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Unidad IV

Ginzburg
Ginzburg utiliza la micro historia para explicar el mundo que rodea al molinero.
Los fenómenos que favorecieron a que Domenico pudiera escribir lo que todos
conocemos y tener el pensamiento del universo sobre que este era un queso son
varios: En principio la divulgación de la imprenta, que pasaba a otras manos y no se
quedaba solo en las élites; por otro lado la reforma protestante que genera en las
personas formas de pensamientos libres “yo pienso así” y nadie podía decirle algo
contrario.
Ginzburg profundiza en la investigación de Domenico gracias a los archivos de
la Santa Inquisición sobre el juicio al molinero y recrea su vida e incluso alguno de
los días en los que estuvo encerrado, nos menciona los libros que leyó. El molinero
admite que no compro sus libros sino que todos fueron regalos, excepto 1, lo que nos
muestra como en un pequeño pueblo del medio de la nada logra tener un sujeto que
sabe leer y escribir y como los libros circulaban.
En el prefacio comienza con la descripción de Domenico y muestra cual es el
tipo de historia que quiere hacer “una historia de las personas comunes, las clases
subalternas, etc”. Se debe entender la gran extrañeza de que el sujeto sepa leer y
escribir, mas allá de que existieron algunas herramientas no era lo común.
Constantemente Ginzburg escribe fechas muy precisas con respecto a los juicios
y a las acusaciones hacia el molinero, lo que demuestra la capacidad administrativa de
la inquisición.
Ginzburg comienza a profundizar en la forma de pensamiento del molinero, una
vez investigado los hechos y todo lo que aconteció a su alrededor trata de entender
como es que este sujeto elaboró tal cosmogonía, como llega a esta mezcla de
elementos que están allí en sus escritos. Esto es el claro ejemplo de “MicroHistoria”.
es una fina ilación.
Más adelante comienza a describir al pueblo de Montereale y la región de Friuli
que era donde estaba el pueblo. Describe sus política, forma de vida, etc.

Ronald Fraser
El texto busca exponer a la historia oral como una alternativa para hacer
historia, no como una disciplina, como lo puede ser la historia económica, social o
cultural. Sino como un método a través del cual se pueden obtener fuentes distintas a
las tradicionales, tanto en forma como fondo, y que pueden ayudar a ampliar o
modificar loa resultados de las investigaciones históricas. Una critica que se le hace a
la historia oral es la forma en la que construye sus fuentes, hay quienes dudan la
fiabilidad que puede tener una historia basada solo en la memoria, pero como bien
apunta el autor “Hay algo que une a todos los que utilizan las fuentes orales, y eso es
saber que estas fuentes no bastan por si mismas. Todos están de acuerdo que hay una
labor imprescindible […] la consulta de todas las otras fuentes primarias y
secundarias”. Esta consulta de las fuentes primarias y secundarias sobre el tema a
investigar, no es solo importante para tener información al momento de entrevistar a
x persona, sino también para poder ligar la información que uno pueda obtener de la
entrevista y poder contextualizarla en un marco mayor, para que de esta forma la
investigación que uno obtenga no solo sea anecdótica.
El autor expone tres metodologías para trabajar con las fuentes orales, cada una
tiene sus características y su manera de lidiar con la subjetividad. Una cosa en la que
coinciden parte de estas metodologías es en el recoger varios testimonios y
contrastarlos, de esta manera evitan singularidades y buscan regularidades de las
cuales puedan servirse para hacer sus trabajos históricos. Otra cosa a la cual hace
mención el texto es el papel que juega la memoria en las fuentes orales, no solo como
capacidad de recordar cosas, sino también de darles un significado que en veces no
corresponde con los hechos en si. De aquí parte una metodología para fuentes orales,
en la que lo que importa es la interpretación de los hechos mas que los hechos en si
“Así vemos ya que la recuperación de los hechos como tal es menos importante para
esta línea de investigación que la significación de los hechos.”
El texto termina con una suplica hacia los historiadores para que no solo se
dediquen a producir historia para especialistas, sino que también lo hagan para un
público más amplio. Creo aquí es donde el autor muestra una contradicción, no solo
existente en la historia oral, sino también en otras historias. Escribimos sobre
personas, sobre experiencias humanas, las fuentes orales se nutren directamente de
ello, sin embargo a quienes dirigimos nuestras investigaciones no es hacia esa gente,
sino muchas veces nos olvidamos de ella, y sólo escribimos para unos cuantos. Y
como bien finaliza el texto, al hacer esto terminamos silenciando otra vez a aquellos a
quienes en un momento tuvimos la intención de mostrar en la historia, sobretodo
cuando hablamos de historia oral.
Fontana, José (1999), “Capítulo 14. Repensar la historia para
replantear el futuro“, en: Historia, análisis del pasado y proyecto
social, Barcelona, Crítica, pp. 247-263.

