E., y Baier, S., 1975: "The desert side economy of the central Sudan", Intl. Jl. of Afr.
Hist. Study, 8, 4: 551-581.

Loyer, P. G. de (1660-1715): en Roussier, 1935.

Ly, A., 1958: La compagnie du Sénégal, Paris, Présence Afri¬caine.

Ly, B., 1967: "L'honneur dans les sociétés ouolof et toucou- leur du Sénégal", Présence
Africaine, 61, 1: 32-67.
McCall, D. F., 1967: "The horse in West African history", Con¬grès international des
Africanistes, Dakar.

McCall, D. F., y Bennett, N. R. (comps.), 1971: Aspects of West African Islam, Boston.

McCaskie, T. C., 1980: "Office, land and subjects in the history of the Manwere Fekuo of
Kumase", Jl. of Afr. Hist., 21, 2: 189-208.

MacCormack, C. P., 1977: "Wono: institutionalized depen¬dency in Sherbro descent group", en


Miers y Kopytoff (comps.): 181-200.

McDougall, E. A., 1980: The Ijil salt industry, tesis de docto- rado, University of Birmingham.

MacLeod, W. C., 1928: "Economic aspects of indigenous Amer¬ican slavery", Am. Anthrop., ns,
30: 632-650.

MacLeod, W. C., 1929: "The origin of the servile labor groups", Am. Anthrop., ns, 30: 89-113.

Magalhaes-Godinho, V.: L'économie de l'empire portugais aux xve et xvie siècles, Paris,
SEVPEN.

Mage, E., 1868: Voyage dans le Soudan occidental (Sénégam- bie-Niger), Paris, Hachette.

Mahibou, S.-M., y Triaud, J.-L., 1983: Voilà ce qui est arrivé, Paris, CNRS.

Malowist, M., 1966: "Le commerce de l'or et des esclaves au Soudan occidental", Africana
Bull., 4: 49-72.

Manning, P., 1969: "Slaves, palmoil and political power on the West African coast: a historical
hypothesis", Afr. Hist. Stud., 2, 2: 279-288.

Manning, P., 1975: "Un document sur la fin de l'esclavage au Dahomey (Rapport de
l'administrateur Charles, 1904)", No¬tes Africaines, 147: 88-91.

Manning, P., 1981: Slavery, colonialism and economic growth in Dahomey, 1640-1960,
Cambridge, Cambridge University Press.

Manning, P., sf: The enslavement of Africans: a demographic model, 71 p. mimeo., inédito.

Maquiavelo, N., 1571 [1981]: El principe, México, Austral.

Marchai, F., Rabut, O., et al, 1972: "La conjoncture démo¬graphique: l'Afrique, l'Amérique
latine et l'Asie", Popula¬tion, 27, 6: 1076-1117.

Markov, W. (comp.), 1967: Études africaines, Leipzig.

Marty, P., 1920-1921: Études sur l'Islam et les tribus du Sou¬dan, Paris, Leroux, 4 vols.

Marx, K„ y Hobsbawm, E. J. [1989]: Formaciones económi¬cas precapitalistas, México, Siglo


XXI.
Marx, K., 1857-1858 [1971-1976]: Elementos fundamentales para la crítica de la economía
política, México, Siglo XXI, 3 vols.

Marx, K„ 1861-1865 [1970]: La guerre civile aux États-Unis, París, Union Générale d'Éditions.

Marx, K., 1867 [1975-1981]: El capital: critica de la economía política, México, Siglo XXI, 8 vols.

Masón, M., 1971: "Population density and slave-raiding: a re- ply", Jl. of Afr. Hist., 12, 2: 324-
327.

Mason, M., 1973: "Captive and client labour in the economy of the Bida emirate", Jl. of Afr.
Hist., 14, 3: 453-471.

Maugham, R., 1961: Les esclaves existent toujours, Paris, Éd. Universitaires.

Mauny, R., 1961: Tableau géographique de l'ouest africain au Moyen Âge, Mém. IFAN, Dakar.

Mauny, R., 1967: "Le livre de bord du navire Santa Maria da Comeiça (1522)", Bull. IFAN, B, 29,
34: 512-535.

Maurin, J., 1975: "Remarques sur la notion de puer à l'époque classique", Bull, de l'Ass.
Guillaume-Budé, 4: 221-230.

Maziîlier, 1894: "Rapport sur la captivité dans les cercles du Soudan", Archives Nationales du
Sénégal, K14.

Mbodj, M., 1978: Un exemple d'économie coloniale, le Sine- Saloum de 1877 à 1940, tesis,
Université de Paris VIII.

M'Bow, A. M., Ki-Zerbo, J., y Devisse, J., 1965: La. traite ne¬grière du xviii* au début du xixe
siècle, Paris, Hatier.

Meillassoux, C., y Niare, A.-C., 1963: "Histoire et institutions du Kafo de Bamako", Cah. Ét.
Africaines, 4, 2 (14): 186-226.

Meillassoux, C., 1964: Anthropologie économique des Gouro de Côte d'Ivoire, Paris, Mouton.

Meillassoux, C., 1966: "Plans d'anciennes fortifications (tata) en pays malinke", Jl Soc. Ajr., 36,
1: 29-43.

Meillassoux, C., Doucoure, L., y Simagha, D., 1967: Légende de la dispersion des Kusa (Epopée
Soninke), Dakar, IFAN.

Meillassoux, C., 1968: "Ostentation, destruction, reproduction", Économies et Sociétés, n, 4:


760-772.

Meillassoux, C. (comp.), 1971 a: L'évolution du commerce africain depuis le xixe siècle en


Afrique de l'ouest, Oxford, Oxford University Press.

Meillassoux, C., 1971 d: "Le commerce pré-colonial et le déve-loppement de l'esclavage à


Gumbu du Sahel (Mali)", en Meillassoux (comp.), 1971 a: 182-195.
Meillassoux, C., 1971 e: "Review of Technology, tradition and the state in Africa de J. Goody",
Africa, 41, 4: 331-333.

Meillassoux, C., 1972 b: "L'itinéraire d'Ibn Battuta de Walata à Malli", Jl. of Afr. Hist., 13, 3:
389-396.

Meillassoux, C., 1972 d: "Les origines de Gumbu du Sahel", Bull. IFAN, B, 34, 2: 268-298.

Meillassoux, C., 1972 f: "Réexamen de l'itinéraire d'Ibn Battu¬ta entre Walata et Malli",
Conference on Manding Studies, Londres.

Meillassoux, C., 1972 g: "Où donc était Suleyman? (Réponse à J. O. Hunwick sur l'emplacement
de la capital du Mali)", Conference on Manding Studies, Londres.

Meillassoux, C., 1975 a: "État et condition des esclaves à Gum¬bu (Mali) au xixe siècle", en
Meillassoux (comp.), 1975 b: 221-252.

Meillassoux, C. (comp.), 1975 b\ L'esclavage en Afrique pré-coloniale, Paris, Maspero.

Meillassoux, C., 1975 c [1977]: Mujeres, graneros y capitales, México, Siglo XXI.

Meillassoux, C., 1977 f: "Lettre sur l'esclavage", Dialectiques, 21: 144-154.

Meillassoux, C., 1978 a: "L'interprétation légendaire de l'his¬toire du Jonkoloni (Mali)", en


Bernardi et al. (comps.), 1978: 347-392.

Meillassoux, C., 1978 b: "Modalités historiques de l'exploita¬tion et de la surexploitation du


travail", Connaissance du Tiers Monde, Cah. de Jussieu, 4: 135-160.

Meillassoux, C., 1979 e: "Le mâle en gésine", Cah. d'Études Afr., 19, 1-4 (73-76): 353-380.

Meillassoux, C., 1982 h: "Les bases économiques de la repro¬duction démographique du mode


de production domestique au salariat", Uomo, 6, 2: 177-191.

Meillassoux, C., 1984: "Habitat e modi di vida", en Spini (comps.), 1984: 5-9.

Mercadier, F.-J.-G., 1971: L'esclave de Timimoun, Paris, Éd. France-Empire.

Mettas, J., 1978: Répertoire des expéditions négrières françai¬ses au xviiie siècle, Paris, Soc.
Franç. d'Hist. d'OM.

Meunier, D., 1980: "Le commerce du sel de Taoudeni", Jl. Soc. des Afr., 50, 2: 133-144.

Meyers, A., 1971: "Slavery in Hausa-Fulani emirates", en Mc- Call y Bennett (comps.), 1971.

Michelet, J., 1861: La sorcière, Paris, Bibliothèque Mondiale.

Miers, S., y Kopytoff, I. (comps.), 1977: Slavery in Africa, Madison, University of Wisconsin
Press.

Miller, J. C., 1977a: "Imbangala lineage slavery (Angola)", en Miers y Kopytoff, 1977: 205-231.
Miller, J. C., 1977b: Slavery: a. teaching bibliography, Brandeis, Crossroad Press, y supl. en
Slavery and abolition, 1980, 1, 1: 65-110.

Mintz, S. (comp.), 1981: Esclave = Facteur de production, Paris, Dunod.

Molin, mons., 1959: Recueil de proverbes bambaras et malin- kes, Bamako, Les Presses
Missionnaires.

Mollien, Th.-G. [1967]: L'Afrique occidentale en 1818, Paris, Calmann-Lévy.

Monier, R., 1947: Manuel élémentaire de droit romain, Paris, Domat-Montchrestien.

Monod, T. (comp.), 1975: Les sociétés pastorales en Afrique tropicale, Londres, Oxford
University Press.

Monteil, C., 1902-1903: Carnets, doc. inéditos del Arch. V. Mon- teil.

Monteil, C., 1915: Les Khassonké, Paris, E. Leroux.

Monteil, C., 1924 [1977]: Les Bambara de Ségou et du Kaarta, Paris, Larose.

Monteil, C., 1927: Le coton chez les Noirs, Paris, Larose.

Monteil, C., 1929: Les empires du Mali, Paris, Maisonneuve et Larose.

Monteil, C., 1932 [1971]: Une cité soudanaise, Djenné, Paris, Anthropos.

Monteil, C., 1966: "Fin de siècle à Médine (1898-1899)", Bull. IFAN, B, 28, 1-2: 82-172.

Monteil, V., 1963: ."Contribution à la sociologie des Peuls: 'Fonds Vieillard' de I'IFAN", Bull.
IFAN, B, 25, 3-4: 351-414..

Monteil, V., 1964: L'Islam noir, Paris, Seuil.

Monteil, V., 1967: "The Wolof kingdom of Kayor", en Forde y Kaberry (comps.), 1967: 260-282.

Monteil, V., 1968 a: "Un cas d'économie ostentatoire: les griots d'Afrique noire", Économies et
Sociétés, 2, 4: 772-791.

Monteil, V., 1968 b: "Introduction aux voyages d'Ibn Battuta (1325-1353)", Bull. IFAN, B, 30, 2:
444-462.

Monteil, V., 1979: "Les Janissaires", L'Histoire, 8: 22-30.

Montrât, M., 1935: "Notes sur les malinke du Sankaran", Outre-mer, 7: 107-127.

Moraes, N.-I. de, 1978: "La campagne negrière du San-Anto- nioe-as-Almas (1670)", Bull. IF AN,
B, 40, 4: 708-717.

Moraes Farias, P. F. de, 1974: "Great states revisited", Jl. of Afr. Hist., 15, 3: 479-488.

Moraes Farias, P. F. de, 1980: "Model of the world and ca- tegorial models: the 'enslavable
barbarian' as a model of clas- sificatory label", Slavery and Abolition, 1, 2: 115-131.
Mòrner, M„ 1980: Buy or breed, Bucarest, Int. Congress of Historical Sciences.

Morton-Williams, P., 1967: "The Yoruba kingdom of Oyo", en Forde y Kaberry (comps.), 1967:
36-69.

Mousnier, J., 1957: Journal de la traite des Noirs, Paris, Éd. de Paris.

Mousnier, R., 1969: Les hiérarchies sociales de 1405 à nos jours, Paris, PUF.

Munson, P., 1972: "Archaeology and the Prehistoric origins of the Ghana empire", Conference
on Manding Studies, Lon¬dres, SOAS.

Nadel, S. F., 1942: Black Byzantium, Londres, Oxford Univer¬sity Press.

N'Diaye, M. (ed.), 1978: "Histoire de Ségou par Chiek Mous¬sa Kamara", Bull. IF AN, 40, 3: 458-
488.

N'Dyaye, B., 1970: Les castes au Mali, Bamako, Éditions Po¬pulaires.

Newbury, C. W., 1960: "Une ancienne enquête sur l'esclavage et la captivité au Dahomey",
Zaire, 14, 1: 53-67.

