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Ante ese insecto, del tamaño de un punto, que corría por mi mesa, mi primera reacción
fue caritativa: aplastarle, pero después decidí abandonarle a su alocamiento. ¿Para qué
liberarle de él? ¡Solamente que me hubiera gustado tanto saber "adónde" iba!
Lo que espera un amigo son miramientos, mentiras, consuelos, cosas todas ellas que
implican esfuerzo, trabajo de reflexión, control de sí mismo. La permanente
preocupación de delicadeza que la amistad supone es antinatural.
La muerte es el aroma de la existencia. Sólo ella presta gusto a los instantes, sólo ella
combate su insipidez. Le debemos casi todo. Esta deuda de agradecimiento que de tarde
en tarde consentimos en pagarle es lo más reconfortante que hay en este mundo.
Después de algunas noches, debería uno cambiar de nombre, porque ya no se es el
mismo.
Cuando se sabe que todo problema no es más que un falso problema, se está
peligrosamente cerca de la salvación.
Sólo es subversivo el espíritu que pone en tela de juicio la obligación de existir. Buscar
un sentido a lo que sea es menos obra de un ingenuo que de un masoquista.
La naturaleza, buscando una fórmula que pudiera satisfacer a todo el mundo, escogió
finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie.
Hay en Heráclito un lado Delfos y un lado manual escolar, una mezcla de ideas
fulminantes y de rudimentos; fue un inspirado y un preceptor. Es una lástima que no
hiciera abstracción de la ciencia, que no siempre pensara fuera de ella.
He condenado con tanta frecuencia toda forma de acto, que manifestarme, de cualquier
manera que sea, me parece una impostura, por no decir una traición. -Sin embargo
continúa usted respirando. -Sí, hago como todo el mundo. Pero...
¡Qué juicio sobre los seres vivos si es verdad, como alguien ha sostenido, que lo que
perece nunca ha existido!
Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban
más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya
en la calle, ¿ Cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre
un mortal y un moribundo ? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más
evidente en el segundo caso.
Quedamos siempre anticuados por lo que admiramos. En cuanto citamos a alguien que
no sea Homero o Shakespeare, corremos el riesgo de parecer pasados de moda o
tocados de la cabeza.
Como máximo, podemos imaginar a Dios hablando francés. Jamás al Cristo. Sus
palabras pierden su encanto y su vigor en una lengua tan inadecuada para lo ingenuo o
lo sublime.
¡Interrogarse sobre el hombre durante tantos años! Imposible exagerar más el gusto por
lo malsano.
¿La rabia proviene de Dios o del Diablo ? -De los dos. ¿Cómo explicar si no que sueñe
con galaxias para pulverizarlas y no pueda consolarse de tener únicamente a su alcance
este pobre, este miserable planeta?
¿Para qué nos agitamos tanto? Para volver a ser lo que éramos antes de ser.
X., que ha fracasado en todo, se lamenta de no haber tenido un destino. -Todo lo
contrario, le digo. La serie de tus fracasos es tan notable que parece revelar un designio
providencial.
La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. iQué deficiencia demuestra
empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a
nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia.
¿Se comprenderá alguna vez el drama de un hombre que en ningún momento de su vida
ha podido olvidar el Paraíso?
Soy un filósofo aullador. Mis ideas -si ideas son- ladran: no explican nada, explotan.
El 18 de este mes, muerte de mi padre. No sé, pero siento que lo lloraré en otra ocasión.
Estoy tan ausente de mí mismo, que ni siquiera tengo fuerzas para la pesadumbre, y tan
bajo, que no puedo elevarme a la altura de un recuerdo ni de un remordimiento.
Yo podría, si acaso, mantener relaciones verdaderas con el Ser; con los seres, jamás.
El fondo de la desesperación es la duda sobre uno mismo.
24 de febrero de 1958, desde hace unos días, vuelve a rondarme la idea del suicidio.
Cierto es que pienso en él a menudo, pero una cosa es pensarlo y otra sufrir su dominio.
Acceso terrible de obsesiones negras. Me va a ser imposible durar mucho tiempo así por
mis propios medios. He agotado mi capacidad para consolarme.
Para escribir, hace falta un mínimo de interés por las cosas; es necesario creer aún que
las palabras pueden atraparlas o al menos rozarlas; yo ya no tengo ese interés ni esa fe...
París: insectos comprimidos en una caja. Ser un insecto célebre. Toda gloria es ridícula;
quien a ella aspira ha de tener en verdad el gusto por la decadencia.
No se me oculta que en todo lo que hago hay una mezcla de periodismo y metafísica.
Nada hay más decepcionante, frágil y falso, que una inteligencia brillante. Son
preferibles las aburridas: respetan la trivialidad, lo que de eterno tienen las cosas o las
ideas.
James Joyce: el hombre más orgulloso del siglo, porque quiso -y en parte alcanzó- lo
imposible con el empecinamiento de un dios loco y porque nunca transigió con el lector
y no estaba dispuesto a ser legible a toda costa. Culminar en la oscuridad.
No pierdas el tiempo criticando a los otros, censurando sus obras; haz la tuya, dedícale
todas tus horas. El resto es fárrago o infamia. Sé solidario con lo que es verdad en ti e
incluso eterno.
B.: Fue un muchacho que, cuando era pobre, me hablaba de la inanidad de la vida y,
ahora que es rico, sólo sabe contar marranadas. No se puede traicionar impunemente la
miseria. Toda forma de posesión es causa de muerte espiritual.
Sé por qué, a la edad a la que he llegado, prefiero leer a historiadores que a filósofos: es
que, por aburridos que sean los detalles relativos a un personaje o a un acontecimiento,
el desenlace de uno o de otro intriga necesariamente. Pero las ideas no tienen, ¡ay!,
desenlace.
Vivir es poder indignarse. El sabio es un hombre que ha dejado de indignarse. Por eso,
no está por encima, sino al lado, de la vida.
Cuando se quiere adoptar una decisión, lo más peligroso es consultar a otro. Aparte de
dos o tres personas, no hay ninguna otra persona en el mundo que quiera nuestro bien.
Lo que temo no es la muerte, sino la vida. Por mucho que me remonte en la memoria,
siempre me ha parecido insondable y aterradora. Mi incapacidad para insertarme en ella.
Miedo, además, de los hombres, como si perteneciera a otra especie. Siempre el
sentimiento de que en ningún punto coincidían mis intereses con los suyos.
Los dos pueblos que más he admirado: los alemanes y los judíos. Esa doble admiración
-que después de Hitler, es incompatible- me ha conducido a situaciones como mínimo
delicadas y ha suscitado en mi vida conflictos que preferiría haberme evitado.
Los pesimistas no tienen razón: vista de lejos, la vida nada tiene de trágica, sólo lo es de
cerca observada en detalle. La vista de conjunto la vuelve inútil y cómica. Y eso es
aplicable a nuestra experiencia íntima.
Ionesco me dice que en el monólogo de Hamlet sólo hay trivialidades. Es posible, pero
esas trivialidades agotan lo esencial de nuestras interrogaciones. Las cosas profundas no
necesitan originalidad.
La palabra que más se me viene a la cabeza, tanto si estoy fuera como si estoy en casa,
es engaño. Por sí sola resume toda mi filosofía.
El Parásito de los poetas, (en El pensador de ocasión, Breviarios de
podredumbre de E. M. Cioran)