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Témome que muchos de los que estudian en universidades, estudian más para con las letras
alcanzar dignidades, beneficios, obispados, que con deseo de conformarse con la necesidad que
las dignidades y estados eclesiásticos requieren. Está en costumbre decir los que estudian:
Deseo saber letras para alcanzar algún beneficio o dignidad eclesiástica con ellas, y después con
tal dignidad servir a Dios. De manera que según sus desordenadas afecciones hacen sus
elecciones, temiéndose que Dios no quiera lo que ellos quieren, no consintiendo las
desordenadas afecciones dejar en la voluntad de Dios nuestro Señor esta elección.
Estuve casi movido de escribir a la Universidad de París, a lo menos a nuestro maestre De
Cornibus y al doctor Picardo, cuántos mil millares de gentiles se harían cristianos si hubiese
operarios para que fuesen solícitos de buscar y favorecer las personas que no buscan sus
propios intereses sino los de Jesucristo. Es tanta la multitud de los que se convierten a Cristo en
esta tierra donde ando, que muchas veces me acaesce tener cansados los brazos de bautizar, y
no poder hablar de tantas veces decir el Credo y mandamientos; hay día que bautizo todo un
lugar, y en esta costa donde ando, hay treinta lugares de cristianos. El gobernador de esta
India […] es muy amigo de todos los de nuestra Compañía: dese mucho que vengan a estas
partes algunos de nuestra Compañía.
1
X. LÉON-DUFOUR, San Francisco Javier. Itinerario místico del apóstol, Mensajero-Sal Terra, Bilbao-Santander 1998, 44
(Carta 20).
2
Ib. 238-240.
Y por esta causa es forzado poner toda nuestra fe, esperanza y confianza en Cristo Nuestro
Señor, y no en criatura viva, pues por su infidelidad todos son enemigos de Dios. En otras
partes, donde nuestro Criador, Redentor y Señor es conocido, las criaturas suelen ser causa e
impedimento para descuidar de Dios, como es amor de padre, madre, parientes, amigos y
conocidos, y amor de la propia patria y tener lo necesario, así en salud como en las dolencias,
teniendo bienes temporales o amigos espirituales que suplen en las necesidades corporales.
Y sobre todo lo que más nos fuerza a esperar en Dios, es carecer de personas que en espíritu
nos ayuden, por manera que acá en tierras extrañas, donde Dios no es conocido, hácenos Él
tanta merced, que las criaturas nos fuerzan y ayudan a no descuidar de poner toda nuestra fe,
esperanza y confianza en su divina bondad, por carecer ellas de todo amor de Dios y piedad
cristiana.
En considerar esta gran merced que Nuestro Señor nos hace con otras muchas, estamos
confundidos en ver la misericordia tan manifiesta que usa con nosotros. Pensábamos hacerle
algún servicio en venir a estas partes a acrecentar su santa fe, y agora por su bondad dionos
claramente a conocer y sentir la merced que nos tiene hecha, tan inmensa, en traernos a
Japón, librándonos del amor de muchas criaturas que nos impedían tener mayor fe, esperanza y
confianza en Él.
Juzgad vosotros agora si nos fuésemos los que deberíamos ser, cuán descansada, consolada y
toda llena de placer sería nuestra vida, esperando solamente en Aquel de quien todo bien
procede, y no engaña a los que en Él confían, mas antes es más largo en dar, de lo que son los
hombres en pedir y esperar.
Por amor de Nuestro Señor, que nos ayudéis a dar gracias de tan grandes mercedes, para que
no caigamos en pecado de ingratitud; pues en los que desean servir a Dios, este pecado es
causa por donde Dios Nuestro Señor deja de hacer mayores mercedes de las que hace, por no
ser en conocimiento de tanto bien, ayudándose de Él.
[……]
Nos, en estas partes, lo que pretendemos es traer las gentes en conocimiento de su Criador,
Redentor y Salvador Jesucristo Nuestro Señor. Vivimos con mucha confianza, esperando en Él
que nos ha de dar fuerzas, gracia, ayuda y favor para llevar esto adelante.
La gente secular [es decir, los japoneses que no son bonzos] no me parece que nos ha de
contradecir ni perseguir, cuanto es de su parte, salvo si no fuere por muchas importunaciones
de los bonzos. Nos no pretendemos diferencias con ellos, ni por su temor habemos de dejar de
hablar de la gloria de Dios y de la salvación de las ánimas; y ellos no nos pueden hacer más
mal de lo que Dios Nuestro Señor les permitiere; y el mal que por su parte nos viniere, es
merced que Nuestro Señor nos hará, si por su amor y servicio y celo de las almas no acortaren
los días de la vida, siendo ellos instrumentos para que esta continua muerte en que vivimos se
acabe, y nuestros deseo en breve se cumplan, yendo a reinar para siempre con Cristo.
Nuestras intenciones son declarar y manifestar la verdad, por mucho que ellos nos contradigan,
pues Dios nos obliga a que más amemos la salvación de nuestros prójimos que nuestras vidas
corporales. Pretendemos, con ayuda, favor y gracia de Nuestro Señor, de cumplir este precepto,
dándonos Él fuerzas interiores para lo manifestar entre tantas idolatrías como hay en Japón.