Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Extraño Mental
Arik Eindrok
Eso fue lo que leí en la pequeña nota al interior del sobre tras abrir la carta que
recogí llegando del trabajo. La verdad es que me sentía cansado y no tenía
humor para leer cartas sobre personas que se suicidaban, pero, en cierta forma,
no pude evitar esbozar una mueca de confusión y, debo confesarlo,
satisfacción. Mi habitual indiferencia se vio destrozada ante esta esquela y eso
me intrigó. Paulatinamente descubrí el porqué de tal sobresalto, vaya que era
rápido en olvidar las cosas… Melisa era la mujer que creía amar hasta hace
poco, aquella con quien me casaría y con quien formaría una familia para vivir
bajo los estándares de la sociedad. No encontraba ahora razón más disparatada
para desternillarme. ¿Se había suicidado la mujer que hasta hace poco tiempo
era el amor de mi vida? En todo caso, ¿eso tenía algo que ver conmigo?
¿Debía acaso afectarme de alguna manera? ¿Me dolía siquiera saber su
defunción? ¿Qué significaba todo esto para mí? La respuesta a esta y más
interrogantes fue un rotundo no. Más aún, obvié lo leído y terminé
recostándome en el sillón para tomar el libro que tenía pensado terminar hasta
que el crepúsculo estuviera en una fase bastante avanzada. Solamente colegí,
antes de enfrascarme en mi lectura, lo que siempre pensaba sobre cualquier
cosa absurda que pasaba en mi caótica y carente de sentido existencia: me es
indiferente.
Y bien, tengo un trabajo como analista de datos, vaya cosa. Para nada es
lo que yo quiero hacer en la vida, aunque, ciertamente, no hay nada que quiera
hacer, tal vez solo dormir o morir. Estudié matemáticas por razones que ahora
me son totalmente ajenas, y, si pudiese elegir de nuevo mi profesión, creo que
elegiría no haber nacido. Si pudiese, borraría mi existencia de este mundo para
toda la eternidad, pero eso es imposible. Me he obsesionado con tal cuestión,
pues considero que, aunque me matase, mi existencia ha quedado definida en
cierto momento en el tiempo en que se supone palpita este triste y derruido
planeta. Entonces ¿cómo podría desaparecer por completo? ¿Cómo podría ser
borrado de la existencia para siempre? Mi recuerdo continuaría en las mentes
de aquellos que me conocieron. Más aún, mis acciones, aunque
intrascendentes, quedarán para siempre asentadas. De hecho, ya han quedado,
pues lo que yo he realizado no puede alterarse ni deshacerse jamás, pues se
encuentra en aquel periodo de tiempo conocido como el pasado, al cual la
ciencia moderna no ha conseguido aproximarse de manera tangible.
Tras haber quedado más que asqueado de la escuela, decidí que tendría
que trabajar; de hecho, no tenía opción si quería sobrevivir en este banal
mundo materialista y efímero. Y eso es lo que hago: trabajo para mantenerme,
para pagar mis gastos sin molestar a los demás y para ser parte de una
sociedad que detesto. Esos son los detalles de todo cuanto hago, además de
que ocasionalmente voy a correr y, sobre todo, me gusta bastante leer. Por
fortuna, mi metabolismo es una maravilla y no requiero de gran actividad
física para conservarme delgado, aunque igualmente me sería indiferente si
estuviese obeso, pero creo que eso nunca ocurrirá. Entre mis lecturas favoritas
se encuentran las novelas de Dostoievski y de Hermann Hesse. También los
aforismos de Cioran me parecen bastante peculiares.
Pobre Melisa, nunca pensé que la destrozarías de este modo, no cabe duda de que eres un
hombre insensible, aciago y, tal vez, el más aberrante de todos.
¿Qué clase de cosa acababa de leer? ¿Qué era toda esa declaración que
se hacía en mi contra para luego fingir perdón y suplicarme por asistir a un
funeral? Apenas y podía absorber el contenido de tan aberrante misiva. Lo
único que acerté a hacer, sin temor alguno, fue a esbozar una sonrisa. No tenía
ya humor para estas banalidades y el cansancio me cerraba los ojos. Así, me
acosté un tanto molesto por aquella misiva que había interrumpido mi
tranquilidad. Por ahora solo debía dormir, así que me apresuré a colocar el
libro sobre el estante y me dirigí a la cama, dispuesto a arrojarme sobre los
brazos del olvido absoluto al que tanto me fascinaba entregarme.
II
Y es que así era el amor, solo una estafa momentánea para engañarse y
creer que la vida podría ser valiosa. Las personas suelen, de manera absurda y
repugnante, hacerse promesas que racionalmente no están dispuestas a
cumplir, y que, en la mayoría de las ocasiones, escapan de su alcance. Simple
palabrería, mera charlatanería y solo un cáliz efímero que actúa como
sucedáneo de un sentido inexistente. Todo aquel que se haya enamorado sabrá
de qué hablo, pues naturalmente dicho sentimiento termina por mostrarse en
su auténtica faceta, quedando reducido a una maltrecha ilusión. Me atrevería a
decir que el amor ha acabado con más personas de las que han sucumbido en
las guerras, pues las artimañas que tiene para llegar tan subrepticiamente y
escapar de manera tan descorazonada son perfectas.
Una vez que el amor se ha extinguido, nada queda por decir o hacer,
salvo aferrarse a lo que ya no puede ni podrá jamás ser. Esta es la esperanza en
la que reposan las marchitadas esperanzas de los antiguos amantes, quienes
intentan desesperadamente cualquier remedio ante la inevitable muerte de
aquello que antes fuese el máximo aliciente. Pero el amor se va, se termina
tarde o temprano, y es mejor no prestarle demasiada atención. Uno de los
mayores males del amor es la desgracia en que deja al antiguo portador, pues
toma mucho más de él de lo que en otros tiempos le otorgó. He ahí el mayor
acto de cobardía por parte del amor: siempre quita y arrebata violentamente
con una intensidad mucho mayor con la que da. Enamorarse es complicado,
pero aceptar que ya no se está en tal condición lo es aún más.
Hoy me toca trabajar desde casa, así que no debo salir al mundo y odiar
más gente. Realmente me parece desagradable e insensata la existencia de un
ser tan vil y putrefacto como el humano. Debo confesar que a veces rezo,
aunque sé que de nada sirva, por la destrucción de esta raza execrable.
Digamos que mi mayor sueño es que caiga un meteorito o que se consume el
fantástico apocalipsis de la biblia. Por eso me alegro cuando alguien muere,
porque sé que ya no estará en este mundo nauseabundo donde nos vemos
obligados a permanecer hasta nuestra defunción. No entiendo por qué las
personas lloran cuando alguien se marcha hacia el supuesto más allá, pues
¿qué podría ser peor que esta vida marchita? ¿Existirá realmente un infierno
mayor que este en donde nos hallamos cómodamente y que ha sido creado por
el mayor de todos los demonios: el humano?
Llevaba ya una hora con las luces apagadas cuando me paré a beber un
vaso de agua y, al mirar por la ventana, creí experimentar cierta nostalgia
como en mi adolescencia, pero fue mi imaginación solamente. Ahora que
estoy lejos y que no tengo ningún contacto con mi supuesta familia me siento
mejor y mucho más tranquilo, sin ningún remordimiento ni culpa. No entiendo
por qué las personas siempre buscan estar en sociedad. ¿Qué clase de
estupidez los enferma hasta el punto de querer vivir bajo un mismo techo
cuando claramente los problemas son latentes? Fui a la cama con cierto dolor
de cabeza y no quise saber más de la existencia y su ominosa forma. Dormí
plácidamente, aunque apenas hace unos días había recibido la noticia del
suicidio de Melisa, pero ¿a mí qué me importaba? Me alegraba en parte que lo
hubiera hecho, pues a mí me había quitado un enorme peso de encima y ella se
había librado de esta vida absurda.
III
Así, cada vez me preocupé menos por los asuntos terrenales y me solacé
en los actos más instintivos de mi repugnante naturaleza. Yo no era ningún
mesías, no tenía la habilidad de entrar en la cabeza de los demás y
reprogramarlos, pues el acondicionamiento que habían recibido se había
consolidado estupendamente. En caso de que intentase luchar, ¿valdría acaso
la pena? Y ¿qué si no me masturbaba, si no me tiraba putas o no miraba
pornografía? Y ¿qué si tenía relaciones con muchas mujeres a la vez y en nada
me importaban los supuestos sentimientos? Y ¿qué si no me importaba ya
convivir con mi familia ni asistir a sus pestilentes convivios? Y ¿qué si vivía
en soledad y en la sórdida miseria de una existencia absurda? ¿Quién era
distinto a mí? ¿Quién entre toda esta peste de inmundicia podía decir que
había superado su propia esencia humana? Evidentemente nadie, puesto que el
simple hecho de ser humano ya representa una condición maligna. Esas eran
mis razones para rechazar todas las concepciones de un mundo artificial y de
una moral ficticia. Si quería hacer todo aquello que estaba mal ante los ojos de
los estúpidos humanos, lo haría, e incluso con gusto. Me daba igual si era
juzgado por mis acciones o por mis pensamientos, pues sabía que, en el fondo,
todos somos iguales. Sí, todos estamos corrompidos y nos limitamos a
esconder lo que no es moral ni socialmente correcto, pero en lo más profundo
lo seguimos deseando. ¡Todos somos unos cerdos hambrientos de sexo, poder
y dinero!
Por otra parte, me parecía tan cómico cómo el mismo patrón se repetía
generación tras generación. Parecía que el humano no se sabía otra historia
que sufrir por otros, que querer que otros actuasen como él pedía. Pero
igualmente me parecía natural en una raza tan plagada de vicios y tendencias
absurdas, pues el humano siempre buscaba proyectar su sombra sobre cuantos
desdichados pueda. El humano ocultaba lo que odiaba en otros puesto que el
hecho de creerse superior en algún sentido le confería tan afable solaz. Así,
entre más se reprimían los instintos más bajos y pasionales, mayor era la
intensidad con que se multiplicaban en el interior. De tal suerte que las
imposiciones sociales, religiosas, morales y lo que se aceptaba como bueno o
adecuado dentro de los márgenes que dictaba la civilización, era lo que debía
hacerse, pues era bien visto, halagado y admirado por todos los tontos.
Desde luego que, para elegir una puta, tomaba en cuenta algunos otros
aspectos. Nada relacionado con la higiene o cosas sin sentido como esas, pues
me parecía una tontería que los hombres se cuidaran en condiciones como las
actuales. Por mi parte dejé de usar condón desde que abandoné a Melisa y no
me arrepiento; de hecho, creo que, en algunas ocasiones, ya cuando habíamos
terminado y solo nos veíamos para fornicar, había yo mantenido relaciones
con putas sin protección. Desde luego, Melisa jamás lo supo y, ahora que está
muerta, creo que ha sido lo mejor. En lo que a mí respecta, no tengo la
intención de vivir mucho, así que está bien. Me gustaba dar varias vueltas
antes de elegir a la mujer en la cual depositaría mi esperma, pues
indudablemente todas accedían con un poco más de dinero. Yo pensaba que
era un trato justo y a veces las invitaba a cenar, aunque tenía que pagar todo y
de manera apresurada. Ciertamente, me atraían las mujeres con cuerpo
delgado, sin tanta prótesis y sobre todo con un rostro bonito.
Una vez recostado en mi cama y con todo dando vueltas, recordé cada
detalle de Eskira, particularmente su fragancia y lo bonito de sus contorsiones,
así como la voz tan melódica que poseía y sus cabellos pelirrojos alborotados.
Supuse que hasta el momento había sido la mejor puta que me había tirado,
porque verdaderamente me atrajo con una magia descomunal. Saboreó
detenidamente mis testículos para luego devorar mi pene y casi tragárselo,
llegando a vomitar ligeramente. Esto, lejos de asquearme, me prendió
sobremanera y, sin pensarlo dos veces, terminé en su boca y le hice tragar todo
mi esperma. Pero el asunto estaba lejos de terminar, pues, a continuación, ella
me confesó que le fascinaba la lluvia dorada y yo complací su fetiche. Debo
decir que Eskira no solo era demoniacamente preciosa, sino que guardaba
demasiadas fantasías que le gustaba poner en práctica gracias a su nada
desdeñable trabajo.
Noté que era una de las pocas putas que follaban con pasión, eso o tal
vez yo le gusté también, pero no lo creo. El hecho es que le oriné todo el
cuerpo y eso la calentó en demasía. Posteriormente me masturbó con sus
tacones, fetiche muy mío que siempre solicito a las putas que me tiro y que me
embelesa totalmente. Era claro que Eskira no era una mujer ordinaria, pues su
cara tenía dotes de intelectualidad y cierto matiz tan extraño que no logro
explicar, pero follaba como una maldita perra. Lo hicimos en todas las formas
posibles, tanto recostados como de pie. El sexo anal fue el mejor de toda mi
vida, pues tenía el agujero incluso más abierto que el de la vagina, además de
que me confesó que siempre, desde su primera vez a los diez años, prefería
sentirla en su culo que en su coño.
Sus piernas delicadas las lamí y las mordí como a ninguna otra puta se lo
había hecho, además de que, llevado al borde del delirio, desterré todo rastro
de cordura posible y arremetí en desquiciadas lamidas contra su vagina jugosa
y rosada, sin interesarme qué tipo de infección podría contraer. Era la primera
vez que una puta me había calentado tanto como para emprender ese tipo de
locuras, aunque sus fluidos me supieron exquisitos y la muy zorra no cesaba
en venirse, pasando de un orgasmo a otro. También me encantó cuando metí
mis dedos en sus dos agujeros. Primero fueron dos dedos, luego tres, y al final
la mano completa, tanto en el ano como en la vagina que estaba
increíblemente dilatada y chorreante. Pero el asunto no finalizó ahí, pues la
puta pelirroja me pidió que introdujera mi pie en sus dos agujeros. En un
principio dudé pensando que podría lastimarla, pero abandoné esta ridícula
preocupación inmediatamente, impulsado en parte por las confesiones que me
hizo acerca de que cuando era niña solía ya meterse todo tipo de cosas, desde
pepinos, botellas de refresco, latas y hasta globos.
IV
Era sábado, exactamente las diez en punto y yo seguía acostado, con dolor de
cabeza y náuseas. Colegí que había bebido mucho más de lo normal y me
sentía muy adolorido, además de que un sabor amargo imperaba en mi boca.
No sentía deseos de levantarme, aunque claro que esto era normal dado que
me fastidiaba y me importunaba tener que vivir. Día tras día lo mismo, ¿esto
era vivir? ¿Qué era vivir y qué morir, en todo caso? ¿Qué era real y qué no?
¿Cómo podía definir lo que existía y lo que aparentaba existir? Me estorbaba
mi humanidad y, si creía ser real, era porque lo asumía y así se me inculcó
desde pequeño.
De pronto, una silueta se acercó y se sentó frente a mí. Era Virgil, la hija
del encargado de la cocina.
–Hola, ¡qué gusto que hayas venido a comer por aquí! Hace tiempo que
no te habías presentado y ya estaba muy triste –expresó mientras sonreía
estúpidamente.
–Bueno, a mí sí, y bastante. Pero mejor dime ¿cómo has estado? ¿Qué
has hecho de tu vida? ¿Cómo vas con tu trabajo? ¿Ya te casaste?
Noté en sus ojos un extraño brillo que me apabulló. Virgil no era fea,
pero era muy insistente conmigo para que aceptase salir con ella pese a mis
negativas. Sus ojos cafés eran bonitos y sus cabellos castaños siempre olían
bien. Era la mesera de la cocina y siempre andaba muy concentrada en sus
labores, aunque yo la despistaba un poco. Ahora era sábado y los clientes eran
escasos, así que aprovechaba para conversar conmigo.
–Pero ¿cómo puedes pensar de tal manera con respecto a algo tan
sagrado y bello como el matrimonio? –inquirió sumamente sobresaltada
Virgil.
–En realidad, es algo tan absurdo como cualquier otra cosa en esta
existencia. A final de cuentas me resulta indiferente, es solo que cuando las
personas se casan condenan su ya de por sí miserable vida. Por eso no pienso
casarme, para mí no significa nada en absoluto, me da lo mismo.
–No digas esas cosas, eso me entristece. ¿No piensas en tus padres o en
la gente que te aprecia? ¿Es que acaso su sufrimiento no te afecta?
–Pues, una vez muerto, creo que no. En todo caso, es secundario.
Supongo que, al menos, puedo elegir mi muerte, pues no fui quien eligió mi
vida.
–¡Estás loco! Aunque eso hace que te aprecie todavía más –susurró
Virgil sin quitarme la mirada de encima.
–Sí sonrío, pero no creo que eso tenga algo que ver con ser o no feliz.
Eres muy amable, solo que me gusta estar solo, sin compromisos.
–¿Te refieres a que no te gustan las relaciones serias? –preguntó ella con
cierto toque de ingenuidad que me divirtió.
–Así es, prefiero ese tipo de cosas que algo formal. La verdad es que
hace tiempo creí que quería a alguien en serio, pero todo terminó de forma
trágica y absurda, dejándome con un pésimo sabor de boca y con el corazón
destrozado. Por supuesto que, si yo hubiese sido el que soy ahora, me hubiera
evitado estúpidos problemas amorosos.
–Siempre imaginé que no eras un tipo de una sola chica –mencionó
quedamente, al parecer eso le ocasionaba cierta molestia.
–¡Ya voy, mamá! Es solo que estaba conversando con Lehnik, ya sabes
que siempre me gusta hacerle la plática –dijo con su vocecita entrecortada, y
luego salió disparada hacia el fondo de la cocina.
¡No podía tolerarlo más! Debía parar, debía acabar conmigo mismo a
como diera lugar, pues, aunque todo me era indiferente, el mundo humano no
era uno a mi medida, pues su hipocresía, sus mentiras y su absurda visión de la
moral y de supuestos valores a seguir me enconaban sobremanera. Siempre se
buscaba juzgar a un humano tan solo clasificándolo como bueno o malo, pues
esa era la percepción que el ser, en sus limitaciones mentales obvias, podía
entender. Era incapaz de percatarse de su estrechez y su nauseabunda
estupidez, de vislumbrar la gama de posibilidades que jamás podrían ser
encuadradas en tan solo bien y mal. Por eso detestaba a los humanos, por su
absurda escala con la que iban por ahí desdeñando lo que en el fondo ellos
eran y se negaban a aceptar, porque eran incapaces de atisbar lo miserable de
su propia naturaleza y lo repugnante de todas sus creaciones, tanto tangibles
como intangibles. Los humanos habían dilucidado tantas formas para
engañarse y hacer de esta efímera y mísera existencia un tormento en lugar de
aferrarse a su única escapatoria. Los humanos no sabían qué hacer con la
libertad y por ello buscaban la manera de ser sometidos y dominados, ya sea
ante una imagen mística, una gran corporación, un sujeto con poder y ataviado
elegantemente, un tipo que patea un balón o que gobierna un país, que posee
cuentas bancarias o que produce ominosos sonidos ante un micrófono.
Y así pasaba con todo lo que podría considerarse bonito en esta supuesta
vida, en esta realidad execrable adornada con múltiples cromatismos
distractores. Todo se terminaba, todo cambiaba y la felicidad era imposible.
Entonces ¿qué caso tenía experimentar dicha sensación si se terminaba
demasiado pronto? ¿Qué había en los humanos que siempre teníamos la
tendencia de arruinar y contaminar lo único aparentemente incorruptible? ¿Es
que acaso esto era lo máximo a lo que se podía aspirar en esta falacia de
existencia? ¿Tan pobre y patética era la momentánea, frágil y fugaz felicidad
que se podía experimentar en este caos infinito? ¡Qué absurdo resultaba
entonces todo y qué razón tenía para ser indiferente! Así evitaría tanto
sufrimiento, decepciones y estupideces por las que el ser sufre. Así podría
también un día sonreír y levantarme para continuar con la insipidez de mi
rutinaria y malsana vida. Así podría decidirme a tomar la pistola y terminar
con este delirio de miseria e insensatez en donde me sentía atrapado. La
verdad era esa: me sentía forzado a vivir.
Pero mis creencias y mis ideales eran los de un humano cualquiera, los
que las personas tendrían si no fuesen tan hipócritas y mentirosas y aceptasen
lo que en el fondo somos todos. ¡Cómo odiaba ser igual al resto y con qué
vigor me aferraba a ello! ¡Qué temor tenía de mi individualidad y con qué
absurda complacencia me parapetaba en una humanidad que repugnaba y que,
al mismo tiempo, necesitaba para seguir vivo! Ese era el punto en donde me
desmoronaba siempre que pensaba esto, pues me era imposible renunciar a mi
humanidad y seguir existiendo. ¿Qué significaba matarse entonces? ¿No
estaba ya muerto desde hace tanto tiempo por no sentir ni importarme nada?
¿No estaban todos los humanos muertos por dentro al haber reducido su
auténtica forma? ¿Quiénes eran los muertos y quiénes los vivos? ¿No era más
sensato suicidarse que permanecer en esta trágica comedia de pésimo gusto a
la que estúpidamente se le llamaba existencia? ¡Qué miserable y deprimente
era todo alrededor!
Tal era la canción que Jicari, aquella niña pringosa de nueve años solía cantar
a unos cuántos pasos de mi puerta. Los sucesos siempre ocurrían en el mismo
orden: el señor Golpin llegaba borracho, drogado y con dos gordas
aparentemente sacadas de algún burdel barato. Luego, entraban al
departamento como a la 1 am y la fiesta comenzaba. Como yo dormía poco, en
nada me incomodaban sus gritos execrables. Ciertamente, tenía algunas ideas
con respecto a lo que ocurría en aquel departamento lamentable, pero nada
concreto. Tras una media hora, las gordas cabareteras se retiraban entre vómito
y eructos, pero el martirio de la señora Akriza recién comenzaba. En tanto, la
pequeña Jicari se acercaba con su canción a mi puerta. Acto seguido, se
escuchaban unos golpes espantosos, propinados seguramente con un cinturón
o algún cable. Entonces los sollozos de la señora Akriza se propagaban, con la
evidente intención de ser contenidos, pero sin tener éxito. Había ofensas,
maldiciones, injurias y toda clase de palabras vulgares e hirientes eran
lanzadas sobre la desdichada, quien jamás respondía para defenderse.
En ocasiones fantaseaba con cometer una locura e irme muy lejos con
Akriza, ella parecía suplicármelo cada vez que nos mirábamos y yo ardía en
deseos de complacerla en todo sentido. Se había equivocado al aceptar el yugo
de aquel golpeador, pero a leguas se notaba que buscaba un escape, que no le
interesaba en lo absoluto lo que podría ocurrirle a la desaliñada y miserable
Jicari, y que todo cuanto añoraba era un nuevo comienzo, al igual que la
mayor parte de las personas que absurdamente se colocan las cadenas de aquel
absurdo tormento llamado matrimonio.
Entré sin más dilación y quedé cautivado por las reliquias que aquel
decrépito sujeto mantenía con tanto cuidado en sus vitrinas. Había toda clase
de curiosos objetos y de instrumentos bonitos y vetustos. Indudablemente se
debía tratar de un coleccionista sin igual que, durante todos los años de su
absurda existencia, había conseguido amalgamar tan curiosos elementos. La
oscuridad era evidente y me costó trabajo dilucidar la pequeña silueta que se
mantenía recargada en lo que parecía ser la mesa de cobro, era Jicari. Al
mirarme, sonrió con sus putrefactos dientes y me indicó que guardara silencio.
Me acerqué un poco más para interrogarla.
–Hola, pequeña. ¿Cómo estás? ¿Qué haces por aquí? –pregunté en voz
baja y con una curiosidad incipiente.
–Sigo sin comprender, ¿en dónde está tu mamá? ¿Es que acaso…? –
inquirí sin completar mi pregunta, pues una sola idea fulminó mi mente.
–Así es, momi siempre necesita jugar, pues, de otro modo, tiene un
carácter de los mil diablos, y se la pasa encerrada en el baño haciendo ¡quién
sabe qué cosas!
–Si no, ¿qué? ¿Acaso pasará algo tan terrible? O ¿por qué te pones así?
–Es que momi siempre me encarga que nadie la moleste mientras ella
juega y yo…, temo desobedecerle, porque, de ser así…
–No te preocupes, en verdad yo me encargo –comenté con más
confianza y notando que Jicari temblaba con la misma intensidad con que
apestaba–. Te haré una promesa, solo entraré y tomaré lo que necesito sin
molestar a momi con sus juegos, ¿qué te parece?
Dado que ellos estaban de lado, logré atisbar cada detalle de la increíble
e inefable succión que Akriza le proporcionaba al infame anciano. Lamía
ambas bolas con majestuosidad y después, con la punta de su lengua, rozaba la
cabeza y la abertura. Luego se alocaba y lo introducía todo de golpe,
incluyendo las bolas, tras lo cual parecía vomitar y tosía demasiado. En
determinadas ocasiones, el miembro del viejo debía entrarle hasta lo más
profundo de la garganta, pues en sus cachetes atisbaba las bolas mismas. El
viejo, colegí, debía haberse tomado algunas pastillas azules antes del acto,
pues no era concebible que su cosa estuviese tan erecta a esa edad. No
importaba, no podía dejar de mirar las divinas tetas y los cósmicos pezones de
Akriza, que se revoloteaban de un lado a otro hasta que entre ellos se incrustó
el miembro del asqueroso senil.
Entonces el viejo estúpido salió del baño, tal vez envalentonado por la
pastilla azul o verdaderamente excitado milagrosamente gracias a Akriza, pues
su cosa estaba erecta y su rostro ansioso de penetrar. Para mi sorpresa, la
ardiente zorra no permitió que esto sucediera y se arrojó sobre su cosa para
chuparlo y jalarlo de manera precipitada, como si quisiera arrancárselo. Yo
sentía no resistir más y, cuando miré cómo el inútil anciano se corría
abundantemente en la boca, rostro, tetas y abdomen de Akriza, me corrí
también manchando el suelo y, dado lo apretado de aquel pasillo, arrojando un
poco de semen hacia la calle mediante una ventana abierta.
No pude evitar seguir con la cosa erecta cuando vislumbré cómo Akriza
se tragaba y saboreaba con majestuoso deleite el rancio esperma de aquel
viejo, procediendo a lamer lo que le había quedado embarrado en la punta del
miembro. La imagen de Akriza, con su vestido rojo levantado y sus tetas
salidas, toda bañada de semen y gimiendo como una maldita e invariable
zorra, era algo con lo que podría jalármela de por vida, pero deseaba más.
Comprendí que el acto no terminaría ahí, pues el viejo entró de nuevo al baño
con otra pastilla azul. Y, cuando salió, se inclinó de tal manera que Akriza
comenzó a chuparle el ano mientras se metía el mango de un sartén en el suyo.
VI
Desde luego que Jicari cuestionó lo que yo ya sabía que querría saber,
así que tuve que inventar algo para enmascarar mi descuido. En cierta manera,
aquella interrogante abrió una puerta que, de otro modo, hubiese sido muy
difícil siquiera empujar un poco.
–Oiga señor, ¿qué era eso que estaba haciendo mientras yo lo miraba
detenidamente al final del pasillo? –preguntó mientras lamía su helado con su
simiesca y odiosa fisonomía.
–Bueno, son ciertas cosas que a veces las personas hacemos cuando
estamos estresadas o desesperadas. Tú eres demasiado pequeña para
comprender.
–Eso es lo que usted cree, pero la verdad es que no –replicó sin apartar
sus ojos negros de mí–. ¡Yo sé que usted se estaba jalando la miembro!
–Si usted supiera las cosas que miro diariamente, no me tomaría por una
ingenua criatura. O ¿acaso piensa usted que soy ignorante solo por estar tan
sucia y harapienta?
–Te contaré lo que quieres saber, pero debes prometerme que de ninguna
manera se lo contarás a nadie, pues es muy delicado. Además, si momi se
entera de que yo te conté, me matará –comentó entre murmullos matizados de
una melancolía inusual.
“Como sea, momi me cree ignorante de sus asuntos y está bien que así
sea. Sin embargo, yo sé a la perfección en qué anda metida y, cuando puedo,
robo lo que esté a mi alcance para no ocasionar molestias. Si hay algo que me
irrita es la dádiva y la compasión con la que me mira la gente, además de que
todos se tapan las narices puesto que mi olor es repugnante, pero realmente
apenas y tenemos agua, pues no la hemos pagado y lo poco que obtenemos
solo cubre las necesidades fundamentales. Hace ya tanto que no tomo una
ducha y que uso las mismas ropas sucias que he olvidado la sensación de estar
limpia. Supongo que esto me traerá infecciones y enfermedades, pero me
mantengo fuerte y, de cualquier manera, si me muero, será lo mejor; seré una
carga menos para momi y nadie me extrañará. De hecho, debo confesarte que,
en varias ocasiones, he estado a nada de arrojarme a las vías del tren, pero
siempre me acobardo cuando las luces parpadean en la oscuridad.
“Y eso no es lo peor, pues a veces hace que momi pase de ser una simple
espectadora a ser partícipe de sus deplorables fantasías. La amarra como si
fuese un animal y deja que las gordas cabareteras la orinen y defequen sobre
ella, o la obliga a oler sus gases y a lamer sus traseros. Algunas ocasiones deja
que ellas le peguen a momi hasta sangrarle la boca y ponerle las mejillas
moradas, o hace que la manoseen asquerosamente e introduzcan toda clase de
cosas en su vagina. Lo cierto es que ese señor, que antes llamé mi padre, y que
ahora detesto con todo mi ser, jamás penetra a momi ni tiene el más mínimo
contacto sexual o deseo por ella. Pienso que le agrada mantenerla consigo solo
para satisfacerse a sí mismo y cumplir sus fetiches, pues nunca deja que momi
cierre los ojos, ella debe ver todo lo que él hace con aquellas dos gordas
asquerosas. Durante el transcurso del acto acumulan fluidos en un vaso que
dan a tomar a momi o que avientan en su cara. Además, arrojan toda clase de
cosas y le escupen o la insultan tremendamente. A él parece excitarle mucho
que estas gordas destrocen a momi con golpes o palabras, y las alienta para
que la degraden y la humillen de cualquier forma.
–No importa, así está bien –me apresuré a contestar sin prestar
demasiada atención a su simiesco rostro–. Ahora veo que has sufrido
demasiado y que tu momi necesita escapar de las garras de ese sujeto vil
cuanto antes.
–Y ¿si ahora te pido que me mates del modo que mejor se te ocurra?
–Y puedo ver más, pero usualmente me lo guardo. Siempre creo que las
personas son estúpidas, y casi nunca me equivoco, por lo cual me reservo mis
comentarios para no herirlos en su ridícula concepción de la vida.
–¡Tú pareces robarme las ideas, porque exactamente eso suelo pensar
yo!
–No es tan complicado, solo debe uno ser sensato y sincero para saber
que el mundo se ha ido al carajo y que las personas que lo habitan son carentes
de sentido.
–E, incluso en esta náusea, todavía luchamos por algo, por dejar huella
en esta paradójica pseudorealidad que creemos es la vida.
VII
No supe qué contestar. ¡Si tan solo aquella inocente niña supiera quién era yo
en realidad! ¡Si supiera qué cosa tan aterradora e insignificante era mi vida!
Desde luego que era sincero y no creía seguir los patrones de la sociedad, pero
¿no era yo precisamente parte de esa decadencia? ¿No asistía cada fin de
semana a follarme a aquellas putas y embriagarme en antros baratos y buscar
placeres en infinidad de labios? ¿No era yo un mero trabajador de oficina con
una vida absurda y mediocre, rayando en una absoluta insipidez? ¿No usaba
tantas máscaras y a la vez ninguna? ¿Qué clase de hombre había sido todos
estos años y en qué continuaría transfigurándome? ¿No había reconocido la
decadencia y la estupidez del mundo y había decidido obviarla y entregarme a
toda clase de impulsos mundanos? ¿Dónde estaban precisamente mis
sentimientos y qué era eso que yo tenía y que el mundo había perdido? ¿Cuál
era mi auténtica esencia y en qué clase de pantanosa miseria me revolcaba sin
importarme nada más? ¿Acaso había pasado tanto tiempo solo y sin sentido,
sumido en reflexiones que no llevaban a ninguna parte, que me había olvidado
de mí mismo? ¿Acaso había dejado todo a esta humanidad recalcitrante que
rechazaba y adoraba a la vez?
Así ocurría siempre con todas las mujeres, pues, dado que el amor era
solo un engaño execrable, lo único que se podía buscar en el sexo opuesto era
el contacto físico y el idílico intercambio de fluidos, fuera de eso todo era
mísero y obsoleto. Y todos los que se engañaban a sí mismos aparentando que
se amaban o que se adoraban me producían estrepitosas carcajadas. El humano
no era una criatura apta para amar, solo se trataba de un reflejo instintivo
manifestado en la copulación, y nada más existía fuera de esto. Pero así eran
estos seres de los que me veía rodeado diariamente, intentando luchar por
cosas banales y por meras ilusiones que, en su desesperación, creían reales
para dar un sentido al lúgubre vacío de sus tediosas vidas.
–¿Dónde diablos te habías metido, chiquilla del demonio? ¿Es que acaso
no te cansas de ocasionar problemas? –fue lo primero que Akriza espetó, casi
ignorando mi presencia y tomando a la pringosa Jicari del brazo.
–Y eso ¿a mí qué? Todo lo que tenías que hacer era vigilar y quedarte
quieta.
–No, para nada. Lo único que no tolero es que esta sinvergüenza siempre
ande queriendo pasarse de lista.
–Nada de momi, ya verás que algún día lo pagarás cuando tengas hijos y
un marido.
–No; de hecho, creo que su hija es una niña bastante despierta para su
edad, es muy inteligente –interrumpí nuevamente.
–¡Santo cielo! Ahora veo por qué me parecía sospechoso todo esto –se
lamentó Akriza, luego se dirigió a mí–. No le haga mucho caso, es solo una
niña tonta y no sabe nada de la vida. Me imagino que usted ya sabrá de lo que
le hablo, es mejor dejar que su cerebro madure, pues, por ahora, creo que dice
puras tonterías.
–Como usted diga. De todos modos, no creo lo que otros me dicen tan
fácilmente, siempre me cuestiono todo –expresé mirando a Jicari y guiñándole
el ojo.
–Pues será mejor que así sea. Por ahora debemos irnos, pero le deseo
que tenga una tarde agradable y disculpe por las molestias que hayamos
podido ocasionarle.
–Hasta luego Lehnik, supongo que podremos hablar con más calma en
otra ocasión, ¡je, je! –dijo Jicari mientras sonría y me mostraba sus dientes
podridos.
Y así fue como se marcharon las dos mujeres, tanto la pringosa Jicari
como su pérfida madre. Todavía percibí que discutían un asunto mientras se
dirigían hacia las escaleras que conducían al tercer piso. Por supuesto que mis
ojos solo pudieron observar los movimientos de aquella mujer y fantasear de
todas las maneras posibles. Terminé mi cigarrillo y entré en mi habitación,
feliz porque al fin había podido, aunque no de la mejor manera, dirigir algunas
palabras a Akriza. Barrunté que Jicari podría serme de gran ayuda, pues me
daría bastantes detalles de lo que ocurría en su hogar con la mayor fidelidad,
pues nunca mentía. Por otra parte, podría usar esto como pretexto para fingir
que me interesaba ir a su departamento a platicar y así visualizar la mejor
oportunidad para follarme a su madre.
Terminé el día sin cenar, masturbándome tres veces seguidas con los
vívidos recuerdos de Akriza y aquel viejo. Luego, cuando ya me disponía a
dormir, volvió a mi cabeza el asunto del suicidio y todo el discurso de Jicari,
incluyendo su rara actitud hacia mí y sus inexplicables afirmaciones.
Innegablemente existía algo que la había trastornado y yo creía saber qué era.
La pobre y mugrosa Jicari lucía endurecida ante esto, con la firme convicción
de querer morir y no ser parte de este mundo decadente. Debo confesar que,
por unos instantes, me recordó aquella ocasión en que tomé el revólver y casi
me volaba los sesos de no haber sido porque escuché un susurro a lo lejos que
decía mi nombre. Lo raro fue que, cuando salí, caminé sin dirección alguna,
hasta detenerme en un pequeño club de baile, lugar en donde conocería a
Melisa y mi vida cambiaría hasta lo que es ahora. En fin, sabía que un nuevo
día estaba por comenzar, otra insípida página en este anodino libro que era mi
vida, o, tal vez, mi muerte.
Después de desayunar pensé en qué haría el resto del día, era muy
temprano y el sol brillaba con intensidad, anunciando un domingo despejado.
Supuse que podría hacer muchas cosas si tan solo realmente quisiera hacerlas.
Sabía que los humanos eran así siempre, pues llevaban a cabo actos
maquinalmente, por mero impulso y sin reflexionar si realmente se trataba de
algo que quisieran hacer. La vida, por esto mismo, no tenía sentido. Pues ¿qué
sentido podría haber en sentirse forzado en todo momento a hacer cosas que
uno no quería para vivir la vida? No era congruente el querer y el hacer, pero
tampoco necesario. Las personas trabajaban no por obligación, sino porque así
querían hacerlo, ya que en realidad podían decidir lo contrario y morirse de
hambre por no comer. Pero siempre se podía decidir, o al menos así me
gustaba creerlo, en esta clase de cosas. Y, aunque era un misterio saber si antes
de vivir existía también la elección de hacerlo o no, pensaba que este era un
tormento sin igual.
Siendo así, era válido que el humano se reconstruyera bajo sus propios
principios y valores, anulando toda clase de atavismo e imponiéndose no tanto
como dogma, sino como guía de un despertar cósmico. Y, si en la muerte no
existían respuestas, me sentiría decepcionado, pero también encantado por no
volver jamás a esta experiencia infame. De tal suerte que ser decadente o
consciente eran conceptos demasiado vagos para tener importancia. Yo era un
sujeto tan intrascendente como cualquier otro, por mucho que quisiera
encubrir esta angustia.
Yo sabía que los padres rara vez entendían los requerimientos de los
hijos, y estos a su vez querían libertad e independencia. Solo en los humanos
débiles seguía vivo el concepto de permanecer siempre junto a la familia y de
agradecer a los padres por todo lo brindado. Esa era otra de las máscaras que
se colocaban cotidianamente las personas, aunque yo había decidido hace
tiempo que ni siquiera asistiría al funeral. Es más, de preferencia elegiría que
los cremasen, pues para nada sería de esos ingenuos patéticos quienes
derramaban lágrimas y atascaban las tumbas de flores. Yo no tenía ni tiempo
ni ganas para ello, y por eso mis padres se habían molestado conmigo antes de
que me fuera de la casa.
Era un poco gracioso que ahora yo fuese tan diferente, que ahora todo
me diera igual. Por unos momentos hasta me pareció ver a un chico con un
balón que usaba una sudadera muy parecida a una que yo usaba cuando iba a
jugar fútbol en las canchas del parque. Y lo que más me cautivó era la sonrisa
del adolescente, pues me hizo recordar que hacía tanto desde la última vez que
me había sentido feliz y que había esbozado una ligera mueca similar a una
sonrisa. ¿Desde cuándo todo se había descompuesto en mí? ¿Por qué sentía tal
indiferencia? ¿Quién era yo ahora? En fin, al llegar a la casa de mis padres
noté que la fachada lucía un poco mejor desde la última visita que había hecho
hacía ya tanto. Cuando llamé a la puerta mi padre abrió sonriendo y dándome
la bienvenida.
Fue ligeramente exagerada mi llegada, pues mi madre me colmó de
besos y bendiciones, mostrándose tan alegre de que, al fin, después de tan
prolongado lapso de ausencia, me decidiera a pasar un día en su compañía.
