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LOS PROFESIONALES MAYORES DE 40 AÑOS Y

SU LUCHA CONTRA LA EXCLUSIÓN SOCIAL Y ECONÓMICA.

Por: Eber H. Beltrán García,


MAESTRO.

La lucha contra la exclusión social y económica constituye uno de los retos más renuentes desde fines
del siglo XX, situación a la que se ha sumado el descuido de las instituciones educativas (de todos los
niveles) en la formación del criterio en los adolescentes. Esto último, por cuanto, dado el modo “ligth” de ver la
vida por parte de los recientes egresados de la universidad, es evidente que el estatus de quienes más
necesidades tienen en la comunidad rara vez llama la atención de aquellos que si gozan de adecuado
alimento, estudio, vivienda, seguridad, afecto y tantas otras necesidades que han logrado satisfacer como
resultado del esfuerzo familiar, personal o de alguna situación circunstancial.
La exclusión social y económica es la acumulación de barreras y límites de tipo muy diverso que no se
reducen (aunque incluyen) a la carencia extrema de ingresos y recursos económicos dejando fuera de la
participación en la vida social mayoritaria a quienes la padecen. Subirats (2004) afirma que este proceso de
acumulación, superposición y/o combinación de diversos factores de desventaja o vulnerabilidad social es
dinámico y afecta a personas o grupos, que viven en unas condiciones de vida material y psíquica que les
impiden sentirse y desarrollarse plenamente como seres humanos.
Nos hemos referido al gesto de insensibilidad de una parte de la población de jóvenes y adolescentes
en tanto la exclusión social como un proceso social de pérdida de integración en todos los ámbitos
socioeconómicos encuentra su mejor expresión en el grupo de personas mayores de 40 años a quienes las
entidades públicas y privadas que requieren de trabajadores (o colaboradores) optan por relegar para
incorporar a “nuevos talentos” ocasionando la pérdida de su integración en los diferentes ámbitos
socioeconómicos que configuran su ciclo vital. La sociedad peruana se ha centrado, en extremo, en valores
como la juventud, la producción y el consumo, que hacen ver al profesional de 40 años de edad o más como
“viejo” o “pasivo” acrecentando con esto, aún más, su vulnerabilidad.
El progreso científico y tecnológico de la humanidad en los últimos treinta años ha permitido una
mejora sustancial en las condiciones de vida y su expectativa, pero no ha erradicado ni la vulnerabilidad ni la
experiencia de la exclusión social produciéndose inclusive el ocultamiento de sus condiciones de vida, de sus
problemáticas reales y de nuevas formas de exclusión social, como la tendencia creciente de instituciones
educativas privadas y de empresas de otra índole a preferir la contratación de mujeres antes que varones. En
el caso de escuelas de poca envergadura (de las que abundan en nuestro departamento) prefieren contratar
a estudiantes mujeres del último ciclo de estudios de la carrera de Educación o recién egresadas para evitar
su ingreso a planilla y pagarles bajos sueldos aprovechando su necesidad de trabajo.
Las empresas, el Estado y la población misma han de reflexionar en el hecho de que, pese a que la
persona profesional de más de 40 años de edad ha perdido la flexibilidad que da la juventud, sufre el peor de
los traumas por no tener trabajo; y, cuanto más tiempo pasa desempleada más difícil le resulta volver al
mercado laboral por las dificultades mismas del entorno tan competitivo de nuestro tiempo, pero -sobre todo-
porque está herida en su dignidad y autoestima, y así se compara ella misma con otras personas más
jóvenes, pensando que ya no es competente porque no sabe idiomas o no maneja bien la computadora, o no
sabe enfrentar una entrevista de trabajo, o porque es de otra región, entre otros factores. En conclusión, la
persona profesional que rebasa los 40 años y se encuentra sin empleo pierde el tren de su vida asomándose
al precipicio de la exclusión social. Por tanto, la sociedad debe ser capaz de responder mejor al reto de
prolongar la vida laboral para que quien pueda continuar trabajando tenga esa oportunidad, sin que el sistema
económico tenga que hacer sufrir a tantas personas y familias. Es importante que la sociedad civil se empeñe
con ahínco en sensibilizar con campañas de comunicación a toda la población sobre la importancia social de
los mayores. También es un llamado de atención a las empresas para que capaciten mejor a sus jefes,
gerentes y demás líderes; y, para que se esfuercen por retener a sus empleados mayores fortaleciendo así su
responsabilidad social. Las instituciones que forman profesionales jóvenes deberán incluir en su currículo
materias que contribuyan a dotar a los estudiantes de habilidades y competencias para saber interactuar con
los mayores de 40 de modo que se dé un enriquecimiento mutuo para una producción laboral más eficaz y
provechosa. Asimismo, el Estado debe velar por asegurar trabajo digno a los profesionales mayores de 40
años mediante controles permanentes a las empresas, una legislación laboral que dinamice la
empleabilidad y la retención de estas personas en el trabajo activo y prohíba la discriminación por edad en los
criterios de selección, remuneración, promoción de puesto, formación y despido.

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