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Para citar este artículo: Bleichmar, H. (Febrero, 2018) El balance narcisista, un modelo multidimensional con implicaciones para la
elección de foco terapéutico. Aperturas Psicoanalíticas, 57. Recuperado de: http://www.aperturas.org/articulos.php?
id=0001003&a=El-balance-narcisista-un-modelo-multidimensional-con-implicaciones-para-la-eleccion-de-foco-terapeutico
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Resumen
Palabras clave
Abstract
In this paper (1), we are presenting an integrationist model that incorporates the multiple variables
that factor into the maintenance of narcissistic balance, that is to say, the level of satisfaction or
dissatisfaction that each person has with him or herself. The utility of the model resides in its
potential for providing more individually-tailored psychotherapy, in which the therapist and patient
focus on the factor(s) that is/are most relevant for the particular patient, or for a particular moment
of time within the treatment.
Keywords
Introducción
El diagrama que incluyo nos facilitará examinar en detalle las condiciones que
determinan el balance narcisista.
Detengámonos en el centro del diagrama. Tenemos 4 condiciones:
representaciones del self, nivel de ambiciones e ideales, severidad de la
conciencia crítica (superyó), y nivel de recursos yoicos.
Hay, además, otra condición que interviene: el nivel de rescursos yoicos, es decir,
capacidades instrumentales prácticas, habilidades intersubjetivas para promover
en los demás una respuesta positiva. Alguien podrá tener elevadas ambiciones
pero si tiene los recursos yoicos para ir satisfaciéndolas, podrá estar balanceado.
La infancia es muy importante, pero lo que le vaya a uno sucediendo día tras día
también cuenta y, a veces, de manera decisiva. Si uno tiene un fracaso
importante, si lo deja la pareja, si pierde el trabajo y entra en un desempleo
prolongado, si hay traumas narcisistas, si suceden ese tipo de cosas, habrá una
mella en la autoestima. De modo que, si bien es importante aquello que uno
adquiere desde niño, es evidente que eso es un primer núcleo pero que
dependerá de que seamos capaces en las sucesivas etapas de nuestra vida de ir
logrando lo que para cada una de esas etapas resulta importante. Por ejemplo, en
la adolescencia, la habilidad para promover en el otro el efecto deseado, para
obtener la respuesta amorosa que se busca. Recordemos la teoría de Erik Erikson
(1959) sobre la evolución de la identidad, que afirma que ésta va variando a lo
largo de la vida de acuerdo a lo que en cada etapa sean los requerimientos
psicológicos y sociales. Por ejemplo, supongamos una mujer que tiene una buena
autoestima en su infancia, adolescencia, en la temprana juventud y que tiene
como ideal fuerte -casi piedra angular de su sentimiento de valía- la maternidad. Si
por alguna circunstancia eso no se logra, y ese ideal se va reforzando cada vez
más, la consecuencia será el sentimiento de fracaso.
Lo anterior obliga a una ampliación del modelo: los 4 factores que vimos como el
núcleo central del diagrama representan una perspectiva intrapsíquica, un examen
de los factores internos. Pero las vicisitudes de la realidad cuentan; de ahí que en
la parte derecha del diagrama aparezca la realidad externa, incluido el papel de la
intersubjetividad, lo que el encuentro con el otro/a va generando.
Veamos ahora en particular los sectores del diagrama. Comencemos por las
representaciones del self. Aquí nuestro reconocimiento a Kohut (1971) y el papel
de lo que denominó objeto-self, o sea las funciones que el otro significativo debe
aportar a la persona: especularización y permitir la fusión de ese niño/a con la
imago parental idealizada. La repercusión de las fallas del otro en cumplir esas
funciones, en narcisizar o, todavía peor, la descalificación primaria; pero con un
agregado que en la obra de Kohut no fue suficientemente tenido en cuenta: el
conflicto que alguien puede tener con los padres por rivalidad edípica, por envidia
que le impide fusionarse con la imago idealizada de éstos, sentirse parte de ellos
(Klein, 1957/1975). Por supuesto siempre se podría decir: si eso sucede es como
consecuencia de lo que los padres hicieron. En parte es así, pero sólo en parte:
los celos como una condición humana universal, el inevitable conflicto, factores
temperamentales que no pueden desconocerse, eso hace que una posición
ambientalista radical –todo es causado por el exterior- sea reduccionista.