Niane, D. T., 1960: Soundjata ou l'épopée mandingue, Paris,

» Présence Africaine.

Niane, D. T., 1974: "Histoire et tradition historique du Man¬ding", Présence Africaine, 89, 1:
59-74.

Nicolas, F. J., 1977: "L'origine et la signification du mot har- tani et de ses équivalents", Notes
Africaines, 156: 101-106.

Nieboer, H. J., 1900: Slavery as an industrial system, La Haya, M. Nijhoff.

Northrup, D., 1976: "The compatibility of the slave and palm oil trades in the bight of Biafra",
Jl. of Afr. Hist., 17, 3: 353-364.

Northrup, D., 1981: "Slavery in a Yoruba society in the 19th century", en Lovejoy (comp.),
1981: 101-122.

Nwachukwu-Ogedengbe, 1977: "Slavery in nineteenth century Aboh (Nigeria)", e'n Miers y


Kopytoff (comps.), 1977: 133- 152.

Nyendal, D. van, 1705: "Lettre", en Bosman, 1705: 458.

Obichere, B. I., 1978: "Women and slavery in the kingdom of Dahomey", Rev. Franç. d'Hist.
d'OM, 65, 238: 5-20.

O'Fahey, R. S., 1973: "Slavery and the slave-trade in Dar-Fur", Jl. of Afr. Hist., 14, 1: 29-43.

Olivier de Sardan, J.-P., 1969 a: Les voleurs d'hommes, Nia¬mey, Études Nigériennes 25.
Olivier de Sardan, J.-P., 1969 b: Systèmes des relations éco¬nomiques et sociales chez les
Wogo du Niger, Paris, Insti¬tute d'Ethnologie.

Olivier de Sardan, J.-P., 1973 a: "Personalité et structures sociales (le cas sonxai)", en Colloques
Internationaux du CNRS, La notion de personne en Afrique noire: 421-446.

Olivier de Sardan, J.-P., 1973 b: "Esclavage d'échange et cap¬tivité familiale chez les Songhay-
Zarma", Jl. Soc. des Afr., 43, 1: 111-151.

Olivier de Sardan, J.-P., 1975: "Captifs ruraux et esclaves im¬périaux du Songhay", en


Meillassoux (comp.), 1975 b: 99-134.

Olivier de Sardan, J.-P., 1976: Quand nos pères étaint captifs, Paris, Nubia.

Olivier de Sardan, J.-P., 1982: Concepts et conceptions Son-ghay-Zarma, Paris, Nubia.

Olivier de Sardan, J.-P., 1984: Les sociétés Songhay-Zarma (Ni-ger-Mali), Paris, Karthala.

Ortoli, H., 1939: "Le gage des personnes au Soudan français", Bull. IF AN, B, 1, 1: 313-324.

Panoff, M., 1970: "Du suicidé comme moyen de gouvernement", Les Temps Modernes, 27,
288: 109-130.

Panoff, M., 1979: "Travailleurs, recruteurs et planteurs dans l'archipel Bismarck de 1885 à
1914", Jl. de la Soc. des Océa- nistes, 35, 64: 159-173.

Park, M. [I960]: Travels (ed. R. Miller), Londres, Dent and Sons.

Pasquier, R., 1967: "À propos de l'émancipation des esclaves au Sénégal en 1848", Rev. Franç.
d'Hist. d'OM, 54, 194-197: 188-208.

Patterson, O., 1979: "On slavery and slave formations", MLR, il, 7: 31-67.

Paulme, D., 1940: L'organisation sociale des Dogon, Paris, Do- mat-Montchrestien.

Paulme, D. (comp.), 1960: Femmes d'Afrique noire, Paris, Mouton.

Peristiany, J. G. (comp.), 1965: Honour and shame, Londres, Weidenfeld and Nicolson.

Peroz, cap. E., 1896: Au Soudan français, Paris, Calmann-Lévy.

Perrot, C.-H., 1975: "Les captifs dans le royaume Anyi du Ndenye", en Meillassoux (comp.),
1975 b: 351-388.

Perrot, C.-H., 1983: Les Anyi-Indenye et le pouvoir aux xviiie et xixe siècles, Abidjan, CÉDA.

Person, Y., 1968-1975: Samori, une révolution dyula, Dakar, IFAN, memoria num. 80, 3 vols.

Peytraud, L., 1897 [1973]: L'esclavage aux Antilles françaises avant 1789, Pointe-à-Pitre,
Desormeaux.
Piault, M., 1975: "Captifs du pouvoir et pouvoir des captifs", en Meillassoux (comp.), 1975 b:
321-350.

Piault, M., 1982: "Le héros et son destin", Cah. d'Études Afr., 87-88, 22, 3-4: 403-440.

Pietri,.cap., 1885: Les français au Niger, Paris, Hachette.

Pipes, D., 1981: Slave soldiers and Islam: the genesis of a mi¬litary system, Londres, Cambridge
University Press.

Polanyi, K., 1964: "Sortings and 'ounce trade' in the West African slave trade", Jl. of Afr. Hist.,
5, 3: 381-394.

Polanyi, K., 1965: Primitive, archaic and modern economics, Nueva York, Doubleday-Anchor.

Polanyi, K., 1966: Dahomey and the slave-trade, Seattle, Uni¬versity of Washington Press.

Pollet, E., y Winter, G., 1971: La société Soninke, Bruselas, Institute de. Sociologie, Éd. de
l'Université de Bruxelles.

Pontie, G., 1973: Les Guiziga du Cameroun septentrional: l'or-ganisation traditionnelle et sa


mise en contestation, Paris, Mém. ORSTOM num. 65.

Postma, J., 19.72: "The dimension of the Dutch slave trade from Western Africa", Jl. of Afr.
Hist., 13, 2: 237-248.

Pouillon, J., y Maranda, P. (comps.), 1970: Échanges et com-munications, Paris, Mouton.

Pradelle de La Tour, E., 1981: Une aristocratie coloniale, te- sis, Université de Paris VIII.

Pradelle de La Tour, E., 1982: "La paix destructrice", en Bazin y Terray (comps.), 1982: 235-268.

Pruneau de Pommegorge, 1789: Description de la Nigritie, Amsterdam.

Quesne, J.-S., 1819: Histoire de l'esclavage en Afrique de P.-J. Dumont, Paris, Pillet Aîné.

Quimby, L. G., 1975: "History as identity: the Jaaxanke and the founding of Tuuba", Bull. IFAN,
B, 37: 619-645.

Quinn, C. A., 1972: Mandingo kingdoms of the Senegambia, Evanston, Northwestern University
Press.

Raffencl, A., 1846: Voyage dans l'Afrique occidentale (1843-1844), Paris, Arthus Bertrand.

Randies, W. G. L., 1968: L'ancien royaume du Congo des origi¬nes à la fin du xixe siècle, Paris,
Mouton.

Randies, W. G. L., 1975: L'empire du Monomotapa du xve au xixe siècle, Paris, Mouton.

Rattray, R. S., 1923: Ashanti, Oxford, Clarendon Press.

Rattray, R. S., 1929 [1969]: Ashanti law and constitution, Ox¬ford, Clarendon Press.
Reindorf, C. P., 1895: The history of Gold Coast and Asante, Basilea.

Renaud, R. (comp.), 1972: De l'ethnocide, Paris, UGE.

Renault, F., 1971: Lavigerie, l'esclavage africain et l'Europe, 1868-1892, Paris, E. de Boccard, 2
tomos.

Renault, F., 1972: L'abolition de l'esclavage au Sénégal, Paris, Soc. Frânç. d'Hist. d'Outre-mer.

Renault, F., 1976: Libération d'esclaves et nouvelle servitude, Dakar, NEA.

Retel-Laurentin, A., 1974: Infécondité en Afrique noire, Paris, Masson et Cie.

Retel-Laurentin, A., 1979: Causes de l'infécondité dans la Volta noire, Paris, PUF.

Rey, P.-P., 1971: Colonialisme, néo-colonialisme et transition au capitalisme, Paris, Maspero.

Rey, P.-P., 1975: "L'esclavage lignager chez les Tsangui, les Punu et les Kuni du Congo-
Brazzaville", en Meillassoux (comp.), 1975 b: 509-528.

Rey, P.-P., 1976: Capitalisme négrier, Paris, Maspero.

Rey, P.-P., sf: Les concepts de l'anthropologie économique mar¬xiste, tesis de doctorado,
Université R. Descartes.

Rey-Hulman, D., 1975: "Les dépendants des maîtres tyokossi pendant la période coloniale", en
Meillassoux (comp.), 1975 b: 297-320.

Richard-Molard, J., 1948-1949: "Démographie et structure des sociétés négo-peul parmi les
hommes libres et les 'serfs' du Fouta Dialon (région de Labé)", Rev. Géog. Humaine et Ethnol,
1, 4: 45-51.

Richards, W. A., 1980: "The import of firearms into West Afri¬ca in the 18th century", Jl. of Afr.
Hist., 21, 1: 43-60.

Richardson, J., 1854: Narrative of a mission to Central Africa, Londres, 2 vols.

Riesman, P., 1974: Société et liberté chez les Peul Djelgôbé de Haute-Volta, Paris, Mouton.

Rizvi, M. S. S. A., 1967: " 'Zenj': its first known use in Arabie literature", Azania, 2: 200-201.

Roberts, R., sf: Production and reproduction in warrior states: Segu Bambara and Segu Tukulor,
22 p. mimeo.

Roberts, R., 1978: The Maraka and the economy of the middle Niger valley, tesis de doctorado,
University of Toronto.

Roberts, R., 1980 a: Multiplier effect in the ecologically spe¬cialised trade of pre-colonial West
Africa, Centre for African Studies, Dalhousie University.

Roberts, R., 1980 b: "Long-distance trades and production: Sin- sanni in the 19th century", Jl. of
Afr. Hist., 21, 2: 169-188.
Roberts, R., 1980 c: "The emergence of a grain market in Ba¬mako, 1883-1908", Rev.
Canadienne des Ét. Afr., 14, 1: 55-81.

Roberts, R., 1984: Warriors and merchants, Dept. of History, Stanford University (en
preparación).

Roberts, R., y Klein, M. A., 1980: "The Banamba slave exodus of 1905 and the decline of slavery
in Western Sudan", J I. of Afr. Hist., 21, 3: 375-394.

Robertson, C. C., 1983: "Post-proclamation slavery in Accra: a female affair?", en Robertson y


Klein (comps.), 1983: 220-242.

Robertson, C. C., y Klein, M. A. (comps.), 1983: Women and slavery in Africa, Madison,
University of Wisconsin Press.

Robertson, G. A., 1819: Notes on Africa, Londres, Sherwood, Neely and Joves.

Roche, D., 1973: Ordres et classes, París, Mouton.

Rodinson, M., 1966 [1973]: Islam y capitalismo, Buenos Aires, Siglo XXI.

Rodney, W., 1966: "African slavery and other forms of social oppression on Upper Guinea
coast in the contact of the Atlantic slave trade", Jl. of Afr. Hist., 7: 431-443.

Rodney, W., 1969: "Gold and slaves on the Gold Coast", Trans. Hist. Soc. Ghana, 10: 13-28.

Ronen, D., 1971: "On the African role in the transatlantic sla¬ve trade in Dahomey", Cah.
d'Études Afr., 11, 1 (41): 5-13.

Rouch, J., 1953: Contribution à l'histoire des Songhay, Dakar, IFAN.

Roussier, P., 1935: L'établissement d'Issinie (1628-1702), Paris.

Ruyle, E. E., 1973: "Slavery, surplus, and stratification of the Northern coast", Cur.
Anthropology, 14, 5, diciembre de 1973: 603-632.

Ryan, T. C. I., 1975: "The economics of human sacrifice", Afr. Econ. Hist. Rev., 2, 2, otoño de
1975: 1-9.

Ryders, A. F. C., 1969: Benin and the Europeans, 1485-1897, Lon¬dres.

Saint-Père, J.-H., 1925: Les Sarakollé du Guidimakha, Paris, Larose.

Salifou, A., 1971: Le Damagaram ou le sultanat de Zinder au xixe siècle, Niamey, Études
Nigériennes 27.

Samb, A., 1980: "L'Islam et l'esclavage", Notes Africaines, Da¬kar, 168: 93-97.

Samuel, M., 1977: Le prolétariat africain noir en France, Paris, Maspero.

Sanneh, L. O., 1976 a: "Slavery, Islam and the Jakhanke peo¬ple of West Africa", Africa, 46, 1:
80-97.
Sanneh, L. O., 1976 b: "The origin of clericalism in West Afri¬can Islam", Jl. of Afr. Hist., 17, 1:
49-72.

