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Dado que el dolor de la pericarditis puede simular el del infarto agudo de miocardio o el
infarto pulmonar, pueden ser necesarias otras pruebas (p. ej., medición de los marcadores
cardíacos séricos, gammagrafía pulmonar) cuando los hallazgos en la anamnesis y el ECG
no son típicos de la pericarditis. La concentración de troponina suele estar aumentada en la
pericarditis aguda secundaria a inflamación epicárdica, de manera que no permite distinguir
entre pericarditis, infarto agudo y embolia pulmonar. Los niveles de troponina muy altos
pueden indicar miopericarditis. La concentración de creatina cinasa (CK), que es menos
sensible que el nivel de troponina, suele ser normal en la pericarditis aguda, excepto en
presencia de miocarditis concomitante.
Los síndromes pospericardiotomía y posinfarto de miocardio pueden ser difíciles de
identificar y deben diferenciarse del infarto de miocardio reciente, la embolia pulmonar y la
infección pericárdica posoperatoria. El dolor, el roce y la fiebre que aparecen entre 2
semanas y varios meses después de la operación y responden rápidamente a la aspirina,
antiinflamatorios no esteroides (AINE), colchicina o corticosteroides contribuyen a
establecer el diagnóstico.
Derrame pericárdico
El diagnóstico se sospecha en función de los hallazgos en la evaluación clínica, pero a
menudo sólo se considera después de observar la silueta cardíaca agrandada en la
radiografía de tórax. En el ECG, el voltaje del complejo QRS suele disminuir y el ritmo
sinusal está preservado en alrededor del 90% de los pacientes. En pacientes con derrames
grandes crónicos, el ECG puede mostrar alternancia eléctrica (es decir que la amplitud de
las ondas P, QRS o T aumenta y disminuye en latidos alternados). La alternancia eléctrica
se asocia con variaciones en la posición del corazón (corazón que se balancea).
Radiografía torácica de un paciente con derrame pericárdico
© 2017 ELLIOT K. FISHMAN, MD.
La ecocardiografía calcula el volumen de líquido pericárdico; identifica el taponamiento
cardíaco, la miocarditis aguda y/o la insuficiencia cardíaca; y puede sugerir la causa de la
pericarditis.
Los pacientes con ECG normal, derrame pequeño (< 50 mL) y ausencia de signos
sospechosos en la anamnesis y el examen físico pueden controlarse con exámenes y
ecocardiogramas seriados. Otros pacientes deben someterse a otras pruebas para determinar
la etiología.
Pericarditis constrictiva
El diagnóstico puede sospecharse por el examen clínico, el ECG, la radiografía de tórax y
la ecocardiografía Doppler, pero a menudo deben solicitarse cateterismo cardíaco y
tomografía computarizada (TC) (o resonancia magnética). A veces se requiere una biopsia
cardíaca derecha para excluir una miocardiopatía restrictiva.
Los cambios en el ECG son inespecíficos. El voltaje del complejo QRS suele ser bajo. Las
ondas T en general son anormales pero inespecíficas. Alrededor de una tercera parte de los
pacientes experimenta fibrilación auricular, pero el aleteo auricular es menos frecuente.
Con frecuencia, la radiografía de tórax lateral muestra mejor la calcificación pericárdica,
pero el hallazgo también es inespecífico.
Radiografía torácica de un paciente con ericarditis constrictiva
© 2017 ELLIOT K. FISHMAN, MD.
La ecocardiografía también es inespecífica. Cuando las presiones de llenado de los
ventrículos derecho e izquierdo aumentan en forma equivalente, la ecocardiografía Doppler
ayuda a distinguir entre la pericarditis constrictiva y la miocardiopatía restrictiva.
Durante la inspiración, la velocidad del flujo diastólico mitral disminuye > 25% en
la pericarditis constrictiva, pero < 15% en la miocardiopatía restrictiva.