Existe otro factor que va creando imágenes desvalorizadas de la persona: la
autodescalificación defensiva. Para no rivalizar, por miedo a la respuesta del otro,
la persona va ocultando al otro y a sí mismo sus aspectos valiosos, incluso
resaltando sus fallas “me critico antes que me critique”, lo que queda incorporado
al carácter en un proceso de continua autodescalificación. Es lo que hacen
algunas mujeres para no despertar la ira de la pareja narcisista, incluso para
amoldarse al rol que se espera de ellas. Lo que es un movimiento defensivo
termina generando imágenes estables desvalorizadas.
Superyó
Respecto al superyó no traigo nada nuevo respecto al capítulo sobre el superyó
que se incluye en mi libro Avances en Psicoterapia Psicoanalítica (Bleichmar,
1997) pero quiero enfatizar el aspecto del superyó sádico, esa noción
psicoanalítica que es tan importante porque nos muestra que podemos haber
incorporado una forma de relacionarnos con nosotros de odio hacia nosotros
mismos. Si hemos tenido padres que nos han odiado, se tiene una alta
probabilidad de tener esa relación con uno mismo en que haga lo que haga se
terminará atacándose. El autoodio produce placer, esa es la paradoja: en la
medida en que alguien se ataca, verbal o físicamente, en que se llama “idiota,
estúpido, inútil,” por un lado hay sufrimiento pero, por otro lado, existe un placer
que acompaña a la agresividad. La agresividad está cargada de placer, lo
evidencia el niño que muerde, lo muestra el adulto que maltrata. El autoodio, el
autorreproche implica una disociación: por un lado soy el atacado; por el otro, el
que ataca.
Caso clínico
Reside aquí otra de las paradojas de la psicoterapia: para poder ayudar a cambiar
al paciente, éste tiene que depender de nosotros, de nuestra mirada. Pero para no
reforzar la dependencia acrítica, es indispensable que exista un movimiento que
de alguna manera pueda contrarrestarlo. En la terapia trabajamos ese aspecto
estructural de la condición humana, la dependencia del paciente con respecto a
nuestra mirada. Por supuesto que hay que hacerlo en el momento adecuado, pero
uno tiene que mostrar “esta es mi opinión, la tuya puede ser totalmente diferente”.
Sobre todo trabajar con el paciente que la mirada del otro -la nuestra como
terapeuta también- depende de preferencias, depende de necesidades del otro.
Que la mirada del otro no certifica lo que nosotros somos, sino que lo único que
evidencia es lo que quiere el otro.
Comienza con un sueño. Él sabe que me gustan los sueños, entonces trae
sueños. En esta ocasión el sueño es acerca de un coche pequeño, un Fiat 600,
anda en ese coche y todos lo adelantan en la autopista… lo lleva al mecánico para
que le cambie el motor, le cambia el motor, el coche sigue siendo pequeño pero
con un motor poderoso. El sentido del sueño aparece claro vinculado a los
sentimientos de inferioridad del paciente. No enuncio ninguna interpretación en
ese momento porque me parece que sería una ruptura de lo que él podrá seguir
asociando. Luego me habla de un negocio que le reportará mucho dinero, yo lo
veo como no realista, no le digo nada. Continúa hablando del negocio y me dice
que cuando se concrete en el plazo de pocas semanas, entonces, va a cambiar de
coche, sin relacionarlo con el sueño, pero evidentemente el sueño está reflejando
una aspiración de él. Se va a comprar un Audi y me detalla todos los aditamentos,
no va a ser un Audi cualquiera, va a ser una especie de “batmóvil”… hace un
silencio… luego habla de un barco que compró un millonario, lo describe diciendo
que cabe mucha gente pero que se puede hundir, porque preocupados por el
diseño no han tenido en cuenta la flotabilidad. Yo no le interpreto la envidia, lo veo
como vulnerable. Después me dice que en su adolescencia su libro preferido era
uno sobre Robinson Crusoe. El hecho de que yo no le interpretara
prematuramente permitió ir siguiendo el proceso asociativo: va pasando del coche
pequeño, al Audi que se va a comprar, a la imagen del millonario y aparece la
envidia -lo tiene que hundir-, y luego que en su adolescencia el libro preferido era
uno sobre Robinson Crusoe. Me descubre muy detalladamente la portada lustrosa
del libro, él está fascinado con esa portada lustrosa, el brillo, la encuadernación,
además del contenido. Lo que me llamó la atención es el tener un objeto que en sí
mismo era diferente, no estaba encuadernado en tapa blanda, era lustroso, la
descripción era muy rica los colores, la impresión, etc. A esa altura podría haberle
interpretado el narcisismo lastimado. No lo hago porque me preocupa reincidir
intelectualmente en algo que trabajamos ya de múltiples maneras.
