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PRIMERA ESTACIÓN JESÚS SENTENCIADO A MUERTE

DAR POSADA AL PEREGRINO


V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Lucas:
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su ascensión al cielo, Jesús se encaminó
decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y
entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron
porque se dirigía a Jerusalén. (Lc. 9, 51-53)
Señor Jesús, ya al principio de tu camino a Jerusalén, es decir hacia la muerte, fuiste
rechazado, no te recibieron. ¡Porque eras extranjero! Porque pertenecías a otra nación
que profesaba otra religión… Te negaron la acogida, al Hombre que se dirigía hacia la
muerte…
Todo esto, Señor, nos suena como algo conocido, como si estuviéramos leyendo los
periódicos de hoy; muy parecido a las situaciones que nos tocan vivir a diario. Le
negamos la acogida a las personas que buscan una vida mejor. Incluso, a veces, hasta
para salvar su vida; amenazados por la muerte, llaman a la puerta de nuestros países,
iglesias y casas. Son desconocidos para nosotros; vemos en ellos a enemigos. Tenemos
miedo de su religión y hasta de su pobreza. Es así cómo, en lugar de hospitalidad se
encuentran con la muerte, como en la costa de Lampedusa, Grecia, en los
campamentos de refugiados. El rechazo se transforma, muy fácilmente, en una
verdadera sentencia de muerte para ellos. ¡Y también para Ti! En los últimos años fuiste
sentenciado en 30.000 refugiados. Sentenciado. ¿Por quién? ¿Quién firma esta
sentencia?
Estoy de paso nos dices hoy. No tengo dónde recostar la cabeza. Nací en un establo y
nadie me recibió en una posada. Conozco el sabor amargo del recibimiento fingido,
como en casa del fariseo Simeón, quien no me dio ni agua para los pies, ni aceite para
mi cabeza reseca por el calor. ¡Nos recuerdas que, cuando los discípulos de Emaús
invitaron a la mesa a un desconocido, sus ojos se abrieron y reconocieron… a Ti!
Nosotros también te pedimos: ¡Ábrenos los ojos! ¡Déjanos reconocerte! En los
desconocidos que encontramos, en nuestro camino, a nuestro lado, en las personas sin
hogar que duermen en las estaciones, en las entradas de las casas, en los canales,
debajo de los puentes. Tú vives en cada uno de ellos. Y reinas, como un necesitado, por
los siglos de los siglos. Amén.
SEGUNDA ESTACIÓN JESÚS CARGA LA CRUZ
DAR DE COMER AL HAMBRIENTO
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Marcos:
Jesús vio una gran muchedumbre. […] Sus discípulos le dijeron: […] “Despide a la gente,
para que vaya a los campos y pueblos cercanos a comprar algo para comer”. Él respondió:
“Denles de comer ustedes mismos”. Ellos le dijeron: “Habría que comprar pan por valor
de doscientos denarios para dar de comer a todos’. Jesús preguntó: “¿Cuántos panes
tienen ustedes?”. […] Dijeron: “Cinco panes y dos pescados”. (Mc 6, 34-38)
¿Qué es lo que más necesitamos para enfrentarnos a la cruz, por ejemplo, del hambre
de nuestros hermanos? Generalmente pensamos como los apóstoles: el valor de
doscientos denarios no bastará para el pan… ¡Doscientos denarios! ¡¿El sueldo de siete
meses?! ¡¿De dónde sacar esta cantidad?! Esta cruz es demasiado grande para
nosotros… Aparentemente asombrados, inventamos soluciones y le pasamos el
problema a otros: que se vayan a los campos y pueblos cercanos a comprar. Pero tú
nos dices: ¡Denles de comer ustedes mismos! Y preguntas: ¿Cuántos panes tienen
ustedes? ¡No preguntas por lo que no tenemos, sino por lo que tenemos y si sabemos
compartir lo que tenemos: cinco panes y dos pescados…! No preguntas si esto bastará
para tantas personas, ¡preguntas si lo compartiremos! Y aquí empezamos a entender:
¿De dónde viene el hambre del mundo? No viene de la falta del pan sino de la falta de la
solidaridad. En nuestro mundo no falta el pan: se desperdicia un tercio de la comida
producida en el planeta, sin embargo, al mismo tiempo, un niño muere de hambre cada
6 segundos, y hoy, esta tarde, casi un billón de personas no sabe si mañana van a poder
comer.