Saraiva, A. J., 1967: "Le P. Antonio Vieira, s.j., et la question de l'esclavage des Noirs au xviie
siècle", Annales, Ét. Soc. Civ., 22, noviembre-diciembre: 1289-1309.

Sauvageot, S., 1965: Contribution à l'histoire du royaume bam- bara de Ségou: xviiie et xixc
siècles, Paris, Fac. des Lettres, Sorbonne.

Schnakenbourg, C., 1980: La crise du système esclavagiste 1835-1847, Paris, L'Harmattan.

Schoelcher, V., 1880: L'esclavage au Sénégal en 1880, Paris, Librairie Centrale des Publications
Populaires.

Schoelcher, V., 1948: Esclavage et colonisation, Paris, PUF.

Servet, J.-M., 1981: Génèse des formes et pratiques monétaires, tesis de doctorado, Université
Lyon II.

Seydou, C., 1972: Sillâmaka et Poullôri, Paris, A. Colin.

Shui Hu, 1974: Les 108 brigands du Liang Shan, Paris, Signes, 2 vols.

Sidibe, M., 1935: "Tableau de la vie indigène au Soudan et dans la boucle du Niger (du xviii* à
nos jours)", L'Éduc. Afr. 24, 89: 3-26.

Silberbauer, G. B., y Kuper, A. J., 1966: "Kalagari masters and Bushmen serfs: some
observations", Afr. Stud., 25, 4: 171-179.

Siran, J.-L., 1980: "Emergence et dissolution des principautés guerrières Voûté (Cameroun)", Jl.
Soc. des Afr., 50, 1: 25-58.

Sissoko, K., 1975: "La prise de Dionkoloni", en Dumestre y Kesteloot (comps.), 1975.

Skertchly, J. A., 1874: Dahomey as it is, Londres.

Skinner, E. P., 1964: The Mossi of the Upper Volta, Berkeley, Stanford University Press.

Smaldone, J. P., 1972: "Firearms in the Central Sudan: a re¬volution", Jl. of Afr. Hist., 13: 591-
607.

Smith, M. G., 1954: "Slavery and emancipation in two socie¬ties", Social and Econ. Studies, 3,
3-4: 239-290.

Smith, M. G., 1967: "A Hausa kingdom: Maradi under Dan Bashore, 1854-1875", en Forde y
Kaberry (comps.), 1967: 93-122.

Smith, R„ 1967: "Yoruba armaments", Jl. of Afr. Hist., 8: 96-98.

Snelgrave, W., 1734: A new account of some parts of Guinea and the slave trade, Londres,
James, John and Paul Knapton.
Sow, A. I. (comp.), 1971: Dictionnaire élémentaire fulfulde- français, Niamey, CRDTO.

Spini, A. y S. (comps.), 1984: "I Bozo del Niger: insediamenti e architettura", Storia della Città,
25, 132 p.

Stavenhagen, R., 1969: Las clases sociales en las sociedades agrarias, México, Siglo XXI.

Stein, R„ 1978: "Measuring the French slave trade", Jl. of Afr. Hist., 19, 4: 515-522.

Strobel, M., 1983: "Slavery and reproductive labor in Momba¬sa", en Robertson y Klein
(comps.), 1983: 111-129.

Suret-Canale, J., 1964 a: "Contexte et conséquences sociales de la traite africaine", Présence


Africaine, 50: 142-143.

Suret-Canale, J., 1964 b: L'Afrique noire, l'ère coloniale 1900- 1945, Paris, Éditions Sociales.

Suret-Canale, J., 1969: "Les origines ethniques des anciens cap¬tifs du Fouta Djalon", Notes
Africaines, 123: 91-92.

Sy, M.-O.: "Le Dahomey, gouvernement, administration", Acta Ethnographica (Budapest), 12,
34: 333-365.

Sy, M. O., 1965: "Le Dahomey; le coup d'état de 1818", Folia Orientalia, 6: 205-238.

Talhami, G. H., 1977: "The Zanj rebellion reconsidered", Int. Jl. of Afr. Hist. Studies, 10, 3: 443-
461.

Tandeter, E., 1981: "Forced and free labour in late colonial Po¬tosí "(Bolivia)", Past and
Present, 93: 98-136.

Tardits, C., 1970: "Femmes à crédit", en Pouillon y Maranda (comps.), 1970: 382-390.

Tardits, C., 1973: "Parenté et pouvoir politique chez les Ba- moum", L'Homme, xni, 1-2: 37-49.

Tardits, C., 1980 a: Le royaume bamoum, Paris, A. Colin.

Tardits, C., 1980 b: "Roi divin", Encyclopaedia Universalis, Paris.

Tautain, L., 1884: "Notes sur les castes chez les Mandingues et chez les Banmanas", Rev.
d'Ethnographie, m: 343 s.

TEF: Tarikh el-Fettach [1964], Paris, Adrien Maisonneuve (v. Kâti).

Teixera da Motta, A., 1969: "Un document nouveau pour l'his¬toire des Peuls au Sénégal
pendant les xve et xvie siècles", Bol. Cuit, da Guiñé Portuguesa, 96.

Teixera da Motta, A., y Mauny, R., 1978: "Livre de l'armement du navire Sâo Miguel de l'île de
Sâo Tomé au Bénin (1522)", Bull. IF AN, 40, B, 1, 1978: 68-86.

Tembera, T., 1978: "Biton Kulibali ka masala", en Kesteloot (comp.), 1978.


TEN: Tedzkiret en-Nisiân [1966] (trad. O, Houdas), Paris, A. Maisonneuve.

in a plural society", American Anthropological Ass., San Die¬go, 19-22 de noviembre.

White, L. A., 1969: The science of culture, Nueva York, Farrar, . Strauss and Giroux.

Wilks, I., 1967: "Ashanti government", en Forde y Kaberry (comps.), 1967: 206-238.

Wilks, I., 1971: "Asante policy towards the Hausa trade in the 19th century", en Meillassoux
(comp.), 1971: 124-144.

Williams, E., 1944: Capitalism and slavery, Nueva York, Ca¬pricorn Books.

Wismes, A. de, 1973: Le vie quotidienne dans les ports aux xvib et xviiie siècles, Paris,
Hachette.

Wright, M., 1983: "Bwanikwa: consciousness and protest among slave women in Central
Africa",* en Robertson y Klein (comps.), 1983: 246-267.

Zeys, E., 1900: "Esclavage et guerre sainte. Consultation adres¬sée aux gens du Touat par un
érudit nègre, cadi de Timboc- tou au xviie siècle", Bull. Réunion Ét. Algér., 2: 125-151, 166-189.
<•

ÍNDICE ONOMÁSTICO

Abitbol, M.: 58n, 214, 280s Aboh: 139, 184 Abomey: 174n, 200n, 238 Abron: 78, 89, 120, 139,
142, 147,

182, 246n, 247n, 252n, 265 Abu Bakr Iskia, Mohámed: 274 Adahoonzan II: 185 Adamawa: 62n,
74n, 80-81, 241 Adandozan: 203

África: passim; austral, 200; del norte, 64; ecuatorial, 44; musul-mana, 211n; negra, 91;
occiden¬tal, 25, 49-76, 90, 122, 273, 279n, 288n, 327, 334, 344; oriental, 335, 339;
subsahariana, 30 Agadez: 273 Agasuvi: 200n Agibu: 290, 293 Agonilo: 203 Agouli: 220 Aguessy:
213 Ahmadou: v. Amadu Ahmed Baba: 267n Air: 53, 276n Aisan: 174n Akan: 78

Akindele: 95, 213, 225

Al Bakri: 52s, 60, 62, 63n, 273, 275

Al Biruni: 51

Al Hasan al-Zubayr: 280

Al Istakhri: 50

Al-Makrisi: 51
Al-Omari: 53, 58, 63n, 273, 275

Al-Sharishi: 51

Al-Yakubi: 50

Al-Zuhri: 51s

Alabama: 340

Alladian: 117

Almorávides: 52

Alto Nilo: 50n

Alto Senegal-Niger: 75

Alto Volta: 43, 65n

Alto Zaire: 92, 338s

Amadu: 290s, 293, 295

Amady Dieng, M.: 237n

Amana: 293s, 296

Amantoo: 212 Ambara: 52

América: 25, 37n, 351; v. también

Nuevo Mundo Amima: 52

Amselle, J. L.: 118, 164n, 167n Anamia, L.: 218n Antillas: 77, 151, 314, 334-335n, 340

Anyi: 78, 94, 120, 153; —Ndenye,

148 Anzuru: 87

Arabes: 145, 185, 194, 270, 300 Ardra: 245n Argyle: 203 Arhin, K.: 182n Aristóteles: 27, 206,
230n, 359 Arma: 273, 278s, 281 Asante: 78, 89, 108n, 171n, 191s, 195

Ashanti: 139, 182, 188-190, 194, 200, 212 Asia: 24

Aubin-Sugy, C.: 56n, 74, 79n, 81,

87, 172, 269s Auge, M.: 37n, 114n, 117 Awdaghost (Awdaghust, Aoudag-

host): 50. 53, 63, 65, 275 Azawak: 276n

Ba, H.: 41, 70, 282n Bacili: 152 Bademba: 184, 342 Baduel: 122n Bafonge, Faduwani: 298
Bafulabe: 134n Bagana: 53
Baghayogo, Mohamed: 270

Baghena: 53

Baier, S.: 276n

Baillie, N. B. E.: 289n

Bakel: 134n

Balandier, G.: 64n, 184

Balde, S.: 26n, 78, 84s, 129, 230

Baleya: 293-295

Bamako: 63n, 342, 345

Bamana (Bambara): 37, 54s, 57, 69, 71, 80, 118, 120, 141, 146, 167n, 194, 199, 230, 286, 290,
292s, 295, 299 Bambuk: 58, 59n, 334 Bamum: 95, 183, 188, 192, 195,

222, 224, 231s, 245 Banambile: 300 Banan, Banandugu: 284, 295 Bani: 213n Baogho (Naba): 57
Baol: 134n, 200, 212 Bara: 53 Bara Issa: 279n Barbara: 52 Barisa: 51 Barnet, M.: 93n Barry, B.:
64n, 75n Barth, F.: 81, 89 Barthélemy: 138 Batedugu: 294

Bathily, A.: 50n, 59n, 64n, 152n,

184n, 313n Baule: 120 Baxana: 54, 290 Bay, E. B.: 95, 219 Bazin, J.: 55, 67-69, 114n, 141, 144,
170s, 173, 194, 228, 244, 284 y n, 309

Becker, C.: 88n, 212 Behanzin: 238 Beledugu: 295, 297 Belimena: 293 Beni Lemtuna: 52 Benin:
183, 189s, 193, 212, 245 Benveniste, É.: 26, 32, 114, 119, 120n, 166n, 169n, 201n, 244, 255
Bereberes: 50, 84 Bergu: 53 Bernus, E.: 177

Binger, cap.: 67, 81, 191, 193, 211,

254, 269n, 274 Bisandugu: 296

Biton Kulubali: 67s, 90, 167s, 170-

172, 182n, 184, 198s, 229 Bitu: 55

Blachère, R.: 267

Bloch, Marc: 139n, 230n, 267s

Bobangi: 92

Bohannan, P.: 40n

Bolobo: 92

Bonduku: 126n
Bonnafé, P.: 44

Bonte, P.: 78, 178

Bornu (Borno, Bornou): 218n,.

