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FORMACION

DE
REFERENTES
2020
2018

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DIAGNOSTICO DE LA SITUACION

LAS FORMAS Y LOS RIESGOS DE EXCLUSIÓN

Existen distintas zonas de exclusión que se construyen a partir de las diversos riesgos de
exclusión y que afectan a los distintos grupos sociales de manera desigual:

1. Zona de integración, seguridad o estabilidad, que corresponde a una situación típico-


ideal de población con trabajo, con seguridad social y con relaciones familiares estables.
No se supone amenaza para la integración social.

2. Zona de vulnerabilidad, precariedad o inestabilidad. Esta situación se caracteriza por


la fragilidad, la inseguridad en las relaciones laborales y la inadecuación de los soportes
familiares y sociales.

3. Zona de exclusión o marginación, caracterizada por una retirada del mundo laboral, la
ausencia de otro tipo de protección social, y marginación social. Este grupo sufre las
formas más extremas de pobreza, carece de acceso a formas normalizadas de
participación social, y son considerados incapaces de salir por sí solos de esta situación.
En este grupo se encuentran los tradicionales beneficiarios de los Servicios Sociales.

En la zona de vulnerabilidad y de exclusión predominan los factores que abocan al


individuo a una situación de inestabilidad laboral y de fragilidad en las relaciones
sociales. En estos casos se distinguen:

a. Pobreza económica: problemas relacionados con la vivienda y con las relaciones


sociales que no son familiares.

b. Exclusión social: supervivencia gracias a la economía sumergida o irregular,


problemas de residencia, erosión de redes familiares.

c. Exclusión social severa: subsistencia gracias a economía sumergida o a la


mendicidad, los ingresos, cuando existen son sumamente escasos, serio deterioro de
hábitos y normas sociales; problemas de residencia o ausencia de esta.

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La situación del pobre excluido se caracterizaría por el no acceso a algún tipo de salario,
jubilación o subsidio, y el verse privado de los sistemas de protección social. La situación
de exclusión está asociada a situaciones de pobreza extrema, pero la situación va más
allá de la pobreza, ya que la exclusión se refiere a la no participación en el conjunto de la
sociedad; los excluidos se convierten en no-ciudadanos.

“La exclusión puede provenir de la ruptura de una relación laboral duradera pero
también de la desintegración del grupo familiar (el caso, por ejemplo, de familias
monoparentales), de la acumulación de problemas sociales, económicos, de salud, y de
muchas otras causas porque la característica de los excluidos es su gran heterogeneidad.”

La exclusión, al afectar la pertenencia del individuo a las instituciones de producción,


participación y protección social y afectiva, afecta gravemente la identidad personal y las
posibilidades integración social efectiva. La ruptura de los lazos sociales –sea por la falta
de empleo, de protección social o de redes familiares- pueden conllevar a las situaciones
de riesgo - y potenciar situaciones de marginalidad, delincuencia, violencia, desarraigo
social y familiar, ingreso en centros de reforma, prisión …

RIESGO Y EXCLUSIÓN EN LOS JÓVENES

Con estas caracterizaciones de las condiciones de riesgo y exclusión, pueden hacerse


algunas consideraciones finales acerca de las situaciones de riesgo y exclusión en los
jóvenes:

-Situaciones problemáticas de inestabilidad material, social y/o afectiva, los jóvenes


carecen o pierden las oportunidades para acceder a instituciones, espacios o ámbitos de
formación que les permitiría construir las capacidades para integrarse al mundo laboral
y por lo tanto, a otras relaciones sociales.

- Cuando la necesidad de formación y preparación para el futuro se ve confrontada con


la de cooperar en la subsistencia familiar o propia, en un contexto de precarización del
trabajo y falta de oportunidades laborales, que se suman a la escasa e incompleta
profesionalización de los más jóvenes ante un entorno que demanda experiencia.
Jóvenes que se incorporar al mundo laboral en temprana edad, dejando su formación y
promoción socio-laboral a un lado.
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-Debilitamiento o falta de referencias familiares, institucionales y/o grupales, y bajo el
riesgo de perder las características de su identidad, el joven se ve llevado a construir otras
referencias y a adoptar otras normas (muchas veces no socialmente aceptadas) a través
de la pertenencia a una pandilla, el uso de drogas, o actividades que lo conducen a la
violencia.

