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Desde 1887, se realizaron esfuerzos para revitalizar las fiestas patrias, lo que
llevó a la organización de grandes celebraciones conmemorativas y la construcción
de monumentos y museos. Las escuelas jugaron un papel crucial en este proceso al
convertirse en un ámbito para la ritualización de las celebraciones y la enseñanza
de la historia, contribuyendo a la conservación selectiva de la tradición patria. En
ese período, la sociedad argentina experimentó una transformación profunda
debido al rápido crecimiento de la inmigración. El aumento de la población
extranjera generó tensiones y preocupaciones sobre la identidad cultural y la
nacionalidad de la nación. La respuesta a estas inquietudes se encontró en la
nacionalidad, que se consideró un elemento unificador y un pilar para afirmar la
soberanía nacional. La escuela y las fiestas patrias se convirtieron en instrumentos
decisivos para encarnar y consolidar la nacionalidad respaldada en la tradición
patria. Estos esfuerzos buscaban contrarrestar la disgregación interna y reafirmar
la identidad de la nación frente a las amenazas externas.
LA BABEL DE BANDERAS
Las celebraciones de distintos grupos inmigratorios cobraron importancia y
entusiasmo a medida que aumentaba su presencia en el país. A diferencia de años
atrás, las fiestas de los extranjeros se volvieron más elaboradas y participativas. En
particular, las fiestas patrias de los italianos tuvieron un gran crecimiento, con
desfiles, banderas y antorchas, y la participación de otras nacionalidades. Sin
embargo, estas celebraciones también generaron tensiones con la élite local, ya que
temían que la cultura extranjera pudiera desplazar lo nacional. La lucha por la
supremacía simbólica en el espacio público se volvió un campo conflictivo, con una
decidida acción para recuperar el terreno amenazado por la creciente presencia de
inmigrantes.