En la pericarditis constrictiva, la velocidad del flujo tricuspídeo inspiratorio
aumenta más que en condiciones normales, pero esto no sucede en la
miocardiopatía restrictiva.
La determinación de las velocidades del flujo en el anillo mitral puede ser útil cuando la
presión excesiva en la aurícula izquierda disminuye la variación respiratoria de las
velocidades transvalvulares. Las velocidades anulares mitrales (especialmente en la
ubicación septal) aumentan en la pericarditis constrictiva; disminuyen en la miocardiopatía
restrictiva.
La presencia de un rebote septal (desplazamiento del tabique interventricular hacia el
ventrículo izquierdo durante la inspiración y contra el ventrículo izquierdo durante la
espiración) también puede ser visible en la pericarditis constrictiva.
Se efectúa cateterismo cardiaco, derecho e izquierdo solo si los hallazgos clínicos y
ecocardiográficos sugieren pericarditis constrictiva. El cateterismo cardíaco ayuda a
confirmar y cuantificar la hemodinámica anormal que define la pericarditis constrictiva:
La presión media de oclusión en la arteria pulmonar (presión capilar pulmonar de
enclavamiento), la presión diastólica en la arteria pulmonar, la presión de fin de
diástole del ventrículo derecho y la presión media de la aurícula derecha oscilan
entre 10 y 30 mm Hg.
La arteria pulmonar y las presiones sistólicas del ventrículo derecho son normales o
están algo aumentadas, de manera que las presiones del pulso son bajas.
En la curva de presión de la aurícula, los descensos de x e y se acentúan en forma
típica.
En la curva de presión ventricular, descenso diastólico que coincide con el llenado
ventricular rápido.
Durante la inspiración máxima, la presión en el ventrículo derecho aumenta cuando
la presión del ventrículo izquierdo es más baja (a veces denominado imagen
especular discordante, lo que sugiere una mayor interdependencia ventricular).
Dado que el llenado ventricular está restringido, el registro de la presión ventricular
revela una depresión súbita seguida por una meseta (semejante al signo de la raíz
cuadrada) durante la protodiástole.
La medición de estos cambios requiere el cateterismo cardíaco derecho e izquierdo
simultáneo, utilizando transductores separados. Estos cambios hemodinámicos casi siempre
se asocian con pericarditis constrictiva significativa, pero pueden estar enmascarados
durante una hipovolemia.
En la miocardiopatía restrictiva, a menudo se ve una presión sistólica ventricular
derecha > 50 mm Hg, pero estos valores son menos frecuentes en la pericarditis
constrictiva. La equivalencia de la presión de oclusión de la arteria pulmonar con la presión
media de la aurícula derecha asociada con un descenso protodiástolico en la curva de
presión ventricular con ondas x e y grandes en la curva de la aurícula derecha puede indicar
cualquiera de los dos trastornos.
La TC o la resonancia magnética (RM) pueden hallar un engrosamiento pericárdico > 5
mm
Un espesor > 5 mm con cambios hemodinámicos típicos (evaluados por
ecocardiografía y cateterismo) puede confirmar la pericarditis constrictiva.
En ausencia de engrosamiento pericárdico o de líquido, el diagnóstico de
miocardiopatía restrictiva es más probable pero no es posible confirmarlo.
Un espesor pericárdico normal no excluye una pericarditis constrictiva.
Tomografía computarizada de un paciente con pericarditis constrictiva
© 2017 ELLIOT K. FISHMAN, MD.
La RM cardíaca, específicamente el grado de realce tardío del pericardio con gadolinio ,
puede ayudar a identificar a los pacientes en los cuales será posible revertir o resolver la
constricción.