Charlamos un poco, aunque me mostré adusto como siempre, pues rara vez
lograba tener una plática profunda con alguien. En general, casi todas las
charlas que lograba entablar eran muy superficiales, pues para nada me atraía
conversar sobre los clásicos temas que la gente consideraba interesantes:
fútbol, vidas ajenas, dinero, trabajo y espectáculos. Y, algunos a quienes creía
intelectuales engañados, se la pasaban hablando de algunas ciencias
particulares o filosofías obsoletas, lo cual también me aburría. Era apático, eso
no se podía negar, pero ¿qué hacer? ¿Acaso fingir que me interesaba hablar
sobre bagatelas sería más correcto?
Y con mis padres no era distinto, como bien yo sabía, pues, cuando
intentaba hablar de temas más profundos o expresar mi verdadero
pensamiento, se molestaban y decían que yo estaba demente o que dejara de
decir tonterías. Por supuesto que les ofendía en demasía el hecho de que no
creyera en ningún dios, pues, cuando el coloquio era religioso, las cosas entre
ellos y yo nunca marchaban en paz. Y así con otros tantos asuntos, como
también con la mayoría de las otras personas. Por eso casi siempre me
mantenía en silencio, interactuando con fines netamente laborales o
indispensables. Creo que con quienes más llegaba a entenderme y a hablar
eran las prostitutas de la avenida Astraspheris. Entonces pensé en Jicari,
indudablemente me había agradado su forma de ser y su percepción. Con
aquella niña simiesca y apestosa ¡sí que me entendía bien! Tal vez porque ella,
como yo, también vivía obsesionada con la idea del suicidio.
–¡Lehnik! Por fin has decidido visitarnos, estaba un tanto angustiado por
ti y tu salud –exclamó repentinamente una voz que reconocí de inmediato–.
¿Por qué has dejado pasar tanto tiempo antes de visitarnos? No tienes idea del
llanto que mamá diariamente suelta en tu honor.
VIII
–Supongo que está bien, aunque, a decir verdad, siempre quise que
hiciera algo más que solo mirar el fútbol y conformarse con trabajar.
–Lo que dices podría ser cierto. Es lo que una vez, cuando me decidí a
visitar a un psicólogo, afirmó también –contesté.
–Pues creo que entonces eres un gran optimista. Mis padres hablan de ti
seguido, pero creo que ya se les está pasando esa sensación enfermiza de
extrañarte todo el tiempo. Yo, por mi parte, he estado concentrado en mis
estudios, los cuales basta decir que me ocupan casi todo el día. Pero, en mi
poco tiempo libre, he emprendido una misión que quizá te agrade saber: el
arte.
–No sé, algo me dice que todavía debemos luchar por nuestros sueños.
–¿Crees que las personas de este mundo decadente todavía tienen algo
por qué luchar? Es más, ¿crees que tienen sueños aún?
–¿Qué quieres decir con eso? ¿Es acaso que aceptas que en algún
momento tuvimos sueños los humanos y luego…?
–Ya veo, suena interesante. Pero dime, ¿no crees que haya todavía
algunos que sean diferentes?
–Yo he sentido eso que dices, y, aunque sea absurdo, aún lucho. Tienes
razón al decir que gran parte de la humanidad está sumida en la decadencia,
pero ¿qué pasaría si nosotros también nos uniéramos a ellos?
–Tal pareciera que lo único que tiene sentido en esta vida absurda es,
entonces, la muerte –musitó Ujamh.
–Si algo superior al humano, sea lo que sea, no existe, entonces nada
tiene sentido.
–Pues digamos que solo de cierta manera. Si el humano se halla solo, sin
ninguna influencia superior, entonces verdaderamente existe una gama infinita
de opciones. Esto es lo mismo que decir que existe el libre albedrío y que el
destino es solo una quimera, pues le otorga al humano todo el poder de la
decisión y toda la responsabilidad por sus acciones, sean buenas o malvadas.
Y, al mismo tiempo, implica una libertad escalofriante, una absoluta
independencia de cualquier karma. Pero en estos terrenos el mono para nada
se siente cómodo, pues le espanta su propia libertad, ya que ha sido
acondicionado para adorar falsos dioses y aferrarse a las cadenas que lo
limitan. De tal manera que esta grosera insinuación de libertad no hace sino
amedrentar al humano y lo obliga a reconfigurarse en cualquier otro elemento
de esta pseudorealidad. Por suerte, lo anterior es solo una posibilidad entre
millones, pero, de ser cierta, ofrece una despreocupación eviterna, puesto que
el humano puede obrar como le venga en gana sin preocuparse jamás por un
castigo o remuneración. Si nada más allá existe, entonces no hay diferencia
entre lo sublime y lo miserable, entre el bien y el mal. Bajo esta percepción
entonces nada tiene el más mínimo sentido, pues terminará por ser irrelevante,
y lo mismo da vivir en decadencia que en lucha, oponerse al sistema que
formar parte de él. Finalmente, vivir y morir caen en lo mismo. Amar u odiar,
ser o no ser, respirar o suicidarse, existir o no. ¿Qué importancia tiene al fin?
–Y eso ¿no significa que te has rendido y que has abandonado tus
sueños?
–En cierta medida sí, pero también significa que ya nada me interesa:
todo me es indiferente. Así es como he llegado a ser lo que soy: solo un
muerto viviente que, en cualquier instante, lo estará de verdad. En los
momentos más controvertidos, en mi interior considero que la vida, o lo que
sea esto, es tan efímera, y que muy probablemente yo ya he vivido más de lo
que debería.
–¿Y crees que alguien a quien le da igual todo deja de ser humano?
¿Crees que sea malo vivir así?
–No sé, es raro. Supongo que cuando todo te da igual también implica
que los sentimientos y las emociones se desvanecen por completo, y entonces
solo queda una cosa por hacer: matarse.
–¿El suicidio?
–Eso me tiene triste. Pensar que todo es tan trivial y que moriremos en la
irrelevancia.
–Pero tal vez sea lo más natural, y aunque la agonía y la tristeza sean tan
alarmantes y avasallantes, lo único que es real es lo que no podemos ver.
Supongo que es curioso, pero tengo más esperanzas de comenzar a vivir en la
muerte que ahora mismo.
–Y ¿qué hay de Melisa? ¿No te ibas a casar con ella? ¿Qué pasó con su
relación?
–Y sí, ella se suicidó. Se cortó las venas hace poco, creo. Me envió una
carta su hermana Margaret, pero me pareció de lo más irrelevante.
–¿Una carta?
–Comprendo…
IX
En parte era escalofriante pensar en lo absurdo que era todo, quién sabe
si también la muerte sería igual, pero esperaba que no. Me fastidiaba pensar
que mañana, al abrir los ojos, comenzaría de nuevo otra banal semana donde
la rutina y el tiempo me consumirían poco a poco como lo venían haciendo
hasta ahora. Pero ¿qué opción tenía entonces? Solo quedaba el suicidio, era la
única alternativa confiable. Pensaba que, si tenía que soportar más noches así,
donde el hartazgo y el asco de existir se incrementaban al máximo, realmente
tendría que matarme dentro de poco. Necesitaba encontrar algo que me hiciera
sentir menos miserable, pero era inútil, pues ya no había nada con lo que
pudiera engañarme.
Nuevamente era viernes por la tarde y yo salía del trabajo. Casi una semana
había transcurrido desde que, tras una larga ausencia, había visitado a mis
padres. Precisamente hoy tenía la oportunidad de poner a prueba lo que podría
hacerme diferente. Y es que esta semana había estado pensativo, sin realizar
ninguna actividad execrable y manteniéndome pulcro. No me había
masturbado, no había mirado pornografía ni había tenido pensamientos
concupiscentes. Tampoco había asistido a la avenida Astraspheris para
follarme a una de aquellas prostitutas amargadas. Pensé que no todo me era
indiferente, que debía existir una razón para seguir, para intentar darle la
contra a esta repugnante condición humana.
Vería a Lary para irnos cuanto antes a un antro cercano al centro de la ciudad y
luego dejaríamos que pasara lo que fuera, pues ya briagos cualquier cosa sería
buena. Sin embargo, caminaba sin prestar atención a mi alrededor, con las
manos dentro de los bolsillos, un cigarrillo en la boca y preguntándome ¿qué
sentido tenía la existencia en este mundo? Si todo era absurdo, ¿por qué no
terminaba ya? Ocasionalmente me distraía mirando las nalgas de alguna mujer
que se cruzaba conmigo, pero hasta ahí. Por unos momentos estuve a punto de
arrepentirme y volver a la estación para tomar el tren que me llevaría a casa de
mis padres, pero era inútil si quiera considerarlo, pues bien sabía que no lo
haría.
–¡Oye, Lehnik! ¿A dónde vas ahora? –exclamó de pronto una voz que
yo conocía, viré y me percaté de que era Lary.
–¿En qué tanto piensas, Lehnik? Hoy más que otros días te noto
sumamente extraño –inquirió Lary mientras caminábamos rumbo al antro.
–Sí, podría, pero no sé. Ya veremos si con unas copas encima me animo.
Sé bien que mis padres y otros tantos moralistas condenaban este tipo de
acciones, que religiosos imberbes injuriaban embriagarse en un antro. Y yo
solo reflexionaba y me cuestionaba que, de cualquier manera, ¿había algo más
que pudiera hacerse? Existía diferencia alguna entre estar borracho hasta el
amanecer y hundido en la decadencia, o estar en cama durmiendo y siendo
buena persona. Antes creía que sí, y, por eso, intentaba ser distinto, porque
tenía fe en un cambio, en un despertar. Sin embargo, eso nunca ocurrirá. La
existencia humana es carente de todo sentido, y, al fin y al cabo, estar borracho
con alguna mujerzuela fácil y sin moral era preferible a estar aburrido en casa
masturbándome o fingiendo que amaba a mi esposa y que añoraba una buena
vida con mi familia.
–Por mí está bien –asentí con indiferencia–. ¿Hasta qué hora te irás?
–Tal vez, es solo que estoy harta de los problemas, siento que ya no
puedo más.
Los tragos llegaron y la charla con Lary, quien ahora parecía estorbarme,
prosiguió. Debo confesar que la escuchaba solo mi cuerpo, porque mi mente
estaba en otra parte.
–Muy bien, pues hay un tema muy absurdo que hace poco me fue
comunicado y que mi cabeza sigue procesando a pesar de que no quiero
mantenerlo en mí –expuse confundido, relatándole todo lo acontecido desde el
suicidio de Melisa.
–¡Qué fuerte, qué cosas! –dijo exaltándose–. Vaya que son impresiones
que yo no podría resistir. Sin embargo, tú luces tan tranquilo.
–Pues creo que antes sí, cuando creía en el mundo y quería cambiarlo
todo.
–Y ¿qué pasó entonces? ¿Tiene algo que ver con esa tal Melisa de la que
alguna vez me comentaste?
–A esto.
–¿A qué?
–A la pseudorealidad.
Ese juego me gustaba, pues sabía que ella era una completa imbécil, y que me
apreciaba como si yo fuese un dios. Podría hacer cualquier cosa para ganarme
su desdicha y, aun así, continuaría teniéndome en lo más elevado. Esto era así
porque ella pertenecía a esa clase de individuos sumamente banales que no
conciben otro modo de regocijarse que contemplando lo que jamás podrían
tener ni ser. En mi caso, sabía que Lary me admiraba y que haría lo que fuese
si yo se lo pidiese. Nada le quedaba en su marchitada vida, abandonada con un
niño de seis años y echada de la casa de sus padres. Trabajaba
incansablemente para pagar la renta con un primo quien también se
aprovechaba sexualmente de ella, pero eso a mí me importaba un rábano. Si
Lary daba las nalgas a cuanto tipo se le presentara por ahí, era tema que no me
atañía en el más mínimo sentido, siempre y cuando yo fuera uno de esos. La
verdad es que era atractiva, aunque muy torpe, y jamás negaba una de mis
proposiciones. En fin, últimamente su hijo nos estaba dando muchos
problemas, pues le tomaba cada vez más tiempo atenderlo.
–De vuelta al mismo punto, pero está bien –asentí contrariado–. Con
respecto a la pseudorealidad y sus artimañas, creo que desde nuestro
nacimiento se nos atasca la cabeza con todo tipo de atavismos que nos son
implantados para poder sentirnos a gusto en este mundo. Por ello digo que
nadie es realmente él mismo, nadie tiene ideas propias, ya que se nos han
encasquetado todo por medio del entorno nauseabundo. Cuando naces, vienes
en blanco a lo que conocemos y creemos como realidad, que es donde se
desarrollará nuestra terrenal existencia, pero desgraciadamente no se nos
permite aprender y decidir por cuenta propia. Esto es complicado dado que, al
ser tan pequeños, dependemos en absoluto de otros humanos, en este caso de
nuestros padres. El gran error cometido por éstos surge cuando, en su
ignorancia, contaminan nuestra esencia intentando educarnos a su modo; esto
es, enseñándonos lo que ellos creen que está bien o mal. Básicamente, nos
transmiten sus costumbres, creencias, pensamientos, moral, valores,
educación, religión, entre muchas otras cosas. ¡He ahí el gran problema, según
lo veo!
–Una gran parte se debe a ello, pero hay más –asentí–. Es un grave error
que los hijos se críen con sus padres, pues éstos se encargan de arruinarles la
mente de por vida. Claro que considero de antemano ridículo el hecho de
procrear. Es un desperdicio que las personas sueñen con tener hijos y basar el
sentido de sus vidas en éstos, manteniendo la esperanza de que conseguirán lo
que ellos no. Pero vamos, ¿qué es lo que ellos añoraban lograr? ¿No es
también más de lo mismo, solo metas banales? Los padres reflejan esta
superflua conducta en lo que esperan de sus hijos, por eso los educan a su
modo y les inculcan todo, pero hacen mal. Actuando de tal manera es como se
ha caído en esta decadencia, como se ha conseguido obnubilar desde muy
temprana edad el razonamiento, la intuición, la creatividad y la imaginación.
Los niños lo reciben todo de sus padres, absorben lo que a éstos les parece
correcto y crecen en un ambiente determinado con patrones de conducta y
pensamientos moldeados. Aunque bueno, en primera instancia todo este
galimatías se podría evitar si los humanos no tuvieran la estúpida convicción
de reproducirse, aunque entiendo que se trata del mayor impulso biológico,
pero es tan absurdo traer otro ser a este mundo trivial y aciago. Y, por ello,
asumiendo que las personas no pueden evitar la desfachatez de engendrar, es
que avanzo al siguiente nivel y me percato de que los hijos son un producto
etiquetado de antemano. Sé que esta sociedad así lo demanda, pues con todo el
entretenimiento y las distracciones que hay es complejo resistirse. Lo que no
concibo es que, a los niños, los padres les inculquen todo tipo de elementos
para destruir su incertidumbre. Lo grave realmente es que, con el paso de los
años, estos atavismos se solidifican en el individuo, convirtiéndole para
siempre en un esclavo de patrones, creencias, modos de pensamiento y
comportamiento que él ni siquiera eligió, sino que le fueron implantados por la
pseudorealidad mediante sus padres. Y así vive y muere la gente,
absolutamente seguros de su existencia y de la realidad que pueden percibir
nuestros ojos. ¿No te parece ominoso que ya nadie pueda ser auténtico? Es
lamentable que seamos solo producto de lo que intereses oscuros quieren, que
se nos enseñe qué y cómo pensar, que se nos diga cómo vivir y que se nos
obligue a hacerlo aún a costa de nuestro libre albedrío, el cual queda reducido
a una falacia. ¿Cómo elegir cuando lo más profundo, las raíces de lo que
somos, la semilla que da pauta a nuestra esencia nos ha sido colocada
artificialmente?
–¿Cómo? ¿Acaso eso puede ser posible? Yo creía que la gente que
estudiaba era lo máximo, que tenían las mentes más adelantadas y sus
razonamientos eran los más elevados.
–Naturalmente que así es. Recuerdo que hubo un tiempo en que deposité
todas mis esperanzas en la escuela, creía que en aquellas teorías, números,
fórmulas y axiomas hallaría la razón de nuestra existencia, pero buscaba algo
que sencillamente no existe –asentí con severidad exagerada, ya estaba
bastante tomado–. Sobre todas las cosas me fastidiaba ver a mis estúpidos
compañeros alborotarse cuando alguno de aquellos viejos ineptos mencionaba
haber estudiado algún doctorado en un centro de investigación prestigiado del
país, y ¡con qué cara de atolondrados quedaban todos cuando algún profesor
realizaba dichos estudios en el extranjero! Simplemente no soportaba la idea
de que esos viejos fuesen superiores, y no por envidia, ¡eso jamás!, tan solo
porque eran seres adoctrinados y esclavos de la pseudorealidad como nosotros.
Y yo, contrariamente a lo que todos mis compañeros hacían, era incapaz de
sentir admiración por un doctor en ciencias. Y no solo por ello, puesto que me
niego a aceptar algo tan banal como exitoso. Sé que en este mundo se
considera admirable a un sujeto rico, guapo, con buen físico, respetable,
honorable, que asiste a la iglesia, que es padre de familia, que cumple con sus
obligaciones, que ama a su esposa, que sigue los patrones de esta vomitiva
civilización, que posee un buen puesto, que viste con elegancia, que tiene
buenos modales, que no se va con mujerzuelas, que no se droga ni se embriaga
en antros los viernes por la noche, que adquiere bienes materiales, que ayuda a
su familia, que practica deporte, que se amolda de manera idílica a la
pseudorealidad y que perpetúa esta hipocresía eterna. ¡Pues todo eso es basura
para mí! ¡Al diablo con lo que se considere correcto aquí en este mundo! ¡Por
eso soy decadente a pesar de saber lo que sé! Porque me importa un rábano ser
un depravado, un cerdo, un asesino, un sujeto vil y sinvergüenza, un borracho
sin remedio, un drogadicto, un adúltero, un vicioso, un ser de lo peor. ¡Sí, soy
un decadente y lo seré hasta que muera, lo cual no debería tardar mucho! ¡Que
se joda lo que está considerado como bueno en esta quimera! ¿Qué podría ser,
de cualquier manera, bueno si no lo inculcado por la pseudorealidad? Y se
atreven los humanos a juzgar y tachar actos como malvados con su moral
nauseabunda e impropia. ¡Seguiré siendo un maldito decadente, continuaré
existiendo de esta manera! ¡Es más, seré todavía peor, mucho peor de lo que
he sido!
–Desde luego, ¿en qué estaba? ¡Ah, sí! Ya recuerdo. Bien, pues toda la
universidad fue más de lo mismo. Creo que solo estuve bien el primer año,
luego todo se fue al carajo. Había entrado con la firme convicción de aprender
y descubrir. Pero, al salir, supe que eso era una argucia solamente. La verdad
es que ni yo sabía qué había hecho cuatro años de mi vida en aquella ominosa
institución donde se jactaban de ser los mejores matemáticos del país.
¿Realmente había tenido un propósito para haber entrado ahí? ¿No sería acaso
que la pseudorealidad me había seducido para caer de manera horrible en sus
fauces? Entre más cavilaba al respecto, más me convencía de que no había
tenido el más mínimo sentido haber estudiado lo que estudié. ¿Para qué?
Quizá solo para matar el tiempo, para fingir que me interesaba seguir el mismo
sendero que los humanos de mi calaña. Tal vez para no tener que trabajar y
que mi padre me pagase las colegiaturas, algo demasiado vil. No sé, pero caí
en un tremendo vacío al saber que no tenía sentido ya nada para mí. Era
extraño, pues todo deseo de proseguir vivo en este mundo atroz parecía
haberse extinguido. La ciencia, a la que tanto había apelado, no era sino la
misma basura que todo lo demás. Y por eso me fastidiaban aquellos viejos
doctores en matemáticas y en física, totalmente enclaustrados en esta mierda
absurda y estúpida, aferrados a teorías insulsas y a conocimientos tan
superfluos y miserables que jamás podrían elevar la esencia humana a lo
sublime. Pero estaban ciegos, igual que los zascandiles que los idolatraban y
que todo el sistema educativo.
–La verdad es que no. A mis padres creo que los quiero, pero hasta ahí.
Ellos piensan que estoy demente y jamás podrían aceptar lo que yo pienso.
Nadie que sea humano podría ser distinto, es nuestra naturaleza ser viles y
banales.
Pude notar, por su tono de voz y sus movimientos torpes, que estaba
igual o más borracha que yo. Extrañamente me sentía muy elocuente, cosa que
no me había pasado en anteriores ocasiones al embriagarme, al menos no a tal
punto. A veces sentía que ya no controlaba lo que decía, todo en mi cabeza
daba vueltas, todo giraba gracias al típico efecto del alcohol. Pensé que era
demasiado temprano todavía, miré el reloj y marcaba las doce y media. El
antro se había atascado en cuestión de minutos y la música proseguía con un
volumen demasiado elevado, por lo cual mi garganta se hallaba resentida.
¿Qué hacía yo en un lugar tal? Eso fue lo que llegué a pensar en determinado
momento, aunque no importaba. Es más, ¡me valía lo que pasara conmigo y
con el resto de mi vida! Ahora estaba borracho y sentía deseos de hablar, de
conversar incoherencias. Lary también lo estaba y eso hacía todo mejor y más
fácil.
–Podría ser que tengas razón –dije para retomar nuestra plática–,
probablemente me importe muy en el fondo, pero es ínfimo lo que significa.
Este mundo es banal y la existencia carece de sentido, y yo también.
–Me llamó la atención algo que comentaste sobre tus padres. Me parece
que dijiste que creías quererlos, ¿es cierto?
XI
Lary me miraba confundida. Estaba borracha, eso era cierto, pero, por
instantes, olvidaba que ella era como el resto. ¡Yo también, de hecho!
Entonces ¿qué me afectaba? ¡No, yo no! ¿Qué me ocurría? Me hallaba en un
antro, hundido en el alcohol y con una mujerzuela a la cual podía tratar como
me viniera en gana. Sabía de la decadencia y no hacía nada para evitarla, ¿no
me hacía eso más vil y miserable que cualquiera? ¿Qué era peor entonces?
Acaso saber de la miseria que impera en la existencia y, aun así, entregarse a
ella. O no saber nada de ello y proseguir viviendo en la ignorancia, pero
contribuyendo de cualquier manera a la horrorosa banalidad del mundo. Creía
que yo era peor, pues, si tan solo hubiese sido ignorante de tantas cosas, podría
hacerlas sin atormentarme. ¿Qué estaba diciendo? ¿En verdad era así? ¿No me
era todo indiferente? Debía ser por la borrachera que mis ideas estaban tan
mezcladas. La voz de Lary me sacó del ensimismamiento.
–Pero ¿todavía sientes algo por ellos? Mencionaste que estarías mejor si
estuvieran muertos.
–Supongo que los quiero de modo humano, el cual termina por ser falso
e hipócrita. La verdad es que tenemos poco en común, pues para ellos mis
ideas son abstrusas y dementes. Cuando les hablo de querer suicidarme
siempre se encolerizan y me reclaman cosas relacionadas con los gastos que
pasaron para pagarme la universidad. Creo que esperaban en mí a un sujeto
normal, puesto que ellos me criaron transmitiéndome sus atavismos y modos
de actuar, pero, de alguna manera, los rechacé. Son, por otra parte, demasiado
moralistas y de mente muy cerrada.
–Voy al sanitario, creo que me tardaré un poco. Ha sido una gran plática,
he aprendido cosas interesantes. Ahora vuelvo, no se te ocurra irte –añadió
mirándome con simpatía.
Cuanto más miraba hacia abajo, más deseos sentía de acabar con todo.
La vida carecía de cualquier sentido, pero la muerte podría caer en lo mismo.
Lo único que la diferenciaba era la incertidumbre que con ella traería. Y, para
los sujetos decadentes y contradictorios como yo, ¿qué esperanza habría en
arrojarme de aquel lugar y morir al fin? ¿Para qué quería morir, para qué
vivir? Ambas facetas me resultaban aburridas y hostiles, aunque en la primera
ponderaba mejores resultados. Y sí, mi muerte también sería irrelevante puesto
que mi vida lo era. No obstante, si mi vida hubiese sido menos decadente,
¿implicaba eso que mi muerte sería sublime como creía que debía serlo? No
estaba seguro y jamás lo estaría hasta haberlo experimentado, pero carecía de
fe para tener plena certeza. ¡Era tan gracioso! Comencé a reír como un
enfermo mental y hasta fui a dar al suelo, luego de haberme estrellado contra
una mesa.
Si tan solo hubiera optado por ir a ver a mis padres en vez de estar en
aquel antro embriagándome y malgastando el dinero. Pero valdría la pena,
pues en breves instantes estaría con Lary, besándola y penetrándola,
consumando el acto y saciando mis instintos más primitivos, los únicos que
me conferían cierta sensación de estar vivo aún, al menos en carne. Sin
embargo, no conseguía apartarme de la barda. Yo tenía que luchar por el
dominio de mi ser, pues cada día existían fragmentos que combatían por el
control, voces susurrando toda especie de improperios e intentando imponerse
en mi interior para modificar el exterior. Si algo sabía en los últimos tiempos
era que, de quien más debía desconfiar, era de mí mismo, pues carecía del
dominio de mi mente y de lo que ésta pudiera implantar.
Entre estas reflexiones observé pasar a la preciosa mesera que nos había
atendido, moviéndose agitadamente con sus caderas y sus ojos hermosos. Me
miró y se sonrojó, pero yo, tal vez por el alcohol, le guiñé el ojo y le hice una
seña para que viniera. Pero ella, todavía más astuta, se acercó y me jaló del
brazo para conducirme entre todo el gentío hacia un rincón donde cabíamos a
la perfección. Nos miramos por un reducido intervalo y luego unimos nuestras
bocas. Experimenté un tropel de emociones desconcertante, jamás había
sentido eso, ni siquiera con Melisa. Así estuvimos bastante tiempo, mucho
más de lo que consideraría un beso ordinario, y luego, al fin, abrí los ojos para
perderme en el incomparable matiz índigo de los suyos. Podía matarme si lo
quisiera, pues en aquella mirada se encerraban los símbolos que me
devolverían el aliento las veces que fuese necesario. En aquella boca se
encontraba el universo en el cual podría abstraerme por siempre con tan solo
sentir el roce de sus labios y la colisión que provocaban en mi interior. ¿Por
qué ahora? ¿Quién era ella para quebrar mi indiferencia así? Sabía que aquello
no era amor, pero me conmovía ferozmente y consumía mi ser.
–Ya lo sé, pero hay algo en ti, como si encerraras una sombra que me
atrae irremisiblemente. Verás, cuando te vi por vez primera sentado en aquella
mesa, hiciste que delirara, que fantaseara contigo. Entonces colegí que no
podía seguir viviendo si no probaba tus labios.
–¿Por qué lo dices? Podemos vernos en otro lugar con más calma y
entonces…
No alcancé a completar la frase puesto que ella me estrechó entre sus
brazos y me condujo hacia unas cortinas oscuras. Al entrar supe sus
intenciones, las cuáles no podían ser otras que las mismas que yo tenía. Nos
besábamos con furor, acaso mucho más que si nos amásemos. No tenía la
menor idea de qué acontecería después de esa noche, pero no importaba. Lo
realmente placentero era el aquí y ahora, poseerla y entregarme a ella cuanto
antes, degustar su cuerpo e introducir mi pene en su vagina. ¿No era esa la
forma de amor que conocíamos los humanos, acaso la única? ¿Qué más,
verdaderamente, podían hacer dos personas del sexo opuesto sino fornicar y
ya? Lo demás era hipocresía, falsedad y moralidad pestilente. ¡Que el diablo
me llevara después si quería!
–No sabes las ganas que tenía de esto. Mis anteriores novios eran unos
imbéciles a los cuáles les espantaba lo que les solicitaba, pero tú no. Si tan
solo te hubiera conocido antes, pero no importa. Ahora quiero que me rompas
el culo por completo, ¡hazlo sin piedad, anda!¡Trátame como la puta impúdica
y caliente que soy! O ¿te vas a arrepentir? Estoy ansiosa por sentir tu miembro
mientras yo arrimo mi trasero y tus testículos rebotan exquisitamente. ¿Qué
esperas para follarme como una perra? ¡Anda, apúrate!
–¡No importa! ¿Por qué preguntas esas tonterías ahorita? Si eso pasa me
tomo la pastilla y ya. O si no, pues aborto.
–Como tú digas.
Pero casi cuando estaba por penetrarla se detuvo y su rostro expresó una
náusea horrible, palideció y me alejó.
–¡Que se joda ese perdedor, obviamente no! ¿Cómo podría sentir algo
así por él? Es un niño, un sujeto que ni siquiera puede complacerme
sexualmente. Lo que siento por él es lástima y quisiera que se muriera, por
desgracia él me mantiene y además yo… –pronunció confundida y
mordiéndose los labios con ferocidad mientras se chupaba la sangre escurrida.
–¡Tengo sida!
–Lo sé, discúlpame. Debí habértelo dicho antes –asintió con una risita
malévola.
–No, no solo fue eso. La verdad es que no coordino lo que digo, mira
esto –me mostró su brazo y comprendí el punto, pues era el típico brazo de
una adicta a la heroína–. Hace una hora me puse una elevada dosis y eso me
ha hecho sincera en extremo.
–Sabes, soy adicta a varias cosas, pero todas están condenadas en este
mundo: el sexo, el semen, el alcohol, la nicotina, la cocaína, la heroína, la
marihuana, la piedra, las tachas y, sobre todo, el LSD. Tengo un amigo que me
provee bastante bien, aunque ahora me meto tres cuadros al día, si no es que
hasta el doble –agregó, riendo nerviosamente.
–Pues deberías de, son riquísimas. Además, coger bajo sus efectos es lo
mejor. Te potencian demasiado; como ahora, por ejemplo.
–Sí, lo estás.
–Cierto, muy cierto. Ahora me retiro, ya nada queda por hablar entre
nosotros, mucho menos por hacer.
–¿Qué te vale?
–¿La vida? Por favor, ¿qué clase de vida es esta? Ya te dije que me
interesa poco…
–¿Por qué lo haces? ¿Es acaso porque quieres probar tus principios
nihilistas? ¿Qué quieres demostrar con esto? Solo dame una maldita razón y lo
permitiré. Dime por qué, solo eso necesito.
XII
Mirarla era inefable, con esos ojazos de un azul índigo que sobrepasaba
cualquier expresión de belleza, con esos cabellos sueltos y orinados que la
hacían lucir majestuosa, con ese cuerpo esbelto y ahíto de tatuajes siniestros y
esotéricos, con esa boca que besaba con fuego y que derretía mi indiferencia,
con ese rostro que ya nunca olvidaría y ese color de piel blanca como la
pureza extinta en su ser. No sabía ni siquiera su nombre, tampoco me
interesaba averiguar más detalles. Todo lo que importaba era follarla, correrme
en ella y acaso preñarla. Claro que eso era mera ficción, solo sueños rotos y
masticados por nuestros impulsos sexuales imposibles de frenar y encapsular
en nuestra psique. ¡Qué linda era, qué melódicos eran sus gemidos! La amaba,
la amaría por siempre y no significaba nada el que me hubiera contagiado de
sida; de hecho, hasta me producía cierto placer y contribuía a aumentar mi
excitación.
Podría decirse que el interior era como un baúl donde se iba acumulando
toda la gama de cosas prohibidas por una u otra razón, aquello que no nos era
posible expresar por temor al rechazo y el asco social que ocasionaría en el
rebaño. Pero la hipocresía era fehaciente cuando podíamos percatarnos de que
esos mismos quienes conminaban nuestros pensamientos obscenos y lascivos
eran los primeros en descarriarse cuando su baúl no pudiese contener más su
auténtica faceta. De tal manera que había individuos sumamente recatados y
opuestos a las más primitivas y cruentas prácticas que, al entregarse a su
verdadero ser, fracturaban por completo la fingida e ilusoria imagen que
habían pretendido ser y arrojaban todas las máscaras al diablo, mostrándose tal
cual eran. Esto, según colegía, era una gran razón para explicar la existencia
de asesinos, pederastas, narcotraficantes y demás náusea. Se trataba de
humanos que se habían reprimido a un nivel demencial y en quienes el baúl
había explotado machacando su cordura y trastornándoles en un ser torcido y
mucho más ignominioso que el promedio. Era como inflar un globo, como
alimentar aquella parte oculta en el interior inflándola con toda gama de
repugnancias y asquerosidades que se simulaba rechazar, cuando lo único que
pasaba era precisamente aumentar el tamaño del globo hasta que reventaba,
extinguiendo para siempre el sello.
La humanidad se engañaba solamente, pues, si a alguien se le confiriese
el poder para violar, asesinar o cometer cualquier acto pernicioso y siniestro, si
a un ser se le otorgase la divinidad para hacer su voluntad sin ningún prejuicio,
culpa o atadura religiosa o social, es seguro que se entregaría a toda clase de
depravaciones sin la menor vacilación. Esta hipocresía enmascarada en los
humanos me enfadaba constantemente, pues era mejor mostrarse al natural,
exponer siempre los verdaderos deseos y no guardarse nada. Si se
encapsulaban estos impulsos, solo se contribuía a alimentar la sombra que más
tarde destruiría a su propio creador, era como arrojar leña al fuego que barrería
con nuestra sanidad mental en una postrera condición de debilidad.
Así iba el asunto: aquel que más se negaba a los actos viles e impúdicos
y que los rechazase con mayor ahínco en el exterior y en sus semejantes, sería
el primero en corromper su interior y atormentarse crudamente. ¿Para qué
fingir entonces? ¿Por qué no aceptar la decadencia como elemento intrínseco
de nuestra constitución? ¿Qué más daba si el humano era malvado y vomitivo?
Y ¿qué si se prefería estar en la cama de cualquier mujerzuela que en la de la
esposa? Y ¿qué si la mujer quería ser fornicada por otros hombres que no
fuesen su marido? ¿Qué importancia tenía no masturbarse o no ser adúltero?
Todo era abrumadoramente absurdo, abstenerse de la más impía crápula no
significaba nada, pues la existencia humana era ruin por sí misma y carente de
virtudes y sentido. Al final, todos moriríamos, y no estaba para nada claro si
un tribunal nos juzgaría o un dios nos salvaría a pesar de ser pecaminosos.
Estaba hastiado de fingir, cansado de aparentar, fatigado de mantener
prisionera mi megalítica sombra y asqueado de mi propia existencia.
Yo sabía todo esto a la perfección, pero nada podía hacerse para evitarlo.
¿Era yo un hombre absurdo? ¡Sí, por supuesto que sí! Ni siquiera me cabía la
menor duda de ello, era tajantemente ridículo incluso cuestionárselo. Entonces
¿por qué en mi cabeza tenía tantas ideas acerca de la banalidad del mundo si
yo no era diferente? Aunque, ciertamente, había un detalle, y era que los
humanos todavía esperaban algo después de esta vida tragicómica y patética,
pues, de la manera que fuera, se aferraban a ella y luchaban. Sin embargo, yo
nada esperaba ni me interesaba reencarnar o alguna de esas bagatelas. ¡Que el
diablo cargara conmigo! Esa era la distinción, que las personas no reconocían
su miseria espiritual y se creían merecedores de algo más allá de esta banal
perfidia. Pero yo, con plena sinceridad, aceptaba mi decadencia y hasta llegué
a acostumbrarme a ella, y por eso mismo nada esperaba ni deseaba. Vivía, si
esto era vivir, del modo más nauseabundo posible, absolutamente vacío y sin
ningún aliciente, desprovisto de todo sueño u objetivo que no hubiese sido
impuesto por esta pseudorealidad. Desde hace mucho tiempo me había
vencido a mí mismo y estaba bien. ¡He ahí la escisión suprema! Ellos querían
vivir y añoraban reinos celestiales y demás estupideces. Yo solo esperaba que,
al morir, pudiese fundirme con la nada. Sería una desgracia, una blasfemia,
una estupidez tener que vivir de nuevo.
Por otra parte, tal vez la vida misma chupaba la vida. Esta irónica y
curiosa idea la había tenido desde hace un par de noches. Muy posiblemente,
al morir, solo sería el cascarón el que terminaba por quebrarse y pudrirse, pues
la manera actual en que el mundo existía era tan repugnante y ominosa que
seguramente los humanos nos veíamos vaciados diariamente. Dada la
decadencia y la ignominia en que las personas nos desenvolvíamos no era
descabellado concebir que, al llegar la muerte, nuestro interior se hallaba
hueco, que toda gama de emociones, sentimientos, cavilaciones,
pensamientos, concepciones, percepciones y lo más intrínseco posible había
sucumbido ante la pseudorealidad. Pero ¿qué era realmente la vida? ¿Cómo
definirla y diferenciarla de la muerte? Y ¿qué eran la felicidad, el amor, la
amistad, la compasión, la justicia, la libertad y demás palabras? Esto era parte
esencial de este sistema pseudoreal: desde el nacimiento se implantaban falsas
concepciones que, en el mundo, serían tomadas como verdades irrefutables, y
mediante las cuales los monos serían esclavizados.
–No, yo no estoy tomado… Más bien serás tú, ni siquiera sé por qué te
traje.
–Sí, digo que me estorbas, que nunca debí haber venido aquí
acompañado.
–Bien, supongamos que eso sea cierto –asentí con desenfundado cinismo
y en tono sardónico–. ¿Acaso yo te lo pedí? O ¿tal vez te figuraste que me
importaba lo que pudieras hacer por mí? Estoy bien, ¡mírame! ¿Dices que
estoy borracho en extremo? ¡Tonterías, solo sabes decir eso!
Noté que el rostro de Lary se convulsionaba y se escindía entre el
encono y la vergüenza. Era evidente que no esperaba aquello, y, a decir
verdad, yo tampoco; sin embargo, no podía evitarlo. Desgraciadamente, un
sujeto de lo más trivial se encolerizó e intentó intervenir en la plática.
–Mira, te voy a pedir que te calmes y que te retires ahora mismo. Pero,
por si acaso… –agregó mirando a Lary con desdén–, ella se quedará hasta que
tú te hayas retirado.
–Muchas gracias, amable hombre, pero lo conozco bien y solo son los
efectos de la borrachera. Le aseguro que es incapaz de cometer algún acto
violento en mi contra, ¿no es así? –inquirió Lary, lanzando una inquisitiva
mirada que me molestó.
–Bueno, tal vez… Y si así fuera ¿qué? –espeté con sarna y dándole la
espalda al sujeto–. No entiendo por qué los humanos tienen tan intempestiva
costumbre de entrometerse en los asuntos ajenos. ¿Es acaso que los vuelve
locos el morbo? O ¿a qué se debe que siempre se esté hablando y prestando
atención a lo que verdaderamente no les concierne?
–Lo único que te estás ganando es una buena paliza. ¡No eres sino un
hablador!
XIII
–Mejor será que nos vayamos o esto se va a poner feo –susurró Lary en
mi oído.
–¿Qué dices? ¿Para quién? ¿Qué podría hacerme ese zascandil? ¡Ji, ji, ji!
Míralo, parece como un simio –vociferé con la intención de ser escuchado.
–Y, encima de todo, te quedas callado… ¡Hum! ¡Qué ruin eres! Lo único
que me faltaba, y eso que mi anterior novio se tiró a otra en la misma cama en
que me tiraba mí. No obstante, pensé que tú serías distinto…
–¡Y dices eso ahora! Precisamente ahora tienes que descararte tanto…,
pero si estás ahogándote en alcohol, ¡qué necesidad! Pensé que habíamos
tomado lo mismo y a similar ritmo, aunque ya veo que no.
–Bueno, no creo que tengas por qué enojarte así, no fue tan grave.
–No, pero... ¡Quizá sí! ¡Qué más da! Todo está arruinado, más yo. Debo
volver a casa, ya es noche.
–Y tú ¿qué harás?
