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PENSAMIENTOS ESTRANGULADOS

Emile Michel Cioran

Se está acabado, se es un muerto en vida, no cuando se deja de amar, sino de odiar.

El odio conserva: en él, en su química, reside el "misterio" de la vida.


Por algo es el mejor tónico nunca encontrado, tolerado además por cualquier organismo,
por débil que sea.

El refinamiento es signo de vitalidad deficiente, en arte, en amor y en todo.


Lo que corresponde a quien se ha rebelado demasiado es no tener ya energía más que
para la decepción.

Ante ese insecto, del tamaño de un punto, que corría por mi mesa, mi primera reacción
fue caritativa: aplastarle, pero después decidí abandonarle a su alocamiento. ¿Para qué
liberarle de él? ¡Solamente que me hubiera gustado tanto saber "adónde" iba!

Lo que espera un amigo son miramientos, mentiras, consuelos, cosas todas ellas que
implican esfuerzo, trabajo de reflexión, control de sí mismo. La permanente
preocupación de delicadeza que la amistad supone es antinatural.

¡Pronto, indiferentes o enemigos, para que se pueda respirar un poco!

La muerte es el aroma de la existencia. Sólo ella presta gusto a los instantes, sólo ella
combate su insipidez. Le debemos casi todo. Esta deuda de agradecimiento que de tarde
en tarde consentimos en pagarle es lo más reconfortante que hay en este mundo.
Después de algunas noches, debería uno cambiar de nombre, porque ya no se es el
mismo.

Cuando se sabe que todo problema no es más que un falso problema, se está
peligrosamente cerca de la salvación.

No se pide la libertad, sino apariencias de libertad. Por tales simulacros el hombre se


esfuerza desde siempre. Por lo demás, dado que la libertad no es, como se ha dicho, más
que una "sensación", ¿qué diferencia hay entre "ser" libre y "creerse" libre?

El escepticismo es la fe de los espíritus ondulantes.

Si estuviese seguro de mi indiferencia a la salvación, sería con gran diferencia el


hombre más dichoso que hubiere.

Sólo es subversivo el espíritu que pone en tela de juicio la obligación de existir. Buscar
un sentido a lo que sea es menos obra de un ingenuo que de un masoquista.

Sólo en la medida en que no nos conocemos podemos realizarnos y producir. Es


fecundo quien se engaña sobre los motivos de sus actos, aquel a quien repugna pesar sus
defectos y sus méritos, quien presiente y teme el callejón sin salida al que nos conduce
la visión exacta de nuestras capacidades.
El creador que llega a ser transparente para sí mismo, ya no crea: conocerse es ahogar
sus dones y su demonio.

¿Es imaginable un ciudadano que no posea un alma de asesino?

Apreciar solamente el pensamiento indefinido que no llega a la palabra y el


pensamiento instantáneo que vive sólo gracias a ella. La divagación y la boutade.

Un joven alemán me pide en la calle un franco. Converso con él y me cuenta que ha


recorrido medio mundo y que ha estado en la India, país del que admira a los mendigos,
a quienes se jacta de imitar. Sin embargo, no se pertenece impunemente a una nación
didáctica. Le observé pedir: parecía haber recibido cursos de mendicidad.

La naturaleza, buscando una fórmula que pudiera satisfacer a todo el mundo, escogió
finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie.

Hay en Heráclito un lado Delfos y un lado manual escolar, una mezcla de ideas
fulminantes y de rudimentos; fue un inspirado y un preceptor. Es una lástima que no
hiciera abstracción de la ciencia, que no siempre pensara fuera de ella.

He condenado con tanta frecuencia toda forma de acto, que manifestarme, de cualquier
manera que sea, me parece una impostura, por no decir una traición. -Sin embargo
continúa usted respirando. -Sí, hago como todo el mundo. Pero...

¡Qué juicio sobre los seres vivos si es verdad, como alguien ha sostenido, que lo que
perece nunca ha existido!

Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban
más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya
en la calle, ¿ Cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre
un mortal y un moribundo ? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más
evidente en el segundo caso.

Quedamos siempre anticuados por lo que admiramos. En cuanto citamos a alguien que
no sea Homero o Shakespeare, corremos el riesgo de parecer pasados de moda o
tocados de la cabeza.