273, 275, 289n Bosman, W.: 245 Bossuet, J.-B.: 145n Bouche, D.: 342n Bourba Iolof: 334
Boutillier, J.-L.: 75s Bouvet, H.: 180n Bovill, G. W.: 62, 214n Bowdich, T. E.: 89, 189s, 200, 254n
Bozo: 282 Brack: 88n

Bradbury, R. E.: 104, 183, 212,

240, 245 Brun, T.: 99

Brunschvig, R.: 58n, 95n, 119n

Buna: 76

Bundu: 184

Bunduke: 73

Burdeos: 77n

Bure (Bouré): 58, 59n, 295 Burgonde: 201n Burnham, P.: 62n Burton, R. F.: 245n Busansi: 78

Cabra* 279

Caillié, R.: 271n, 273n, 274s, 279n,

282, 284, 294-296 Camara, M.: 142n Camerún: 81, 241 Camerún británico, ex: 211 Cano: v.
Kano Casamance: 207 Cercano Oriente: 77, 219n Cicerón: 85n, 359 Cirilo de Alejandría, 213n
Cisse, Y. S.: 166n Cissoko, S. M.: 282 Clausewitz, K.: 180 Congo: v. Kongo Contamine, P.: 180
Cooper, F.: 327, 335-337, 339s Coser, I. A.: 214 Costa de Marfil: 37n, 75 Cuoq, J.-M.: 50-53, 84,
163, 214 y n Curtin, P. D.: 106, 175, 182 Cushitas: 50n

Chaka: 171n Chauveau, J.-P.: 37

Chenenku: 54 Chilver, E. M.: 211 China: 214, 216

Da Monson: 69 Daget, J.: 41, 70, 282n Dahomey: 60n, 75, 87, 89, 95, 117, 127, 174n, 183-185,
188-190, 193, 194n, 195, 200, 203, 210, 217-219, 237, 239s, 245n, 246s, 252, 271n, 284

Dakoro: 199, 229 Dallol Basso: 78 Dalzel, A.: 185, 209n Damagaram: 184, 211, 214 y n Damel:
88n, 197 Damoussa: 294 Daouda (askia): 234 Dapper, O.: 189s, 198 Dar-Fur (Darfur): 58n, 214n
Daubigney, A.: 85n Daud (askia): 54 Daumas, E.: 56n, 78, 90n, 94, 99, 139n, 176s, 185, 194,
214n, 230, 269

De Marchais: 183

Debo, lago: 52n


Deherme, gen.: 75, 214n, 334

Delafosse, M.: 64s, 167, 276n

Delaunay, D.: 342n

Delobsom, A. A. D.: 57, 196, 224

Demessi: 225

Dendi, 54

Depestre, R.: 340n

Derman, W.: 259

Deschamps, H.: 77, 85n, 145, 214

Devisse, J.: 58n

Dia: v. Ja

Diaba: 283

Diabaté, M.-M.: 120n, 164s, 168

Dialikrou: v. Jalikuru

Diawara: 303

Diema (Jema): 77

Dienné: v. Jenne

Dina: 229

Dinga: 298

Dingarayi: 293

Diop, M.: 75

Dioula: v. Jula

Dioumo: v. Jumo

Djanawen: 84

Djelgove: 146

Djerma: 78 Djimini: 182 Djoliba: v. Joliba Djouder: v. Jouder Dogon: 31, 80 Dorchard: 127n
Doua: 170 Doucoure, L.: 298 Doutressoule, G.: 64 Dubois, F.: 275, 280 Duby, G.: 260 Duguru:
293 Dukure: 298
Dumestre, G.: 68n, 164n, 175n Dunbar, R. A.: 184, 211, 214 y n, 215

Duncan, J.: 127 Dunglas: 203

Edrissi: v. Idrissi

Egipto: 50, 289n

Ekholm, K.: 64n

El-Bekri: v. Al-Bakri

El Hai Umar: 54, 71-73, 118n,

288-292, 297, 299s Elbée: 245n

Elwert, G.: 83n, 99, 185n, 189, 192, 240

Engels, F.: 18s, 21-23, 87, 101, 102n,

169n, 226n, 244, 255 Enrique, rey: 79 Esparta: 138

Estados Unidos: 21, 340, 349 Europa: 24, 77, 276; medieval, 137n, 180, 226n

Fage, J. D.: 75, 125 Fakoli: 165

Farias, P. F. Moraes de: 85n Fezzan: 49

Finley, M. I.: 18n, 116n, 230n Fisher, A. G. B., y Fisher, N. J.:

90, 211, 213n, 214n Fisher, H. J.: 271 Forde, D.: 191 Fortes, M.: 139 Francia: 137 Francos: 226n
Francisco de Souza: 203 Frazer, J. G.: 205 Frossard, M.: 335n Fuglestad, F.: 200n

Mami (caíd): 54 Mande: 26n, 120, 164s, 167s, 171 Manding: 294 Mandinga: 119n, 278n
Maninka: v. Malinke Manning, P.: 210, 341n Manson: 184 Mansur (caíd): 54 Maquiavelo, N.:
230n Maradi: 212

Maraka: 65, 67, 230, 276, 282-288,

301, 303, 309, 342, 344 Marakaduguba: 283 Marakaduguworoula: 283, 342s Marakala: 283
Maren Jagu: 167n, 298 Marrakech: 280 Marroquí: 276, 278s Marruecos: 58, 280 Martin, V.:
88n, 212 Marty, P.: 63n Maruja: 300

Marx, K.: 18-23, 101, 108, 169n,

314, 319, 351s, 357, 359 Masina: 57, 69-71, 73, 118, 147n,

282n, 290, 344 Maugham, R.: 94 Mauny, R.: 49, 51, 62s, 66n, 289n Maurin, J.: lOOn, 130n
Mauritania: 79

Mawri: 87, 195n, 231, 242, 252 Maxane: 221 Mbodj: 265 Mbuambua: 192 McCall, D. F.: 56n,
64 Medio Oriente: 77 Mediterráneo, mar: 24, 60 Meillassoux, C.: 25n, 27s, 30, 33n, 37n, 49n,
55, 56n, 63n, 64n, 65, 80n, 104n, 117, 122n, 125, 132, 135n, 136, 164n, 167n, 172, 181, 221,
247, 251n, 267, 276n, 278n, 294n, 298n, 299, 301, 325n, 358 Melli: v. Malli Mema (Mima):
52n, 53 Menaka: 78

Mercadier, F. J. G.: 78s, 93, 99,

214n, 271n Meroítas: 50n

Miers, S.: 14-18, 19n, 46, 263 Milo: 294 Mima: v. Mema

Ming: 214 Minianka: 170n Mogho Naaba: 212, 224 Mohamed (askia): 53s, 57, 60,

233s, 237 Mohamed Benkan: 53 Mollien, T. G.: 184, 334 Molokoro: 293 Mombassa: 91, 339
Monier, R.: 11 Monomotapa: 200s, 204, 209 Monrad, H. C.: 254n Monteil, C.: 54, 63, 66s,
120n, 121n, 123n, 135n, 152n, 170-172, 198s, 229, 276n, 277 Monteil, V.: 196, 211 Mopti: 284
Morebeledugu: 293 Mori Birahim: 293 Mörner, M.: 320n Moros: 79, 81, 176, 184, 299s
Morton-Williams, P.: 201, 213, 223, 250n

Mosi: 53, 57, 60, 78, 117, 196, 208n,

212, 214n, 220n Munson, P.: 50n

Nachtigal, G.: 214n

Nadel, S. F.: 90, 184, 191, 211,

231, 289n Nango: 295 Ngila: 241n Ngolo Jara: 173, 198 Nguni: 171n Niafunke: 279n Niane, D.
T.: 164, 165n, 166n Niaré, A. C.: 55, 118, 163, 170, 174

N'eboer, H. J.: 318n Niger, república del: 53, 80, 184n Niger, río: 67, 77, 135, 164, 168, 177,
182n. 184n, 275s, 278n, 279n, 280s, 283, 294, 299s Nigeria: 139, 184n Nioto: 290 Njoya: 95
Nono: 276 Normandos: 21 Nsara: 192 Nubia: 50n

Nuevo Mundo: 320n, 327n; v. tam bién América

Nuh (askia): 54

Nupe: 184, 191, 195, 231, 289n

Nwachuku-Ogedengbe, K.: 31,

139, 184 Nyam Nyam: 84 Nyamina: 283, 299 Nzakara: 93, 128

Obichere: 127 O'Fahey, R. S.: 58n Olivier de Sardan, J.-P.: 39, 61n, 80n, 85n, lOOn, 116n, 132,
135, 138, 141, 142n, 145, 146n, 177, 193 Omán: 340 Osei Bonsu: 188 Ouassoulou: v. Wasulu
Oyó: 60n, 200s, 204, 209n, 213, 222-224, 250n

Pablo, san: 145n Pacour: 334 Park, M.: 55, 184, 271n Patterson, O.: 319n Paulme, D.: 32 Peroz,
cap.: 150s, 292, 297 Perrot, C.H.: 78, 94, 122, 148s Person, Y.: 57, 106, 182, 293n, 297n

Peul: 84s, 135, 146, 230, 290; v.

también Fula y Fulbe Piault, M.: 82, 87, 90, 117s, 195n,
221, 242 Podor: 334 Polanyi, K.: 248 Pollet, E.: 135n, 334, 342n, 343 Pollet, G.: 135n Polonia:
103n Pompeya: 360 Pontié, G.: 59n Porto Novo: 95, 213, 225 *" Portugueses: 79 Pradelles de
la Tour Dejean, E.:

231, 244s, 252 Pruneau de Pommegorge: 334 Pulori: 135, 145

Raffenel, A.: 334 Randles, W. G. L.: 212 Rattray, R. S.: 129n, 182, 201n, 212

Regeibat: 93

Reindorf, C. P.: 190s Renault, F.: 342n Retel, A.: 93

Rey, P.-P.: 35, 39, 43s, 114n, 120, 252n

Rey-Hulman, D.: 128 Riesman, P.: 40n, 41n, lOOn, 121, 146

Roberts, R.: 65n, 67n, 68s, 164n, 228, 279n, 284-286, 288, 300, 306, 341-344

Robertson, C. C.: 91, 93, 126, 189

Rodinson, M.: 269

Roma: 21, 130n, 203, 214n, 215n,

216, 225, 256, 359 Rouch, J.: 53s Roussier, P.: 191 Rusia: 103n Ryan, T. C.: 248n

Sa (San): 279n

Sahara: 50n, 51, 57, 60, 75, 84,

125, 228, 275, 299 Sahel: 49-76, 87, 165, 271, 290, 297, 299; v. también Sudán sahelia- no

Saint-Pére, J.-H.: 147n Sajones: 21 Sakura: 224 Salum: 200 Samb, A.: 269 Samo: 38, 42s, 80n,
117 Samori (Samory): 72s, 150s, 182, 184, 190s, 193, 209n, 254, 271, 289, 292-297, 299-301,
342 Samuel, M.: 76, 139n Sangare: 168, 171 Sankaran: 293-295 Sankore: 280 Sanneh. L. D.:
269s, 289n Sansani (Sansanding): 65n, 283s, 286, 288 Santo Domingo: 335n Sao Tomé: 335n
Sara: 26n

Saracolet (Sarakole): 237n; v.

también Soninke Sauvageot, S.: 68, 170s, 228 Seeno: 73

Segu (Segou) : 66-69, 71, 87, 141s, 144, 164, 167s, 170n, 171-174, 177, 184, 194, 198, 209n,
226, 228-230,

242, 244, 248, 283, 288-290, 292, 295, 299s, 309, 312 Seku Amadu (SegoAhmadou):

v. Sheku Amadu Senegal: 52, 64n, 75, 134n, 152,

176, 183, 196, 265 Senegambia: 64n, 74n, 87, 88n,

196, 231, 270 Senhaja Nunu: 53 Sesostris: 50n Seydou, C.: 145 Sheku Amadu: 70, 284 Shi: 233s
Sicilia: 77
Sidi Abdallahi: 279n Sierra Leona: 74n, 294 Sikasso: 184, 297, 300 Silla: 51-53, 146, 172, 221
Sillamaxan (Silla Makan): 135, 145

Simagha, D.: 298n

Sin: 200, 265

Sin Salum: 196

Singetti (Chingetti): 63

Siran, J.-L.: 81, 241 y n, 242

Skertchly, J. A.: 183, 210, 240

Skinner, E. P.: 212

Smith, M. G.: 213"

Snelgrave, W.: 94n, 182, 189s,

194n, 237, 247 Sokolo: 299

Sokoto: 78, 94, 140n, 288n Songhay: v. Sonxai Songhay Zerma: 135, 138, 142n Soni Ali: 53s, 63,
67, 193, 278 Soninke: 37, 65, 67, 84, 119n, 124n, 133, 135, 139n, 142, 145s, 152, 170, 194, 221.
308 Soninke-Kusa: 132, 167n, 269n Sonxai (Songhay, Sonxay): 53- 56, 77, 85n, 89, 117, 146,
193 210, 213n, 240, 278, 281 Sosso: 165 Spini, S.: 276n Strobel, M.: 91s, 126n, 339 Sudán: 49-
76, 84, 89, 163, 176, 184, 191, 214n, 275s, 283, 289n. 342s Sudán (ex colonia británica): 191
Sudán (ex colonia francesa): 341 Sudán saheliano: 130, 147, 276,

306 Sudra: 121

Suleyman Dama: 53 Sumare, M.: 221n Sumawuru Kante: 164, 166 Sunjata: 164-168, 170, 278n
Sy, M. O.: 203