“… un problema: el de la discordancia que existe entre unos intentos de


replantear un proyecto de futuro socialista y su fundamentación en una visión de la
historia...“p. 247.
“… una visión de la historia que se encuentra en crisis porque… no nos sirve
para basar en ella unas perspectivas acordes con las necesidades sociales de nuestro
tiempo” idem.

En el campo de la enseñanza de la historia “… hemos creído… que nuestra


disciplina tenía una extraordinaria importancia en la educación tanto por su voluntad
totalizadora (…), como porque puede ser, empleada adecuadamente, una herramienta
valiosísima para la formación de una conciencia crítica. Sólo que hemos comenzado a
descubrir que aquello que esperábamos iba a ser acogido como una ayuda para
entender el mundo, lo reciben los estudiantes más jóvenes como una parte más de la
salmodia [repetición, canturreo] académica… Ello ha puesto en evidencia que
nuestros esquemas… no se ajustaban a las demandas reales de los jóvenes…” pp.
247-248.

“Creyendo que utilizábamos una versión <socialista> de la historia… lo que


hemos hecho ha sido, sin tener conciencia de ello, transmitir una interpretación de la
evolución de las sociedades humanas… la que elaboró el capitalismo naciente” (ver
figura 1) p. 249.
Fig. 1. Modelo de evolución de lo social. (Nicolai Bujarin. Teoría del
Materialismo Histórico. Cuadernos de Pasado y Presente N° 31, pp. 116-139.

El modelo “… considera… una larga serie de cambios tecnológicos> y señala…


el descubrimiento de la utilidad del fuego (hace unos 350.000 años), la producción de
alimentos (hace unos diez mil años), la construcción de centros urbanos (hace cinco
milenios), la invención de la industria mecanizada en gran escala (la revolución
industrial) y, finalmente, la de la energía nuclear” idem.
Lo que caracterizaba a quienes tenían una concepción progresista de la historia
era… que pensaban que el crecimiento sólo sería posible… en sociedades con una
economía planificada… mientras que los defensores del orden establecido veía a la
industrialización como dispensadora de toda clase de beneficios…” pp. 249 y 251.

“A doscientos años de La riqueza de las naciones [de Adam Smith] la mentira de


sus previsiones de una prosperidad universal es evidente: dos siglos de
industrialización no han sido capaces ni de garantizar a una gran parte de la
humanidad el mínimo de alimentación requerido para la supervivencia” p. 251.
Para disimular los efectos de la pobreza en el mundo se diseñan “…planes cuyo
objetivo era el de reproducir en los países <en vías de desarrollo>… las etapas de
crecimiento por las que habían pasado los ya desarrollados. El fracaso… había de
reconocerlo en 1968… las Naciones Unidas… El foso entre países ricos y pobres
estaba aumentando… Los pequeños aumentos del ingreso alcanzados [en los países
en vía de desarrollo] se habían concentrado… en los sectores más ricos de la
población, dejando inalterada la situación de los pobres” p. 252.

“Tras dar muchas vueltas a los tipos de desarrollo deseado y a los caminos para
alcanzarlo, se suele llegar casi siempre a la misma conclusión: uno de los elementos
básicos de las nuevas recetas es algo que no sólo no figuraba en las del pasado, sino
que es, de hecho, antagónico con el modelo de crecimiento capitalista: la necesidad de
una mayor igualdad” p. 254.
“… la respuesta final parece ser la de que la resolución del problema de la
pobreza en el mundo no depende de las viejas recetas industrializadoras ni de los
milagros de la nueva tecnología, sino del cambio de nuestro sistema social”, p. 253.
“Por lo cual, no parece que haya que bastar con la revisión del presente, sino que
necesitamos también volver la vista atrás para descubrir lo que estaba equivocado en
nuestro análisis del pasado…” p. 256.

