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BIOGRAFÍA
Aristóteles, nacido en Estagira en el 384 a.C., fue discípulo de Platón antes de convertirse en
tutor de Alejandro Magno. Tras la muerte de Alejandro, se enfrentó a controversias y dejó
Atenas, estableciendo su propia escuela, el Liceo. Sus contribuciones abarcan diversas áreas
del saber, desde la lógica y la metafísica hasta la ética, la política y la biología. Entre sus obras
más destacadas se encuentran "La Ética a Nicómaco", "La Política" y "La Poética". Falleció en el
322 a.C. en Calcia, dejando un legado filosófico perdurable.
Aristóteles construyó un sistema filosófico propio, desafiando las ideas de sus predecesores.
Criticó la teoría de las ideas de Platón al proponer un pluralismo del ser, refutando el monismo
de Parménides y la noción del devenir de Heráclito. Para él, el universo consiste en múltiples
seres con substancias individuales concretas que pueden cambiar de diversas maneras.
Aunque aceptó el movimiento, defendió la inmutabilidad de las esencias. Se opuso al dualismo
ontológico de Platón al negar la existencia separada e independiente de las ideas. Para
Aristóteles, las ideas universales no existen independientemente de los seres particulares.
3. METAFÍSICA. EL HYLEMORFISMO.
4. FÍSICA
Aristóteles enfoca la física como la ciencia del cambio, centrada en sustancias con capacidad
intrínseca de movimiento y reposo. Para él, todos los seres naturales están en constante
movimiento, donde la naturaleza misma es el origen de este cambio. Considera que la
naturaleza posee una fuerza interna que impulsa el crecimiento, desarrollo y transformación
de los seres.
Su estudio del cambio incluye tanto a los seres naturales como a los artificiales, reconociendo
que estos últimos también experimentan cambios, aunque su causa no provenga de ellos
mismos, sino de un agente externo.
Aristóteles postula que "todo lo que se mueve es movido por algo". Los motores pueden ser
internos o externos: los primeros son impulsados por la naturaleza misma del objeto, como el
crecimiento de una planta; los segundos se deben a una causa externa, como el
desplazamiento de un objeto como una mesa, que solo se moverá mientras actúe el agente
que lo empuje.
Para Aristóteles, lo que puede llegar a ser se encuentra en potencia y lo que es actualmente se
halla en acto. Esta dualidad es comparable a la pareja materia-forma. Por ejemplo, la arcilla es
potencialmente un ladrillo, y al adquirir la forma de un ladrillo, la arcilla se convierte en ladrillo
en acto.
Con esta base, Aristóteles clasifica el cambio en dos categorías principales: el cambio
sustancial, que implica la generación o destrucción de una sustancia, y el cambio accidental,
donde no se crean ni destruyen sustancias, sino que estas experimentan modificaciones en
aspectos no esenciales de su ser, como cambios cuantitativos, cualitativos o de lugar.
Aristóteles no solo observa el cambio en la realidad, sino que busca explicarlo y clasificarlo.
Para él, comprender algo científicamente significa conocer sus causas, los factores necesarios
para explicar un proceso. Identifica cuatro tipos de causa:
Causa material: Se refiere a la materia que sufre el cambio. Es algo indeterminado que puede
convertirse en distintas cosas. Por ejemplo, el bloque de mármol que un escultor va a esculpir.
Causa formal: Es aquello por lo cual una cosa llega a ser específicamente lo que es. Es la forma
que adquiere mediante el cambio, como la estatua que resulta de la escultura.
Causa eficiente: Es el origen inmediato del movimiento o reposo, el factor que produce el
cambio, ya sea intrínseco o extrínseco. En el caso del ejemplo, el escultor y sus herramientas.
Causa final: Es el propósito o fin hacia el cual tiende una cosa. Influye en el agente,
determinando el sentido concreto de su acción. Todo cambio se realiza con vistas a un fin. En
la escultura, sería el propósito o finalidad que se busca con la estatua.
Aristóteles argumenta que las cuatro causas son necesarias para la producción de cualquier
efecto y señala la importancia de la causa final, ya que atribuye a todo ente natural o artificial
un propósito, una función, un fin. Considera que tanto las cosas artificiales como las naturales
tienen una misión, pero mientras que las primeras reciben su fin del fabricante, las segundas
tienen una misión intrínseca. Este concepto de propósito inherente a las cosas naturales es
conocido como teleología, donde la naturaleza tiende hacia fines, incluso si estas tendencias
son inconscientes.
5. EL MOTOR INMÓVIL
Aristóteles distingue entre dos realidades sensibles: las celestes, compuestas de éter, eternas y
en movimiento circular uniforme, y las sublunares, hechas de cuatro elementos corruptibles.
Para él, todo movimiento en el mundo sublunar depende de las esferas celestes,
particularmente de la esfera lunar, que a su vez depende del movimiento de otras esferas y, en
última instancia, de las estrellas fijas.
Partiendo del principio de que "todo lo que se mueve es movido por algo", Aristóteles postula
la existencia de un Motor Inmóvil. Este motor es inmaterial, acto puro sin potencia, y se sitúa
más allá del universo material, moviendo sin ser movido. Es la única entidad inmaterial y
perfecta, el objeto principal de estudio de la teología, pero no es un dios creador ni
providente.
