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INJURIA PSÍQUICA

Prof. Adjunta María Teresita Colovini. Paidopsiquiatría. Facultad de Ciencias Médi-


cas, UNR.

Intentar responder a la pregunta sobre la injuria psíquica, merece un detenimiento en la elección del término
“Injuria”, como nombre de ésta área que inicia el Ciclo “Prevención de la enfermedad”.

Hecha esta búsqueda general, iniciamos una similar en los diccionarios médicos disponibles online y para
nuestra sorpresa, la búsqueda resultó infructuosa, ya que habiendo revisado más de diez diccionarios médi-
cos, en ninguno de ellos se encontró el término. 291
A pesar de esto, navegando por Internet encontramos una gran cantidad de trabajos médicos que utilizan el
término injuria como sinónimo de daño. Ejemplo: “injuria sistémica”, “injuria tisular”, “injuria respiratoria”, etc.
Sin lugar a dudas, es en escritos del campo del Derecho donde el término adquiere mucha importancia, pu-
diendo registrarse en el mismo Código Penal, libro II, un capítulo dedicado a “Injurias”.1
Esta particularidad con respecto al término “Injuria”, merece una reflexión acerca de cómo un término es lle-
vado por su uso de un campo al otro; y también acerca del tratamiento de las palabras en el discurso corriente.

LA INJURIA
Consideramos que, como dice el Diccionario de la Real Academia Española, la injuria es un agravio o ultraje
de obra o de palabra.
Resaltamos aquí el valor otorgado a la palabra, en similitud a la obra, valor que algunos estudiosos de la
lengua2 han calificado como valor performativo del lenguaje.
Se entiende por tal el valor de acto que toma el hecho de decir algunas palabras tales como: “te prometo”.
Porque: ¿qué es el acto de prometer sino un acto realizado por la palabra?
Recordemos aquí el dicho: “Es un hombre de palabra”, para calificar a quien hace y dice en consonancia; o
también el clásico “Te doy mi palabra de honor”, para rubricar una promesa.
Es de destacar que la primera acepción del término “injuria” resalta el carácter agravioso o ultrajante que
puede tener una palabra, y que en la acepción calificada como del campo del derecho, se trata de un delito
contra la fama o estimación de alguien.

1 Código Penal. CAPITULO II; De la injuria; Artículo 208: Es injuria la acción o expresión que lesiona la dignidad de otra persona,
menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación. Solamente serán constitutivas de delito las injurias que, por su natura-
leza, efectos y circunstancias, sean tenidas en el concepto público por graves. Las injurias que consistan en la imputación de hechos no
se considerarán graves, salvo cuando se hayan llevado a cabo con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad.
2 J.L..Austin propone que las palabras tienen una función más allá de lo meramente informativo o descriptivo. Da como ejemplos “I
do” (las palabras recitadas en la ceremonia del matrimonio cristiano); “I name this ship x” (las palabras proclamadas al bautismo de un
barco); “I give…” (las palabras encontradas en un testamento); y “I bet…” (las palabras que establecen una apuesta) Según Austin,
todas estas frases tienen en común que no se limiten a una función descriptiva, sino que desempeñan una acción. Llama a estas frases
performativas, performatives, para enfatizar la acción inherente en ciertas palabras
La injuria, entonces, es una palabra dicha a otro (también un hecho), que actúa en desmedro del amor
propio de éste otro, o de la imagen que de él tiene el entorno social.
Según el Código Penal se trata de una lesión de la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o aten-
tando contra su propia estimación.
Vemos que estamos en el campo de las relaciones entre los seres humanos, una de las tres fuentes del sufri-
miento psíquico descriptas por Sigmund Freud en su libro El malestar en la cultura (y que han sido estudiadas
en el Área “El Ser Humano y su Medio” del Ciclo anterior). Recordamos que Freud mismo dice de esta fuente
que quizás sea la más importante.
En varios momentos del “Ciclo Promoción de la Salud”, estudiamos cómo el ser humano requiere para consti-
tuirse del otro, en sus diferentes formas de poder auxiliador, protector, modelo, semejante, etc.
Ahora bien, esta “necesidad del otro”3, que se constituye en germen de moral y ética, no invalida que el ser
humano pueda ser fuente de sufrimiento para sus congéneres, demostrando así que un mismo factor puede ser
protector y dañoso a la vez; e instaurando de este modo la necesariedad de una mediación no-humana para
las relaciones humanas.
Hablar del carácter no-humano de una mediación, no lo coloca en el campo de lo divino; sino que se trata de
una mediación que pueda conservar el necesario valor de exterioridad, de terceridad, para cumplir eficazmente
con su función de mediar en las relaciones de un ser humano y otro.
Dice Moustafa Safouan en su libro “La palabra o la muerte”, que la humanidad comenzó cuando el ser viviente
utilizó el lenguaje en lugar de la piedra y el palo, para resolver los conflictos con sus semejantes.
292 El lenguaje, entonces es esa mediación no-humana, pero a la vez producción profundamente humana,
que puede establecer una mediación entre un humano y su semejante.
Nos decimos palabras…de amor, de orden, de odio… y esas palabras que intercambiamos nos envuelven,
nos afectan, nos alegran, nos entristecen, pero establecen la legalidad que permite que seamos reconocidos
por otros como un ser humano.
¿Y entonces? ¿Cómo puede ser la injuria un acto de palabra?
Cuando se rompe el sistema del lenguaje, la palabra daña, la palabra ultraja o agravia, porque ya no media,
sino que simplemente actúa.
Mediar quiere decir instalar un circuito de reconocimiento. Los seres humanos requerimos ser reconocidos por
el otro humano, pero para serlo, primero tenemos que reconocerlo a él mismo como otro.
Podemos inferir, entonces, que la dimensión de la alteridad es imprescindible para constituirnos como huma-
nos, como sujetos deseantes, como receptores de la dignidad de ser un hablante.
Volviendo entonces a intentar explicar de qué se trata la injuria psíquica, y atendiendo a que en el vocabulario
médico se ha adoptado como sinónimo de daño, trataremos de explicar en qué medida podemos hablar de
daño psíquico.

