Está en la página 1de 221
Eugenio d’Ors CARTAS A TINA SINICA % PLAZA & JANES, S. A. EDITORES Barcelona - Buenos Aires México, DF. - Bogota PROLOGO En contra de lo que una tradicion parcial y torpe ha querido presentar, los catalanes son, en su esencia, gran- des dialogantes; Ramén Llull podria ser, acaso, el patron de nuestros dialogantes a escala ecuménica: tanto en sus hazafias académicas por la Europa de su momento, como en sus hazajias misioneras por el Africa, de su pasion; la voz de Llull nace desde Mallorca con intima vocacién dialogante. Y antes que él, Oliba, abad de Ripoll y obispo de Vich, y los trovadores catalanes en didlogo constante con Provenza y con Castilla. Y después de él, en lo que de catalan tiene —no olvidemos su «De Stabliment de Scola»—, el valenciano Juan Luis Vives dialogando con los grandes espiritus europeos de su tiempo y mds tarde Finestres y de Montsalvo, el canciller cervariense, cuya palabra epistolar se repartia entre Europa y la Corte, y mds tarde ain, Balmes, que quiere, por primera vez, dia- logar con el Protestantismo, y luego Maragall, que tan eficaz y tenazmente dialogard con Iberia... Eugenio d’Ors estd en la mejor linea de este, que po- driamos llamar pensamiento catalan con vocacion univer- sal, de este afan dialogante. Como él nos dijera en «todo lo que no es tradicidn es plagio», supo engarzar su pen- samiento en esta tradicién que hemos resumido demasia- do apretadamente. El ultimo eslabén de la cadena era Maragall, y d'Ors le elige como padrino y maestro. El didlogo de Maragall con Iberia, que la muerte truncara hace mds de medio siglo, cuyos [ritos sdlo empezamos a recoger hoy, se prosigue con el didlogo de Xenius con Europa, que agranda simplemente el dmbito y el hori- 8 EUGENIO D'ORS zonte escogidos por su maestro y padrino. El didlogo europeo de d’Ors, que se iniciara en una de sus primeras glosas, en 1906 —«Any Nou a Noruega»—, va salpicando desde aquel momento las pdginas del Glosario, pero la ci- fra ultima de este didlogo la encontramos en el libro que ahora, lector, tienes entre las manos. Hace trece aiios —en 1953—, cuando me disponia a sa- lir para el Sarre, un viaje que constituiria significativa- mente mi primer encuentro consciente con Europa, Euge- nio d’Ors me dijo cabalisticamente: «Cuando se encuentre en el Sarre, busque a Tina.» Alguna vez he contado la emocién que me produjo en- tonces, aquella admonicién y mi peregrinaje en pos de una sombra imposible. Y cémo aquellas admoniciones y peregrinajes me llevaron una y otra vez —después del viaje y en mis retiros espanoles y americanos— a las pd- ginas de un libro que d'Ors habia sélo publicado en cata- lan: «Tina i la Guerra Gran»', Pero lo que mds me emo- cionard —al paso de los aiios— fue el descubrir que mi adhesion al libro de Tina, habia sido compartida por el mismo d'Ors, puesto que a su muerte, entre sus papeles, que pudimos consultar gracias a la amabilidad de Victor, el hijo del maestro, se encontraba una versién espanola del epistolario apasionado que el libro constituyera y que es, el que ahora, con voluntad de homenaje, ve la luz, y tu, lector, tienes entre las manos. Como verd el que leyere, el libro termina con estilo y cifra orsianos, con un Manifiesto de los Amigos de la Unidad Moral de Europa, fechado el 27 de noviembre de 1914. Hace, pues, mds de medio siglo de la segunda edicidn catalana, que es la que nosotros hemos manejado, para completar las tiltimas pdginas de la version castella- na, que Eugenio d’Ors dejard incompleta, precisa, en 1935, la necesidad que d’Ors sintiera de ensanchar publicamente la avenida que las cartas a Tina recorrieran, una avenida cuyos hitos cimeros habian sido la afirmacién de que «la 1 La edicién catalana que consultamos es Tina i la Guerra Gran. Quaderns Literaris «NoveHes i Novellistes». Vol. 76 (Passié d'Europa-Milicia d'Eyropa), Vol, 77 (Triomf d’Europa). CARTAS A TINA 9 guerra entre Francia y Alemania era una guerra civil» y la proposicién de la «Unidad Moral de Europa». La traduccidn del que prologa, abarca desde el segun- do parrafo de la carta XCIII, hasta el final. En la versién orsiana, hasta el punto mencionado, hemos resistido la tentacién de hacer el mds minimo cambio, después de consultar, a este respecto, con los hijos del escritor. Nues- tro criterio, coincidente con el de los herederos de Euge- nio d'Ors, ha sido el de respetar escrupulosamente el tex- to que d’Ors nos legara. Puesto que si en alguin momento se nota cierto apresuramiento en la versibn— mds dra- mdtico cuando nos percatamos de que no pudo terminar- la—, creemos que la version actual, tal cual se halla, tiene un valor documental significativo, al que restaria eficacia cualquier correccion. La aparicién de este libro se nos antoja enormemente oportuna en un momento en que la preocupacién europea y precursora de Eugenio d’Ors adviene quizds a su total sentido, en el marco de una Europa que se debate en ansias de unidad. Mds oportuna, si cabe, porque estas an- sias han buscado caminos de integracién preferentemente econémica, olvidando o desoyendo la admonicién orsiana que pedia, antes de todo, la unidad moral. Tan oportuna se nos antoja esta edicién que podriamos llamar partisica —es decir, ni totalmente «édita», ni total- mente inédita, por tratarse de la versidn castellana de un libro ya publicado por su autor en catalén—, como nos lo pareceria la reedicién catalana del libro. Quizds asi nos dariamos cuenta de algo que, a mi parecer, es importante cuando se trata de escritores bilingiies, como es el caso de d'Ors y de muchos de los escritores catalanes: me refiero al hecho de que expresdndose indistintamente en una u otra lengua, hoy, d'Ors, como ayer Maragall, no de- jan de ofrecernos la quintaesencia de su catalanidad, pre- supuesto necesario para entender su espanolidad. Para quien quiera ver esto con mirada generosa y