Taghaza: 58n Tagwana: 182 Tairu: 168, 171 Tajana: 295

Tamasheq: 140; v. también Twa-

reg

Tambura: 58, 289 Tamekka: 275 T'ang: 214

Tardits, C.: 89, 95, 183, 188, 191s,

203, 221s, 224, 231s, 245 Tautain, M.: 142, 198 Tchad: 214n Tekrur: 51, 53 Telem: 80 Teneka:
177 Tenetou: 274, 295 Terray. E.: 59n, 64n, 78, 89 y n, lOln, 104n, 106, 108n, 126n, 139, 141,
147, 178n, 182, 187-189, 212, 222, 246n, 247n, 252n, 258n, 265, 330n

Thapar. R.: 252n Thilmans, G.: 50n Thornton, J.: 245 Tiakadugu: 295 Tibati: 241 Tieba: 289,
299, 301 Tiendrebeogo: 118 Tigibiri: 294 Tilaberi: 177
Timbuktu (Tombouctou) : 53s, 57, 63, 84, 119n, 267n, 270, 273- 276, 278-284 Timimoun: 177,
271 Tinkiso: 294 Tiramaxan: 165 Tiri: 298 Tishitt: 50n, 65 Togo: 80 Togu: 290 Tomás, santo:
129n Tombouctou: v. Timbuktu Toron: 296

Triaud, J.-L.: 64, 71, 289n, 290 Tuarga: 84

Tuculor: 293, 295 Tuden, A.: 37n Turquía: 77

Twareg: 54, 78, 93s, 176s, 214n,

230, 279n, 280 Tymowski, M.: 237n, 259 Tyokosi: 78, 128

Uganda: 205

Valliére, tte.: 170 Vansina, J.: 66n, 202n Varna: 121 Vayshiya: 121 Vercoutter, J.: 50n Verlinden,
C.: 77 Vidal-Naquet, P.: 11 Vieillard, G.: 85 Vincent, J.-M.: 260n Vute: 241

Wadai: 214n Wadan: 65 Wadane: 63

Wagadu: 64s, 77, 221, 269n, 298 Wakane Sako: 221 Walata: 57, 63, 65, 274s Walckenaer, C. A.:
127n, 176n,

183, 189s, 245n, 254n Walo: 196, 200 Wangara: 55, 276n

Wasolon: 167n, 170 Wasulu: 293-296, 300 Weber, M.: 210n Weil, P.: 26n White, L.: 22n
Whyda: v. Juida Wilks, I.: 212, 252n, 266 Winter, G.: 334, 342n, 343 Wittvogel, K. A.: 214
Wolof: 37, 60n, 118, 190 Wright, M.: 93

Xaniyaga: v. Kanyaga Xasonke (Kasonke): 121n, 123n, 134n

Yaroua: 54 Yaya ben Umar: 52 Yerere: 146 Yoruba: 191

Zagha: 53 Zaghrani: 54 Zandj: v. Zendj Zanzíbar: 335 Zaria: 74n Zawila: 50 Zendj (Zandj): 234
Zeys, E.: 267n Zingeri: 273 Zulú: 171n

INDICE ANALITICO

abolición: 341-344 aborto: 93, 151

absolutismo: 201, 205-207, 222,

269; aristocrático, 210 abustus: 15 aceite de palma: 246 acumulación: 97s, 106-108, 244,

246, 255, 341, 358s adelfia: 322; v. también sucesión adhesión: 171

adivinación, adivinos: 202, 205, 208s

adolescentes: 170n, 176, 184, 187,


241, 295, 350 adopción: 14, 28, 34s, 114 adulterio: 154

afinidad: 34s, 38, 112, 116, 118,

121, 167, 204, 217, 221 agamia: 355 agossouvi: 203

agricultura de subsistencia: 316s,

328s, 347 agroalimentación: 357 ahorro: 134, 270, 286, 308 albañiles: 282 aldeas de libertad:
343s algodón: 63, 284-286, 288n, 292, 296, 299, 302; v. también tex¬tiles

alianzas: 80, 115-119, 167 alimentos preparados: 274 almacenes: 63, 273, 279n; v. tam¬bién
reservas alteridad: 84-86 amalgama: 37, 124 amazonas: 220 amín: 270n

anceocracia: 212, 218; femenina, 218

ancianos: v. vejez ancilar: v. servidores antepasados: 168, 196, 207, 250, 270

aparatos: 83, 172, 180, 258 aparcería: 102, 133s, 141s, 146n, 232, 306s, 309s, 336, 343s
aprendizaje: 126

arbitraje: 13, 36, 80, 129s, 173s,

178, 267-269 arbitrariedad (del amo): 134, 139,

141-143, 155 ardo: 69

aristocracia: 61, 76, 82, 95, 118, 121n, 132, 159, 170, 185, 188, 195, 200s, 205-210, 217s, 223-
226, 232, 240-242, 245s, 248-250, 253s, 257, 262, 265, 273-275, 354; di¬nástica, 205;
esclavista, 240; guerrera, 56, 66, 73, 230n, 265; islámica: 289; militar, 57s, 199, 231, 289;
musulmana, 62 aristócratas: 22, 102s, 154, 191, 193, 198, 212, 214-216, 220n, 223, 227, 231s,
237s, 241, 244s, 248s, 256, 259, 275, 345-347; anti-, 215 armamento: 56, 80s, 106, 127, 164,
169, 176, 179, 185, 189s, 197, 241, 254s, 261, 312 arroz: 63, 243s, 279n, 291 arte: 275

artesanado, artesanos: 19, 231, 240, 245n, 249, 261, 276, 281s, 303-305; de casta, 312
asamblea: 170, 172 asesinato: 158, 169, 172, 203, 229;

purificador, 360 askia: 53s, 57, 60s, 70, 152, 210,

213 y n, 233s, 236s, 274, 280 asociación: 171 aulaba: 148s, 153 autosubsistencia: 27, 296, 305,
313- 317, 326, 344, 346-348, 353; v. tam¬bién economía doméstica avasallamiento: 4145, 238,
289; de los creyentes, 289 y n; v. tam¬bién vasallaje avuncular: v. matrilineal azadón: 180, 188,
245n

bajá: 278, 281

banda: 67, 79, 81s, 88, 164s, 168- 170, 174s, 178, 244, 255, 301, 355

bandidos, bandidismo: 59, 67s, 81, 163-166, 168, 173-175, 177, 226; rey-bandido, 168-175
baraka: 277 bastardos: 37, 154 beneficio: v. ganancia bestialidad: 85 y n bien: inerte, 326, 328;
regenera-dor, 328s, 331, 357 biire: 147n
botín: 23, 51, 68, 107, 135, 169s, 173, 177s, 182, 188, 193, 242s, 248, 252, 293, 299s brak: 200

brujos, brujería: 118, 128, 164s, 167, 170, 194, 221, 269, 298, 345s buey portador: 299 bufón:
146n bur: 200, 265 burgo: v. ciudad burocracia: 224

caballero, investidura de: 260 caballos: 52s, 55, 58, 60s, 64, 80 y n, 135, 164, 169, 176, 182n,
190, 195, 243, 276, 280, 293, 300, 312 cabecere: 203 camaradería: 68 campesinado: 76, 195,
198, 227s, 244, 246s, 249, 253, 255-259, 261s, 270, 275, 288-302, 316; explota¬ción militar,
254; libre, 195, 249, 256; nuevo, 257; reclutamien¬to, v.; reproducción, 248, 261, 330; sin
tierra, 269 campesino-soldado: 228s canibalismo: 85

capital: 108, 314, 349; industrial, 318; material fijo, 316; mercan¬til, 20, 359 capitalismo: 314,
319 y n, 347 captura: 20, 36, 38, 43, 55, 57-60, 62, 68, 71, 77, 79, 85, 99, 106s, 109, 113, 117s,
121, 144, 169s, 174-176, 182, 186s, 191, 193, 217, 227, 232, 235, 237s, 243s, 254s, 256, 262,
271, 296, 320, 324s, 337, 343, 355, 357 caravanas: 127n, 169, 177, 272-274, 299-301

castas: 70, 74, 118, 165, 229, 269, 312

castidad: 216

castigo: 60, 128-130, 150, 268, 284, 305, 350

castración: 50, 78, 163, 213s, 217,

224; v. también eunucos cauri: 54, 62, 237, 291, 300, 312 cautiverio: 38s, 42 cautivos: 77, 114 y
n, 127n, 147, 174, 195n, 199, 219n, 237, 248, 313n, 325s, 349; donación, 238; efectivos, 184
caza: 165, 241 ceddo: 196, 265

celibato: 30-32, 39, 41s, 89, 130, 171

circuncisos: 118, 135, 146 cire bannya: 138s cisma: 268

ciudad: 19, 67n, 76, 195, 272-282, 300, 312, 338s, 345, 347; comer¬cial, 55, 62-64, 273-282;
islami¬zada, 64, 272-283; -mercado, 267 ciudadanía: 68, 85, 119, 121, 131, 174s

civilización: 36, 59, 129; re-, 117,

130; de-, 113, 117, 130 clases: 13, 17, 19, 22, 27, 31, 83, 86, 128, 148, 153s, 168, 170, 199, 218,
221s, 224, 227, 230, 239, 251s, 256, 269; aristocrática, 195, 205, 223, 226, 247, 255;
burocrática, 226; conflictos de, 188; de los amos, 103, 144, 148, 221s, 269; doble relación de,
227, 255s; do¬minante, 104, 171, 217, 227, 354; esclava, 19, 41, 112, 147; gue¬rrera, 178;
hereditaria, 223; in¬ferior, 247, 355; laborales, 357; lucha de, 349, 360; mercantil, 19, 67n, 69,
195, 265, 278s, 355, 359; militar, 230, 255, 359; re¬lación de: 12, 83-86, 153, 193, 195, 205,
226s, 242, 248, 250, 255s, 262, 355; reproducción de, 354; social, 13, 17, 22, 27, 31, 230, 256,
269; sociedad de, 153 clero: 121n, 225, 272, 347; cristia¬no, 225

clientelismo: 15, 153, 231, 249 y

n, 261, 265, 312 cocina: 217, 282, 303; común, 250

colonato: 21
colonización: 32, 74s, 290, 297,

300, 306, 341-343, 347 comensal: 80

comerciantes: 46, 59, 61, 63s, 76, 85, 127, 167, 248, 259s, 271-275, 277, 281, 293, 300, 313;
arma¬dos, 67

comercio: 15s, 20, 49, 58-61, 71, 83s, 219n, 236, 241n, 248, 264, 271, 279s, 299s, 312s, 316s,
342, 359; de subsistencias, 319; "in- terzonal", 347; lejano, 347; re¬des de, 52, 64, 246; v.
también trata; mercado comunidad doméstica: 15s, 26, 28, 32, 3842, 45s, 79s, 170s, 217, 267,
269s, 322, 325, 331, 333; v. también economía doméstica; sociedad doméstica conciliación: v.
arbitraje concubinas: 60s, 91s, 124, 128, 135,

137, 151s, 219 confianza, esclavos de: 12, 158,

200, 210-213, 217, 220-222, 262 congéneres: 26, 28, 114s, 122, 147, 168

conquista: 19, 59s, 69, 183, 192, 200, 205, 240; v. también colo-nización consanguinidad: 155,
355 consejo: 209, 277; nobiliario, 202, 209n, 210s, 213, 222s; real, 200, 211

conventos: 220

conversión: 70, 137, 269, 272, 276s, 347

conyugalidad: 15, 33s, 36s, 76, 89, 92n, 93, 100, 115, 128s, 133, 148, 151, 153s, 197, 207, 308s
cooptación: 69, 169, 171, 219, 223-

226, 242, 355 corredores: 274 corte: 69, 176-221, 245 cortesanas: 217-220, 275 costos: 324,
336; de la captura, 107; de producción, 112; de re¬producción del esclavo, 107; prorrata, 312;
v. también pre¬cios; bien regenerador crecimiento: 356; demográfico,

86, 91, 101, 104s, 107s, 336, 341, 354; ecodemográfico, 108, 186; esclavista, 106 criador: 23,
69

cuerpo social: 154, 220-224, 248, 256, 262, 265, 355; especializa-do, 227; militar, 173;
represivo, 253; servil, 255s

chi: 53

damel: 196, 210 decadencia: 114, 120 decano: 35, 129, 148, 158, 172, 220s, 250s, 270; v.
también pri¬mogénito decivilización: 113, 129-131 defensa: 56, 66, 80, 240, 273; v.

