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EL PÉSIMO ESPAÑOL DE CHILE…?

Estimado y estimada lectora, ya que he logrado captar tu


atención con este tendencioso título, paso a resumir y
comentar las ideas centrales expuestas por Darío Rojas en su
interesantísimo libro ¿Por qué los chilenos hablamos como
hablamos?: un estudio, cuyo objetivo es explicar el origen y
desarrollo histórico de nuestra peculiar versión del español
y, de paso, develar la poca estima que los chilenos
manifestamos cuando opinamos sobre nuestra manera de
hablar.

EL ORIGEN DEL ESPAÑOL AMERICANO

Una tesis central defendida por el autor es que hay una


relación genética entre el español de américa y el del sur de
España, en especial de Andalucía, cuyas características son
similares a las del español chileno: seseo, yeísmo, supresión
de la /s/ al final de palabra, etc. Evidencia que sustente esta
tesis hay bastante, por ejemplo, los estudios de Boyd-
Bowman demostraron fehacientemente que cerca del 40 %
de los conquistadores y 70 % de las mujeres durante el
primer siglo de conquista provenían del sur de España, y que
el seseo o la supresión de /s/ al final de la palabra ya estaban
consolidados al sur de España en el siglo XV, lo que vuelve
plausible un trasplante de estas características idiomáticas a
América. Sin embargo, la relación entre el español andaluz y
el americano es más compleja que una simple adopción
pasiva, pues en ella intervinieron elementos sociales e
históricos que es necesario tomar en cuenta.
Dado que hubo una convivencia entre los españoles
provenientes de Andalucía y los provenientes de otras
regiones como Extremadura o Castilla, tuvo que producirse
un ‘acomodamiento lingüístico’ que terminó por hacer
prevalecer las características del dialecto andaluz en una
versión simplificada que permitía limar las diferencias y
lograr un entendimiento mutuo: surgió una lengua común
que fue asimilada como lengua materna por la primera
generación de criollos, y que condujo a una lenta
estandarización, en la que ciertos elementos del Andaluz
fueron eliminados y otros conservados. Desde el punto de
vista de la sociolingüística, por lo tanto, el español de
América, y en particular de Chile, se explica a partir de dos
factores: el establecimiento de una base lingüística común
sobre la base del dialecto andaluz, y la estandarización, que
estableció diferencias significativas entre las diversas
regiones de América, y que en Chile decantó en la
permanencia del voseo (eliminado en otras regiones como
México), el seseo, la supresión de /s/ final (conservada en
otras regiones como Perú o Bolivia), etc. En el proceso de
estandarización, sin embargo, se debe considerar el
sincretismo entre el español y las lenguas aborígenes,
evidente principalmente en la conservación de algunas
palabras de origen indígena.
EL ESPAÑOL CHILENO

Antes de revisar la evolución histórica del español chileno, es


preciso tener claridad sobre las características de nuestro
español actual. Algunas de sus características son las
siguientes: a) Seseo, yeísmo, debilitamiento de /s/ final,
debilitamiento de /r/ y /l/ finales, y debilitamiento de /d/
entre vocales o al final de palabra; b) emplea ‘ustedes’ como
pronombre de segunda persona plural; c) distingue entre ‘lo’
y ‘la’ para complemento directo y ‘le’ para indirecto; d)
emplea el voseo de una manera peculiar: el pronombre ‘vos’
alterna con ‘tú’ y tienen connotaciones diferentes, el primero
de más familiaridad y el segundo de mayor respeto. Las
terminaciones voseantes más comunes hoy en día en Chile
son las representadas por ‘amái’, en la primera conjugación,
‘tenís’ en la segunda conjugación y ‘salís’ en la tercera. La
combinación más habitual es ‘tú amái’, es decir la del
pronombre ‘tú’ con verbo voseante.
A diferencia de otros países, en Chile las diferencias
regionales no son tan marcadas. Las diferencias se dan más
bien entre lo urbano y lo rural y entre grupos socioculturales
diversos, por ejemplo, en la pronunciación de la ‘ch’, que en
grupos socioeconómicos bajos tiende a ser más fuerte y, por
otro lado, en grupos socioeconómicos altos se asemeja a
/tch/. Algo similar ocurre con el grupo consonántico ‘tr’, que
en ciertos grupos de la sociedad es pronunciado como /chr/.
Si hay diferencias regionales, ellas se observan más bien en
el léxico: por ejemplo, el verbo ‘acholloncarse’ es ‘ponerse en
cuclillas’ en el sur y tendría un origen mapuche. Estar ‘calato’
sería estar ‘desnudo’ en el norte y sería de origen aimara
(usado también en Perú). El español de Chile es hoy en día
relativamente homogéneo, y ello se debe principalmente a
las múltiples migraciones internas entre campo y cuidad, a la
centralización y a la presencia de los medios de
comunicación. El español chileno ha tendido en los últimos
años a la generalización: por ej. es cada vez más común el uso
de ‘haber’ en plural impersonal: “habían treinta personas” en
lugar de “había treinta personas”. El voseo, por otro lado,
presente desde la Colonia, ha pasado de estar estigmatizado
socialmente en el siglo XIX a ser cada vez más aceptado a
fines del XX, aunque aún está restringido al habla coloquial.
Veamos de qué modo se desarrolló históricamente el
español chileno, es decir, cómo llegamos a hablar como
hablamos hoy en día.