abierta, que- da zanjado un viejo pleito bizantino en el que se ha pre- conizado, con tesén digno de mejor causa, el uso tinico de una de las dos lenguas. Pero dejemos hablar a d'Ors; dejemos hablar a Tina. 10 EUGENIO D'ORS Y busquemos en sus palabras aquella leccién secreta y escondida que emanaba del consejo que d'Ors me diera un dia cuando partia para el Sarre. Porque hoy no me cabe duda de que si cncontramos a Tina, en ella encon- traremos a Europa, de la que quizds hoy andamos mds necesitados que nunca. JAIME FERRAN 7 de agosto de 1966 NP. La serie que aqui se reproduce fue publicada inicial- mente en un periddico barcelonés, en forma de breves articulos cotidianos, habitual a una buena parte de la produccién del autor durante los meses postreros del memorable ano 1914. Después, y durante los primeros de 1915, siguieron agitadas sus tesis tedricas y polémicas en un «Amplio Debate», que Ilené el Glosario, durante un trimestre mas. Una extraordinaria pululacién de opi- niones y pasiones acompajié esta salida. Se encresparon las tales, en conciencias turbadas, de Catalufia y de Fran- cia principalmente, y también en conciencias turbias, has- ta limites de impedir por el momento la posibilidad de desvanecer las falsedades y hasta la misma de reparar los entuertos. La vindicacién vino cinco anos después, con la transguerra. Entonces volvié el texto de la narra- cién a publicarse, esta vez en libro, en un ambiente de mayor serenidad. Sdlo que, a la vez que las destemplan- zas se habian aliviado, las tesis habian sido olvidadas. Y cabe decir que olvidadas han seguido hasta muy recien- temente, en que nuevas paginas de la historia del mundo parecen haber devuelto vivacisima actualidad a aquéllas, en que se proclamé por primera vez la afirmacién en la unidad moral de Europa y la consideracién de cualquier guerra europea como una variedad de guerra civil. La versién en libro de las «Cartas a Tina» es la que hoy se edita de nuevo. Sus diferencias respecto a la pri- mera versi6n periodistica habian sido, de todas maneras, escasas. El titulo primitivo de «Cartas a Tina» se cam- 12 EUGENIO D'ORS bid, como exigia el alejamiento temporal, por éste de «Tina y la Guerra Grande». La serie de las cartas se dis- tribuy6 en tres porciones, rotuladas por sendas etiquetas alusivas a los diferentes titulos de las experiencias que va realizando sucesivamente el espiritu del corresponsal de Tina. Se afiadieron a la primera parte dos cartas, me- ramente descriptivas del ambiente de Barcelona, cuando las primeras semanas de la guerra europea. Se suprimid de la segunda parte una discusion sobre las tesis de Hous- ton S. Chamberlain, hostiles al latinismo, en razén a que el mismo tema pudo encontrarse tratado con mds am- plitud en el texto de una conferencia, organizada por la sociedad «El Sitio» de Bilbao, celebrada en 1915. Se afia- did, por fin, la dedicatoria a un amigo. Uno de los pocos adversarios de las «Cartas a Tina» en que nosotros pen- samos, al establecer la distincién entre las conciencias conturbadas y las conciencias turbias. Y pensando con la seguridad de que habra siempre de encontrarse en la pri- mera categoria. A Gustave Violet, catalén de Francia, maestro escultor, artesano perfecto que me ha combatido con nobleza. PRIMERA PARTE ss PACIENTE EUROPA Tina, mi amiguita prusiana, tiene siete afios y medio. Nacié mucho tiempo después que sus hermanos, inespe- rada y, acaso, no deseada. Tina ist eine Achlissigkeit, dice su madre, con un aplomo muy neoberlinés... No la quiere por ello menos: ni esta menos orgullosa de aque- Ila su lindeza de angel, de angel un poco desmedrado. Ni pasa con menos ternura su mano por la cabellera rubia de la nifia: la cual, contra lo ordinario entre sus herma- nas y amiguitas, no es lacia y ahilada, sino rizada y loca, parece que por singular atavismo de algun antepasado bohemio. Tina, sin embargo, tiene un defecto fisico; me- jor dicho, lo tenia. Ha bizqueado terriblemente, durante sus primeros anos. No ha mucho, un especialista de Heidelberg la ha operado con éxito. Unicamente le queda, resto de aquella mala costumbre, la obligacién de usar, por un cierto tiempo, unas gafas. A través de estas gafas, unas fuertes antiparras de plata, Tina, el afio pasado, en ocasién de una estacién de altura, miraba con atencién los mufiecos que trazaba, en horas de pereza, la estilo- grafica de Xenius, antes de romper a alinear vocablos, para sus prosas. Consecuencia de tales contemplaciones familiares y detenidas, Tina, al terminar la estacion, de claré muy formalmente a su madre: «Mammi, Xenius ha sido aqui mi unico amigo.» 3 de agosto Hace dias, Tina, que me asedia tu recuerdo. Sefiora Mammi ha escrito a tu Unico Amigo, cémo tu entrabas corriendo en su cuarto y le gritabas, en llanto deshecha: Es gibt Krieg! Es gibt Krieg! jHay Guerra...! Cuando tu asi clamabas, sefiora Mammi, la mala nueva no la creia, no la queria creer. Te rifié, porque asi la alarmabas. Por- que el esperar es, en el corazon de los hombres, muy terco. Toda Europa, en aquel instante, te tubiera refiido como tu madre. Pero eras tu, pobre Tina, la que tenia razon... Tal vez, nifios, vuestra inocencia huele anticipa- damente el horror, como la inocencia de los pajaros anti- cipa la tempestad. Dia veintisiete de julio de mil novecientos catorce. Hay, en un pueblo de Alsacia, una enloquecida criatura que se despierta y corre a vaticinar, como si, por la no- che, en suefios, hubiese tenido la revelacién: «jHay gue- rra!» Y rompe en lagrimas. Y habla, sollozando, del padre oficial, del hermano oficial también. Y, sin decirlo, piensa igualmente en su pobre casita y en su pobre jardin. Por- que tu conoces la guerra. Tu la conoces por las historias y por las estampas de las historias. Pero, que ahora ha- bria guerra, ¢quién te lo ha dicho esta manana, sino tu coraz6n? Dios lo ha querido, y también, mas de lo justo, los hombres, jValor, Tina! A ti y a los tuyos, amigos mios, iValor! Dejadme decir como yo lo necesito igualmente. 