En las últimas décadas, se ha desarrollado un intenso debate entre los defensores de un modelo liberal de sociedad y quienes
apuestan por uno, comunitario. Bajo el manto liberal, se engloban todas aquellas teorías políticas cuyo objetivo es buscar
procedimientos, universalmente compartidos, de agregación de los intereses individuales. Por su parte, el bando comunitarista
defiende aquellos planteamientos que consideran que sólo se posee una comunidad política cuando se recurre a un patrimonio
común de contenidos, valores y tradiciones, con el que sus miembros se sienten identificados.
Liberalismo
Generalmente, entendemos por Liberalismo la doctrina económica librecambista y también la filosofía política y moral con que se
han revestido nuestras Constituciones desde los tiempos de la Revolución Francesa.
El Liberalismo postula “la mayor felicidad para el mayor número” en un desarrollo de medidas donde la libertad del individuo prima
frente a todo. La extensión de la soberanía del individuo, la internacionalización sin límite de los medios de producción provocó la
ruptura de las comunidades tradicionales, aislando a los individuos (a los que trasladó a las grandes urbes) convirtiéndolos en
extraños unos de otros.
Constituye la visión hegemónica de la política y de la ciudadanía en las sociedades actuales. Su propuesta otorga primacía al
individuo y sus derechos particulares frente a toda entidad colectiva. Uno de los retos esenciales del liberalismo es hacer factible la
defensa y preeminencia de los derechos individuales y, al mismo tiempo, el compromiso cívico y el bien común.
El sujeto liberal concibe la política como un instrumento para facilitar la consecución de sus intereses personales. Demanda un
ámbito de libertad negativa, donde el Estado garantice la coexistencia y la protección de los derechos. Establece límites a ese
mismo Estado para evitar una excesiva expansión del poder político. Hay, en consecuencia, una actitud recelosa hacia la política.
El espacio privado cobra todo el protagonismo y, en ese contexto, el proceso democrático aparece como un compromiso
estratégico de intereses y la participación política es instrumental.
Sin duda, no todos los liberales tienen la misma visión de la ciudadanía. La división más clara se encuentra entre el enfoque
libertario de Nozick (1988), que ven al Estado como una agencia de protección de los derechos de la propiedad, y el liberalismo
político de Rawls (1979), más centrado en la virtud cívica y el consenso —siempre desde el pragmatismo. Por su parte, Dworkin
(1993) representa una vía en la que es posible la continuidad entre valores éticos y principios políticos.
¿ QUE ES EL LIBERALISMO ?
Dar una definición de LIBERALISMO es una tarea difícil. Esta definición es un fenómeno histórico; en primer lugar, la historia del
Liberalismo está ligada estrechamente con la historia de la democracia, por lo cual es difícil encontrar un consenso sobre lo que
hay de liberalismo y lo que hay de democracia en las actuales democracias liberales. Si desde el punto de vista de los hechos es
difícil una distinción, dado que la democracia ha producido una transformación más cuantitativa que cualitativa del estado liberal,
lógicamente ésa seguirá necesaria siempre, porque el Liberalismo es precisamente el criterio que distingue la democracia liberal de
las democracias no liberales, por ejemplo la plebiscitaria o consulta del voto popular directo, la populista, la totalitaria etc. Máximo
de productividad económica, libertad individual y justicia social.
El Liberalismo, es una doctrina económica, política y hasta Filosófica; esto es una teoría sobre como funciona la sociedad y,
en consecuencia, un planteamiento de las cosas que se deben hacer para su mejor desenvolvimiento. Procura, en última instancia,
el progreso externo, el bienestar material y no se ocupa directamente, desde luego, de sus necesidades espirituales. No promete al
hombre felicidad y contento; simplemente la satisfacción de aquellos deseos que, a través del mundo externo, cabe atender. Dicha
doctrina presupone que la inmensa mayoría de las personas prefiere la abundancia a la pobreza: en ese sentido, busca "el mayor
bienestar del mayor número". Aboga principalmente por:
1. El desarrollo de la libertad personal individual y, a partir de ésta, por el progreso de la sociedad;
2. El Liberalismo implica prácticamente, que el hombre como ser racional, sea quien decida, como pensar y de que manera
debe actuar; en si, tener libertad de pensamiento;
3. Libertad de tránsito;
4. Libertad de educación;
5. Libertad de culto y;
6. libertad de escoger a sus gobernantes.
La palabra "libertad" posee diversos significados, por lo que su sentido expresa cierta ambigüedad. Por ello en el ensayo On Liberty
-Sobre la libertad-, John Stuart Mill comienza por definir en qué sentido va a emplear el término "libertad":
"El objeto de este ensayo no es el llamado libre albedrío, que con tanto desacierto se suele oponer a la denominada impropiamente
doctrina de la necesidad filosófica; sino la libertad social o civil, es decir, la naturaleza y límites del poder que puede ser ejercido
legítimamente por la sociedad sobre el individuo"
En las primeras páginas del libro, Stuart Mill describe las tres fases de evolución que ha sufrido el concepto de libertad. En la
antigüedad, hablar de libertad suponía defender a los individuos frente a la tiranía de los gobernantes; posteriormente, libertad era
sinónimo de igualdad de derechos, según el principio de la democracia; en la tercera fase, al llegar la democracia al poder, la
libertad pasa a consistir en el respeto a la discrepancia y a la limitación de los poderes del gobierno y de la sociedad civil sobre el
individuo. Puesto que la democracia supone el triunfo de la mayoría, existe el riesgo de que "el pueblo puede desear oprimir una
parte de sí mismo"; es decir, las mayorías pueden llegar a agobiar a las minorías que piensan de un modo diferente. El enfoque
dado por Stuart Mill resulta innovador, porque trata de un problema que en el siglo XIX comenzaba a plantearse en EEUU y en
Inglaterra, y que posteriormente se ha extendido a los demás países democráticos.