EL TRAUMA
“La vivencia de dolor da origen a todos los afectos entre ellos la angustia que es su paradigma. Previa y ajena
a la de satisfacción”4, cuando es muy intensa es imposible de simbolizar y pertenece a lo traumático.
El dolor, que siempre tiene un componente psíquico, aunque la injuria sea sólo física, es un elemento impor-
tante en la relación del sujeto con la realidad. Si su intensidad es elevada, se dificulta el reconocimiento de la
realidad, ya que no permite distinguir el mundo interno del externo, por lo tanto va adquiriendo caracteres de
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pulsional.
A medida que aumenta, genera mayor indefensión, y ésta se manifiesta en fantasías de fragmentación, de ani-
quilamiento, entra en el territorio de lo traumático y el recurso defensivo es disminuirlo mediante la proyección
que siempre es transitoria.
En cambio, si es menor, puede ser tolerado. La fantasía y la angustia que lo caracteriza es la de
3 Ver COLOVINI M.: “Las necesidades en el ser hablante”. (Área “Nutrición”).
4 ANNONI Gloria: “Constitución del psiquismo” (Área “Crecimiento y Desarrollo”).
castración propiamente dicha, angustia simbólica o señal que lo protege de eventuales vivencias traumáticas.
Así se genera la posibilidad de darle un sentido, una significación, simbolizarlo mediante la palabra o la reali-
zación de actos adecuados que le permitan salir de la indefensión.
Es importante destacar que para el psiquismo temprano todo dolor es azaroso ya que en ese período no se
puede saber si un objeto exterior u otro sujeto puede tener intención de provocarlo”. 5
Como podemos deducir, para el psiquismo el daño se llama trauma, y produce como reacción subjetiva
el dolor. Esta producción de dolor es primaria en la experiencia y de él derivan la serie de los afectos. Entre
ellos, el más destacado es la angustia.
Ahora bien, tenemos que distinguir entre un daño de tal magnitud, o un trauma de tal magnitud que arrase con
la organización psíquica y un trauma que dañe pero mantenga la constitución.
Es conveniente que trabajemos primero la noción de trauma para el psicoanálisis.
Concebido el traumatismo como una experiencia vivida capaz de aportar un cúmulo de excitación inelabora-
ble por medios habituales, éste se juega entre el exterior y el interior del psiquismo, pero su eficacia no queda
subordinada a la magnitud del estímulo exterior, sino a las complejas relaciones que se establecen entre estas
cantidades externas que invaden al psiquismo y lo que internamente es disparado.6
Como vemos, el trauma es un daño que no depende sólo de la magnitud del estímulo recibido por el psiquis-
mo, sino de los medios de que el mismo psiquismo dispone para afrontarlo, estableciendo entonces la mag-
nitud del daño en función de la relación que se establece entre lo recibido y lo que internamente se produce.
Podemos definir a los medios de los que dispone el psiquismo para afrontar lo que le llega desde el
exterior como los recursos subjetivos, para destacar entre ellos a la capacidad de producir síntomas, 293
como un modo de afrontar lo que al psiquismo le llega desde el exterior.
También en este punto se nos hace necesario una diferenciación: el síntoma en el campo del psicoanálisis no
es lo mismo que el síntoma pensado en el campo médico.