22 EUGENIO D'ORS Lo necesito al pensar en vosotros, amigos, al pensar en nosotros, y en todas aquellas cosas que mds amo, aque- llas fragiles cosas espirituales, que no son todas vuestras, pero que tampoco son de los otros todas... Porque veo a mi lado a las gentes tomar muy de prisa partido. Y yo también lo tomaria, siguiendo mis preferencias de raza, mis preferencias de gusto, mis preferencias de mente. Pero, ¢y todo lo que, entre lo mejor de lo mas preciado, quedaria fuera, quedaria enfrente...? Si, yo también tomaria partido en seguida —si no fuese Goethe—, si no fueses tu. Pobre pajarillo, nuncio de tempestad. jOh, Tina mia! Acaso ahora mismo hay en tu jardin hombres muertos y quema el fuego las maderas de tu lecho blanco. jValor todavia, sea como sea, amiguita mia! Para probar de man- tener un poco el tuyo, yo te escribiré. No me olvides tam- poco. ¢No acontecera que, al fin y al cabo, necesitan mas socorros de confortamiento la inquietud del Unico Amigo que el llanto de la amiguita lejana? Il Barcelona, 4 de agosto Yo no soy, Tina, lo que, por mal nombre, suele Ila- marse un filantropo... ¢Te acuerdas de M. Depeticharme, aquel ginebrino gordinflon de nuestra Kurhaus, que re- partia un folleto donde, en la cubierta, figuraban todas las banderas de] mundo reunidas en una bandera co- mun? ¢Te acuerdas de la flacucha Miss Nicholls, que llevaba, sobre su jersey negro, una condecoracién, y, ademas, un rétulo y una cruz, en la cinta de su som- brero de paja, también negro? Yo no soy de la familia de Miss Nicholls, yo no soy de la familia de M. Depeti- charme. Yo soy, mas bien, como tus dos hermanos, el oficial y el quimico, un hombre del novecientos, buen amigo de la accion y de la voluntad, bien hallado con el ambiente deportivo, un poco pragmatico, de todos modos, en medio del idealismo; plantado a pie firme ante la vida, sea aspera o dulce. La fortaleza, que ha dado a uno de aquéllos, ejército colonial, al otro, su laboratorio, yo la tengo también: en mi me la da la Filosofia. Y Filo- sofia no es arte de blandos ensuefios, sino, al contrario, ojo impavido sobre la realidad del mundo: ojo que ha disuelto en él la anécdota, dejandole unicamente su ar- quitectura de eternidad... —gEntenderds tu estas cosas que te digo, estas cosas que te debo decir en mi corres- pondencia, Tina?—. Si y no, las entenderds. No, los rizos locos de tus rojas crines, que para eso tienen un oscuro origen bohemio. Si, tus anteojos de plata, que por esto 24 EUGENIO D'ORS la sabia Jena las fabricé. Entre la crinera loca y los doc- tos cristales, espero que tu cabecita, vieja de siete afios y medio, advertira siquiera, en las palabras del Unico Amigo, una seria musica, como el canto de érgano en la capilla, el salmo, que no necesita ser entendido del todo, para que eleve el espiritu y traiga a la herida del corazon un poco de balsamo. Te digo, pues, que no soy un blando filantropo senti- mental y que, para no serlo, Filosofia me adoctrinaba. Me ensefiaba que no hay luz sin sombra y que el mal forma parte del bien, y que segiin nos muestra san Pablo, es bueno que haya herejes y que sean las guerras. Suelen afirmar las gentes que, a los hombres de hoy, nos ha sido concedido el vivir en un tiempo de paz. ¢Qué se quiere significar con esto? ¢No se han batido seguidamente los Ejércitos de las colonias? ¢No ha sido en nuestro tiem- po, por ventura, derramada la sangre en el Transvaal o en Port Arthur? ;Nuestros veinte afios de uso de razon no han visto, en nuestra Espafia misma, dos guerras de Africa y la catastrofe de 1898? Todo esto nos traia dolor; no, desfallecimiento todavia. Ante, inclusive, aquello que nos tocaba mas de cerca de la empresa en que moria nuestro hermano o perdia nuestro padre toda la hacien- da, continudbamos sosteniendo nuestra teoria de que el Primum vivere era de cobardes, y que a valores mas altos que la mezquina ganancia propia o que la conservacién de la existencia debiamos servir... No, no era el senti- mentalismo nuestro flaco; ni el ideologismo vicioso. Ni la sorda anarquia moral, que nos mostraron los deca- dentes del Fin-de-Siglo... j;Ah, pero ahora es otra cosa! Ahora no tememos tan s6élo por nuestra bolsa o por nuestra vida. Tememos por nuestra dignidad de hom- bres civilizados. Temblamos por la civilizacién misma. Ya no es cuestién de despertarse ricos 0 pobres, 0 de no despertarse: es cuesti6n de un despertarse bdrbaros, quiza. jOh, Tina, escribeme, si puedes! Estoy muerto de an- gustia, gCémo, cuando, podré saber de ti y de los tuyos? Tal vez os habéis despertado esta misma mafiana en plena barbaric... jPero, calla! gNo era deber mfo, no conve- CARTAS A TINA 25 nia a mi consecuencia ideolégica un empezar partiendo del principio de que cl Barbaro —precisamente— eras tu? Ill 5 de agosto Amiguita, mi dulce Barbara, te he sofado la pasada noche. Te sofié, y no era malo mi suefio. Te figuraba ri- suefia, en admiracién ante el nuevo uniforme de tu her- mano. El lo habia recibido, y lo revestia en el acto y bajaba al comedor para que vosotros lo contemplaseis. Aquel comedor, que no he visto nunca, me aparecié con precision grande, enmaderado, sombrio: lo aclaraba, a despecho de la estacién, un fuego vivisimo. Comedor del Norte imaginado por un hombre del Mediodia. Karl es- taba dichoso, cubierto con brillos y plumajes. Su mano fina ajustaba el mondéculo y acariciaba, en el mostacho, unas guias potenciales, como si no se acordase de que estaba recortado a la americana. Eva estaba en éxtasis. Tu batias palmas. Tu madre misma, de perfil —aquel perfil de medalla antigua—, sonreia un poco... ¢Lo creeras? El suefio pueril me ha serenado la ma- fiana. Tal vez me equivoco, pero se me antoja que ha serenado, de alguna manera, el aire de mi ciudad. Las noticias son terribles; pero son las mismas. Son las mis- mas que anteayer, y uno se acostumbra a todo. La dife- rencia consiste en que anteayer eran mentira; y hoy, ver- dad. Mas, para nosotros, mediterrdneos artistas, esta pe- quefia diferencia de detalle no puede tener demasiada importancia. La guerra entre Francia y Alemania, se de- claré ayer. ¢Qué importa, si nosotros ya la habiamos declarado, el dia primero de agosto? 