La solución que propone John Stuart Mill pasa por legislar de forma eficiente los límites entre los intereses del individuo y los de la
sociedad. Un individuo tiene, a juicio de Stuart Mill, plena libertad para ejercer su libertad, mientras que en el uso de ésta no
perjudique a otro u otros individuos. Es decir, la libertad de un ciudadano tiene como único límite la libertad de sus conciudadanos.
Por tanto, ni el Estado ni la sociedad civil tienen el derecho de imponer por la fuerza de la ley o de la moral sus gustos o sus
opiniones a aquéllos que no las comparten, en tanto que éstos no estén perjudicando a nadie con su diferencia. Incluso si alguien
decide autodestruirse, la sociedad no debería tener facultad alguna para impedírselo. El único remedio que propone Stuart Mill para
combatir las tendencias autodestructivas del individuo es la educación desde la infancia.
En la última parte de su obra Sobre la libertad, el pensador inglés plantea la cuestión de si es más importante la libertad
(liberalismo) o la igualdad (socialismo), decantándose personalmente por la primera. John Stuart Mill ha sido uno de los más
importantes pensadores del liberalismo político, basando su teoría en la tolerancia y el respeto a la libertad del individuo, así como
en un hedonismo heredero de la filosofía de Epicuro y del utilitarismo defendido por Bentham y por su padre, James Mill.
Una recopilación de artículos extraídos en la revista Frazer's Magazine dio lugar en 1861 a la publicación del libro El utilitarismo,
nombre que procede de la doctrina ideada por Bentham según la cual una conducta puede considerarse como positiva si es capaz
de promover la felicidad del mayor número posible de individuos. Puesto que tanto Bentham como James Mill, padre de John
Stuart, habían identificado la felicidad con la búsqueda del placer, para no ser malinterpretados ambos tuvieron que hacer especial
hincapié en señalar que su concepto de placer, heredero del propuesto por Epicuro en el siglo III aC., no consistía en la exaltación
de un frenesí desaforado e incontrolable, sino que se trataba de un placer entendido como evitación del dolor, tanto físico como
psicológico.
John Stuart Mill matizó el utilitarismo defendido por Bentham y por su padre, limando aún más algunos aspectos derivados de la
identificación de la felicidad con el placer, por considerar que tal y como había sido propuesta esta identidad era susceptible de
desembocar en una doctrina egoísta. Según Stuart Mill, aun siendo entendida como ausencia de dolor, la búsqueda del placer debe
tener sus reglas, ya que, como ya había defendido anteriormente en On Liberty, la libertad de un individuo termina donde comienza
la libertad de otro: "Es prefribleSócrates insatisfecho a un loco satisfecho". Puede decirse, por tanto, que el pensador inglés quiso
dejar constancia del carácter social de su teoría de la libertad, frente a los posibles aspectos egoístas que podían atribuirse a la
doctrina utilitarista.
El utilitarismo de Stuart Mill aceptaría la existencia de una naturaleza humana, basada principalmente en su carácter social, y en
los sentimientos que éste conlleva, tal como la simpatía, la compasión o la solidaridad. Esto no significa que las acciones o
sentimientos morales sean innatos o se basen en a-prioris; pero esto no quiere decir que no sean naturales. Es como el lenguaje, o
el mismo carácter sociable de las personas, que, aunque naturales, sólo pueden desarrollarse mediante aprendizajes. El
sentimiento moral es natural en los humanos, pero su desarrollo y definición depende principalmente de la educación.
La ética utilitarista no es “esencialista”: las personas no actúan en razón de cómo “son”, sino que son en razón de cómo actúan.
Nadie es o deja de ser de determinada manera, sino más bien actúa de una forma u otra; y son sus acciones, y las consecuencias
de éstas, las que cuentan para valorar moralmente a alguien. Esta perspectiva resulta especialmente interesante si se la vincula
con el reconocimiento del derecho a la rehabilitación del que gozaría cualquier persona, por muy negativo que haya sido su
comportamiento.
La felicidad o el bienestar de las personas sólo puede conseguirse en una sociedad donde se respete el máximo posible la libertad
de los individuos.
Stuart Mill separa el ámbito de lo público y el ámbito de lo privado. La acción reglamentadora del Estado, como así también el juicio
moral de los demás sujetos, sólo puede aplicarse al ámbito de lo público. Ninguna acción debería ser reglamentada o sancionada,
si su ejercicio no afecta o perjudica a otras personas. Los gustos, las tendencias o las costumbres no pueden ser, en sí mismas,
criterios de persecución o sanción. Lo que debe primar sobre todas las cosas es el respeto a la individualidad; y lo que se debe
evitar es la manipulación, la coacción o la presión sobre las ideas o las decisiones de los demás, aunque se esté convencido de
que esto es lo que realmente les convendría o que se hace por su propio bien.
No se debe confundir el valor de las leyes o de las normas como garantes del cumplimiento de los derechos individuales, de los
principios o valores que se derivan de la “opinión pública”. Nadie tiene la obligación de actuar conforme a la opinión público, y todo
el mundo tiene el derecho a la “extravagancia” o a la “excentricidad”, siempre que no perjudique de manera efectiva a otras
personas. Por ejemplo, nadie puede ser castigado por estar borracho, salvo que su estado de ebriedad pueda poner en peligro, en
el caso de conducir en este estado, la vida de los demás.
Estos principios prefiguran una sociedad basada en el máximo respeto a la libertad de los individuos y, consecuentemente, en la
tolerancia a la diversidad de opciones y comportamientos.