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1) Bien: buenos días.

Honrado por haber sido invitado a esta Gran Sesión que demanda de
mi parte saber honrarla en su real trascendencia. El espíritu que la anima, espíritu por
excelencia humanista, no podía provenir en su puesta en acto que de alguien capaz de
poner al orden del día la importancia del lenguaje en el acto médico, restituyendo, sin
atentar contra hallazgos más modernos, un ejercicio como el hipocrático abierto a otras
disciplinas que confluyen en el amplio campo de la salud mental. Rindo agradecimiento y
mención especial al Dr. Carlos Miranda por esta iniciativa que, estoy seguro, una ciudad
otra y unos profesionales otros estaremos obligados a no dejar caer la iniciativa.

2) La Melancolía, cuyo prefijo encaja con la etiología que la antigüedad y el medioevo


concedieron a la negrura (humor bilioso, bilis negra), ofrece como categoría varios
problemas de los cuales consideraré apenas dos: uno, el que establecen historiadores de la
psicopatología como el Dr. Berrios en cuanto a que entre la psiquiatría y la melancolía las
relaciones no siempre han sido claras dado el peso que ofrece la antigüedad del término
con relación a la juventud de la disciplina. El segundo: cada vez más los historiadores de la
episteme, sobre todo nacidos en estos lares, señalan que la melancolía fue el diagnóstico
que los conquistadores hicieron de los indígenas que aquí encontraron, convirtiéndose así
en una estrategia de poder o más bien en una categoría de sujeción estratégica mediante
la cual justificaron, presentando al nativo como melancólico y perezoso, la legitimidad de
su poder atribuyéndose la exclusividad del pensamiento racional que les concedía
exclusiva aptitud para el ejercicio del poder. Los conquistadores se ampararían en una
serie de enunciados en virtud de los cuales “la barbarie, la idolatría, el canibalismo, la
borrachera, el incesto, la ociosidad, etc., se transformaron en prácticas discursivas
habituales destinadas a poner en evidencia una inclinación natural en todos los indios,
como también el permitir reconocer en estos una incapacidad para gobernarse a sí
mismos, producto de su irracionalidad y de sus vicios abominables.” 1

Sin embargo, con respecto de la melancolía, particularmente durante el siglo XVII, ella operó no
propiamente en beneficio del poder hegemónico de los reyes sino como estado de ánimo o modo
de ser capaz de cuestionar el poder. Autores como Bolívar Echeverría aseguran que fue propio del
Barroco cierta tendencia a la melancolía evidenciada en el hecho de que muchos de los
intelectuales españoles del momento tomaron por costumbre adentrarse en temáticas como las de
la noche, la tristeza, la nostalgia, la maldad humana, la comedia humana, el amor, el desamor, la
vía mística (de relación directa con un Dios muy diferente del Dios-objeto de los teólogos…

Mientras que un Arcipreste de Hita demostraba que era el dinero el que regía santidades,
beatificaciones, salvación y nombramientos en la burocracia religiosa, lo mismo hacía un Francisco
de Quevedo, desde sus respectivas maneras de hacer un diagnóstico feroz del mundo corrupto del
Imperio. Mientras el poder se regocijaba en negar deliberadamente la corrupción que lo corroía,
un Miguel de Cervantes Saavedra se inventaba un lector que enloquecía convirtiéndose en el
Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, para quien luchar por cambiar el mundo no era

1
Morong Reyes, Germán. (2014). EL INDIO MELANCÓLICO Y TEMEROSO: REPRESENTACIONES DE ALTERIDAD
EN DOS TEXTOS DE INDIAS, PERÚ COLONIAL SIGLOS XVI-XVII. Diálogo andino, (45), 27-38.
https://dx.doi.org/10.4067/S0719-26812014000300004
cuestión de utopía sino de Justicia. Tenemos entonces un nuevo problema que la melancolía tiene
esta vez con la intención decolonizadora del conocimiento…

Dejo apenas esbozada apenas esta contradicción que mientras adjudica a la melancolía la
servidumbre vocacional de los indígenas, le atribuye a la melancolía una cierta disposición a
fabricar mundos posibles que bien pueden operar como obstáculos para la emancipación como
por disposiciones anímicas para caracterizar el presente sin miramiento ni condescendencia
algunos.

Lo cierto es que si esa parte de nuestro mestizaje, los indígenas, hubiesen sido afectados por la
melancolía en su sentido patológico, sería muy difícil explicar no solo su supervivencia sino su cada
vez más evidente capacidad de problematizar las relaciones sociales que subsisten en nuestros
países.

3) Pretendo enfocarme en mi exposición con la Melancolía como estrategia de supervivencia


y garantía de salvación terrena en tiempos de malestar generalizado por diversas causas. Y
siguiendo los consejos de virtuosas escritoras como Marguerite Yourcenar, nada nos queda
sino aprender para no sucumbir en tiempos de turbulencia del espíritu, tratando así de
poner límites al muy seguro pero inestable triunfo de voceadores chillones en tiempos de
mal humor pusilánime de las masas.

4) Los objetivos que me propongo conseguir con esta presentación son los que relacionan la
melancolía con la desesperanza, la libertad y la utopía, a partir de situar la melancolía en el
marco de su historia cultural. Reclamaré para mi presentación que la atención se fije en la
melancolía no como patología médica sino como “condición humana” que es como
veremos la forma en que en dos momentos históricos ha sido considerada. Finalmente
trataré de resaltar las analogía entre el barroco español y nuestra realidad actual,
destacando que entre nosotros hay quien ha pensado que la angustia personal puede
tener un destino diferente al de la servidumbre voluntaria.

5) Para relacionar la melancolía parto de dos presupuestos: el de la libertad y el de la ilusión


como obstáculo. Me amparo en dos autores contemporáneos, Jean Allouch y Slavov Zizek.
Relacionaré la melancolía con la utopía en tanto no lugar, es decir, aquello que al
ideologizarse se convierte en defraudación segura. Mostraré dos ejemplos del Barroco, los
cuales, vistos desde nuestro siglo, pueden servir de pruebas de lo que deseamos
demostrar. Por último mi homenaje personal a un melancólico que bastante falta nos hace
en estos tiempos.

6) Presente y futuro de la vida: tal vez sea el momento de comenzar por interrogar el valor
que concedemos al determinismo que se ha convertido más que nada en una especie de
justificación para la inacción y el desespero sin alivio. Y, simultáneamente, reivindicar el
sentido que los griegos le concedían a la esperanza, esa otra categoría que no se articula
sin dificultad con la tendencia a considerar que la vida merece ser vivida sí y solo sí se le
concede como obligatorio un determinado sentido. Recuerdo un fatídico encuentro de
Bioética en Bogotá, cuando el encargado del seminario afirmaba sin sonrojarse que el que
no tenga un sentido de la vida… solo merece la muerte.
7) Pesimismo y optimismo: dos actitudes ante el presente. Parábola de Pésimo y Óptimo.
Los temas risa y llanto atraviesan la historia de la filosofía. Demócrito de Abdera (autor de
un Tratado sobre la Risa) y Heráclito de Éfeso, atribulado por el descubrimiento de la no
permanencia del ser, cubren buena parte de la historia de la filosofía. Con algo de detalle
este cuadro contiene lo que fue la evolución de esa relación a lo largo del tiempo hasta el
barroco.

8)

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