28 EUGENIO D'ORS Ya ves que hasta sonrio, como tu madre ante el nuevo uniforme. jOh, esta sonrisa no me pasa mucho mas alla de los dientes! También dentro de mi una fuerte guerra se ha entablado. Como la perezosa estilografica, en las horas de siesta, en nuestro Kurhaus, dibujaba confusién de monstruos, de los cuales, como de una gestacién os- cura, brotaba por fin la palabra escrita, asi, ahora, en mi mente se agitan las nociones, sin forma aun ni armonia. Aprovecharé el poco de serenidad de hoy, serenidad sin motivo, traida por una media fatiga del ambiente, traida por un suefio, para poner un poco de orden, en ese tur- bulento caos. Como la virtud se ve siempre recomendada, yo espero que esa resignacién mejor me traiga un premio. El cora- zon me dice que, por la tarde o mafiana, recibiré noticias vuestras. He pensado en vosotros demasiado intensamente estos dias, para que la vibracién misteriosa, que une a las almas desde lejos, no os haya hecho, a la vez, en medio de vuestra agitacién tragica, pensar un momento en el Unico Amigo, IV 6 de agosto Aunque sea sin contestacién, aunque sea sin noticias, quiero escribirte cada dia. Tu no sospechas, querida cria- tura, hasta qué punto la presencia de tu imagen me exalta y desvela la mente. ¢No serias, a tu manera, mi musa, tu...? jUna musa de siete afios y medio, y con gafas! 1 La tarde fue ayer caliginosa. Cansado, malhumorado, solitario, el Unico Amigo se recogia, en su triste celda académica, tapizada de libros y de maderos —asi vues- tro comedor nordico sofiado la noche antes—, pero ale- grada aquélla, en cambio, debajo de las ventanas, por unos cuantos panos de vieja ceramica espafiola, de ale- gres colores populares, pariente de Ja que los Borgia no se avergonzaron de importar a las nobles camaras vati- canas. En la humilde celda del Unico Amigo, el corazon de Catalufia bate febrilmente, cada dia unas horas, reci- biendo la sangre del saber que le envia el mundo, e inten- tando nutrirse de ella con ritmo todavia inhabil, pero con impulso ardiente, para devolver algo a la circulacién universal. jOh, cada tarde, la hermosa pila de correo extranjero, esperando encima de la mesa de trabajo; los libros recién salidos y todavia olientes a tinta y a espiritu, las Gltimas entregas de las revistas, la comunicacién de Ja Academia pomposa! jLa carta del profesor lejano que hace una consulta, la de otro que responde a una peticién, las pruebas de imprenta que van y vienen, valerosas, a 30 EUGENIO D’ORS través de la confusién de los caminos del mundo, mal protegidos por un sobre baldio, que no se cierra! Todo esto forma una especie de rio, que no cesa de fluir. Forma una especie de rio, y ello es lo que se llama cultura. iY cudn fraternalmente se juntan en él linfas espirituales, venidas de los lugares mas distintos! Si supieses, Tina, la tristeza que yace estos dias en la mesa desnuda, porque los libros, las revistas, las cartas, no llegan ya, que la guerra las detiene; y eso, si es que logran salir. Rezagado, venido no sé cémo, un solo pe- riddico habia ayer, una pequefia Revue de pathologie ve- getal, filtrada, diriase, a beneficio de su misma exigiiedad. Y, lanzada alli, tenia el aire de preguntarse: ¢Dénde esta, pues, mi acostumbrada compaiia? ¢Dénde estan los signos de aquella colaboracién, sin la cual yo no soy nada? ¢Donde estan mis amigos de tantos viajes, aquellos fir- mes y gruesos fasciculos de Botanica, donde mi noticia encontraba complementos; mi sugestién desarrollo; o el consejo que yo daba, explicaciones y base? «jAquellos fasciculos, pequefia revista francesa, se han vuelto enemi- gos tuyos!» «gMis enemigos? ¢Qué queréis decir con eso? La palabra enemigo, ¢qué significa?» «Significa, ligera amiga graciosa, que ahora tu y yo prescindiremos de ellos porque hemos averiguado lo barbaros que son; tan- to, que si se extendiesen un poco mas ello representaria la barbarie para Europa. Y Goethe es también, como ellos, un barbaro. Y también lo es Tina, una amiguita que yo tengo...» Tampoco hoy han venido cartas. El corazén me en- gaiié ayer. Mi coraz6n no posee, como el sefior Vazquez de Mella, el don de la profecia. (El sefior Vazquez de Mella es, Tina, uno de nuestros mas brillantes parlamen- tarios. Dice que tiene el mérito de vaticinar, con una an- ticipacién de veinte afios, los mds complejos aconteci- mientos politicos, Y, eso es lo mas notable, sin aprenderlo en libros ni documentos, sin estudios, gracias a une idée qu'il a comme ¢a; a la manera como Camille Flammarion anuncié, cierta vez, un eclipse), ...[Adiés, adids! 7 de agosto jCampos suaves de Francia, campos aterciopelados de tierno verde! jCampos regulares, repartidos, dibujando cuadros armoniosos, donde se perpetian los cultivos va- rios! ;Bosques de Francia en ufania, rios de fina curva, carreteras que Colbert mandé que se adornaran con sauces redondos! jJardines de Francia, jardines de la inteligen- cia, con la sabia politica de los bojes y los juegos arqui- tecténicos de las aguas! jPueblos de Francia, con las ca- sitas de los bien ganados retiros y las cortinillas de encaje, en las ventanas de las casitas, y la iglesia en medio, con el campanario puntiagudo, clavado en la nie bla! jCiudades de Francia, ricas ciudades, voluptuosas y pulidas, cada una con un nombre glorioso; glorioso en Jos fastos de la historia y en los regalos de la mesa! Y tu, Nancy, la de las rejas de oro, con la plaza Stanislas, tan bien ordenada, y las flores de hierro de Jean l'Amour, la Anfitrite y el Neptuno y su Perugino en el Museo y, en todo, aquella bella gravedad de la fina melancédlica Lo- rena... ¢Una carniceria frente a Nancy? Hablan de ello noticias Ilegadas hoy, y el alma se nos lena de sombras. jY todavia, la sangre...! jLa sangre, la tierra sorbe y eso da atin mas ufania a la nueva estacién! Pero la destrucci6n, la ruina, la miseria, el aniquilamien- to! jAh, Tina, Tina, que los tuyos no manejen con mano demasiado ruda estas cosas tan delicadas y que a todos nos importan tanto! 