Señor Jesús, Te adoramos por todos aquellos que brindan misericordia a nuestros
hermanos hambrientos. Te agradecemos por aquellos que hacen voto de pobreza para
ayudar los que son más pobres aún. Ellos dan testimonio de que, para ayudar, ¡no hace
falta mucho sino, simplemente, un corazón generoso! ¡Danos a nosotros un corazón
así, solidario y capaz de compartir también su indigencia! Devuélvenos también el
sentido de lo que significa ayunar; no, como una dieta sana, sino como una verdadera
práctica de amor. Finalmente, te pedimos por todos aquellos cuyas cruces nos
permitiste reconocer en esta estación, los hambrientos y los que están muriendo de
hambre. ¡Pan Vivo! ¡Ayúdales! Y a nosotros, discúlpanos. Amén
TERCERA ESTACIÓN JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ.
CORREGIR AL QUE SE EQUIVOCA
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Marcos:
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. […] Jesús […] dijo
al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. […] “levántate, toma tu camilla y
vete a tu casa”. (Mc 2, 3ss)
Viendo tu caída, Jesús, pienso en las mías, en los pecados graves que me han derribado
al suelo. Sólo el recuerdo de ellos, me deja sin defensas.
No sé llegar a Ti con mis propias fuerzas. Estoy más paralizado que aquel enfermo. Él,
por lo menos, te permitió que lo ayudaras y sus amigos lo llevaron a Ti. Yo huyo con mi
pecado a la soledad, reacciono al reproche con un encogerme de hombros o, con más
frecuencia, con la agresión. Te doy gracias por estar aquí hoy y escuchar lo que tienes
para decirle al pecador paralizado. Al principio dices hijo y después tus pecados te son
perdonados. No empiezas por los pecados. Me llamas “hijo”, aunque yo mismo piense
que no estoy capacitado para semejante honor: ya no merezco ser llamado hijo tuyo,
trátame como a uno de tus jornaleros. Pero Tú dices: “¿Jornalero? – ¡No! ¡Nunca! –
“¡Aquí está tu anillo, sandalias y ropa!” Tantas veces he experimentado este perdón
durante el sacramento de la confesión. ¡No, humillación; sino el descubrimiento de la
propia dignidad! ¡Tantas veces me has levantado del suelo!
Señor Jesús, adorado seas en cada confesionario del mundo, lleno de misericordia.
Disculpando no 7 ni 77, sino 777 millones de veces. No te cansas de perdonar. ¡Que
estés presente así, en cada confesor! Haz que el sacramento de la confesión sea
siempre, y para todos, una experiencia de misericordia y respeto. Te pedimos por los
que, desde hace años, por miedo, vergüenza o desdén, postergan la confesión. ¡Danos
tu Espíritu, que nos disuada del pecado, así Él podrá derramar sobre nosotros el perdón
de los pecados! Te pedimos también por los que toman decisiones de vida lejos de la
absolución sacramental. Actúa en sus conciencias, acrecienta su amor, permítenos
acompañarlos como Iglesia. Permítenos, también, amar a la Iglesia; que nunca se
paralice ante el pecado, aunque esté constituida por pecadores. ¡Santo, Santo, Santo!
Amigo de los pecadores, por los siglos de los siglos. Amén.
CUARTA ESTACIÓN JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE MARÍA.
CONSOLAR AL TRISTE
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Libro de Job:
El Adversario […] hirió a Job con una úlcera maligna […]. Job tomó entonces un pedazo
de teja para rascarse, y permaneció sentado en medio de la ceniza. […] Tres amigos de
Job se enteraron de todos los males que le habían sobrevenido […] Se pusieron de
acuerdo para ir a consolarlo. Al divisarlo de lejos, no lo reconocieron. Entonces se pusieron
a llorar a gritos. […] Después permanecieron sentados en el suelo junto a él, siete días y
siete noches, sin decir una sola palabra, porque veían que su dolor era muy grande. (Job 2,
7-8, 11-13)
Señor Jesús, Tú y tu Madre no tuvieron tanto tiempo para estar uno con otro en el
silencio. No les dieron siete días y siete noches. Tuvieron que bastarles unos segundos,
unas miradas y el encuentro de los corazones. Sin palabras, sin gestos. ¡Intensidad
condensada de amor! Como los amigos de Job, tu Madre estuvo ahí, sufrió contigo y te
consoló. Como ellos, probablemente ella también apenas pudo reconocerte; herido,
ensangrentado, levantándote con dificultad después de la caída. La tradición conservó
el recuerdo de este lugar en el que caíste y en el que te encontraste con tu Madre. En el
centro del canal que atraviesa Jerusalén y que recoge todos sus desechos y basuras.
