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Un caso de personalidad narcisista con predominio de angustias, Defensas y

compensaciones narcisistas desde el enfoque modular-transformacional.

Un caso tomado de la escuela analítica para apre nder y estudiar mas sobre estos
perfiles y desarrollo de estos aspectos tan interesantes para los interesados.

Introducción. Breves señalamientos teóricos

Quisiera advertir y puntualizar sobre el subtítulo con el que he acompañado el


encabezado de este texto: “Un caso de personalidad narcisista con angustias,
defensas y compensaciones narcisistas”. Advertir sobre el peligro del empleo de
un diagnóstico no solamente en lo referente a comunicárselo a un paciente -con
el  conocido riesgo iatrogénico que, como sabemos, pudiera causar- sino también
en relación al clínico que pudiera revisar el caso, que corre el peligro de, a través
del enunciado diagnóstico que lo encabeza, sesgar su lectura en favor de
abreviarla a través de una búsqueda voraz de las características psicopatológicas
del paciente y acciones terapéuticas por parte del analista. En tal caso, podrían
desatenderse otros elementos que también forman parte del “setting” de la terapia
psicoanalítica que aquí se muestra. Por tanto, sobra decir que el enunciado del
caso, la psicopatología y las intervenciones solamente ofrecen un aspecto del
proceso, no agotan la totalidad del paciente y del terapeuta, dos personas que
interactúan, que establecen una relación, crean una narrativa (Fosshage, 2003),
una  interdependencia, una alianza y un encuentro a nivel humano (Yalom, 1984).

Exhorto al interesado a emprender una lectura en la que pueda, además de


atender a la clínica en sí misma, impregnarse del resto de aspectos que están en
juego, tanto aspectos personales sobre los protagonistas como aspectos sobre la
relación y clima que se va generando entre ellos. He ahí una de las razones que
explican la ausencia de un diagnóstico contundente al modo de lo propuesto por el
DSM o la psiquiatría convencional. ¿Qué se quiere expresar entonces a nivel
clínico con dicho enunciado? De acuerdo con el enfoque Modular-
Transformacional, apelo a hacer una psicopatología que no sea reduccionista en
base a categorías estáticas y descriptivas o fundamentadas en base a un “todo
organizador”, como ocurre en muchas escuelas psicoanalíticas, sino que el
diagnóstico esté más cerca de una concepción dimensional de la psicopatología y
permita hacer una clínica que atienda a qué es lo que a nivel de la personalidad, y
más exactamente en referencia a la psicodinamia[1] del paciente, genera
sufrimiento y produce los síntomas, haciéndose subtipos psicopatológicos en base
a su etiología psicodinámica, es decir, referente al camino intrapsíquico que ha
seguido el paciente en la génesis y desarrollo de la psicopatología (Bleichmar,
1997).
Dicha deconstrucción psicodinámica nos muestra también hacia dónde hemos de
encaminar nuestras intervenciones y labor terapéutica: hacia las dimensiones,
módulos o sistemas motivacionales y sus respectivas interacciones, defensas y
compensaciones que se nos muestran como más centrales o preponderantes de
cara a nuestra atención como psicoterapeutas (Bleichmar, 1997).