también fortificación dege: 120

demanda: atlántica, 263; de ali-mentos, 329, 338; de esclavos, 58n, 90, 184, 186-188, 219, 289;
de fuerza de trabajo, 192; de las clases dominantes, 247; de los traficantes, 247; v. también
comercio; trata "democracia militar": 68, 241 demografía: 30, 42, 86, 89, 91, 101, 103-106,
108, 186, 259, 336s, 341. 354s, 357s; cuenta demo¬gráfica, 321; v. también creci¬miento;
ecodemografía dependientes: v. servidores deportación: 170s, 236s derechos, teoría de los:
10-13 derogación: 274, 304 desastres: 282, 322 descomposición social: 163 desexualización:
124-128, 220 desfeminización: 124-128, 220 desocialización: 113-122, 129, 151, 204
despersonalización: 100, 113, 122-

124, 128, 349s despoblamiento: 59 despotismo guerrero: 253-256 destierro: 283 dichos: v.
refranes diezmo: 258 dimajo: 221

dinastas: 158, 216, 223s dinastía: 66. 157s, 173, 200, 202- 206, 216, 223-226, 242, 317; v.
también herencia dios: 201s, 204s, 207, 267-269 divinización: del rey, 200-224 dolo: 71

dominación: 171, 181, 254, 317-

319, 353s dompe: 239, 252 dote: 15, 125 y n, 136, 153, 233 dougoukounasigi: 211 dugu: 67
dunko: 120 dura: 63 dvija: 121n

ecodemografía: 109, 186, 356; v.

también demografía economía: 257; agroalimentaria, 328; aristocrática, 227, 263 (v. también
guerra); campesina,- 299; capitalista, 20, 107s, 316, 318, 344, 349, 359; de ostenta¬ción, 246;
distributiva, 238s, 245n, 246; doméstica, 248-253, 260, 303, 313, 331s, 347, 354 (v. también
comunidad doméstica; sociedad doméstica); indivi-dualista de beneficio, 269; mer¬cantil, v.;
redistributiva, 27, 243, 247, 250, 252, 257s (v. prestacio¬nes); separada, 248s edad, asociación
de: 146 educación: 270

efectivos: armados, 52, 189 y n, 190; femeninos, 320; v. también esclavos ehenenana: 149

ejecución: 129, 136, 143, 150, 204,

223, 268, 292, 359 ejército: 52, 55s, 58s, 62, 84, 87, 89. 173s, 181, 188s, 193, 212s, 217, 228s,
244, 291s, 345; colo¬nial, 290, 297, 300; efectivos, 189s; permanente, 191, 199, 227, 230s;
policial, 261; v. también lacayos elección: 170, 200 emancipación: v. manumisión empeñados:
46, 126, 231 enajenabilidad, enajenación: 11,

92, lOls, 123, 128, 141, 143-146, 219, 233, 238, 260, 311, 317, 344, 346, 349-350, 360 energía
de trabajo: 314, 329 enriquecimiento: 265, 270 entronización: 223 escarificación: 117
esclavitud: americana, 21, 340, 349; antigua, 21; aristocrática, 195, 236s, 262; campesina,
329s; comercial, 22, 39, 42, 50s, 82, 107, 163, 297; costo de la, 106s; de ganancias, 22; de
renta, 262, 306-311; de subsistencia, 22, 61, 97, 183, 216, 230-233, 237, 244, 256, 259, 261,
276, 282, 311, 318, 325s, 329, 335, 339s; espacio de la, 79, 263; mercantil, 185, 263, 311-319,
324-328, 330; militar, 61s; moderna, 21, 349; patriarcal, 20, 22; productiva, 29n;
reproduc¬ción de la, v. reproducción; ro¬mana, 21, 130n, 214n, 215n, 216,

225, 256n, 359s esclavones: 24

esclavos: acceso a las mujeres libres, 136, 143, 157; adquisi-ción, 97, 106, 134, 140, 143, 154,
236, 306, 314, 329s, 355; agríco¬la, 22, 61s, 97, 183, 216, 230, 237, 244, 256, 262, 282, 339s;
amor¬tización, Í07, 327, 329n, 333s, 349; aparceros, 103, 133s, 141- 143, 146n, 233, 305-308,
310, 336; condicionamiento, 78, 141, 147, 214 (v. también castración); cortesanas, 217-220;
crianza, 327; de confianza, v. confian¬za, esclavos de; de corte, 60s, 120, 130, 139, 210-213,
215s, 222-
226, 235s; de esclavos, 136, 211, 286; de fatiga, 132, 134, 301s, 305, 343; de lujo, 217, 246,
338n v. también mujeres); de ga¬nancia, 66; de renta, 262, 306- 311; de subsistencia, 97-108,
230- 233, 244; demanda, v. efectivos, 75s, 103-106, 109-111, 132, 136, 232, 280, 299-301, 316,
320, 326; estado, social de los, 13, 108s, 112-114, 121s, 131, 143s, 154, 157s, 197, 216, 211,
315, 318; familia de, v. aparceros; fuga, 78, 81, 141, 147, 188, 342s; griegos, lOOn;
improductivos, 247; inserción, 114, 129, 135, 142s, manteni-miento, 101, 310, 314, 326, 331
(v. también autosubsistencia); manumiso, 134-136, 140, 153, 163, 306 (v. también liberto;
manu¬miso); mercado, v.; mestizo, hijo de, 148, 155; mujeres, 60s, 67, 71s, 90, 93s, 100, 124s,
151- 153, 210, 286, 289, 338-340; na¬cido, 76, 134, 139-143, 238; ni¬ños, 57, 60s, 67, 71, 90,
93s, 128, 137, 176, 190, 198, 310, 340; par- celeros, 132s, 286, 288n, 305s, 308, 343; precio,
72, 90, 239, 280, 294, 296, 300, 325, 330n, 337-340; productividad del trabajo, 107, 235, 246;
productores, 66, 71s, 75, 107, 248s; proveedor de, v. proveedores; púberes, 12, 246;
redención, v.; relación entre los sexos, 90-92, 339s; remunera-ción, v.; reproducción, 39s, 86,
89, 92, 94, 100, 106-108, 112, 157, 191, 197s, 220, 235s, 256, 259, 267, 304s, 308, 312, 325-
328, 331, 333s, 337-340; reventa, 141, 238, 315; revueltas, 105, 147, 226, 349; turcos, 61;
urbanos, 282, 339; viejos, 147n, 247, 269s, 309 escritura: 177, 258, 272 eslavos: 24

esposa: v. conyugalidad estación: 228, 299, 303; agrícola, 328; militar, 87s, 88n, 183, 185 y n,
240, 327 estado: 50s, 58, 60s, 70, 79, 81, 86n, 187s, 203, 21 ls, 213n, 217, 226, 240, 243, 255,
257, 267; gol¬pe de, 203, 226 esterilidad: 89-97, 246; social, 217s

estigma: 136s, 139, 148, 168, 173, 194; del esclavo, 152, 300, 345; del poder, 168, 173, 202
estructuralismo: 356 ética: 272, 355 etología: 180

eunuco: 50, 61n, 200, 210-218, 222s, 225, 280; femenino, v. castra¬ción

excedente: 305s, 331s excrementos del rey: 221 éxodo: 59n, 342s exotismo: 77, 84

explotación: 11, 17, 20, 23, 29, 31s, 4044, 59s, 76, 83, 85s, 100, 117, 122, 130, 132, 147, 157s,
186, 195s, 233s, 236s, 240, 248-256, 262, 267, 286s, 305, 350, 354, 360; carita¬tiva, 347;
integral, 100, 117; mi¬litar, 254; totalitaria, 303-306 expropiación: 347 extorsión: 86s, 97, 100,
249-253,

255, 258n extraneidad: 77-88, 100, 173, 191, 193, 265; v. también extranjero extranjero: 28s,
32-38, 4143, 45s, 77, 86, 100, 112, 114-116, 119s, 130s, 166, 168, 174, 221, 265, 267s, 277s,
281, 352, 355, 359; v. también extraneidad extraterritorialidad: 283

faama: 174, 199 factótum: 135 fadenya: 37 famyeba: 149 fanfa: 234-236

fecundidad: 90-96, 127s, 320-322,

338, 357 feudalismo: 215n, 319 filiación: 30, 33s, 36, 40, 115, 127s, 140, 148, 151, 153s, 172,
217s, 224, 242, 353; ficticia, 205 filtros y talismanes: 158 fortificación: 279, 293, 294n, 296;

v. también defensa francos: v. libres fratría: 322 fructus: 15

fuerza productiva: 351-353 fugas: v. esclavos funcionalismo: 355s fusiles: 55n, 68, 176, 180,
188s, 240, 243, 276, 289, 292, 296, 300s
gada: 302

ganancia: 99 y n, 112, 268, 285, 310, 314, 316, 328-333, 337, 346, 348

genealogía: 37, 207 generación: 138-142, 144, 152, 233, 320-322; v. también congéneres
genewa: 84

gentil: v. ingenuidad; libres guardias: 191, 195, 220, 224, 235, 242, 275

guerra: 17s, 21s, 23, 35, 38, 49-51, 55s, 59s, 68, 70, 74s, 81s, 84, 125, 135, 143s, 165, 172s,
175, 180, 183s, 186s, 190s, 193-195, 199, 206, 210, 217, 219, 228, 230s, 236, 241, 243s, 249,
252, 264, 266, 290s, 294, 325, 353-355; de captura, 13, 57, 73, 81, 87, 119, 185-187, 254- 256,
288-297, 299, 353s, 359; de clases, 349; estacional, 87s, 183, 185 y n, 240; estratégica, 183;
permanente, 230; política, 184s; santa, 52, 57, 58n, 71, 95n, 170, 272, 289 y n, 301; subtrata,
240- 242; territorio de la, 86n; ve-cinal, 38s, 42 guerrero: 35, 59, 84s, 127, 152, 163, 169, 171s,
221, 226, 230, 237- 239, 241, 255, 293; v. también mi¬litar

hambruna: 38, 252, 260n, 261, 304 harén (harim): 94s, 211, 213s,

219s harratin: 281 hazaña: 169, 171s, 266 herencia: 158, 215n, 223-225, 242, 262, 318s; v.
también dinastía héroe: 173, 299

herramienta: 292, 316; agrícola, 249, 261

herreros: 118, 165, 234, 240, 271, 292

hilados: v. textiles hipogamia: 154 horon, horo: v. hurr horso: 135, 138, 141 "huerto negro":
314n humanismo: 360 humillación: 153

hurr: 119n, 136; v. también no-bleza

ideología: lis, 85s, 115, 122s, 145, 147, 152, 155, 180n, 181, 188, 194, 205, 207s, 230, 250-252,
258, 266- 272, 349 igualdad: 167

improductivo: 250s, 259, 332 impuesto: 70, 234, 237-240, 248, 257-260, 279-281, 300, 312,
343; de capitación, 239, 258; v. tam-bién tributo incremento: v. crecimiento incursión: 23, 56,
59 y n, 79-81, 88, 147, 175-179, 183, 187s, 191, 193s, 199, 243s, 255, 293-295, 301, 354

indigencia: v. pauperismo infantazgo: 319 infiel: v. pagano; kafir ingenuidad: 28s, 35-39, 45,
112, 115s, 119, 122, 124, 140, 151, 168, 174, 355; v. también libres inmolación: v. sacrificio
intendencia: 228, 254, 257 intercambio: 18, 299, 312; en es-pecie, 300, 312; idéntico, 325;
término de los, 299s, 312 interregno: 221

inversión: 317, 336, 349, 359; ini-cial, 310, 313 "irregular": 297, 300; v. también

ejército colonial Islam: 50, 57-59, 63, 64n, 70s, 73, 86n, 130 y n, 137, 139n, 142n, 211n, 258,
267-270, 272, 283, 285, 289, 299, 304

jadoya: 174n jamu: 165 jennenke: 276 jenne were: 277

jerarquía: 169, 188, 230, 251, 349;


militar, 319; política, 319 jihad: 272, 289, 301 jon: 120, 171 jonbugu: 273 jonmajon: 286s

jóvenes: v. niños; adolescentes judíos: 65-67 jurisconsultos: 267 justicia: 269; civil, 13, 129; de
los libres, 130; v. también ar¬bitraje kafir: 268, 292 kafo: 301 kangaba: 148 kangame: 120
kasse: 63 keeseero: 84 keletigi: 191 kharedjite: 193 khrofeta: 177 kibaki: 44 koccinto: 303
kome-xoore: 135s, 153 kriana: 177 kurusitigi: 191

lacayos: 12, 60, 70, 89, 106, 186- 190, 194-199, 211, 216, 220, 231,

254, 256, 273, 281 laman: 212 lamido: 24ls laos: 244, 255 lari: 225

legos: 347

liberación: 136-139, 143, 151-153,

269; de la madre, 151 libertad: 114, 226 libertos: 139, 152, 154, 216, 226, 298

libre intercambio: 357

libres: 26, 114, 118s, 168n, 177,

255, 298; estado de, 17, 114, 226; v. también ingenuidad

limosna: 270

linaje: 46; ficticio, 142; seudo-, 228

logros: v. hazaña lucha de clases: v. clases

madre: 127; adoptiva, 223; fic-ticia, 204; liberta, 151 madurez: 320, 332; económica, 99

y n, 320, 357 magia: 158, 172, 298 maldición: 158 malinké: 293 mangu: 152 manos muertas:
239 mansa: 198 manse: 102n

manumisos, manumisión: 94, 101, 134-137, 147n, 148, 153, 268s, 307, 310

maraka: 65s, 69, 165, 276, 283; v.