Job divino, el único justo, no caíste en los desperdicios materiales, sino en medio de las
suciedades humanas.
¡Tú, el que Primero Consuela! ¡Cuánto, incluso Tú mismo, necesitaste consuelo en tu Vía
Crucis! Este consuelo fue para Ti la presencia silenciosa de tu Madre. ¡¿No es así que
podemos dar el mejor consuelo a los tristes con nuestra presencia silenciosa?! Porque
el silencio común no es únicamente la ausencia de diálogo. ¡Es la escucha más
compartida y la espera de la respuesta del Señor! Así lo dice la escritura: es bueno
esperar en silencio la salvación que viene del Señor (Lm 3,26).
María, Consuelo de los tristes, queremos aprender de Ti esa presencia misericordiosa y
silenciosa al lado de los que sufren. Te adoramos, Jesucristo, y a Ti, Espíritu Santo,
Consuelo que nos reconfortas en nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos
dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Ti”. Amén
QUINTA ESTACIÓN SIMÓN EL CIRINEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
VISITAR A LOS ENFERMOS
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Mateo:
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama con fiebre. Le
tocó la mano y se le pasó la fiebre. […] Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y
él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para
que se cumpliera
lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: Él tomó nuestras debilidades y cargó
sobre sí nuestras enfermedades. (Mt 8, 14-17)
Tomaste sobre ti nuestras debilidades y llevaste nuestras enfermedades. Simón el
Cirineo, al contrario, no quiso cargar Tu cruz. No quiso ayudar; tuvieron que obligarlo.
No tengo derecho a juzgarlo. Yo mismo huyo de las enfermedades y las debilidades de
los otros. ¡¿Será que, acaso, no recuerdo que Tú primero, te hiciste cargo de cada una
de mis enfermedades y mis debilidades?! Dices de Ti mismo: Estaba enfermo, pero Tú
eres para mí el Médico que fue enviado a los enfermos, y no, a los sanos. ¿Cuántas
veces viniste a mí cuando estuve enfermo? ¿Cuántas veces me diste la mano y me
levantaste, de enfermedades mucho más graves que una fiebre: del egoísmo, de la
pereza, de la omisión, de la falta de fe en mí mismo? No quiero rechazar lo que recibí de
Ti tantas veces.
Señor Jesús, te bendecimos en todos los que supieron ver la ayuda a los enfermos no
sólo como una profesión, sino también como una vocación; en todos aquellos a los que
mejor los define la expresión “servicio de salud”: en los médicos, enfermeras,
enfermeros, todos los trabajadores de hospitales y dispensarios. Te alabamos por cada
capellán de hospital y sus voluntarios; por los conventos cuyo carisma es el servicio a
los enfermos. Te pedimos, para ellos nuevas, numerosas vocaciones. Te bendecimos
por los médicos misioneros y por todos aquellos que los apoyan. Para nosotros mismos
te pedimos que aumentes nuestra ternura hacia el enfermo; generosidad, para ofrecer
nuestro tiempo en visitas, en las casas, en los hospitales o en las residencias de
ancianos… Y para fortalecer nuestra oración. Amén.
SEXTA ESTACIÓN VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
SOCORRER A LOS PRESOS
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Mateo:
“Una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su
manto. […] Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado”.
