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DÍA 25 DE JULIO INTROSPECCIÓN

EBT

Voy a incrustarme en el silencio/ del que no debí salir/ como no fuera por vagar/ en torno
al tema de se ir/ dentro de sí/ que ya es errar…
León de Greiff, Cancioncilla

Lo más externo y material: la palabra. Hablada hace vibrar tímpanos y huesecillos del que
escucha. Escrita, obliga a fijar la pupilar. La energía y la materia ni se crean ni se
destruyen, se transforman. La física también alienta a pensar que el inconsciente es lo
más exterior del psiquismo humano, incluso más que la piel.

Dos yoes en el “yo creo”. Uno de los dos declara el propósito, crear. El otro pone de sí el
sabotaje. No hay cultivo, no hay cultura. Mi malestar es con la incultura: he cometido el
peor de los pecados, no he sido feliz, repito con Borges. No he cumplido con la joven
voluntad de mis padres. Mira tú a Borges repitiendo a San Agustín: la voluntad no se
opone al deseo, hace pareja con el deseo. Qué insuperable manera esta de presentar el
coito de la concepción: la joven voluntad de mis padres.

Dime qué haces y te diré qué quieres. Si el buen Dios todo lo creó, también tuvo algo que
ver con la transgresión llamada pecado original, ese que se perdona en todo bautizado,
generalmente de poca edad… El valor social del concepto predomina sobre el valor
individual: un nene todavía no ha cometido falta alguna que amerite ser perdonada. Pero
hereda la gran falta, y, se dice, eso lo vincula a la cadena de las generaciones humanas.

No estás insatisfecho con lo que haces, sino con lo que te ha faltado hacer. Inconfesable:
no soy alguien que desee decidir quién merece vivir y quien no. No va conmigo gozar
decidiendo sobre la vida y la muerte de otros. Mi poder es justamente ese: la impotencia.
Reconocerlo no me hace ni menos ni más que otros. La lucidez no me paraliza. Aquí estoy
viajando en torno a ella. El encierro no me ha condenado a dejar de pensar. Si decidiera
matar a quien odio: ¿de dónde obtendría material para confrontarme?
Me eduqué en la idea de que predicar el amor y matar brujas no significaba estar en
contradicción. Ofrecí la paz a mi prójimo el mismo día que el párroco bendecía las armas
oficiales. Después anduve unos años por los lados de que matar era inevitablemente
necesario para conseguir la felicidad humana aquí en la tierra. Tarde, más tarde de lo que
hubiera deseado, descubrí que en la política confluyen armoniosamente Savonarola y
Stalin, todo por la causa. Lo que causa y la causa de todo… en muchos, su majestad del
bebé quiere perpetuarse, y lo logra, en su trono, a tono con la Madre Patria y con el
Gobernante supremo. Él, el supremo… ¡Cuánto debo a Roa Bastos!

Parecía que el coronavirus había introducido la sospecha en el otro. Pero ya existían las
fronteras, esa versión político-administrativa de la paranoia. Que, si no cargaba mi
pasaporte, me estaba vedada la entrada a otro país. Todos tenemos que cumplir con ese
requisito, de lo contrario: eres sospechoso. ¿De qué? De libertad. Esa palabra que
pronuncian los defensores del status quo para compararse con otros, mientras cercenan,
día tras día, las libertades de quienes dirigen.

Ya es tarde para callar, mejor sea errar. Lo importante caminar o navegar… No vive quien
elige lo estático, vegeta despilfarrando sensorio. Se aferra a lo que consigue sin otro
ánimo que comparar, con las de los demás, su posesión. Y se infatúa: todavía no se
percibe cadáver, eso que inevitablemente será mañana. Colecciona bienes, colecciona
títulos, da igual: su infatuación lo convierte en loco ordinario. Pero su locura contribuye a
fortalecer el entramado del que hace parte: su prisión. No le estorban las rejas, las ama. Y
las decora porque no son paisaje sino protección. Es que entre los demás existen otros en
peor estado: vagan capturando bienes ajenos para acrecentar su tesoro-emblema. Por
sus sobras los conoceréis.

Qué hago con mi carencia sino repetir a diario el acto de escribir. A veces
automáticamente, en otras valido de referencias ajenas. Soy autor de mi propia confusión
y a veces consigo no desesperar: hago el esfuerzo por acallar mi odio porque descubro
que cuando lo digo exalto a mi enemigo más arriba de lo que yo quisiera. Como cualquier
marido mojigato queriendo hacer creer a sus amigos que continúa siendo libre atado y
maniatado por palabras solamente referidas a su esposa.

Como un presidente viendo terroristas en todas partes temeroso de empezar a toser o de


sentir dolor en su garganta, como si el silencio acerca de los muertos que produce no
fuera suficiente causa de la irritación. Porque cuando el alma calla el cuerpo habla.

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