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Aclararemos esto algo más. Sería erróneo interpretar esto desde nuestra
mentalidad actual, ver en ello dos ámbitos separados, uno de lo individual y
otro, superior, de lo comunitario: los fines individuales en la polis no pueden ser
vistos como algo separado de los comunitarios, porque es en el seno de la
comunidad donde el sujeto (político) se realiza como tal y, por tanto, aspira a
una vida buena”. Pues la comunidad bien ordenada provee de lo necesario,
pero sobre todo de lo bueno. Se trata, pues, solo de una cuestión de ámbito:
lo que la política es para lo común, lo es la ética para lo individual. Pero, al
contrario que en la actualidad, lo común es anterior y más excelente que lo
individual.
A finales del siglo XV, coincidiendo con la configuración del Estado moderno,
se produjo una profunda crisis tanto del modelo medieval como del griego en
que este se había inspirado, como consecuencia del desarrollo incipiente de la
economía capitalista y de la nueva sociedad civil a que esta dio lugar. Pues las
diferencias entre el mundo de los antiguos y el de los modernos son
abismales, hasta tal punto que pueden considerarse categorías contrapuestas.
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Es el derecho de cada uno a reunirse con otras personas, sea para hablar
de sus intereses, sea para profesar el culto que él y sus asociados
prefieran, sea simplemente para llenar sus días y sus horas de la manera
más conforme a sus inclinaciones, a sus caprichos. Es, en fin, el derecho
de cada uno a influir en la administración del gobierno, bien por medio
de todos o de determinados funcionarios, bien a través de
representaciones, de peticiones, de demandas que la autoridad está más
o menos obligada a tomar en consideración.
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Por supuesto, los modelos no surgen de la nada, sino que son generados
por situaciones históricas:
Por eso, dice Constant, los antiguos y los modernos han tenido conceptos tan
diferentes de la libertad, ya que “...el objetivo de los antiguos, era el reparto del
poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria; a eso era a lo que
llamaban libertad. El objetivo de los modernos es la seguridad en los disfrutes
privados, y llaman libertad a las garantías concedidas por las instituciones a esos
disfrutes”.
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El modelo de Estado liberal se construye sobre varios conceptos que son fruto
del pensamiento político de la modernidad (individuo, estado de naturaleza,
contrato social, soberanía, pueblo, ciudadano, derechos subjetivos naturales,
representación).
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El status naturalis es esencial para el modelo liberal de Estado: pues ese ser
humano construido de forma individualista, situado artificialmente fuera de la
sociedad, es el que permitirá, al agruparse con sus iguales, construir lo social.
No es, pues, una situación histórica, real, sino hipotética: al hallarse los seres
humanos considerados como individuos en un estado de total independencia y
autointerés, sin que sobre ellos exista institución o poder alguno que mediatice
su voluntad, sus decisiones, sus planes de vida, es la libertad lo que los
caracteriza.
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Locke, considera que la clave de esa garantía son los derechos subjetivos
naturales.
El catálogo de estos derechos, que persisten tras el paso al estado civil, abarca
desde los más elementales (derechos a la vida y a la propiedad) hasta los
demás derechos civiles y los políticos (como aquellos que garantizan la
libertad y la igualdad).
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Lo que en resumidas cuentas viene a caracterizar al Estado liberal por estos dos
elementos legitimadores: la representatividad y la garantía de los derechos
fundamentales.
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Puesto que las doctrinas políticas del liberalismo eran también radicalmente
liberales en el sentido económico, defendían ante todo la propiedad
individual como símbolo de la autonomía personal. Los derechos
subjetivos entendidos en sentido negativo o defensivo, como mera protección
contra la arbitrariedad del gobernante, habían permitido al estamento burgués
alcanzar el poder político; pero esa visión abstencionista se mostraba ahora, en
muchos aspectos, como tramposa. Era un mecanismo destinado, en su
funcionamiento efectivo, a asegurar que las clases bajas no consiguiesen el
poder. La participación en las elecciones estaba restringida a los propietarios,
bajo la forma del sufragio censitario.
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El New Deal económico trataba de incrementar la inversión pública con el fin de reactivar la
economía, lo cual permitía a su vez aumentar la presión fiscal sobre la actividad empresarial
productiva y, gracias a ello, afrontar una política redistributiva; al incrementarse el consumo de
los sectores más desfavorecidos, la economía continuaba creciendo, de forma que el ciclo no se
detenía. Esto entró en decadencia tras la crisis económica de 1973, que puso a la vista los límites
de este modelo: la redistribución es un arma eficaz de integración social solo cuando hay
suficiente para redistribuir. Las políticas neoliberales de Thatcher y .Reagan durante el siguiente
decenio supusieron una quiebra parcial del Estado social.
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TEMA 5
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Control de constitucionalidad:
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Por tanto, al ser meras normas sobre normas, esas constituciones carecían de
poder normativo directo; eran aplicadas únicamente a través de las leyes que las
desarrollaban. Desde e] punto de vista de la jerarquía normativa no cabía
distinción entre Constitución y ley: no existían diferencias entre poder
constituyente y legislativo, porque ambos eran expresiones del mismo y único
poder soberano.
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Por tanto, es fácil detectar aquí, en esta enorme diferencia entre instituciones de
control de sistemas diferentes y que, sin embargo, pertenecen a un marco
común (ambos comparten la ideología del positivismo continental y la forma
jurídica del Estado legislativo de derecho).