(Mt 9, 20-22)
Los Evangelios no recuerdan el nombre de esta mujer. Lo recordó la tradición:
Verónica. Es esta mujer, enferma de hemorragias crónicas, curada por Ti, quien no se
quedó indiferente al verte sangrar en tu Vía Crucis. Su obra de misericordia fue
socorrerte. Una vez Tú la habías salvado de la hemorragia y de la suciedad; ahora, ella
te limpia la cara y le devuelve la pureza, por lo menos por un momento. La cara del
condenado, cubierta por sangre y después por la suciedad, se presentó de nuevo ante
los ojos de todo el mundo como la faz de Jesús de Nazaret llena de dignidad. ¿No fue
así como te vio, con los ojos de corazón antes de sacar su pañuelo? Vio al Hijo de Dios
con en ese preso. ¿Qué significa socorrer a los presos? Esto no se refiere a una ayuda
cualquiera; sino que se trata de un encuentro que permita a los presos descubrir de
nuevo en ellos el rostro del hermano o la hermana en Dios, la imagen perenne del Hijo
de Dios, la raíz de la dignidad humana incuestionable.
Señor Jesús, Tú nos visitas en cada aflicción; en nuestros vicios, deseos y adicciones. ¡Y
siempre ves en nosotros hijas e hijos de Dios! Aún cuando podemos vernos a nosotros
mismos como presos, seducidos por las drogas, el alcohol, la pornografía, la
emotividad, el riesgo, el ordenador, el móvil, el dinero, la comodidad… o cualquier otra
cosa. Para Ti, el rostro de cada uno de nosotros es la cara de Hijo de Dios. ¡Tu mirada
nos devuelve el sentimiento de dignidad! Nos consuela más que el pañuelo de Verónica.
Te pedimos que queramos, como Verónica, visitar a los presos. Llévanos a la gente que
sufre por cualquier seducción o vicio. Enséñanos mirar con respeto a cada preso; en
cárceles, campos de trabajo, lugares de aislamiento. Sé nuestro camino hacia ellos.
Amén
SÉPTIMA ESTACIÓN JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
PERDONAR LAS INJURIAS
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Mateo:
[Al Rey] le presentaron a un servidor que le debía diez mil talentos. […] El rey se
compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a
uno de sus compañeros que le debía cien denarios. […] Lo hizo poner en la cárcel hasta
que pagara lo que debía. […] El Señor lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! […] ¿No
debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?” E
indignado, el rey lo entregó a manos de los verdugos. (Mt 18, 24-35)
Señor, ¡Tú le perdonaste mucho! Tú le perdonaste una deuda que puede exceder
cualquier imaginación. ¡Diez mil talentos! ¡270 toneladas de oro! Perdóname por
preguntarte: ¿No podrías haberlo perdonado, también, por no perdonar a su deudor?
Tú perdonaste sus pecados inimaginables. ¿Por qué no le perdonaste que se haya
negado a perdonar? ¿Su negación a perdonar es una ofensa tan grande? ¿No tenía,
acaso, el derecho de exigir justicia? Lo tenía, pero esto no suaviza su pecado. El punto
no es que no es capaz de perdonar, sino que malgastó el abundante amor que acababa
de ser derramado sobre él. Tú le habías demostrado tu Amor sin límites, no solamente
para que se sintiera libre de su deuda, sino para que se sintiera amado y pudiera, así,
amar a los demás con el mismo amor que le había sido regalado. Así, él también podría
perdonar de la misma manera. Tú no nos exiges más que aquello que ya nos diste
primero en abundancia.
Señor Jesús, bendecimos Tu presencia y poder en todos aquellos que perdonamos. Tú
eres la Misericordia que nos permite perdonar las promesas con buena voluntad. Te
pedimos en esta estación que destruyas el ser viejo que hay en nosotros. ¡Mata al
deudor inmisericorde que pueda habitar en nuestro interior! Enséñanos cómo perdonar
primero, sin una advertencia, sin necesidad de que nos lo pidan o que sean castigados
quienes nos han hecho daño. ¡Qué maravillosa es tu Misericordia! Quiero confiarme a
ella, sobre todo cuando me pides que perdone a los demás sin dudar. Amén.
OCTAVA ESTACIÓN JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
ENSEÑAR AL QUE NO SABE
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
De los Hechos de los Apóstoles:
Un eunuco etíope, alto funcionario de la reina de Etiopía […], había ido a Jerusalén y se
volvía, sentado en su carruaje, leyendo al profeta Isaías. […] “¿Comprendes lo que estás
leyendo?” – le preguntó Felipe. Él respondió: “¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo
explica…? […] Entonces Felipe comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la
Buena Noticia de Jesús. (Hch 8, 27-28, 30-31.35)
Señor Jesús, reconocemos el poder y la misericordia de tu Espíritu Santo que le dijo a
Felipe que viajara junto a este hombre para explicarle aquello que no entendía.