Nuestro enunciado -“un caso de personalidad narcisista con predominio de


angustias, defensas y compensaciones narcisistas”- obedece a esta concepción
sobre el psiquismo y a una clínica como la que hemos indicado. Con tal rótulo,
quiero hacer referencia a un paciente cuya personalidad, a través de una serie de
acontecimientos en su desarrollo vital, está caracterizada por ciertas alteraciones
en el narcisismo. Narcisismo que conceptualizamos como uno de los sistemas
motivacionales que componen el aparato psíquico, el cual comprende fases de
desarrollo a nivel evolutivo, impulsa una parte importante de la conducta y la
fantasía, impera satisfacción en relación a necesidades y deseos que le son
propios, y, al mismo tiempo, puede generar toda una psicopatología que le es
connatural y originariamente producida por esta dinámica del narcisismo. Sistema
motivacional que mantiene también un constante diálogo e interdependencia con
los otros sistemas (hetero-auto-conservación, sensualidad-sexualidad, apego,
etc.). Por lo tanto, el  narcisismo es tomado aquí como un constituyente de la
motivación en la persona y no, o no solamente, en su acepción patológica o con
su carácter perverso (Freud, 1905, 1914). Hablamos, entonces, de la parte de
nuestra vida anímica que supone el impulso a fijarnos metas, a proponernos
objetivos y perseguir logros. Nos mueve en la búsqueda de la admiración de los
demás, es el motor que hace que la persona se entusiasme consigo misma y con
las cosas que identifica como valiosas en su entorno, provee del sentimiento de
capacidad, de potencia y autoconfianza necesarios, junto a otras dimensiones,
para la consecución de cierto desarrollo psicológico, la realización personal y
salud mental. Es más, la resultante de esta satisfacción o insatisfacción narcisista
determina el grado de cohesión del self (Kohut, 1971) de autoestima y/o
estabilidad psicológica -aunque ésta última, como apuntamos, puede depender
también de otros factores.

En cuanto a la consolidación del narcisismo, ya sea en la constitución de un


narcisismo sano o en la configuración de sus expresiones patológicas, coincido
con la opinión de aquellos autores que proponen como determinantes en este
sentido las interacciones tempranas entre el niño y la satisfacción-insatisfacción de
las necesidades narcisistas que éste presenta en el contacto con sus principales
cuidadores o figuras más significativas. Dichas necesidades serían las de
especularización e idealización (Kohut, 1971) y tienen su aparición entre el final de
la fase edípico-freudiana y los 6 años de edad, de acuerdo con Wallon y lo que
este autor denominó como  “estadio del personalismo” o “edad de gracia” (Wallon,
1987), disposiciones que, bajo mi opinión, quedan mucho mejor conceptualizadas
y descritas con las concepciones de Kohut a las que venimos haciendo y haremos
referencia, como son las disposiciones del “self grandioso exhibicionista y el self
idealizado” (Kohut, 1971; Gabbard, 2002). Se trata de necesidades y disposiciones
normales, que se suceden por el mero hecho de ser niño, las cuales éste alberga
y manifiesta. De una parte, necesidades relativas a ser admirado, aplaudido, la
necesidad de contemplarse y sentirse valioso al despertar “el destello en los ojos
de la madre” (Kohut, 1971; Gabbard, 2002),  la necesidad de ser investido con
entusiasmo para  entusiasmarse  después consigo mismo (Kohut, 1971,
Bleichmar, 1997; Gabbard, 2002). Y de otro lado, como decíamos, la necesidad de
idealizar a un otro que es tomado como ideal, omnipotente y grandioso, que
provee de un modelo con el que el niño quiere identificarse, fusionarse, y necesita
que se le permita compartir y gozar de ese vínculo (Kohut, 1971; Gabbard, 2002;
Bleichmar, 1997). 

Si tales necesidades no son manejadas o satisfechas en los vínculos entre los


infantes y sus figuras más importantes de manera óptima, se producen
perturbaciones en el narcisismo. Ya sea porque los padres fueron negligentes o
agresivos, porque se le especularizó de manera excesiva, o deficitaria, o porque
no se le permitió al niño el despliegue de su “self grandioso”; o ya fuera porque no
se ofrecieron modelos a idealizar, o no se le permitió impregnarse y compartir
dicha idealización; o, quizá, por la psicopatología de los padres, o por las fallas,
torpeza o desinterés de éstos a la hora de empatizar con tales necesidades
narcisistas desplegadas por el self infantil. Dichas insatisfacciones en el desarrollo
narcisista son traumáticas para el niño: trauma narcisista. Se nos muestra como
lleno de sentido y en ocasiones con inimaginable alcance, uno de los principales
pilares de la teoría freudiana, que bien queda plasmado bajo la conocida frase que
reza: “el niño es el padre del adulto” (Gabbard, 2002).

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