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Wallace, que antes de dirigir Mazda había sido presidente de la filial de Ford en Venezuela, fue
el primer extranjero en regir una de las principales compañías japonesas. El nombramiento fue
recibido con algo de temor en Hiroshima. Como muchas compañías japonesas, las prácticas de
organización y las relaciones de negocios, propias de Mazda, habían sido influidas por las
tradiciones culturales del país. La compañía honraba la práctica del empleo vitalicio. Los
ascensos internos se basaban primordialmente en la antigüedad. La toma de decisiones era
resultado de un consenso, y se hacía énfasis en la armonía y en la renuncia a crear discordia
dentro del grupo administrativo. Mazda también había entablado relaciones duraderas, "al estilo
familiar", con una red extensiva de proveedores locales.
Otros se preocuparon sobre lo que pasaría con la toma de decisiones -basada en el consenso-,
una característica de Mazda. Cuando los japoneses se reúnen, "solamente aquellos que se
oponen a una propuesta toman la palabra", observó el presidente del sindicato de trabajadores
de Mazda, Takeshi Morikawa, en una entrevista. "Si alguien está de acuerdo con alguna idea,
permanece callado. Pero la gente de Ford habla, incluso para sustentar una propuesta.
Cuestionan la situación o explican por qué están de acuerdo con esa idea. Así es que, en
algunas reuniones, los japoneses sienten que los extranjeros toman la palabra en demasía. En
Japón, preguntar sobre los detalles puede parecer un ataque a la integridad de la persona. Ver a
los ojos significa comprender. Así es que el acto de cuestionar representa un problema para el
japonés. Simplemente, no lo entiende".
Otra inquietud se centró en la forma en que un hombre, cuya autoridad sobre los japoneses era
bastante imperfecta, podía entender el contexto cultural dentro del cual se tomaban decisiones
de negocios en Japón. Wallace también admitió tener inquietudes, particularmente en relación
con el factor lingüístico. Como declaró en una entrevista realizada en 1996: "En Occidente
contamos con la comunicación directa. Pero, en Japón, la comunicación es indirecta. Con
frecuencia, cada persona debe sacar sus propias conclusiones... Es particularmente difícil llevar
a cabo sesiones que propicien el planteamiento de nuevas ideas. Cuando se utiliza un traductor,
el único resultado es la respuesta a la pregunta, y no una visión más amplia".
Wallace también apunta que ser occidental tiene algunas ventajas en esta situación. Puesto que
se espera que los extranjeros actúen de manera distinta, Wallace ha podido cruzar las líneas del
mundo empresarial -caracterizado por las jerarquías- de Japón, en formas que habrían sido más
difíciles para un presidente japonés. Por ejemplo, al día siguiente de haber sido nombrado
presidente, Wallace pidió a los líderes del sindicato de trabajadores de Mazda que hablaran con
él, acción sin precedentes en la compañía. Wallace también compartió información estratégica
confidencial con los líderes del sindicato, con la finalidad de ganar su cooperación -movimiento
inusitado hasta ese momento, pero que, sin embargo, ha sido exitoso-.
2. El cóctel de cultura y trabajo en América Latina
Algunos ejecutivos internacionales se sorprenderían al comprobar que muchos empleados
mexicanos prefieren desempeñar su trabajo acompañados de imágenes religiosas como la
Virgen de Guadalupe. Esta muestra de devoción es tan sólo un ejemplo más de cómo la cultura
local afecta las formas y prácticas de trabajo en América Latina. Universia Business Review
publica en su último número un resumen del capítulo de “Culture and Human Resource
Management in Latin America,” del libro de Anabella Dávila, profesora de Teoría de la
Organización e Historia de los Negocios de la Escuela de Graduados en Administración y
Dirección de Empresas, ITESM, de Monterrey (México); y Marta M. Elvira, Directora Académica
del Lexington College, en Chicago, titulado Managing Human Resources in Latin America. En el
mismo, las autoras identifican los valores culturales que determinan los recursos humanos en la
región y que pueden inclinar la balanza a favor del éxito o fracaso de una organización.
Este paternalismo se da generalmente entre los altos directivos y se caracteriza por que el
“padre” cuida de los hijos con prácticas permisivas y apoyo moral, a pesar de que los “hijos”
puedan acabar siendo demasiado dependientes en muchas facetas de su vida laboral. Por
tanto, las firmas latinoamericanas se dirigirían como una familia. Esto significa, según el estudio,
que los latinoamericanos prefieren depender de alguien más en su lugar de trabajo, y que
aceptar este tipo de autoridad genera una serie de conductas en las que se evita el conflicto y la
confrontación. Comportarse de otra manera podría ser interpretado como una ofensa hacia el
superior o los compañeros de trabajo, y podría tener consecuencias disciplinarias.
Por otro lado, “los latinoamericanos valoran el estatus dentro de una jerarquía porque señala la
distancia social entre superior y subordinado”, señala el estudio. Los títulos de puestos y
prestaciones adicionales tendrían, por tanto, un gran significado en la región por el estatus social
que éstos representan. Las autoras ponen como ejemplo a las empresas chilenas en las que
existe discriminación social por apariencia, edad y género que típicamente se asocian al estatus
social.
“A pesar de este tipo de estructura jerárquica, las empresas latinoamericanas buscan eliminar la
distancia de poder existente entre los gerentes y los subordinados por medio de comités que
simbolizan el sentido de igualdad entre todos los miembros de la organización”, señala el trabajo.
Desempeñar el papel de supervisor en un modelo así no es una tarea fácil, ya que el jefe debe
asumir su papel sin comportarse como tal.