también comerciantes marineros senegaleses: 292 masa: 165

matanzas: 90 y n, 182, 185, 194,

247, 281, 290s, 295 maternidad: 93-95, 124s, 356; ne¬gación de, 100 matrilineal: 33, 139,
148s, 152-154,

200, 354 matrimonio: v. conyugalidad mayordomos: 135 mayores: v. primogénitos


mediadores: 129 medio de producción: v. produc¬ción

menor: 28, 31, 35, 39s, 44, lOln,

115, 123, 129, 168, 217, 251 mercado: 63, 78, 82s, 107, 127, 143s, 186, 195, 263s, 272, 277,
280, 284, 303, 305, 311, 314-316, 325, 327-329, 336s, 342, 344, 346s, 355; continental
africano, 75, 283, 289; de subsistencias, 63, 348; de la tierra, 346s; del tra¬bajo, 344, 347;
esclavista, 21, 43, 52, 68, 72, 75, 78, 112, 125, 263, 315-317, 326-328, 330; inter¬no, 91, 245s,
312-319, 347s; se-guridad del, 277 mercantil: clase, 19, 66, 67n, 69, 82, 195, 220, 245, 273s,
355, 359; esclavitud, v. sistema, 132 mercantilismo: 229 mercenarios: 66s, 191 migración: 347

mijo: 63, 134n, 176, 182n, 244,

279n, 291, 299s, 342 milicia: 66, 195, 229, 244; campe¬sina, 254 militar: cuerpo, 83, 108, 191,
195s, 220, 242, 275; cuerpo de man¬do, 253; disciplina, 194; econo¬mía: v.; sociedad, 82, 171,
227, 241, 245, 254, 266 miskin: 168 mithqal: 280

modo de producción: v. produc-ción

monarca: postizo, 225; v. tam¬bién reyes

moneda: 14, 18, 62, 269, 274, 300,

348s; fiduciaria, 312 monopolio soberano: v. economía

redistributiva morabitos: 39, 58, 69s, 73, 209n,

237, 259, 271 moral: 267, 272, 322 mortalidad: 214, 320-322; v. tam¬bién demografía
movilidad: 140 mubah: 289n mudde: 235, 308s, 323s muerte social: 120s, 194; v. tam¬bién
ejecución mujeres: 33, 35, 43, 61, 80, 89, 109, 155s, 124-128, 136, 153s, 164, 169s, 176, 183s,
187, 194, 197s, 213, 217s, 220, 232, 241, 270, 274, 282, 285s, 289, 292, 301s, 309, 343, 349,
356s; de corte, 219s, 247 (v. también cortesana); es-clava, v. esclavos; menopáusi- ca, 207;
púber, v. pubertad; re-productora, 44, 125-128, 356; sa-crificio de, 45; tareas, v.; viejas, 128,
247, 292 (v. también vejez) multidisciplinariedad: 24s, 358 multigenia: 95, 202, 217, 224
musulmanes: v. Islam mutere: 44

naba, naaba: 57, 196 nacimiento: 26s, 32, 40, 88, 94s, 114, 120s, 138-141, 143, 151s, 154, 157,
171, 197, 219, 224, 251, 265s, 357; ficticio, 122; gente de pe-queño, 168n; no nacidos, 112,
120, 157; re-, 171, 197 natalidad: 320 natio: 87, 166 naturalismo: 180n necesario: producto,
332, 348,

357; plusproducto, 327 negación: de derechos, 157s; de

parentesco, 38-41 negocios: red de, 267 neutralidad social: 125, 127, 131, 218

niños: 72, 81, 135-137, 140, 143, 146, 153s, 163s, 169-171, 176, 183s, 232, 292, 304, 308s, 323,
340; con¬dición, 128; efectivos, 292; re¬

dención, 134; situación, 151s; tra¬bajo, 310; v. también esclavos niyame: 37 niyamoko: 166

nobles: 22, 103, 154, 212, 216, 220n, 238, 298; anti-, 216; v. también aristócratas nómada: 23,
76, 125, 299, 345; v.

también árabe nómada nominación: 223 nono: 276

obediencia: 268 obligado: 152s obscenidad: 146, 345 ocio: 246, 251

oficial de corte: v. confianza, es-clavo de onige: 245 oprobio: 345


oro: 51, 58n, 59n, 62, 269, 276, 280,

294, 296, 334; minas de, 58 "oreja hendida": 130 ostentación: 246

pacto: 298

padre: 34, 122, 217, 250, 298; social, 28, 34

pagano: 270-272, 289; v. también kafir

palacio: 191s, 217, 219, 222, 227,

231, 237s, 243, 246, 277 paleonegríticos: 59n panka: 224

parceleración: 207, 256, 288n, 306-

308, 350; v. también esclavos parentesco: 14-17, 19, 28-32, 34s, 38-41, 46, 68, 115-117, 122s,
127- 131, 133, 135s, 139s, 144, 148-150, 153-158, 163s, 167, 171, 203-206, 212, 215-219, 222-
225, 241, 263, 317, 353, 355-358; anti-, 40, 97, 113, 128, 157, 197, 215 paternidad: 28- 34s,
121, 153s, 157, 196s, 218, 224, 233, 250, 357; ca¬rencia de, 93, 100,. 197, 233; pri¬vación de,
197, 233; del rey, 202; v. también padre patriarca: 12; ideología, 12, 243 patrimonio: 15, 85n,
103, 115, 123, 141, 148, 197, 267, 269, 318s, 346s, 355

patrón: 249n

patrónimo: 37, 55, 118, 165, 298, 345

pauperismo: 61, 271, 278 pax samoria: 297 peaje: 239 peculio: 286, 308 personalidad moral:
225 pillaje: v. saqueo pitanza: 106, 133, 228s, 240, 254, 257, 305

plantación: 217, 234-240, 288n, 301,

327, 338, 346 plusproducto: 18, 22 y n, 30, 40s, 99s, 101, 104, 110, 228, 235, 253, 257, 287,
305, 308-310, 320-324, 326, 331s, 359; alimenticio, 329, 331, 347; fórmula, 29n; necesa¬rio,
327; prorrata, 332s plustrabajo: 21, 304-306, 310, 314,

329, 331, 347; tiempo de, 336 plusvalor: 305

población: leyes de, 356; v. tam-bién demografía poder: 127, 158, 163, 168, 175, 191, 193,
208, 217s, 225s, 241, 252, 261, 265, 283, 355; colegiado, 225; hereditario, 158; judiciario, 226,
278; mercantil, 266 pogsyure: 196 poliginia: 202 portavoz: 223

posición: 32, 114s, 121, 139s, 148,

151-157, 202, 345 posproductivo: 102, 111, 251, 322 potencial de trabajo: 314, 317 precio:
277, 331, 348; de la san-gre, 283 (v. también esclavos); de mercado, 332, 336 preproductivos:
30n, 101, 109-111,

250, 32 ls, 332 prestaciones: 102s, 133s, 153, 236-

240, 249, 252, 284, 312, 321; fi¬jas, 102, 234, 236, 261, 308; oca¬sional, 252s; en trabajo,
236, 239, 257
prestamistas: 274 primicias: 252

primogénito: 154, 169, 196, 217,

241, 250-252, 261, 270, 301, 322,

343; de los productivos, 250- 252; v. también decano primogenitura: 28, 39, 44, 115, 123, 153,
167, 171-173, 202, 242, 250-252

príncipe: 238, 241, 289; anti-, 216 prisioneros: 35, 114, 117, 238s privación: de derechos, 157s;
de

parentesco, 3841 procreación: 125-127, 181, 219, 221, 298

producción: 283, 322; alimenta¬ria, 315. 341, 358; condiciones so-ciales, 335, 351s; esclavista
mer¬cantil, 283; individual, 110; me¬dios de, 30„ 102, 317-319, 331. 349, 358; mercantil, 186,
329; modo de, 108, 237n, 262, 351- 353; relaciones de, 85, 143, 227, 242, 248-251; de
subsistencia, 238, 315, 329, 359; textil, 324 productividad: 11, 18, 21s, 29s, 101-106, 227, 235,
317, 321, 328, 331-333, 336s, 349 productivos: 109s, 112, 250-253,

332, 341, 357-360 proletariado: integrado, 354; mi¬grante, 354 propiedad: 11, 14s, 19s, 83,
269, 317-319; de bienes raíces, 21, 317; económica, 317 prorrata del plusproducto: 332s
prostitución: 275 protección: 81s, 118, 152, 168, 170,

173s, 178, 181, 222, 265, 278s proveedores de esclavos: 82-88,

106s, 186, 267 pubertad: 28, 35, 93, 105, 207, 246,

325, 328, 338, 341 pueblos saqueados: 83, 86 puer: lOOn pureza: 404ln

ración: 285, 304, 342 racismo: 86, 359 rapiña: 23, 79, 87, 107; v. tam¬bién saqueos rapto: 23,
36, 116, 163 razzia: v. incursión realeza: 173-175, 200, 243, 260, 279n; divina, 200-226 rebaño:
muerto, 124n; vivo, 124n reciprocidad: 253, 258n reclutamiento: 106, 188-190, 228s,

240, 242, 253s redención: 38, 60, 103, 133s, 137, 140, 308-311; de la mujer, 134, 136; del niño,
133; del trabajo, 133

redistribución: v. economía refranes: 146, 149, 151, 221 regalía: 204 regente: 135 rehenes: 38,
117 reificación: 123, 262 religión: 69, 71, 85, 116n, 205, 267n, 269; v. también Islam; paganos

remuneración: 268, 304s; en ali-mentos, 310; en especie, 304; fija, 348; variable, 348 renta: 20,
102, 305-311, 316, 346; alimenticia, 310, 316, 326, 328- 330; alimenticia fija, 310; de bienes
raíces, 313; en produc¬to, 133, 285, 306, 308s; en tra¬bajo, 133, 285, 306s, 310
representantes oficiales: 248 represión: 123, 128, 192, 195, 199,

212, 253-256, 349s, 353 reproducción: 29, 34, 39s, 44, 88, 100, 106, 112, 157, 181, 220, 235s,
256, 259-261, 267s, 304, 307-309, 357; campesina, 248, 261, 330; de la clase dominante, 31,
188, 354; de la clase servil, 321; del ciclo agrícola, 307; del estado, 188; dinástica, 154;
económica, 233, 259, 310, 327; esclavista, 41, 86, 89, 92, 97, 191s, 197s, 312, 328;
extrauterina, 337-340; gené¬sica, 32s, 91s, 95, lOOn, 108, 197, 259, 310; mercantil, 17, 320,
328, 336-338; modo de, 17, 97, 101, 106, 108, 122, 143s, 154, 196, 225, 351-356; natural, 17,
32, 92; re¬laciones de, 85, 143, 224, 354; simple, 23, 29, 91, 101, 336n, 355; tasas de, 91, 107,
127, 320-323, 332-337

reproducción ecodemográfica:

320s, 327s, 333-338, 346; tasas de, 321, 323, 332 rescate: 38, 116s reservas: 250, 260-262,
279n, 281, 307-309, 323, 326, 329; domésti¬cas, 261; reales, 261 resocialización: 123
revolución: 345, 350; palaciega,