“No es difícil advertir que el motor de progreso con que se ha construido la


visión de la historia que estamos empleando es una generalización en el tiempo de las
condiciones de la revolución industrial que ha llevado a interpretar como avance todo
lo que se aproximaba, en una u otra forma, a la tecnología y a las formas de
organización social de la industrialización moderna…
La revolución neolítica, con la invención de la agricultura, era una especie de
anticipación de la revolución industrial y se nos presentaba como la clave de un salto
hacia delante en el desarrollo humano. Hoy comenzamos a advertir que las cosas han
podido ser muy distintas. Que el cazador-recolector ha vivido durante milenios con el
conocimiento de la agricultura, y que ha sido la necesidad, las crisis ocasionadas por
la superpoblación, la que le ha obligado a depender de los alimentos vegetales
cultivados, con lo que ello tenía de condena a una alimentación peor y más insegura.
Sin embargo, no hemos sabido aplicar una crítica semejante al segundo proceso,
el de la <revolución industrial>, que seguimos interpretando como la culminación del
capitalismo, lo que tiene el grave inconveniente de desplazar la atención de lo que es
fundamental para la definición del sistema –la naturaleza de las relaciones que se
establecen entre los hombres en la producción– hacia los aspectos tecnológicos, y que
contribuyen a que situemos capitalismo e industrialización en la cima de una escala de
progreso cuyas diversas etapas aparecen definidas por el grado de desarrollo de las
fuerzas productivas.
Que semejante concepción del progreso nos lleva a una mala comprensión del
capitalismo es algo que podemos ver, por ejemplo, en nuestra errónea definición de
feudalismo, construida a partir de la visión que nos ha legado la burguesía que la
combatió, que percibía certeramente los rasgos esenciales del viejo sistema, pero
incluía en su definición elementos legitimadores del nuevo, en especial el de
considerar como característica básica del feudalismo la existencia de una coerción
política –extraeconómica– en la obtención del excedente campesino, que contrastaría
con lo que sucede en el capitalismo, donde tal extracción opera por una vía
estrictamente económica” pp. 256-257.
“En los dos sistemas, sin embargo, la coerción se desvanece si se admiten las
<economías políticas> elaboradas para justificarlos. Si se acepta la división trinitaria
de la sociedad feudal, el excedente no es tomado por la fuerza al campesino, sino que
éste lo entrega, convencido de pagar con él unos servicios que le hacen los otros dos
estamentos [clero y nobles]… Fue la burguesía quien, al combatir al antiguo régimen,
denunció la falacia de sus justificaciones y puso de relieve todo lo que había de
explotación en el feudalismo, para contraponerle el ideal de la sociedad burguesa,
donde las relaciones entre los productores serían meramente contractuales y se
desarrollarían en un clima de libertad. Sólo que, como saben bien los trabajadores, no
son ellos los que fijan los términos del contrato y lo que se les deja pactar es lo
menos… [así que] la existencia de rasgos de coerción… caracteriza no sólo… [al]
feudalismo, sino [a] todo sistema que implique desigualdad, incluido el capitalismo”
p. 258.

