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Resumen de
Año 1994
Sumario
● 1. Comparación de la visión clásica y la moderna
○ 1.1. La visión clásica
○ 1.2. Modelo iusnaturalista
● 2. Notas esenciales del nuevo modelo
○ 2.1. El problema de la obediencia
○ 2.2. El estado de naturaleza
○ 2.3. La sociedad civil
○ 2.4. El problema de la representación
○ 2.5. El estado de derecho
● 3. Marco histórico-cultural del iusnaturalismo
○ 3.1. Secularización – la racionalidad barroca
○ 3.2. Respeto del foro interno – crítica del Iluminismo a la racionalidad barroca
○ 3.3. Dilema interno de la racionalidad barroca (absolutista)
● 4. Núcleo conceptual del iusnaturalismo
○ 4.1.
○ 4.2.
1. Comparación de la visión clásica
y la moderna
Los modernos critican al paradigma clásico el haber elevado a verdad de absoluta los rasgos de su
situación, en particular: (a) la politicidad natural del hombre y (b) la preeminencia organicista del
todo por sobre las partes. Ambos llevan a ver las diferencias socioculturales como reflejo de un
orden metafísico.
Politicidad natural:
El paradigma clásico supone (a) que la buena vida es posible sólo en la pólis, y que ésta surge
gradualmente de la familia por agregación de unidades en unidades mayores; (b) que el proceso
que lleva de la familia al Estado no puede ser alterado por la voluntad del hombre; las
sociedades no se establecen por decisión, sino naturalmente, y las funciones y jerarquías naturales
de la familia se mantienen hasta la pólis.
Organicismo:
La salud del cuerpo social, y la realización del bien común, dependen de que cada uno de los
miembros desempeñe exclusivamente la función que le es propia, sin pretender sobrepasar
sus límites y condición naturales. La participación de los hombres libres es posible sobre la base de
la exclusión de los no-libres: mujeres, esclavos, niños, extranjeros, trabajadores manuales. La
finalidad a la que tiende el organismo social es la autarquía.
Conocer no significa conocer la esencia y el fin de algo, sino las leyes de su movimiento. Se separa
también la perfección moral de la perfección física o metafísica: se produce una secularización del
saber, con lo cual (a) se desencanta la naturaleza; (b) el saber se desentiende de cuestiones
morales. Con ello las cuestiones prácticas encuentran su fundamento en la voluntad libre del
individuo movido por intereses personales, que decide (por conveniencia) vivir en sociedad civil, y
da su consentimiento a un soberano.
El hombre es concebido como (a) cogito, con lo cual hace posible el conocimiento al renunciar a
un conocimiento de la esencia de las cosas; (b) voluntad libre, con lo cual todo orden (teórico,
moral y político) es un constructo que se asienta sobre la acción del sujeto
distinción entre ser y deber ser: hay una serie de escisiones implicadas en el sujeto moderno,
vinculadas con esta dicotomía:
El Yo moderno es una metonimia de la opinión pública: los criterios últimos por los cuales los
hombres operan comunicativamente son cláusulas de un acuerdo tácito para la comprensión mutua
y la vida en común, de manera que el Yo es simultáneamente individual y plural; el consenso es
central para esta construcción, y el individuo debe someterse a estas pautas constitutivas de la
experiencia teórica y práctica del hombre.
2. Notas esenciales del nuevo
modelo
No puede recurrirse a la fuerza para explicar la obediencia, por dos motivos: (a) ejercer
coacción sobre un individuo supone una superioridad que es posible, por hipótesis, sólo sobre la
base de una asociación previa con otros individuos; (b) las nociones de fuerza física y derecho se
excluyen recíprocamente como ejes de la convivencia (Rousseau, Kant).
La respuesta del iusnaturalismo es un esquema tricotómico, cuyos elementos son (a) el estado
de naturaleza; (b) el estado civil o político; (c) el contrato o pacto que permite pasar del primero al
segundo. El pacto legitima el paso de la libertad a la obediencia, sobre la base una decisión
individual y colectiva de convivir políticamente.
Las peculiaridades del estado de naturaleza determinan el poder que tendrá la autoridad
soberana para cumplir su fin, i.e., eliminar las dificultades que había en el estado prepolítico para
la convivencia. Los sujetos aceptan entrar en sociedad civil para asegurar la persecución de los
propios intereses en paz y con una libertad menor (la libertad, esto es, la retención de los derechos
naturales en estado civil, que es compatible con la función de frenar las conductas antisociales).
La sociedad civil marca una ruptura del determinismo natural; cuando el hombre decide entrar en
sociedad, se eleva a la dignidad de ciudadano por medio de una violencia sobre los condicionantes
naturales (pasiones) y sobre una racionalidad degradada a cálculo egoísta (Rousseau, Kant).
La sociedad civil es el único medio que tiene el hombre para vivir conforme a la razón. La
convivencia en paz y libertad es un artificio que depende de la voluntad del hombre de desarrollar
las propias capacidades bajo un árbitro neutral que dirima eventuales conflictos. Esto requiere de un
sistema de pautas socializantes, normas de conducta acompañadas de un poder coactivo. La
manera de instaurar este ordenamiento es por medio de un contrato.