32 EUGENIO D'ORS Vi salir ayer noche un tren de reservistas franceses. La otra vez, cn los dias del «jA Berlin!», estos hombres hu- bieran sido acaso odiosos de petulancia; ayer eran mag- nificos, en la estoica simplicidad. Tal vez los que salen hoy, si lo de Nancy se confirma, si, de hecho la resisten- cia francesa ha sido tan brava y victoriosa, tomen al salir aires que provoquen menos a la simpatia. Los de ayer su- gerian inevitablemente que vosotros habéis empezado con abusar de la fuerza. Los de hoy tal vez no recordasen que ha llegado la hora de que vosotros estéis solos contra todo el mundo, Simpatizamos con aquellos hombres, ayer; pero sim- patizamos sobre todo con sus familias. En el andén de la estacion, éstas les decian adiés, con una dignidad perfec- ta. Ni un grito. Pocas lagrimas. Unas palabras de despi- do, Ilenas de una ternura elegante, llenas de matices, Ile- nas de conveniencia y de proporcién segun el caso: segun se tratara del hijo, del hermano, del amante, del amigo. Una especie de clarividencia practica mezclada con todo ello, un orden y policia que ahorraban el aumentar los males de la situacién con la confusion de la mente. Esta burguesia francesa puede ser admirable. Quiero tener ahora muy presente en la memoria la escena de ayer y probaré, en cambio (perdona, Tina), vol- ver menos perentoria tu imagen. Porque el deber y el corazon me aconsejan, juntos, que, al acabar esta carta, me ponga a escribir otra de compafia y simpatia a uno de los que fueron, en Paris, mis maestros mds queridos. A uno de los hombres que, a estas horas, debe de padecer mas en Francia: al generoso filésofo Emile Boutroux. VI 9 de agosto Cerrada la que te dirigi a ti —amiguita que ignoras mi correspondencia atuin—, otra carta venia a dictarme el co- razon. Ya lo sabes, la que queria dirigir a Monsieur Bou- troux. Yo recogia, para redactarla, toda la tristeza de mi mesa desnuda. Y evocaba, como ejemplo, para que fuera mi palabra breve, decente y mesurada, el recuerdo de aquel elegantisimo adids que las familias de los reser- vistas franceses les daban en nuestra estacién de Bar- celona. «Sefior, empezaba, Sefior y querido Maestro: En las graves circunstancias que Francia atraviesa hoy, mi deber y mi sentimiento me aconsejan juntos el dirigirme a us- ted, que, en Paris, ha sido mi Maestro y guia, para ofrecerle el testimonio de la admiracién sincera, de la gratitud profunda que guardo hacia su gran naci6n libe- ral, hospitalizadora de mis afos de estudios mejores y donde he encontrado tantas afecciones fraternas, tantas altas ensefianzas, cuyo rastro no se borrara de mi es- piritu.» Yo te repito los términos exactos de la carta, Tina. Los términos de las que te voy escribiendo sin una ocultacién, sin aprension, sin ninguna sombra de confusién, también podria repetirlos a Monsieur Boutroux. «Para usted, para su querida familia, para su noble patria, mis votos, los votos de los mios. Nuestro deseo de 2— 2554 34 EUGENIO D'ORS una gloria, que continue la gloria secular, y, para bien pronto, los de una paz ganada en el honor. »Créame, querido Maestro y amigo, respetuosamente suyo.» Y mientras firmaba, me lo he representado a él, al fild- sofo generoso. Lo he visto en su habitacién, recibiendo a los amigos, a los discipulos de todo el mundo. La flaca mano, alargada al apreton. El fino rostro palido, la boca, con aquella torcedura caracteristica que hace al hablar, aquel movimiento del busto, que acompaiia y acentua las palabras que salen, y recitando, con énfasis, versos de Schiller con el virtuosismo de la pronunciacién excelen- te, mientras los ojos divagan por las imagenes de la pa- red; donde estan, reunidos, Kant, Pascal, un antiguo pro- fesor de la Escuela Normal, la copia de una pintura italiana y un grabado al acero, segin una pintura janse- nista de Philipe de Campaigne, aquélla en que hay dos monjas retratadas y que es, a mis ojos, uno de los docu- mentos mas punzantes, que se conozcan sobre la sensi- bilidad francesa... éVersos de Schiller? He creido oir la voz, he creido oir la pronunciacién exacta. Y, de pronto, como un relampa- go, un recuerdo. Emile Boutroux, joven, habia ido a estu- diar a Alemania; y esto, tal vez, es lo que le permitié el restaurar, tan pronto, en época en que el positivismo era duefio absoluto de las mentes, la tradicién del idealismo, la buena tradicién metafisica. Si, Boutroux habfa ido, cua- renta afios atrés, a Alemania, a aprender de Zeller, como ahora yo habia ido a Francia, a aprender de Boutroux. jCémo se ligan, cémo se entrelazan, nuestras historias espirituales, hombres del dia! ¢Y, quién no ha dicho cémo los intereses materiales se mezclan y confunden también? Nada nos separara. Ni paz ni guerra podrian ya sepa- rarnos... ... He cerrado la segunda carta. Al hacerlo, estaba ante la mesa, en pic. El combate interior de estos dias, ya cesaba. Habfa Ilegado, si no a una solucién, a un armis- ticio. Tina, el Unico Amigo ha dudado, al empezar la se- mana. No duda ya. Sabe lo que debe pensar, ahora. Lo que ¢I, lo que cualquier hombre, servidor a la causa CARTAS A TINA 35 de la cultura y que goce de bastante libertad de espfritu para hacerlo, ha de pensar, sobre el actual conflicto, es: La guerra entre Francia y Alemania es una guerra civil. VII En la noche del 8 de agosto Hemos visto los horrores