Como máximo, podemos imaginar a Dios hablando francés. Jamás al Cristo. Sus
palabras pierden su encanto y su vigor en una lengua tan inadecuada para lo ingenuo o
lo sublime.

¡Interrogarse sobre el hombre durante tantos años! Imposible exagerar más el gusto por
lo malsano.

¿La rabia proviene de Dios o del Diablo ? -De los dos. ¿Cómo explicar si no que sueñe
con galaxias para pulverizarlas y no pueda consolarse de tener únicamente a su alcance
este pobre, este miserable planeta?

¿Para qué nos agitamos tanto? Para volver a ser lo que éramos antes de ser.
X., que ha fracasado en todo, se lamenta de no haber tenido un destino. -Todo lo
contrario, le digo. La serie de tus fracasos es tan notable que parece revelar un designio
providencial.

La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. iQué deficiencia demuestra
empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a
nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia.

Mi escepticismo es inseparable del vértigo, nunca he comprendido que se pueda dudar


por método.

¿Se comprenderá alguna vez el drama de un hombre que en ningún momento de su vida
ha podido olvidar el Paraíso?

Soy un filósofo aullador. Mis ideas -si ideas son- ladran: no explican nada, explotan.

El 18 de este mes, muerte de mi padre. No sé, pero siento que lo lloraré en otra ocasión.
Estoy tan ausente de mí mismo, que ni siquiera tengo fuerzas para la pesadumbre, y tan
bajo, que no puedo elevarme a la altura de un recuerdo ni de un remordimiento.

Yo podría, si acaso, mantener relaciones verdaderas con el Ser; con los seres, jamás.
El fondo de la desesperación es la duda sobre uno mismo.

24 de febrero de 1958, desde hace unos días, vuelve a rondarme la idea del suicidio.
Cierto es que pienso en él a menudo, pero una cosa es pensarlo y otra sufrir su dominio.
Acceso terrible de obsesiones negras. Me va a ser imposible durar mucho tiempo así por
mis propios medios. He agotado mi capacidad para consolarme.

Para escribir, hace falta un mínimo de interés por las cosas; es necesario creer aún que
las palabras pueden atraparlas o al menos rozarlas; yo ya no tengo ese interés ni esa fe...

París: insectos comprimidos en una caja. Ser un insecto célebre. Toda gloria es ridícula;
quien a ella aspira ha de tener en verdad el gusto por la decadencia.

No se me oculta que en todo lo que hago hay una mezcla de periodismo y metafísica.

He leído demasiado... La lectura ha devorado mi pensamiento. Cuando leo, tengo la


impresión de "hacer" algo, de justificarme ante la sociedad, de tener un empleo, de
escapar a la vergüenza de ser un ocioso... un hombre inútil e inutilizable.

Nada hay más decepcionante, frágil y falso, que una inteligencia brillante. Son
preferibles las aburridas: respetan la trivialidad, lo que de eterno tienen las cosas o las
ideas.

Albert Camus se ha matado en un accidente de coche. Ha muerto en el momento en que


todo el mundo -y tal vez el mismo también- sabía que ya nada tenía que decir y
viviendo tan sólo podía perder su desproporcionada, abusiva -ridícula incluso-, gloria.
Inmensa pena al enterarme de su muerte, anoche, a las 23 horas, en Montparnasse. Un
excelente escritor menor, pero que fue grande por haber carecido totalmente de
vulgaridad, pese a todos los honores que cayeron sobre él.
Sólo hablé con Camus una vez, en 1950, creo; he hablado mal de él muchísimo y ahora
me siento presa de un remordimiento terrible e injustificado. Ante un cadáver, sobre
todo cuando es respetable, me siento impotente. Tristeza inclasificable.

James Joyce: el hombre más orgulloso del siglo, porque quiso -y en parte alcanzó- lo
imposible con el empecinamiento de un dios loco y porque nunca transigió con el lector
y no estaba dispuesto a ser legible a toda costa. Culminar en la oscuridad.

No pierdas el tiempo criticando a los otros, censurando sus obras; haz la tuya, dedícale
todas tus horas. El resto es fárrago o infamia. Sé solidario con lo que es verdad en ti e
incluso eterno.