–Iré a otro lado para seguir el jolgorio, aún es demasiado temprano para
ir a dormir. No tengo nada mejor que hacer en esta existencia, así que, ¿por
qué preocuparme por bagatelas cuando puedo embriagarme?
–¿Qué hay de tus padres, tus amigos? ¿Qué dirá la sociedad de ti?
–Creo que no, solo soy un imbécil sin moral. No creo en la psicología,
sociología, psiquiatría ni nada de esas zarandajas, pues solo son vanos intentos
por entender lo incognoscible.
Recibí una cachetada, luego otra, y así hasta que me digné a detenerle la
mano. Entonces, no sé si debido a la embriaguez que la acuciaba también o al
despecho de haberme visto besado a otra delante de ella, aprovechó la ocasión
para unirse a mi boca.
–Pues a mí me parece igual que el resto, hasta incluso más torpe. Míralo
ahí en el suelo, sin hacer esfuerzo alguno por levantarse, hasta parece más un
perro que un hombre, ¡ji, ji, ji!
–¿Quién es él? ¿Quién es? ¿Qué hace aquí? ¡Tengo hambre, quiero
comer, dame algo! –gritó el mocoso en un ataque de celos y arrojándose al
piso en un tremendo berrinche.
–Ah, ¿sí? No lo noté –repliqué ya más calmado–. ¿Por qué vives con
ella? ¿Qué te hace permanecer aquí?
–¡Estás ebrio!, ¡ja, ja, ja! No creo ni una sola palabra de lo que me dices
–repuso Lary arrojándome a la cama y olvidando toda su frustración.
–Te equivocas.
XIV
Metiéndosela con mayor vigor a Lary y, por otra parte, cavilando así,
puse particular atención en el mirón, hasta que descubrí su identidad cuando la
puerta se abrió un poco más; se trataba de aquel infame de nombre Mati. Sus
ojillos se mantenían clavados en nosotros dos. Observaba impertérrito cómo
su madre era embestida una y otra vez, primero despacio y luego rápido, hasta
caer en lo brutal. Noté que no expresaba ninguna emoción, tampoco tenía
deseos de intervenir. Le gustaba atisbar aquella escena en la cual su joven y
ramera madre era follada por un hombre como yo, a quien él envidiaba y
detestaba. Y es que, en efecto, yo había notado su rencor en el momento en el
que me separó de su madre. Posiblemente habría podido pasar desapercibido
por cualquiera, pero no por mí. A pesar de ser un niño, intuía que deseaba a su
madre. En principio, tal afirmación resultaba insana y absurda, pero conseguí
discernirla penetrando en la mirada de Mati. Era un niño berrinchudo,
consentido a pesar de la miseria en que se hallaba, glotón y huraño. Como
ahora, seguramente algunas otras veces había visto a su madre fornicando con
cuanto jovencito libertino se le cruzase, incluso con señores o viejos, pues
Lary no le hacía el feo a nada.
Divagaba, pero mi cabeza era un mar de ideas hasta que aterricé por
completo en aquellos días. Entonces escuchaba sonidos, gemidos y palabras
lascivas, provenientes del cuarto de mi madre. La primera vez fue la más
desconcertante, tanto que subí a mi habitación y lloré toda la noche, y por la
mañana me mostré huraño y molesto con ella. Me parecía una persona
asquerosa, impura y a la que ya jamás volvería a mirar con amor y gloria.
Luego, conforme el suceso se repetía, descubrí que yo mismo pertenecía a la
clase de personas impías, pese a ser solo un niño. Comencé a observar, cada
vez incrementando ciertos deseos prohibidos en aquel entonces. Primero fue la
masturbación, que era muy diferente a cuando lo hacía pensando en aquellas
jovencitas fornicando en internet. Así continúe hasta que entré a la primaria,
donde todo se desbordó. Ya no solamente era casual, sino que incluso
intencionalmente bajaba y necesitaba ver cómo mi madre era follada por
aquellos hombres que pagaban por ella. Presenciar sus gesticulaciones, sus
gemidos, sus expresiones candentes, sus piernas abiertas y la majestuosa
forma en que solicitaba mayor ritmo y rapidez. Todo lo que le hacían esos
cerdos me llevaba al delirio, hacía que chorreara mis calzoncillos con esperma
caliente y abundante. Y así, la situación progresó hasta que mirar no me bastó
ya.
Requería ser yo quien hiciera sentir tal placer a mi madre, para lo cual
tendría que deshacerme de alguno de esos hombres y tomar su lugar. Muchas
noches iba a la cocina y tomaba un cuchillo, decidido a asesinar a aquel
extraño y a forzar a aquella zorra a chuparme las bolas y dejarse penetrar por
su propio hijo. Tenía también sueños húmedos que progresaron en pesadillas,
pues en ellas comenzaba haciéndolo con mi madre, a la cual besaba con pudor
y follaba con vigor, tocando sus tetas duras y abriendo sus carnosas piernas,
para venirme en ella y preñarla; no obstante, a los pocos segundos la situación
cambiaba y me veía a mí mismo siendo mujer, delirando de placer y actuando
como mi madre, teniendo su cuerpo, y lo más aterrador: ¡siendo fornicado por
un hombre asqueroso con cara de puerco! Entonces entendí que no era bueno
para mí continuar con aquellas travesías nocturnas para espiar a la golfa de mi
madre. Así que me limité a masturbarme y a chorrear de semen sus tangas.
Que esto fuera vivir siempre era mi máxima duda. Meditaba sobre dios,
la existencia, la muerte, el suicidio, la banalidad, la mente, la creación y
demás. A nada llegaba en tales momentos de desvarío nocturno, solo escapar
de mí y nada más. ¿Quién dijo que esto era vivir? ¿Quién definió la vida de
esta manera; así como el amor, la tristeza, el odio o la felicidad? ¿Qué eran los
sentimientos, las emociones, la nada, el vacío, la indiferencia? ¿En dónde se
hallaban las respuestas a la ingente cantidad de preguntas que abotagaban mi
mente? Y, pese a ello, me embriagaba como un cerdo, me perdía en una
supuesta vida absurda que no podía ser de otra manera. Podría vivir de nuevo
en términos humanos y nada cambiaría, volvería a caer en esta depravación
natural, volvería a hacer que Melisa se suicidase, que mis padres me
repugnaran y se preocuparan, malgastaría exactamente la misma cantidad de
dinero en putas, alcohol, tabernas y decadencia. Sería el mismo por siempre.
No, sería todavía peor, pues, en el fondo, era un juego, una vacilada. Si esto
era realmente estar vivo, y si todo estaba permitido, entonces todas mis
reflexiones no servían de nada, y eso me atormentaba más que hallar un
sentido a mis acciones.
Pero era solo un juego, uno que podía jugar las veces que quisiera,
porque, al fin y al cabo, esto no era vivir, no podía serlo; algo me lo sugería en
el interior. Además, siempre estaba la solución a todo, esa fructífera agua
emanada del paraíso y purificadora de humanidad en la cual todo se disolvería:
la muerte. Sin importar qué, bastaba con apretar el gatillo y todo quedaría
reducido a la nada. Cualquier acto, bueno o malvado, bonito o feo, honrado o
inmoral se tornaría vano al morir. Eran solo mis ideas, simples y humanas
cavilaciones, pero tenía la tenue sensación que, al traspasar el umbral de la
carne, al desconectarme de este juego decadente y marchitado, podría
comenzar, finalmente, a entender, aunque fuese de manera somera, lo que
significaba vivir.
Así, los monos intentaban llenar este vacío o esta incomprensión con
cualquier bagatela: salían con personas igual de estúpidas y vacías que ellas,
visitaban plazas diseñadas para embobar a seres como ellos, iban al cine, se
atascaban de comida basura; si tenían suerte hasta fornicaban, escuchaban
música mediocre, se reunían con amigos para emborracharse, visitaban algún
museo en compañía familiar, miraban todo el día la televisión o alucinaban
con videojuegos, entre otras cosas. Solo entretenimiento y falsedad, aunque,
de otro modo, sería imposible rellenar el tiempo en que se creía vivir. Y sí,
¡cuán aburrido era existir en este mundo de infinita miseria donde todo,
absolutamente todo carecía de sentido! Al final, yo solo era un idiota más, un
títere de fragmentadas ensoñaciones que ahora eran devoradas paulatinamente
por la idílica boca del suicidio.
XV
Sabía, en el fondo, que había algo distinto en mí, pese a simular ser como
todos ellos: ¿qué era? ¿Cuándo podría entender por qué no podía considerarme
tan estúpido y adoctrinado como el resto de los monos, si realizaba el mismo
tipo de actos y era tan decadente, absurdo y depravado como cualquier otro
humano? Me asustaba tal concepción, pero, como decía, pronto me mataría
para no continuar torturándome, para renunciar a mi libertad en la vida y, así,
aniquilar el inminente dominio de mi humanidad, latente en cada paso y
potente como solo mi sombra me parecía ser. Además, todo era un juego, solo
eso, ni más menos. Esto no era vivir, pues aún no había muerto para conocer
lo opuesto a tal concepto y así dictar un veredicto. ¿Quién dijo que esto era la
vida?
Entre los asistentes se encontraba gente de todo tipo, por eso la taberna
Diablo Santo resaltaba entre todas las demás. Había albañiles, plomeros,
carpinteros, mecánicos, obreros, cerrajeros y toda la plebe que se pudiera
imaginar; no obstante, y en aparente contradicción con su condición, había
también abogados, licenciados, ingenieros, médicos, oficinistas, arquitectos,
profesores y, según habladurías, hasta sacerdotes concurrían para expiar las
culpas en aquel excéntrico y oscuro lugar. Lo único seguro es que había un
factor común en todos los asistentes, algo que los unía cual hermandad y que
ninguna otra actividad o lucha podría igualar jamás, y es que todos eran gente
cualquiera, absurda y libertina, esclava de sus vicios y sus impulsos, de
escueta voluntad, entregada al juego, la borrachera, la depravación y cualquier
otra clase de crápula que pudiera acontecer.
–Sí, desde luego esa sería. ¿De qué otro modo podría el humano vivir
feliz sino cediendo a sus impulsos y siendo él mismo? Verás, comúnmente se
habla de crisis social, de decadencia y ausencia de valores en las nuevas
generaciones, de asesinatos y desastres; en general, de lo que los noticieros y
los diarios nos informan día con día. Sin embargo, todo eso no es sino la
consecuencia; esto es, solamente estamos enfocados en atacar el resultado de
la monstruosidad. Puede ser intrincado de comprender y yo puedo no ser un
excelente expositor, menos bajo los efectos del licor y sumido en esta miseria,
pero creo fervientemente en ello. Mientras no ataquemos la causa y nos
centremos en percibir y remediar las consecuencias, aunque se pongan todos
los hospitales y escuelas del mundo por doquier, esto seguirá yéndose al
carajo.
–Y, si no, ¿qué acontecerá si no es así? –inquirió el tal Piji, fumando con
un demente su tabaco.
–¡Je, je, je! Sospechaba que dirías algo así, siempre terminas adulando a
la muerte.
–No es eso, tan solo soy realista. Esa es la solución, mis amigos, no hay
más. Cualquier otra concepción en la que el mundo pueda cambiar terminará
por carecer de sentido, sin importar si se trata de escuelas, hospitales,
revoluciones, golpes de estado, marchas, levantamientos y demás. Este
sistema está preparado para enfrentar todo lo exterior, para apaciguar cualquier
cambio que no esté a su favor; no obstante, nada evitará que se derrumbe si
ese cambio surge en el interior. La única que tiene la habilidad para salvarse a
sí misma es la humanidad y nada más, ningún dios o doctrina podrá componer
esta tragedia de amarga perpetuidad.
Entonces la mirada de aquel sujeto se cruzó con la mía, puesto que los
miraba atentamente mientras comía. Debo confesar que su charla me interesó,
pues, aunque era una de esas típicas conversaciones de ebrios soñadores y
acabados por el vicio, algo me atrajo, algo había de místico en aquella
perdición. Aquel señor que había hablado poco era ya de edad avanzada,
conservaba sus cabellos contrariamente a la mayoría de los hombres de su
edad, aunque lucían canosos y un tanto alborotados. Su aspecto era elegante
también, no rayando en el traje y la corbata, pero sí ataviado con pantalón de
vestir y camisa, ambos impecables y bien planchados. Pensé que también
estaría perfumado y que su rostro era curioso. Lo que me ligó a él fue más
bien mental, una especie de familiaridad espiritual que a veces se puede sentir
con ciertas personas, como si una especie de insensato destino se burlara de
nosotros y nos revelara, solo por un instante, la grandeza que en nuestra torpe
humanidad estamos lejos de discernir. El hecho es que aquel señor ya entrado
en años me miró, y ambos supimos que debíamos hablar. Tenía la impresión
de haberlo visto someramente en alguna otra parte, pero no podía ser. Como
sea, desvié la mirada y decidí esperar un poco más el momento propicio para
unirme a ellos e incursionar en la conversación.
–Es la verdad, Piji; solo la verdad. Cuando era joven solía pasar días y
noches enteras cuestionándome tales cosas y perdiendo toda tranquilidad.
Durante tanto tiempo indagué en la ciencia y la filosofía, y, al percatarme de
que nada hallaría en ellas diferente a lo inculcado, incursioné en el misticismo
y el esoterismo, sin lograr nada tampoco. Por eso ahora rechazo todo,
especialmente la religión y alguna especie de reino celestial como nos lo
venden. Ciertamente, detesto a las personas cuya fe las ciega y las hace
perderse en su propia estupidez matizada con tantas falacias místicas. Ustedes
saben que rara vez alguien consigue ser de mi agrado, pues todos me resultan
imbéciles, al fin y al cabo. Pero aún sostengo algo más, sin llegar al punto de
una deidad, que posiblemente existe independiente a nuestra percepción. En
este mundo hay tanto que está mal y que podría cambiar de manera tan
sencilla, sin necesidad de teorías ni aplicaciones del espíritu o construcciones,
solamente mediante la comprensión de lo que cada quién en verdad necesita
para vivir.
–¿Qué quieres decir con eso? ¿De qué hablas? –cuestionó Komar,
impaciente.
–¿Flujo natural? ¿De qué diablos hablas ahora, Volmta? Creo que ya se
te pasaron los tragos. Y ¡yo que creía que, como bebes diario, ya no te
afectaba! –exclamó desternillándose Piji, pidiendo otra botella de ron.
–¡Ja, ja, ja! Unos idiotas como ustedes no lo comprenderían –replicó con
ironía y un tono de desfachatez el tal Volmta.
En este último sujeto noté un reflejo insano. Por alguna razón tenía la
firme impresión de que no viviría mucho. Era un hombre de esos cuya edad no
se puede averiguar, que divagan entre los veintiocho y los treinta y cinco.
Poseía las características de un fracasado y un maniático, muy propios de un
matemático frustrado que pasa sus días en un salón de clases, enseñando
lecciones ininteligibles a estúpidos bobos que no prestan nunca atención y solo
esperan los viernes de juerga y libertinaje. El mismo Komar pertenecía a esa
clase de libertinos soñadores quienes se creían diferentes de un mundo que
odiaban y al que perfectamente representaban, ¡era tal como yo! Pese a ser
más joven, la calvicie había hecho estragos con el pobre infeliz, además de
que sus dientes eran horribles y su rostro voluble. Noté que este mentado
Komar era uno de esos individuos consumidos por traumas de su infancia, que
difícilmente contenían sus delirios y que se entregaban totalmente a sus vicios
sin reprenderse de nada, y, si lo hacían, era solo por obligación y no por
sinceridad. En el fondo se odiaba, sus ademanes y gesticulaciones lo
delataban, pues, a cada momento, se cubría el rostro o posaba una mano sobre
su pelona.
XVI
–Siempre crees que todo es contra ti, por eso jamás evolucionarás –
recalcó Piji con sus pringosas mejillas y rascándose la espalda.
–Lo que pasa es que eres un nihilista, por eso tiene esa percepción –atajó
Piji, cuya resistencia para beber me pareció descomunal, aunque luego pensé
que era común entre asiduos concurrentes de tabernas.
–La sociedad suele inventarse ese tipo de cosas solo por diversión, para
hacer que las personas se sientan identificadas con algo y no se suiciden a muy
temprana edad al discernir la imperante vacuidad de la existencia.
–Lo ves, eres un nihilista a todas luces –insistió nuevamente Piji, al que
parecía divertirle tal afirmación–. Solo los nihilistas viven con la idea de
suicidarse a cada momento, ni siquiera los mismos existencialistas son así.
–Ustedes sí que son como los niños, les gusta jugar mucho. Me alegra
que se la pasen bien aquí en la taberna, siempre pasando de un tema a otro con
una facilidad impredecible, sin concluir nada, pero analizándolo todo a la vez
–dijo el mentado calaca, acercándose con cinismo y dejando ver que conocía
de antemano a aquellos pensadores de taberna, tan comunes en la moderna
sociedad de hoy.
–¿A ti quién te habló, imbécil? ¡Tráenos otra botella ahora mismo,
mendigo perro, basura inmunda, calaca carroñera! –dijo con violencia Komar,
aunque en su voz se escondía una amigable altanería.
–¡Je, je! Sí, ya voy, no necesitas ladrar tanto, perro del infierno. ¿Gustan
algo de comer antes de continuar bebiendo? Lo digo porque el joven de allá
pidió el último plato y ya solo me quedan unas cuántas sobras que bien podría
destinarlas a los mendigos.
–¡Bueno, que va! –interrumpió Piji–, ¿están buenas las sobras aún?
–Da igual si soy nihilista o no. Lo único que sé es que de este mundo ya
nada puedo esperar, ya les dije por qué.
Fue así como discerní unos cuántos detalles más sobre ese tal Piji.
Además de ser el frecuente ayudante del señor Volmta, y de ser un vagabundo
adicto a la masturbación, era un sujeto cobarde e infame, de lo peor que se
pudiera imaginar. No obstante, las conversaciones sostenidas en Diablo Santo
habían terminado por extinguir cualquier resto de cordura en él. Le costaba
demasiado seguir las extrañas filosofías que tanto Komar como Volmta
discutían y aceptaban entre risas e improperios. En efecto, era un ser arcaico,
plenamente desentendido de las doctrinas modernas que guiaban ahora los
pasos de la humanidad hacia la salvación o la perdición, según se adoptase
cierta forma de atisbar el asunto. El pobre diablo estaba trastornado por la
poca importancia que tenían sus ideales en sus dos compañeros de taberna, los
cuales terminaban siempre por humillar sus más profundas convicciones.
Dada, además, su escasa cultura y la dureza con que creía haber sido tratado
por la existencia, se embriagaba como un cerdo para olvidar sus penas. Algo
bastante común en las personas de toda clase, aunque la tortura de este
pordiosero era la frialdad con que aquellos monstruos atacaban los pocos
pilares que aún mantenían su cabeza funcionado. Desde luego, a sus dos
amigos este tipo de discusiones no solo les resultaban bastante divertidas, sino
que incluso llegaban a considerarse auténticos filósofos ante los cuales Piji no
era más que un desperdicio, un perro recogido de la calle a quien mantenían a
su lado para su entretenimiento y del que podían prescindir cuando quisieran.
Al menos eso creí en aquel momento, aunque más tarde sabría que esta
convicción solo era cierta para uno de ellos.
–¡Es mamá, está grave! ¡Tienes que venir…! Ella puede que, no quiero
imaginarme… ¡No, por favor, que siga viva! Dios mío, no te la lleves aún…
La necesito tanto que, si ella fallece, entonces yo…
–Sí, sí, perdón. Lo que pasa es que mamá…, ella… –se arrojó a mi
pecho llorando y sentí cómo sus manitas frías buscaban refugio entre mi pecho
y mi cuello.
–¿Tu mamá dices? ¿Qué le pasa? ¿Acaso algo terrible ocurrió? –inquirí
sin sospechar la tragedia que había acontecido.
–Pues quizás así sea mejor –asintió con disgusto, como si le molestase el
hecho de pronunciar palabras–. Pero ya que insiste, le contaré.
–Bueno, está bien. Si así es usted, ¿qué se le va a hacer? Pues ese señor
era su terapeuta.
–A todo esto, ¿qué fue lo que hizo? ¿Por qué tanto misterio en este caso?
–Sí, y todavía falta la cerecita del pastel, pues los agentes hicieron otro
hallazgo relevante acerca del pasado de esta inmunda señora. Resulta que, al
explorar minuciosamente en su habitación, hallaron unos huesos debajo del
colchón, y si usted es tan inteligente como creo, ya barruntará de quién
podrían ser.
–Así suele acontecer con los más repugnantes homicidas, son los
mejores en aparentar. Nosotros, en cierta forma, también lo somos.
–No importa, no tienes que decir nada –dijo ya más tranquila, pero
absorta, como si estuviese en otra dimensión.
–Lo sé. Quisiera saber si prefieres que te deje sola, si seguirás el proceso
de tu madre o consolarás a tu tía cuando vuelva.
–Nada de eso, ¡es solo basura! ¡Estoy tan cansada de vivir! –gritó
histéricamente.
–¡Ja, ja! ¿Qué dices? Eso es imposible, de ningún modo te vendría bien.
–De acuerdo, iremos si así lo quieres. Pero ¿qué pasará con tu madre y
tu tía?
–Como gustes, vamos antes de que lleguen esos familiares o verán mal
que te vayas.
XVII
–Eso está bien, pero no debes saturar tu cabeza ahora. Es mejor que te
despejes un poco, que intentes olvidar.
–Tengo mis razones para mirarte con tal pasión, y creo que de sobra las
sabes dado que tú mismo te has encargado de ridiculizarlas. El punto no es
ese, sino que te miro y me aterra pensar que bien podrías ya no ser humano.
–¡Ja, ja! ¿Qué cosas son esas? Nunca colegí que tenías tales expectativas
de mí.
–Todo, solo tú no eres capaz de verlo. Tienes una marca, la cual muy
pocos ostentan, y los que lo hacen suelen deshacerse de ella muy pronto, pero
tú no.
–Porque eso los haría parte del rebaño al que pertenezco yo. ¿Es que no
lo ves? Las personas más geniales han tenido la marca que tú llevas sin
percibirlo, se han paseado por los infiernos para conseguir la ascensión
temporal a los cielos. Pienso que no puede ser de otra manera, pues la gente
común, la que se encuentra en el punto medio, la que carece de talento y se
conforma con una existencia miserable y rutinaria, la que añora casarse y tener
hijos, trabajar para comprarse bienes materiales, viajar y divertirse, no podría
nunca entender la naturaleza de los espíritus como el tuyo.
–Ella era una estúpida, ¡ja, ja, ja! Sí, eso era, una bastarda.
–¡Oye Virgil, tranquila! No vale la pena que le des a esos cerdos y a esas
rameras sermones que los diviertan, mira con qué morbo te han mirado.
–¡Je, je! Muchas gracias por todo, me parece que lo intentaré. Aún no
me animo a escribir ni un bledo, pero, en verdad, trataré.
–La gente religiosa como yo se engaña por propia voluntad, así no nos
torturamos ni nos partimos la cabeza con tantas cavilaciones. Por eso elegí ser
como el rebaño, también soy pecadora en el interior y santa en el exterior, para
no perder la costumbre. Y es que resulta tan fácil adjudicarle todo a dios,
desde lo más simple hasta lo más complejo. Los religiosos son la gente más
despreocupada en el fondo, pues dios lo soluciona todo, les quita toda la
responsabilidad. La vida es un juego para ellos, para mí lo es.
–Yo creía que eras una creyente verdadera, pero veo que estás más cerca
de una hipócrita bendita.
–¿Acaso crees que estoy ebria? ¡Para nada, estoy de lo mejor! Mira de
nuevo allá, la niña del fondo es una ramera, la he visto meter su manita debajo
del pantalón de ese viejo tuerto –dijo señalando a la babel agazapada alrededor
de las mesas de juego, la cual iba incrementando desproporcionadamente
conforme transcurrían las horas–. Es una pena, aunque nada de qué espantarse.
Dicen que para ser puta se debe nacer puta, de otro modo no se le toma gusto a
la profesión, ni se es buena tampoco. ¿Qué dices tú? Aunque es increíble que
desde pequeñas ya anden ofreciéndose con tal cinismo, ¡je, je, je! Ni siquiera
les ha de entrar la mitad a las zorritas.
–Creo que no hay algo que le podría decir a alguien como tú. Considero,
sin embargo, que dios es uno de los mejores inventos de toda la historia de la
humanidad. Basta apegarse a una creencia para sentirse liberado, para eximirse
de esa responsabilidad que es existir, para conferirle a la existencia un sentido.
¿Cuántas personas no viven con la esperanza de un reino celestial después de
este infierno en el planeta de la hipocresía y la mentira? ¿Cuántos no buscan
incansablemente la salvación, la redención, la elevación mística del alma? Y,
sin embargo, pese a todo, las personas que más suplican son las más libertinas,
¿no lo crees? Suele ser así, puesto que confían tan ciegamente en dios que
asumen el perdón al final del camino. Estos sujetos piensan algo así como:
“soy un cerdo, un crápula y un miserable, pero, como creo en dios, entonces
todo me será perdonado”. Esto es así puesto que dios no es un juez ni el
encargado de castigar lo que se haga en la vida, sino solo un medio para
purificar el alma, una especie de manantial donde se pueden ahogar los
pecados cometidos y al que se recurre cuando no existe explicación alguna
para los designios del azar. Desde este punto de vista, saber si dios existe o no
ya no es relevante; el punto es definir para qué es útil dios, sea real o
inventado. Personalmente, creo que dios no existe, y, si lo hace, es un dios
inútil, o desinteresado por todo asunto humano. Tengo más fe en el diablo, o la
imagen que se le ha atribuido, aunque siempre me he cuestionado si este ser
sería bueno o malvado, ya que castiga a los malos y parecer ser más útil que
dios en su papel. Es interesante analizar si este ser incita a los humanos al mal,
sabiendo que por naturaleza el humano es un ser vil y susceptible a la
corrupción en un grado bárbaro. Pero ese asunto de dios y el diablo es una
bagatela, una minucia que, por ahora, no está a nuestro alcance entender. Y,
como te digo, no creo ni en uno ni en otro. Es curioso que tantas personas
pierdan su tiempo adorando dioses y elaborando rituales, solo una manera más
de mostrar la debilidad de la mente. Como sea, en este mundo, aquí y ahora, se
presenta la mayor libertad, que a la vez es también la mayor tentación: el
humano puede hacer lo que sea. Si tenemos libre obrar, si el libre albedrío es
parte intrínseca, entonces cada decisión es totalmente nuestra. Y, aunque el
destino existiese, no sería sino un elemento sin sentido, puesto que nosotros
seríamos incapaces de admitirlo o de entenderlo, asumiendo que cada acto fue
nuestra elección, aunque haya sido este destino el que nos haya impelido a
ello. ¿Acaso habría alguna diferencia entre hacer algo por libre albedrío o algo
por destino? Al menos ahora, en nuestro actual estado evolutivo, ninguna
habría, según veo. Por lo tanto, es una ilusión decir que tenemos una misión o
que existimos por causas divinas o con algún propósito. Y esto es lo que
conlleva al vacío, al absurdo en donde el humano teme a su libertad y debe
encadenarla a un ser supremo que pueda rellenar cada hueco en el mundo. El
hecho de que todo estuviera permitido, sin importar si existe o no dios, es una
lápida que no hemos aprendido a cargar. Así, da lo mismo ser un bandido que
un virtuoso, una prostituta que una mujer de clase, un obrero que un
empresario, un mendigo que un político, un miserable que un rico, un
sinvergüenza que un honrado, un escritor que un jugador, un poeta que un ser
común. A los ojos de la nada, todos somos iguales; esto es, nuestros actos, por
muy viles o nobles, mediocres o elevados que nos parezcan son, en última
instancia, parte de lo mismo. Y la cosa se complica si asumimos que dios
existe, pues tenemos un tercer factor que interviene en la relación humano-
absurdo, pero que no la altera en su esencia. Si dios no existe, el humano hace
lo que quiere y no hay nada más allá de lo terrenal. Si dios existe, el humano
actúa igual y, al final, se arrepiente, lo cual también es, en cierta manera, una
libertad condicionada. De cualquier modo, está asegurada la salvación y el
paraíso, siendo un violador, pecador, pérfido, lujurioso, ambicioso o de la peor
calaña. Todo es indiferente, dios acepta a todos por igual. De ser así, el diablo
y el infierno quedan fuera de lugar, son exterminados por completo gracias al
perdón universal. Y nuevamente tenemos libertad, la tan gloriosa e inútil
libertad humana de hacer lo que sea y saber que es indiferente, que tendremos
paz y gozo al morir. Por eso dios es un tema significativo, no tanto por lo que
pueda hacer por nosotros en este mundo, sino por el papel que jugará cuando
muramos. De más está decir que nadie ha vuelto de la muerte, y por ello las
instituciones religiosas han usado durante milenios los mismos cuentos y
mentiras para adoctrinar al rebaño y lavar mentes, para ofrecer una
conmiseración a los miserables mientras por detrás se enriquecen en lugar de
donar su oro. Dicen que la fe mueve montañas, pero no es capaz de mover las
más diminutas cosas. La fe nunca le ha dado a alguien de comer, tampoco ha
evitado que una mujer sea violada o que un niño sea asesinado; no ha evitado
guerras, genocidios, vileza y depravación. Siendo así, prefiero ser un hombre
de poca fe que ser uno de mucha y quebrantar aquello que predico. Por eso el
mundo vive en la hipocresía y en la mentira, predicando leyes y normas para
el control social que ellos mismos son los primeros en quebrantar. Aquellos
que deberían ser los encargados de hacer valer la ley, sea del tipo que sea,
política, económica o religiosa son quienes la usan para sus propios intereses.
Esto es natural dada la predisposición que el humano guarda al egoísmo y lo
banal. Tal vez incluso sea un factor genético querer dañar a otros y siempre
tener más que el prójimo, envidiar y pelear. Pero la idea de dios sigue siendo
divertida, y nadie puede desmentirla o afirmarla determinantemente, por ello
tal disputa continuará hasta el fin de la humanidad, hasta que entendamos que
nosotros mismos somos igual de absurdos que el dios en el que creemos se
halla la verdad. Para mí, dios es un juego, un concepto que adormece mentes y
donde se refugian las personas más comunes, aquellos quienes han dejado de
razonar y buscan una salida fácil. Yo les llamaría “los despojados”, puesto que
se han despojado de sí mismos para obtener la salvación. Han abandonado
toda responsabilidad y han consagrado sus vidas a una entidad probablemente
imaginaria, a la cual, por cierto, han rebajado a su propia condición terrenal. Si
yo fuera dios, también me sentiría despojado de mi divinidad teniendo que
atender siempre los problemas de los demás. Por eso a veces conviene ser
creyente y a veces no, todo depende de qué tanto creamos en eso de que todo
está permitido. Los despojados han establecido un régimen en el cual la
libertad es rechazada debido al peso tan agobiante que genera en los corazones
y en el actuar cotidiano. Es casi una ofensa tener que ser uno mismo sin alabar
a un dios, sin tener un ficticio guía al cual atribuir cada logro y fracaso.
Mientras tanto, las guerras continúan, la depravación y la avaricia se apoderan
del mundo, las personas siguen muriendo de hambre, siguen siendo
esclavizadas, violadas, torturadas, humilladas y asesinadas. Cosas peores
ocurren frecuentemente, tan atroces que mencionarlas sería una blasfemia, y
nosotros somos parte de todo este círculo absurdo de ignominia. Cada uno
contribuye en cierto grado a preservar la putrefacción en que se hunde esta
sociedad, teniendo a dios como un elemento imprescindible que debe ser
tomado en cuenta si se quiere asegurar un poco de la escurridiza verdad. Dios
no es ni el creador ni el destructor de los humanos, tampoco se mezcla en sus
asuntos. Acaso solo observa, y creo que lo mejor que podría hacer sería
olvidarse del mundo y, con un poco de suerte, tal vez se llegue a suicidar.
XVIII
Virgil me miraba con cara de espanto, pero, al mismo tiempo, había cierta
adoración anómala en sus facciones. Para ella yo era como un dios, incluso
más valioso y hermoso que el dios con el que había crecido y al que ahora
injuriábamos. El alcohol nos embotaba la razón y desvariábamos, vociferando
toda clase de filosofías extrañas y alentando nuestra natural sensación de
vacío. En el fondo, Virgil y yo no éramos tan diferentes. No, claro que no. De
hecho, éramos más parecidos de lo que me hubiese imaginado: ambos
carecíamos de motivos para seguir existiendo y, sin embargo, no teníamos el
atrevimiento de matarnos.
–Te notas afligido, creo que yo también. Sabes, desde pequeña mi madre
intentó controlarme; esa caníbal sin corazón, esa señora a la cual amé y odié.
Siempre me restringían todo, me inculcaban un camino que no estaba
dispuesta a seguir. Así, fui recatada en todo sentido, fingiendo devoción y
predicando en las misas los domingos por la mañana, dando ejemplo de una
buena hija, de una señorita que, aunque torpe y sin educación, era de noble
condición. Has de saber, por las habladurías, que no conseguí entrar a la
universidad y estudiar medicina, el cual no era sino el sueño de mi madre, tras
lo cual me dediqué a lavar platos en la cocina y a llorar cada noche, añorando
escapar de ese lugar. Y no, tampoco quiero estudiar medicina ni ir a la
universidad, solo deseo vivir lejos, construir una bonita y pintoresca casa
donde pueda ayudar al hombre que amo. Yo me entregaría totalmente, sería
fiel y bondadosa, cariñosa y comprensiva. Mi naturaleza no es la de un ser
brillante y profundo, tampoco escribo, pinto ni compongo música o poesía. Yo
soy una mujer sin sentido, tan común como tantas otras, que encuentra en la
vida corriente placer y felicidad. Si quieres saberlo, diría que fornicar, comer y
dormir es lo mejor que podría hacer, además de conocer lugares. Quiero viajar
moderadamente, pero no a las grandes ciudades, sino a los pueblitos, a las
regiones más pobres. Quiero tener hijos y cuidarlos, dejarlos ser libres, no
inculcarles ninguna idea religiosa, política, social o de cualquier otra clase. No
me interesa tener joyas ni dinero en abundancia, solo ser feliz con lo más
básico, con mis recursos, con mi humanidad. Por ello, me entristece
profundamente saber que tú nunca podrías estar con alguien como yo.
–Bueno, en parte tienes razón. No fingiré que quisiera hacer toda esa
clase de trivialidades solo por agradar a una mujer. Porque a mí me parece
horrible tener hijos, casarme o intentar ser feliz en un mundo tan decadente y
trivial. Me gustaría elevarme por encima del resto, aunque sea solo unos
segundos, y luego caer hasta el infierno. Posiblemente es lo que hago con esta
vida suicida, embriagándome, desordenándome y también cavilando tan
profundamente que hay días en los cuales ni siquiera me puedo levantar de la
cama, pues tengo tanto que pensar. Tal vez es como dices, ciertos espíritus
pueden contemplar los dos extremos, tanto lo sublime como lo deplorable, lo
sagrado y lo execrable. No obstante, creo que, conforme uno se involucra con
el mundo, esa mitad de pureza se va reduciendo hasta extinguirse, hasta dejar
que la depravación y la decadencia se apoderen del alma.
El camino de vuelta fue tedioso, pues Virgil reía como una loca y yo le hacía
segunda. Recordar nuestra conversación era gracioso y a la vez estúpido, pero
nos desternillábamos sin parar. Al fin, después de caminar un poco más,
puesto que terminamos evitando el atajo, y tras haber espantado a unos
cuántos vagabundos, alcanzamos la esquina del parque contiguo al
condominio. No obstante, algo llamó mi atención. Era la figura de un hombre,
o lo que quedaba de él, puesto que yacía colgado de la rama de un árbol: era
un suicida. Lo que verdaderamente me ensimismó fue descubrir la identidad
del sujeto, pues era el mismo que horas antes había sido humillado por Volmta
y Komar.
–No lo sé, no es tan extraño que las personas se suiciden. O ¿tú crees
que sí?
–¿Qué dices? ¡Ja, ja! ¡Estás demente! Mejor entremos y a ver qué
hallamos.
–Mira, hay algo aquí, parece una nota de suicidio –indicó Virgil.
–¿Acaso temes que nos inculpen? ¡No inventes! ¡Ja, ja, ja!
Salimos dejando las cosas tal y como estaban cuando entramos. Quién
sabe desde hace cuánto Piji habría estado viviendo de esa manera. Me había
parecido un tipo con ideas extravagantes en la taberna, pero jodidamente
infeliz, trastornado por la existencia absurda y mísera que llevaba. Estos tipos
no son tan raros como la lavatrastos creía, pues, aunque se enmascare
adecuadamente el tedio y la ridícula monotonía de la vida, en el fondo es
imposible no sentirse carcomido y vacío. En realidad, eran contadas las
personas que podían afirmar tener sentido. La mayoría se conformaba con lo
más básico, y, aunque el autoengaño funcionaba superficialmente, en el
interior se incrementaba ese sinsentido cotidiano. Las personas se mentían,
cada vez con más firmeza, con tal de vivir. Y así se proseguía, siempre con
falsas esperanzas, apegado a una necesidad material y sexual, viendo en los
hijos y el prójimo lo que jamás ha existido, colocándose los oscuros lentes de
una felicidad inexacta y vomitiva, fingiendo sentirse plenos, marchitándose la
creatividad y la curiosidad, alcanzando la vejez y siendo un títere más del
sistema. La gente genial, los locos, los solitarios y excéntricos eran quienes
menos tiempo permanecían vivos, pues soportarse a sí mismos y engañarse les
era tan difícil como tener que levantarse cada mañana para ser parte de un
mundo que odiaban.
XIX
Para otros estaba el salir con alguien a ver si se obtenían los favores
sexuales, fingir entendimiento y solemnidad en el trato, cenar alguna
cochinada, intercambiar números telefónicos o ir con algunos amigos a
dilapidar algunos billetes en alcohol y demás bagatelas. Ese ritmo tan odioso
se repetía y jamás cesaba, ni siquiera para los que creíamos ser diferentes.
¿Qué distinción había entre seguir con esto o suicidarse? De todas maneras, se
debía vivir, aunque no tuviera sentido, aunque no se quisiera, aunque nada
importase. La existencia era una tontería, era mejor matarse de una buena vez.
Lo que resultaba asqueroso era la conformidad y complacencia que el rebaño
mostraba con este ciclo monótono y vacío, del cual yo mismo era consumidor
y preservador, aunque también lo odiara. ¿Qué hacer para cambiar? ¿Qué
elegir para no existir? La inexistencia ya no era una opción, pues, en el caso de
que muriese, quedaría mi recuerdo. Sí, quedaría la difusa memoria de un
hombre infeliz y miserable que jamás desaparecería por completo.
–¿Qué tienes? ¿Por qué luces tan pensativo? –interrogó Virgil sonriendo
con sarcasmo.