Misericordia porque este hombre era un “extraño”, un excluido de la comunidad de
oración y de adoración. Poder, porque esto tuvo como resultado su fe y su bautismo.
Queremos aprender de Felipe la capacidad de enseñarle al que no sabe; un servicio
lleno de humildad que debe impulsar al que habla a plantear preguntas realmente
importantes, una enseñanza plenamente basada en Ti, Señor, y en tu muerte y tu
Resurrección de manera que quien escucha pueda reconocerte como Señor y Salvador.
Tú, en esta estación, también nos revelas que nosotros podemos ser misericordiosos y
enseñar al que no sabe; te diriges a las mujeres que te acompañan y les dices: Hijas de
Jerusalén, no lloren por Mí; lloren por ustedes y por sus hijos (Lucas 23:28). Tú enseñas
porque amas. Tú enseñas desde tu propia Pasión, olvidándote de Ti mismo, dejando de
lado tu propio sufrimiento.
Señor Jesús, meditando esta estación de Tu camino hacia la cruz, entendemos que
enseñar debe ser siempre un acto de amor y misericordia. Te pedimos perdón por
todos esos momentos de nuestra vida en la que hemos corregido a alguien desde el
enojo o desde el orgullo, considerando nuestro punto de vista como único, obstinados
en nuestras convicciones. Te pedimos perdón por buscar sobresalir utilizando nuestro
conocimiento, con el que te tapamos a Ti, fuente de toda Sabiduría y Sabiduría
Encarnada. Te pedimos perdón por todas las situaciones en las que abusamos de la
confianza de aquellos que nos encomendaste para acompañar en el aprendizaje. Te
pedimos, Señor, por los maestros, los profesores, catequistas, educadores y padres;
otórgales tu poder y misericordia de manera tal que ellos puedan guiar y acompañar,
con palabras sabias y testimonio fiel, a aquellos que les han sido confiados. Divino Rabí
y Testigo, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

NOVENA ESTACIÓN JESÚS CAE POR TERCERA VEZ


DAR BUEN CONSEJO AL QUE LO NECESITA
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Marcos:
Jesús les dijo a los apóstoles: “Todos ustedes se van a escandalizar. […] Pedro le dijo:
“Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré”. Jesús le respondió: “[…] esta
misma noche […] me negarás tres veces”. (Mc 14, 27.29-30)
Justo antes de tu Pasión, Jesús, les mostraste a tus discípulos que la duda es una caída
y la causa de todas las caídas. Dudar conlleva el escape, la dispersión, la traición… La
duda no en uno mismo o en la fuerza que pueda tener otro; sino la duda en Ti. Tú
dijiste: se van a escandalizar. La duda… La duda que nos deja sin fuerzas y nos hace
caer. Duda de si voy a conseguir levantarme algún día. Cada pecado me lleva a otro.
Con cada uno pierdo la esperanza. La duda me dice: “Esto ya es un vicio más fuerte que
tú”. El objetivo de esta incertidumbre es escandalizarme, convencerme de que Tú no
eres tan fuerte como para levantarme. Que no quieres levantarme. ¿Puedes, Señor,
amar a una persona como yo? Duda de la certeza de la Pascua. Duda del propósito y el
sentido de mi vida. De tu Providencia, de tu Misericordia. ¡Dar buen consejo al que lo
necesita! ¿Pero qué buen consejo puede dar una persona llena de incertidumbres?
¿Cómo dar un buen consejo a una persona acostumbrada al desasosiego, encarcelada
en sus propias indecisiones? ¿Cómo demostrar que la duda es una mentira? ¡Acerca de
nosotros y acerca de Ti!