-Cuando adolescentes y jóvenes no encuentran espacios de reconocimiento familiar o


grupal, ni cuentan con espacios institucionales en los cuales intercambiar y comunicar
sus experiencias y encontrar empatías y solidaridades, el riesgo radica en que sólo entre
los pares pueda encontrar un espacio de comprensión y de afecto, y esto lo haga
completamente dependiente y vulnerable de las reglas y demandas de un grupo.

-Por su apariencia física (adolescente o joven pobre = marginal = pandillero =


delincuente) es descalificado socialmente, estigmatizado y depositario de sospechas. El
riesgo entonces radica en que el joven sea identificado como sujeto de observación,
control o detención, y calificado como violento, delincuente o infractor, sin que esto
corresponda totalmente a la realidad.

-En ocasiones por parte de la opinión pública, de los medios de comunicación, o de


personas significativas de su mundo social, es descalificado en su identidad,
desvalorizado como persona, y reducido, a través de apreciaciones negativas, a la
categoría de nadie, el riesgo entonces radica en la búsqueda de respuestas mágicas a
través de las drogas o a la destrucción de su integridad personal.

-Situaciones donde se descalifican las pertenencias culturales, y cuando lo que aprecia el


joven como parte de su identidad –su grupo étnico, su lengua o sus costumbres- se
convierte en un objeto de discriminación, como en el caso de una educación
homogeneizadora de las diferencias culturales. Cuando se desvalorizan sus condiciones
culturales, familiares e históricas que han contribuido a conformar su identidad, el riesgo
radica en la posible pérdida de referencias culturales, en la dificultad de apropiarse de
patrones ajenos (como de los contenidos de la educación) y de que existan escasas
posibilidades de integrarse a la sociedad, más allá de un espacio comunitario o local.

-Cuando no se promueven espacios de producción y participación en los cuales se


construya una pertenencia y una identidad, el riesgo para los jóvenes consiste en la
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pérdida en la capacidad de un desarrollo autónomo, de la posibilidad de ejercer derechos
y responsabilidades, y de asumir la plena ciudadanía. Mientras no existan mecanismos
de inclusión efectiva para los jóvenes –no solo como meros receptores de los servicios
sociales- el riesgo consiste en que la incorporación creciente y sostenida de las nuevas
generaciones no sea correlativa con estrategias de construcción de pertenencias y de
integración social.

POTENCIALIDADES.
Los recursos y las expectativas de los jóvenes, las características de las condiciones socio-
institucionales de los contexto socio-comunitario de los jóvenes y sus familias y la
integración de estos dos elementos a través de modalidades de participación comunitaria
/ capacitación para el trabajo, adecuadas para generar un proceso de inclusión social a
través de un empleo productivo estable y digno y/o servicios sociales a la comunidad.
Como medidas para trabajar las potencialidades de los jóvenes en situación de exclusión
social, en la búsqueda de una inclusión social se debería generar cambios en las
condiciones de vida de la población de jóvenes, sus grupos familiares y los contextos
socio-comunitarios de residencia, a la vez que obtener un diseño de política social para
jóvenes de núcleos familiares pobres de impacto real sobre la situación social de
marginación y exclusión de esta población.
El mercado de trabajo cambia paulatinamente y se apoya cada vez más en el
conocimiento y en la información. Las nuevas tecnologías de la información y los nuevos
sistemas de comunicación modifican los perfiles laborales y su cualificación profesional.
Además la libre circulación de personas y la apertura a nuevos mercados pone de
manifiesto la idea de que los trabajadores y sobre todo a los jóvenes que se incorporan
por primera vez deben ser capaces de enfrentarse a nuevas formas de trabajo.
Las personas jóvenes deben ser agentes del cambio, deben dibujar el futuro teniendo en
cuenta, por un lado, el presente en el que están situadas y, por otro, ser conscientes de
que ya no funcionan las "recetas" del pasado.
Los nuevos conocimientos y competencias que se demandan desde el mundo
empresarial son, entre otros, la capacidad de interpretar y anticiparse y la habilidad para
operar con la abstracción.
También existe una serie de competencias, conocimientos y destrezas lo
suficientemente ricas y elementales que son válidas para distintos perfiles
profesionales como son:

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- La autoestima sin complejos de inferioridad que permita a los jóvenes situarse
críticamente en el nuevo entorno socio-profesional, logrando así adaptarse a los
cambios que sean necesarios.