Esto se traduce en que las empresas de la región suelen reclutar trabajadores a través de sus
propios empleados, entre los que se incluyen los familiares o parientes cercanos, ya que se
supone que éstos garantizan la confianza, lealtad y responsabilidad que tanto anhela la
organización. La familia es igualmente importante en términos de ascenso, ya que se suele
anteponer el bienestar de la misma a la carrera profesional, algo que se suele hacer más patente
en el caso de la mujer latinoamericana, aunque las autoras señalan la falta de investigación
empírica a este respecto.
Las autoras también advierten sobre la forma de las compensaciones según el rango del
trabajador. Dávila y Elvira consideran que las compensaciones financieras individuales pueden
estigmatizar al trabajador como “el favorito” de la gerencia y ser rechazado por el grupo, algo que
tendría graves consecuencias dentro de la cultura latinoamericana. En cambio, las prestaciones
a los ejecutivos más valoradas son aquellas que confieren estatus social como automóviles de
marca o matrículas para los hijos en colegios privados, por ejemplo.
Por otro lado, resaltan la importancia del reconocimiento de la lealtad de los trabajadores por
medio de ceremonias que reconozcan su antigüedad, ya que muchos de los beneficios que
perciben, como las vacaciones o la compensación por despido, dependen de la misma. Sin
embargo, las autoras vuelven a advertir sobre lo polémicos que pueden ser los sistemas de
recompensas que se basan en la evaluación del desempeño laboral, dado el poco nivel de
confrontación que existe de por sí entre la gerencia y los subordinados. Tanto es así, que los
resultados de estas evaluaciones casi nunca se utilizan.
La remuneración se suele hacer en forma de salario fijo y tan sólo las multinacionales y grandes
empresas latinoamericanas recurren a la compensación variable según los resultados obtenidos
por la empresa. Los salarios fijos, dicen, se corresponden mejor con un sistema jerárquico e
individualista que valora la centralización de la autoridad, frente a las remuneraciones variables
que promueven la flexibilidad de la organización y el trabajo en equipo, algo que no está muy
ligado a las preferencias culturales latinoamericanas.
Los trabajadores se sienten motivados para compartir las responsabilidades del equipo, pero tal
y como dicen las autoras, es posible que sea “una forma de reducir nuevamente el riesgo
individual al compartir la toma de decisiones con otros individuos en la empresa”.
Las autoras advierten sobre la posibilidad de que los sistemas de trabajo modernos se vayan a
pique por la histórica rivalidad entre los empresarios y trabajadores en América Latina durante el
proceso de industrialización de la región. A veces, los primeros se consideran explotadores de
los segundos. Sin embargo, esta situación se revierte cuando la amenaza viene de fuera y, por
ejemplo, peligra su trabajo por la inversión extranjera. Entonces surge el nacionalismo
latinoamericano y el sentimiento de unidad que provoca “el deseo de fabricar productos de mejor
calidad y utilizar la tecnología más eficientemente, aspectos que hacen a la alta gerencia
aprender a compartir información con los empleados”, señala el trabajo.
América Latina podría beneficiarse de la reducción de costes laborales que conlleva la
flexibilización de los contratos de trabajo, no obstante, los trabajadores difícilmente aceptan
estas condiciones laborales. Aunque para muchos es la única opción para encontrar un trabajo,
los empleos más valorados son lógicamente los permanentes, porque proporcionan una serie de
prestaciones laborales y oportunidades de ascenso que el empleo subcontratado no puede
proporcionar.
Otra barrera del trabajador latinoamericano es la falta de movilidad geográfica de los ejecutivos y
los empleados. Aunque hay ejecutivos latinoamericanos que apoyan la estrategia de expansión
geográfica de las empresas y ocupan posiciones de responsabilidad en el extranjero, prefieren
estar cerca de la familia nuclear. Un alto ejecutivo de Coca Cola América Latina señaló en una
entrevista: “Por personalidad y cultura, en general, los latinoamericanos no tienen esa flexibilidad
que se necesita. En los Estados Unidos, las familias se juntan una sola vez al año, en
Thanksgiving (Acción de Gracias). En México, como en Brasil, las familias se reúnen cada
domingo”.
Por otra parte, la comunicación dentro de las organizaciones tiene una estructura jerárquica y
vertical donde “la información fluye generalmente de arriba hacia abajo”, señalan la autoras. Son
los propios gerentes los que imponen esas barreras, que sumada a la falta de confrontación por
parte de los subordinados hacen la comunicación deficiente. Según las autoras, esto también
podría ser la causa de las pocas relaciones horizontales y la escasa delegación de la autoridad.
Cuando se producen situaciones de abuso por parte de los gerentes internacionales, los
trabajadores generalmente reaccionan organizándose inmediatamente en sindicatos y
confrontando a la empresa.
Las autoras concluyen su trabajo haciendo las siguientes propuestas: desde la perspectiva
social, recomiendan poner las necesidades de los trabajadores y sus familias en el centro de las
prestaciones adicionales. Desde la económica, que los sistemas de recursos humanos busquen
satisfacer las necesidades básicas del trabajador para asegurar su éxito. Desde la política,
señalan que los sistemas de recursos humanos serán más efectivos si se relacionan con la
estabilidad del empleo, las buenas relaciones laborales y con el desarrollo sustentable de la
empresa.
Por otro lado, advierten de que “los departamentos de recursos humanos no podrán alcanzar
una posición estratégica en las empresas de la región hasta que demuestren directamente su
contribución al desempeño organizacional”. Este desempeño debe ser interpretado, según
explican, desde la perspectiva cultural y aseguran que el reto es cómo utilizar las prácticas de
recursos humanos que están culturalmente determinadas, dado que muchas de sus
manifestaciones son difíciles de predecir, al estar basadas en una estructura social robusta más
que en la economía de la organización.