B.: Fue un muchacho que, cuando era pobre, me hablaba de la inanidad de la vida y,
ahora que es rico, sólo sabe contar marranadas. No se puede traicionar impunemente la
miseria. Toda forma de posesión es causa de muerte espiritual.

Sé por qué, a la edad a la que he llegado, prefiero leer a historiadores que a filósofos: es
que, por aburridos que sean los detalles relativos a un personaje o a un acontecimiento,
el desenlace de uno o de otro intriga necesariamente. Pero las ideas no tienen, ¡ay!,
desenlace.

Vivir es poder indignarse. El sabio es un hombre que ha dejado de indignarse. Por eso,
no está por encima, sino al lado, de la vida.

Cuando se quiere adoptar una decisión, lo más peligroso es consultar a otro. Aparte de
dos o tres personas, no hay ninguna otra persona en el mundo que quiera nuestro bien.

El genio francés es el genio de la fórmula. Es un pueblo al que le gustan las


definiciones, es decir, lo que menos relación tiene con las cosas.

Lo que temo no es la muerte, sino la vida. Por mucho que me remonte en la memoria,
siempre me ha parecido insondable y aterradora. Mi incapacidad para insertarme en ella.
Miedo, además, de los hombres, como si perteneciera a otra especie. Siempre el
sentimiento de que en ningún punto coincidían mis intereses con los suyos.

Los dos pueblos que más he admirado: los alemanes y los judíos. Esa doble admiración
-que después de Hitler, es incompatible- me ha conducido a situaciones como mínimo
delicadas y ha suscitado en mi vida conflictos que preferiría haberme evitado.

Los pesimistas no tienen razón: vista de lejos, la vida nada tiene de trágica, sólo lo es de
cerca observada en detalle. La vista de conjunto la vuelve inútil y cómica. Y eso es
aplicable a nuestra experiencia íntima.

Ionesco me dice que en el monólogo de Hamlet sólo hay trivialidades. Es posible, pero
esas trivialidades agotan lo esencial de nuestras interrogaciones. Las cosas profundas no
necesitan originalidad.

La palabra que más se me viene a la cabeza, tanto si estoy fuera como si estoy en casa,
es engaño. Por sí sola resume toda mi filosofía.
El Parásito de los poetas, (en El pensador de ocasión, Breviarios de
podredumbre de E. M. Cioran)

I. No puede haber desenlace para la vida de un poeta. Todo lo que no ha


emprendido, todos los instantes alimentados con lo inaccesible, le dan su poder.
¿Experimenta el inconveniente de existir? Entonces su facultad de expresión se
reafirma, su aliento se dilata.

Una biografía solo es legítima si hace evidente la elasticidad de un destino, la suma


de variantes que comporta. Pero el poeta sigue una línea de fatalidad cuyo rigor
nada flexibiliza. La vida les toca en suerte a los filisteos; y para suplir lo que no han
tenido se han inventado las biografías de los poetas...

La poesía expresa la esencia de lo que no podríamos poseer; su significación


última: la imposibilidad de toda "actualidad". La alegría no es un sentimiento
poético. (Proviene, sin embargo, de un sector del universo lírico donde el azar
reúne, en un mismo haz, las llamas y las estupideces.) ¿Se ha visto alguna vez un
canto de esperanza que no inspirase una sensación de malestar, incluso de
repulsión? Y ¿cómo cantar una presencia cuando incluso lo posible está manchado
por una sombra de vulgaridad? Entre la poesía y la esperanza, la incompatibilidad
es completa; de este modo el poeta es víctima de una ardiente descomposición.
¿Quién se atrevería a preguntarle como ha experimentado la vida, cuando ha vivido
gracias a la muerte? Cuando sucumbe a la tentación, pertenece a la comedia... Pero
si, por el contrario, de sus llagas brotan llamaradas, y canta a la felicidad - esa
incandescencia voluptuosa de la desdicha - se sustrae al matiz de vulgaridad
inherente a todo acento positivo. Es Hölderlin refugiándose en una Grecia soñada y
transfigurando el amor en embriagueces más puras, en las de la irrealidad...