[Así] “… el paro o la extensión de la pobreza no son, por si mismos, un signo de


fracaso del capitalismo, y menos aún el anuncio de su próximo fin… que resultan
perfectamente normales desde la lógica interna del capitalismo como forma de
explotación… [igualmente] la visión del capitalismo como reino de lo <estrictamente
económico> es la debilidad del análisis político marxista y su escasa capacidad para
comprender la función del estado…” p. 259.
“La insuficiencia de los análisis economicistas, por otra parte, ha dado lugar a
que sea la historiografía académica la que haya planteado los problemas que ofrecen
las otras dimensiones del hombre, ocupándose de temas como el sexo, la familia, la
prisión, la ley y el delito, el miedo, lo imaginario, la mujer, la locura… pero resulta
erróneo y mistificador cuando se intenta presentar estas otras historias sectoriales
como vías que han de permitir analizar al hombre autónomamente. Es necesario
reconstruir la imagen global de la sociedad… para centrar toda esta diversidad en
torno a lo que es fundamental: los mecanismos que aseguran la explotación de unos
hombres por otros, y que no sólo actúan a través de las reglamentaciones de trabajo o
del salario, ni se fundamentan sólo en elementos coercitivos físicos, sino que
impregnan toda nuestra vida, nuestras formas de comprender la sociedad, la familia,
el hombre y la cultura. Y también… nuestra forma de pensar la historia…
Entenderemos entonces hasta qué punto las concepciones ideológicas que favorecen
la continuidad de capitalismo están ancladas en nuestras mentes y determinan…
nuestros valores <morales> o nuestros conceptos de lo que es <natural> o aberrante.
Sólo cuando somos capaces de comprender la coherencia del sistema entero en que
vivimos… podremos llegar a repensarlo, desmontarlo pieza por pieza y planear su
sustitución por otro basado en un nuevo juego de valores…” p. 260.

“… las gentes de Annales… [escribe] consideran que el posible fracaso de tales


formulas significa que hay que renunciar a cualquier esperanza de progreso social, y
que lo que le toca al historiador es abandonar la politización de su disciplina para
volver a <hacer ciencia>. Nuestro objetivo difícilmente puede ser el de convertir la
historia en una <ciencia> -en un grupo de conocimientos y métodos…- sino… el de
arrancarla a la fosilización cientificista para volver a convertirla en una <técnica>: en
una herramienta para el cambio social” p. 261.