de la guerra muy cercanos. Los fugitivos de Francia vienen, en riadas, a Barcelona. Vienen miserables, en confusas familias, un saco al hom- bro, cuatro pobreterias entre las manos, la desesperacion en el mirar. Asaltan los trenes en la frontera, desembar- can en nuestra estacion y alli se quedan acampados, o en la calle, junto a las puertas. Nadie se atreve a sacarles de alli, nadie tiene alma para hacerlo. Y los mas tragicos en el lamentable éxodo, no son los que tienen la desespera- cin en los ojos, sino los que tienen la resignacién. jAque- llas mujerucas que no han entendido nada y que tampoco esperan nada! La jornada ha sido aqui siniestra. El golpe de la gue- rra, en los negocios, se ha sentido, brutal. «No puede ser», deciase ayer todavia. Se esperaba, aun después de la noticia de los primeros combates, una solucién, por sorpresa. Ya no se espera. Y verias que se encuentran en las casas del negocio a unos hombres palidos, extraviados los ojos y, en las manos, un temblor senil, que querria disimularse... Pero, a nosotros también, fuera de los ne- gocios, se nos extravia el mirar y la mano nos tiembla, que no sabriamos qué escribir. Hay aqui los grandes hundimientos, aqui, esperando- nos, en el mafiana del destino, Aqui esta la ruina. Alla, el hambre.,. Acabo de pasar por los alrededores de la Esta- cién de Francia, El espectdculo visto no se me olvidara 38 EUGENIO D'ORS ya. Habia un grito, aquellos millares de miserables pedian pan. Cuando se han cansado del grito, se han tendido en el suelo. Y también nuestro pulido paseo ciudadano pare- cia un campo de batalla. La noche de agosto pasa, ardiente, irrespirable... jAire! jAgua...! Sombras densas me envuelven. Pero, yo conozco, lejos de la ciudad, una ermita pequefia, dominando una cala de curva suave, donde el mar es maravillosamente sereno. Quiero subir alli, para volver a encontrar la calma. Para encontrarte a ti, mi Tina; para encontrarme a mi mismo. VUI 10 de agosto Ayer, amiga, no te escribi. Pero nunca hemos estado tan juntos. Yo no te decia ayer mi palabra. Pero una pala- bra me decia a mi, que nos fundia amorosamente a los dos. Por ser domingo, me encontraba lejos de la ciudad, en marina, amplia, soleada y desierta. Oi misa muy de majfiana, en una minuscula ermita, enteramente blanca, en lo alto de una pefia que adelanta abruptamente sobre las olas. Como subiese por el camino, yo muy preocupado por la guerra, me dije: Toma, eres ahora como un Antiguo que sube a consultar a un oraculo. Y, a medida del subir, mas se ensanchaba ante mis ojos el azul mediterraneo de siempre. El aire era vivo y picante, que aviva el discernimiento. Como el sacerdote se volviera a bendecirnos, acontecid una extrafia cosa. —Te lo cuento igual como fue: ¢por qué te mentiria?—, Sorprendio a mis ojos una especie de alu- cinaci6én. Encima de la pared blanqueada, unas grandes Jetras azules, temblorosas, dibujandose en el tiempo de un relampago, Era una S, era una I, y, después, una Ry una G, esta ultima ya mas palida... Y mi adivinacion, entonces, avivada por el aire matutino, entendié sin sor- presa la palabra del ordculo, la santa consigna, que era una formula y era un augurio, 40 EUGENIO D'ORS Si: «Sacro Imperio Romano Germanico». ;Si, la guerra entre Francia y Alemania es una guerra civil! Una guerra civil, dentro de la viva unidad de Europa. Una guerra civil, en su corazén. Hay una Europa viva —lo que platénicamente vale como decir: hay una idea de Europa—. Grecia la paria; la Loba la amamantaba. Quien sejfialé su férmula, tras el gran crecimiento, fue Sefior Carlomagno. ¢Qué me importa, en la presente lucha, vuestro anhelo, camaradas? ¢Votais por Francia? ¢Votais por Alemania...? {Mi voto es por Europa! ;jMi anhelo es por la reconstitu- cién mistica del Imperio de Carlomagno: desde Colonia al Ebro! Y por un coronamiento —un sacramento— en la cate- dral de la ciudad aquélla de los varios nombres, que po- demos llamar en tu habla, Tina, y en la de los franceses y en mi habla: Aachen. Aix-la-Chapelle, Aquisgran. He aqui que, mientras bajaba yo de misa, divisaba, a orillas del mar, un pinar llano. Y, como si me encontrara en las cercanias de Ravenna, en Ja Pinetta memorable, me parecié que, entre las raices de los arboles, se deslizaba la sombra del Gibelino inmortal. ... Tina, ayer era domingo, domingo de magna sereni- dad. Tina, me trae duelo todavia; no ya una central in- quietud. Venza quien venza, caiga quien caiga, el victorioso sera el Imperio de Carlomagno, la viviente Europa. Seré yo, dulce amiga mia, seras tu. jTe quiero! Ix 11 de agosto ¢Qué misterio es éste? —No, no quiero pensar en un misterio de dolor. Dejadme creer en un misterio de gozo... jSefior! jEsta fotografia de vosotros sobre mi mesa!— Dijeron los diarios que hoy llegaria la retrasada corres- pondencia. No ha llegado. Pero, venida no sé cémo, en un sobre cuya escritura en la direccién me es desconoci- da, sin una palabra que la acompaiie, sin una fecha, sin una firma —esto— vuestro retrato, el retrato de todos vo- sotros juntos, en vuestra casa. El matasellos dice: «Colmar» —gColmar? Un telegra- ma de ayer afirmaba que las tropas francesas habian en- trado alli, después de haber entrado en Mulhouse...