Taponamiento cardíaco
El bajo voltaje y la alternancia eléctrica en el ECG sugieren un taponamiento cardíaco, pero
estos hallazgos carecen de sensibilidad y especificidad. Cuando se sospecha un
taponamiento, debe solicitarse una ecocardiografía, ya que incluso un pequeño retraso
puede amenazar la vida del paciente. Luego, debe realizarse una pericardiocentesis de
inmediato para confirmar el diagnóstico e implementar el tratamiento. En el
ecocardiograma, la variación respiratoria del flujo transvalvular y el venoso y la
compresión o el colapso de las cámaras cardíacas derechas en presencia de derrame
pericárdico avalan el diagnóstico.
Perlas y errores
El taponamiento cardíaco significativo es un diagnóstico clínico; los hallazgos
ecocardiográficos solos no son una indicación de pericardiocentesis.
Si se sospecha un taponamiento, puede usarse un cateterismo cardíaco derecho (con catéter
de Swan-Ganz). En el taponamiento cardíaco:
No se identifica una muesca protodiastólica en el registro de presión ventricular.
Las presiones diastólicas están elevadas (aproximadamente 10 a 30 mm Hg) y son
iguales en todas las cámaras cardíacas y en la arteria pulmonar.
En la curva de presión auricular, el descenso x se preserva y el descenso y se pierde.
En cambio, en los estados congestivos graves secundarios a miocardiopatía dilatada, la
presión de oclusión de la arteria pulmonar o la presión diastólica del ventrículo izquierdo
suelen superar la presión media de la aurícula derecha y la presión diastólica del ventrículo
derecho en ≥ 4 mm Hg.
Diagnóstico de la causa
Una vez diagnosticada la pericarditis, deben solicitarse pruebas para establecer la etiología
y los efectos sobre la función cardíaca. En un adulto joven previamente sano que consulta
debido a una infección viral con pericarditis aguda, no suele ser necesaria una evaluación
extensa. La distinción de la pericarditis idiopática suele ser difícil, costosa y en general
posee escasa utilidad en la práctica.
En otros casos puede ser necesaria una biopsia de tejido pericárdico o una aspiración de
líquido pericárdico para confirmar el diagnóstico. La tinción ácido-resistente y los cultivos
de líquido pericárdico son esenciales si se considera la posibilidad de tuberculosis (la
pericarditis tuberculosa puede ser agresiva y empeorar rápidamente con el tratamiento con
corticosteroides). Las muestras deben examinarse en busca de células malignas. No
obstante, en general no se considera necesario drenar todo un derrame pericárdico
recientemente identificado para confirmar el diagnóstico. El derrame persistente (que suele
durar > 3 meses) o progresivo, en particular cuando la etiología es incierta, también
justifica la indicación de una pericardiocentesis.
La selección entre la pericardiocentesis con aguja y el drenaje quirúrgico depende de los
recursos institucionales y de la experiencia del médico, la etiología del derrame, la
necesidad de obtener muestras de tejido para el diagnóstico y el pronóstico del paciente. La
pericardiocentesis con aguja suele considerarse la mejor opción cuando se conoce la
etiología o cuando el diagnóstico de taponamiento es dudoso. El drenaje quirúrgico se
prefiere si se confirma un taponamiento de etiología incierta.
Las pruebas de laboratorio que se realizan en el líquido pericárdico suelen ofrecer
resultados inespecíficos, excepto el cultivo y la citología. No obstante, a menudo es posible
establecer diagnósticos específicos con análisis visuales, citológicos e inmunitarios más
modernos del líquido obtenido por biopsia bajo guía pericardioscópica.
El cateterismo cardíaco puede ser útil para evaluar la pericarditis e identificar la causa del
deterioro de la función cardíaca.
La TC o la RM pueden contribuir a la identificación de metástasis, aunque en general la
ecocardiografía es suficiente.
