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¿Qué historia enseñar?

Josep Fontana

Algunas corrientes historiográficas intentaron analizar al desarrollo histórico por medio de


patrones y en una forma más bien mecánica, sin embargo y a pesar de los buenos resultados de
sus métodos, los estudios históricos cayeron en una suerte de aletargamiento.

Este aletargamiento junto con el desencanto político trajeron consigo un replanteamiento acerca
de las posibilidades de “cambiar sustancialmente al mundo” 1 ¿DEJARON LOS HISTORIADORES DE
INTERESARSE POR LOS GRANDES PROBLEMAS SOCIALES? ¿DEJARON DE SER LA CONCIENCIA
CRÍTICA DE LA SOCIEDAD?

La multiplicidad de ópticas a través de las cuales mirar a la Historia nos ha dado tantos angulos que
observamos las cosas por sectores y obtenemos una realidad sesgada, según Fontana los
historiadores se han alejado de los problemas que realmente importan a los ciudadanos y han
dedicado sus esfuerzos a escribir y agradar a una comunidad academica muy reducida: los propios
historiadores, dejando de lado a la gente quienes deberían ser el destinatario final nuestro
trabajo.

Todos necesitamos de la historia, la identidad depende de la memoria, siendo así los historiadores
tienen una función de responsabilidad excepcional. Si la gente común no recibe la Historia de los
profesionales y expertos en la materia, se quedaran únicamente con las “migajas” que ofrecen los
políticos en sus discursos demagógicos o bien por medio de la utilización convenenciera que hacen
los medios de comunicación de la Historia.

“El uso público de la Historia”

Constituye todo aquello que no entra como conocimiento profesional pero que conforma la
memoria pública, moldea la visión histórica de un grupo. En ella los historiadores quedan a la
sombra pues este uso público es llevado a cabo por otros actores.

El primer uso público de la Historia se da por medio de la educación. En la escuela recibimos una
serie de contenidos que codifican y moldean nuestros conocimientos históricos, “es fruto de una
prolongada labor de colonización intelectual” que se instituye desde el grupo que ostenta el poder
y que necesita que la mayoría comparta su idea de identidad y la visión acerca del pasado. Este
grupo censura y controla lo que se enseña, puesto que dada la importancia del conocimiento
histórico no es algo que pueda permanecer sin ser vigilado.

La historia “publica” tiene como propósito y labor influir en las decisiones funcionales y éticas de la
población. Una cuestión importante es que este uso público cambia cada seis años y deja vacíos y
lagunas tan grandes que no es posible subsanarlas en corto tiempo.

¿sirve la historia y la forma en que se escribe a nuestros estudiantes?

El uso público de la Historia ha dejado una forma de estudio lineal de la evolución histórica. Como
si naturalmente el pasado llevara al presente de manera inequívoca. Ha marcado al Estado como
1
Fontana Josep, ¿Qué historia enseñar?... COMPLETAR
el canon que determina todo, pero ¿qué hay de las personas? ¿Cómo incluir a los seres humanos
en el avasallante desarrollo de un Estado? ¿Se acallaron las voces y las aportaciones de los pueblos
autóctonos, de las mujeres, del folklore, etc.?

El mayor desafío para los historiadores del siglo XXI consiste en alejarse de los esquemas lineales
en donde predominan los discursos de los grupos dominantes para incluir a las voces y las
experiencias de otros grupos.

¿Tiene sentido enseñar historia en un mundo cada vez más globalizado?

Los grupos sociales necesitan de una memoria. La memoria es más que una serie de
representaciones, es un sistema complejo de relaciones que ayudan en la formación de la
conciencia2, que según Fontana “la conciencia se vale de la memoria para evaluar las situaciones
nuevas a las que debe hacer frente mediante la construcción de un “presente recordado”, que no
es la evocación de un momento de terminado del pasado, sino la capacidad de poner en juego
todo un conjunto de experiencias previas para diseñar un escenario al que podemos incorporar los
nuevos elementos que se nos presentan.

Así los historiadores no solo rescatan hechos “enterrados bajos las ruinas del olvido” si no que son
capaces de construir a partir de una variedad de elementos del pasado que contribuyan a que la
conciencia de una colectividad responda a los problemas del presente, creando escenarios
contrafactuales, escenarios en los que a decir de Fontana el pasado se ilumina, se reconoce en el
presente.

Si bien los regímenes siempre encuentran historiadores que ayuden a legitimar el tipo de historia
que debe enseñarse, también hay que retomar el ánimo de ayudar a construir una nueva memoria
pública, de retomar la idea del cambio sustancial que puede producir el trabajo de un historiador
en el grupo en el que se desenvuelve.

Podemos aproximarnos a las historias locales, las historias de los barrios, de las pandillas, etc. Es
aquí en donde toma una importancia vital la enseñanza, Fontana apunta “pienso mucho menos en
la cantidad de conocimientos que se pueden proporcionar a los alumnos que en la posibilidad de
enseñarles a pensar, enseñarles a dudar, a que no acepten los hechos que contienen los libros de
historia como datos a memorizar… sino como opiniones y juicios que se pueden analizar, para que
se acostumbren a mantener una actitud parecida ante las certezas que les querrán vender cada
día unos medios de comunicación domesticados. Vuelvo a las palabras de Marc Bloch: introducir
un pellizco de conciencia en la mentalidad del estudiante. Esta me parece es la gran tarea que
puede hacer quien enseñe historia”3

“lo que un historiador debe hacer es investigar, con las herramientas de su oficio, los grandes
problemas de su tiempo para ayudar a otros a entenderlos y para que, entendiéndolos, nos
apliquemos todos a resolverlos. De esta manera, su trabajo puede convertirse en una ayuda para
aquellos que intentan mejorar este mundo, por poco que sea, que aunque sea poco habrá valido
la pena” 4

2
Ídem p. 21
3
Ibídem p. 23
4
Ibidem
“este es el tipo de historia que necesitamos para el siglo XXI, la que puede conseguir que nuestro
trabajo sea útil en términos sociales. No será fácil, pero vale la pena intentarlo.” 5

5
Ídem p. 26.

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