Señor Jesús, te damos gracias por todas las preguntas que nos surgen cuando nos
detenemos en esta estación. No queremos respuestas fáciles… Te pedimos que
sepamos abrirnos humildemente a tu Espíritu, el Espíritu del consejo, que recibimos en
la confirmación; que sepamos confiar en Su sabiduría y discernimiento. Te pedimos que
nos ayude a escuchar lo que hay dentro de nosotros y nos inspire las preguntas y las
respuestas verdaderas. Te damos gracias por todos aquellos que se mantienen al lado
de los que dudan y nos los dejan solos; especialmente cuando los asalta la
incertidumbre o necesitan fuerzas para alejarse de sus vicios. Te rogamos por aquellos
que los acompañan: familia y amigos; por los terapeutas y directores espirituales y por
todos los que no pierden la confianza en la gente ni en Ti. Amén.
DÉCIMA ESTACIÓN JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
VESTIR AL DESNUDO
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Lucas:
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su
encuentro […] lo besó […] y dijo a sus servidores: ¡Traigan en seguida la mejor ropa y
vístanlo! (Lc 15,20.22)
Cuando se arrodilló delante de su padre, estaba casi desnudo. Había malgastado todo.
No sólo lo material, ¡sino también su dignidad! Completamente despojado, como un
esclavo. Sin nada, como quien, a través de sus faltas, ha perdido hasta la última de sus
prendas. Desnudo, como Adán y Eva en el paraíso justo después de haber pecado, sus
ojos se abrieron y se dieron cuenta de que estaban desnudos y se escondieron de Ti. Él,
probablemente, quería esconder su desnudez de su Padre. Un pecador como ellos;
avergonzado y humillado. Esta escena, Señor Jesús, me ayuda a ver tu desnudez en el
Gólgota de una manera completamente diferente. No fuiste despojado sin Tu
consentimiento. Tú elegiste la desnudez para mostrar tu comunión con Adán y Eva
desnudos, con cada uno de tus hijos necesitados y humillados por el pecado. En el
Gólgota Tú te despojas; no, delante de tus captores, sino delante del Padre. Haces
tuyas las palabras del hijo pródigo “Padre, he pecado contra Ti. No merezco ser
llamado Tu hijo”. ¡Las expresas con tu desnudez! Estás unido a mí, desnudo por el
pecado. Y esta unión me salva a mí ya que Tu Padre no soporta ver con indiferencia
cómo Su Hijo es anonadado. Él te reviste con una larga túnica que estaba ceñida a su
pecho con una faja de oro (Ap.1:13). Desnudo en la muerte, serás revestido en la
Resurrección con la dignidad de Hijo. Y nosotros. Y yo contigo.
Dios Padre, ¡Tú eres el primero que viste a quien está desnudo! Te pedimos que nos
permitas imitarte. Enséñanos a compartir, cuando sea necesario, nuestra ropa. Míranos
para que queramos siempre poner a disposición de los demás nuestras mejores
prendas: la ropa nueva, limpia y cuidada; no, la vieja, usada e inútil. Danos el ser
modestos y humildes en nuestro vestuario para que podamos compartir con mayor
facilidad aquello que podamos ahorrar. Te lo pedimos por Él, Aquel que aceptó la
desnudez para revestirnos de una Nueva Humanidad. Amén.
DÉCIMOPRIMERA ESTACIÓN JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
SUFRIR CON PACIENCIA LOS DEFECTOS DE LOS DEMÁS
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
De los Hechos de los Apóstoles:
Al oír esto (El discurso de Esteban), se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él.
Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo […] exclamó en alta voz:
“Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y al decir esto, expiró. (Hch 7, 54-55.60)
¡Te bendecimos, Señor Jesús, por dar tanta fuerza a la gente! La fuerza de la paciencia
no sólo ante el sufrimiento sino, también, ante las personas que lo causan. Incluso, ante
quienes nos persiguen. Esta paciencia no se trata sólo del rechinar de dientes, no es
una simple apatía. No es una calma estoica ni un sentimiento de fría superioridad hacia
los que obran mal. La paciencia de Esteban, la paciencia de los mártires, es el amor a
quienes le hacen daño. Es un testimonio fuerte. Es un silencio lleno de paz, únicamente
interrumpido por la oración del perdón. Es la última palabra impregnada de
misericordia. La paciencia de Esteban es el reflejo de la tuya, Señor. Sus palabras son las
Tuyas: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. ¡En el momento de su
martirio, Esteban miró al cielo y te vio! Tú estuviste delante de sus ojos; no, el dolor y el
mal que le estaban causando sus adversarios. Esta visión se apoderó de él y lo
transformó; lo asemejó a Ti. La promesa de la Escritura se cumplió en Esteban:
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal
cual es. ¡Esto es! Te manifestaste y lo hiciste semejante a Ti.