— Pero los de hoy anuncian que ya se han retirado de Mul- house... ¢éQué habéis hecho, Tina? ¢Qué cosa amable y angus- tiadora habéis hecho? jEse retrato, cudnta inquietud me da y cémo me restaura, a la vez, en la antigua compaiia! Aqui estais todos, amigos, amigos mios, amigos del alma. Vuestra casa parece bien linda, con las paredes gris claro (ges gris?) y los muebles y las puertas tan blancas y las simétricas y elegantes molduras de madera. ¢También el comedor est4 decorado asf, nifia mia? ¢No es el sombrio comedor nérdico que sofié? Pero ahora caigo que esta casa de la fotografia no debe ser la de ahora. Tu, Tina, estas ahf sin gafas y las luminosas pupilas ensefian atin el de- fecto de ayer. El vestido de la sefiora Mammi no es de 42 EUGENIO D'ORS ultima moda; y esto, ¢verdad?, no se le parece demasia- do... Eva trae una trenza larga y el flequillo sobre la frente, mientras que cl verano pasado, si el recuerdo no me engana, Hevaba ya un peinado como de mujer. Y la media desnudez de Karl, bien que atin correcta, traduce tan poco la inminencia de una guerra, nos habla tanto, en desquite, de abandono, de confianza tranquila, de suave reposo en el seno de una casa segura, de la pacifica civi- lizacion... Mientras contemplaba esa fotografia de milagro, crefa encontrarme a vuestra vera. ¢Quieres que intente conti- nuar la serie de los mufiecos dibujados, que te gustaban, Tina? Tu me explicaras, en premio, qué son, qué signi- fican estos bonitos ornamentos, que veo distribuidos por la habitacién, estas imagenes que cuelgan de las paredes. El jarrén blanco, ges de fina porcelana, cierto? Debe ve- nir de vuestra estancia en las colonias de China. Vosotros decis: «Oestasien, Oestasien...» Y, cuando, ¢te acuerdas?, el primer dia de nuestro conocimiento, te preguntaba yo si eras alemana, tt me contestabas que no, que eras de Oestasien, y yo no te entendia. Lo que apenas apunta en la parte superior, donde la prueba fotografica se corta, ¢es el muérdago, el muérdago de Navidad? ¢Cémo lo llamais, en vuestra lengua, el muérdago? Dicen que trae tanta ven- tura a las casas piadosas, que, después de hacerlo ben- decir, lo cuelga... Amiguita, Dios dara ventura a tu casa y a los honrados corazones que palpitan entre sus muros. jAy! ¢Qué veo, Tina...? Entre las imagenes colgadas en la pared, gcudl es aquella, aquella del marco oval, a la iz- quierda del Boecklin? ¢No es la reproduccion de un dibu- jo al carbén de nuestro Ramén Casas? {No es la figura de un hombre de veinticinco afios, la cara rasa? ¢Un mechon de pelo sobre la frente, la camisa floja, abierta sobre el ancho cuello, negligente la corbata...? jGracias, gracias, amigos mfos! jGracias, casa mia! 12 de agosto No, claro, ti no debes de acordarte... Sefiora Mammi, si, seguramente, de que él, el ultimo otofio, habia venido alguna vez a hacer musica, al abrigo de vuestro cuarto de Paris, rue Vaugirard. Una noche, nos lo presentaba, en la Opera Comique, su propio padre Monsieur Romain Rolland, profesor muy ilustre de la Sorbona. El hijo es un muchacho dulce, dotado, si no de genio, de una especie de genio. Y todo el mundo lo conoce por su doble nom- bre de Juan Cristobal. Ahora pienso en él, por razon de su padre, que, fran- cés, francesisimo, quiso, no obstante, que naciese en tie- Tras germanicas. Y como alguien, hacia los mismos dias de nuestro conocimiento, censurase al padre por esto, como por un pecado, él contesté con unas palabras, muy dignas de memoria: «Juan Cristébal ha nacido en el pais de Beethoven, Este pais nunca sera extranjero para mi. Yo no soy uno de estos franceses lamentables que, en la terquedad que emplean para empobrecer a Francia, a fin de reducirla a ellos y a sus amigos, serian capaces de re- ducirla a Jos limites de su Felipe Augusto, y tratan de extranjero al ginebrino Juan-Jacobo. No tengo mas en cuenta su nacionalismo angosto que la arrogancia del im- perialismo aleman, que, por derecho de conquista, se exhibe imptidicamente en las mismas tierra que nos ha robado. »A las barbas del uno y del otro yo me anexiono tran- 44 EUGENIO D'ORS quilamente la orilla derecha del Rin, la Valonia, Ginebra y los pafses rominicos. Planto en ellos mi bandera. gQué me importan los tratados de Viena y Francfort, y los crime- nes de la polftica? Las ramas de nuestra familia francesa, amarrémoslas bien al drbol. »Diez siglos de conquista alemana sobre el Rin, no han borrado el que Roma, el que Bizancio hayan hundido en él sus proas y que la gran ruta, que, desde los Alpes latinos conduce a los Paises Bajos, haya sido fecundada por semi- lla de libertad, que esparcieron, a su paso, las riadas de peregrinos. El Rin es un torrente de luz, que madura las vifias y las almas de Occidente. Alemania no es mas vues- tra, prusianos, que nuestra. No nos divide, nos une. jPu- diese hacer lo mismo Juan Cristébal, hijo vuestro y nues- tro!» ... Recuerdo, Tina, que la noche de la Opera Comique, acompafiamos a la sefiora Mammi a la rue Vaugirard, Juan Cristébal y yo. Aquella noche de otofio era primaveral y cuajada de estrellas. fbamos a pie y, durante todo el ca- mino, hablabamos de Italia. Como pasdsemos el rio, por el puente solitario, una pura emocién nos movié al uno y al otro, al acercarnos. Cada uno se sentia dichoso de la cercania del cuerpo y de la respiracién del compaiiero. Si- multdneamente, los dos galanes ofrecimos el brazo a se- fiora Mammi. Y ella, sonriendo, para no hacer celosos acepté a la vez el de los dos. XI 13 de agosto Como le recorddsemos las palabras de Romain Rolland, mi querido maestro Octavio de Romeu, tan buen amigo también de sefiora Mammi, las aplaudiéd y recuerdo tam- bién que se excitaba con el tema. Era una majiana del ultimo diciembre. Habia en la habitacién un gran fuego encendido, sin que el tiempo fuera demasiado frio toda- via; con lo cual no sabria decir si ese ardor, o el del en- tusiasmo, era el que acaloraba el rostro del Pantarca bien amado. Ahora puedo precisar la fecha. Era el ocho de diciem- bre, fiesta de la Purisima. Supe después, por Mammi, que aquel dia vuestro rio se habia helado y que patinabais por primera vez. Buenos tiempos, aquéllos. ¢Qué rio refle- ja ahora las luces de vuestras veladas, Tina...? Ayer de- cian que tardariamos meses, antes de recibir correo. Y que tampoco habia manera de telegrafiar. Y es lastima, por- que se sabe, por alguien Ilegado de ahi, que, en Alemania, la vida civil prosigue con orden. Al oir estas ultimas palabras, me venfa gran extrafieza con melancdlica sere- nidad. Pensé en los versos de Heine: Se separaron, por fin; Sélo veianse al sonar. Habian muerto los dos Y lo ignoraban, quizd. 