EL SÍNTOMA MÉDICO/EL SÍNTOMA PSICOANALÍTICO


Partamos de la acepción médica del término “síntoma”. La noción de síntoma pertenece a la “filosofía
espontánea”del terapeuta. La armonía constituye une referencia implícita: lo que se combina bien, lo que “está
en consonancia con”. En esta perspectiva, el síntoma es lo que perturba esta armonía. El síntoma es accidental
y disonante.
En el discurso analítico, el síntoma no está articulado a una supuesta armonía pues corresponde a
una disarmonía fundamental. No hay síntoma analítico sin parlante-ser. E incluso si el psicoanalista obser-
va que algo no va en el paciente -que él esté pálido o afiebrado- no quiere decir que sea un síntoma. Para que
se pueda hablar de síntoma es necesario que el sujeto lo diga. Como el síntoma es un mensaje, el síntoma
sólo tiene un ser de palabra.
Un síntoma médico es aquel en donde la significación se ha hecho imposible debido a la ciencia; la ciencia
se ocupa sólo de curarlo. Es por ahí que cumple su función y que no tiene otra función que ésta; es un signo,
un índice. En estas circunstancias, el síntoma pide ser identificado y reconocido pues él no puede ser interpre-
table o descifrado. La única significación posible es la de hacerlo desaparecer. El síntoma médico es un saber
objetivo, un saber que se reduce a la suma de conocimientos que lo hace posible, un saber que no ignora nada
de lo que él es como saber. En el campo médico, el sujeto confrontado a su síntoma encuentra el saber del
amo. Aquel que sufre busca al que sabe cómo curarlo. El otro del síntoma es un bloc, una enciclopedia, una
biblioteca. Este saber objetivo de la ciencia se adiciona, se acumula.
Para el psicoanálisis, el síntoma es primero una queja, la queja del que sufre. Digamos que la queja no es
suficiente para que el síntoma sea analizable. Es necesario que el otro le dé forma a esta
queja, le dé forma al mensaje. Y este dar forma constituye en sí mismo una satisfacción.

5 BERKOWIEZ Libertad (Argentina. Médico): “La clausura del deseo en las adicciones” http://www.topia.com.ar/congreso/inscriptos/
leertrabajo.asp?Idtr=72.
6 SCHENQUERMAN Carlos: “Elaboración del traumatismo en situaciones de catástrofe” PsiNet online
Entonces el síntoma se caracteriza por ser un enigma, una opacidad “fuera de sentido” y ese “fuera de sentido”
necesita completarse. El síntoma necesita la interpretación.
Es por eso que la tarea del psicoanalista es justamente propiciar las condiciones para que la interpretación
del síntoma opere.
Volvemos a ver aquí que la dimensión de la palabra está presente también en el síntoma analítico. En primer
lugar, porque como dijimos antes, es necesario que sea dicho. Además, porque en tanto ese mismo dicho es
enigmático, sinsentido para quien lo dice, que él va a hablarle a alguien de eso, intentando encontrar en ese
alguien a quien done una significación para su decir. Y sabemos que un enigma es un hecho de lenguaje.
Y también, porque en el tratamiento que el psicoanálisis hace del enigma del síntoma sólo se vale de un
medio: la palabra.
Es en tanto que también la práctica médica se desarrolla en un campo en el que se trata de palabras, palabras
con las que un sufriente da cuenta del malestar del cuerpo que soporta; palabras con las que el médico va a
responder a la demanda del enfermo, va a realizar sus indicaciones, proporcionar información, etc. que pensa-
mos que la consideración que el psicoanálisis ha hecho del ser humano como un ser hablante puede aportar a
la formación de un médico.
Porque lo real del organismo no existe sin un sujeto que piensa, no sólo concientemente, de una manera de-
terminada sobre cómo sufre, como acepta o rechaza la inermidad que provoca una dolencia o la enfermedad.
Estos pensamientos, hechos sólo de lenguaje, constituyen la dimensión subjetiva presente en cualquier acto
médico.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
LACAN J.: “Seminario III”. Paidós, Buenos Aires, 1988.
UZORSKIS B.: “Clínica de la subjetividad en territorio médico”. Letra Viva, Buenos Aires, 2002.
SCHENQUERMAN C.: “Elaboración del traumatismo en situaciones de catástrofe”. PsiNet online.
COLOVINI M. T.: “El psicoanálisis y las catástrofes”. Inédito. Ciclo de charlas en Escuela Sigmund Freud. Rosario, 2003.

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