Jesucristo, paciente y misericordioso, permítenos mirarte como Esteban lo hizo.
Permítenos descubrir la paciencia como la gran obra de misericordia. Pon tu dedo en
nuestros labios cuando queramos estallar con amargura y pretensión; agresiones y
quejas. Enséñanos a rezar por nuestros enemigos, ¡a no oponernos al mal! A presentar
la otra mejilla. A darle el manto a quien nos quiere quitar la túnica. A acompañar dos
kilómetros a quien nos exige que lo acompañemos uno. Permítenos no dejarnos vencer
por el mal; al contrario, que venzamos al mal haciendo el bien. El Cordero silencioso,
llevado a la muerte, como una oveja muda ante el que la esquila. Manifiesta en
nosotros Tu paciencia. Tú estás vivo y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
DÉCIMOSEGUNDA ESTACIÓN JESÚS MUERE EN LA CRUZ
DAR BEBER AL SEDIENTO
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Juan:
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera
hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Empaparon en el vinagre una esponja, la ataron a una
rama de hisopo y se la acercaron a la boca. (Jn 19, 28-29)
Tuve sed, y Me dieron / no Me dieron de beber…
¿Qué desea un moribundo? ¿Qué desea un niño que se está muriendo? Te acercaron
vinagre a la boca. Ese fue el último gesto de la humanidad hacia Ti, un segundo antes
de Tu muerte. Una última burla. Un último acto de hostilidad. Como ya había anunciado
el salmista: Espero compasión y no la encuentro […] Pusieron veneno en mi comida y,
cuando tuve sed, me dieron vinagre. (Sal 69: 21-22) ¡No te ahorramos nada! Ni siquiera
la burla del último deseo del sediento… Me aterroriza la idea de que esto se repita hoy
también, que yo pueda ser indiferente, que quiera huir de la sed de aquellos que se
sienten abandonados, de quienes están muriendo alrededor de mí… o de que quiera
evitar estas situaciones de necesidad con cualquier excusa que intente justificar mi
ausencia.
Señor Jesús, Tú conoces los deseos más profundos del corazón humano y quieres
satisfacerlos con el Agua Viva que proviene de Ti; el que beba del agua que yo le daré,
nunca más volverá a tener sed. Esta Agua que tú das es el Espíritu Santo, Aquel que, en
el misterio de la Santísima Trinidad, es el Amor personificado. Danos, como Tú, el
descubrir y entender los deseos humanos y que, también como Tú, seamos capaces de
salir al encuentro de ellos. Permítenos de verdad permanecer al lado de quien tiene
sed; con un vaso de agua y con amor, ese que es el canal del Agua Viva. Te bendecimos
por la labor que hacen quienes te acompañan a Ti que estás presente en los que están
muriendo. Por los médicos, enfermeros y enfermeras, empleados de hospitales,
sectores de cuidados intensivos y centros de salud. También, por todos los voluntarios
que colaboran con los hospitales de manera económica. Amén.
DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y PUESTO EN BRAZOS DE
MARÍA, SU MADRE
ROGAR A DIOS POR VIVOS Y DIFUNTOS
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Evangelio según san Marcos:
Uno de ellos le dijo a Jesús: “Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un
espíritu mudo. […] Jesús les respondió: “Esta clase de demonios se expulsa sólo con la
oración”. (Mc 9, 17.29)
María, a los pies de la cruz, sosteniendo el cuerpo muerto de su Hijo.
Permanentemente en oración, con tu corazón dolorido, pero en constante oración. No,
paralizada; no, impotente; no, vencida; no, desesperada, sino fortalecida, involucrada
en el Acto de Salvación de tu Hijo. Co-misericordiosa con Él, en la primera y más larga
procesión de la historia de aquellos que se regocijan en poder sufrir por nosotros e
imprimir en su carne lo que le falta a los padecimientos de Cristo, para el bien de su
Cuerpo, que es la Iglesia. ¡Y lo hacen a través de la oración! Porque existe un tipo de
mal, hay un tipo de demonio que se puede echar sólo con la oración. Cualquier otra
herramienta es inútil; sólo la oración y el ayuno. Tu oración en el Gólgota, María, es la
experiencia de la fuerza; no, de la debilidad. ¡Es la prueba de que la misericordia nunca,
en ninguna situación, es en vano! Cuando todo lo demás ya no sirve de nada, la
misericordia es el arma más fuerte de la oración.