La institución del CONTRATO es coherente con la idea de que los que entran en sociedad son
sujeos privados, relativamente autosuficientes. Como contrato o pacto, implica la idea de consenso
de los súbditos. El contrato consta de un pacto de asociación, que presupone la decisión individual
y colectiva de aceptar unánimemente un sistma de reglas básicas de convivencia, y un pacto de
sumisión, que es el acuerdo de instaurar una autoridad que especifique, por medio de un
ordenamiento normativo, dichas pautas, y las garantice por medio del monopolio de la coacción.
Por medio del contrato los individuos aceptan devenir ciudadanos-súbditos, por medio de la
renuncia a ciertos de sus derechos naturales, y la cesión de los mismos a un tercero, que asume la
responsabilidad de desempeñarse como soberano.
Otras teorías (Hobbes, Rousseau) teorizan un único pacto, poniendo el acento en la paz y
equidad como valores supremos; asumen que (a) el acto de constitución de la sociedad y el poder
político son el mismo, y poner en discusión al último conlleva el peligro de disolver el primero, y que
(b) la constitución del poder político debe reflejar y tender a conservar la situación inicial de
igualdad.
Ambas vertientes mantienen el dualismo entre valores y normas ideales (derecho natural), y
normas positivas. Y esta dicotomía abre la posibilidad de desestabilizar el modelo que se aspira a
poner en práctica: el planteo pactista permite recusar actos del soberano sobre la base del contrato
originario.
El Estado de una figura ética: nace de un gesto libre de autolimitación, con vistas a crear el único
ámbito en que pueden realizar su personalidad moral. Y es una figura pragmática: es el medio más
adecuado para que esa persecución sea posible en seguridad para el individuo. Surge la figura del
Estado como garante de la propiedad, sin limitar este concepto a lo económico (pueden ser
valores comunitarios, etc.).
Pero el Iluminismo propone una supremacía moderada del Legislativo: se trata de dividir el
poder público de manera que esté repartido en distintos ámbitos estatales que se controlen
mutuamente (Montesquieu). Esto tiende a una mayor defensa de los derechos de los
representados.
Hay una transición de la exigencia de un poder absoluto (iusnaturalismo barroco), bajo la exigencia
de la paz, a la necesidad de desactivar o neutralizar el poder (iusnaturalismo iluminista), cuando el
problema pasa a ser el grado de libertad con que cada individuo puede desarrollar sus actividades
sociales (al punto que el equilibrio social no se ve como producto de la intervención de un soberano
para asegurarlo, sino de la dinámica de lo económico, que requiere de la protección pero no
intervención del Estado).
La modernidad lleva a la distinción entre moral y política; se cuestiona la armonía última entre los
principios de la acción humana. Frente a las luchas, se busca la pacificación en dos direcciones
diferentes: (a) el establecimiento de un poder fuerte y centralizado, buscando una legitimidad
racional y por tanto neutral respecto de las diferentes doctrinas y confesiones religiosas; (b) el
confinamiento de los problemas morales y religiosos a la conciencia del individuo (al foro interno).
El soberano es la fuente del orden civil, y es el único titular de la responsabilidad política; al súbdito
le corresponde únicamente el acatamiento externo. Su poder es absoluto, lo cual no quiere decir
que pueda ser arbitrario; y puede imponer la opinión que juzgue más apropiada para el
mantenimiento de la paz (aunque no decide sobre su verdad). Hay un monopolio de la espada y
la hermenéutica por parte del soberano (aunque no de la verdad).
Hay una racionalidad práctica específica del Estado; se trata siempre de buscar la acción más
prudente; y la actitud más prudente es el relegar las cuestiones religiosas al foro interno, y controlar
las pretensiones de las corporaciones eclesiásticas. Pero la prudencia del soberano en la
modernidad debe estar vaciada de contenido (no debe tender a un fin virtuoso), sino que debe ser
una técnica formal para el manejo “racional” de la cosa pública.
El fin de la acción estatal no es un contenido sustantivo que se deba imponer por sobre la
mayoría; se busca imponer un sistema de reglas formales que protejan a todos y permitan a cada
uno perseguir lícitamente lo que considera su felicidad. El contenido es individual, la ley proporciona
un marco dentro del cual conseguir lo que cada uno considera como bueno. La soberanía absoluta
pacifica por medio de la imposición de un código de procedimientos neutral.
Se complementa este código con una civilización de las costumbres, impuesta de arriba hacia
abajo, leyes que no son coactivas pero que domestican los comportamientos sociales. Esta
codificación de las costumbres (protocolos de urbanidad, ceremonial, etc.) lleva también a frenar la
exteriorización incotrolada de deseos y creencias (para controlar las pasiones más fácilmente
exacerbables por el enemigo del iluminismo: las iglesias visibles y sus fanatismos).