–Ya no puedo, tal vez no quiero. Escucha, sé que hay algo en esta
realidad ficticia que a cada uno le fascina, que le ata a esta mentira, que le
proporciona el elíxir para proseguir existiendo. Todos tienen algo de qué
agarrarse, un pilar, un sostén, una fortaleza bajo la cual yacen complacidos con
ello, sea ciencia, religión, deporte, etc. Pero yo, ¿qué tengo yo? ¿Qué hay para
mí? Todo me asquea, me parece tan banal y absurdo. No hallo ya placer
alguno en el sexo, la comida, la diversión o el entretenimiento que al rebaño
tanto le encanta. Sé que ahora estoy ebrio como un cerdo, que me la he vivido
en tabernas, con putas, enviciándome y siendo un parásito, pero ¿qué más
podría hacer? Tú has dicho que llevo la marca de la dualidad, aunque tal vez
no sea así. Yo no creo ser diferente al resto, no hago nada creativo; no aporto,
solo recibo. Y no sabes cuánto me repugna ser yo mismo, sentir esta
humanidad incrementando y fortaleciéndose, atisbar cómo mi voluntad por
superar esta miseria se esfuma, cómo mis sueños más elevados y sublimes se
evaporan en el lúgubre ataúd de la rutina y la vida, con sus mareas de
insignificancia, las cuales azotan la ínfima y desolada isla en la cual me he
refugiado. Para mí nada significan las mujeres ni las borracheras, solo meros
accidentes de una tragedia cósmica. Me he dejado corromper, he sido como el
rebaño. He seguido con vida, aunque ya nada importe, y, aun así, todavía creo
ser diferente, todavía reflexiono y, en mi mente, sé que esto es una basura. Soy
solo un humano y sé que nada hay para mí en este mundo.
–¡Qué extraño! Esas palabras las había escuchado una vez en un sueño
que tuve cuando te conocí.
–Lo sé, conozco bien dónde vives, recuerda que te vigilaba… Pero en
ese sueño, fue muy raro, era como un presagio. De alguna manera, sabía que
tendríamos esta plática, que regresaríamos a esta hora y que estaríamos
borrachos. Incluso sabía de ese señor, el tal Piji, y también de su suicidio.
–Así es la muerte tal vez, usa al destino para divertirse con la existencia
de las personas. Pero tienes razón, yo no tengo certeza de nada, solo son
elucubraciones superfluas que todos, tanto los del rebaño como los marcados,
podemos experimentar.
–Lo sé, perdón. Hay tanto que quisiera entender, y cada vez me alejo
más de la llave.
–Es dual, tú lo eres. Crees alejarte sin remedio, pero eso mismo te acerca
a lo que has estado buscando con ahínco y determinación. La voluntad de un
humano no puede cambiar el destino, pero puede crear otro camino que
suplante al previsto. Es difícil de explicar, pues lo leí en un libro prohibido de
los que me prestaba un amigo con el cual me divertía hace tiempo. Lo que
debe hacerse no es creer o no en el destino, simplemente imaginar
divergencias, suprimir lo sugerido. El sino no es impertérrito, se puede
alternar. La aleatoriedad de los sucesos nos parece así gracias a la
incomprensión de lo oculto ante nuestra percepción, por eso debes fluir y
escuchar, ser paciente y contestarte a ti mismo, descubrir quién eres en
realidad.
–En eso te equivocas, una vez quise hacerlo, por un hombre. Ya ves que
una chica trivial como yo no puede ofrecerte realmente nada, pero al menos
entiendo tus sentimientos.
–Yo no tengo sentimientos, hace tiempo que perdí esa capacidad. Ahora
solo pienso, he dejado se sentir.
–¿Alguna vez has pensado que las imágenes y los sonidos pueden
distorsionar de tal modo la sucesión de eventos como para mostrarte espejos?
–De eso, de vivir. ¿No crees que es una enfermedad vivir? No sé si sea
alguna falla en mi cabeza o en mi supuesta alma, la cual niego y afirmo a cada
instante.
–No creo que estés enfermo. Solo eres, en todo caso, un paciente
confundido.
–Sí, un paciente tan confundido como aquel que se ahorcó. Uno que aún
no termina su tratamiento, pero que tampoco lo quiere.
–Y entonces ¿dónde queda la vida? ¿Para qué vivir? ¿Para qué morir?
–Sí, claro, tal vez… Y ahora ¿qué harás? Digo, sobre tu madre y el
hecho de que la hayan encerrado.
–¡Ah, eso! Pues nada, ¿qué podría hacer? Ella estará muerta desde
ahora, jamás saldrá. En parte, creo que fue lo mejor, porque así soy libre. Creo
que venderé el restaurante y, después de un tiempo, me largaré de aquí.
–Me gusta, pero no podría ser siempre parte de ella. Tengo parientes en
el extranjero, veré cuánto resisto. Mientras tanto, ya sabes lo que haremos.
–Supongo que sí, ya es tarde, muy tarde, tanto que se hará temprano
pronto. ¿Qué querías hacer?
Esos padres de familia intentando darles un sentido a sus vidas con sus
hijos, los cuáles crecerían y serían igual de absurdos que ellos. Y éstos, los
niños, también eran desde pequeños unos tontos, entreteniéndose con
bagatelas y recibiendo todo cuanto el exterior les brindaba sin cuestionarse
nada. Yo había sido uno de esos pequeños bribones incapaces de una
concepción más elevada que la de jugar y ser mantenido. Escuchar sus risas y
contemplar sus juegos me recordaba y remarcaba mi incipiente miseria, al
igual que esas parejas de falsos enamorados buscando pegar sus cuerpos en la
oscuridad. ¡Qué falacia era la humanidad y la vida! ¡Qué vómito ser yo
mismo! Me puse como un demente y me azoté contra la cama, luego contra la
pared hasta sangrarme la frente. Entonces comencé a propinarle puñetazos al
suelo y a gritar como un simio. ¡Odiaba ser humano! Luego me calmé, aunque
no del todo, pero a veces tenía esos ataques de histeria y paranoia. Me
molestaba vivir, me enconaba ser humano y me repugnaba existir. Todo era, al
fin y al cabo, siniestramente absurdo.
XX
Y bueno, toda esa mierda era pasajera. Yo era indiferente ante lo bueno y lo
malo, llevaba la marca de la dualidad. Decidí salir, aunque grande fue mi
sorpresa cuando, al bajar las escaleras, me encontré con el señor Volmta, el
mismo que un día antes formaba el trío de los pensadores de taberna. Lo
saludé y él lo hizo también. Pensé que me había reconocido, pero no tuve la
certeza. Era obvio que estaba crudo y su aspecto era el de un hombre acabado.
Con cierta duda, le dije:
–Ya veo que sabes más de lo que pensaba. Pues sí, a eso voy.
–No, desde luego que no, ¡je, je! ¿Por qué habría de? –replicó sonriendo
tan familiarmente, recordándome esa extraña sensación experimentada en el
primero momento en que lo vi, briago y aturdido en Diablo Santo, apenas el
día anterior.
–De acuerdo, pues vamos. Tal vez le cuente a usted un par de cosas.
–Ya te recuerdo, eres ese muchacho que ayer se mantuvo tan atento con
nuestra plática –empezó diciendo Volmta, mientras pensaba qué bebida
ordenar.
–Sí, es correcto, soy yo. No pude evitar buscarte, pero parece una
coincidencia.
–Es que casi no estoy, este es mi hogar –afirmó extendiendo los brazos y
acomodándose en la silla–. Y, cuando no estoy aquí, es porque me encuentro
trabajando, tengo un taller donde reparo zapatos. No da mucho, pero lo
suficiente para vivir; además, ya tengo mis clientes.
–Sí, así es como funciona esa clase de apreciación. Pero Volmta, ¿por
qué vienes aquí? ¿Qué te hace emborracharte e irte con mujerzuelas?
–¿De verdad quieres saber por qué vivo así? Mira, ahí viene el calaca
con el desayuno y una botella.
–Sí, suele pasarme, es uno de los principales escollos con los que
tropiezo. Ciertamente, gracias a esa situación es que vivo como un lobo
solitario.
–Bueno, esa época fue conflictiva, pues tomé parte en algunas protestas
y manifestaciones contra el gobierno. En mi familia, según rumores, se
avergonzaban de mí y lamentaban que su hijo predilecto se hubiese convertido
en un anarquista sin escrúpulos, en un cerdo nihilista.
Destino, otra vez. Siempre era el destino era el culpable de todo, la causa
fundamental que producía el manto donde se deslizaban las probabilidades,
tornándose en un juego de niños. De manera inverosímil, las personas con las
que últimamente hablaba usaban esa siniestra palabra para designar lo que
desconocían y deslindarse del poder de decidir. El destino era algo parecido a
un dios, tal vez eran lo mismo en cierto punto de convergencia. Me producía
un anómalo cosquilleo pensar que la humanidad dependía por completo de
este factor, el cual desprendía cualquier suceso del atractivo almizcle de
coincidencias enredadas en la existencia a nivel tangible. Pero Volmta no
parecía dispuesto a callarse, así que abandoné mis absurdas cavilaciones y
presté atención tanto como me lo permitió mi frecuente aislamiento. En verdad
hacía tanto tiempo que no hablaba con personas.
–Pareces ser celoso, tal vez es por eso. ¿Tienes miedo a la infidelidad?
Lo miré taciturno y recordé su familiar sonrisa, así entendí por qué aquel
hombre me había atraído tanto. En su semblante existía un paisaje plagado de
melancolía y nostalgia, una tristeza singular y preciosa, acaso también
fúnebre, pero inexorablemente ligada a su espíritu. Aquel hombre, para mi
sorpresa, poseía cualidades que jamás había sospechado en un sujeto de su
clase, y no me refiero a alguna estúpida posición social o económica, sino a su
vida desordenada. Comúnmente, en la sociedad de la mentira y la hipocresía
se enseña a no alabar las conductas libertinas y nocturnas, muchos menos se
recomiendan la prostitución, la pornografía y el ateísmo, ni cualquier cosa que
se parezca a ello. Se me ocurría que este tipo de placeres banales
representaban la mayor parte de lo que conformaba nuestra esencia, de lo que
nos hacía sentir vivos. Y, sin embargo, se nos había enseñado a desdeñarlos
por ser “incorrectos”, por pertenecer a la clase de cosas que un supuesto dios
no quiere que realicemos.
Pero ¿qué dios y bajo qué esquema juzga nuestros actos? No podría
pensar en rendirle culto ni devoción a un dios como lo pintan los humanos,
siendo que este supuesto ente divino tampoco demuestra interés en mis actos.
Este dios a quien la concupiscencia, la inmoralidad, la crápula y toda gama de
conductas supuestamente aberrantes deshonran no era otro sino el mismo que
no podía evitar que una niña fuese violada, que las personas murieran de
hambre, que existieran guerras eternas por meras banalidades, etc. Y este
mismo dios tan puritano había creado al humano a su imagen y semejanza,
confeccionado con infinitos vicios y depravaciones, con un insaciable ahínco
de ocasionar daño al prójimo, de practicar adulterio, de lavar dinero, de
comercializar droga, entre otros. Luego, se excusaba diciendo que el humano
se había alejado de él, siendo que jamás había dado la cara ni se interesaba por
los problemas del mundo terrenal. No podría imaginar un dios absolutamente
preocupado por los asuntos de seres insignificantes y al cual tuviera que
tratársele como una herramienta o un pretexto ante la ignorancia recalcitrante
de millones de pueblos adoctrinados. ¡Qué martirio debía ser dios! Si yo fuera
él, solo pensaría en suicidarme.
XXI
En fin, ¡al carajo con dios! Muchas cosas me hacía pensar Volmta con su
extraña sonrisa y su jovialidad tan familiar. Él, aunque no era partidario del
sinsentido, comprendía perfectamente el absurdo en que la monotonía nos
sumergía día con día. Esto lo barruntaba al hundirme en su mirada, tan
melancólica y agitada, tan triste y lúgubre, como si fuese la mirada de un
hombre que ya no esperaba nada en la vida, que lo había perdido todo y a
quien solo le restaba continuar viviendo por cobardía al suicidio. Esto es
natural, pues todos los humanos temen a la muerte estúpidamente, y se aferran
a la vida con inaudita porfía, aunque sean unos idiotas intrascendentes. Pero
¿qué se le va a hacer? Jamás entendí por qué las personas querían vivir, nunca
dilucidé qué impulso de terquedad hacía que repugnaran la gloriosa muerte y
se ufanaran con necedad innecesaria a un sinsentido, a un torbellino de
mediocridad y miseria en el cual se hallaban enclaustrados plácidamente.
–Sí, eso creo –asentí–. La mayoría de las personas hablan mucho, hacen
demasiado ruido y sus voces asquean mis oídos. A veces he deseado que todo
cese, que todo el mundo se calle por unos instantes, pero es imposible.
–Desde luego. Eso se debe a que ellos no saben apreciar el poder del
silencio. Debo confesarte que a mí tampoco me agrada el ruido, y que son
pocas las personas que llegan a agradarme. Y tú eres una de ellas, mi amigo.
Entonces lo miré a la cara fijamente por última vez, pues sabía que
aquella sonrisa no podía ser una casualidad. Si aquel sujeto formaba parte de
los espejismos que se yuxtaponían ante mi propia miseria, debía hallarlo más
adelante, sin aquel ridículo y obsoleto traje de humano, sino fundido conmigo
mismo. Quizá todos teníamos variadas formas que se proyectaban más allá de
la alucinación, más allá de la trivialidad de esta insípida realidad. Pero ¿cómo
diferenciar las imágenes ilusorias de los malgastados espejismos
materializados? ¿Cómo tener certeza de que aquello que únicamente yo podía
observar era falso y producto de cierta locura inefable? ¿Cómo negar que esta
supuesta vida no era sino una alucinación colectiva que todos creíamos cierta
por complacer a nuestros sentidos terrenales y brindarnos una ficticia
seguridad mental? Probablemente eso era estar loco, algo que no degustaba
cualquier miembro del rebaño.
–Me molesta que exista este mundo, pues no hallo sentido en ello –
afirmé bostezando, pues había dormido muy mal en brazos de Virgil–. Y me
molesta aún más estar yo en él.
–No sé, tan solo porque aún soy demasiado humano. Creo que todavía
no soy digno de morir.
–Siempre serás humano, quién sabe si la muerte pueda deslindarte de
ello.
Todo era una farsa, una máscara, una vil y cruenta hipocresía consagrada
y matizada de intrascendencia. Las personas vivían rechazando lo que en su
interior adoraban, siendo esclavas de sus impulsos, mismos que negaban con
ahínco y de los cuáles se avergonzaban. Claro que nada de esto justificaba el
asco que sentía por mis semejantes, desde niños hasta ancianos, pues todos me
parecían tan imbéciles y carentes de sentido. No importaba si se trataba de un
doctor, un profesor, un albañil, un rico, un mendigo, un cocinero o un haragán,
pues yo detestaba a todos por igual. Y precisamente los repugnaba porque en
cada uno de ellos atisbaba una desesperante similitud con mi propio ser, una
humanidad de la cual no podía ni me quería, acaso, deshacer. ¿Eso me hacía
diferente? ¿Qué restaba por hacer para subsanar la monotonía que trastornaba
mi ser? ¿Desde cuándo no sentía? O ¿acaso sentía de más y por eso todo me
atormentaba? ¿Cómo tolerar la existencia tan insulsa y ridícula de cada nuevo
día? Abundaban personas tan comunes, con aspiraciones terrenales y deseosas
de vivir estúpidamente, de tener hijos, de casarse y viajar, de adquirir carros y
casas, de ostentar ropa de marca o tener buenos puestos laborales. Pero
¿significaba realmente algo aquella basura? Desde luego que no, nada de eso
valía la pena, absolutamente nada hacía valiosa la vida.
Tampoco las putas y la bebida eran algo diferente, pero poseían cierta
belleza, una magia que elevaba al mismo tiempo que degradaba. Sentía que las
prostitutas eran las mujeres más bonitas y sinceras que pudieran existir, pues
habían renunciado a todo derecho sobre ellas mismas para poder entregarse y
sobrevivir en una sociedad nauseabunda y decadente como la nuestra, donde
tantos hombres fingían amar a sus esposas y pasaban las noches en brazos de
una sexoservidora. Para mí, era indiferente follar a una puta o a una mujer de
la alta sociedad. No existía diferencia alguna entre una mujer que hubiera
estado con una babel de cerdos y otra que solo se entregara a mí, porque sabía
que aquella pureza estaba extinta y era una cómica ficción. El humano, por
naturaleza, no era fiel, no podía serlo, no debía comportarse así. La naturaleza
humana estaba diseñada, graciosamente, para ser mentirosa e hipócrita hasta el
límite, para aparentar y sentir apego hacia lo banal.
–Veo que crees ser indiferente, pero no podrías ser más antípoda de lo
que proclamas.
–Nada lo hará, buscas algo que la vida no puede responderte. Tal vez
solo la muerte pueda ilustrarte, quizás halles lo que sentencie tu destino.
XXII
Pero todo eso era verdadero solo en mi mente, en mi mundo intrínseco, como
tantas otras cavilaciones que embotaban mi percepción. Akriza me gustaba y
no solo para hacerla mía durante la noche, sino para abrazarla y batirme de esa
agonía que la torturaba. Pero, a todas luces, Jicari nos estorbaría. Pensé que, si
las cosas salían bien, hasta podía matarla y ofrecer a Akriza una nueva vida en
alguna otra ciudad. Como sea, eran los delirios de un cerdo, de un fatalista sin
escrúpulos, pero me enloquecía la idea. Akriza, aunque no hablaba, expresaba
mucho con su sola presencia, con ese rostro compungido de dolor. En sus ojos
había rencor y sumisión, lo cual me ayudó a comprender que los motivos por
los cuáles se quedaba con su esposo y toleraba aquellas noches ignominiosas
iban más allá de cualquier situación mundana. Debía entonces indagar en su
mente qué clase de sucesos la habían vuelto tan susceptible ante las blasfemias
que en su contra eran cometidas. No era, sin embargo, el momento propicio
para analizarla. Lo que me atañía era caminar y centrarme en mí mismo hasta
que la oscuridad mi palpitar alterara.
–Bueno, no tienes por qué ponerte así. Fue solo una casualidad el que
nos estrelláramos. Será mejor que me apresure, pues tengo mucha ropa.
–Sí, es lo que veo. No debes dejar que se junte tanta o se hace más
pesado lavarla. Te dejo, tengo cosas que hacer.
–¿De verdad?
–Sí. Pensé que ya habías acabado, ¿de dónde has sacado más?
–Pero, por suerte, hoy parece que se dormirá temprano. Dice que fue un
día agotador en la oficina y que el jefe estuvo insoportable.
–Supongo que está bien. Hace tiempo que vivimos en el mismo edificio
y nunca nos hemos conocido mejor, siempre te ves tan apurado y me pareces
un sujeto raro.
–Sí, las personas suelen tener ese comportamiento. ¿Nunca has pensado
en matarte?
–Es una pena, pero es común en los hombres tener esos vicios.
–Bueno, creo que no. Depende de a qué te refieras con eso, pero no sé.
Usualmente considero que las personas son falsas, estúpidas e hipócritas, pero
tal vez yo no sea tan diferente. Me da asco el mundo y también yo mismo me
repugno, es paradójico. Creo que alguna vez quise ser poeta.
–¡Ahora entiendo!
–¿Salvación de qué?
–Bien –dudé unos momentos y luego pensé que no tenía nada de malo
decirle lo que pensaba de la vida, tal vez lo comprendiera–. De acuerdo con mi
percepción, la vida no tiene ningún sentido. Este mundo es una miseria, sus
habitantes lo son también. La existencia en este plano me parece un error, un
vómito, una tragedia de la cual es imposible librarse si no es con la muerte. La
vida no tiene ningún sentido, es solo un engaño y una hipocresía creer lo
opuesto. Las personas se convencen de que lo tiene y tratan de hallarlo en
personas, objetos, placeres, dinero y cualquier otra cosa. Pero realmente no
hay nada, ningún motivo.
Era imposible, todo el mundo parecía haberse puesto de acuerdo con esa
maldita marca de la dualidad. ¿Qué querían decir con ello? Yo no percibía
nada dual en mí, lo único que sabía era que ya nada me importaba en la vida y
que todo me daba igual. Desde hacía tiempo que era indiferente a la
existencia, que despertaba con el único objetivo de matarme, de embrutecerme
con alcohol o de cogerme a unas putas para así olvidar lo miserable que era el
sinsentido de estar vivo. Y ahora todas las personas con quienes me cruzaba
hablaban de aspectos que no comprendía, de ciertas características inmanentes
que solo yo no reconocía.
–Y ¿por qué no fuiste escritora? ¿Qué te impidió cumplir ese sueño?
–Sí, y tú eres uno de ellos, según veo. Ni siquiera entiendo por qué
estamos aquí hablando de esto, pero me agrada saber que así es.
–Ya veo, supongo que así pasa. Por cierto, creo que alguien como tú no
merece la vida que tiene.
–Ya lo sé, es solo que, aunque no tenga sentido, me pareces muy bonita
como para ser tan absurdamente infeliz. Lo que digo es que todo esto es banal,
mísero y estúpido, pero tú eres particularmente interesante.
XXIII
Me dolía la cabeza como siempre, era aquel maldito dolor que había llegado
misteriosamente y que parecía no desaparecer nunca. Eran sensaciones muy
extrañas, como si tuviera unas agujas no físicas atravesando mi cerebro, como
si trajera un casco que cada vez generaba más presión. Todo era absurdo, todo
era incierto. ¡Cómo me molestaba no tener un punto de partida, pues al menos
así podría intentar algo! Pero no, mi naturaleza era el caos más absurdo y la
depresión más sórdida. Bajé a mi departamento y escuché gritos provenientes
del tercer piso. Seguramente Akriza debía estar discutiendo con su marido.
Intenté leer un relato de mis favoritos llamado El último verano de Klingsor de
Herman Hesse, pero sin éxito. En mi cabeza, no conseguía sacar la sonrisa de
aquella acendrada mujer con la que tan misteriosamente me había entendido.
–Ella no tiene nada que ver en esto. ¿Por qué siempre te ensañas con
ella? Deberías de mirarte en el espejo una sola vez, no solo estás ebrio, sino
también drogado.
–Pero ¡bien que te gusta! De otra manera, ¿no te habrías largado desde
hace tiempo con alguno de tus numerosos amantes? O ¿qué? ¿Crees acaso que
no sé qué te has revolcado con casi todos en la ciudad a cambio de dinero y
alimento?
–Lo eres, yo sé que sí. Es solo que tu belleza me atrae de otro modo, no
sé si me explico. Te quiero para lucirte ante la familia, para que la gente me
mire contigo los domingos por la mañana y piense que somos una bonita
pareja. Sin embargo, sexualmente no me ofreces nada, eres demasiado pasiva.
Te encanta comer excremento de taiboleras obesas, ser golpeada y humillada,
contemplar cómo me tiro a otras en tu cara y vengarte entregándote a
cualquier pelagatos con sífilis. Pero dime ¿qué placer hallaría en ti además de
eso? No negaré que tienes los ojos más hermosos de este mundo y la boquita
más tierna y sensual, pero con ese herpes no quiero besarte nunca más.
Deberías atenderte, eres una loca enferma y me perturbas.
–¿Yo una loca enferma? ¡Por favor, tú eres el menos indicado para decir
eso! Cuando acepté venir a vivir contigo estaba preñada y me cogías a toda
hora, viniéndote adentro y haciéndome vomitar en tu pene para luego mamarlo
de nuevo. Además, en ese entonces ya tenía herpes y me besabas más que
nunca, ¡perro infeliz!
–Bueno, bueno. Todo esto comenzó por una maldita camisa mal
planchada. No veo por qué hemos de discutir tanto. Dime ¿dónde colocaste las
agujas y la heroína?
–Las tiré. Jicari estaba jugando con ellas y decidí que no era bueno para
ella.
–¿Qué dices? No cabe la menor duda de que eres una vil puta, y la más
estúpida. ¿Por qué hiciste esa tontería? Sabes que yo me inyecto tres veces al
día, necesito esa mierda o sino…
–Y, de paso, a ver si preguntas cuándo nos tocará el próximo pago. Creo
que algunos sospechan de tu puesto como oficinista.
–Las ganancias del día son para mí, puesto que la cocaína solo fue idea
mía. Así, puedo hacer lo que quiera con ella, ¡perra barata! Ahora apúrate a
hacer el quehacer, que esta casa apesta. Por cierto, hablé con el jefe, parece ser
que sí aceptarán a Jicari en la esquina donde acaba de morir la puta
venezolana, esa que tenía gonorrea.
Por ende, pasé de largo haciendo caso omiso a las lágrimas de la niña
que consideraba la única criatura en el mundo que podía entender mi
sufrimiento. Sin embargo, si ella entendía el mío, ¿estaba yo obligado a
entrometerme en el suyo? Desde luego que no, y siendo así me retiré. Noté
que escurría sangre de entre sus piernas, aunque dudé que fuera virgen hasta
esa noche teniendo como padre a un depravado como el señor Golpin. En fin,
la dejé ahí y subí apresuradamente hasta alcanzar el piso donde sobrevivía
Akriza, aquella mujer que escandalizaba mis pasiones más carnales. Una vez
ahí, me detuve unos momentos para inspeccionar el escenario, pues la puerta
se hallaba entreabierta. Inmensa fue mi sorpresa al vislumbrar a Akriza toda
batida de mierda y en un estado tal de excitación que mi pito se puso tan rígido
como el cemento.
–Hola, ¿todo bien? –empecé diciendo–. Escuché unos gritos hace un rato
y quise subir para ver qué ocurría. ¿Necesitas algo?
Tal fue el estrépito que mi saludo ocasionó que claramente Akriza debió
haber sentido que se le paraba el corazón, pues, exactamente cuando sus ojos
hermosos y tristes se dirigieron hacia el filo de la puerta, me hice a un lado y
fingí no saber qué pasaba dentro.
–Soy yo, su vecino del segundo piso. Estuve hace unos minutos con
usted en la azotea, lavando ropa. ¿Puedo ver que todo esté bien?
–Bueno, supongo que sí, pero ¿qué clase de amor es el que tiene hacia
ti?
–Ya te lo dije, porque lo amo. Él significa todo para mí. Es como una
deidad.
–No siempre es así. Lo que quiero decir es que en ocasiones uno ama sin
saberlo, o es incapaz de expresarlo. De hecho, ahora que lo pienso, es bastante
común. Tal vez sea, inclusive, la única forma en que puedan amarse las
personas.
–No sé, debo confesarte que no sé quién o qué soy. A veces creo ser
mucho más humano que el promedio. Y, en otras, pareciera que me elevo hasta
tener ciertos elementos de divinidad.
–¡Ah, sí! A veces me pasa así, y entonces me abstraigo. Pero solo dura
unos minutos, nada grave.
–Lo sé, es así como pienso, como razono cuando todo se torna
insoportable. Últimamente ni siquiera he sentido deseos de despertar; de
hecho, odio tener que comenzar un nuevo día, pues ello implica salir, ver a las
personas, soportar sus charlas nauseabundas, tolerar que la existencia haya
sido concedida a seres tan infectos y cervales. Lo peor de todo es que esta
reflexión siempre me deja sin energías, parece penetrar en mí y vaciarme,
aniquilarme una y mil veces para comenzar el ciclo de nuevo. Entonces llego a
este maldito condominio y me tiro en mi cama, con la mente en blanco y a la
vez atascada de toda la podredumbre, analizando y estúpidamente intentando
hallar un sentido, una sola maldita razón que justifique la irrelevante
existencia de la humanidad. Sin embargo, nada acude a mi mente, nada llega,
nada me devuelve esperanza. Al final, sé que solo me resta embriagarme,
fornicar con putas, drogarme y, sobre todo, dormir para olvidar lo miserable
que es vivir.
–Pareces desesperado por morir. Yo antes solía ser como tú, cuando aún
creía en el amor, o en lo que sea que exista en su lugar. No sé si lo recuerdas,
pero te lo conté en la azotea mientras me mirabas apasionadamente. Yo quería
ser escritora, incluso hasta poeta. Tenía tantas esperanzas y anhelos de escribir
sin parar, de publicar mis libros y poder alcanzar los corazones de las
personas. Y no creas que quería escribir estupideces como las que ahora se
escriben y se reconocen como supuestas joyas. No, nada de eso. Yo quería que
los humanos supieran sobre el dolor que significaba existir, sobre lo hermoso
que era quitarse la vida por cualquier medio. Yo quería que el mundo abriera
los ojos y que vislumbrara la verdad que tan pocos comprenden, que se
enterara de la manipulación mental y psicológica, incluso hasta espiritual, a la
que somos sometidos diariamente. Quería escribir tantas cosas que terminé
ahogándome en mí misma. Así, un buen día perdí mi toque y desde entonces
no pude escribir ya nada. Fue horrible, puesto que me pasaba semanas enteras
intentando ser algo que ya no podía, tratando de recuperar esa magia que algo
me había extirpado. Entonces lo supe. Sí, me percaté de que este sistema era
quien, gracias a sus ingeniosas artimañas, había extraído de mí lo único que
podía ser sublime. Así es, esta pseudorealidad absorbió de mí lo único que
podía sugerirme estar viva. Desde entonces nunca he vuelto a escribir, aunque
la tentación no se ha ido. No obstante, es aquí cuando volvemos al tema con el
que comenzó este coloquio: el amor. No voy a mentirte como casi todo el
mundo lo hace con tal de sentirse menos miserable unos instantes: el amor ya
ha sido prostituido. Sí, el único amor que nos resta es el humano, uno a la
medida de seres envilecidos y estultos como nosotros, como el rebaño que
tanto detestas. Y ese concepto se transforma en la argucia que a todos nos
consuela. Por eso las personas permanecen juntas hasta la muerte, por eso se
cometen tantas tonterías y se realizan promesas vanas, por un amor tan irreal
como blasfemo. Pero eso es lo único que nos queda a los miembros del
rebaño, a los que no portamos la marca como tú. Yo amo a mi esposo a pesar
de todo, lo amo humana y falsamente, pero eso ya es algo. Esta falacia no deja
lugar a dudas, hace que te envilezcas aún más y que te adaptes a la miseria en
que se torna la existencia. Llega entonces el punto donde tu humanidad se
impone y te acostumbras a permanecer hundido en la mierda y en lo patético
que es continuar respirando, pero no queda otra opción más que aceptarlo y
abrazarlo. De otro modo, ¿qué evitaría el suicidio masivo? ¿Crees acaso que,
en este mundo, al rebaño, a esos humanos que aborreces y de los cuáles eres y
no eres a la vez parte, le importa portar la marca o luchar por darle la contra a
la pseudorealidad? Incluso tú te has rendido, porque has comprendido la
inutilidad de una guerra que solo tiene ocasionales triunfos, que está perdida
desde antes de iniciarse. Has entendido que este mundo está condenado a la
miseria, la putrefacción y la estupidez, pues es el único destino de seres a
quienes les encanta cebarse de ignorancia y depravación. Entonces ¿para qué
seguir? Tú no eres como yo, tampoco como el resto. ¿No sabes por qué no
puedes acabar con todo? O ¿es que acaso no quieres en realidad? ¿Qué impide
que te arrojes ahora mismo por la ventana y acabes con tu miseria? ¿Lo sabes
realmente? ¿Importa acaso? Todos moriremos y nos pudriremos por la
eternidad. Tú tienes razón, sabes la verdad, pero eso no significa nada en un
mundo de mentiras y de monos deseosos de blasfemia. Es indiferente que
sufras o que ames, lo único que varía es la intensidad del equilibrio. Me das
lástima y tristeza a la vez, pues estás aún más condenado que aquellos quienes
se han condenado por su propia mano. Pero divago, perdona. Lo único que
quería hacerte ver es que ese amor por mi esposo, aunque sea tan miserable y
asqueroso, aunque se trate de una argucia y pura impiedad, es lo que me
mantiene viva. Eso me hace, tal vez, superior a ti, ¿no crees? Porque yo, al
menos tengo algo de qué agarrarme, aunque se trate de la más vil y
pendenciera de todas las falacias. En cambio, dime tú, ¿qué tienes además de
tu miseria? Yo lo sé: tienes la marcada de la dualidad. Y, si este mundo fuera
justo y el humano estuviese menos corrompido, tal vez serías un dios. Pero las
cosas no son si serán jamás como tú lo deseas.
XXIV
–Desde luego, pero hay algo… ¿Por qué viniste a verme? ¿Esperabas
que yo te dijera todo esto?
–Desde luego que así es, pero… tú no eres creyente del amor, ¿cierto?
Al parecer, ese es tu problema, por eso sufres tanto en esta existencia.
–Sí, solo debo dejarme caer, pero no es tan fácil. Presiento que dolerá,
tal vez debe ser así.
–Lo dudo, Akriza. Tú lo has dicho: tengo vicios y formo parte de lo que
odio.
Entonces colocó una de sus finas manos en mis labios y los cerró. Sí, de
aquellas mismas manos que, aunque a primera vista parecían impecables y
límpidas, en realidad eran las de una pecadora, las de una maldita puta de los
mil infiernos que se revolcaba con cualquier anciano o cerdo asqueroso con tal
de alimentarse. Lo que me perturbaba era saber que, ciertamente, Akriza
parecía disfrutar de aquellas cogidas que le daban. Era como si el placer
proporcionado al ser follada solventara las repugnantes escenas a las que era
sometida por su marido, al cual, estúpidamente, creía amar de la manera más
absurda posible.
–Eres un niño todavía, pero recuerda esto: yo no soy tu sino, solo soy
una de las tantas puertas que te conducirán a él, o lo más cercano a ello, puesto
que pongo en duda su existencia. No debes detenerte aquí, tu vida se
doblegará cuando hayas vencido todo anhelo. Sabes a la perfección que has
vivido estúpidamente, pero no puedes morir del mismo modo, o eso te haría
similar al resto.
–Parece que así debe ser. Alguien como tú aceptará más fácilmente la
muerte antes que unirse al rebaño. No hay engaño que pueda hacerte sentir
menos miserable, eso solo intensifica la marca que puedo discernir
inflamándose y refulgiendo con ferocidad en tu espíritu. El camino restante,
aunque corto, será espinoso, pero confío en que alcanzarás la cima, aunque
luego solo quede dejarse caer. Llegarás a lo más alto, pero te percatarás de que
estás solo y eso será lo mejor. Ningún humano podría seguirte el paso,
ninguno podría experimentar la angustia y el sufrimiento que vibran en tu
mente, que atasca tu ser de horripilantes desvaríos. Solo debes preguntarte si
vale la pena llegar a la cumbre, pues, una vez ahí, no habrá retorno…
–¡Cuán inquietante resulta que me digas todo esto! ¡Yo nunca esperé
algo así…!
–Supongo que hubiera sido buena escritora, tal vez mis libros se
hubiesen vendido y no estaría en esta miseria. Aunque, por otro lado, creo que
esto ha sido lo mejor. Me repugnaría saber que los humanos adoran mis libros,
que se han hecho tan comerciales que cualquiera puede leerlos y fingir
entenderlos.
–Lo sé. Pero no hay opción, por eso no he tenido la voluntad de escribir
algo. Me enloquece saber cuán banales serían mis libros si la gente común los
comprase y les gustasen. ¿Sabes algo? Odiaría saber que los humanos me
admiran y sienten cierto aprecio por lo que escribo, puesto que no existe algo
que odie más en este mundo que mi propia naturaleza y, por ende, la del resto.
XXV
Esta criatura, por lo que observé, poseía alas imposibles de contar; tan
variadas e inmensas que me parecía como si abarcase todo el universo. Por
ellas fluía sangre y una sustancia de un azul tan oscuro como desconcertante.
Poseía tentáculos etéreos que, por desgracia, tuve la ocasión de contemplar
cómo y para qué eran empleados. Tan largos e igualmente infinitos, se
distribuían alrededor de esferas en el supuesto cielo, o lo que sea que estuviese
por encima de mí. Precisamente el lugar donde yo me hallaba aparentaba ser
solo uno de los casi ilimitados mundos, físicos o espirituales, donde aquellos
tentáculos eran arrojados. Fue así como descubrí que aquellos títeres
aparentemente vivo y humanos eran ensartados en el ano por un tentáculo, el
cual se introducía hasta salir por la boca. Durante el tiempo que esta operación
duraba, la víctima experimentaba contorsiones horribles, su piel se tornaba
putrefacta y un haz de luz oscura lo señalaba. Algo, no sé qué, era extraído del
sujeto en cuestión, pues el tentáculo palpitaba y enviaba hacia la entidad
siniestra y enorme una sustancia iridiscente. Al mismo tiempo, una explosión
acontecía y lo que fuera antes arrebatado era suplantado, ocasionando una
tranquilidad inaudita en la persona. Este proceso se repetía sin cesar, y, aunque
todos se negaban en un comienzo, eran penetrados tarde o temprano. Y, entre
más resistencia presentasen, más violento era el desgarramiento anal.
En la cúspide de aquel monte sombrío del que parecían emanar las más
sórdidas lamentaciones y en donde se originaba una vorágine de una
pestilencia incomparable, me hallaba yo postrado y jadeante. Las megalíticas
torres de ventanas ensangrentadas y con imágenes nauseabundas se habían
esfumado. La lluvia continuaba y me empapaba, pero su olor era peculiar,
como el olor que tienen las flores que crecen cerca de las tumbas de los
muertos. Era eso o tal vez que yo me sentía hasta entonces más muerto que
vivo, pero naturalmente aquello era solo un absurdo sueño, y, cuando
terminase, volvería a la misma miseria de siempre, a la monotonía insana de la
vida humana, con su triste y agobiante ritmo, con su pérfida y asquerosa
rutina, con la sensación molesta de tener que despertar y enfrentarse con un
nuevo día en un mundo que no tenía ninguna razón para continuar existiendo.
Y, encima de todo eso, lo más complicado era saber que aún no tenía el valor
para cruzar la puerta, que no era ya sino un cadáver andante rodeado de títeres.
Así reflexionaba sobre lo miserable que era vivir hasta que observé cómo un
abismo infinito rodeaba el trozo de roca donde me hallaba. Es interesante
analizar la naturaleza humana en situaciones tan extravagantes que la
imaginación no suele pintar, pues en esos momentos se revela el verdadero yo
que se cobija debajo de las numerosas máscaras que las personas utilizan por
el temor que tienen de saber qué son en el fondo.
Esto, según entendía, había sido siempre así desde el comienzo de los
tiempos: las personas siempre habían tenido una marcada tendencia a ser
miserables, estúpidos e ignorantes en todo aspecto. Eran solamente inmundas
criaturas a las que se controlaba magníficamente con alcohol, fútbol,
espectáculo y cualquier contenido similar. La existencia de las personas giraba
en torno al dinero, las posesiones materiales, los cargos laborales, los ahorros
en el banco, las fiestas, la televisión y demás bagatelas. Además, se hallaban
tan inmersos y adoraban a tal grado aquello mismo que les esclavizaba que,
triste o felizmente, sus vidas transcurrían en el tedio y el sinsentido sin que
ellos se percatasen o se cuestionasen profundamente la razón de su mísera
esencia.
¿Quién era yo? ¿Qué era yo más allá de un humano, más allá de este
cuerpo y esta mente? ¿Fui construido o existía desde siempre? ¿Qué era este
traje orgánico que me mantenía preso en este plano tan superfluo? ¿Dónde
estaba mi alma, mi espíritu, mi esencia, mi verdadero ser? ¿Cuántas máscaras
había usado hasta ahora y por qué? ¿En cuántos fragmentos se había escindido
mi sombra para evitar los ocasionales haces de luz con que intentaba
iluminarla? Y, al final de todo, ¿por qué existía? ¿Qué sentido tenía vivir, por
qué hacerlo? ¿Por qué el mundo debía proseguir siendo sumamente miserable
y absurdo? ¿Quién diseñó el destino de títeres como nosotros? ¿Hacia dónde
se dirigía esta decadente condición parapetada bajo el ridículo y vano nombre
de civilización? ¿Cómo entenderme? ¿Cómo tener certeza de algo siendo que
todo está manipulado y corrompido? Ni siquiera quería seguir vivo, tampoco
me sentía bien sabiendo que existía por obligación; lo que anhelaba era volver
a mi miserable realidad y acabar con lo que sea que fuese yo cuanto antes.
Pero la contemplación de esa criatura me aterraba y me asqueaba, pues bien
sabía que mi interior la había alimentado, que cada personalidad originada
había contribuido al nacimiento de esos ojillos desgastados y esa apabullante
sensación de intranquilidad y angustia que desprendía de sus tentáculos
traseros.