Señor Jesús, te bendecimos y alabamos por la gente que no deja de luchar con la
misericordia como arma, aun cuando todos se han rendido. Gracias por los que, con
plena confianza en Ti, rezan por aquellos que mueren trágicamente, inesperadamente
o que, obstinados, rechazan la conversión. Te damos gracias, Señor, por los que, con
oración fuerte, acompañan a los solitarios, a quienes andan el camino del mal, a
quienes recaen en el vicio o no perciben el mal que hacen. Gracias por aquellos que,
con la oración y el ayuno, apoyan a los enfermos terminales, agonizantes, y lloran por la
muerte de sus amigos. Gracias, Señor, por los que rezan por la paz y por las víctimas
que, fuera de ellos, nadie recuerda. Te pedimos que enciendas en nosotros el carisma
de la misericordia por los vivos y los muertos. Amén.
¡Madre de la Misericordia, ruega por nosotros!
DÉCIMOCUARTA ESTACIÓN JESÚS ES SEPULTADO
ENTERRAR A LOS MUERTOS
V. Te adoramos ¡Oh Cristo! Y te bendecimos
R. Pues por tu Santa Cruz, redimiste al mundo y a mí pecador.
Del Libro de Tobías:
Yo, Tobías […] daba mi pan a los hambrientos, vestía a los que estaban desnudos y
enterraba a mis compatriotas, cuando veía que sus cadáveres eran arrojados por encima
de las murallas de Nínive. […] Un ninivita informó al rey que era yo el que los enterraba
clandestinamente. […] Tuve miedo y me escapé. Todos mis bienes fueron embargados y
confiscados. (Tb 1,3.17.19-20)
¿Por qué enterrar a los muertos es una obra de misericordia tan importante? ¿Vale la
pena arriesgar tanto como Tobías para enterrar a los muertos? La furia del rey, la vida,
todos los bienes ¿Qué entendemos de esta acción de compasión en un mundo en el
que cada vez más familias abandonan los cuerpos sus familiares en los hospitales y no
les dan sepultura? ¿En un mundo en el que a las madres no se les entrega el cuerpo de
su hijo muerto durante el parto? ¿En un mundo en el que los cuerpos de los niños
abortados son echados a la basura?
Señor Jesús, queremos construir y crear todos juntos otro mundo. Por eso, te damos
gracias por José de Arimatea quien quiso ser Tobías para Ti y por todos los Tobías de
hoy. Te bendecimos por aquellos que se ocupan de dar sepultura a quienes viven en el
abandono, por aquellos que acompañan a los pobres y a quienes no tienen a nadie a
enterrar a sus muertos, por los que cuidan las tumbas de personas desconocidas, por
los que cuidan las tumbas de sus enemigos, como soldados de ejércitos adversarios o
miembros de minorías raciales o étnicas. Que seas bendecido, Señor, por los que cuidan
los cementerios más grandes del mundo y mantienen la memoria de lugares como
Auschwitz, Birkenau, Dachau o Buchenwald, entre otros. Cuídanos de que no sintamos
desdén por esta obra de amor. Úrgenos para que nunca faltemos a los entierros de
nuestros familiares y amigos, para que no dejemos solo a ninguno de nuestros
conocidos cuando llora la muerte de alguien cercano. Permítenos recordar a nuestros
muertos en la oración personal, a través de la liturgia o de la visita a la tumba. Amén.
¡Concédenos el sentir respeto ante la muerte, que es la puerta de la Vida!
ORACIÓN FINAL
Oremos.
* Dios todopoderoso y eterno, * que con amor generoso desbordas los méritos y
deseos * de los que te suplican, * derrama sobre nosotros tu misericordia, * para que
libres nuestra conciencia de toda inquietud * y nos concedas aun aquello que no nos
atrevemos a pedir. * Por nuestro Señor Jesucristo.
R. Amén

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