- La capacidad de razonar, pensar e integrar.

- Las personas jóvenes deben estar preparadas para desarrollar funciones de relación y
comunicación que se basen en el descubrimiento de los demás, aprendiendo a
escucharles y estar atentas a sus demandas.

- Capacidad de trabajar en equipo basada en los principios democráticos de


participación y cooperación.

- Enfrentarse profesionalmente ante problemas no estructurados, analizarlos


críticamente adoptando un espíritu ecléctico y tomar decisiones al nivel que le
corresponda.

- Una dosis de entusiasmo que se manifestará en el interés y la pasión con las tareas
que se realizan en el trabajo.

- Capacidad para localizar la información y la capacidad para interpretar datos. En un


mundo en el que continuamente estamos sometidos a un bombardeo de información
serán de suma importancia tener claros el "Qué",el "Cómo" el "Dónde". el "Cuando" y
el "Por qué" de las cosas.

CONCLUSIÓN
Hacen falta competencias relacionadas con la gestión y la comunicación; pero sobretodo
capacidad para saber "estar" y "ser" persona. Tenemos que aprender a vivir con el
cambio como abanico de infinitas posibilidades desafiantes y no amenazadoras,
fomentar la curiosidad y estimular la creatividad, aprender el valor añadido que tiene el
hecho de trabajar en equipo donde se respiren vientos de auténtica libertad y
responsabilidades de y para todos, aprendiendo de una vez por todas lo que significa ser
personas "activas". Los jóvenes pueden elegir entre caer en la trampa de la inercia del
rumbo de los acontecimientos o, por el contrario, llevar el timón de los mismos y
construir un futuro mejor para las nuevas generaciones.

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La calidad de la oferta debe facilitar la participación de jóvenes que se hallan en
situaciones de exclusión social u otras de especial dificultad. Entre las líneas de avance
que se apuntan figuran: apoyo de la administración a la flexibilización y la
experimentación en los actuales proyectos; realización de planes específicos y proyectos
piloto relativos a la situación de jóvenes inmigrantes provenientes de países
extracomunitarios; trabajo conjunto de las entidades especializadas en jóvenes y en
colectivos de exclusión.
El fracaso escolar era y continúa siendo un problema educativo y social de primer orden
en todos los países que han superado el reto inicial de la escolarización de toda la
población. Adopta diversas formas: el absentismo y posterior abandono del sistema
educativo; la inadaptación al medio escolar; la no obtención del certificado de educación
secundaria, la no adquisición de las competencias socioeducativas básicas que posibiliten
la integración social y laboral.
Junto a los procedentes de los colectivos más vulnerables, encontramos hoy a jóvenes
que vienen de entornos normalizados, pero que están desmotivados y no se adaptan a
la escuela, los que causa un gran desconcierto entre el profesorado, ya que no hay
condiciones desfavorables objetivas que justifiquen ese fracaso.
Los adolescentes que carecen de redes de apoyo social se ven abocados a incorporarse
al trabajo en situaciones de gran precariedad y con escasas posibilidades de consolidar
su situación laboral. Por esta razón, se verán desplazados del mercado tan pronto varíen
las condiciones económicas actuales y aparezcan los primeros síntomas de recesión
económica.
El sistema educativo no es capaz por sí mismo de atender todo este fracaso escolar, y se
ve desbordado a la hora de afrontar este reto. La Administración educativa debe
cooperar con los departamentos de trabajo, empleo y bienestar social, así como con los
servicios sociales de educación, juventud, y con los servicios sociales municipales.
Para afrontar este problema, hay que articular estrategias complementarias:

– El sistema educativo reglado debe repensar su realidad e incorporar cuantas medidas


de flexibilización y adaptación considere necesarias para reducir los índices de fracaso
escolar. Hemos de ser conscientes de que, si estas medidas fueran eficaces, seríamos
capaces de reducir significativamente el porcentaje de alumnos que fracasan.