XXVI
El sonido de siete violines me recordó la escena que acontecía ante mis ojos,
la cual era, por cierto, definitivamente rara y nefanda. La criatura, que era yo
en lo profundo y con la cual estaba vinculado de alguna manera, se irguió y
noté cómo un increíble y venoso miembro surgía de sus entrañas, supurando
pus y mierda. Entonces aquellos tentáculos que colgaban de su parte inferior
se alargaron y se enroscaron en las extremidades y el abdomen de Melisa,
apretándola con tal fuerza que ella gritaba espantosamente y sus lágrimas eran
de sangre, la cual inundaba el lugar y ya había sobrepasado mis pies. Esto, no
obstante, no lo había notado hasta ese momento. El sonido de los violines
tampoco lo había percibido, aunque era hermoso y violento, esparciendo un
enigmático ambiente en la sangrienta habitación, haciendo que los cadáveres
colgantes expulsaran más mierda de lo normal. Además, la melodía era tan
sublime que no podría ser reproducida por ningún humano. Cabe decir que, a
los responsables de esta inolvidable música, jamás los vislumbré.
Para hacer aún más repugnante la escena, los tentáculos del trasero de la
criatura se introdujeron en cada orificio de Melisa: boca, orejas, orificios
nasales y hasta por los ojos y el ombligo, haciendo que su sufrimiento se
potenciara como nunca. Sus dos ojos, aquellos hermosos ojos grisáceos que
antes me encantaban, fueron sacados de sus órbitas y devorados por la criatura
cuyo fulgor era indescriptible. Embestía a Melisa como si quisiera partirla,
incluso la había ya separado de la lápida y la mantenía en el aire, empalada en
su doble miembro y sostenida por los infinitos tentáculos que fornicaban cada
agujero. La pobre Melisa hubiese querido morir en aquel momento, pero no
era posible. Debía sufrir aquella humillación frente a mis ojos, o no quedaría
satisfecho. Entre más violentas eran las embestidas que la materialización de
mi sombra daba a aquella mujer, más brutal sonaba la singular sinfonía y más
mierda caía de los cadáveres colgantes. Incluso, algunos se desprendieron y se
hundieron en el pantano de sangre, el cual ya me llegaba hasta la cintura, y era
tan cálido como fétido. La parte de mi cuerpo que estaba sumergida en aquel
fluido nauseabundo ya no la sentía.
Pero los poemas extintos ya eran tema del pasado cuando me percaté de
que la mezcolanza que inundaba toda la habitación solo dejaba libre mi
cabeza. Sentía todo mi cuerpo adormilado y pudriéndose, infectándose de
quién sabe qué sustancia malsana. No obstante, eso estaba bien; era muy
bueno estar hundido en aquella mierda. Miré a Melisa una vez más, la pobre
aún no se daba por vencida. Pataleaba y se retorcía, como si esos fútiles
intentos por liberarse de las garras de la criatura ignominiosa sirviesen de algo.
Los violines se detuvieron repentinamente, un silencio infame lo invadió todo.
Melisa cesó en sus bruscos movimientos y las desconcertantes embestidas
también pararon. Sentí algunas convulsiones en mi mente y entonces…
¡Melisa fue preñada por la cosa! De alguna manera, a pesar de ya estar
embarazada, cuando el ignominioso caldo verduzco fue arrojado en su matriz,
se produjo la instantánea fecundación. No puedo imaginarme la siniestra
sensación de sentir el esperma caliente y pegajoso de algo no humano
fluyendo por cada agujero del cuerpo. Y es que, en efecto, también los
tentáculos chorreaban abundantemente los ojos, nariz, orejas, ombligo y boca.
Ni hablar de la vagina y el ano, pues fueron reventados por la cantidad
excesiva de semen arrojado.
Este gusano tan peculiar emitía unos gemidos como los de ninguna otra
criatura y, para mi mayor sorpresa, al elevarse y voltearse, descubrí que, en la
parte donde debía estar el ano, tenía el rostro de Melisa; tan hermoso como el
original. Finalmente, esta nueva monstruosidad se posó sobre mí y se agitó
para bañarme de lo que parecía ser su propia esperma, lo cual me hacía sentir
genialmente en paz, pues parte de ella caía en mi boca y al tragarla me sentía
más vivo que nunca. No noté cómo ni cuándo, pero el gusano desapareció al
poco tiempo, sin explicación alguna. Lo único que recuerdo es haber sentido
una molestia misteriosa en mi mente, como si algo se hubiese introducido
desde alguna otra dimensión.
Pero mientras esto ocurría, la criatura multicolor continuaba fornicando
a Melisa, o lo que quedaba de ella. Supuse que pronto terminaría aquella vil e
inmunda fornicación y no me equivoqué. El doble pito, más carnoso y caliente
que antes, atravesó a Melisa y la partió en dos, manteniendo elevadas ambas
mitades. Acto seguido, los ojos se desprendieron de cada rincón de la criatura
y se introdujeron en los órganos de la víctima, absorbiéndolo todo y dejando
solo los moldes de lo que había sido Melisa. Indudablemente, antes de haberse
partido, debió haber experimentado un dolor incomparable. Sin embargo, yo
estaba tan absorto que ignoré dicho sufrimiento. Las mitades se esfumaron y
fue como si aquello jamás hubiese ocurrido. La criatura blasfema que
denotaba ese yo oculto se mostró tan majestuosa como era y se arrancó su
doble pito para comérselo, pero lo mascó con una delicia que se tornaba
morboso contemplarla haciéndolo. Los tentáculos de su trasero se
comprimieron nuevamente y nuevos ojos brotaron en donde los anteriores se
habían desprendido. Por cierto, estos ojos, los cuáles absorbieron la esencia
orgánica y espiritual de Melisa, se incrustaron, según me parece, en mis
testículos, pues sentí un ligero cosquilleo debajo del mar de sangre, aunque
creía ya no poseer mi cuerpo. Además, recordaba cómo estos sacrílegos ojos
habían caído como carentes de vida en la inmunda sustancia de sangre,
esperma y mierda que inundaba el lugar. Sorprendentemente, yo estaba ya
cubierto por ella de pies a cabeza y no sentía estarme ahogando.
Todo lo que debía hacer era atreverme a dar el gran paso, hacer a un lado
mis temores y poner fin a este absurdo sufrimiento. ¿Para qué seguir viviendo
una vida que no se solicitó y que, en todo caso, se detesta? ¿Qué motivo había
en continuar atormentándome cada tarde encerrado en mi pocilga, tirado en la
cama, ideando la mejor manera de suicidarme y, en fin, siempre dudando de la
realidad? ¡Al diablo la dualidad y la espiritualidad! ¡Que el diablo cargase con
las putas, las borracheras y los pensamientos! ¡Ya no había por qué seguir
soportándolo! Comprendía que, por mucho tiempo había intentado vivir,
siempre fingiendo ser parte de algo que no existía, imitando ideologías y sin
lograr ser yo. Pero ahora todo era más claro, más bonito. Ahora sabía que lo
más sagrado y espiritual que había en la vida era la oportunidad que cada ser
tenía de llevar a cabo su propio suicidio.
Nadie podía enseñarle la verdad a otra persona porque cada uno debía
descubrir su propia verdad, el centro de su yo absoluto. Entonces, al
rememorar eso, me detesté más que nunca y sentí un asco cerval hacia mí
mismo, pues me veía en cada acto repugnante de mi vida: con las prostitutas
cometiendo infamias sexuales, borracho como un cerdo vociferando tonterías
y besándome con cualquiera, también siendo un inútil, un perdedor y un
rebelde. En fin, sabía que no era mejor que los humanos a quienes detestaba,
pero incluso con todo eso era superior a todos ellos. Y es que esa era mi
verdad, la verdad en la que había decidido creer desde mi pequeño horizonte,
desde el reducido espejismo en el cual creía ser yo y en el cual atisbaba
tambalearse el sonido de un destino que jamás me fue familiar.
Pero ¿quién diablos era yo? ¿Qué derecho tenía un ser hastiado del
mundo y de la vida de despreciar así a las personas? ¿Por qué no simplemente
me mataba y dejaba de inventarme tantos martirios? ¿No era yo un idiota, un
cobarde, un niño débil, asustado y trastornado por delirios? ¿Con qué derecho
me adjudicaba el ser superior a la humanidad si tenía todos sus vicios y si,
aunque me diera cuenta de toda la mentira y la hipocresía en la que todo se
pudría, no podía hacer nada para cambiarlo y me comportaba de manera
similar? El hecho de pagar por sexo, de ahogarse en la bebida, de mantenerse
en la inutilidad extrema y de rechazar cualquier tipo de valor, creencia o idea
humana no me hacían ser yo ¿Desde cuándo todo se había tornado tan
confuso? ¿Qué era esa maldita dualidad con la cual creía ver justificadas las
contradicciones de mi persona? Tomé la navaja que guardaba siempre en un
viejo cajón y la coloqué sobre mis venas, sonriendo con ironía porque sabía
que no podía matarme en aquel momento. No, no podía…, no aún, no así.
XXVII
Mientras yo proseguía con mi estado inmutable y casi suicida en el que la
supuesta dualidad con la que estaba marcado me torturaba cada vez con mayor
vigor, resultó que al condominio putrefacto donde me hundía en mi miseria
llegó un nuevo inquilino. Curiosamente, mi encuentro con él fue más pronto
de lo que esperaba, en una de aquellas tardes absurdas en las que regresaba del
trabajo detestando al mundo y a mí mismo, como siempre. Me pareció muy
peculiar que se sentase en un pedazo de piedra que estaba ubicado frente al
parque donde niños y ancianos sin sentido perdían el tiempo.
–¿Suicidas dices?
–Sí, así es. Generalmente pasan por aquí y toman el camino que conduce
a las afueras de la ciudad. Supongo que se matan en el tramo boscoso y
solitario.
Pensé que, en todo caso, ese curioso sujeto ya habría deducido que yo
era uno de esos que no querían vivir, así que no vi sentido en ocultar mis
convicciones.
–Sí, así es. Yo rento en el segundo piso, creo que es el más sucio de
todos.
–En realidad, es solo una suposición. Decir que eres diferente al resto es
contradictorio. Si nos ponemos a pensar profundamente, nada ni nadie lo es.
Lo que quiero decir es que todo este mundo está podrido por igual. Desde
luego, nosotros también nos pudrimos con él, porque odiamos y a la vez
amamos nuestra humanidad.
–Definitivamente lo sabes.
–Te sientes solo y estás ansioso por quitarte la vida, pero no, no estás
equivocado, no del todo. La humanidad está engañada, aunque quizá ni
siquiera ellos mismos lo sepan. Siempre es necesario engañarse un poco al
menos para soportar esta absurda vida. Es como olvidar que estás vivo para
seguir viviendo. Ese es el antídoto para permanecer vivo careciendo de un
motivo para ello. Al menos, creo no equivocarme por ahora. Incluso, si la
existencia misma tuviera un sentido, la manera en la que los humanos viven
actualmente es una estupidez. El mundo es un lugar horrible, lleno de avaricia,
materialismo, blasfemia, perversión y humanidad, pero para la gran mayoría
así está bien. Ellos continuarán viviendo y reproduciéndose porque así les ha
sido inculcado, y tú no podrás cambiarlos jamás. Incluso, tú no podrás
cambiarte a ti mismo, porque eres humano y tienes pensamientos humanos.
–Tal parece que tienes razón. Me ha gustado platicar contigo. Por cierto,
me llamo Arik, y soy poeta.
–Sí, lo sé. Pero trabajo como profesor de filosofía. No gano mucho, pero
lo suficiente para sobrevivir.
–Así es. Pasé por esa farsa del sistema educativo, pero no había elección.
Mis padres me mantuvieron y, como estoy en este mundo asqueroso, debía
estudiar para ganarme la vida. O, al menos, la poca que estuviese dispuesto a
llevar a cabo.
–Lo sé, me pasó algo igual. Yo estudié matemáticas cuando quería vivir,
pero luego todo se fue al carajo. Aunque, ciertamente, gracias a eso tengo un
trabajo en una oficina.
–Supongo que te va bien.
–Te entiendo, vivir es horrible. Antes solía enojarme con las personas
por ser tan estúpidas, ahora lo soporto y hasta soy capaz de perdonar su
estupidez. Lo que pienso es que, después de todo, ellos no lo comprenden. Es
como vivir en planos separados, ¿no crees? La supuesta razón en la que basan
sus vidas no es sino una pestilente mentira perfectamente confeccionada para
ser creíble.
–Creo que igual. A veces creo que vivir o morir es lo mismo. Es extraño,
pues, aunque deseo morir y deposito mis esperanzas de librarme de esta
miseria en la muerte, tampoco tengo la certeza… De hecho, no la tengo de
nada. Por eso me es indiferente casi todo, porque cualquier cosa ha perdido su
sentido, y es frustrante continuar así. Nada me importa ni me interesa
realmente, es como estar aquí y no estar al mismo tiempo. Quizá por eso me
embriago, soy vil, me acuesto con putas y, en fin, me da igual ya todo, porque,
en el fondo, me siento más muerto que vivo. Es una tontería, pues nunca he
estado muerto, pero supongo que así debe sentirse.
–Sí, es cierto.
–¡Ja, ja! Sí, comprendo. Por eso estás tan desesperado. Verdaderamente
llevas la marca, de eso no hay duda. La dualidad es el símbolo mediante el
cual intentas conocerte. ¿Sabes algo? Podría decirte que no hicieras esto o
aquello, que no bebieras ni te acostaras con putas, pero realmente no encuentro
motivo alguno para ello.
–Naturalmente.
–¿Eres de esos a los que no les gusta mostrar sus obras al resto? –le
interrumpí pensando que eso diría, pero erré.
–Bueno, a veces no es tan malo. Supongo que, al igual que tú, tengo mi
propia dualidad. En fin, ha sido interesante… Espero encontrarte un día de
estos. Por ahora tengo que irme, necesito estar solo.
–Hola. Sí, al menos la gente que quiere vivir –repliqué sin darle mucha
importancia a la anciana.
–Mira, sabes muy bien que es muy tu problema lo que hagas de tu vida
privada, pues yo no les pongo reglas aquí. Pero, por favor, arregla tus
inconvenientes lejos, muy lejos.
–¡Señora Dejon! –le dije un tanto turbado– Lamento este suceso, pero
debo acompañar a esta mujer y discernir la causa de su aparente locura.
–Sí, no importa. Siempre salgo a esta hora, creo. Y, a veces, hasta paso
toda la noche rondando las calles.
XXVIII
Así fue como salí con Lary. Noté que le había confesado a la señora Dejon,
aquella exprostituta que más tarde, ya entrando en su vejez, se había hecho al
cristianismo y se creía una santa, uno de mis mayores secretos. Sí, la verdad es
que cuando estaba bestialmente ebrio y luego de haberme tirado a alguna
mujer del antro o alguna puta, me gustaba vagabundear hasta que amaneciera
por las calles de aquella pestilente ciudad. Me perdía dentro de mí,
reflexionaba, me contradecía incansablemente, juraba hacer esto o lo otro,
cambiar, conocerme. En resumen, lo mismo de siempre, aquella maldita
dualidad: me amaba y me odiaba, detestaba a las personas y hacía lo mismo
que ellas. No veía ya sentido en nada y, aun así, me embriagaba y fornicaba.
Después de todo, sabía que uno siempre era más uno mismo cuando estaba
borracho o drogado.
–¡Ja, ja! Pues claro, tonto. ¿Es que tardas tanto en darte cuenta de los
sentimientos de una chica?
–Claro que no, querido –dijo mientras reía como loca y saltaba en los
charcos de agua–. Llevo semanas intentando localizarte. Te he enviado
correos, mensajes, solicitudes de amor y demás, pero no hay respuesta.
–Sí, lo sé.
–Me parece un trato justo –expresé sin ver sentido en explicarle a una
zorra como Lary el sinsentido en que me hallaba.
Veía todo derritiéndose y a Lary con rosas por todo el cuerpo. Su vagina
había tomado la forma de una tarántula que por alguna razón quería devorar.
Sus ojos eran como dos pequeños diamantes que me encantaban y sus tetas
parecían más como los cuernos de un demonio, pero con bocas por todas
partes. Ella cambiaba constantemente de color, adquiriendo matices muy
extraños y delirantes. Su cuerpo vibraba y el mío también, pero, más
inquietante que lo anterior, era el hecho de que flotábamos. Así es, nuestros
pies no tocaban el suelo y la lluvia que nos bañaba despegaba chorros de
esperma de cada poro. Lary no se cansaba de solicitar que le contara cómo
pensaba suicidarme, y, cuando me disponía a contarle, me interrumpía
besándome y masturbándome. De alguna manera yo recordaba que nos
hallábamos desnudos en la calle, pero esto me daba igual. Una música rara,
como la que apareció en mi sueño con Melisa y la criatura que era yo en el
fondo, también se escuchaba, pero un tanto más acelerada y sombría.
–Sí, pero espera un poco. Te estás precipitando, ¿no te dije que tenía una
sorpresa? Ves como nunca me has puesto atención.
–Perdón.
–¡Ja, ja! ¡Tonto! –expresó de nuevo con ese delirio que ya parecía tan
habitual en ella–. No estoy llorando, solo era una broma.
–Porque es absurdo. Mira, Lehnik, te traje aquí para algo muy loco, pero
antes tienes que estar dispuesto a todo. Dime, ¿lo estás?
–¡No, espera! Ya estás aquí, tienes que hacerlo. ¡Tienes que hacerlo,
maldita sea! –y se puso a repetir frases incoherentes entre llantos, lágrimas,
gemidos y maldiciones.
Lo que sé es que follé sin parar como una bestia, sin importar de quién
se trataba. Estaba tan extasiado y drogado que todo me dio igual y pensé que
todo el mundo era algo bisexual en el fondo. Además, para coronar aquel
sacrilegio, se unió a la diversión un anciano ridículo que fingía ser el novio de
la madre de Lary, pero que en realidad era homosexual y tenía la ilusión de
fornicar con Mati. Supe que la misma Lary le había entregado el coño antes y
que junto con él había planeado todo esto. No sé por qué razón, pero de todos
los asistentes a esa blasfemia, solo yo quedé vivo. Lary, rumbo al final y sin
poder saciar su apetito sexual, me arañó y me mordisqueó los brazos y la
espalda, para luego arremeter contra el resto. A todos los drogó y los apuñaló
como una vil maniática. No solo adornó la habitación con algunos de sus
órganos, sino que se bañó en todos los fluidos y a mí también, para fornicar así
hasta sentir mi semen en su vagina. Y, cuando al fin la luz del sol puso fin a
tan siniestra e inhumana noche, se rajó las muñecas escribiendo una nota
donde se decía culpable de todo. O algo así, no sé muy bien la verdad. Esto
último me lo contaron los policías tras el interrogatorio cuando desperté
algunos días después de lo acontecido, luego de haber estado internado y sin
conocimiento.
XXIX
Tras lo ocurrido con Lary, pasé una semana sin tener sexo. Pero rápidamente
me dio igual, como todo, y luego de que la policía hiciese menos frecuente el
seguimiento de rutina, continué con mi vida como si nada hubiera pasado.
¿Qué me importaba que una trastornada sexual, aún más que yo, hubiese
cometido una orgía infernal e incestuosa en la que yo había participado como
una víctima más? Aunque debo confesar que recordarla me conmovió un poco
cuando me enteré, por un viejo diario que hicieron llegar a mi poder quién
sabe qué influencias, que siendo una niña había sido violada en repetidas
ocasiones por sus tíos, mismos que aprovechaban su condición de sacerdotes
para cuidarla y así aprovecharse de ella. Además, lo que parecía haberla
llevado a la locura desde temprana edad fue el haber visto cómo sus padres
mismos gozaban viéndola sometida a tan ominosa acción sexual.
Comprendía entonces por qué la excitó tanto ver su hijo con su madre,
pues el incesto era para ella algo natural, por así decirlo. Finalmente, supe que
estuvo en algunos tratamientos psiquiátricos, pero sin concluir
satisfactoriamente alguno. Luego todo quedó en el olvido, y Lary intentó vivir
como una persona normal, hasta tuvo un hijo. La última entrada de este
supuesto diario mencionaba a un hombre que había conocido en una noche de
pasión y desenfreno, una noche donde pudo olvidar lo miserable que era su
vida y donde se emborrachó como nunca. La fecha parecía coincidir con
aquella en la que me había conocido, y hasta la descripción de los hechos era
la misma. Pero era imposible que se tratase de mí, o quién sabe. Como sea,
ahora no tenía sentido. Con Lary muerta sentía un gran peso quitado de
encima y, en efecto, así fue. El primer día que regresé a mi casa dormí con tal
naturalidad que podría decirse que fue una de mis mejores noches de
descanso. De la terrible orgía no volví a tener malestares salvo los físicos, pues
los mentales estaban más que ignorados.
Por otro lado, los días pasaron y Virgil continuó viniendo cada noche a
que me la tirara. Sin embargo, todo cambió cuando descubrí su verdadero
propósito en una noche en la que quiso conversar seriamente.
–No, no es eso…
–Lo sé, pero entonces tendrás que hacerte cargo de ese niño tú sola. Yo,
desde luego, no responderé.
–Sé que para ti es absurdo, porque todo este mundo y la existencia lo es.
Eso lo tengo claro por todo lo que siempre me contabas. Te comprendo, no soy
tan estúpida como imaginas, aunque para ti todas las personas sean inferiores
por intentar darle un sentido a algo que, según tú, no lo tiene. En fin,
suficientes veces te escuché filosofar de este modo y, cosa extraña, aunque me
parecía ridículo que alguien pensara de esa manera, también crecía cierta
admiración “espiritual” hacia ti, por así decirlo. El caso es que me enamora tu
visión, la percepción de que todo esto es absurdo y que tú estás por encima de
todo es algo que no podría tolerar en nadie más que no fueras tú. Eres
indudablemente un extraño entre todos nosotros, y por ello te detesto y
también te amo. Escucha, no quiero perjudicarte. Sé que llevas una vida
desordenada y de libertinaje, y no te cambiaré. Pero yo solo tenía un sueño:
sentirme amada. Ahora que estoy embarazada parte de ese sueño se ha
cumplido, tanto más cuanto que el hijo es del hombre que siempre he amado.
Entonces mi proposición es que te quedes conmigo, aunque no me ames. Yo
podría serte de utilidad en momentos difíciles y podría apoyarte en todo. No
sabes cocinar ni asear, yo podría hacer todo lo que una buena esposa hace por
su marido. Además, sé cocinar exquisitamente, como bien has comprobado.
No me importaría que tuvieras amantes, al contrario, lo agradecería, pues soy
consciente de que solo de esa manera puede funcionar un matrimonio. Sí, sé
que dos personas pueden permanecer juntas únicamente gracias a la
infidelidad consentida, ese es el gran secreto. Siendo así, yo no te prohibiría
nada en absoluto, hasta podría presentarte amigas para que las fornicaras en mi
cara, si así lo quisieras. Podrías hacer orgías y decidir si yo participase o no.
Podrías hacer conmigo lo que quisieras, incluso esclavizarme o golpearme, no
importa. Te amo tan locamente que agradecería que me golpearas, sería
imprescindible que me humillaras de las maneras más ignominiosas posibles;
yo lo aceptaría todo. Es más, te exigiría que me deshonraras no solo en casa,
sino en público. Sí, que todos vieran cómo te burlas de mí, cómo sostienes
amantes con mi consentimiento y cómo te pierdes en la bebida y la amargura.
Pero lo haría porque en el fondo eso mismo demostraría cuánto nos amamos.
Así es, todo lo que a primera vista parecerían solo vejaciones e infamias no
serían sino la prueba irrefutable de que entre nosotros existe un amor puro. Y
estoy segura de que las personas nos envidarían, pues, pese a todo, estaríamos
juntos y jamás nos dejaríamos. Yo sería lo que quisieras que fuera: tu esposa,
tu esclava, tu puta, tu sumisa, tu instrumento, tu amor… Pero ¡basta de
delirios, aunque todo lo que he dicho es verdad! Acaso no alcances a
comprender que todo esto lo hago porque te amo como nunca ha existido amor
alguno. Las personas están ciegas cuando dicen amar, porque siempre exigen
una fidelidad imposible. El verdadero amor consiste en rebajarse hasta lo más
nauseabundo para construir lo más inefable. Como sea, tampoco te prohibiría
seguir metiéndote con las putas que tanto te encantan, porque te he seguido
hasta la avenida Astraspheris… Pienso que sería fantástico ser amiga de tus
amantes. E incluso, si me lo pidieras, sería esclava de ellas también, ¡qué no
les haría! Sabes, podría hasta comer mierda por tu amor.
–Y bien ¿qué dices a todo esto? –dijo en un tono bastante raro, con una
euforia rayana en la demencia–. Es más, tampoco me des dinero. Preferiría
pedir limosna o comer mierda antes que quitarte recursos. Prefiero mil veces
que lo gastes en putas, juego o bebida que en mí. Yo vería cómo alimentar a
nuestro hijo, hasta me prostituiría si fuese necesario, todo con tal de no
molestarte. Y, cuando tengas complicaciones económicas, yo te mantendré, yo
te cuidaré más que a mi vida. Dejaré de comer con tal de verte satisfecho, con
tal de que puedas seguir en tus vicios y depravaciones. ¿Sabes algo, Lehnik?
Estoy abriéndote mi corazón de un modo extraño, pero eso me hace sentir
bien. Incluso yo…, yo podría dejar de respirar para que tú pudieras hacerlo.
Podría quitarme la vida para que tú pudieras ser feliz. Y, lo más importante,
sería siempre la persona que estaría ahí para escuchar tus ideas, para soportar
tus arranques de misantropía, para apaciguar tus ataques de ansiedad. Yo
quiero ser tu esposa, tu madre, tu amante, tu hermana, tu vida.
–¡Ja, ja! ¡El que debe decidir eres tú! –exclamó con una risita nerviosa
que terminó por confirmar mis sospechas: había perdido el juicio.
–Bueno, yo…
–¡Tonterías! ¡Cobarde, bribón! Te reto a que digas que no, cualquier otro
hombre aceptaría. Pero tú eres un extraño, en ti todo está al revés. Y eso que te
estoy abriendo las puertas del paraíso. ¿Sabes cuántas mujeres harían esto por
ti? Pero te advierto que quiero más hijos… No los mantendrás tú, yo me
prostituiré para educarlos. Y entonces ellos querrán vivir, no como tú… ¡Ja, ja!
Si alguno se suicida, entonces te sentirías feliz, ¿no? Un padre orgulloso de un
hijo que se mata, caso único en su tipo…
–Me es indiferente.
–Digo que… ¡Me da igual! ¡Al diablo contigo y toda esta estupidez!
Lo mejor sería hacer tiempo, matar los minutos con algo, incluso hasta
horas. Me fijé como límite las dos de la madrugada. Sin importa qué, yo
retornaría a esa hora y me introduciría en mi departamento. Si Virgil seguía
ahí, lo mejor sería ignorarla. En caso contrario, lo cual esperaba se cumpliera,
podría descansar apaciblemente. Por ahora tenía que ver en qué me ocupaba,
pero lamentaba no traer ni un centavo en la bolsa, todo por dar cuantiosas
limosnas en todos lados. Como sea, anduve vagando sin rumbo fijo, mirando a
las personas consumiendo cosas innecesarias, entablando charlas absurdas,
pretendiendo que sus vidas tenían un sentido. Las que más gracia me causaban
eran las parejitas de novios que entraban y salían del cine, ¡pobres idiotas!
Estaban verdaderamente tan ciegos, tan engañados. Era una pantomima de lo
más asqueroso ver a esas personas creyendo que uniéndose podrían darle un
sentido a su miserable existencia.
–¡Ja, ja! Apenas me conoces, ¿cómo puedes pensar eso de mí? Solo
porque soy un viejo vagabundo con la ropa hecha jirones y el semblante
mugriento, solo por eso me subestimas.
–¡Caramba! Por unos instantes lo dudé, pero no cabe duda –expresó con
ahínco–. Sí, desde luego que sí... ¡Tú eres el extraño! ¡Sí, lo eres! ¡Tú eres el
extraño mental!
XXX
–¡Escuche...!
–¡Je, je! Ninguna, creo. Al menos no para mí. Pero basta, se ha hablado
mucho de cosas futuras, mejor vayamos al presente.
–Si sabe todo eso y puede leer en mi alma como dice, entonces no le
costará trabajo decirme cuál es el sentido de mi existencia... –balbucí con tono
sardónico.
–Ya veo, ¡qué tragedia! –le dije sin esperar que se callara, pues supuse
que agregaría más a su ya de por sí fastidiosa plática.
–¡Basta! –declaró severamente cuando al fin me reí con él, como si solo
esperase a sacarme una sonrisa para cambiar su actitud por completo.
Recién entré a la taberna me pareció que estaba más repugnante que nunca,
pero era justamente lo que necesitaba para sentirme en ambiente. Además de
la acostumbrada muchedumbre de mujerzuelas entrando y saliendo, de los
jugadores empedernidos, los borrachos infames y los ladrones que no perdían
la oportunidad de salirse con las suyas, había otro elemento significativo: la
redención de mi ser. Bien porque todo lo acontecido hasta ahora me hubiese
trastornado, o bien fuera que me sentía más abstraído que nunca, tuve la
sensación de haber vivido todo aquello mucho antes de mi propio nacimiento.
Cómo averigüé aquello ni siquiera yo lo sé, simplemente lo sentía. Como sea,
caminando un poco y esquivando las provocativas miradas de aquellas
vampiresas, al fin hallé a Arik. Estaba sentado en una especie de sillón
mugroso, con un vaso de vodka en una mano y un cigarrillo en la otra.
Aunando a este aspecto de vicioso le acompañaba una sensual mujer ya
entrada en años, al menos mucho mayor que él. Ciertamente era muy guapa:
ojos negros y centelleantes, labios rutilantes de un rojo encendido, maquillaje
bien colocado, pestañas sumamente enchinadas y largas, nariz afilada y un
cuerpo un tanto relleno, pero conservando toda la sensualidad de una auténtica
venus.
–¡Qué tal! Pero si eres tú, el del piso dos. ¿Qué te trae por aquí?
¿Frecuentas este lugar?
–Bueno, cuéntame, ¿qué te trae por aquí? –inquirió Arik mientras bebía
como un demente y me miraba con sus ojos melancólicos.
–En realidad nada. Solo salí a vagabundear como tantas otras veces.
Quería escapar…
–¿Te pasa seguido? A mí sí, ¡es una gran tontería! Querer escapar de uno
mismo nunca es bueno, es señal de que el suicidio ya está muy cerca.
–Te buscaré más tarde, he sentido deseos de estar a solas con este sujeto
–dijo Arik a la supuesta mujerzuela que ya había acomodado su delicioso
trasero en sus piernas, y quien con cierto disgusto se apartó, dejando ver sus
exquisitas piernas en movimiento. No pude evitar clavar una mirada de deseo
en sus nalgas.
–La acabo de conocer, supongo que se me pegó porque cree que tengo
dinero. Hoy es un día especial aquí.
–Al parecer habrá un baile que comenzará en una hora, de esos que se
ponen “buenos”. Ya sabes de lo que hablo, ¿no?
–Es probable, no tengo nada más que hacer. Vivir es tan aburrido…
–La otra vez que nos vimos nuestra plática duró muy poco, pero ahora
tenemos tiempo, al menos de aquí a que empiece el suculento baile –afirmó
colocándose algunos dedos de su mano izquierda en la boca, cosa que hacía
cuando hablaba más de la cuenta.
–Sí, es una taberna muy conocida. Aunque de mala muerte, según dicen.
–¡Ja, ja! Conozco peores, pero ese no es el punto. Creo que los tragos
están a buen precio y tiene todo lo necesario.
–¿No te gusta?
–Sí, pero es curioso. Antes solía detestar todo esto, cuando yo… Bueno,
cuando era diferente.
–Sí, hace poco conocí a un señor en cuya mirada podía atisbar un reflejo
de algo que llamaría mi destino.
–Eso sí que es interesante, creo que me pasa así contigo. Es como si…
XXXI
–Todo es por una mujer, digamos que ese es el punto central de toda esta
absurda problemática. Es como una novela de mal gusto, lo cual termina por
ser el destino de todo supuesto amor verdadero.
–Por como lo dices puedo inferior que ese “día de la tragedia” fulminó
de golpe todo lo que creías sagrado en tu existencia.
–Suele pasar. Supongo que creías en alguien, pero luego todo cambió.
–Así es. Y es aquí donde llega ese día de la tragedia del que hablé. En
realidad, son dos, pero el primero sumamente ligado a la decadencia. Hasta
ahora no se lo había contado a ninguna persona. Bueno, no de esta manera. Ya
sea porque estoy ebrio o porque verdaderamente pienso que esta noche todo
me da igual, te lo diré. Tú serás el único que lo sabrá.
Ante tan brutal sentencia no pude menos que sonreír. Cualquier otra
persona se habría alarmado sobremanera y habría querido hacer algo, pero yo
no. En todo caso, ¿quién era yo para evitar que aquel poeta se suicidara? ¡Al
diablo con todo! Ni siquiera yo quería vivir; es más, yo también me mataría
pronto, quizá no la misma noche que él, pero pronto… Lo analicé un poco más
y su mirada me cautivó. Era un hecho que había bebido estúpidamente de
modo intencional y que planeaba contarme algo que nunca había revelado a
nadie. Pero ¿qué podría ser? Aunque entendía que se había enamorado con un
demente y que algo había ocurrido que lo destrozó, aún no estaba cerca de
discernir la esencia del asunto.
–Fue el día en que decidimos tener sexo por vez primera, aquel fatal día
del que me arrepiento y que ahora, en mi depresiva miseria, acaso agradezco.
O, no sé, lo veo ya como parte de toda esta sucesión de desgracias y sinsentido
que es mi vida.
–Comprendo, Arik. Pero son cosas que pasan, ¿no lo crees así? Todo el
mundo se enamora, al menos, una vez en su vida. La existencia de las
personas es sumamente miserable y absurda, pero hay ciertas cosas que, por
unos momentos, despiertan los sentimientos más hermosos y sublimes en
nuestros corazones. Y es evidente que el momento más divino en la existencia
de todo ser humano es cuando roza los tenues y deliciosos labios del amor. Sin
embargo, aunque todo amor esté condenado a terminar en tragedia,
enamorarse es el misterio más supremo que hay en este plano de miseria y
futilidad. Enamorarse lo cambia todo en el interior de las personas, les da un
motivo suficiente para despertar cada día y soportar lo absurdo que es existir.
Enamorarse es tal vez la única droga que puede hacer temporalmente la
existencia mucho menos miserable.
–Por eso las personas se enamoran entonces… Parece una locura, parece
tan extraño y enigmático que el amor pueda imprimir esa fuerza tan
sorprendente en el alma de los humanos. La mayor mentira, el amor, es la
quimera divina en la que decidimos creer para eludir al destino que nos
envuelve, para evadir con sutileza los cálidos brazos del suicidio. Porque, esa
es la verdad, además del amor, no creo que exista otra cosa que proporcione
tan recalcitrante torbellino de sentimientos encontrados, excepto el suicidio. Y
es que enamorarse es convertirse en un suicida, de esos que no se matan, de
los que están marcados por la miseria de una vida sin sentido, pero que deben
experimentar hasta el límite el sufrimiento y la desesperación de existir antes
de probar la sabiduría divina de la muerte.
–Es curioso, parece que ambos tenemos cierta percepción de la
existencia un tanto, cómo decirlo, particular. ¿Sabes? Siempre que vengo a
Diablo Santo lo hago “con el espíritu libre”.
–¡Ya comprendo! ¡Espíritu libre! ¡Ja, ja! Solo a ti se te ocurren esa clase
de términos, pero me parece interesante. Entonces todos deberíamos ser
“espíritus libres”, pues acaso sea, no sé cómo decirlo, lo más bonito que
existe. ¿No te parece que estar aquí y ahora, en esta taberna deplorable,
rodeados de putas, borrachos irremediables, viciosos, jugadores, malvivientes
y toda la caterva de depravación y crápula que aquí se reúne para consolarse
mutuamente y desperdiciar tiempo y dinero; no te parece como si todo eso,
incluso el hecho de que estemos aquí fumando y bebiendo, es, en cierto
sentido, mágico, místico y hasta espiritual?
–¡Oye, Lehnik! ¿Estás ahí? –balbucía Arik ya muy bebido, al ver que me
abstraía como siempre–. ¿En qué tanto piensas?
–En una mega orgía donde participemos todos los que venimos a Diablo
Santo para olvidarnos de lo miserable que es la existencia.
–¿Qué no sabes?
–No sé si yo participaría…
–¿La conoces? La he mirado desde que entró, es más hermosa que una
diosa.
–Es una puta de lujo. Hace unos momentos se fue con el tercero de la
noche. Ya sabes, solamente viejos adinerados, de esos que apuestan en las
mesas de allá cantidades exorbitantes.
–Bueno, ¿en dónde me había quedado? Ah, ¡sí! Estaba contando acerca
del día en que mi vida cambió por completo, el día de la máxima tragedia.
–Sí, así es. Me dijiste que habías ido a un hotel con Betrika, el amor de
tu vida, pero algo salió mal.
“En cuando Betrika notó que mi miembro no se pararía, que estaba tan
flácida como un espagueti, según ella misma dijo, se apartó y se puso adusta.
No sé si lloró, pero su actitud sufrió un cambio radical. Ni siquiera si dignaba
a mirarme, pues la decepción la corrompía, además de tantos otros
sentimientos. Me dejó solo y se fue al baño, así pude quedarme como un
completo imbécil mirando a la nada y en un estado de trance absoluto. Simple
y sencillamente no podía creer lo que estaba ocurriendo. En mi mente había
una conmoción absoluta, tan enigmática como triste. Ciertamente nunca había
tenido mi primera vez, pero estaba convencido plenamente de que mi miembro
no tenía ninguna anomalía. Ahora, cuando llegaba el momento y con la mujer
que amaba, recibía este golpe. Era como si el destino se regocijara con mi
desgracia, como si una especie de maldita neblina de pronto se apareciera y
apagara el resplandor de nuestro amor. Me sentía tan abatido, estaba furioso
conmigo mismo. Sentía el placer en mi mente, pero no era capaz de
transmitirlo a mi cuerpo, algo claramente estaba roto. Pero lo más triste estaba
por venir, pues el asunto no terminó ahí, sino que ella intento que se me parara
con todo lo que tuvo, cosa que, por desgracia, jamás pasó.
XXXII
“Yo, que tantas veces había deseado fornicar y que me había mantenido, por
alguna razón igualmente absurda, virgen hasta ese momento, ahora no era
capaz de conseguir una simple erección. Pero ¿por qué? ¡Que el diablo cargara
conmigo! En esos momentos pensé que la realidad era una simple fantasía, y
que todo lo que había vivido hasta entonces no había sido sino una burla. Sí,
una asquerosa y completa burla para un ser tan superfluo y ridículo como yo.
Mi último pensamiento antes de salir y enfrentar mi destino fue que tenía dos
opciones: seguir adelante con Betrika e intentar, por el medio que fuera,
conseguir que mi miembro se levantara, o abandonarla por completo y jamás
saber nada de ella.