46 EUGENIO D'ORS Te repetiré, pues, las palabras de Maese Romeu: «Si; la unién idealista de Francia y Alemania. Mas que unién, comunidad, Alemania, Francia, forman un gran imperio unico. Las glorias mas puras de uno y otro pais, ¢no son éstas? El arte gético, que puede Ilamarse “‘arte francés” con la misma justicia, gno es esto? Enciclopedia y Auf- klaerung, ¢no son eso mismo? ¢No lo es la amistad de Voltaire con Federico el Grande? ¢No lo es Leibniz? gNo lo es Goethe? ¢No lo es Nietzsche, aquel que ha llegado a escribir el dialecto Hans Sachs, con la sintaxis de Le Rochefoucauld? »Una alta amiga tengo, continuaba, en la cual he sim- bolizado esta comunidad. Mi amiga se Ilama Sofia Foers- ter-Dalbert. Su familia es de origen francés, en parte. Ella ha nacido cerca del Rin. La religion de los suyos fue pro- testante; pero ella, tras de azares diversos de la vida, se formé definitivamente en Roma y, al fin, se convirtié. Su nombre mismo, ¢no es una sintesis? Foerster, es decir, el guardabosque, nombre popular bien germanico, y tan profundo; Dalbert que es, seguramente, D’Albert, nombre francés que podria ser catdlico... Y, antes de eso, Sofia, la sabiduria, nombre integramente europeo...» También dijo el Pantarca aquel dia: me acuerdo de haber conocido, en 1909, en Viena, al multiple y seductor Houston Stewart Chamberlain. Y, comentando la tesis de su obra sensacional Los fundamentos del siglo XIX, los contrariaba tal vez, le decia, la distribucion de las fuerzas de Ja cultura en Europa, convendria hacerla de otro modo. El Latino, sin duda, ha de ser considerado como una extremidad. Al Eslavo, lo tomariamos facilmente por otra. Entre el Latino y el Eslavo, lo Germanico tal vez no sea mas que una oscilacion: Vea usted la literatura, el arte aleman del siglo x1x. Goethe nace en Italia: todos recordamos su exclamacion, al llegar a Roma: «jPor fin he nacido!» ¢No podria decirse, al revés, que Straus o Hoffmansthal, han nacido en Oriente...? A los principios de este siglo, la arquitectura alemana construye Propy- leen: al fin y al cabo todo lo que Ilamamos arte de los Secesionistas, de la escuela de Mannheim, de Hellerau, cerca de Dresden, todas las ocurrencias muniquesas de las CARTAS A TINA 47 torres de Bismarck y de los monumentos a Guillermo I, no es en cl fondo mas que un acomodamiento de orienta- lismo; no abandona las minuciosidades persas, sino para entrar en el gigantismo de lo babildnico... «La division se presentaria asi, posiblemente: Latinos y Germinicos, contra Eslavos. Y, en general, contra el Oriente.» Adoptando el punto de vista de Maese Octavio, no sospechariamos, Tina, que la alianza de Francia con Ru- sia —tal vez (yo no sé nada) utilitariamente indispensa- ble— fue, sin embargo, vistas las cosas ideologicamente, una manera de traicién al Imperio de Carlomagno, al in- terés y al sentido espiritual de Europa? XII 14 de agosto Contemplemos, juntos, ese mapa. Aqui arriba hay sefia- lado Koenigsberg, donde todavia debe divagar, con su paraguas de siempre, la sombra familiar del fildsofo. Muy cerca, veras, en el mapa, un gran 5. Y dice la explica- cién estratégica al pie: «Un peligro inmenso corre por esta parte de Alemania: los estrategas rusos van a derra- mar sobre Prusia un alud de 400.000 cosacos salvajes, re- clutados en el Caucaso, en el Don, en el Turquestan asidtico. Todos llevan caballo propio, viven sobre el pais, desentendiéndose de las leyes de la guerra, y atacan a las ciudades, como sus abuelos, en el tiempo de la ‘‘Hor- da de Oro”.» Por otra parte, dicen que ya llegan a Francia los sene- galeses, que se ha pensado en utilizar en la guerra contra Alemania. Parece que éstos son soldados que, al empezar Ja batalla, se desnudan. A estos negros salvajes, se con- fiar4 en Ja lucha la representacién de aquel sentido espi- ritua] al que debemos Nancy y las rejas de Jean |’Amour. Y ya no podremos desear la victoria de las rejas de Jean ‘Amour, sin desear la victoria de los negros salvajes. Y, ¢no se habla, hace dias, con insistencia, de que el Jap6n no espera mds que una sefial...? Pero, ghabra al- guien que cargue con la responsabilidad de hacer una se hal al Japén? S{. Decididamente, la alianza de Francia con Rusia fue, en lo ideolégico, una mala obra, una traicién. De este pe- 4-254 GENIO D'ORS cado.’ viene lo demis. Pero la ta colaboracién de Alemania con Turquta, en mas de una ocasién demostrada: la preparacion y armamento del Ejército de ésta por Ale- mania; la posibilidad misma de que Turquia intervenga ahora en el conflicto, a favor de Alemania, ¢no represen- ta otros tantos pecados, otras tantas traiciones de igual cardcter? La semana anterior al principio de la guerra, pasdba- mos los ojos, Tina, por un numero de la Jlustracién, de Leipzig. Precisamente, consagra unas paginas a la obra de un pintor ruso. Precisamente, en una de las pintu- ras de este artista se figura un campamento de cosacos del Don... Aquellos enormes cuerpos, casi desnudos; aque- lla cabeza pelada, solo con la trenza en coleta, aquellas pieles, aquellas risas inmensas y bestiales... gSeran éstos, mafiana, los sefiores del destino de nuestra Europa? «jBerlin, a los cosacos!», se han atrevido a desear mu- chos. jArma de dos filos, arma peligrosa! Una vez en Berlin, a estos salvajes formidables, gno les vendran ganas de llegarse hasta Paris? Ningun derecho a protestar, ningtin derecho a lamen- tarse tendran los que hoy se alegran al ver, en el mapa, este numero 5 indicador de la proximidad de los cosacos a Koenigsberg. XIII 17 de agosto Vuestro retrato sigue haciéndome compafiia. Me es grato el veros y también instructivo el contemplaros. «jPerdon...! Pero ya podéis pensar que, para mi, el estu- dio conservara siempre ese caracter de ser hecho in ani- ma nobili.»

También podría gustarte