– Todos los agentes socioeducativos con responsabilidad en el entorno deben articular


los instrumentos que garanticen la adecuada transición a la vida activa de los jóvenes que

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no logren el título, una vez introducidas todas las medidas de adaptación posibles,
mediante actuaciones lideradas desde el ámbito municipal.

Luis Joaquín Pérez Gómez.


Profesor Técnico de Formación Profesional de la Familia Profesional de Servicios
Sociocomunitarios y a la Comunidad.

Los diagnósticos sobre las problemáticas que afectan a los jóvenes


Entrevista a Agustín Salvia

Los diagnósticos sobre las problemáticas que afectan a los jóvenes suelen centrarse en
el problema de la exclusión juvenil ¿Cuál o cuáles considerás que son las principales
problemáticas asociadas a los jóvenes?

Por definición los jóvenes deben enfrentar la transición entre el término de etapa de
formación educativa y la incorporación al mercado de trabajo. Esta transición se ha ido
dificultando a nivel mundial en un contexto donde la formación técnico-profesional que
brinda la educación no acompaña a las demandas y oportunidades que generan los
mercados. El sistema económico está teniendo un ritmo mucho más rápido de
transformación e incorporación de nuevas tecnologías, de nuevos saberes, de nuevas
habilidades, ante los cuales la educación no ha sabido dar respuesta o las da
generalmente a destiempo. En este marco, también es cierto que los jóvenes no tienen
experiencia en la búsqueda de empleo y que la escuela no facilita este proceso. A esto se
suma que las camadas generacionales salen al mercado casi al mismo tiempo, hay una
explosiva salida de los jóvenes al mercado de trabajo, lo cual genera una sobre oferta
laboral. Entre la nula formación, la poca experiencia y la
alta oferta, los jóvenes encuentran dificultades para acceder a un trabajo y padecen el
desempleo. Por otra parte, cabe también considerar la existencia de cambios culturales,
a partir de los cuales se va reduciendo la expectativa de conseguir un empleo que ofrezca
seguridad. Si bien los jóvenes que desean un trabajo estable son todavía una mayoría, es
cierto que también va surgiendo una juventud, sobre todo en los sectores medios, que
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tiene otras expectativas. No quiere ataduras y prefiere la flexibilidad antes que la rigidez,
desea moverse entre actividades y trabajos según motivación o necesidades. Pero si bien
estos son dificultades actuales que afectan a los jóvenes a nivel mundial, no son éstas las
principales causas que explican la problemática de fondo que interviene en los problemas
de inserción laboral de los jóvenes en América Latina. En el caso de nuestros jóvenes, el
problema principal es la dualidad de las oportunidades laborales existentes en un
contexto donde los trabajos formales son escasos no sólo para los jóvenes. En nuestros
países conviven al menos dos regímenes laborales. Por un aparte, empleos en sectores
dinámicos o modernos que ofrecen estímulos profesionales y una
cierta estabilidad fundada en marcos normativos y protecciones sociales. Por otra parte,
trabajos eventuales, empleos asalariados extralegales o variadas formas de autoempleo,
los cuales operan en mercados informales, sin seguridad social ni regulaciones, ocupando
a la mayor parte de los jóvenes que necesitan o demandan un ingreso. Asimismo,
también ocurre que los empleos formales vienen reduciéndose en un contexto de
cambios tecnológicos y organizacionales de las empresas, al tiempo que las nuevas
formas de empleo están mucho más concentradas hacia quienes ya tienen una
especialización; y no van a probar en el joven inexperto. Ante esta situación, los jóvenes
que no acceden están motivados a extender el período de formación y de dependencia
familiar; o, por el contrario, se encuentran forzados a dejar la escuela e incorporarse al
mercado laboral informal con nulas o escasas competencias. Por lo tanto, cuando se
piensa la problemática juvenil en la Argentina no puede hablarse de los jóvenes en
general, sino que debe partirse de la idea de que existen distintas juventudes, y que esas
distintas juventudes enfrentan distintos tipos de problemas según su origen social,
capacidades y expectativas. Bajo el mencionado contexto de dualidad laboral, los jóvenes
de clase media que terminan el nivel secundario e incluso avanzan sobre la educación
superior, si bien deberán enfrentar las dificultades que fui comentando al principio,
tienen suficiente capital social como para finalmente lograr una inserción no menos que
aceptable en el mercado de trabajo. Pero muy diferente es esta trayectoria cuando se
trata de los jóvenes de los hogares pobres, es decir, hogares de sectores que han
quedado excluidos de las olas modernizadoras, sin poder acceder a un empleo formal
durante las últimas dos o tres décadas de historia económica. ¿Qué tipo de empleo
consiguen esos jóvenes? Esos jóvenes consiguen empleos precarios, inestables, de baja
productividad, en el sector informal de la economía. Tienen suerte si consiguen trabajar
en un establecimiento comercial o industrial en forma relativamente estable. En general
trabajan en micro‐emprendimientos o empresas familiares en situación totalmente
irregular, al margen de toda seguridad social. Estos jóvenes van quedando como una
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especie de fuerza de trabajo excedentaria que el mercado formal no requiere, no
demanda, no necesita. Por mucho que tengan iguales credenciales educativas que sus
pares de clase media, estos jóvenes quedarán al final de la fila, con muy pocas
posibilidades de que sean seleccionados para un empleo formal. En principio, debido a
que no hay empleos para todos, pero también debido a que la pobreza los delata. Desde
el punto de vista de la demanda, el tipo de vestimenta, el color de piel o el modo de
hablar los denuncia como sujetos pobres, es decir, como masa marginal que sólo puede
aspirar a empleos precarios o de indigencia. A diferencia de lo que ocurre en los países
centrales, tanto en la Argentina como en América Latina, es éste el principal problema
laboral que afecta a la mayoría de los jóvenes: estar excluido por falta de credenciales,
experiencia o modales frente a un mercado que no los necesita y que por lo tanto
tampoco los considera sujetos de derecho.