A manera de conclusión, escribe el autor: “Necesitamos recomponer una visión


crítica del presente que explique correctamente las razones de la pobreza, el hambre y
el paro, y que nos ayude a luchar contra la degradación de la naturaleza y el
militarismo, la amenaza atómica, el racismo y tantos otros peligros. Pero esta tarea no
será posible –tal ha sido la tesis fundamental de este libro– si el historiador no
participa también en ella, renovando nuestra visión del pasado de modo que sirva de
base para asentar un nuevo proyecto social”, p. 262.
Eric Hobsbawm
A modo de introducción señalaremos que los nuevos referentes problemáticos
son constantemente convertidos en objetos de reflexión histórica, y esto no es
simplemente resultado de la forma en que los historiadores “se dan cuenta” de
aquellos problemas que siempre estuvieron ahí, esperando ser estudiado, sino que
éstas son el correlato de distintos tipos de transformaciones sociales.
El reciente interés por hacer historia de distintos grupos particulares, no puede
ser entendida sin repasar en la serie de procesos que han hecho posible y aún más
deseable el que las distintas agrupaciones sociales expresen y configuren su historia
como fuente de información y proveedora de datos que en el pasado ignora que ella
no se ocupa de su estudio y la representación de algo que de pronto “aparece”, sino
que un claro poder de objetivización frente a determinados ámbitos temáticos.
El conocimiento histórico no es entonces un simple vehículo para representar “el
pasado”, sino que resulta constitutivo de esa idea de pasado. Al respecto, resulta
pertinente resaltar dos dinámicas: en primer lugar, la emergencia de nuevas
problemáticas en la producción historiográfica; y en segundo lugar, la apelación en
ciertos procesos políticos.
Sobre lo primero, puede recogerse la discusión que Eric Hobsbawm realiza en el
capítulo sobre la historia desde abajo. El autor recuerda que sólo se puede hacer
historia desde abajo, desde el momento en que empieza a preocuparnos lo que la
“gente corriente” hace frente a ciertas decisiones o determinados acontecimientos. En
palabras de Hobsbawm: “(…) sólo a partir del momento en que la gente corriente se
convierte en un factor constante en la toma de grandes decisiones y en tales
acontecimientos. No sólo en momentos de excepcional movilización popular como,
por ejemplo, las revoluciones, sino en todo momento o durante la mayor parte del
tiempo. (p. 206)”. La historia de la gente corriente como capo de estudio
especializado empieza con la historia de los movimientos de masas del siglo XVIII.
Hobsbawm supone que es el historiador Jules Michelet es el primero de los grandes
historiadores de los que abajo: la Gran Revolución francesa es el núcleo de su obra.
En cuanto al tema de las fuentes, la historia de los de abajo, a diferencia de la
historia positivista, no posee un conjunto de material relativo a ella. “La mayoría de
las fuentes correspondientes a la historia de los de abajo sólo han sido reconocidas
como tales fuentes porque alguien ha hecho una pregunta y luego se ha puesto a
buscar desesperadamente la manera de responder a ella (p.208).” Pero también existen
excepciones como los historiadores que estudian la Revolución Francesa. Plantea
Hobsbawm que tienen muchas fuentes en la que constituye la génesis de una historia
moderna de las bases debido a dos características principales: por tratarse de una gran
revolución en la que actuaron numerosas personas y la segunda, por el trabajo de la
burocracia que recopiló y guardó en los archivos nacionales toda esa información, lo
cual fue beneficioso para los historiadores franceses.
Siguiendo con la idea de Hobsbawm, afirma que hay algunos tipos de material
relativo a la gente corriente todavía no ha sido un estímulo suficiente para pensar en la
correspondiente metodología. Aquí sale a la palestra la historia oral que si bien los
recuerdos pueden parecer los bastante interesantes, en palabras del historiador inglés
nunca se hará un uso apropiado de la historia oral hasta que se determine qué es lo
que puede fallar en el recuerdo, del mismo modo que se determina cuando algo sale
mal al momento de copiar manuscritos a mano. Con esto, Eric Hobsbawm nos plantea
es que la historia oral es un medio poco fiable de preservar los hechos. Más, afirma:
“la metodología de la historia oral no es sólo importante para comprobar si los
recuerdos de ancianas y ancianos grabadas en cintas son dignas de confianza (p.210).”
Recomienda que con los testimonios de lo grabado en cinta se hagan experimentos
para investigar lo que la gente realmente pensaba o hacía.
El historiador “de abajo” encuentra sólo lo que busca y no lo que le está
esperando. En este sentido, el historiador debe saber qué es lo que busca y sólo si
sabe, puede reconocer si lo que encuentra encaja con su hipótesis o no; y si no encaja
tiene que pensar en otro modelo que se construye sobre la base del saber, la
experiencia lo que permite eliminar hipótesis inútiles. Se necesita también
imaginación y saber sobre el pasado con el fin de evitar el anacronismo. Todo esto
para construir y reconstruir un sistema coherente en el que pueda inferirse los
supuestos y parámetros sociales y las tareas de la situación.
Para Hobsbawm el objetivo de la historia “desde abajo” no es sólo descubrir el
pasado sino explicarlo y proporcionar un vínculo con el presente ya que el proceso de
comprenderlo tiene mucho en común con el proceso de comprender el pasado, aparte
de que comprender cómo el pasado se ha convertido en el presente nos ayuda a
comprender éste, y es de suponer que algo del futuro. Buena parte del
comportamiento de gente de todas las clases sociales de hoy es, de hecho, tan
desconocido y poco documentado como gran parte de la vida de la gente corriente del
pasado.
Los historiadores de “los de abajo” dedican gran parte de su tiempo a averiguar
cómo funcionan las sociedades y cuándo no funcionan, además de cómo cambian. No
pueden dejar de hacerlo, toda vez que su tema, la gente corriente, constituye el grueso
de toda sociedad, aunque a veces se tienda a olvidar de que éstos constituyen un
factor importante en la toma de decisiones recientemente, lo cual se convierten en la
base de las reivindicaciones de diversos grupos sociales que se traduce en demandas
de representación histórica.
Lawrence Stone (1986)
EL PASADO Y EL PRESENTE