“Al salir del supuesto baño que me ayudaría a parar mi miembro, estaba
totalmente absorto. El trauma estaba a punto de terminar físicamente, pero en
mi mente quedaría para siempre marcado aquel día. Betrika estaba de un
humor pésimo, casi quería matarme, lo cual yo mismo siempre había deseado,
y ahora más que nunca. La miré y en sus ojos había una mezcla de rencor y
melancolía que me pulverizaron. Estaba vestida y se miraba en el espejo con
odio y asco. Supongo que asumió, desde ese día, que todo era su culpa. Esta
convicción, aunque errónea, nunca más salió de su cabeza, de eso estoy
absolutamente seguro. Entonces entablamos una ligera discusión donde ella
me reclamó de todo, argumentando cuanto pudo en mi contra y tachándome de
un completo inútil. Hizo comentarios que me lastimaron demasiado,
especialmente cuando hizo alusión a que quería sentir algo duro, sin importar
qué o de quién fuera. Yo, como un tonto, solo escuchaba y la miraba con
lástima y tristeza, esperando que pudiese entender el dolor y el sufrimiento
que laceraban mi espíritu, pero no fue así. En determinado momento intenté
explicarle tan misteriosa situación en mi interior, aquella desconexión entre mi
mente y mi cuerpo, pero solo empeoré las cosas. Le mencioné que jamás había
tenido problemas para conseguir una erección y que, incluso a veces en el
camión, solo sentir mi mochila encima de mis piernas era motivo suficiente
para conseguirlo. Ella dijo entonces que quizá la mochila era más excitante
que su trasero, ante lo cual decidí no decir ni una palabra más.
Cuando Arik finalizó su tan peculiar relato no pude menos que sentirme
agobiado. ¿Qué diablos había sido todo eso? ¿Qué se suponía que debía decir
o hacer? Era absurdo, ridículamente absurdo, pero cierto. Su sufrimiento
provenía de un lugar en el fondo de su corazón que ni siquiera él mismo
comprendía. ¿Cómo entender el dolor de lo que habita en el interior y que no
se puede comprender? ¿No era algo similar al malestar y la desesperación
producto de una existencia no solicitada? Ahora que ambos estábamos
borrachos entendía de mejor manera su agonía. Esto es común en tal estado de
ebriedad, pues es cuando las personas más empáticas se muestran y pueden de
mejor manera adueñarse de los sentimientos ajenos y vivirlos en su mente,
hasta ser arrojados a un precipicio de miseria al saber que esta existencia
humana no tiene ningún sentido y que, en breve, todo habrá terminado.
Porque, de otro modo, ¿qué más había para mí? ¿Qué opción tenía
además de caer en la banalidad y la depravación? Y, sin embargo, no era igual
al resto, sabía que no. Y esta diferencia radicaba en que para mí tales acciones
de decadencia eran el medio y no el fin. Sexo, dinero y los demás placeres de
este mundo ya no me sabían a nada. Los necesitaba solo un momento, para
olvidarme de mi miseria, pero nunca, y esto era lo principal, absolutamente
nunca me lo tomaba en serio. Y por ello me causaba risa ver a los humanos
cuyos fines sí eran obtener tan repugnantes bagatelas. En fin, ¡qué absurdo!
Quizá yo mismo me engañaba, quizá yo no era diferente… Pero Arik lo era,
pues los espíritus como él seguramente debían ser los que, de existir algún
dios, más debía amar, tan solo porque ellos mismos no podían hacer nada para
olvidarse de su miseria.
–Y bien, luego ¿qué pasó? ¿Aún seguiste con Betrika tras lo acontecido
aquel “trágico día” en el hotel? –inquirí notando que estaba completamente
borracho.
–¿Todavía la extrañas?
–No lo sé… –replicó intentando contener las lágrimas, pero, pese a todo,
una lágrima escurrió por su mejilla sonrojada–. ¿Qué importa? Ella no
volverá, nuestro amor murió para siempre: es el destino.
–Lo sé, y por ello me agradas. Llevamos muy poco de conocernos, pero
eres como un espejo para mí. Tengo grandes deseos de mostrarte mi poesía,
aunque es diferente. No es como la poesía común, sino que habla de amor,
muerte, suicidio y demás cosas desagradables, pero ciertas. Jamás me agradó
la poesía de los humanos, por eso decidí hacer la mía, a mi modo y con mi
propia visión. Pero ¿qué estoy diciendo? Debería enseñártela ahora mismo,
aunque, por otra parte…
–¿Qué ocurre?
–Nada, es que aún conservo todos los poemas que escribí a Betrika. Ella
me los dio el último día que nos vimos. Me dijo: “creo que es justo que tú los
conserves, pues son tuyos. Cuando había algo entre nosotros, estaba bien que
yo los tuviera, pero ahora…” Y se marchó tras haberlos depositado en mis
manos, con el rostro más pálido que un muerto.
–Probablemente. Mira, ahí viene Selen Blue, parece que aquel vejete no
le duró demasiado. De seguro fueron al hotel que está en la esquina, ¡qué
estupidez!
Debo decir, a propósito, que era cierto lo que Arik había dicho. Antes
bien no había tenido oportunidad de mirar minuciosamente a aquella mujer,
pero ahora lo había comprobado: era la mujer más enigmática y hermosa que
pudiese existir. Lo más atractivo eran sus ojos azules, y no precisamente por el
color, sino por la tonalidad. Sé que sonará sumamente extraño, pero parecía
como si aquel azul proviniera de su sangre, puesto que alrededor había una
especie de rojo carmín intenso y centelleante. Y el azul no era menos
espectacular, pues era a la vez claro y oscuro dependiendo del nivel de luz que
impactase su rostro. Además, poseía la mirada más profunda e intimidante de
todas, pues con una sola parecía poder descifrar el destino que yacía en el
alma de las personas. Una mujer así debía ser más una diosa que una mujer,
porque no tenía parecido alguno con nada que hubiese visto antes.
Su rostro era blanco, pero a veces se veía moreno, tan fina y bellamente
confeccionado que parecía hecho por un dios. No había en él ninguna
imperfección, ninguna huella de acné o arruga alguna. Sus labios, los cuales
estaban adornados con un rojo intenso, eran delgados y finos. Noté que todo
en ella poseía esa cualidad: la dualidad. Esto me ensimismó al rememorar que
era la propiedad que Akriza había susurrado como la principal en mí. No
obstante, seguía sin comprender a qué se refería específicamente. Las orejas
de Selen Blue eran adecuadas en tamaño y forma a su cabeza. Su nariz, afilada
y fina, debía ser la envidia de cualquier actriz. Sus pestañas eran aún más
enormes que las postizas, y ligeramente matizadas de un rojo encendido.
–Es una diosa, ¿no es cierto? No, no podría ser eso, sino más, ¡mucho
más! Quiero decir: esa mujer, de ser real, debe estar por encima de cualquier
dios.
–Sí, así es. No tiene mucho que llegó. Pero, es tan extraña. Nadie sabe lo
suficiente de ella como para considerarla real, ¡ja, ja! Solo sé que viene aquí
algunas noches y, al parecer, le va muy bien. Dicen que estar con ella es
sencillamente excepcional. Y, ¿sabes algo?, no lo hace con cualquiera. Así es,
se limita solo a bailarles y luego a cualquier otro juego, pero hasta ahí. Nadie
ha visto nunca su vagina, pero debe ser… ¡uff! El caso es que varios hombres
han muerto por su culpa, se han peleado por ella, pero eso parece fortalecerla.
Generalmente no habla, a lo más se la pasa con ese jovencito, quien al parecer
es su mejor amigo –concluyó refiriéndose a Arik.
–Ah, ¿sí? Pues eso la hace aún más sublime: una puta que no es puta.
–¿Difícil de percibir?
Pensé que el calaca había enloquecido y que, fuera lo que fuese, tenía
que arriesgarme y conocer a Selen Blue. Cuando menos quería perderme en su
mirada, a ver si así podía encontrarle, por esta noche, sentido a mi existencia.
Caminé hasta donde ellos se hallaban y, cuando llegué, Arik me presentó:
Era definitivo. Nunca había conocido a alguien como ella. Su voz era
aún más celestial que el canto de todos los ángeles del paraíso, y su mirada,
cuando la fijó en la mía, me cautivó. Creo que me enamoré desde ese preciso
momento, o no sé qué haya sido, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera
por ella. Podía incluso matar a quien ella me pidiese, sin importar si se tratase
de niños o mujeres embarazadas, de ancianos o monjes, de dioses o demonios.
Podría incluso matar a mis padres si ella me lo pidiese. ¿Cómo, esa era la
pregunta, negarle algo a un ser así? No, más que eso la verdadera pregunta era:
¿cómo podía existir un ser así, tan perfecto y sublime en todo sentido? Porque
no era solo su mirada o su cuerpo, sino algo que emanaba directamente desde
su interior lo que me embelesaba, ¿acaso su alma? Pues, si así era, poseía el
alma más genial y espiritual de todas. Sí, aquella excéntrica diosa con ese
encantador disfraz de mujer me había cautivado. Lo único que dudaba era si
no sería un pecado la simple existencia de alguien así.
–Y para mí vodka, pero del más dulce que tenga –dije yo.
XXXIII
Y sí, las cosas continuaban con ese matiz absurdo. Pese a todo, me sentía
cobijado por estar en aquella taberna de mala muerte, ebrio y sin deseos de
vivir. Ojalá que todo acabase esa misma noche, que ya no tuviese que
contemplar otro asqueroso amanecer en el mundo vil de los humanos. ¿Por
qué diablos tenía yo que existir? ¿Por qué rayos me costaba tanto matarme?
Tan solo tenía que reunir la suficiente fuerza de voluntad y entonces el método
sería lo de menos. Colgarme, dispararme, acuchillarme, asfixiarme,
ahogarme… ¡lo que fuera para acabar conmigo! Pero no, mi deprimente
sendero no me había permitido deleitarme con el suicidio. Parecía que tenía
que experimentar el máximo sufrimiento en una existencia vacía, y lo tenía
que experimentar hasta el último. Quizá, incluso después de la muerte,
seguiría mi tormento. La voz de Selen Blue me devolvió a la realidad funesta.
–Es mi amiga, trabaja aquí. Me gusta cuando nos atiende porque siempre
se pone linda con los favorcitos que le pido, y me conoce bastante bien.
–Vaya, ¡qué amigo el tuyo! –dijo a Arik–. ¿Sabes, Lehnik? Jamás había
conocido a alguien que no pudiese subyugar con mis ojos. Sé que ahora te
sientes encantado y que no dejas de mirarme, pero créeme cuando te digo que
eres el primero que me iguala.
–Sí, puede ser, o quizá no. Hay demasiados hombres en esta taberna que
van y vienen día con día. Y, para serte honesta, he cogido con, creo yo, más de
mil. Es un buen número, pero luego de eso comienza a aburrirte. Ahora coger
ya no es como al inicio. Y seguramente te lo estás preguntando, y la respuesta
es sí. Comencé a coger desde los diez años, y desde entonces no he parado.
Noté que Arik ya conocía esta parte del pasado de Selen Blue, puesto que no
se inmutó en lo más mínimo. Yo, por mi parte, tampoco lo hice, pues
realmente nada había que pudiera sorprenderme más, al menos no tanto como
ella misma lo había hecho.
–A nada.
–¿De verdad?
–Sí, desde luego. Podría decirse que soy bruja, o adivina, si prefieres. Mi
madre practicaba todo ese tipo de cosas raras y me heredó algunos dotes, o
pasiones, por así decirlo.
–No tanto como los tuyos, son aún más hermosos que los de un dios.
–¿Tú crees? Y ¿qué te hace pensar que no lo soy? –replicó con excesiva
soberbia y altanería–. Casi nunca me siento humana, la mayor parte del tiempo
es como si no fuese yo misma. Pero no quiero asustarte, mejor continúa
hablándome de ti.
–¿En qué?
–Arik, querido, lo mejor será que descanses un poco, ¿no crees? –dijo
Selen Blue tomándolo de la mano e indicándole que se recostara en uno de los
mugrosos sillones de la taberna. Le indicó un pequeño espacio junto a unas
mujerzuelas que bebían copiosamente y reían como trastornadas.
–¡Ah, entiendo! Quieres quedarte a solas con Lehnik, ¿cierto? Está bien,
¡al diablo! De todos modos, no puedo mantenerme cuerdo, ¡ja, ja! ¡Y según yo
el vodka ya no me hacía nada…!
–Me parece raro, como ya te dije, que, teniendo tantas opciones, hayas
decidido aburrirte así con nosotros.
–Sí, por un tiempo todo tiene sentido, pero no para siempre. Tal y como
ahora podemos ver, así es con cualquier cosa. Escribir, pintar, componer
música, hacer lo que sea para combatir el absurdo de existir…Todo eso está
muy bien y funciona, pero solo por un tiempo. Siempre llega el momento del
quiebre, cuando la crisis se torna intolerable. Y entonces solo queda el
suicidio, o algo de lo más vil, para combatir tal estado. Yo también quería, o
quiero, escribir algo. Pero no sé cómo ni qué, solo quiero hacerlo. No tengo
talento para la poesía, pero algo como una novela existencialista sería ideal –
exclamé notando que ya hablaba mucho.
Selen Blue parecía inmutable por completo, era como si nada le afectase.
Bebía y reía con magia y cada hombre en Diablo Santo la miraba con delirante
lujuria. Desde luego que algunos ofrecían billetes y polvos blancos para
convencerla, pero ella se limitaba a sonreír y decía: “por esta noche ya estoy
ocupada, dejémoslo para la próxima”. Tras esto, ordenaba más vodka y
acariciaba mi mejilla con dulzura. ¡Vaya mujer más exótica!
–¿De verdad? Y ¿por qué? ¿Qué te haría distinto del poeta Arik quien
ahora divaga en su embriaguez? ¿Por qué debería aceptar tener algo contigo y
no con él? Porque hasta ahora lo he tratado como un niño, aunque solo sea tres
años menor que nosotros. Así que dime, tú que eres tan extraño, ¿por qué
debería besarte ahora mismo y dejarte saborear un poco “la sonrisa de la
muerte”?
–Y ¿eso es malo?
–No, no del todo. Es solo que nunca había conocido a alguien como tú,
tan extraño. Ciertamente, estás lleno de contradicciones, pero eso me encanta.
Tu percepción de la vida es muy peculiar. Entonces dije: “tengo que besarlo,
tal vez así pueda absorber un poco de él”.
–Y ¿lo conseguiste?
–¡Ja, ja! Creo que no, pero lo necesitaba. Yo pienso de una manera muy
similar, y por eso llevo esta vida. Mis padres jamás estuvieron de acuerdo con
mi forma de pensar y de actuar. Desde muy joven tuve que soportar sus
calumnias acerca de mi estupidez y mi rebeldía. Sobre todo, me reprochaban
que no asistiera a la iglesia y que no cumpliera con los deberes de una niña “de
buena familia”, como solían llamarme. Además, mis notas en el colegio no
eran las mejores y constantemente recibían quejas por parte de los profesores
acerca de mi pésima actitud. El problema, de hecho, no eran mis notas; esas
iban bien. El problema era mi comportamiento tan adusto y mi deplorable
modo de relacionarme, casi nulo. Se rumoraba que me comportaba como una
autista, pero que, en el fondo, mi alma era oscura y pervertida. Habían llegado
hasta mis padres ciertos rumores de que mantenía relaciones íntimas con
multitud de chicos y hasta con ciertos profesores de la peor calaña. Se decía
que me había entregado por completo al vicio y que, en resumen, era yo una
perdida. Aunque apenas era la preparatoria, las autoridades advirtieron a mis
padres acerca de los inminentes riesgos que correrían si no corregían mi
comportamiento a tiempo.
–Así que desde muy niña tuviste esa predisposición al supuesto mal.
–¿Qué pilares?
–Entiendo. Tienes razón, ¡por eso me gustas tanto! –contestó Selen Blue
mientras batallaba para sostenerse en pie, pues había cogido una borrachera
bárbara–. Pero bueno, el hecho es que decidí lo mejor para mí y para ellos.
–¡Vaya! No puedo decir que me haga feliz lo que te ocurrió, pero así
pasa siempre: solo el camino del mal puede darnos una muy tenue sensación
de lo que es la verdad.
–Supongo que debió haber sido un duro golpe, pero nunca, por muy
fuerte y atroz que sea el momento, debemos dejarnos sorprender.
–Sí, pero, como dije, eso no lo comprendí en ese entonces. Supongo que
te refieres a la indiferencia absoluta…
XXXIV
Selen Blue pareció ignorar mi pregunta. Solo sabía que nunca a nadie le había
hablado de esto, pero me dio la impresión de notar en ella una ligera expresión
de dolor combinada con cierta felicidad ingenua. Sí, y su rostro cada vez se
parecía más al mío, ¡qué extraño! En su mirada había demasiada agonía,
demasiado sufrimiento; tal y como en la mía también imperaba una profunda
desesperación. Era, sin duda, un ser increíble, pero igualmente trastornado por
una existencia vacía y absurda como la humana. ¿Por qué diablos debíamos
existir? Estaba simplemente harto de todo, hastiado de todo el mundo y de los
seres que lo habitaban. Me repugnaba ser yo, me odiaba en todo sentido. El
suicidio debía llegar pronto, o, si no, quién sabe qué sería de mí. Selen Blue
continuo entonces:
–Bueno, ese día fue el peor de todos. Salí como una endemoniada de la
casa de aquel viejo traicionero, profiriendo toda clase de maldiciones para los
tres. Tuve suerte de no haber sido arrollada, puesto que corrí como una
demente. Aunque, pensándolo bien, tal vez hubiese sido lo mejor. Es extraño:
por más que lo neguemos, pareciese que existen ciertos sentimientos que, tras
haberse incrustado por tantos años en nuestro interior, resultan tan
complicados de expulsar. Es como si en automático nos debilitaran, como si
nos fuese impensable vivir sin ellos. Tal es el sentimiento de supuesto amor
hacia los padres, pues, aunque se les repugne, muy en el fondo existirá
siempre, como si fuese inherente a nuestra existencia, esa sensación de
dependencia y ternura. Es casi como si anhelásemos, en cada momento trágico
en la vida, volver a refugiarnos en los brazos de mamá y papá para sentirnos
seguros y tranquilos por unos segundos, para sentir que somos niños
indefensos y que la crueldad y la miseria de este mundo no pueden dañarnos,
pues alguien o algo más superior a nosotros nos protege, pero es solo una
quimera. En mi caso, quizá cometí el mayor crimen que una hija puede
cometer.
–¿Tú crees? Además de Arik, a nadie más había antes contado este tipo
de asuntos personales. Y a él no le conté esto, pero tú…No esperaba esa clase
de respuesta. ¿Cómo lo supusiste?
–Es muy sencillo: toda persona que se percata de la gran verdad, la cual
versa sobre lo absurdo que es la existencia en este mundo, siente un
desmesurado deseo de matar física o mentalmente a su familia.
–¡Hum! En ese caso… creo que nos entenderemos bien, ¡je, je!
–¡Para nada! Me siento del mejor modo posible. Me siento tan tranquila
que creo que he alcanzado un nuevo nivel espiritual de paz interna. Nada me
hace sentir mejor que recordar aquel día en que maté psicológicamente a mis
padres. La última expresión que en sus rostros contemplé ha quedado grabada
en mi mente: esa expresión tan peculiar de sufrimiento y agonía es la que ha
hecho valiosa mi vida, al menos en cierta forma. Desde entonces no he parado,
sigo buscando nuevas formas de evadir momentáneamente la desesperación de
existir. Y ahora puedo decir que solamente el mal ha podido purificar mi dolor,
solamente aquello juzgado como malvado en este mundo ha sido capaz de
hacerme sentir, por unos instantes, viva.
–Es una historia muy bonita. Yo también quise, en algún tiempo, matar a
mis padres.
–No sé, pensé que tampoco tendría caso. En ocasiones es bueno dejar
que las personas continúen con su miserable existencia.
–Aunque me has dado una idea interesante: aquel que comienza a darse
cuenta de la verdad debe, naturalmente, comenzar por odiar a los causantes de
su existencia.
–Sí, es algo que tuve que reflexionar bastante, pero creo que es cierto.
–Te preocupas tanto por él que se me está ocurriendo una idea, pero te la
diré tan pronto como lleguemos. Ahora apártate, que voy a revivirlo por
completo.
–Acepto, está más que claro que acepto –declaró Arik con una mirada
brillante y decisiva.
–Bueno, ya va uno. ¿Qué me dices tú, amor? Irás pase lo que pase,
¿cierto? –preguntó Selen Blue clavando en mí su mística mirada y acariciando
mi rostro.
Cualquier duda que hubiese tenido se despejó tan pronto sentí el roce de
su mano. Parecía tan increíble todo esto, pero había algo de sospechoso. ¿Por
qué yo? ¿Por qué Arik? En fin, ¡que el diablo cargara con nosotros! Me
importaba un bledo si moría aquella noche; es más, sería tan idílico…
Además, ¿cómo rechazar a aquella mujer? Si con un simple roce de su mano,
la cual parecía ser la de una diosa o algo superior, podía desfragmentar así
toda mi alma y unirla como mejor le viniera en gana. Ardía en deseos por
hacerla mía, por hacerle de todo, por consagrarme en la más etérea
concupiscencia cuando nuestros labios y nuestros sexos colapsaran en la
algidez más indecente y suprema. Quería hacer todo lo que ella me pidiese,
complacerla por completo, humillarme ante sus mandatos, lamer el suelo que
pisase, adorarla hasta el fin. No me importaba que para la humanidad ella
fuera una prostituta corrompida y la imagen de un demonio, pues para mí se
había convertido, desde el momento en que la vi aquella noche, en el
monumento que iluminaba mi miseria, y que confería a mi marchitada esencia
el cromático esplendor para fulgurar más allá de cualquier dimensión.
No podría decir que era yo, porque, aunque su rostro y sus ropas eran las
mías, su alma era diferente por completo. Sí, era un alma que yo ya no estaba
seguro de poseer, pero que, a cambio, me había hecho sentirme más real y
menos esquizofrénico. Así, mientras yo caminaba con Selen Blue y con Arik a
mis costados, alcoholizado y drogado, sin ningún objetivo en la vida,
anhelando solo morir para acabar con tan miserable existencia; mientras yo era
un extraño suicida, aquel joven corría motivado por la fantasía del amor,
enamorado y con todas sus esperanzas puestas en tan pura y divina sensación.
Pero ¿quién era más estúpido? ¿Quién de los dos se equivocaba? ¿Quién de
los dos moriría primero? ¿Él o yo? ¿Qué era peor en este mundo: estar
enamorado o querer suicidarse? ¿No terminaba por ser igual? ¿No terminaban
por ser ambas cosas solo facetas de una misma existencia podrida? ¿No era tan
repugnante el que amaba como el que se odiaba? ¿No era el destino de toda
criatura destruirse a sí misma? ¿No era eso “la vida”? Y, mientras pensaba
tantas tonterías, la visión de aquel joven que era y no era yo al mismo tiempo
se desvaneció, tal y como mi alma lo hacía con cada día que pasaba en este
tormentoso torbellino de sueños rotos.
Al fin entramos y fue como aspirar un poco de ese aroma que solo
produce la muerte. Las habitaciones eran grandes, bastante bien amuebladas.
Ciertamente, Selen Blue no era una mujer que se moderase en cuanto a sus
exigencias materiales. Había extraído algo de todos sus amantes y este era el
resultado: un bonito departamento cercano a los antros de la ciudad, con una
linda vista y bellamente decorado. Ya fuese por la borrachera o por la
excitación, quedé prendado particularmente de un hermoso cuadro, el cual me
pareció un tanto agresivo a primera vista. Sé que no significaba nada, pero no
pude evitar sentir cierta identificación. De hecho, me quedé como hipnotizado
hasta que Selen Blue me habló.
–¿Enigmático dices? ¡Je, je! Supongo que sí, pero no le des tanta
importancia.
–¿Dónde lo conseguiste?
–No recuerdo con claridad. Creo que en una tienda donde remataban
obras rechazadas. Según me dijo la encargada fue pintado por una mujer, una
excelente pintora de una belleza excesivamente siniestra que se suicidó luego
de que su novio la abandonase.
–Entiendo –musité sin poder apartar la vista del cuadro, había algo en él
que me embelesaba demoniacamente. Era como si el cuadro mismo, como si
el ave reprimida pudiese mirar dentro de mí…
–La pintora se suicidó tras haber sido rechazada por su novio una y otra
vez. Siempre pintó obras extrañas que jamás tuvieron éxito. Su arte, pese a ser
tan divino, nunca obtuvo reconocimiento. Las personas no veían con buenos
ojos lo que intentaba expresar, decían que sus pinturas eran algo… ¿cómo
decirlo? Violentas. Sí, que eran agresivas para la mente si uno las miraba
fijamente durante mucho tiempo. Un día simplemente desapareció y todas sus
obras fueron directo al olvido, aunque algunas han sido rescatadas.
–¡Ja, ja! Son unos tontos, unos niños. Aunque sé que lo dicen como una
esperanza de algo imposible.
–Sí, Selen Blue. Es solo una estupidez puesto que a este mundo no le
interesa cambiar, y seguirá pudriéndose hasta la eternidad. Tal y como
nosotros lo hacemos ahora.
–No todos –susurró Arik con malicia–. De hecho, creo que muy pocos.
–¡Sí, dios también! Es más, ¡todos los dioses que existan! A todos los
detesto por igual, pues, si alguno o varios de ellos crearon todo esto, fueron
unos imbéciles. Solo un tonto se atrevería a crear algo tan deplorable como la
humanidad, algo tan repulsivo como este mundo.
–Lo que quiera, ahora mismo les mostraré hasta dónde llega mi
perversión.
XXXV
En cuanto sentí el contacto con sus finos labios, me sentí excitado. No podía
creer que estuviese besando a un hombre y que me estuviese gustando tanto.
No era para nada desagradable, para nada repugnante como siempre se me
había hecho creer. ¿No era lo mismo que besar a una mujer? ¿No se trataba
solamente de los labios, la saliva, la lengua y los dientes de otro ser humano?
¿Qué diferencia podía haber? Incluso, sentí como si, al unirse nuestras lenguas
en un jugueteo coqueto, me excitase más que cuando besaba a Melisa. Y,
cuando ocasionalmente abría los ojos mientras nuestras bocas estaban unidas,
percibía todo el dolor de su ser, toda la desesperación de un ser que, como yo,
estaba cansado y aburrido de esta pésima existencia. Era como si besase a un
espejo, a mi reflejo, a una creación propia que se había materializado para
poder observarme mejor a mí mismo. En sus ojos había algo divino y
demoniaco, tan parecidos a los de Selen Blue, tan profundos y desconcertantes
que el hecho de mirarme en ellos era como un regalo del paraíso, como ser
poseído por la magia más ancestral.
–Ven, les dije que les gustaría –mencionó Selen Blue cuando al fin
nuestras bocas se despegaron–. No es tan difícil admitirlo. No tiene nada que
ver con la homosexualidad, el lesbianismo ni nada de esas cosas. La sociedad
siempre se inventa tonterías, pero realmente todos podemos besarnos,
acariciarnos y follarnos con todos. Un humano, sin importar que sea hombre o
mujer, puede consolar a otro sexualmente. De hecho, esto significaría, como lo
veo, la evolución del ser: la bisexualidad.
Una vez en la habitación las cosas se pusieron tan excitantes que perdí
por completo la cabeza. De hecho, al amanecer, creía que verdaderamente
había muerto, pero, por desgracia, no fue así. Hicimos de todo, casi tan
parecido a la orgía que experimenté con Lary. Solo que en esta ocasión Selen
Blue rompió todos los límites conocidos y confirmé su reputación de la puta
más exótica y misteriosa de todas… En cuanto entramos Selen Blue nos tiró a
la cama y se desnudó por completo. En este punto ya no podía reconocer a
Arik con claridad, mucho menos después de que Selen Blue nos introdujera, al
tiempo que nos daba un buen beso, algo en la boca. Más tarde nos confesó que
era una droga cuyo nombre no nos revelaría, pero que nos haría volar “más
allá del último cielo”. Creo que casi me da un infarto cuando la contemplé
desnuda. Sus senos, su trasero y su vagina eran lo más espiritual que hubiese
contemplado en toda mi vida. Además, tenía múltiples perforaciones en sus
pezones y en sus labios vaginales, tantas que no podía contarlas. Por otra
parte, todo su cuerpo estaba matizado con bellísimos tatuajes que no
respetaban las áreas más sensibles.
Pero las contemplaciones del divino cuerpo de Selen Blue cedieron ante
los actos más allá de lo ordinario que realizamos en aquella habitación, la cual,
extrañamente, no contenía otra cosa que la cama. Incluso las paredes estaban
pintadas de un blanco demencial, sin ventanas y, por efectos de la droga, me
parecía que por ellas se filtraba sangre y semen. Después de varios besos de
tres en los cuáles Selen Blue nos mordió hasta hacernos sangrar, llegó el
momento de desnudarnos. Creo que al comienzo todo fue sexo normal, al
menos dentro de lo que se espera en un trío. Selen Blue nos chupó la miembro
por separado, dándonos una cátedra de lo que significaba ser una puta de
primera. Indudablemente, fue casi como morir y renacer cuando aquella boca
mística nos succionó todo el semen posible. La chupaba tan bien que con cada
una de sus lamidas parecía estar escribiendo un poema. Además, sus tres
perforaciones incrementaban magistralmente el placer. Y, ya en pleno estado
de éxtasis, introdujo los dos miembros y los cuatro testículos en su boca
inusualmente grande. No podía creer lo que estaba pasando, pero sé que así
fue, pues en ese momento no pudimos contenernos más y vaciamos una
cantidad excesiva de leche en su garganta.
Tal parecía que Selen Blue quería primero recurrir a la boca para
despertar todos nuestros placeres, pues nos pidió que, por turnos, le
chupáramos lo mejor que pudiéramos la vagina. Además, agregó que se
encontraba menstruando y que así lo disfrutaba más. Tanto Arik como yo le
hicimos caso y, aunque terminamos manchados de sangre, debo admitir que, al
menos en mi caso, fue exquisito haberlo hecho así. Nunca había lamido la
vagina de una mujer en su periodo, pero ahora sé que la sangre, combinada
con los fluidos vaginales, es una de las cosas más exquisitas que existen. Esto,
aunque yo me encontraba bajo los efectos de múltiples drogas, llegó a
desconcertarme al principio. De hecho, conforme íbamos animándonos más, el
temor y el desconcierto cedieron el paso al placer. Creo que Arik lo
experimentaba también así, porque ambos terminamos casi al mismo tiempo,
eyaculando gran cantidad de semen en la boca de Selen Blue por segunda vez.
Y fue en ese momento cuando supe lo hermoso y rico que era contemplar una
miembro y, sobre todo, sacarle la leche a otro hombre. Era algo de lo más
natural, condenado por una sociedad que divagaba en la hipocresía y la
mentira.
Luego siguió la fase en la cual los tres participamos. Primero Arik por el
culo y yo por la vagina, para invertir los papeles a continuación. Selen Blue
estaba al borde del colapso con tanto placer, pues según ella “no había nada
que se comparara a la sensación de tener dos miembros introducidas al mismo
tiempo”. Nos confesó también que nunca se limpiaba el culo, por lo cual
seguramente nuestras miembros saldrían embarradas de mierda, y así fue. No
sé por qué, pero este hecho se convirtió en un detonante del placer a pesar de
ser aborrecible en sí. Y, en un acto frenético, Selen Blue chupó nuestros
miembros batidos y luego nos besó, para convidarnos de aquel batidillo
funesto, el cual por cierto era bastante rico. Luego, le violé la boca a Selen
Blue hasta ahogarla mientras Arik la cogía por la vagina como una bestia y,
con un vibrador enorme, le penetraba el culo al mismo tiempo. Después, yo
tomé el puesto del poeta deprimido y cogí con toda la fiereza que pude aquel
agujero majestuoso en donde quería hundirme para siempre.
Lo que siguió fue que Selen Blue nos solicitó introducir nuestras dos
miembros juntas, primero en su vagina y luego en su culo. Pero como esto no
la satisfizo, y viendo a Arik ligeramente fatigado, le despachó y se quedó
conmigo, en lo que este descansaba un poco. Pero solo un poco, porque luego
de mí le tocaría a él. Le metí entonces el brazo completo en la vagina y luego
en el culo, con lo cual gimió más duro que antes. Lo hacía con extrema
violencia y, aunque sangraba, esto le fascinaba. Tanto así que decidió que el
brazo no era suficiente, y me pidió que introdujera cada una de mis piernas en
su vagina y su culo, respectivamente. Así lo hice y el placer que parecía
experimentar la hizo proferir incoherencias, tales como pedir que satanás la
follara, que un burro le eyaculara dentro o que la empaláramos viva. Cuando
al fin retiré mis piernas, estaban empapadas de sangre y fluidos, lo que
encantó a Selen Blue al punto de lamerlas lentamente. Lo mismo hizo con
Arik, y parece que le gustó un poco más ya que sus piernas eran más gruesas.
No cabía duda: Selen Blue estaba más excitada y enloquecida que nunca en su
vida. Seguramente esta vez sí que íbamos a morir antes del amanecer, pero eso
era justo lo que yo tanto había soñado por tantas noches.
–¡Más, quiero más! Aún no han visto nada, les mostraré hasta dónde
puede llegar mi ego –vociferaba Selen Blue mientras ardía por dentro.
Esta vez nos solicitó que la golpeásemos, pero con furia. Al ver que Arik
no servía para estas cosas, pues según ella “pegaba como un maricón”,
solamente me permitió hacerlo a mí. Yo notaba que el poeta deprimido lucía
cada vez peor, pero que se esforzaba por mantener el ritmo. Creo que lo que
más lamenté fue haber destruido el hermoso rostro de aquella puta, o quizá lo
maltratadas que quedaron sus tetas, su trasero y su vagina. Curiosamente, le
encantaba que le mordiera con salvajismo su coño ensangrentado, inclusivo
que le arrancara trozos de carne. Recuerdo entonces que le arranqué parte los
pezones y ella se los comió. Este sufrimiento extremo le proporcionaba, a su
vez, un deleite divino. Estaba toda ensangrentada, pero no era aún suficiente.
Me pidió que le lamiera todo el cuerpo batido de porquería, desde los pies
hasta los cabellos, sin omitir ningún espacio, y así lo hice. Luego, viendo a
Arik sin nada qué hacer, le ordenó que, en un recipiente donde aparecía la
imagen de cristo, reuniera un poco de cada uno de los líquidos expulsados en
aquella depravada noche para culminar bebiéndolo y dándonos un beso de tres
nuevamente, pero con toda aquella ignominia en nuestras bocas.
XXXVI
El problema era que nunca dejábamos fluir esa parte y siempre nos
preocupábamos por estupideces, tales como qué pensaría la sociedad de
nosotros o si nuestro actos serían juzgados por algún inexistente dios. Era
absurdo, pues si este supuesto dios existiese, ¿no habría ya condenado a toda
la humanidad por todo lo acontecido? ¿No habría ese dios ya aniquilado a esta
raza vil por todos sus actos supuestamente malvados? En un mundo donde
nada tenía sentido y donde todo, fuese bueno o malo, era permitido ya fuese
física o mentalmente, no podría existir nunca algo realmente divino.
–¡Ah, es eso! –fue lo único que acertó a replicar Arik, pues el pobre
poeta apenas y podía respirar. Estaba bastante agitado, y yo también.
–Bueno, creo que esto nos matará en breve –exclamé con calma y cierta
alegría.
–Es muy probable, pero, mientras eso no suceda, no hay por qué
detenernos –replicó Selen Blue con una relampagueante mirada.
Sabía, muy en el fondo y tal vez por lo inculcado, que aquello no podía
estar del todo bien, pero no me importó. En un santiamén dejé que mis
impulsos me dominaran, tal y como lo había hecho toda la noche con cada
nueva fantasía de aquella fantástica mujer, y no pude evitarlo. Mirar los
hermosos labios, el divino y perfecto rostro de Selen Blue, sus ojos más
sublimes que los de cualquier posible deidad y su cuerpo escultural
proveniente de un plano supremo… Mirar todo lo que ella simbolizaba en mí
disfrutando con un placer bárbaro las embestidas de un perro y que éste le
eyaculara dentro despertó en mí deseos de hacer lo que fuera para estar a la
altura de sus delirios. En determinado momento, sentí algo extraño en mi boca
y supe que era el miembro del perro, absolutamente ensangrentado. Selen Blue
se percató y, con avidez, me besó, pasándolo de mi boca a la suya,
masticándolo con un placer delirante y tragándoselo, para luego vomitarse en
mi boca y obligarme a tragar todo.
Reflexioné, pero no había realmente nada qué debatir. Todo estaba más
que claro. Selen Blue estaba en lo correcto, lo supe cuando la miré y en sus
ojos contemplé aquella pureza. Sí, había una pureza extraordinaria en el fondo
de su alma, aunque su cuerpo y su mente estuviesen corrompidas por
completo. ¿Cómo no hacer lo que me pedía? ¿Cómo resistirse ante aquellos
divinos, místicos y etéreos ojos azules que demandaban el asesinato de un ser
para complacerse? Y, después de todo, Arik también anhelaba morir. Entonces
todo se acomodaría de manera perfecta. Sí, y yo sería el propiciador de la
felicidad de dos personas. Y luego entonces yo podría también…. Fue así
como sentí el cuchillo en mis manos y me dispuse a hacer feliz al único ser
que me había comprendido en toda mi mísera existencia.
–En verdad eres un ser extraño, pero eso me ha hecho amarte más que a
cualquier otro ser en este mundo –exclamó Selen Blue acercándome su coño
para que se lo lamiera.
–Sí, y no solo lo creo. Lo he visto aquí y ahora. Pero ¿sabes qué? ¡Eso
me hace amarte aún más! Es otra de las cosas que no se admiten porque
resultan estar en contra del sistema, pero un ser que mata a otro siempre es
más interesante y digno de amarse que quien se aferra a prolongar una vida sin
sentido. Esto es, en el fondo, así: ¿por qué las personas se aferran a la vida si
ésta solo les trae miseria y sufrimiento? ¿No es mejor la muerte para
entregarse al olvido de todo el dolor y la ignominia?
–Como tú, amor. Ahora comamos, porque aún falta que ejecutemos el
acto principal. Ya casi hemos terminado de jugar, pero mi vagina aún guarda
un orgasmo de proporciones bíblicas. Creo que este será el apocalipsis de mi
coño.
Entre más cosas decía y hacía, más me prendía. Era casi como un sueño
creer que una mujer como ella, la más hermosa de todo el sistema solar, era
una maldita enferma sexual. Pero yo también lo era y eso significaba mucho.
Me pidió entonces que cumpliéramos una fantasía antes de la última, la cual
también había guardado por años: violar a un animal muerto. Y como a un
costado estaba su perro al que le había mochado el miembro, entre los dos
tuvimos sexo con su cadáver. Selen Blue se animó mucho y le colocó el calzón
al animal para poder simular un trío, lo cual nos funcionó de maravilla.
Aunque lamentó un poco no tener otro perro para continuar la diversión, pues
a su perrita no quería matarla por nada del mundo. Terminamos besándonos y
riendo como dos seres que se aman y se odian a la vez. Todo era tan brutal y
fantástico, pero nada era inhumano, sino ordinario. Me confesó que esta era la
mejor orgía de su vida. Y, como ya la mañana se acercaba, quería terminarla
dignamente.
El sexo era para ella solo una forma de expresar la incomodidad que
sentía al existir. Cuando terminé de clavar sus dos muñecas y sus pies unidos,
aún no había alcanzado el clímax. Entonces me pidió que cumpliera su última
voluntad, pues por más que pensaba no hallaba algo más adecuado para poder
correrse como nunca y luego morir. Me pidió que golpeara todo su cuerpo con
el martillo hasta romperle todos los huesos, y eso fue lo que hice, lo cual la
acercó al éxtasis, pues vomitaba sangre y toda clase de asquerosidades, se
cagaba violentamente y pedía que todo lo que expulsara se lo metiera en la
vagina. Claro que también solicitaba que yo comiera de ello y la besara.