Habitualmente suelen utilizarse de manera indistinta los conceptos de pobreza,


exclusión, marginalidad ¿A qué hace referencia cada uno de estos conceptos? ¿En qué
aspectos o dimensiones se diferencian y cuáles son sus conexiones con el problema de
la desigualdad social?

La pobreza remite a privaciones absolutas que afectan a los jóvenes de acuerdo a una
determinada norma. Se clasifica como pobre aquella población que no logra acceder a
los bienes y servicios que según dicha norma constituyen los mínimos necesarios para
garantizar la subsistencia de las personas. Tiene que ver con una noción económica,
fuertemente vinculada a la necesidad de evaluar las condiciones bajo las cuales opera la
reproducción social, es decir, en qué medida hace posible o no la reproducción de la
fuerza de trabajo.
En cambio el concepto de exclusión significa haber quedado afuera del sistema social
y se refiere a quienes habiendo formado parte, fueron desalojados de ese lugar. En el
caso argentino este concepto de exclusión sirve para clasificar a los sectores que
quedaron desocupados o precarizados como producto de las políticas liberales de los
setenta, la crisis de los ochenta o las reformas neoliberales aplicadas durante los años
noventa. Ahora bien, esa definición puede llevar a confusión. No es socialmente lo
mismo haber perdido de manera transitoria o permanente un empleo en el mercado
laboral formal que haber estado siempre afuera. A diferencia de Europa, en nuestros
países, la mayor parte de los llamados pobres o excluidos están formados por sectores
que nunca participaron de un empleo formal ni estuvieron afiliados a la seguridad social.
La tercera categoría es marginalidad y encuentra al menos dos acepciones. Por una parte,
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es posible reconocer una noción de marginalidad bastante imprecisa, surgida desde una
perspectiva estructural‐funcionalista, a partir de la cual se asocia la categoría de
marginalidad a quienes se encuentran en la periferia de los procesos de modernización
social. Es decir, son marginales aquellos sujetos que no buscan participar de los procesos
de modernización económica, social y cultural que ocurren en las sociedades
tradicionales.