Aristóteles considera al ser humano como una unidad sustancial, una entidad natural viva
compuesta por materia y forma (hylemorfismo). La vida se define por la capacidad de
movimiento, donde cada movimiento implica una forma que se mueve y una materia que es
movida. En este caso, el cuerpo es la materia y el alma es la forma del ser viviente.
A diferencia del dualismo platónico, Aristóteles adopta una postura monista, sosteniendo que
el alma no existe separada del cuerpo, siendo su unión completamente natural, similar a la
unión entre materia y forma en otras sustancias naturales.
El alma humana es una, pero capaz de realizar diversas funciones. La función más destacada y
la base de la superioridad humana sobre otros seres vivos es la facultad del pensamiento. Esta
capacidad intelectual única es lo que distingue y eleva al ser humano por encima del resto de
los seres vivos según la visión aristotélica.
Aristóteles postula que cada sustancia busca su propia plenitud y perfección, siendo su bien la
completa actualización de su forma potencial. Esta búsqueda del bien es la finalidad de cada
entidad, reflejando así una tendencia hacia fines en la naturaleza (teleologismo). En la ética
aristotélica, se reflexiona sobre el bien humano.
Para Aristóteles, todos los actos humanos se orientan hacia algún fin. Define el bien como
aquello hacia lo cual se dirigen todas las acciones y aspiraciones humanas. Esta finalidad última
es la felicidad, que es tanto un fin en sí mismo como el fin supremo de la conducta humana.
Así, defiende una ética teleológica y eudemonista, donde el bien se equipara a la felicidad.
La felicidad, sin embargo, es un concepto complejo. Se debate entre una vida basada en el
placer, la gloria o la contemplación intelectual. Para Aristóteles, la felicidad radica en el cultivo
intelectual y la contemplación, siendo este el ideal verdadero. Reconoce al placer como un
bien, pero no como el bien supremo.
Aristóteles vincula su teoría ética con su visión teleológica de la naturaleza. Considera que
cada cosa tiene su función propia y es buena o mala en relación con su capacidad para realizar
esa función. Así, la razón es la función específica del ser humano, correspondiente a la parte
racional del alma, y la virtud moral surge de la parte sensitiva interferida por la parte racional,
conocida como carácter o ethos. Esta interacción da origen a los dilemas morales, donde la
virtud moral y la virtud intelectual son aspectos fundamentales en la búsqueda de la felicidad.
La virtud moral, o areté, se encuentra en el control que ejerce la parte racional del ser humano
sobre su parte volitiva o sensitiva del alma. Tomar decisiones acertadas en nuestras acciones
es complicado; encontrar el punto medio exacto que constituye la mejor decisión es difícil.
La virtud moral consiste en un modo de ser que implica tomar decisiones adecuadas,
escogiendo lo más correcto en cada situación y de acuerdo con la regla de buscar el término
medio entre dos extremos que representan conductas moralmente defectuosas (por ejemplo,
la valentía como término medio entre la temeridad y la cobardía). Este término medio es
establecido racionalmente, como lo haría una persona prudente.
La prudencia, una virtud intelectual crucial para la vida práctica, implica buen juicio o sabiduría
práctica. Corresponde a esta virtud determinar correctamente lo correcto y apropiado en el
ámbito de la conducta, definiendo el término medio racional para cada acción.
Las virtudes morales son hábitos de tomar las mejores decisiones. Sin embargo, el
conocimiento de lo mejor proviene de la razón, no del comportamiento habitual. En la razón,
destacan dos funciones:
Función Práctica: La prudencia, una virtud, se encarga de determinar el término medio óptimo
y guía las acciones, influyendo en la parte sensitiva del alma.
Función Teórica o Contemplativa: Según Aristóteles, esta función no tiene propósito utilitario;
es el fin último del hombre y constituye la máxima felicidad posible. La actividad más valiosa es
la contemplación y la ciencia teórica.
EPICUREÍSMO
Epicuro busca eliminar dos grandes miedos humanos: el temor a los dioses y el miedo a la
muerte. Argumenta que los dioses existen, pero están alejados del mundo humano, ocupados
en su propia felicidad. Por tanto, no intervienen en los asuntos terrenales. Respecto a la
muerte, la considera insignificante, ya que cuando llega, los átomos que conforman al hombre,
incluyendo los del alma, se disuelven. Epicuro asegura que ni el bien ni el mal existen después
de la muerte, ya que estos se encuentran en las sensaciones, y la muerte es la ausencia total
de sensación.
Epicuro valora especialmente la amistad como uno de los mayores placeres, pero desaconseja
la participación en la política, ya que considera que solo trae preocupaciones. En consecuencia,
el epicureísmo sugiere refugiarse en el círculo de amigos y alejarse de los asuntos políticos.
EL ESTOICISMO
Aunque los primeros estoicos surgieron en Grecia, el movimiento alcanzó su apogeo en Roma.
Uno de sus exponentes más destacados fue Séneca, filósofo y consejero de Nerón, quien
influyó en el emperador antes de participar en una conspiración y ser obligado a suicidarse por
orden de Nerón. Otro estoico relevante fue Marco Aurelio, emperador romano en el siglo II.