XXXVII
El rayo del sol entraba por la ventana, aunque no recordaba que hubiera
alguna. Lo primero que sentí fue un intenso y desgarrador dolor de cabeza,
como nunca en mi vida. Suspiré e intenté enderezarme, pero sin éxito. A cada
uno de mis costados dormían, respectivamente, Selen Blue y Arik,
completamente desnudos y con hedor alcohólico. Me recosté nuevamente,
pero sin intenciones de dormir. Como pude me levanté, me vestí y procedí a
retirarme sin solicitar ningún tipo de explicación. Lo importante es que nadie
había muerto, aunque, al fin y al cabo, me hubiese gustado que así hubiera
sido. En fin, tendría que seguir con mi miseria unos cuántos días más. Miré a
mis dos compañeros de noche y me pareció como si ambos compartieran la
mitad de su rostro conmigo; tanto que pensaba que, si los unía, seguramente
obtendría lo que yo creía ser en este plano físico.
Desperté un tanto alterado. Habían pasado seis días desde que me hallaba en el
hospital. Creo que mi caso ya era preocupante, pero ahora que despertaba todo
volvía a la normalidad. Extrañamente, los médicos no reportaron un excesivo
contenido de sustancias nocivas en mi cuerpo más allá de alcohol y cocaína. Y,
de hecho, lo hallado de esta última fue una dosis muy mínima, no concordante
con mi estado de inconsciencia de seis días. Se decidió no investigar más hasta
que yo despertara, en caso de que lo hiciera. Pero, ahora que lo hacía, me
habían dejado en paz. Ya no era un paciente de gravedad y las emergencias
estaban a la orden del día. Lo último que me dijo el médico fue que una mujer
había llamado a la ambulancia y que me habían recogido en un estado bastante
grave. Cuando pregunté cuál era el nombre de la mujer él dijo que se llamaba
Melisa.
Sin embargo, eso no sería lo último que vería en el hospital. Tan pronto
como me dieron de alta, y como pude caminar sin tambalearme, me dirigí al
lugar donde recogería mis pertenencias. Todo parecía indicar que me podría ir
tras responder unas cuantas preguntas, solo para completar el expediente. No
me informaron si la policía o alguien más llevaría a cabo tal cuestionario, pero
estuve de acuerdo en hacerlo si con eso podía finalmente irme a casa. Me
preocupaba un poco el trabajo, aunque tan pronto como me comuniqué e
informé de lo acontecido, decidieron que estaba bien y que me presentara el
lunes próximo sin mayor problema. Ciertamente, había sido una semana floja
y no había sido necesaria mi contribución. Solo les molestó que no les avisara
antes, pero al saber que había estado en coma se disculparon. Y, mientras
esperaba a la persona que tomaría mi declaración, ocurrió un hecho bastante
perturbador.
–No, pobre… Ella fue quien lo pervirtió… ¡Sí, ahí está el gran dilema!
Entonces en verdad merece estar en los cielos, al lado de los ángeles. Porque
han todos de saber que, aunque su alma fue corrompida, ¡él verdaderamente
era un ángel!
Pensé que sería inútil continuar aquella conversación, así que renuncié a
mis propósitos, no antes de que la situación se agravara aún más. En el mismo
momento en que me volteaba penetraron en el hospital algunos paramédicos
sosteniendo el cadáver de un pequeño. La mujer comenzó a gritar como loca y
se abalanzó sobre ellos diciendo:
–¡Te veré cuando la oscuridad haya devorado por completo a la luz! ¡La
sonrisa más hermosa es siempre la de la muerte!
–Aquí está bien, tome asiento –me indicó al llegar a una oficina sin otra
cosa más que dos sillas–. Nadie nos molestará, estaremos solos.
–No lo creo. Bueno, tal vez sí. Lo que quiero decir es que todos lo
somos, pero desde pequeños se nos inculca que lo correcto es la atracción
hacia el sexo opuesto.
–¿Le preocupa algo? ¿Acaso tiene algo importante que hacer después de
esto?
–Pues gracias.
–Sí.
–¿Qué?
–¿A la vez?
–¿Cómo?
–¿Morir le atormenta?
–No, vivir.
–Entonces es absurdo.
–Lo sé. Pero ¿qué tal si después de que muera sigo siendo humano?
Pensaba que, si estando vivo podía superar mis límites como humano,
entonces al morir…
–Y ¿quién sí puede?
–Un dios.
–Pero no existe.
–Debería existir.
–Es la fórmula: nacer, crecer, reproducirse, morir. Nada más hay en este
mundo.
–Y, asumiendo que eso fuera cierto, ¿para qué seguir? ¿Qué sentido tiene
prolongar este sufrimiento? Mire esto, es algo que usted usaría –y me mostró
un arma que tenía grabado en sangre la sentencia: un sueño árabe.
–Un sueño árabe será lo que usted quiera que sea, es solo un símbolo. En
su caso, podríamos decir que sería el modo en el cual ha distorsionado la
realidad.
–Eso es imposible.
–¿Buena? ¡Oh, claro que es buena! Con ella puedo quitarme la vida.
–¿De verdad? ¿Cómo puede poner fin a algo que usted no empezó?
XXXVIII
Debía ser una trampa, eso no estaba bien. Nadie me daría una pistola en un
hospital para que acabara con mi vida, a menos que… No, aun así, no era
factible. Debía haber alguna clase de truco, quizá la pistola estaría vacía. ¡Qué
demonios! ¿Qué significaba todo aquello? ¿Quién diablos era ese enigmático
sujeto que ahora se presentaba acompañado de una rara melodía árabe? ¿Qué
había pasado con Arik y con Selen Blue? Y ¿por qué tenía una extraña
inquietud interna desde que había escuchado el nombre de Melisa? Había
tantas cosas que no entendía. ¿De verdad había estado inconsciente seis días?
Era como si todo hubiese cambiado, como si la realidad no fuese la misma.
Necesitaba respuestas, pues la confusión me arropaba.
–La pistola está vacía. Si intento matarme, solo te reirás –dije a aquel
extraño.
–¿Se marcha? Bien, hágalo. Solo una última cosa, y espero que no lo
olvide: cuando nos volvamos a encontrar, todo habrá terminado. ¡Yo seré tú, y
tú no podrás ser más tú! ¿Entiendes? ¡Je, je!
Extraño, todo había sido tan extraño. ¿Por qué? Es decir, mi vida siempre fue
aburrida, sin ninguna clase de vivencia que permanentemente tuviera sentido.
Y ahora esto, tantos acontecimientos en cadena y de algún modo relacionados.
Como sea, era indiferente. Todo lo que había pasado no podría serme menos
que trivial. Cierto que había algo, pero no había la posibilidad de que lo
supiera. Y ese último sujeto era la clave. ¿Qué había querido decir con toda su
perorata? ¿Quién era y de dónde venía? Parecía conocer aspectos profundos de
mí con una facilidad increíble. Era peligroso, pero también ridículo. No era tan
extraño el hecho si lo consideraba en conjunto con otra teoría que hacía
bastante había aceptado en buena medida: que toda esta realidad no era real de
verdad, sino solo una especie de simulación, una clase de enfermiza
concepción para privar de su libertad al humano.
Cabe destacar que Virgil era una de las personas más estúpidas que
conocía, por lo cual entendí muy pronto sus acciones.
–¿Tomaste algo?
–¿Ayer? No es posible.
–Sí, vine a buscarte. De hecho, toda la semana vine a buscarte, pero no
estabas. Entonces tomé la decisión y creo que no fue lo mejor. No tengo a
nadie en el mundo, no sé a dónde ir, solo me quedas tú…
–Tú nunca has amado a nadie, ¡eres un monstruo! –exclamó con una
rareza inusual en ella, parecía a punto de llorar y así fue.
–No es verdad, ¡mientes! ¡Tú nunca has sentido nada por nadie! ¡Eres un
egoísta!
–¿Qué?
–Suicidarme.
–Porque este mundo está podrido. No hay nada que haga valiosa la
existencia, ni tampoco nada por lo que valga la pena luchar. Todo,
absolutamente todo, está planeado y enmarcado dentro de un sistema. Y, si
intentas ir en contra, terminarás enloqueciendo o… suicidándote. En mi caso,
he decidido desde hace mucho que no quería estar en un mundo que no fuera a
mi medida.
–¿A tu medida?
–Perfecto, supongo.
–En existir. Es decir, por mucho tiempo he pensado que la culpa era del
mundo y de la humanidad, pero ahora veo que estaba en un error. La culpa es
tan solo mía.
–Sí, mía por haber existido en esta época tan nauseabunda y pestilente.
Mi único pecado es ser superior a la humanidad… Si no fuera por eso, podría
vivir como uno más, como un imbécil e inepto más en esta sociedad
contaminada. Y, a pesar de todo, lo he hecho. Me he ensuciado de la peor
inmundicia, he cometido acciones deplorables y atroces, he sido humano,
demasiado humano. Pero sé que, en el fondo, todo eso está justificado, al
menos para mí. Y lo está porque yo soy superior a todo el mundo. Además,
solo lo hice porque estaba aburrido y necesitaba algo que me hiciera sentir
vivo nuevamente. Y solo el crimen y la crápula ofrecen esa sensación de
bienestar temporal, solo las putas, el alcohol y la miseria más sórdida y
asquerosa a la que pueda llegar un humano pueden hacerle olvidar la miseria
de la existencia. Pero eso es temporal, pues nada podría cambiar mi mayor
anhelo, nada podrá evitar que me suicide, nada… Porque ya he decidido morir.
¿Sabes? Tengo grandes planes en la muerte; es decir, hay muchas cosas que
quiero hacer después de morir, y la principal es crear un mundo perfecto, a mi
medida. Aunque, por otra parte, también quisiera desaparecer por completo.
Esto es, morir y dejar de existir para siempre, unirme a la nada, al vacío,
olvidar todo lo que siempre he sido. Sé que es una estupidez, pero justamente
en estos momentos no me siento vivo… Todo es por la indiferencia absoluta
en la que he caído. Todo me parece banal, cada día es un nuevo tormento, una
nueva etapa de esta basura. ¡Me está jodiendo otra vez!
Ni siquiera me fijé en lo que hice, solo supe que golpeaba con ferocidad
la pared hasta llegar a la ventana, donde la sangró escurrió de mis nudillos al
quebrar el vidrio. Virgil me miraba más que asombrada, supongo que no sabía
qué hacer, y yo menos.
–Algo como eso sonaría a una locura, pero creo que, para mí, que te
conozco de modo transparente, y que te amo tal como eres, es sumamente
bello. Es casi como una poesía suicida.
–Sí, pero aún no puedo hacerlo. Hay algo que me lo impide. Necesito
pensar más.
–Claro que es factible. Es tan similar al humano que ama a dos personas
a la vez. Los sentimientos nos han abandonado, y, en su lugar, han quedado
mentiras aceptadas socialmente. ¿No es eso lo que siempre me decías?
–Sí, eso decía, pero… es extraño. Siempre he creído que una persona
puede amar no solo a dos, sino a más personas a la vez. Sin embargo, esto
socialmente se ha tachado de incorrecto e inmoral. Aunque, no tendría por
qué, ahora que lo pienso. ¿Quién ha decidido que los sentimientos deben ser
así? ¿Por qué debemos solo amar a una persona y mantenernos con ella? ¿Qué
hay de malo en amar a varias personas y en no poder elegir entre ellas? ¿Qué
obliga a dos personas a mantenerse fieles? ¡La fidelidad es solo una quimera,
una vil estupidez! Todos somos infieles por naturaleza, es casi como la
maldad… Está en nosotros desde que nacemos y nunca nos abandona. Es más,
crece día con día, siempre buscando nuevas formas de corrompernos. Así
también es la infidelidad, una acción tan natural en la humanidad, pero que ha
sido condenada por unos cuántos imbéciles que nada saben de la condición
humana. ¿No es absurdo? ¿Por qué seguir los principios de una sociedad
deteriorada cuando éstos son, desde cualquier perspectiva, arcaicos y
ridículos? ¿No hacen esto las ovejas, los ineptos y los idiotas que no pueden
formarse un criterio propio y se ven obligados a elegir lo que otros han ya
pensado por ellos? ¿Qué nos hace creer que esta sociedad es la cúspide de la
evolución humana? ¡Nada podría estar más equivocado! ¡Nada podría ser más
superfluo! El humano es un tonto y un necio, pues se niega a aceptar su
verdadero ser con tal de encajar en una sociedad que lo destruye y lo tortura.
¡Por eso la existencia es tan aburrida! Lo es desde que aceptamos como
principios lo que otros nos han inculcado, incluyendo a nuestros progenitores
y profesores. ¡No y no! Lo que debemos hacer es rebelarnos y rechazar todo lo
que se nos ha enseñado. ¡No existe nada de esa basura! ¿Qué son el bien y el
mal? Únicamente más tergiversaciones de mentes frágiles para dominar a los
más débiles. Y ¿qué hacen las personas? Fácil: solo siguen lo que se les han
inculcado. Porque así es más fácil todo, así es mejor. Así se puede encajar en
la sociedad, pero, en el fondo, nos engañamos a nosotros mismos. Lo hacemos
porque deseamos aquello que naturalmente nos atrae, pero que socialmente
nos es prohibido. ¿Mal? ¿Qué es el mal? ¿Quién decide lo que es o no
malvado? ¿Acaso dios? Por favor, ¿me hablan de ese dios que jamás ha dado
la cara ante la miseria de la humanidad? ¿De ese usurero y truhan que
cobardemente se niega a evitar que una mujer sea violada o que un niño se
muera de hambre? ¿Es con base en ese dios tan incompetente que la sociedad
define lo que es malvado? ¡Ridiculeces! ¡Solo tonterías! ¡Todo este mundo es
solo un gran complot, propiedad y deleite de una minoría que se divierte con
el sufrimiento de la mayoría! Pero, encima de todo, se supone que debo
aceptar vivir en él. ¡Pues no, no! Maldita sea la hora en que nací, ¡maldigo mi
existencia desde ahora mismo! ¿Cuántas veces…? ¿Cuántas veces no sentí el
deseo de matar a mi familia?
–¿Qué planeas?
–Así ¿cómo?
–No importa. El único error ha sido mío. Ya sabes, cosas del amor, cosas
superfluas. Como sea, ahora te pido que te vayas y que me dejes aquí. No te
preocupes por nada, escribiré una nota y habrá sido el final. Nadie te culpará,
yo cargaré con ello. Todo habrá sido lo que siempre has querido: un sueño.
XXXIX
Creo que, por vez primera, sentí compasión por esa mujer. Si se le miraba de
un modo especial, no parecía tan fea, tenía cierto encanto. Pero había que
mirársele desde un ángulo muy específico para poder atisbar esa belleza, pues
no era muy fácil de percibir que digamos. Como sea, pensé que ya había
tenido suficiente de tonterías y acepté su propuesta. Si se quitaba la vida, ¿qué
más me daba? ¡Que se fuera al diablo! ¡A mí no me interesaba en lo más
mínimo! Además, yo también me mataría pronto, entonces realmente carecía
de sentido todo lo que pasara en mi patética existencia. Si Virgil se quería
suicidar, pues qué bueno, ¿para qué impedírselo? No, lo mejor era dejar que
cumpliera su voluntad.
–¡Monstruo! ¿Cómo puede ser posible? ¿Es que acaso puedes llegar a
ser tan indiferente?
–Era solo una prueba para ver cómo reaccionabas, pero he comprobado
que verdaderamente no te importo en lo más mínimo.
–¿Salvarte?
Para presionarme aún más, sacó una navaja solo dios sabe de dónde, que
colocó en su cuello. Sin duda, estaba trastornada y decidida a todo con tal de
comprobar que realmente yo era indiferente ante la existencia propia y la
ajena.
Qué cosas tan más aburridas. En aquellos momentos juro que estaba
pensando en cualquier cosa menos en que Virgil se suicidase por mi supuesta
culpa. ¿Quién lo diría? Tendría un final más repentino de lo que esperaba.
Supongo que las aberrantes acciones de su madre la habían trastornado más de
lo normal. Bueno, todo dependía de mí. Quedarme o irme, viva o muerta.
¿Qué hacer? Nunca en mi vida había sido bueno tomando decisiones, ni
siquiera por una sola vez había podido decidir algo de forma natural, pura, sin
recurrir a intereses posteriores o a criterios torpes. Incluso elegir si quería o no
comer era una querella interna. Y es que todo me había dado igual hasta
entonces; sí, casi todo. Quizá solo Melisa había cambiado mi vida, pero ese
periodo había terminado, y, con su suicidio, había muerto esa parte de mí.
¡Suicidio! Eso era, también Melisa se había quitado la vida, y supuestamente
por mi culpa. Por eso Virgil decía que yo era un monstruo, ¿no era por eso? Sí,
debía ser así.
Seguramente querrían que fuera, creo que era una especie de reunión
familiar por el cumpleaños de los abuelos. ¡Qué tontería! Si hay algo que no
soporto, además de respirar, son los cumpleaños. Pero me alegran en cierto
modo, pues significan un paso más hacia la única verdad: la muerte. Bien,
tendría que regresar a mi departamento y prepararme para ir. Dejaría a Virgil
en mi cama y me aseguraría de que hubiese escrito esa nota de suicidio que me
libraba de toda culpa. El punto era saber en cuánto tiempo encontraría alguien
su cadáver, en caso de que lo hiciese. No podía llamar a la policía o a la
ambulancia, pues irremediablemente sospecharían de un asesinato. Había sido
un imbécil al dejar que ella se matara en mi departamento, pero ¿qué más
podía hacer? No tuve elección, aunque ahora sí que debía hacerlo. Elegir…,
nunca existió algo más difícil para mí. Me propuse entonces a regresar a casa,
pero algo me detuvo. O, mejor dicho, alguien, y era una niña, ¡era Jicari!
–Hola, ¿qué haces por aquí? –pregunté sin mucho ánimo de conversar.
–Sí, soy yo. Pero dime ¿qué estás haciendo en esta parte de la ciudad?
–No, él se fue. Hace semanas que no vuelve a casa. Momi está muy
triste por eso, creo –exclamó mirándome con tristeza.
–Entiendo.
Era fácil ver que aquello la había trastornado. Pero ¿qué podría ser?
Jicari había presenciado casi de todo en aquella familia del demonio.
–¿Además qué?
–¿Cuál?
–¿De qué?
–De sida.
–Creo que ya tenía otras enfermedades, pero esta es diferente. Por lo que
sé, es casi mortal. Y, como momi no se alimenta adecuadamente, ya están
empezando los síntomas. Puede que también tenga cáncer, pues algunas
manchas raras y de color café han aparecido en todo su cuerpo, especialmente
en sus brazos y piernas. Ella no lo admite, pero la he visto revisándose la
vagina y los senos, y creo que tiene algunas bolitas. No me sorprendería, la
verdad.
–Porque momi coge con muchos hombres, y casi siempre sin protección.
–Sí, pero ahora es peor. Ayer por la tarde momi regresó sin un centavo.
Tras saber de su enfermedad, los clientes que antes la solicitaban con
vehemencia ahora la rechazan. La última vez que la acompañé vi como la
pateaban, le escupían y le gritaban cosas desagradables: “maldita puta sidosa,
vete a tu tumba con tu porquería de aborto”, “ya no nos sirves así, tu panocha
está maldita y putrefacta”, “que el diablo se lleve a una golfa como tú, perra
del mal, puta infectada”, entre muchas otras. Ahora todos la corren y se
sienten con el derecho de humillarla. Incluso en la iglesia no la quieren, pues
dicen que es una mala mujer y que “el diablo vive en su vagina”. Yo sé que
todo eso tiene trastornada a momi, pero ella no lo admite. Pretende ser fuerte y
lo poco que saca de las limosnas lo invierte en mi alimentación, aunque es
insuficiente. Pero bueno, lo que verdaderamente me horroriza es que ayer, al
volver de la calle con moretones y sangre escurriendo de la boca, se tiró en el
sofá y se metió un polvo blanco por la nariz. Luego, se encerró en el baño y yo
miré todo por una rendija.
–Supongo que sí. No sé qué hacer, me siento tan mal que podría
matarme en estos momentos.
–¿De verdad? Pero ¡si eres solo una niña! ¿Cómo es posible que quieras
morir?
Pero no supe qué decir. Creo que lo esperaba todo menos eso. Incluso
hacerme a la idea de que Jicari estaba enamorada de mí no me hubiese tomado
tanto por sorpresa, pero esto… ¡Era una locura! Solo contemplar a aquella
niña indefensa y trastornada, con una madre come caca de la que yo había
quedado prendado me pareció sumamente interesante. La idea de ser padre
nunca cruzó por mi cabeza, estaba en contra de la humanidad y de su
reproducción, entonces ¿por qué querría ser padre? Precisamente odiaba a mi
padre por haberme dado la vida, al menos físicamente. ¿No debía todo hijo
hacer lo mismo?
–¿Odiarte dices?
–Sí, en esa ocasión diste un discurso similar. Y, a decir verdad, creo que
te apoyo en gran medida. Tal vez por eso siento afecto hacia ti, porque
realmente no somos nada.
–Es extraño que alguien como tú lo diga. No pareces un tipo que tenga
amigos.
–Bueno, la verdad es que no los tengo. Soy solitario, y así estoy bien.
Siempre que conozco a alguien me parece que esa persona es estúpida, y casi
nunca me equivoco. Por eso prefiero mantenerse solo, para evitarme tonterías.
Sabes, no hay muchas personas en las que se pueda confiar, porque
naturalmente el humano buscará siempre el beneficio propio sin importar a
quién o qué dañe o sacrifique para conseguirlo. Pero así son los humanos:
seres repugnantes.
–Por desgracia, debo serlo. Pero, si tan solo hubiera un modo de escapar
de mí mismo, de evolucionar… Porque yo, yo merecería…
–¿Qué dices?
–Sí, sabía que dirías eso. Momi me lo dijo, ella lo sabe también.
–Puede ser. Soy solo una niña, pero hay demasiadas cosas en este mundo
que me disgustan.
–Dime algo, y quiero que seas muy sincero. Si realmente existiese algo
divino tras la muerte, ¿cuáles serían las tres preguntas que le harías?
XL
Pensé durante un buen rato, mientras Jicari masticaba un trozo de pan rancio
que había recogido del basurero. Tenía la dentadura más podrida de lo que
hubiera imaginado. Y su rostro realmente parecía más el de un simio que el de
un humano. ¿De dónde habrá heredado tan repugnantes rasgos? Akriza no se
parecía nada a ella, era muy hermosa con sus cabellos y sus ojos negros.
Seguramente su padre era el culpable de su fealdad, pobre criatura. No
solamente era pobre y miserable, sino que, encima de eso, tenía una de las
caras más horribles que se pudieran imaginar. Sin embargo, era, en el fondo,
una buena persona. Pese a ser una niña aún, comprendía demasiadas cosas que
el resto de los humanos no podrían siquiera atisbar en toda su vida. Pensé que
no podía ser de otra manera, que Jicari estaba tan condenada como yo a la
desesperación de existir.
–Bien, dímelas.
–La verdad no sé si estén bien planteadas, pero serían más o menos algo
así: ¿Quién o qué decidió acerca de mi existencia? ¿Cómo podría eliminar mi
existencia? y ¿es posible existir de otro modo más allá de mi esencia?
–Siempre dices cosas que me confunden, ¡je, je! Por eso me caes bien.
No hay muchos humanos como tú, la mayoría jamás pensaría esto en toda su
existencia.
–Eso es normal porque a las personas se les programa desde que nacen
para no cuestionar, no pensar y no ser ellas mismas. La ausencia de
individualización lleva a una absurda y estúpida identificación mediocre con
las metas de una sociedad decadente. La mayor parte del mundo solo se
preocupa por trabajar y cumplir con los requisitos básicos dentro de lo que
consideran vivir, pero eso es asqueroso. Todo lo que sus mentes piden es
entretenimiento, dinero y sexo. Quizá yo no he sido diferente, pero eso es lo
que me tortura. ¡Ya no quiero seguir! ¡Me rehúso! ¡Odio existir!
–Ya veo. Entonces, de una u otra forma, podría decirse que aún no
quieres morir, puesto que puedes quitarte la vida, pero no lo haces.
–No es extraño, tal vez esa es la verdad que muchos se niegan a aceptar.
Todos se aferran a la vida, pero nunca se preguntan si la vida hace lo mismo.
–Todo eso parece muy interesante, Lehnik. Pero ¿tú crees que algún día
pasará? Tú mismo has dicho que vas a matarte porque este mundo no es como
tú lo deseas.
–Es tal y como momi dijo, ella sabía que tú dirías eso.
–Eso sería bonito, en verdad te lo agradezco. Solo soy una niña, pero te
entiendo. Sé de tu sufrimiento, y sé que has hecho cosas que socialmente se
consideran incorrectas, pero ¡que se vaya al diablo la sociedad!
–Sí, así es. Sé que yo podría ser sublime, que podría purificarme, que
podría ser un dios, pero no tiene caso serlo en este mundo infestado de gente
absurda y estúpida. Porque ellos jamás lo entenderían…
Quizás en este mundo era normal que un futbolista, por ejemplo, que se
dedicaba a patear un balón para que un conjunto de idiotas lo alabaran, en
verdad merecía ganar cantidades tan exorbitantes de dinero y tener todos esos
lujos. Era normal también que los gobiernos fuesen siempre corruptos y que se
robaran gran parte de los impuestos que el pueblo pagaba en lugar de
invertirlos en obras que ayudasen a la comunidad. Era normal que el sistema
educativo fuese una basura, que solo se enseñase a repetir y memorizar sin
razonar. Era normal que Estados Unidos siempre buscara robarse el petróleo
de todos los países, que organizara guerras y que hiciera lo que le viniera en
gana sin que la ONU u otras organizaciones inútiles le pusieran un alto. Sí, era
normal que alguien que cantaba estupideces paseara en carros lujosos y usara
cadenas de oro. O que alguien que actuaba en Hollywood fuese admirado e
igualmente premiado con millones. Pero todo en este mundo era absurdo,
injusto y ridículo. El único que no parecía percatarse de lo absurdo y estúpido
que era su mundo era el humano mismo. Me preguntaba, a veces, durante las
noches, la cantidad de personas que estarían siendo violadas, asesinadas,
drogadas, martirizadas mientras yo podía beberme un café y dormir con
aparente paz. Por suerte, el alcohol, las putas y demás repugnantes cosas me
hacían olvidar, por unos instantes, lo miserable que era vivir en este mundo. Y
esa era la diferencia, que yo, aunque fuese vil y estuviese corrompido, ya no
podía olvidar lo absurdo que era el mundo. Siempre volvía a mi cabeza todo lo
que odiaba en mí y en el exterior, pero sabía que yo, un simple mortal, no
podía hacer absolutamente nada para cambiarlo. Y eso, con el tiempo, me
llevó a la indiferencia absoluta, a solo esperar mi muerte y nada más.
¡Qué locura! Todo era tan extraño. El mundo era ilógico, pero, aun así,
no se detenía. Yo era parte de esta barbaridad, era parte de lo que estaba mal.
Y, al mismo tiempo, quería ser un dios. Si yo pudiese crear un mundo a mi
medida, entonces cambiaría y abandonaría toda la miseria a la que recurría
para desaburrirme. Pero no, eso era una mera quimera. Yo jamás sería un dios,
y este mundo nunca sería mínimamente parecido al que yo podría crear.
Entonces ¿qué hacer? ¿Qué cambiar? ¿Para qué? ¿Serviría de algo? ¡No, de
nada! Mejor que este mundo se fuera al demonio, y yo con él. Algo era
contradictorio en mí, quizá todo. Por una parte, pensaba que en el mundo no
podía haber tanta miseria. Pero, por otra, sabía que nada podía hacer para
cambiarlo. Era como esas ocasiones en las que las personas decían que lo
único que uno podía hacer era divertirse y concentrarse en ser feliz.
Bueno, no precisamente era que quisiera serlo, pues jamás podría ser
feliz en un mundo y una existencia tales. No obstante, beber y recurrir a las
putas sí que podía hacerme olvidar mi propia náusea y la que reinaba en el
mundo. ¿No era ese el punto? ¿No era eso lo mismo que hacía todo el mundo?
¿Solo engañarse? ¡No, un momento…! Yo no podía, no debía… ¡No debía ser
como era todo el mundo! Entonces ¿me estaba equivocando? ¿Era este el
único camino que restaba para un solitario y deprimido ser como yo?
Sencillamente sabía una cosa: no quería hacer ya nada en esta existencia, me
negaba a todo.
Era ilógico, ¡nadie podía ayudarme! Y nadie podía puesto que había
decidido que me mataría, y nada podría evitarlo. Nada que no fuera un cambio
en el mundo, pero uno absoluto. Todo estaba tan contaminado, era tan
frustrante habitar en esta sociedad de imbéciles. Y, al fin y al cabo, todo se
reducía al dinero, el sexo y el poder. Más allá de eso ¿qué había? Los humanos
solo vivían y luchaban para adquirir coches, casas y viajes. Sus vidas no tenían
ningún sentido. Es así como paulatinamente fui tolerando menos cosas, hasta
que me harté por completo de todo. Miraba a las personas con asco, sabiendo
lo torpes que eran y la simpleza en que transcurrían sus miserables existencias.
Nacer, crecer, reproducirse, morir… La misma vieja fórmula de siempre. ¿No
habría algo más por lo que valiera la pena vivir, luchar y morir? ¿Qué hacía de
este lugar algo interesante? ¿Por qué se aferraban tanto los humanos a
permanecer aquí? Era absurdo.
XLI
Posiblemente, pensé con cierto horror, eso era lo único hermoso que había en
la vida: el saber lo malditamente temporal que era la estancia en este mundo y
lo mucho que me desagradaba. Quizás el simple hecho de odiar mi existencia
era ya darle demasiada importancia a todo. Pero ¿qué hacer? No podía
simplemente dejar de pensar en tantas cosas que me atormentaban
diariamente. ¿Cómo escapar de mí mismo y de la humanidad? ¿A dónde ir?
Estaba cansado de crear mundos en mi cabeza a los cuáles iba para refugiarme
en mis sueños. ¡Oh, no cabía la menor duda! El mundo era un lugar espantoso,
y la humanidad había hecho de su existencia la cosa más miserable y absurda
que se pudiese imaginar… Pero, aun así, ese mundo y esa humanidad
seguirían, por alguna razón incomprensible, y yo no. Así es, yo moriría sin
importar que me suicidase o esperase a que llegara por alguna causa mi
muerte. Yo no permanecería, nada lo haría. Pero tomaría algún tiempo para
que todos lo comprendieran, para que entendieran que lo mejor que podíamos
hacer era matarnos, y entregarnos al magnánimo y divino abrazo del destino,
el de la muerte.
–¿En qué tanto piensas, Lehnik? –me preguntó Jicari al notar que no
ponía mucha atención en el escenario que se nos mostraba.
–En nada. Solo pensaba que estas personas… estarían mejor muertas.
–De morir…
–Y ¿qué te lo impidió?
–No lo sé. Creí que tal vez había una esperanza, pero ahora veo que no.
Toda mi vida ha sido solo sufrimiento, y, a decir verdad, aunque soy muy
pequeña, ya estoy cansada. Ya no quiero seguir en una vida que no pedí. Como
tú, me siento obligada a hacerlo. ¿No sería mejor que me suicidase ahora
mismo? Es tal y como has dicho, yo solo estorbaría… Yo no podría vivir en tu
mundo perfecto, aunque agradezco que lo hayas considerado, pero solo soy un
ser horrible. Ya no quiero regresar a casa, tampoco me interesa continuar en
este mundo cruel y detestable. Puedo resistir el hambre y la suciedad, pero ya
no encuentro motivos para hacerlo. Antes creía que algún día todo cambiaría,
que momi y yo podríamos llevar una vida tranquila y decente, pero creo que
eso, en el fondo, tampoco me haría feliz.
–Yo… lo lamento.
–¿Por qué?
–¿Qué es hermoso?
–Abrirle los ojos a alguien más y mostrarle que la única cosa sublime en
esta vida es la muerte.
–Lo sé. La muerte es algo fantástico, algo que no podría ser de este
mundo. Por eso se trata de la desaparición absoluta, del adiós definitivo.
–Oye, y ¿crees que haya algo que evite que las personas se suiciden?
–Vaya, suena como algo genial. Y tú ¿crees que el amor, lo que sea que
no podemos entender, pueda hacer la existencia de las personas menos
miserable?
–Sí, lo hizo. Pero fue extraño. No sé por qué, pero confiaba en ella de un
modo inverosímil, como si esperase ser dañado por cualquiera, menos por ella.
Ella siempre decía que me protegería de todo, pero, cuando lo pienso, supongo
que nadie me protegía de ella. No solo me engañó, se encargó de hacer trizas
todo lo que habíamos vivido. Hizo pedazos por completo la única cosa
hermosa que ambos teníamos, o al menos yo.
–Lo sé, por eso estoy aquí. Me ha dado gusto conocerte, siempre te
consideré mi amigo. Solamente soy una niña tonta, que no entiende nada del
mundo, del amor y de la muerte. Sin embargo, lo poco que he logrado
reflexionar me ha orillado a tomar una decisión: que no quiero estar más en
este mundo miserable.
Pero mientras pensaba todo esto veía a Jicari caminar hacia la orilla del
canal, algunas veces virando y sonriendo. Sí, aquella niña pringosa que tantas
veces había sido mi compañía regresando del trabajo. Aquel ser que llegó a
entenderme mejor que todos los humanos, con quien podía conversar acerca
de mi odio y repugnancia hacia la humanidad y hacia mí mismo, pues ese ser
estaba a punto de hacer lo que yo tantas veces me había propuesto. No podía
sentirme mal, aunque lo desease con todo mi corazón. De hecho, me sentía
feliz. Sí, estaba feliz de que Jicari se fuese a suicidar. Sabía que era lo mejor, y
ella mejor que nadie también lo había asimilado así.
¿Qué tipo de vida le esperaría? ¿No era lo mejor que se matase de una
buena vez? ¿Para qué vivir? ¿Para qué aferrarse a una existencia tan miserable
y absurda como esta? ¿Para qué seguir el mismo camino de tantos humanos
ciegos y estúpidos quienes adoraban la vida sin la más mínima idea de por qué
vivían? ¡No, no era adecuado seguir! ¡Matarse era lo más espiritual que podía
llevarse a cabo en la vida! El suicidio era algo hermoso, sublime y divino. Era
algo que podía resaltar las cualidades notables en las personas, aunque fuese
por muy poco tiempo y en el ocaso de sus vidas. Por eso sabía que para mí
sería majestuoso. Quién sabe, tal vez mis esperanzas depositadas
absolutamente en la muerte sí podrían, al fin y al cabo, acercarme al mundo
perfecto donde podría convertirme en dios.
Aunque, a decir verdad, ¿quién era yo para pensar todo esto? No era
diferente, eso lo entendía a la perfección. Sin embargo, sentía el deseo de abrir
mi corazón y de decirlo, aunque nadie escuchase. Sí, yo me emborrachaba,
pagaba a mujeres por sexo y pasaba la vida sin hacer nada porque nada me
importaba. Todo era temporal, todo cambiaba, todo moría. Y este mundo era la
mayor estupidez que se pudiese haber inventado, plagado de contrariedades,
injusticias, miseria y ambición eterna. Lo mejor era suicidarse, actuar con
valor como Jicari lo había hecho. Si una niña entendió que la muerte era la
única opción, ¿qué evitaba que los humanos lo comprendieran también?
Quizás el adoctrinamiento era demasiado fuerte para ellos, y se aferraban a
una vida sin sentido.
Entonces fue así como vi todo. No despegué mi mirada hasta ver cómo
aquel cuerpecito arruinado se hundía en las negras aguas de la muerte. Creo
que no se resistió, sino que se entregó por completo a la salvación.
Experimenté algunos deseos bruscos por ir y salvarla, pero ¿qué ganaría con
ello? Sería tan absurdo como el deseo de intentar detenerla segundos antes de
aventarse. No, no estaba bien. Debía dejarla morir, esa había sido su voluntad.
Y yo debía entregarme a la consciencia, a esa parte en mí que me indicaba que
debía sentirme feliz ante la muerte, pues, dadas las condiciones actuales del
mundo, no quedaba de otra. De pronto, recordé a Virgil, y cómo ella también
se había quitado la vida hace unas horas, también frente a mis ojos. Dos
suicidios el mismo día, dos vidas salvadas. Y yo, que creía divagar en la
indiferencia absoluta, comprendí que, mientras fuese humano, tendría
sentimientos, por mucho que los reprimiera.
–¡Je, je! Qué buena es usted descifrando ese tipo de cosas –añadí.
–Lo sé, también soy ateo. Usted me contó eso el día que la conocí, y
desde ese entonces nos llevamos bien. Una pregunta: si alguien se suicidase en
uno de los departamentos del condominio, ¿qué haría usted?
–Nada, creo.
Creo que nunca habíamos estado tan cerca, eso me ponía bastante
alterado. Por alguna razón no podía dejar de mirarla. Sus ojos eran bellos, e,
incluso en la oscuridad, brillaban hermosamente. Sentí un nudo en la garganta,
¿cómo podía un ser como ella existir en este mundo miserable y vivir de ese
modo tan repugnante? No había duda: Akriza ocasionaba algo en mí, algo
misterioso y único; algo sublime, fuera de esta dimensión. No sé si estaba
enamorado de ella, no lo creo, pero tenía cierta magia.
–La música… Es como una melodía árabe, y, por algún motivo, cuando
la escucho siento como si estuviese atrapado en un sueño.
–Te aseguro que no es eso. Pero no sé qué sea, es una sinfonía del
diablo. Bueno, y ¿a dónde ibas ahorita?
–Tú pareces saber algo, se lleva muy bien contigo. ¡Vamos, dime dónde
se metió esa condenada!
XLII
–No, yo no sé nada acerca de Jicari. Tal vez fue a ver qué hacer por ahí.
–¡Mientes! Sé que hay algo que me estás ocultando, pero, cuando logre
discernir qué es, me las pagarás…
Me gustaba cuando Akriza se enojaba, pues lucía aún más bonita que en
su estado natural. Además, tría puesto ese vestido negro de flores rojas que
tanto me embelesaba. Sentía unos deseos enormes por estrellarme en su
sublime boca, sin importar si acaba de hacer sus cosas asquerosas. No sé qué
me impulsó entonces, pero decidí que no tenía sentido ocultarle la verdad. Me
arrepentí al momento y luego lo reconsideré. Estaba decidido a cualquier cosa
con tal de no perder la oportunidad.
–Pareces saber mucho acerca del incidente. ¿Es que acaso tú…?
Sin decírselo explícitamente lo había intuido. Era una mujer demasiado
inteligente, diría yo. Sabía que yo había contemplado cómo Jicari se había
acercado a la orilla del canal, y también había leído en mi mirada indiferente
cómo no solo le había permitido suicidarse, sino que incluso se lo había
aconsejado. Ahora el único dilema sería discernir si Akriza también sabía que
la muerte era lo único espiritual y sublime que había en la existencia. De ser
así, se alegraría por el suicidio de aquella niña mugrosa que otrora fuese mi
única amiga.
–Ella fui ahí por su cuenta, supongo que ya lo tenía planeado. Cuando
yo la encontré, estaba tirada en un montón de basura, llorando y gimiendo
como alienada.
–¿Llorando dices?
–Sí, eso.
Pensé que no sería una buena idea mencionar a Akriza lo que Jicari
había visto (a ella dándose un festín con su mierda vomitada), pues quién sabe
cómo reaccionaría, en especial tras haber recibido la noticia del suicidio de su
pringosa hija. Debería mantenerme alerta y esperar la oportunidad ideal para
encasquetarme en su corazón con el pretexto de ayudarla. Sin embargo,
cuando la primera lágrima escurrió por su mejilla, me sentí desarmado.