Pero hay otra noción diferente asociada a la categoría de marginalidad, en este caso de
origen estructuralista, que define la marginalidad con respecto al proceso económico. Se
es marginal no porque no se desea participar del proceso de modernización sino porque
el modelo de desarrollo económico no permite que tal Intercambio proceso ocurra. En
este contexto, la masa marginal tiene que crear su propia subsistencia por fuera de los
mercados laborales modernos. De esta manera, el concepto de marginalidad económica
permite identificar e incluir dando mayor precisión a los problemas sociales que nos
afectan. Se es marginal porque se está afuera de un proceso de crecimiento que no
requiere de la capacidad productiva ni del impulso social de determinados sectores, los
cuales a su vez se constituyen en una pesada carga económica para el resto del sistema.
Justamente, es éste el problema que afecta a una parte importante de los jóvenes. Buena
parte de la juventud está afuera, es marginal a las necesidades económicas que tiene el
modelo de crecimiento. Si no se recrea o transforma desde políticas públicas la capacidad
por parte de la economía y de las instituciones sociales para absorber a la fuerza de
trabajo actualmente excedente, multiplicando tradicionales y nuevos puestos de trabajo,
buena parte de las actuales y de las nuevas generaciones de jóvenes seguirán quedando
afuera del sistema social, no porque quieran sino porque no pueden hacer otra cosa.

¿Cómo piensa la relación juventud/ marginalidad/exclusión/pobreza en la ciudad de


Buenos Aires?

En la ciudad de Bs. As. los jóvenes que viven en hogares pobres, es decir, cuyos ingresos
no le permiten a la familia cubrir una canasta básica de alimentos, bienes y servicios, no
sólo los encontramos en las villas o asentamientos de la ciudad, sino también en los
barrios de clases medias‐bajas. La pobreza por ingresos está más diseminada de lo que
se cree, mucho más cuando crecen los problemas de empleo, suben los precios y no se
reciben programas sociales. Justamente, son los hogares de jóvenes o con jóvenes los
que más riesgos presentan de sufrir los efectos de ciclos económicos, y mucho más
cuando los empleos para los jóvenes escasean o sólo es posible alcanzar trabajos
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altamente precarizados. En cambio, siguiendo la definición de exclusión que utilicé antes,
difícilmente encontremos jóvenes excluidos en la ciudad de Bs. As., sí existen y en forma
creciente jóvenes marginados, tanto en lo económico como en los social y cultural. Pero
los jóvenes que con cierto grado de inserción y capital social son expulsados del sistema
educativo, pierden un empleo o abandonan su círculo social, logran reconvertirse dado
que cuentan con instituciones, programas y redes sociales que hacen posible formas
alternativas de reinserción social. Como dije antes, sin duda la reinserción de estos
jóvenes no es fácil pero es altamente probable que ocurra más tarde o más temprano a
lo largo de su trayectoria de vida. Ahora bien, ¿quiénes son efectivamente los verdaderos
excluidos que posee la ciudad en términos de Juventud? Sin duda los jóvenes pobres
marginados. Justamente, los jóvenes que nunca perdieron las posibilidades de insertarse
porque nunca la tuvieron ni las tienen ni esperan tenerlas. Estos jóvenes se relacionan,
sobreviven y se reproducen bajo una cultura
de la marginalidad, en espacios, actividades y áreas residenciales segregadas y que son
objeto de discriminación, y a donde tampoco las políticas de juventud llegan.

Y por último, ¿cuáles considerás que deberían ser las estrategias/ políticas para
abordar las problemáticas que afectan a los jóvenes?