Otras pruebas abarcan hemograma completo, medición de reactantes de fase aguda, panel
químico convencional, cultivos, pruebas autoinmunitarias y, cuando se considere
apropiado, pruebas para detectar HIV, fijación de complemento para histoplasmosis (en
áreas endémicas), y pruebas de anticuerpos para el virus coxsackie, el de la gripe, echovirus
y estreptococos. Las pruebas de anticuerpos anti-DNA y anti-RNA pueden ofrecer
resultados orientadores. Se hace una prueba cutánea de PPD, pero puede dar resultados
falsos negativos; la pericarditis tuberculosa se puede descartar únicamente por cultivo de
líquido pericárdico para bacilos ácido-alcohol resistentes.
Tratamiento
Varía según la causa
AINE, colchicina, y, con escasa frecuencia, corticosteroides para el dolor y la
inflamación.
Pericardiocentesis para el taponamiento y los derrames grandes
En ocasiones, fármacos por vía intrapericárdica (p. ej., triamcinolona)
La pericarditis constrictiva a veces requiere resección pericárdica
Tratamiento de la causa subyacente (p. ej., cáncer)
Se requiere la hospitalización para algunos pacientes con un episodio inicial de pericarditis
aguda, particularmente aquellos con derrames moderados o grandes o con características de
alto riesgo, tales como la temperatura elevada, la presentación subaguda, inmunosupresión,
traumatismo reciente, terapia anticoagulante oral, falta de respuesta a un curso inicial de
aspirina o AINE, y miopericarditis. Se necesita hospitalización para determinar la etiología
y para evaluar el desarrollo de taponamiento cardiaco. En los pacientes que no están
hospitalizados es importante un seguimiento estricto y precoz. Deben suspenderse los
fármacos que pueden causar el cuadro (p. ej., anticoagulantes, procainamida, fenitoína). En
presencia de taponamiento cardíaco, es preciso llevar a cabo una pericardiocentesis
inmediata (ver figura Pericardiocentesis.); la extracción de incluso un pequeño volumen de
líquido puede salvar la vida del paciente.
Percardiocentesis.
El dolor generalmente se puede controlar con colchicina o aspirina 325-650 mg por vía oral
cada 4 a 6 horas u otros AINE (p. ej., ibuprofeno 600 a 800 mg por vía oral cada 6 a 8 hs).
La intensidad del tratamiento depende de las molestias que experimenta el paciente. El
dolor intenso puede requerir opioides. La colchicina en dosis de 0,5 a 1 mg por vía oral una
vez/día durante 3 meses como tratamiento adyuvante disminuye significativamente la tasa
de recurrencias y la persistencia de los síntomas en pacientes con un primer episodio de
pericarditis aguda y cada vez más se está utilizando como terapia de primera línea.
Aunque la mayoría de los casos leves de pericarditis idiopática y viral responden bien en el
lapso de una semana, la duración óptima del tratamiento no está clara. Por lo general, los
pacientes deben ser tratados al menos hasta que se haya resuelto cualquier derrame y
evidencia de inflamación (p. ej., valor de eritrosedimentación o niveles de proteína C
reactiva).Los corticosteroides (p. ej., prednisona 60 a 80 mg por vía oral una vez/día
durante 1 semana, seguido por una rápida disminución de la dosis) se pueden utilizar en
pacientes con indicaciones específicas (p. ej., trastorno del tejido conectivo, pericarditis
autoinmune o urémica, falta de respuesta a la colchicina o AINE), pero no se dan de forma
rutinaria, ya que estimulan la multiplicación viral y la recurrencia es común cuando se
reduce la dosis; la colchicina puede ser particularmente útil durante el ajuste de dosis. Debe
excluirse una pericarditis tuberculosa y piógena antes de comenzar el tratamiento con
corticoides. La instilación intrapericárdica de triamcinolona 300 mg/m2 evita los efectos
adversos sistémicos y es muy eficaz, pero en general se reserva para pacientes con
enfermedad recurrente o refractaria.