El poeta sería un tránsfuga odioso de la realidad si en su huida no llevase consigo


su desdicha. Al contrario del místico o el sabio, no sabría escapar a sí mismo ni
evadirse del centro de su propia obsesión: incluso sus éxtasis son incurables, y
signos premonitorios de desastres. Inepto para salvarse, para él todo es posible,
salvo su vida...

II. En esto reconozco a un verdadero poeta: frecuentándole, viviendo largo tiempo


en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí: no tanto mis inclinaciones o mis
gustos como mi propia sangre, como si una dolencia sutil se hubiera introducido en
ella para alterar su curso, su espesor, su calidad. Valéry o Stefan George nos dejan
allí donde les abordamos, o nos vuelven más exigentes en el plano formal del
espíritu: son genios de los que no sentimos necesidad, solo son artistas. Pero un
Shelley, pero un Baudelaire, pero un Rilke intervienen en lo más profundo de
nuestro organismo, que se los apropia como lo haría con su vicio. En su proximidad,
un cuerpo se fortifica, y luego se ablanda y se desagrega. Pues el poeta es un
agente de destrucción, un virus, una enfermedad disfrazada y el peligro más grave,
aunque maravillosamente impreciso, para nuestros glóbulos rojos. ¿Vivir en su
territorio? Es sentir adelgazarce la sangre, es soñar un paraíso de la anemia, y oír,
en las venas, el fluir de las lágrimas...

III. Mientras que el verso lo permite todo, y en él podéis verter lagrimas,


vergüenzas, éxtasis y sobre todo quejas, la prosa os prohibe expansionaros o
lamentaros: repugna a su abstracción convencional. Exige otras verdades
controlables, deducidas, mesuradas. Pero, ¿y si se robasen las de la poesía, si se
saquease su tema, y si uno se atreviese a tanto como los poetas? ¿Por qué no
insinuar en el discurso nuestras indecencias, nuestras humillaciones, nuestras
muecas y nuestros suspiros? ¿Por qué no estar descompuesto, podrido, ser cadáver,
ángel o Satán en el lenguaje de lo vulgar, y traicionar patéticamente tantos aéreos
y siniestros vuelos? Mucho mejor que en la escuela de los filósofos, es en la de los
poetas en la que se aprende el valor de la inteligencia y la audacia de ser uno
mismo. Sus "afirmaciones" hacen palidecer los apotegmas más extrañamente
impertinentes de los antiguos sofistas. Nadie las adopta: ¿hubo jamás un solo
pensador que fuese tan lejos como Baudelaire o que se atreviese a transformar en
sistema una fulguración de Lear o un monologo de Hamlet? Quizá Nietzsche antes
de su fin, pero, ay, se obstinaba aún en sus estribillos de profeta... Buscaremos del
lado de los santos ? Ciertos frenesíes de Teresa de Ávila o Ángeles de Foligno...Pero
se encuentra demasiado a menudo a Dios, ese sinsentido consolador que,
apuntando su valor disminuye su calidad. Pasearse sin convicciones y solo no es
propio de un hombre, ni siquiera de un santo; a veces, sin embargo, lo es de un
poeta...

Imagino a un pensador exclamando en un movimiento de orgullo: "Me gustaría que


un poeta se fabricase un destino con mis pensamientos!". Pero para que su
aspiración fuese legítima, haría falta que él mismo frecuentase largo tiempo a los
poetas, que sacase de ellos delicias de maldición, y que les devolviese, abstracta y
acabada, la imagen de sus propias caídas o de sus propios delirios; haría falta
sobretodo que sucumbiese en el umbral del canto, e, himno vivo más allá de la
inspiración, que conociese el pesar de no ser poeta, de no estar iniciado en la
"ciencia de las lágrimas", en los azotes del corazón, en las orgías formales, en las
inmortalidades del instante...

...Muchas veces he soñado con un monstruo melancólico y erudito, versado en


todos los idiomas, íntimo de todos los versos y de todas las almas, y que errase por
el mundo para nutrirse de venenos, de fervores, de éxtasis, a través de las Persias,
las Chinas, las Indias muertas, y las Europas moribundas, muchas veces he soñado
con un amigo de los poetas que los hubiese conocido a todos por desesperación de
no ser de los suyos.

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