I
Los historiadores siempre han contado relatos. Desde Tucidides y Tácito hasta
Gibbon y Macaulay, la composición de una narrativa expresada en una prosa elegante
y vívida se consideró siempre como su más grande ambición. La historia se juzgaba
como una rama de la retórica. Empero, durante los últimos cincuenta años esta
función abocada a contar relatos se ha visto desprestigiada entre aquellos que se
consideran como la vanguardia dentro de la profesión, es decir, quienes practican la
así llamada “nueva historia” de la era posterior a la segunda Guerra Mundial. La
narrativa se entiende como la organización de cierto material según una secuencia
ordenada cronológicamente, y como la disposición del contenido dentro de un relato
único y coherente, si bien cabe la posibilidad de encontrar vertientes secundarias bajo
la trama. El tipo de narrativa que se discute no es la del simple informador, ni
tampoco la del analista. Es una narrativa orientada por cierto principio fecundo, que
posee un tema y un argumento. Ninguno de los historiadores narrativos así definidos
elude el análisis, aunque no es éste el trabajo desde el que su trabajo se elabora. Y,
finalmente, les atañen profundamente los aspectos retóricos de su exposición.
II
Antes de considerar las tendencias recientes, es preciso remontarse en el tiempo
con el objeto de explicar el que muchos historiadores hayan abandonado el ideal de
una tradición narrativa de dos mil años. En primer lugar, se admitió en general que el
responder al qué y al cómo de una manera cronológica no permitía avanzar mucho de
hecho hacia la respuesta del porqué. Además, los historiadores se hallaban bajo la
fuerte influencia tanto de la ideología marxista como de la metodología de la ciencia
social. Como resultado de esto, su interés eran las sociedades no los individuos y
confiaban en que podía llevarse a cabo una “historia científica”. Durante los últimos
treinta años se han dado tres tendencias muy diferentes de historia científica dentro de
la profesión, las cuales no se basan en nuevos datos, sino en nuevos modelos o nuevos
métodos: se trata del modelo económico marxista, el modelo ecológico-demográfico
francés, y la metodología “cliométrica” norteamericana. Otras explicaciones
“científicas” sobre las transformaciones históricas se han visto favorecidas por algún
tiempo, para luego pasar de moda. Tanto el estructuralismo como el funcionalismo
han proporcionado valiosas aportaciones, pero ninguno ha podido aproximarse
siquiera a una explicación científica global acerca de las transformaciones históricas a
las que pudieran recurrir los historiadores.
Debido a que un determinismo económico y/o demográfico fue lo que fijo en
gran medida el contenido del nuevo género de investigación histórica, resultó que un
procedimiento analítico más bien que narrativo era el que se ajustaba óptimamente
para la organización y la presentación de los datos, y que estos últimos debían ser
hasta donde fuera posible cuantitativos en su naturaleza. Los historiadores franceses
desarrollaron una clasificación jerárquica estándar: en primer término, estaban los
hechos económicos y demográficos; después la estructura social; y finalmente los
acontecimientos intelectuales, religiosos, culturales y políticos. La conclusión, sin
embargo, fue un revisionismo histórico exacerbado en el que sólo el primer renglón
era el realmente importante.
III
Una primera causa para el resurgimiento de la narrativa sería el extendido
desencanto con respecto al modelo económico determinista de explicación histórica,
lo mismo que a la clasificación jerárquica tripartita a que dio lugar.
Es difícil evitar la sospecha de que la declinación en cuanto al compromiso
ideológico entre los intelectuales occidentales ha tenido también que ver en esto. El
silencio impuesto sobre la controversia ideológica por el declinamiento intelectual del
marxismo y la adopción de economías mixtas en Occidente, ha coincidido con una
disminución en el impulso de la investigación histórica con respecto al planteamiento
de preguntas de peso sobre el porqué de los hechos, por lo que resulta válido sugerir
que existe cierta relación entre ambas tendencias.
El determinismo económico y demográfico no sólo ha sido socavado por la
aceptación de las ideas, la cultura e incluso la voluntad individual, como variables
independientes. También se ha visto debilitado por el reconocimiento revitalizado de
que el poder político y militar, el uso de la fuerza bruta, ha determinado con mucha
frecuencia la estructura de la sociedad, la distribución de riqueza, el sistema agrario,
etc. Un reconocimiento tardío de la importancia del poder, de las decisiones políticas
personales por parte de los individuos, ha obligado a algunos historiadores a volver a
la modalidad narrativa, sea que la quieran o no.
El tercer acontecimiento que ha venido a asestar un duro golpe a la historia
analítica y estructural es el registro mixto, empleado hasta la fecha por la
cuantificación. Los cliometristas se especializan en la compilación de vastas
cantidades de datos, el uso de la computadora ara su procesamiento y la aplicación de
procedimientos de un alto refinamiento matemático a los resultados. Se han suscitado
dudas respecto a todas las etapas de este procedimiento. A pesar de sus incontables
logros, no puede negarse que la cuantificación no ha realizado las elevadas
expectativas que sobre ella se tuvieran hace veinte años. La cuantificación ha dicho
mucho acerca de cuestiones concernientes al qué de la demografía histórica, pero
relativamente poco acerca del porqué. Las principales cuestiones sobre la esclavitud
en los Estados Unidos siguen siendo tan evasivas como de costumbre, a pesar de
haberse aplicado a las mismas los análisis más extensos y refinados que jamás hayan
sido elaborados.
Los historiadores se ven obligados a regresar al principio de indeterminación, al
reconocimiento de que las variables son tan numerosas que en el mejor de los casos
sólo es posible hacer generalizaciones de medio alcance con respecto a la historia. Las
explicaciones monocausales simplemente no funcionan. Actualmente son cada vez
más los “nuevos historiadores” que se esfuerzan por descubrir qué ocurría dentro de
las mentes de los hombres del pasado, y cómo era vivir en él, preguntas que
inevitablemente conducen de regreso al uso de la narrativa. Uno de los cambios
recientes que más llaman la atención con respecto al contenido de la historia, ha sido
la súbita intensificación del interés por los sentimientos, las emociones, las normas de
comportamiento, los valores y los estados mentales. Por consiguiente, la primera
causa del resurgimiento de la narrativa entre algunos de los “nuevos historiadores” ha
sido la sustitución de la sociología y la economía por la antropología como la más
influyente de las ciencias sociales. Este nuevo interés por las estructuras mentales se
ha visto estimulado por el derrumbamiento de la historia intelectual tradicional,
tratada como una cacería de documentos para rastrear las ideas a través de las diversas
épocas. La historia tradicional de las ideas está siendo orientada hacia el estudio de
auditorios cambiantes y de los medios de comunicación. Ha nacido una nueva
disciplina abocada a la historia de la imprenta, los libros y la alfabetización, lo mismo
que a sus efectos sobre la propagación de las ideas y la transformación de los valores.
Otra de las razones por la que varios de los “nuevos historiadores” están
volviendo a la narrativa, parece ser el deseo de hacer que sus hallazgos resulten
accesibles una vez más a un círculo inteligente de lectores.