Después me cuenta otro sueño en el que él estaba solo en una isla, pasa un barco
y no sabe si hacerle señales o no… finalmente le hace señas, lo recogen y le
alaban lo que hizo en la isla. Yo le pregunto qué sentimientos puede haber tenido
Robinson Crusoe cuando se dio cuenta que estaba solo en la isla antes de que
apareciera Viernes… Le pregunto por los sentimientos, no quiero darle una
interpretación porque muchas veces no logro terminar la interpretación, él se
anticipa para hacerme ver que él puede comprender rápidamente. Satisfacción
narcisista compensatoria necesaria que yo debo respetar.
Con este paciente lo que quiero no es comprensión intelectual, sino conexión con
sus sentimientos. Me contesta que “bueno, debe de haberse sentido solo”. Aquí
ahí hay un núcleo emocional muy importante. Todavía no hay una verdadera
conexión con sus sentimientos pero se acerca. Le digo que si él puede imaginar
eso es porque él tiene que haber tenido experiencias de soledad quizás cuando el
hermano y el padre se iban al fútbol, no lo llevaban, no le hacían caso a lo que él
decía. Por tanto no se trató solamente de desvalorización en la comparación con
el hermano; es sentimiento de soledad y dolor narcisista. Son dos planos
diferentes, articulados.
Veamos ahora cuál pudiera ser la estrategia general de tratamiento con pacientes
como el que acabo de contar. Mi idea es interpretar preferentemente en términos
intrapsíquicos antes de enfatizar los interpersonales. Hablarles en etapas
tempranas del tratamiento de lo que le hacen a los demás, de los momentos en
que maltratan, de la tendencia a la identificación proyectiva, hace que sientan al
terapeuta como un perseguidor, como alguien insatisfecho como fueron los padres
con él, como un aliado de los personajes del exterior. En cambio si se le muestra
su sometimiento al superyó narcisista que no le da tregua, ello permite la alianza
con la parte sufriente del paciente. Por ejemplo: “tengo la impresión que te
encuentras muy exigido por ti mismo, muy obligado a hacer cosas importantes, a
no tener ninguna debilidad”. Lo que quiero mostrar es la exigencia interior. Pero
para que esto no quede en el nivel conceptual, hay que detenerse en los
momentos de malestar narcisista, en las sensaciones mentales y corporales que
se tienen cuando no se alcanza a cumplir con los ideales narcisistas. Sólo cuando
la conexión emocional consigo mismo, con lo que se hace a sí mismo, es parte de
algo vivencial, reiteradamente sentido en la repetición de esas circunstancias,
entonces se puede pasar a las razones de la constitución de ese superyó, a la
tendencia a la proyección. “Claro, sintiéndote tan exigido desde adentro, una
forma de aliviarte, es en lugar de dirigir los cañones hacia ti, dirigirlos hacia fuera y
criticar”. Otro aspecto a trabajar es el temor a reexponerse a la burla, al ridículo:
“Me parece importante esto que me cuentas –ocultamiento de los fracasos-
porque te debe haber quedado un sentimiento de angustia frente a toda situación
en que alguien pueda verte con una falla”, “es como si adentro hubieras hecho la
decisión: nunca más mostraré una falla, voy a mostrar los logros, lo que tengo”.
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