226; morabita, 75 revuelta: v. esclavos rex: 166n

reyes: 129, 166s, 172-175, 178, 189, 198s, 201-210, 215-221, 228s, 233, 243, 250, 253;
bandidos, 168-175; divinización, 203; divinos, 201- 210; excrementos del, 221; here-ditarios,
224; hijos de, 149; ma-gos, 205; muerte del, 201; pa-dres, 205; paternidad, 202; sá- cer, 207n
rezzou: v. incursión rimalbe: 121

robo: 128, 269, 273n, 324s

saarido: 136 sabios: 278, 304 sacerdotes: 205, 207n, 216n sacrificios: 13, 45, 238, 246s; hu-
manos, 268 safohen: 266 sal: 58n, 276, 299 salam: 271

salariado: 304s, 311, 314, 344, 346-

349, 354, 357s salvajismo: 84s, 85n saqueos: 38, 51, 55s, 59, 83s, 86,

172, 240 sector agroalimentario: 357 seguridad social: 354 senioridad: v. primogenitura
señorío: 278 séquito militar: 244, 255 servidores: 16, 22, 60, 103, 191s,

195, 210, 221-223, 340 servidumbre: 19, 21-23, 101-106, 143s, 186, 233, 236s, 256-262, 306,
311, 318, 321, 331-335, 343s, 346s, 359; deudas, 102; efectivos, 111; paso de la esclavitud a la,
262; proporción, 104, 111; reproduc¬ción simple, 104; plusproducto, 110

setasy: 214n

sevicia: 130, 146n, 360

sexos: relación entre, 33, 90-92,

109s, 339s sexual: división, 340; relación in¬terclasista, 135, 138s, 149s, 152s; relación, 135,
140, 153, 204, 206, 306; repartición de las tareas, 338 (v. también tareas) siervos: 16
simbolismo: 252 simpléctico: 74, 173 sistema numérico: 258 sitio: 63, 172, 278, 291; militar, 63
soberanía: v. realeza soberanos: v. reyes sobrevalor: v. plusvalor sobrevivencia, tasa de: 320
socialización: 113, 116, 199, 122-

124, 129, 151, 204 sociedad: civil, 36, 175; domésti¬ca, 116, 127, 129, 169, 171n, 220, 242,
263s, 317, 353; v. también comunidad doméstica; econo¬mía doméstica sofá: 191, 198s, 229
soldado cultivador: 228s solidaridad: 146, 218 solteros: v. celibato sounou: 234-236

súbdito: 59, 173-175, 188, 240, 249s, 252


subsistencias: 22, 61s, 98-101, 183, 229-233, 237, 244, 256, 259, 261, 276 y n, 281, 301, 311,
316-318, 325s, 329, 335, 339, 348 sucesión: 157s, 173, 202-206, 214s, 217, 224; colateral, 218;
mono- lineal, 149; patrilineal, 149; re¬parto de la, 269 suicidio: 201, 209 superestructura: 351
sustancia social: 326, 337

tabala: 290 táctica: 81, 185 talibe: 71, 291s, 295 tama: 309n, 324 tara: v. estigma

tareas: 113, 132, 140; ancilares, 282; reparto sexual de las, 124- 128, 338, 340

tasa de sobrevivencia: 320 tata: 56n, 80, 294 taumaturgo: 158, 168n, 205, 271,

298 tegere: 174 teha: 177, 185 terbige: 177

textiles: 240, 276, 281, 284, 292,

296, 299, 309 tierra: 40, 103n, 111, 132s, 259, 269, 313, 316-319, 333, 336, 347s; acceso, 34,
266, 318; comercia¬lización, 317s; dotación de, 61 tijanismo: 71, 289 tiranía militar: 253-256
ton: 171-173; koroba, 172; masa, 172

ton-jon: 171s, 198s, 226, 229, 244 tradición: 167, 306 trabajo: asociativo, 239; colecti¬vo, 309;
división del, v. tareas; forzado, 116, 342; fuerza de, 314, 347s, 358; necesario, 304, 306s, 326;
tiempo de, 102, 285, 303s, 305, 307, 328, 332 traficantes: 114n, 119, 176, 299 transporte: 78s,
176, 232, 299; me¬dios de, 23, 176s trata: 24, 51s, 61, 76, 132, 174, 181, 183, 297, 306, 325s,
342, 347; atlántica, 43s, 72, 77, 90, 254n, 289; europea, 67, 79, 168; extin¬ción, 256, 344s;
interafricana, 66, 77, 90; sahariana, 24, 49s, 53s, 66, 90, 263, 280s; v. tam¬bién comercio;
mercado tratantes: de esclavos, 274 tributos: 41, 81, 86n, 170, 173,

195, 234, 240s, 248s, 258, 293 trogloditas egipcios: 85n trueque: 16 tumbare: 298, 302 tyedo:
212

ulema: 276, 283 universalismo: 207 urbanización: v. ciudad usurpación: 224s usus: 15

valor: 31, 172, 325 y n, 337, 357; de cambio, 41, 325; de la fuer¬za de trabajo, 19; de mercado,
325, 331; de uso, 20, 62, 82, 98, 123, 313, 315, 325, 330; mercan¬til, 337; regenerador, 331;
so¬cial, 331, 337, 358; -trabajo, 325; v. también precio vasallaje: 260

vecindad: 38, 78, 113, 163s, 167, 280

vejez: 27, 81, 128, 146n, 171, 247,

269s, 27ln, 292, 295 vergüenza: 74, 146, 194, 343 vida activa: 103s, 313s; duración, 110, 321,
334

vida productiva: 262, 357 vida reproductiva: 357 violencia: 84, 116n, 172, 180, 279s,

283, 337 virts: 221

vituallas: v. pitanza

wali: 272
wanukunke: 152s

were: 277; v. también jennewere

woloso-jon: 141

woroso: 146n

zang, zanj, zenj: 85n, 119 y n, 145

1 III

t*

'u '' -

LOS MAZATECOS ANTE LA NACIÓN

Contradicciones de la identidad étnica en el México actual

Eckart Boege

Los mazatecos, como los demás grupos étnicos del país, han sido objeto de estudio de variadas
disciplinas y di¬versos enfoques; sin embargo, éstos se han caracteriza¬do por un sentido
fragmentario. Eckart Boege se apar¬ta de esta tendencia al ubicar su estudio dentro de la
antropología política.

El autor desarrolla primero una bien elaborada teoría de la identidad étnica sustentada en un
extenso trabajo de campo, trabajo que saca a la luz la vida de los ma¬zatecos alrededor de la
economía de subsistencia (que tiene como marco la cultura del maíz, de origen meso-
americano), un aprovechamiento equilibrado de la na¬turaleza basado en el conocimiento
milenario de la gran variedad de ecosistemas de la región, una organización social, política y
simbólica que supo reelaborar sus raí¬ces prehispánicas y que tiene como eje rector las
alian¬zas (dar para recibir) con la naturaleza y con todos los miembros del grupo social. Esto
es, el autor desarrolla un análisis unitario de lo étnico, porque es indudable que lo étnico
constituye la savia que permea todas las particularidades de la vida mazateca. A partir de aquí
aborda toda la gama de contradicciones en que se en¬cuentra inmersa la etnia: el carácter
peculiar de su pro¬ducción frente a las formas agroindustriales modernas que ignoran todo
carácter colectivo y siguen la lógica de la ganancia; su organización social y política frente a las
formas caciquiles y "nacionales" de los poderosos; su pensamiento simbólico ligado a una
práctica social fren¬te a los aparatos de hegemonía asentados en la región —sin excluir, por
supuesto, el papel de las sectas pro¬testantes.

Este trabajo constituye además una observación en detalle de hechos que reflejan el proyecto
de desarrollo regional instrumentado por el Estado, proyecto que se
traduce en grandes obras de infraestructura, economías de planeación y agroindustrias que
resquebrajan o des¬plazan el manejo mazateco (mesoamericanos) de la natu¬raleza. ¿Cómo
crea el Estado las condiciones favorables a la implantación de tal proyecto en el grupo étnico?
El libro responde esta pregunta —en detalle, insistimos— analizando, entre otras cosas, el
papel de cada una de las partes organizadas en torno al bloque en el poder: caciquillos locales,
comerciantes usureros y grupos emer¬gentes de la comunidad que han logrado acaparar
tie¬rras, sin dejar de lado las organizaciones campesinas priístas e indigenismo oficial.

Originalmente escrito como tesis para obtener el gra¬do de doctor en la Universidad de Zurich,
este trabajo recibió en 1986 el Premio Fray Bernardino de Sahagún a la mejor tesis de
doctorado que otorga el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Actualmente, Ec- kart
Boege, antropólogo, está comisionado por el INAH en el Centro de Investigación y Estudios
Avanzados (Cinvestav) en Mérida, Yucatán.

AMAZONIA

Hombre y cultura en un paraíso ilusorio Betty J. Meggers

Amazonia —afirma Darcy Ribeiro— constituye una de las obras más importantes que la
antropología ha pro¬ducido en los últimos años y, sin duda, la más signifi¬cativa para las zonas
tropicales. Luego de describir los ecosistemas de Amazonia, Betty Meggers reconstruye el
sistema adaptativo de cinco tribus indígenas habitantes de las tierras altas y de dos pueblos ya
extinguidos de las zonas ribereñas. A más del examen del modo como cada pueblo explota el
potencial de subsistencia del

ambiente en que vive, las reconstrucciones son admira¬bles resúmenes de cuanto se sabe
sobre esos pueblos. Utilizando el método comparativo y una extraordinaria capacidad de
interpretación y de síntesis, la autora some¬te a la crítica antropológica el saber científico
sobre la vida humana en la selva tropical, y nos proporciona un juicio de una lucidez hasta
ahora no lograda sobre la aventura humana en Amazonia, así como una vehemente
advertencia sobre la catástrofe ecológica que se está pro¬duciendo allí y que amenaza una
porción importante de la vida en la Tierra.

MUJERES, GRANEROS Y CAPITALES

Economía doméstica y capitalismo

Claude Meillassoux

A partir de un análisis en profundidad de la producción y de la reproducción en las sociedades


agrícolas de au- tosubsistencia, esta obra aporta a la vez una teoría del modo de producción
doméstica, los elementos de una crítica radical de la antropología clásica y estructura- lista y
las bases de una crítica constructiva de la teoría del salario de Marx. Las contraindicaciones
mayores que provoca la persistencia en el seno del capitalismo de las relaciones domésticas,
como lugar de la reproducción de la fuerza de trabajo y del "trabajador libre", son puestas en
evidencia por esta demostración que, apoyán¬dose en los dominios generalmente separados
de la et¬nología y de la economía, encadena lógicamente "las estructuras elementales del
parentesco" con los meca¬nismos de la sobreexplotación del trabajo de las pobla¬ciones
dominadas por el imperialismo. Como ensayo teórico, al sobrepasar el estadio de la discusión
de los

Por mucho tiempo, al debatirse con pasión acerca del lugar histórico de las sociedades
"esclavistas" y su función dentro del surgimiento de la "civilización", el enfoque del problema
había sido fundamentalmente jurídico, dominado por las figuras del Dueño y del Esclavo. Y
esto puede decirse tanto de la esclavitud "antigua" como de la esclavitud "moderna". Su
conocimiento del terreno africano, la utilización de un abundante material histórico y
antropológico, permiten a Claude Meillassoux ir más allá de ese enfoque y hacernos penetrar
en las relaciones orgánicas que vinculan a pueblos, bandas saqueadoras y reinos, clases y
sexos. Se trata de relaciones sociales, incesantemente reproducidas en la historia tumultuosa
del África precolonial y colonial, que explican la edificación de un sistema social cuyas
dimensiones eran impensables hasta ahora. Mediante un análisis riguroso, expresado en un
lenguaje claro y ameno, el autor nos muestra su funcionamiento: la naturaleza de los sistemas
militares y aristocráticos que se levantan a partir de la organización de la captura, así como sus
relaciones de complementariedad y de competencia política con las clases mercantiles que
dominan el negocio y administran la explotación mercantil de los esclavos.

Este camino sistemático hace surgir con nueva luz y con coherencia al rey divino, al eunuco y a
la esclava, y las leyes económicas que dan razón de la imbricación de las guerras, el islam y los
mercados. Los caracteres de la explotación esclavista determinan las metamorfosis y las
paradojas sociales a las que la situación de antipariente somete al esclavo, por haber nacido,
no de mujer, sino de "un vientre de hierro y dinero".

Autor de muchas obras ya clásicas, como la publicada por esta casa editorial: Mujeres,
graneros y capitales, Claude Meillassoux es director de investigaciones en el CNRS y
responsable del equipo "Sociedades rurales y políticas de desarrollo".

ISBN 968-23-1605-7

I veintiuno / A\l editores

5 Timbal de guerra.

7 Nuez de cola.

8 Paganos.

6 Sabemos que, en la esclavitud del Nuevo Mundo, la mayoría de las tentativas de crianza de
esclavos fracasaron.

14 La reproducción simple (un sustituto por individuo adulto) supone una tasa de
reproducción ecodemográfica de 0.05.

También podría gustarte