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SAN VICENTE DE PAÚL,

Conferencia a las Hijas de la Caridad (18 de octubre de 1655)

…Pero vosotras, mis queridas hermanas, os habéis entregado principalmente a Dios para vivir
como buenas cristianas, para ser buenas hijas de la Caridad, para trabajar en las virtudes
propias de vuestro fin, para asistir a los pobres enfermos, no en una casa solamente, como las
del Hôtel-Dieu, sino en todas partes como nuestro Señor, que no hacía distinción alguna, pues
asistía a todos los que recurrían a él. Es lo que empezaron a hacer nuestras hermanas con los
enfermos, asistiéndoles con tanto esmero; y Dios, al ver que lo hacían con tanto cuidado,
yéndolos a ver en sus propias casas, como hacía Nuestro Señor muchas veces, ha dicho: “Estas
hermanas me gustan; cumplen bien con esta misión; voy a darles una nueva”.
Y entonces vinieron, hijas mías, esos pobres niños abandonados, que no tenían a nadie
que cuidara de ellos; y Nuestro Señor se quiso servir de la Compañía para cuidarles, por lo que
le doy gracias a su bondad.
Y luego […] fue la asistencia a los pobres criminales o galeotes. Hermanas, ¡qué dicha
servir a esos pobres presos, abandonados en manos de personas que no tenían piedad de ellos!
Yo he visto a esas pobres gentes tratados como bestias; esto fue lo que hizo que Dios se llenara
de compasión. Le dieron lástima y luego su bondad hizo dos cosas a su favor: primero, hizo que
compraran una casa para ellos; segundo, quiso disponer las cosas de tal modo que fueran
servidos por sus propias hijas, puesto que decir una hija de la Caridad es decir una hija de Dios.
Todavía quiso dar una nueva ocupación a esas hijas, que es asistir a los pobres enfermos
a los pobres ancianos del Nombre de Jesús y a esas pobres gentes que han perdido la razón. Sí,
hermanas mías, es Dios mismo el que se ha querido servir de las hijas de la Caridad para cuidar
de esos pobres locos. ¡Qué dicha para todas vosotras! ¡qué gran favor es, para todas las que
están ocupadas en eso, tener un medio tan hermoso para hacer un servicio a Dios y a nuestro
Señor Jesucristo, su Hijo!
Es preciso que sepáis, hijas mías, que Nuestro Señor quiso experimentar en su propia
persona todas las miserias imaginables. Nos dice expresamente la Escritura que quiso pasar por
escándalo para los judíos y por locura para los gentiles1, para señalaros que podéis servirle en
todos los pobres afligidos. Por eso quiso entrar en ese estado, para santificarlo lo mismo que a
todos los demás. Es menester que sepáis que él está en esos pobres privados de razón lo
mismo que en todos los demás. […]
Por tanto, el fin al que debéis tender es honrar a Nuestro Señor Jesucristo, el siervo de
los pobres, en los niños para honrar su infancia, en los pobres necesitados, como en el Nombre
de Jesús y como esas pobres gentes a las que asististeis cuando vinieron a refugiarse a París
por causa de las guerras. Así es como tenéis que estar dispuestas a servir a los pobres en todos
los sitios adonde os envíen: a los soldados, como habéis hecho cuando os han llamado allá, a
los pobres criminales y en cualquier otro lugar en donde podáis asistir a los pobres, ya que ése
es vuestro fin. […]
Es Dios el que os ha encomendado el cuidado de sus pobres y tenéis que portaros con
ellos con su mismo espíritu, compadeciendo sus miserias y sintiéndolas en vosotras mismas en
la medida de los posible, como aquel que decía: “Yo soy perseguido con los perseguidos,
maldito con los malditos, esclavo con los esclavos, afligido con los afligidos y enfermo con los
enfermos”.2


S. VICENTE DE PAÚL, Obras completas IX, Conferencias 2, Sígueme, Salamanca 1975.
1
1 Cor 1,23.
2
1 Cor 9, 19-22.

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