Los anticoagulantes suelen estar contraindicados en la pericarditis aguda porque pueden
ocasionar sangrado intrapericárdico e incluso un taponamiento cardíaco mortal; no
obstante, pueden usarse en la pericarditis inicial que complica un infarto agudo de
miocardio. Con escasa frecuencia, debe llevarse a cabo una resección pericárdica.
Las recurrencias dolorosas de la pericarditis pueden responder a los AINE y/o 0,5 mg de
colchicina por vía oral dos veces al día durante 6 a 12 meses con una reducción gradual. Si
estos medicamentos no son suficientes, se pueden intentar los corticoides, si se supone que
la causa no es infecciosa.
Las infecciones se tratan con antibióticos específicos. En este caso, a menudo el drenaje
debe ser completo.
En el síndrome pospericardiotomía, el síndrome posinfarto de miocardio o la pericarditis
idiopática, no se indican antibióticos. Un AINE en dosis máximas puede controlar el dolor
y el derrame. Cuando se requiere prednisona para controlar el dolor, la fiebre y el derrame,
deben usarse entre 20 y 60 mg por vía oral 1 vez al día durante 3 o 4 días. Si la respuesta es
satisfactoria, la dosis se reduce gradualmente y el fármaco puede suspenderse en 7 a 14
días. Sin embargo, en ocasiones se requieren varios meses de tratamiento. Colchicina 1 mg
por vía oral una vez/día después de una carga de 2 mg durante 30 días, a partir del día 3 del
posoperatorio para reducir la incidencia del síndrome de pospericardiotomía después de la
cirugía cardíaca.
En la pericarditis secundaria a fiebre reumática, otra enfermedad del tejido conectivo o un
tumor, el tratamiento está destinado al trastorno subyacente.
En el derrame pericárdico provocado por un traumatismo, a menudo debe indicarse la
cirugía para reparar la lesión y eliminar la sangre del pericardio.
La pericarditis causada por uremia puede responder a un aumento de la frecuencia de la
hemodiálisis, aspiración o corticoides por vía intrapericárdica o sistémica. La
administración intrapericárdica de triamcinolona puede ser útil.
La mejor manera de tratar un derrame crónico es tratar la causa, siempre que se conozca.
Los derrames sintomáticos recidivantes o persistentes pueden manejarse con
pericardiotomía con balón o la confección de una ventana pericárdica mediante cirugía. Los
derrames asintomáticos de etiología desconocida pueden requerir sólo observación.
En la pericarditis constrictiva crónica, la congestión puede reducirse mediante restricción
de la sal y diuréticos. Sólo debe usarse digoxina si se encuentran arritmias auriculares o una
disfunción sistólica ventricular. Los pacientes con pericarditis constrictiva sintomática (p.
ej., con disnea, aumento de peso inexplicable, un nuevo derrame pleural o aumento del
mismo, o ascitis) y aquellos con marcadores de constricción crónica (p. ej., caquexia,
fibrilación auricular, disfunción hepática, calcificación pericárdica) por lo general requieren
resección pericárdica . No obstante, los pacientes con síntomas leves, calcificaciones
abundantes o lesión miocárdica extensa pueden no ser buenos candidados a la cirugía.
La tasa de mortalidad asociada con la resección pericárdica puede aproximarse al 40% en
pacientes con clase funcional IV de la clasificación de la New York Heart Association
(NYHA, Asociación de Cardiología de Nueva York) (ver Clasificación de insuficiencia
cardíaca de la New York Heart Association (NYHA)). Los pacientes con pericarditis
constrictiva secundaria a radioterapia o a una enfermedad del tejido conectivo tienen más
probabilidades de presentar una lesión miocárdica significativa y pueden no beneficiarse
con la resección pericárdica. En pacientes con pericarditis constrictiva recién
diagnosticados que están hemodinámicamente estables y sin evidencia de constricción
crónica se puede intentar un tratamiento de 2 a 3 meses con antiinflamatorios, en lugar de la
pericardiectomía.
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