El soberano barroco tiene la obligación de proteger al súbdito en sus actividades privadas, a cambio
de una renuncia de ciertos de sus derechos naturales. Y si bien hay una prohibición de exteriorizar
creencias que el soberano juzga peligrosas, hay paralelamente un abandono de la pretensión del
soberano de tutelar el foro interno. Esto implica que el súbdito es soberano absoluto de su
conciencia y su trabajo: el Estado puede exigir obediencia, pero no virtud.
El espacio público (opinión pública, sentido común, etc.) se presenta como un espacio intermedio
entre el foro interno y las instituciones de gobierno. Comienza el fin del absolutismo, desde el
momento en que en el espacio público se enuncia, discuten y difunden todos los criterios para
evaluar las relaciones interpersonales (incluso las acompañadas de coacción estatal). Esto hace
posible el ciclo revolucionario di fines del XVIII, fruto de “conciencias esclarecidas”.
El Estado barroco es legitimado en su oder por la función pacificadora que se requiere de él; pero
una vez pacificado el reino, la administración del Estado es un problema instrumental. Una vez
pacificado el reino, debe haber otra fuente del poder del Estado, que lo legitime como garante de
la convivencia y de la libertad individual de los modernos.
Este segundo momento del pensamiento político moderno (el Iluminismo) se apoya en dos soportes
doctrinarios:
Economía política:
La función del Estado es garantizar a los individuos el disfrute del producto de su trabajo; para
lograr esto, el Estado debe abstenerse de modificar la legalidad natural de la producción y la
distribución; se trata de una pescindencia del Estado en materia económica. Soberano justo es
el que respeta el comportamiento no político.
Para que esto sea posible, es necesario teorizar el interés como pasión sabia, que no debe ser
reprimida o rectificada desde arriba: hay una mano invisible, según la cual la armonía y bienestar
del conjunto es un resultado independiente de las voluntades particulares, que se mueven por el
interés privado. El soberano debe limitarse a castigar a quienes infrijan las leyes naturales que
regulan las relaciones de producción y distribución.
Filosofía de la Historia:
Representa el camino de la humanidad hacia su redención por el progreso. La meta de la
historia incentiva las acciones racionales y condena las despóticas (Voltaire, Kant).
La historia deja de ser la expiación de un pecado, una vez que Dios no interviene ulteriormente
en la historia del mundo, y puede llegar a aser el decurso progresivo hacia una realización de
una convivencia virtuosa.
Hay una revalorización del mundo y una correlativa nueva forma de comprender la
temporalidad de la vida humana: no se entiende como un tiempo degradado respecto de la
eternidad, sino como el ámbito propio del hombre para desplegar sus potencialidades. Para corregir
la marcha de la historia, es suficiente con dejar a la mano invisible de lo económico regular las
relaciones societales. La historia es vista como una fenomenología de la virtud, y con ello los
Iluministas tienden a dar legitimidad a la revolución.
La revolución tiene dos matices: (a) vuelta a un origen prístino, y (b) recomposición de lo
auténtico en un nuevo comienzo. Las reformas revolucionarias surgen de la decisión colectiva de
implantar el orden justo en una realidad corrupta, mediante la remoción de lo no-natural. Esto lleva
a la necesidad de actuar en secreto para hacer posible la revolución, y formar sociedades secretas
que sean organizaciones sociales autoconscientes de su capacidad para manejar el Estado.
El núcleo ideológico del iluminismo es dejar a la naturaleza libre de ataduras para que se
autorregule; la política tiende de esta manera a la disolución de lo político mismo.
Ante los dualismo insuperables, los modernos proponen mediaciones que permitan superar los
enfrentamientos (y evitar caer en el despotismo y la anarquía). Las respuestas tendrán como valor
central la paz (exigencia de orden) o la libertad (exigencia de limitación al poder estatal), según el
problema sea la guerra civil o la presión absolutista.
Según cuál sea el valor supremo, se tenderá a legitimar el soberano por su función de pacificación
en tanto que soberano absoluto, o bien por la limitación del poder del soberano teniendo en mira la
libertad individual como criterio rector de la acción estatal.
4.2.editareditar código
(b) hay una paradoja básica en el contractualismo: el pacto originario requiere de condiciones (la
predisposición de los contrayentes) que, de ser satisfechas, harían el pacto innecesario; si el
individuo es capaz de pactar, ya está socializado, y no necesita hacerlo.
Para que sea posible el pacto, es necesario un acuerdo previo que lo haga posible (las pautas
fundamentales que dan sentido al acto de pactar); de modo que ya hay una dimensión comunitaria
que es condición a priori de posibilidad del pacto mismo.
(c) Hegel: el contractualismo extrapola una categoría del derecho privado al público, porque
desconoce que lo estatal es prioritario respecto de los individuos que lo componen; lo primero es
entonces el marco orgánico, no los individuos que deciden.
Hay una legalidad supraindividual, que no sólo viene dada por la historia (Hegel), sino ya
prefigurada en la mano invisible del mercado: la lógica del mercado desactiva los voluntarismos
políticos.