Esa crisis de la ley como forma normativa suprema, como manifestación única
de la voluntad general a través del parlamento y fuente privilegiada de derecho,
se produce en las constituciones de la segunda postguerra mundial. Es
entonces cuando se opera el tránsito del Estado legislativo al Estado
constitucional.
Este cambio en las constituciones supone la aparición, como claves del sistema
y frente a la anterior exclusividad de la ley, de los valores superiores, los
principios y los derechos fundamentales. Todo ello se resume en la primacía
de la Constitución sobre la ley, pero no entendida como una mera formalidad,
sino que la Constitución puede prevalecer sobre su propio desarrollo legal en
caso de que la ley contravenga contra los principios, los valores superiores o los
derechos fundamentales.
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Esto acaba con la vieja idea de que todo principio que permitiera realizar una
crítica a las leyes se hallaba fuera del ordenamiento jurídico.
En efecto:
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La Constitución se convierte en una norma que puede ser aplicada por los
jueces de manera directa, pues los principios que la informan impregnan todo
el ordenamiento jurídico. En el tema posterior veremos los problemas que esta
visión comporta, el más importante de los cuales es el llamado “activismo
judicial”.
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Todo ello muestra hasta qué punto el centro de gravedad del discurso sobre los
valores jurídicos, y en particular sobre el principio de justicia, ha ido
desplazándose del ámbito de las relaciones entre particulares (el ámbito
primordial del sistema jurídico hasta finales del XIX) al del derecho público;
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Se ve, entonces, por qué los derechos fundamentales solo son reales si están
informados por principios, en la medida en que estos son abstracciones de los
criterios con los cuales enjuiciamos o valoramos las relaciones humanas reales
que, por su relevancia social, son reguladas jurídicamente por la comunidad
política.
En conclusión:
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De modo que ese principio (justicia), que condensa valores (igualdad aritmética y proporcional)
y se concreta en el ordenamiento a través de derechos fundamentales (igualdad ante la ley,
acceso a cargos públicos), se expresa, además, en normas (arts. 14 y 23, 2 CE).
En nuestro sistema los derechos de protección cualificada son los que van del artículo 14 al 30
de la CE; los que les siguen carecen de ella, sean “derechos y deberes” (cap. II, sección 23) o
simplemente “principios rectores” de la política social y económica (cap. III). Aunque todos
puedan ser considerados fundamentales en sentido amplio (pues todos ellos concretan
principios), la diferencia entre unos y otros es esencial: los derechos fundamentales en sentido
estricto contenidos en el capítulo II, sección I 2 son aplicables sin necesidad de leyes que los
desarrollen, mientras que los contenidos en el capítulo siguiente habrán de ser desarrollados
por ley.
Durante los años en que este existía el servicio militar pero aún no había sido desarrollado
legalmente el derecho a la objeción de conciencia reconocido en el art. 30, 2 CE (que el art. 53, 2
de dicha norma considera asimilable a los derechos de los 14 a 29 a los efectos del recurso de
amparo), la invocación de dicho derecho suponía la suspensión de la incorporación a filas, pese
a la ausencia de desarrollo legal".
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Como dice Ferrajoli, “...la sujeción del juez a la ley ya no es, como en el viejo paradigma
positivista, sujeción a la letra de la ley, cualquiera que fuese su significado, sino sujeción a la ley
en cuanto válida, es decir, coherente con la Constitución”.
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Al respecto, nos dice Zagrebelsky que la cuestión “...no afecta ya a la interpretación de la ley,
sino a su validez. Las exigencias de los casos cuentan más que la voluntad legislativa y pueden
invalidarla. Debiendo elegir entre sacrificar las exigencias del caso o las de la ley, son estas
últimas las que sucumben en el juicio de constitucionalidad al que la propia ley viene sometida”.
El autor italiano, así como cuantos simpatizan con esta postura, alega que no se
trata de sustituir al legislador o al Tribunal Constitucional por el juez, de crear
un nuevo “uso alternativo del derecho”, sino de aceptar que la complejidad y
pluralismo de los actuales sistemas jurídicos imponen este tipo de prácticas y
que éstas, con frecuencia, se dan en los casos más cotidianos.
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Un caso reciente ilustra bien los problemáticos límites de la interpretación de las leyes desde la
Constitución por parte de un órgano judicial: la sentencia 31/2014, de la Audiencia Nacional,
que absolvió a varios activistas que habían acosado sin violencia a parlamentarios catalanes,
siendo acusados de un delito contra la inmunidad de los parlamentarios. El TS casó la sentencia
al entender que la libertad de expresión no debía prevalecer en este caso sobre la sanción
establecida por el Código penal, que defendía el derecho de participación política de los
representantes de la soberanía popular.
En cualquier caso, por más que se acepte la superación del positivismo jurídico,
el panorama no estará claro si absolutizamos cualquiera de esos cuatro
conceptos (valores, principios, derechos y normas) reduciendo unos a otros,
perdiendo de vista que lo jurídico consiste, ante todo, en relaciones.
Resumen: los valores son juicios sobre relaciones jurídicas, los principios el
criterio de dichos juicios y una abstracción y condensación de ellos, los
derechos fundamentales la forma por excelencia de los principios, las
normas la expresión de esos principios que informan los derechos.
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