IV

Como resultado de estas tendencias convergentes, un número significativo de los


exponentes mejor conocidos de la “nueva historia” están volviendo actualmente al
otrora menospreciado modo narrativo. Y sin embargo, los historiadores parecen un
poco turbados por actuar así. El francés tiene una palabra para describir este nuevo
tema de estudio –mentalité–, pero ésta no está muy bien definida ni es fácil de
traducir. En cualquier caso, el contar relatos es claramente una forma de recapturar
algo de las manifestaciones externas de la mentalité del pasado. Por supuesto que la
narrativa no es la única manera en que puede escribirse la historia de la mentalité, la
cual se ha hecho posible gracias al desencanto con respecto al análisis estructural.
Incluso se ha dado un renacimiento en cuanto a la narración de un único suceso. Dos
ejemplos: Georges Duby se ha atrevido a hacer lo que pocos años atrás habría sido
impensable: ha dedicado un libro a la narración de una única batalla –Bouvines–, y a
través de ésta ha esclarecido las principales características de la incipiente sociedad
feudal francesa del siglo XIII; por su parte, Carlo Ginzburg ha proporcionado una
minuciosa narración acerca de la cosmología de un oscuro y humilde molinero del
norte de Italia de principios del siglo XVI, y a través de esto ha buscado demostrar la
conmoción intelectual y psicológica causada en los estratos populares por la
infiltración de las ideas reformistas.
Existen, sin embargo, cinco diferencias entre sus relatos y aquéllos de los
historiadores narrativos tradicionales. 1) Se interesan por las vidas, los sentimientos y
la conducta de los pobres y anónimos, más bien que de los grandes y poderosos. 2) El
análisis resulta tan esencial para su metodología como la descripción. 3) Están
abriendo nuevas fuentes, con frecuencia registros de tribunales penales que
empleaban procedimientos de derecho romano, puesto que en ellos se contienen
apógrafos escritos donde consta el testimonio cabal de testigos sometidos a
interpelaciones e interrogatorios. 4) Bajo la influencia de la novela moderna y las
ideas freudianas, exploran el subconsciente en lugar de apegarse a los hechos
desnudos; y bajo la influencia de los antropólogos intentan valerse del
comportamiento para revelar el significado simbólico. 5) Cuentan el relato acerca de
una persona, un juicio, o un episodio dramático, no por lo que éstos representan por sí
mismos, sino con objeto de arrojar luz sobre los mecanismos internos de una cultura o
una sociedad del pasado.