EN LA COLONIA

Los estudios han demostrado que durante la Colonia ya se


observan fenómenos como el debilitamiento de la
pronunciación de vocales, (‘obidiente’ por obediente, por
ejemplo) y consonantes (‘efeto’, por efecto); la presencia
abundante de seseo y el debilitamiento de la /s/ al final de
palabra. En los documentos conservados no se observa la
presencia abundante de yeísmo, aunque tal vez sí existía en
las clases más bajas y estaba, por lo mismo, estigmatizado su
uso entre la población no analfabeta. Todos estos fenómenos
se dan en medio de una situación de multidialectalismo, en
la que predomina el Andaluz, debido al origen geográfico de
los conquistadores. La dinámica interna en esta situación
muestra tres períodos: a) de 1541 a 1650 aprox. hay una
coexistencia de múltiples dialectos debido al origen diverso
de los conquistadores; b) 1650 a 1750 aprox. ocurre la
cristalización de una variante propia de Chile, resultado de la
mezcla y nivelación de los múltiples dialectos. Característico
de esta variante era el seseo, usado ya de manera transversal
por los criollos; c) De 1750 a 1842 ocurre una nivelación en la
lengua escrita, que decantará en la posterior estandarización
del español chileno.

DEL PERÍODO INDEPENDENTISTA A LA ACTUALIDAD

El siglo XIX fue un período en el que, por una parte, se


estandarizó el uso del español en Chile y -como la otra cara
de la misma moneda- se manifestó una valoración negativa
de ciertas variantes del mismo: la censura y baja autoestima
lingüística, fenómeno que ya se observaba en el período
anterior, encuentra ahora una justificación racionalista por
parte de ciertos intelectuales, entre los cuales se destaca
Andrés Bello.
El miedo ante una eventual fragmentación de la lengua
española en múltiples dialectos americanos llevó a los
intelectuales chilenos a criticar y censurar los usos dialectales
populares, es decir, prácticamente todas las características
que había adquirido el español chileno desde la Colonia: el
seseo, supresión de /d/, voseo, etc. Bello critica, por ejemplo,
fenómenos que siguen presentes hasta hoy en ciertos
contextos comunicativos: uso de ‘haiga’ por ‘haya’, ‘naiden’
por ‘nadie’, ‘fuistes’ por ‘fuiste’, ‘cabimos’ por ‘cabemos’,
etc., además del voseo en el modo imperativo: ‘andá’,
‘tomá’, ‘vení’ -que hoy asociamos con el habla argentina- por
‘anda’, ‘toma’, ‘ven’, respectivamente. Critica, además, otras
que con el tiempo hemos adoptado de manera más
generalizada: uso de ‘fierro’, en lugar de ‘hierro’, ‘agarrar’ en
el sentido de ‘tomar’, ‘coger algo’, uso de ‘pararse’, con el
sentido de ‘ponerse de pie’, etc. Como parte de la misma
tendencia, se puede mencionar la publicación en 1843 de un
catálogo anónimo que enumeraba una serie de correcciones:
‘di’, en lugar de ‘decí’, ‘malísimo’, en lugar de ‘malaso’,
‘galleta’, en lugar de ‘gayeta’, ‘maíz’, en lugar de ‘meis’, etc.
El primero que se propuso hacer un estudio descriptivo,
y no normativo, del uso del español en Chile, fue Rodolfo
Lenz. Dedicó mucho tiempo al estudio del voseo,
describiendo la conjugación completa de algunos verbos
como ‘matar’: ‘yo máto’, /boh matái/, /él (u’té) máta/,
/losotro matámo/, /eyo (u’tée) mátan/. Pero esta tendencia
excepcional sucede a una tendencia anterior generalizada
que promueve la corrección de la lengua, incluso de la
ortografía, llevando a Juan García del Río y Andrés Bello en
1823 a proponer una reforma de la ortografía chilena, que es
adoptada entre 1844 y 1927, la que establece usar sólo i para
el sonido /i/ y j para el sonido /j/.
Los discursos normativos decimonónicos afectaron la
manera en que los chilenos percibimos y apreciamos nuestra
manera de hablar hasta el día de hoy, es decir, nuestra
autoestima lingüística. Las reformas de Bello recibieron
acogida entre las políticas públicas, formando parte de la
instrucción escolar el uso del español que él consideró