¡Cuántos deseos tenía de besarla, abrazarla y consolarla! Era como una pobre
e indefensa flor expuesta ante los violentos y desalmados vientos de la vida
que nunca mostraban piedad alguna.
–¿Por qué? ¿Por qué se lo permitiste? Tú estabas con ella cuando tomó
la decisión, ¿por qué no lo evitaste?
–Ya pasará, solo debes dejarla ir. Era lo mejor…, y ahora tú…, tú
puedes…. Tener una vida nueva lejos de aquí.
–Y ¿para qué querría eso? Mi destino está aquí, yo estoy maldita. Pero tú
sí puedes irte, no entiendo por qué vives en este basurero. ¡Anda, empieza
ahora mismo! ¡Salva tu vida! ¡Tú sí puedes hacerlo! ¡Vete!
La miraba hablando con tal voluntad que me conmovía. Si tan solo ella
supiese que la quería. Sí, creo que sí la quería. Y esta creencia, aunque tal vez
tonta y absurda, había surgido desde el primer momento en que la vi. Porque
ella no me era indiferente, me importaba un poco, aunque tampoco tanto. No
obstante, debía apostarlo todo en un último intento por demostrarle que ella y
yo…
–¿Qué crees que estás haciendo? –fue su última frase antes de que mis
labios se unieran con los suyos…
En verdad aquello fue mágico, por unos instantes sentí que todo en mí
vibraba como nunca. No sé qué tenía Akriza que me ponía de ese modo. No sé
por qué solo con ella me ocurría eso, pero sé que aquella sensación no era de
este mundo. Tal vez eso era amor, algo que creía solo haber experimentado
con Melisa, pero que ahora encendía nuevamente mi desolado corazón, tan
desértico y marchito, para convertirlo en una palpitante y luminiscente
serendipia. Supongo que podría haberlo soportado todo, incluso Akriza me
parecía tan pura y virginal cuando permanecimos unidos, con nuestros labios
rozándose. No intentó separarme, pero tampoco sentí que fuese algo que
deseara, o no sé. Lo que me encantó de verdad fue cuando colocó sus manos
en mi rostro y sentí sus lágrimas cada vez más abundantes. Sus manos eran tan
finas como ninguna otra cosa, tanto que en verdad quería morir entre ellas. Sí,
eso era, podría morir en ese momento y todo habría sido bueno y hermoso. No
importaba que hubiese sido una vida miserable y patética, pues, si podía
quitarme la vida en los brazos de la mujer que había logrado aliviar todo mi
sufrimiento, entonces supongo que habría valido la pena existir. Esto era el
amor, solo una estupidez, pero algo que tenía el maravilloso poder de hacerme
olvidar la asquerosidad de mi existencia.
–Y bien, ¿era eso lo que querías hacer? ¿Solamente eso? –me preguntó
cuando finalmente separamos nuestras bocas.
–Vete, aún estás a tiempo –me dijo haciéndome señas de que me alejara.
Volví, a pesar de que me había dejado muy en claro que no debía. Pero
lo hice, aunque solo me asomé por el filo de la puerta. No sé si ella estaba al
tanto de que yo la miraba, pero actuaba como si fuera otra. En verdad fue algo
duro de contemplar, pero ilógicamente me masturbé mientras lo hacía. Akriza
hizo el mismo espectáculo que Jicari presenció… Cagó y se tragó su propia
cagada, siempre con gran satisfacción y lamiendo el piso. Se embarró todo el
cuerpo, de pies a cabeza, incluso el cabello. Se chupaba los dedos y se metía
mierda en la vagina para luego expulsarla. Se provocaba ella misma el vómito
y le gustaba combinarlo con su cagada para comerlo y revolcarse en él.
Supongo que deliraba, pues mientras lo hacía reía como una auténtica
demente.
Era una risa tal que debía de escucharse en todo el edificio. Temí que
alguien viniera, pero ¿qué más me daba? No pude evitarlo y, sin saber por qué,
me saqué la miembro y la agité. Para mi sorpresa, se puso sumamente erecta,
tanto como nunca. Me masturbé y, sin resistirme, entré y me planté frente a
ella. Pero parecía no reconocerme, como si fuese alguien totalmente diferente
a la persona con quien había estado conversando hace poco. Me miró, pero le
fue indiferente mi presencia. Sabía que había arruinado todo, que la había
desobedecido. Quise retirarme, pero no resistí y entonces me corrí. El semen
salió tan abundantemente que hasta yo me sorprendí de que fuera tanto. Le
cayó en la boca, en el rostro y en sus senos. Pero yo no tenía tiempo de eso,
pues aquella había sido la corrida más rica en toda mi vida. Akriza estaba
humillada, lucía terriblemente en tal estado. Deliraba, hablaba incoherencias y
continuaba cagando y vomitando. Creo que ni siquiera llegó a percatarse de
que se tragaba mi semen, pues se lo pasó tan pronto como se lo arrojé.
XLIII
Me levanté con dolor de cabeza. Por suerte, con excepción de los vagabundos
de siempre, nadie había decidido ir a aquel parque temprano. Tenía que tomar
una decisión y afrontar las consecuencias. Si se me culpaba por el asesinato de
Virgil, lo afrontaría. Eso era mejor que permanecer sin querer regresar a mi
cuarto. Tal vez podría deshacerme del cuerpo, eso en caso de que nadie lo
hubiera notado aún. ¡Maldición! Solo pensaba en cómo fui a dejar que esa
infeliz se suicidara en mi departamento. De pronto, volví a escuchar la
misteriosa melodía del sueño árabe que tanto me trastornaba. Llegó a mí
procedente de no sé dónde, pero me sentí tentando a seguirla. Tenía hambre y
me sentía fatigado, como si no hubiese dormido nada, pero el deseo de
averiguar de una vez por todas qué significaba aquello me ganó. Así, terminé
en la orilla de la ciudad donde reinaba la parte boscosa, en dirección opuesta al
basurero y el canal donde Jicari se había suicidado el día anterior. Caminé un
poco y noté que había alguien esperándome entre un conjunto de hongos
luminiscentes. Curiosamente, nunca había notado aquello en mis caminatas
nocturnas. Era un hombre con una barba muy larga y partida en dos cuernos
hacia la parte final, solo llevaba puesta una malgastada capa negra y unas
chanclas rojas. Estaba sentado en posición de meditación y muy concentrado,
como si llevase así semanas. Lo que más me impactó fue que, tras observarlo
con detenimiento, me percaté de que ¡aquel hombre levitaba!
–¡Ah! Eres tú y justo ahora. Parece ser que no tuviste una buena noche,
¿me equivoco?
–¡Je, je! No, la verdad es que no… Dormí en un parque, casi como un
borracho.
–¿Usted estaba…?
–Sí, lo sé.
–Creo que eso ya lo había escuchado antes. Por cierto, ¿también usted
puede leer la mente?
–Desde luego, joven amigo. Leer la mente, levitar, caminar sobre el
agua, entre otras cosas, son las habilidades más básicas de un iniciado en
nuestra organización.
–Y ¿cuál es su organización?
–¡Vaya, muy interesante! Y ¿crees que esa decisión depende solo de ti?
–Bien, pero hay cosas que no podrías entender. Dime ¿nunca has
pensado que podrías poner en peligro lo que se conoce como destino?
–Bien, pero suponiendo que creyeras… ¿Crees que sería malo cambiar
tu destino? Y si yo te dijera que tu destino no es la muerte, ¿qué harías?
–¿Crees que la muerte es algo que uno puede elegir tan fácilmente?
¿Qué tal si fuera como la vida? Ya sabes, no se elige vivir…
–No sé, pero ojalá. Mi mayor temor sería morir y volver a abrir los ojos
para descubrir que he reencarnado o que debo verme forzado a existir
nuevamente de algún modo.
–¡Ja, ja! No, para nada. A nosotros este mundo nos importa un bledo. La
humanidad puede irse al diablo. Específicamente nos atraen las energías de
ciertos individuos, pues tememos que la muerte pueda otorgarles una especie
de divinidad. Aliarnos con religiones, gobiernos u otra clase de organizaciones
humanas sería asqueroso. Al igual que tú, y ese es un punto en común,
detestamos todo lo que tenga que ver con la humanidad. Solo queremos
completar el experimento con éxito, y tú eres el método.
–Sí, sé que ya te lo habían dicho antes. Son algunas de las señales que te
hemos dado. Algo así como: la sonrisa de la muerte, cuando la luz haya sido
completamente devorada por la oscuridad, la música del sueño árabe, entre
otros. Seguramente son frases que has escuchado ya, y todas las personas que
has conocido, los momentos que has vivido. Todo está registrado y
predeterminado, solo de cierta forma. Es difícil de explicar, pero incluso el
destino puede llegar a ser aleatorio, aunque te suene contradictorio.
–Lo sabemos, nada hay en ti que esté oculto. ¿Sabes algo? Nunca
habíamos tenido que visitar a nadie de tu raza hasta ahora, pero todos
sucumben tarde o temprano, y tú no serás la excepción. Vivirás absurdamente,
aceptarás tu condena como el resto de tu especie. No creo que consigas
suicidarte y alcanzar la sublimidad, solo perecerás. Hay una muy escasa
probabilidad, la hemos reducido al mínimo.
–Bueno, eso está por verse. Por ahora me conformo con esta plática y
dejar que prosiga el experimento. Ya solo resta esperar hasta que ocurra al fin.
Porque, como te dije, nos volveremos a ver, pero por última vez. Y yo…
Habían ya pasado unos cuantos días desde el último incidente con el monje
que levitaba y desde que me desmayé tan extrañamente. Cuando desperté, me
dolía todo el cuerpo y tenía moretones en las costillas y el cuello. Sin
embargo, había soñado a aquel misterioso monje y me parecía que su rostro se
asemejaba cada vez más al mío. Pero no a este rostro humano, sino a una
especie de faceta interna que no sé cómo describir. He continuado con mi
existencia absurda y miserable, detestándolo todo y mirando el ir y venir de las
personas, siempre gritando, peleando y ambicionando. Me siento cada vez más
aburrido de existir y nada lo mitiga. Cosa curiosa es que me he retirado de
todas las cosas banales y pérfidas que antes hacía, tales como ir a la avenida
Astraspheris por una puta o ir a embriagarme a Diablo Santo. No sé nada de
Selen Blue, de Lary y de las demás mujeres con quienes me había visto
semanas antes. Es como si me encontrase aislado, suspendido en una especie
de prisión mental que no logro destruir.
En fin, supongo que ya pensaré que hacer con el cadáver de Virgil, o tal
vez simplemente me vaya y me desaparezca para siempre. He estado solo, más
que nunca, y he tenido tiempo para pensar más en el suicidio. Parece ser lo
único que aún tiene sentido en mi existencia, y creo que siempre lo he sabido,
pero también había algo que me alejaba. Los lugares de perdición, las putas, el
alcohol y demás eran una especie de remedio temporal. La banalidad y la
decadencia en las que me hundía me proveían de una dosis especial de deseos
de vivir, pero ahora que lo he dejado verdaderamente atisbo que no existe
ningún sentido. Ciertamente, creo que no sé qué hacer. No sé si regresar a esa
vida de depravación o iniciar algo nuevo, casi como una purificación absoluta.
Ninguna idea me convence y solo me siento aburrido. Sí, paso los días como
un humano más. Lo único que hago es experimentar una tremenda agonía al
no decidirme a matarme. Pero no sé, no entiendo qué sentido tiene prolongar
más este tormento que es la existencia.
He tenido poco apetito y como solo por hacerlo, pero creo que eso era
así desde antes de que entrara en esta fase tan extraña. Tengo días en los cuáles
creo alegrarme un poco, pero son los menos, y siempre se ven opacados por la
inmarcesible tristeza que experimento al existir. Los episodios depresivos son
más constantes que nunca. Pero no es solo depresión, hay algo más, algo
mucho más inquietante; es como una sensación de angustia que me persigue
por doquier. A veces esa mezcolanza de emociones destructivas se va, pero
siempre vuelve y con mayor fortaleza. Supongo que así pasa cuando lo único
que queda es el suicidio, pero ese es el destino de aquellos quienes repugnan
su existencia. ¡Vaya, qué miserable es todo aquí! ¡Qué intrascendente es la
existencia, especialmente siendo un esclavo de la pseudorealidad!
Y ¿qué podía yo hacer contra eso? Nada, absolutamente nada. Por eso
había renunciado a cambiar el mundo, porque, ciertamente, jamás lo
conseguiría. Además, me parecía en parte adecuado esta miseria para seres
como los humanos. Tenían el mundo que merecían, y así sería hasta el día
final. Los humanos no merecían un mundo mejor, porque, de cualquier modo,
terminarían por destruirlo y arruinarlo. Esa era la esencia humana
precisamente: destruir y joder las pocas cosas bellas que había en la existencia.
¡Al diablo con todo eso! Cambiar el mundo era imposible, cualquier intento
era una necedad. Además, considerando que dentro de poco me mataría, ¡me
importaba un bledo! Por mí que hubiera hambre, miseria, pobreza y todas las
demás asquerosidades en las que se regocijaba la especie humana, no me
interesaba lo más mínimo ya. Tal vez antes creía que había esperanza, pero la
verdad es que yo mismo me engañaba. Eso en parte me ayudaba a tolerar la
existencia, pero ahora ya no queda nada. Aquel disfraz se diluyó en el ocaso
de un poema de muerte sublime.
XLIV
Pero bueno, finalmente hoy era viernes. Sí, viernes de quincena, día en
que todas las personas buscaban un poco más de lo normalmente
acostumbrado. Ya fuera en los antros, con las putas, en el consumismo
desmedido o en cualquier cosa. Hoy viernes de quincena era un día singular.
Noté desde temprano que el tráfico sería terrible, y que la afluencia de gente
estaría de locos. Me parecía como si fuese navidad o algo parecido, pues
notaba una gran ansiedad en los rostros de todos mis compañeros. Y, en el
fondo, yo también quería desquitar todos los días que había pasado absorto en
mis pensamientos. Tal vez cambiar no servía de nada, aunque era algo que aún
no tenía decidido. Aunque gran parte de mí decía que me entregase de una vez
por todas a la perdición como antes, había una mínima parte que me susurraba
ciertas cosas sublimes, creo. Y por esta última me había alejado de la malicia
en las últimas semanas.
De mi familia no me acordaba ya casi, pues me fastidiaban demasiado.
Especialmente mi padre me molestaba, pues siempre estaba insistiendo en que
diera clases de matemáticas a unos compañeros del trabajo, lo cual no me
interesaba. ¿Realmente no podían comprender que nada me importaba ya?
¿Era inverosímil que detestara tanto mi existencia al punto que despertar era
una agonía y vivir una estupidez? Dormía bastante últimamente y comía muy
poco. Supongo que gracias a ello me había recuperado un poco de todas las
desveladas anteriores debidas a la juerga. Mis naturales ojeras, ya tan parte de
mi rostro, habían desaparecido casi por completo. Me sentía, no obstante, más
débil y cansado que antes. ¡Estaba asqueado de todo y de todos! No soportaba
el hecho de existir, y me molestaba sobremanera la idea de que alguien o algo
me obligase a hacerlo. Como sea, hoy era viernes de fiesta. ¿Qué haría yo?
¿Iría a mi cuarto a deprimirme y arrojarme en mi cama para pensar en lo
mucho que repugnaba todo? O, tal vez, iría a la perdición con la esperanza de
que esta noche por fin se consumara mi mayor sueño: el suicidio.
Fue entonces cuando sentí cómo una mano se posaba sobre mi espalda y
una vocecita me susurraba algo detrás del oído. Era tan extraño, casi como si
aquello ya lo hubiese experimentado no en ocasiones pasadas, sino en una
especie de universo paralelo donde todo era como un espejo. Sí, un espejo con
muchas caras, y cada una de ellas reflejaba una personalidad diferente. De ser
así, entonces era cierto que mis alucinaciones eran más que eso, y que mi
realidad podría haber sido deformada desde hace mucho por cada nueva
percepción que surgía en mi alienada cabeza. Al final, no estaba seguro de
nada, pero era casi como si me hallase en una simulación fatídica y siniestra.
¿Acaso no era eso la vida también?
–Lehnik, esta será la primera vez que iremos los dos juntos a ese lugar –
expresó ella acariciando mi cuello–. Cuando tú has ido, yo no he podido. Y
cuando yo he ido, tú no has querido. Además, hoy es viernes de quincena y de
perdición. Te aseguro que la pasaremos muy bien, de verdad.
–Sí, claro que iré. Solo estaba bromeando. Iré, eso es un hecho.
–Bien, pues partiremos de aquí a las cinco. Tengo algunas cosas que
terminar, así que será mejor que me apure… ¡Nos vemos al rato! Y ¡nada de
escaparte antes!
Entonces dieron las cinco y nos reunimos. La verdad es que se juntó más
gente de la que esperaba. Algo me decía que esa noche no iba a ser una noche
cualquiera. Tenía un extraño presentimiento, y era como si una voz muy
lejana, pero a la vez familiar, me dijese, en un silbido enigmático, que “mi
existencia estaba en medio de dos universos paralelos”. No obstante ¿qué
podría realmente significar esto? ¡Al carajo! Mi cabeza estaba confusa, me
sentía mal. Y, en un evidente acceso de angustia, quise escapar. Me fijé que
nadie me mirase y me deslicé hacia el baño. Entonces pasé ahí diez minutos
hasta que el grupito decidido a ir a la fiesta salió. Comenzaron a punzarme las
sienes, pero se trataba de un dolor raro. No era muy fuerte, pero molestaba
demasiado. Era como si me taladraran desde dentro, como si algo despedazara
mi cerebro. Lo ignoré y salí, cuidando que ninguno del grupito no me viese.
No los vi por ninguna parte, así que supuse que ya se estarían marchando.
Mejor, pues cuando bajara ellos ya se habrían ido. La oficina estaba en el piso
nueve, así que todo cuadraba.
–Que tenga una buena noche, señor. Cuídese mucho, por ahí se escuchan
rumores de que esta noche ha habido ya bastantes suicidios.
–Y bien ¿Acaso creías que ibas a escaparte de mí? ¿No estarás pensando
en no ir a la fiesta? Bueno, pues no me moveré de aquí sin ti.
–No es eso, Denis. Es solo que algo extraño está ocurriendo.
Era casi una locura. Era como si yo mismo pudiera controlar las
acciones de las personas que conocía, pero solo de esas. ¿Acaso sería todo una
especie de simulación? Todo lo que restaba era cambiar la perspectiva, pues
yo, en realidad, quería morir siendo feliz. Si tan solo pudiera ir a un mundo
donde pudiera ser comprendido, donde no me molestase la estupidez y la
simpleza de las personas, donde pudiera ser yo mismo y librarme de esta
humana esencia tan corrompida ya. Tal vez, después de todo, no era un crimen
odiar este mundo ni a sus habitantes, ni tampoco suicidarse podía ser tan malo
en el fondo, pero la vida, entonces, debería ser un poco menos insensata con
los abismos en los cuáles nos permitía caer tan profundamente.
Cada vez todo se tornaba más intolerable. No sé, cada vez todo era más
difícil. Las personas me parecían más simples y estúpidas que antes, y me era
imposible no repugnarlas. Creo que apreciaba solamente a las prostitutas y a
los borrachos, pues, en su miseria, eran más sinceros consigo mismos que todo
el resto de las hipócritas que poblaban este inmundo planeta. Creo que, en el
fondo, no estaba hecho para este mundo, pero no entendía por qué entonces
debía estar en él. Si yo no debía existir y estaba en desacuerdo con todo, si
todo me molestaba, me fastidiaba y me incomodaba, entonces ¿por qué lo
hacía? Lo único que me parecía real eran la agonía y el sufrimiento producto
de mi existencia, de una vida que jamás hubiese querido tener. ¡Cómo me
enconaba cuando pensaba de este modo!
En fin, pensé que quizá necesitaba dormir mejor. Pero justamente en ese
momento comenzó a escucharse, o al menos yo la escuché, la extraña melodía
del sueño árabe. En esta ocasión, sin embargo, era más fuerte y aguda que
nunca. Intenté taparme los oídos y hasta Denis me miró de modo raro, pero no
funcionaba. Aquel sonido demoniaco se incrustaba en mi mente de manera
misteriosa y me producía una tremenda jaqueca que no menguaba. De hecho,
ese dolor de cabeza no había parado del todo desde que había encontrado a
aquel sujeto en el hospital. Por momentos disminuía, pero nunca se iba del
todo. Y ahora, cuando escuchaba aquella melodía del sueño árabe proveniente
de quién sabe dónde, sentía que iba a desfallecer. Por suerte, el taxi aceleró en
esos momentos, el semáforo se había puesto en verde. Y, conforme nos
alejábamos de aquel sitio, me parecía también experimentar cierto alivio y
también una profunda nostalgia. No sé por qué, pero tuve de pronto la
impresión de que esa sería, tal vez, la última vez que observaría aquel edificio
y aquel escenario que tantas veces había detestado mientras me dirigía al
trabajo y de vuelta a casa. Probablemente el fin estaba ya muy cerca, más de lo
que sospechaba.
Creo que por esta fama un tanto delirante que es que Ilusiones
Ataviadas, de jueves a sábado, de las seis de la tarde hasta las cuatro de la
mañana, tenía una demanda avasallante. La fila para entrar era muy larga y
siempre se veía gente muy hermosa, tanto hombres como mujeres. Podría
decirse que era un antro casi legendario para hundirse en la perdición y
mostrarse tal cual uno era. Por eso me gustaba ir, porque ahí dentro se podía
liberar con toda confianza las verdaderas conductas de la mente. Era, por así
decirlo, casi espiritual poder entrar a Ilusiones Ataviadas y quedarse hasta que
cerrara. Al final, no nos formamos, eso fue bueno. Denis me jaló de la mano
justo en el momento en que estaba a punto de dirigirme hacia la fila para ir a
situarme en la cola. Tenía un plan, tramaba algo, y no me lo había dicho.
Era evidente que no pensaba esperar quién sabe cuánto tiempo para
entrar. Al principio creí que nos dejarían pasar tan solo porque nuestros demás
compañeros ya estaban dentro, pero no fue así. Los guardias nos bloquearon el
acceso y no tuvimos más remedio que frenarnos. Nos miraron
escrutadoramente y noté que uno de ellos, el que parecía ser el jefe, miraba a
Denis con una lujuria increíble. Sospeché de mejor forma por dónde iba el
asunto, pues Denis había desabrochado otro botón de su ya pronunciado escote
y parecía presumir sus firmes senos. Además, llevaba una minifalda muy
parecida a la que había usado el día de su cumpleaños. Tal y como lo esperaba,
se acercó al guardia principal y le susurró algo al oído. Luego, sin importarle
nada, comenzó a acariciarle el rostro y la barba hasta terminar dándole un beso
y sobándole el paquete ahí abajo. Mientras lo hacía, en determinado momento,
me miró y creo que le divirtió saber que yo la observaba, pues se aferró aún
más a aquel gorila. Para ser sincero, a mí me daba igual lo que hiciera, pero no
pude evitar pensar que era una mujerzuela que se besaba con todos porque
estaba aburrida de su miserable existencia basada en su patético matrimonio,
un esposo imbécil y unos hijos no deseados.
Era imposible pasar sin recibir dos que tres rozones y metidas de dedo.
Y, al mismo tiempo, poder uno aprovecharse de ello. Las luces de neón
invadían el techo y las paredes, dándole al lugar un aspecto único.
Definitivamente tenían que haber contratado a un diseñador para el lugar,
porque aquello era toda una obra de arte para la perdición. Había maniquíes
muy bien confeccionados mostrando sus atributos, una plataforma donde
algunas “chicas” verdaderamente hermosas y de lo más suculentas realizaban
sus bailes, tubos donde las personas podían pegarse y mostrar sus habilidades
y, sobre todo, un ambiente espectacular. Todo pintaba para que aquella noche
fuera un auténtico pandemónium de depravación, sexo y, lo mejor de todo,
muerte.
XLV
Nos costó un poco identificar a nuestro compañeros. Los estuvimos buscando
durante algunos minutos, pero la aglomeración de tantas personas y la
oscuridad, pese a las luces de neón, nos dificultaban el proceso. Denis me
tomaba de la mano y yo veía cómo casi todos y todas la deseaban. Incluso, una
mujer se atrevió a darle un buen beso en la boca, a lo cual ella no opuso la
menor resistencia. Creo que eso me excitó y pensé que había tomado una
buena decisión al haber venido a Ilusiones Ataviadas y no haberme ido a
aburrirme en casa de mis padres o a tirarme en mi cama. Al fin, hallamos a
nuestros compañeros de fiesta, quienes estaban ubicados en un rincón, muy
cerca de los sanitarios, donde, por suerte, habían conseguido hacerse con una
mesa y un buen espacio para que todos pudiésemos beber a gusto. Claro que,
conforme avanzase la noche, los cuerpos estaban destinados a unirse, tanto
como las bocas.
–Sí, es lo que veo –respondí un tanto molesto–. Pero ahora nos uniremos
a la fiesta.
–Desde luego, porque el día de hoy quiero beber como nunca –afirmó
Denis mientras tomaba una cerveza y se la bebía como agua.
–Bueno, por eso dicen que, entre peor va tu vida, mejor sabe la cerveza –
expresó Jaszki mientras brindaba con Denis.
Quince minutos antes de la media noche los tres compañeros que casi no
conocía anunciaron que se retiraban. La verdad es que no presté demasiada
atención a la plática que se desarrolló durante todo ese tiempo. Era imposible
bailar dada la cantidad tan desmesurada de personas que se había conjuntado
dentro del antro, así que lo único que quedaba era charlar, beber y pegar los
cuerpos y las bocas. Pero, hasta el momento, yo solo había bebido sin
interesarme en la conversación tan banal que se desarrollaba. Pensé que el
simple hecho de entrar en Ilusiones Ataviadas ya era algo de por sí absurdo.
Creo que me estaba ocurriendo exactamente lo contrario que siempre, pues, en
vez de animarme con cada cerveza, me deprimía más y más, hundiéndome en
un abismo casi sin fin.
–¿Cómo? ¿No te gustaría tener a alguien así para ti? –cuestionó un tanto
ensimismado Ishak.
–No creo. Digo, una noche o varias no estarían mal, pero tener algo más
me sería imposible.
–Pero ¿por qué? Yo digo que se verían bien. ¿Qué tal si ella te lo
propone? ¿Acaso no crees que dejaría a su familia por ti?
–Bueno, ¡je, je! En ese caso, no podemos hacer nada –concluyó Ishak.
–Pero ¿desde cuándo te vino esa idea del suicidio? ¿No será más bien
como un capricho? Debe haber alguna razón más profunda –comentó Jaszki.
–Ya veo, Lehnik. ¿No crees que todos tenemos un propósito en la vida?
–No creo, Ishak. Criaturas tan miserables como los humanos, infestados
de estupidez y sinsentido, no podrían tener fin alguno. A lo más, seríamos un
experimento de proporciones desconocidas. Aunque, no sé, todo es extraño.
No comprendo por qué un mundo así tiene que existir, en fin. Es un error
aferrarse a la vida, es el acto de un vil necio que jamás ha reflexionado nada.
–Entiendo, ¡je, je! Suena a algo que está fuera de nuestro alcance.
Entonces ¿nunca has sido feliz? –preguntó Jaszki.
–Tal vez, pero fue hace ya algún tiempo. Realmente feliz por completo
no creo, pero a veces pasaban cosas que me hacían sentir como si vivir valiera
la pena.
–Enamorarse…
–Sí, así es. Pero mientras dura es bueno, luego se va y todo se derrumba.
Todo se desvanece entre las lágrimas de los poemas obsequiados.
–Así es, ¡je, je! Creo que fue lo mejor, después de todo.
–Pero ahora que el amor de tu vida está muerto, ¿no sería adecuado
intentar algo con otras personas? –comentó Jaszki.
–¡Je, je! Tan bonita y tan… ¡tan puta! ¡Vaya mujercita! –exclamó Jaszki.
–¡Esas son las buenas! ¿Apoco no, Lehnik? A mí me gustan así: casadas
y putas, de las que les gusta sin condón y que te dejan venirte adentro sin
importar nada.
–¡Por supuesto! –declaré con gran voluntad–. Así es más fácil todo,
amigos.
Una vez dentro de nuevo me sentí mareado. Estaba peor que antes, ¡vaya
idea la de haber salido! Me sentía también perseguido por no sé qué cosa.
Creo que estaba alucinando, pues, de pronto, sentía como si algo me rozase el
rostro. Era como una especie de tentáculo que me alteraba por completo, que
alteraba lo más parecido a un destino que yo pudiese concebir. Intenté hallar a
Ishak y a Jaszki, pero fue en vano. Solamente el diablo podría saber dónde
estaban entre tanta gente. Como me andaba del baño, decidí que primero debía
hacer mis necesidades y que luego, con más calma, buscaría a los chicos. En
caso de no encontrar a nadie, me saldría y me regresaría solo en un taxi. Así,
avancé hacia los sanitarios sin que nada extraño ocurriera. Una vez dentro,
todo fue normal, aunque tuve que esperar un poco para hacer, pues otros
esperaban también. Cuando salí y me miré en el espejo, noté una
luminiscencia anómala en mis ojos. Era casi como si un color desconocido se
hubiese apoderado de mi mirada, y entonces lo vi. ¡Se trataba de una criatura
de proporciones megalíticas!
Entré, notando que los gemidos se hacían más intensos. No había duda:
se estaban cogiendo a alguien ahí. Analicé los sanitarios uno por uno hasta
llegar al tercero, ahí era donde se producía todo el alboroto. Creo que estaban
tan entretenidos que ni siquiera escucharon cuando abrí la puerta, la cual, por
suerte, estaba bien engrasada y no chirrió. Noté que las puertas de cada
sanitario tenían un pequeño filo por el cual era posible asomarse. Fui
cuidadoso en no acercarme demasiado y al fin lo supe, tal y como lo
sospechaba, pero de un modo un tanto más delirante: ahí dentro se encontraba
Denis y estaba siendo violentamente penetrada, pero no por un hombre.
Bueno, no como tal, sino por una demoniaca transexual. Y digo demoniaca
porque la embestía como si fuese un animal, con furia inaudita. Lo que no
supe sino hasta que cambiaron de posición es que aquella criatura, si es que
era humana en su totalidad, poseía no una, sino dos inmensas miembros,
mismas que penetraban el culo y la vagina de Denis respectivamente.
–No, claro que no. Te los voy a echar adentro de tu culo y de tu vagina al
mismo tiempo –replicó la transexual, llena de furor y delirio.
–¡Qué rico! No sabes cuánto había deseado esto toda mi vida. ¿Qué
esperas? ¡Córrete ya y derrama tu leche caliente en mi interior! ¡Quiero sentir
cómo me preñas y cómo tu semen se bate con la mierda que estoy conteniendo
en mi culo!
–¡Sí, dame con todo! ¡Ya lo quiero adentro! ¡Llévame al infierno! ¡Soy
tuya, soy tu puta por siempre!
XLVI
Sin pensarlo dos veces, entré en los sanitarios y busqué aquel donde debía
encontrarse Denis, o Akriza, mejor dicho. Ahí estaba, con el ano y la vagina
más abiertos que nunca y todos batidos de esperma. Cuando me vio se puso
hasta pálida y quiso hacer mil preguntas, quiso indagar cómo la había
encontrado y cómo es que estaba en el momento exacto en aquella realidad,
una que ahora ya no solo pertenecía a ella. Sin embargo, en lugar de un tropel
de palabras sin sentido y de gritos cervales, fue el silencio el que imperó por
completo. Lo único que hacíamos era mirarnos, y creo que, en mis ojos, ella
podía presenciar que yo no era el mismo que conocía. Así es, yo ya no era el
sujeto que tantas veces había rechazado porque sentía que amar era tan
aburrido como existir. Y, ¿cómo olvidarme de Virgil?, cuyo cadáver
seguramente seguiría descomponiéndose en el baño de mi departamento.
Tan solo unos segundos después de haberme corrido noté que Akriza me
miraba con impaciencia. Era tan hermosa. Me encantaba saber que, al fin y al
cabo, podía volver a hundirme en los brazos de Melisa, en la boca que una vez
desgarró mi carne para liberar la deidad a través de cuyas alas tendría que
volar eternamente hasta divagar en la noche de las penumbras idílicas, hasta la
noche en la que estaba condenado a descubrir el sentido del sinsentido.
Entonces, presa de una ira y una locura que ni yo mismo comprendía, busqué
en mi bolsillo absolutamente seguro de que encontraría un cuchillo. Así fue,
así era como yo debía matar mi origen y mi fin. Lo sostuve con fuerza y di la
primera puñalada justo en el lugar donde acababa de derramar mi esperma.
Luego vino otra y otra, y lo hacía de tal manera que también yo saliera
lastimado.
No había molestia alguna ni más dolor, sino que todo era paz y amor.
Salí del sanitario y me miré en el espejo. Pensé que no tenía sentido ya
engañarme, que todo había terminado sin haber comenzado nunca, no en el
exterior. Esto me causó una increíble tristeza, así que lloré como jamás en mi
vida. Sí, lloraba tan solo por hacerlo, sin requerir de un motivo que analizar,
sin una realidad qué perseguir y sin un alma que conservar. Y, tras el amargo
llanto, reí como un maldito alienado. Reí sin parar, desgarrándome la garganta
y golpeando mi reflejo en el espejo como un poseído. Todo me sangraba, la
existencia misma se despedazaba con cada golpe que daba en mí, con cada
puñetazo que sentía rebotar en mi pecho. Comprendí que primero había
llorado porque, en el fondo, nadie puede existir sin amarse por encima de todo.
Y luego me reía porque, a su vez, también sabía ahora que el suicidio no era
sino el comienzo de un nuevo sendero cuya iluminación era la sombra de mi
corazón. Reía porque creía haber asimilado que una vida humana como la mía
siempre tendería a la autodestrucción, pero que, irremediablemente, una fuerza
desconocida impedía el último grado de la perfección. Y, por último, reía
porque yo siempre había tenido razón. ¡Así es, siempre y por encima de todo!
Ni un solo momento había dudado de la verdad que todos se negaban a
aceptar, de la mentira que ahora se me mostraba como una afrodisiaca poesía
en la demencia de un universo que ya debía colapsar.
–Vaya, parece que ya nos conocíamos. ¿Ustedes son los que me han
estado molestando todo este tiempo? Y tú eres ese sujeto en el hospital, ¿no es
así?
–Dicen que la memoria puede perdurar aún después del último impacto,
pero veo que incluso se extiende. Aunque, cabe resaltar, dentro de poco
pasarás de ser “el observador” a ser “el observado”. De hecho, siempre lo has
sido. Lo único que hicimos fue darte una ilusión de libertad, una breve y
momentánea sensación de existencia, una pizca de realidad en la infinitud del
todo. Y temo decirte que te equivocas, nosotros no te hemos molestado. Solo
hicimos lo que nos atañía desde un principio: cuidar de ti. Eres un caso
extraño, aunque no por eso superior. Nos llamó la atención el rechazo y el odio
que emana de tu ser hacia aquello que debías amar. Por eso alteramos el
proceso y suplantamos el nivel ordinario de consciencia por otro donde
pudieras proyectar e interactuar con las imágenes de tu interior.
–Bien, creo que te sigo un poco. Sin embargo, aún no me queda claro
qué papel es el que desempeño yo en todo esto. ¿Acaso soy solamente
producto del azar?
–Te diré un secreto: el azar no existe. ¿Cómo puede ser posible? Estoy
seguro de que ahora creerás que intento jugar contigo, pero no. El azar es solo
otra entidad, otro fantástico e intrincado sostén para una endeble caterva de
atemorizados seres. Tan irreal y real a la vez como dios y el paraíso, así se
comporta también el azar. Todas esas palabras van de la mano: azar, destino,
casualidad, coincidencia, tiempo… Y ninguna tiene el más mínimo sentido
sino en una perspectiva tan limitada como la de ustedes. Si tú crees que
existes, entonces así será. Si tú crees que eres producto del azar, ¿quién puede
probarte que no? Mil verdades podrían ser tan ciertas como falsas, pero nunca
terminarían por darle sentido al enfoque desde el que otros miran. Tanto a ti
como a mí nos enferma existir, pero ¿acaso comprendemos qué es existir?
¿Crees que vivir es igual a existir? ¿Crees que la muerte es el símbolo de la
salvación en un universo rechazado por enfermos como tú?
–No puedes probar que lo has hecho. No puedes probar nada más allá de
ti, de lo que has elegido para transformarse en tus posibles ojos. Todo siempre
dependerá del marco de referencia en este segmento de múltiples caras.
–Porque, ante todo, yo puedo saber lo que tú solo dudas. Yo tengo una
respuesta más aproximada dentro de la total incertidumbre que impera en la
existencia.
–Creo saber por qué estoy aquí, pero quisiera entender si todo esto
ocurre solo en mí.
–No sé, solo me siento extraño. Quisiera existir, pero lejos de aquí, tal
vez en otro universo, en otro ser que no fuese yo.
–La existencia nunca fue más nauseabunda que ahora, pero creo que,
después de todo, pude llegar a apreciar los contornos de aquellos labios que
siempre me susurraron ideas raras de autodestrucción.
Eso fue lo último que miré en ese sitio. La vagina que se había
abalanzado sobre mí crujió y se cerró. Todavía sentí cómo me elevaba e
intenté sacudirme con todas mis fuerzas, pero era inútil. Al poco tiempo entré
en un estado de insoportable sopor que terminó por casi ahogarme. Y ahí
dentro aparecían las imágenes de mi vida, las personas que había creído tan
reales como yo mismo, las palabras que alguna vez habían llenado mi ser de
amor y dulzura, y que ahora solamente significaban dolor y destrucción.
Apenas y me di cuenta cuando empecé a deshacerme, cuando todo en mí se
derritió hasta quedar fundido con mi propio vómito, hasta convertirse en parte
de un charco de sangre y podredumbre. Y de él emergió un colibrí violáceo,
hermoso y muy llamativo, cuyo canto parecía decir “todo lo que existe es la
membrana de una retorcida y lúgubre muerte estelar”. Finalmente, la vagina se
abrió y yo, siendo ese líquido pestilente, me derramé en la boca de un
gigantesco yo que esperaba sentado y con la mirada en blanco, como si
acabase de fallecer. El colibrí se posó en el cerebro y comenzó a comerlo
mientras yo atravesaba el interior de la vida y la muerte en un solo plano.
Al fin, corrí sin rumbo hasta toparme con una enorme pared que decía
suicidio del múltiple yo. Pero me arrojé contra ella y la golpeé hasta que mis
manos se cayeron y, cuando quise recogerlas, me hallaba en la mano de un yo
que parecía petrificado, más gigantesco que el anterior y más bello, pero sin
vida. O eso creí hasta que abrí sus ojos y de su pecho brotaron cientos de
larvas que cayeron sobre mí y se pegaron a mi piel. Por último, exploté, pero
ya no me importaba nada. Pues mi consciencia se había trasladado a un
observador que miraba todo con indiferencia desde un prisma triangulado
encima de millones de galaxias que brotaban y morían al instante. El yo en el
que ahora me encontraba poseía la habilidad de entender a los otros yo que
seguían danzando y penetrándose, y también podía sonreír cuando volteaba la
razón para repetir mi explosión una y otra vez hasta desternillarse y escupir
pequeños trozos de corazón. El ciclo se repitió casi una eternidad, pero solo
para mí, para el yo que no podía ser dueño de sus actos. Porque, y eso lo sabía
muy bien, para el yo que solo observaba no había pasado ni un segundo. Es
más, ni siquiera se veía afectado por el irreverente concepto del tiempo. Lo
sabía porque yo también era él, yo era ellos, ¡yo era todo!