El desplazamiento hacia la narrativa por parte de los “nuevos historiadores”


señala el fin de una era: el término del intento por producir una explicación coherente
del pasado. Los modelos del determinismo histórico, los cuales se basan en la
economía, la demografía o la sociología, se han derrumbado frente a las pruebas,
empero ningún modelo completamente determinista sustentado en alguna otra ciencia
social ha surgido para ocupar su lugar.
La razón fundamental del viraje observado entre los “nuevos historiadores” del
modo analítico al descriptivo consiste en un importante cambio de actitud con
respecto a cuál deba ser el tema histórico central. Y esto a su vez depende de supuesto
filosóficos anteriores sobre el papel del libre albedrio humano en su interacción con
las fuerzas de la naturaleza. Los historiadores se están dividiendo hoy en cuatro
grupos: los viejos historiadores narrativistas; los cliometristas; los acérrimos
historiadores sociales que aun hoy se ocupan de analizar estructuras impersonales; y
los historiadores de la mentalité que en la actualidad se valen de la narrativa para
capturar ideales, valores, estructuras mentales, y normas de comportamiento personal
íntimo. La adopción hecha por este último grupo de una narrativa descriptiva
minuciosa o de una biografía individual no se ha llevado a cabo sin ciertas
dificultades. El problema es el mismo de antaño: que la argumentación mediante
ejemplos selectivos no es filosóficamente convincente, que es simplemente un recurso
retórico y no una prueba científica. Actualmente se está dando un desarrollo del
ejemplo selectivo como uno de los modos en boga del discurso histórico.
El segundo problema, que surge del uso del ejemplo detallado para ilustrar la
mentalité es cómo distinguir lo normal de lo excéntrico. Puesto que el hombre es la
cantera, la narración de un relato muy minucioso acerca de un único incidente o una
personalidad puede hacer que la lectura sea buena y coherente. Pero esto sólo será así
en el caso de que los relatos no narren solamente la trama sorprendente de algún
episodio dramático, o sobre la vida de algún excéntrico rufián, villano o místico, sino
que su selección se haga por virtud de sus posibilidades de esclarecimiento de ciertos
aspectos de una cultura pasada.
El tercer problema concierne a la interpretación, y es aún más difícil de resolver.
Suponiendo que el historiador esté consciente de los riesgos implicados, el contar
relatos es un modo tan satisfactorio como cualquier otro para obtener una visión
íntima dl hombre del pasado y para tratar de penetrar en su mente. El problema es que
en caso de que logre llegar hasta este punto, el narrador requerirá de toda la habilidad,
experiencia y conocimiento que haya adquirido, si es que ha de proporcionar una
explicación plausible sobre los fenómenos tan peculiares que está sujeto a encontrar.
Otro problema evidente es que el resurgimiento de la narrativa podría traducirse
en un regreso a una pura labor de anticuario, a un contar relatos por el hecho de
contarlos. Sin embargo, otro es que aquella centre su atención sobre lo extraordinario,
oscureciendo así la opacidad y la monotonía de las vidas de la vasta mayoría.
Es claro que en el caso específico de una simple palabra como “narrativa”, que
encierra una historia tan complicada tras de sí, ésta no resulta adecuada para describir
lo que viene a ser de hecho un amplio conjunto de transformaciones con respecto a la
naturaleza del discurso histórico.

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