correcto, es decir, la forma en que lo hacía la “gente
educada” -señala en 1847-. Esta opinión es compartida aún
por Aníbal Echeverría y Reyes en los albores del s. XX, al
señalar que “el vulgo jamás podrá dar el tono de un idioma”.
En Chile y otros países independizados, el español fue
visto o como un elemento heredado de España, pero
beneficioso por ser culturalmente unificador, o como algo de
lo cual había que desprenderse por ser un vínculo con la
antigua Corona: el primer grupo, los unionistas, eran
racionalistas; querían mantener el español como el idioma de
las nuevas naciones, pero cuidando su uniformidad en todos
los territorios. El segundo grupo, los separatistas, eran
románticos; abogaban por la separación idiomática
progresiva y la valorización positiva de la idiosincrasia
idiomática de cada territorio. En Chile fueron los unionistas
quienes vencieron debido a sus vínculos con la élite política,
estableciendo la ‘manera correcta’ de hablar como política
de Estado a través de la instrucción escolar y la censura.
Mucho de la actitud del s. XIX se observa también en el
s. XX, en especial en las gramáticas y diccionarios que se
publican, en los que los ‘chilenismos’ son censurados como
vulgarismos o deformaciones del español auténtico. Pese a
haber habido un cambio de actitud por parte de ciertos
grupos de estudiosos, en la mayoría de la población tuvo
acogida la crítica de Bello. Ello, sin embargo, no dio paso a
una modificación en los patrones generales del uso de la
lengua. En efecto, las encuestas recientes arrojan que los
chilenos tenemos una baja autoestima lingüística; pensamos,
en general, que somos los que peor hablamos español en el
mundo y que en España, Perú o Colombia hablan mejor que
nosotros. Las razones que damos para justificar esta
apreciación son recurrentes: nos comemos las eses, muchos
dicen ‘cardo’, ‘cachai’ o ‘poh’, no diferenciamos entre la z y
la s, etc. De los resultados de las encuestas se puede colegir
que los chilenos entendemos por ‘hablar bien’ lo siguiente:
usar una fonética castellana, con pronunciación plena de las
consonantes y apegada a la escritura, ritmo pausado,
volumen considerable y acento neutro; poseer un
vocabulario amplio validado por los diccionarios académicos
y libre de coloquialismos, regionalismos, etc., así como de
groserías o muletillas. Tener precisión desde el punto de vista
del significado y apego a las reglas gramaticales oficiales.
Como se puede ver, hay mucha semejanza entre estas ideas
y las sostenidas por los unionistas del s. XIX, algo
comprensible si se piensa que sus ideas se constituyeron
como discurso hegemónico en medios de comunicación, la
prensa y la academia. La idea de que los chilenos hablamos
mal español o peor que en otros lugares se debe a una
percepción social de nuestras particularidades lingüísticas
que fue construida desde las élites.
Es imperioso entender que, en cuanto a potencia
comunicativa, nuestras variantes no son peores ni mejores
que las de otras regiones. Aun cuando podemos reconocer
que algunas personas hablan ‘bien’ y otras ‘mal’, esto no
tiene que ver con la pertenencia a alguna comunidad
cultural: no se habla mal por ser chileno, ni bien por ser
español, peruano o colombiano. En todas partes hay
personas que tienen un buen dominio o un mal dominio del
idioma, y dicho dominio no tiene que ver necesariamente
con pronunciar o no la /d/, ni por decir o no ‘cachai’ o ‘poh’,
ni por preferir ‘tú cantas’ a ‘voh cantái’, sino por el
conocimiento y dominio de varios registros de habla, que nos
permitan comunicarnos de manera efectiva en cada uno de
ellos. Es decir, hablar bien no tiene que ver necesariamente
con el dominio de un registro de habla que sea
especialmente valorado por cierto grupo social, sino con la
competencia lingüística: la capacidad de poder transitar
entre varios registros de manera comunicativamente
efectiva.

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