Se necesitan políticas de fondo que efectivamente impliquen cambios estructurales e


institucionales que hagan posible que las generaciones de jóvenes marginados logren
participar activamente de la vida económica, social y cultural con plena ciudadanía.
Pero esto implica pensar políticas modifiquen las actuales condiciones de
funcionamiento del sistema económico, las instituciones educativas y las normas de
regulación laboral. Los jóvenes en condiciones de marginalidad requieren de un sistema
económico, social y cultual que los considere sujetos de derecho, no que los persiga y los
obligue a reglas, logros y normas que no son ningún boleto de inclusión. Actualmente,
las políticas en boga están orientadas a mejorar o ampliar el capital humano de los
jóvenes, son las que proponen la OIT, el BID, el Banco Mundial, y que adoptan
generalmente los gobiernos latinoamericanos e incluso europeos como políticas para
atender los problemas de inclusión laboral y social de los jóvenes. Están dirigidas a
brindar capacitación profesional, dar orientación laboral o estimular a que los jóvenes
continúen estudiando, o, incluso, subsidian un primer empleo. A mi juicio, estos
programas constituyen paquetes integrales que atienden una parte menor del problema
estructural de la inclusión social de los jóvenes en los países de América Latina. El
problema es que estos paquetes sólo sirven cuando se tiene una plataforma previa de
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inclusión social y una demanda efectiva de empleo dirigida a tomar a los jóvenes como
parte del proceso económico. Cuando no existen estas condiciones, estos programas son
estériles para sacar de manera efectiva y masiva de la marginalidad a los jóvenes de
sectores pobres o estructuralmente excluidos. Pueden lograr que algunos jóvenes de
estos sectores logren de manera individual adelantarse en la fila gracias a estos
programas pero la fila es siempre la misma y el cupo que ofrece el colectivo en un
momento se llena y no todos entran. El problema central no está en la fila de los jóvenes
sino en el cupo de inclusión que ofrece el sistema social para los jóvenes.
Deben desarrollarse políticas que permitan dotar a estos
jóvenes de plena ciudadanía económica, social y jurídica, crear
las instituciones y dotarlas de recursos que permitan atraer,
potenciar y encauzar esa experiencia acumulada
De ahí que a mi juicio el desafío más importante que deben emprender las políticas de
juventud es crear mejores empleos para los jóvenes en condiciones de marginalidad,
en el marco todavía de una economía informal pero no precaria, a la vez que bajo
formas cada vez más vinculadas con las cadenas de producción, comercialización y
consumo que utiliza el resto de la sociedad. Los sectores modernos de la económica
deben subsidiar y apoyar este proceso. Esto mismo debe ocurrir con la educación, la
salud, los sistemas de cuidado y de protección social, la seguridad y la justicia. Deben
desarrollarse políticas que permitan dotar a estos jóvenes de plena ciudadanía
económica, social y jurídica, para lo cual el problema no es formar su “capital humano”,
como si no tuvieran experiencia de vida que aportar a la vida social, sino crear las
instituciones y dotarlas de recursos que permitan atraer, potenciar y encauzar esa
experiencia acumulada. Pero eso requiere una sociedad que abandone la idea de que el
problema de los jóvenes son los propios jóvenes y que de una vez por todas asuma que
el problema está en el sistema social. En el marco de este diagnóstico, el Estado tiene
una función central en cuanto a promover de manera activa la inclusión ciudadana de los
jóvenes marginados. No puede dejar que el mercado o las instituciones establecidas
impongan sus reglas de exclusión. Requiere un Estado que distribuya recursos de
inclusión, que invierta en nuevas instituciones, que articule, que incentive, que regule,
que efectivamente favorezca la participación y el desarrollo del sector informal de la
economía poniendo a los jóvenes marginados en el centro del proceso de reconversión
social.

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* Dr. Agustín Salvia Doctor en Ciencias Sociales - Investigador del CONICET (UBA-UCA).
Director del Programa de Investigación Cambio Estructural y Desigualdad Social del
Instituto de Investigaciones Gino Germani. Investigador en Jefe y Coordinador del
Programa Observatorio de la Deuda Social Argentina en la Universidad Católica
Argentina. Profesor Universitario de Grado y Posgrado en Metodología y Técnicas de
Investigación Social (Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de San Martín,
la Universidad Nacional de 3 de Febrero y en FLACSO Argentina).
* Revista Observatorio de la Juventud. Año 4, número 11. Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.

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